Jesús

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Evangelio de Tomás, texto del siglo II con fuentes del siglo I

112. Dijo Jesús: ‘¡Ay de la carne que depende del alma! ¡Ay del alma que depende de la carne!’.

113. Le dijeron sus discípulos: ‘¿Cuándo va a llegar el Reino?’ (Dijo Jesús): ‘No vendrá con expectación. No dirán: ¡Helo aquí! o ¡Helo allá!, sino que el reino del Padre está extendido sobre la tierra y los hombres no lo ven’.

114. Simón Pedro les dijo: ‘¡Que se aleje María [Magdalena] de nosotros!, pues las mujeres no son dignas de la vida’. Dijo Jesús: ‘Mira, yo me encargaré de hacerla varón, de manera que también ella se convierta en un espíritu viviente, idéntico a vosotros los varones: pues toda mujer que se haga varón, entrará en el reino del cielo’.

El Evangelio de Judas, posiblemente del siglo II

‘En verdad te digo, Judas, que [los que] ofrecen sacrificios a Sacias [...] dios [...] toda obra mala. Pero tú los sobrepasarás a todos, pues sacrificarás al hombre que me reviste’. Ya se levanta tu cuerno / y se enciende tu ira, / tu astro transita / y tu corazón [...]. ‘En verdad [te digo]: Tus últimos [... seis líneas con palabras sueltas].

El arconte que será destruido. Y entonces enaltecida la figura de la gran generación de Adán, porque aquella generación existe previamente al cielo, a la tierra y a los ángeles, procedente del eón.

He aquí que todo te ha sido revelado. Levanta tus ojos y contempla la nube y la luz que hay en ella y los astros que la rodean: el astro que hace de este es tu astro’.

Judas miró hacia arriba y vio la nube de luz y entró en ella. Los que se hallaban alrededor en la parte de abajo oyeron una voz que venía de la nube y decía: [...] gran generación [...] imagen [...] [cinco líneas con letras sueltas].

Estos breves ejemplos nos muestran hasta qué punto los apócrifos mezclan datos evangélicos con las especulaciones de las propias escuelas, en este caso, gnósticas. El desprecio de la materia, el carácter elitista de la revelación, la inferioridad del espíritu femenino y la oposición entre lo interior y exterior, son temas propios del pensamiento griego del siglo II, y no provienen del ambiente palestinense en que vivió Jesús. La mayor confiabilidad del Nuevo Testamento está asegurada porque sus escritos son por mucho anteriores a los apócrifos tal como hoy los conocemos. Estos documentos son utilísimos para conocer algunas líneas de la teología cristiana primitiva, pero no son un aporte para acceder históricamente a Jesús de Nazaret.

D. ¿Es legítima cualquier interpretación de Jesús?

Después de examinar estos textos, que ofrecen diversas interpretaciones de la persona de Jesús, nos preguntamos: ¿Se puede decir cualquier cosa sobre Jesús? ¿Es legítima cualquier interpretación de Jesús? ¿Qué criterio nos puede orientar para discernir qué se puede decir acerca de Jesús y qué no?

El criterio que permite discernir qué se puede afirmar legítimamente acerca de Jesús es, naturalmente, la continuidad con la realidad histórica de Jesús de Nazaret. Es decir, una interpretación que verdaderamente hunda sus raíces en la persona misma del Maestro de Galilea, es legítima.

Obviamente, la pregunta que sigue es ¿cómo se puede evaluar la continuidad de una interpretación de Jesús con la realidad histórica de Jesús mismo? Es el propósito de este libro. Por medio de los documentos antiguos, estudiados críticamente, se puede acceder, al menos parcialmente, a las primeras convicciones acerca de Jesús, y a las palabras y acciones del propio Jesús. Una vez delineada la figura histórica de Jesús y las convicciones de sus discípulos directos, podemos examinar los apócrifos y preguntarnos: ¿Hay continuidad entre la presentación de Jesús que ofrece este documento y la realidad histórica de Jesús de Nazaret? La respuesta a esta pregunta nos permite discernir el valor de cada documento.

3. EL NUEVO TESTAMENTO

A. Valor histórico del Nuevo Testamento

¿Se puede confiar en el Nuevo Testamento como fuente histórica? Antes de enfrentar este problema, hay una pregunta anterior: ¿Podemos confiar en los documentos antiguos? o mejor: ¿Podemos estudiar la antigüedad sin confiar en las fuentes antiguas? o más radicalmente: ¿Es posible conocer sin confiar?

Ciertamente, el que desconfía de todo, no podrá conocer siquiera el presente, y mucho menos informarse de la antigüedad. «Tenemos que reconocer que, históricamente hablando, el testimonio es el único medio de acceso a la realidad histórica, y el único con valor»35. En definitiva, no se puede vivir sin confiar. El slogan «yo confío sólo en lo que puedo verificar personalmente», no resiste ni el menor análisis crítico. Paradójicamente, los que desconfían de los evangelios terminan por confiar en cualquier reportaje o novela de dudosa procedencia. Naturalmente, no se trata de una confianza ingenua, sino crítica, pues las mismas fuentes antiguas a veces son inconsistentes e incluso contradictorias. De todos modos, la ciencia histórica aporta los métodos para controlar críticamente la confiabilidad de los documentos de la antigüedad.

Hoy en día, en los tribunales de justicia, se absuelve o se condena a una persona no sobre la base del uso de «la máquina del tiempo», que permitiría verificar si tal sospechoso participó o no en un determinado delito, sino a partir de documentos y testimonios críticamente confrontados y analizados. El historiador actúa de una manera semejante: compara y analiza críticamente los documentos y los testimonios, y luego, por medio de un método científico, evalúa la confiabilidad de los documentos y reconstruye los acontecimientos. Es lo que hace también el historiador del cristianismo.

El Nuevo Testamento no es un libro de historia, en el sentido moderno de la palabra, ni es un escrito neutro, puesto que está totalmente comprometido con la difusión del cristianismo (en realidad, ningún escrito es neutro). Pero decir que los textos del Nuevo Testamento no son textos de historia en el sentido moderno es algo tan obvio como decir que los documentos antiguos no son modernos. Afirmar que los evangelios no son biografías en el sentido moderno de la palabra, es tan obvio como decir que las biografías antiguas no son biografías modernas. ¡Ninguna biografía escrita en la antigüedad es una biografía en el sentido moderno! Pues, ningún escrito antiguo es un texto de historia en el sentido moderno de la palabra. Más aún, hoy seguimos reconstruyendo la historia, incluso la más reciente, sobre la base de escritos que no pretenden ser textos de historia.

Durante siglos, la convicción de que la Biblia es un libro inspirado fue un motivo para confiar en los Evangelios. Por el contrario, la crítica histórica moderna postulará injustamente que los textos evangélicos, por su carácter propagandístico, no son dignos de confianza. Son presentados, en términos negativos, como textos tendenciosos, es decir, como documentos que están al servicio de la propagación del mensaje de la Iglesia y, por ello, se debe desconfiar de su veracidad histórica. Veracidad que se le otorga a cualquier otra fuente antigua: Cuando Plinio el Joven, Flavio Josefo u otro escritor antiguo afirma algo, no se le somete a una crítica tan severa. Así, de modo paradójico e injusto, se tiende a aceptar pacíficamente lo que afirma un autor pagano y se desconfía sistemáticamente de lo que transmite un autor inspirado.

Como sucede con todos los textos, y de modo particular con los de la antigüedad, para comprender su valor histórico, es necesario tener en cuenta su formación, su interpretación, sus fuentes y la confiabilidad de su texto.

B. El texto del Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento es el conjunto de textos mejor estudiado de la humanidad. Ningún texto ha sido tan investigado, comentado, analizado, atacado, refutado y defendido por tantos y tan agudos especialistas, partidarios o adversarios, a lo largo de sus casi dos mil años de historia.

Como cualquier documento antiguo, el Nuevo Testamento llega a nosotros por medio de manuscritos. De ninguna obra literaria de la antigüedad se conserva el manuscrito original de su autor (lo que se llama el autógrafo); toda la literatura antigua, clásica y cristiana, nos es accesible por medio de copias de copias de copias del original. El autógrafo más antiguo que se conserva de una obra literaria es de Francisco Petrarca, poeta italiano del siglo XIV. Todas las obras anteriores nos llegan por medio de copias.

Para tener una idea de la cantidad y la antigüedad de los manuscritos, es útil observar la siguiente tabla:


AUTOR FECHA DEL ORIGINAL COPIA MÁS ANTIGUA DISTANCIA CANTIDAD DE MANUSCRITOS
Plinio el Joven 110 d.C. 850 d.C. 740 años 7
Platón 375 a.C. 900 d.C. 1.275 años 7
Suetonio 150 d.C. 950 d.C. 800 años 8
Sófocles 410 a.C. 1.000 d.C. 1.410 años 49
Homero 900 a.C. 400 d.C. 1.300 años 193
Nuevo Testamento 50-100 d.C. siglo II d.C. 80 años 634

Tal como se aprecia en la tabla anterior, el Nuevo Testamento es el conjunto documental mejor transmitido de la antigüedad. En la tabla aparece la cantidad de 634 manuscritos griegos, que son los utilizados para la edición crítica del Nuevo Testamento realizada por el Institut für neutestamentliche Textforschung de Münster36, pero en realidad, se conservan muchísimos más.

 

En total se cuentan 6.033 manuscritos: 110 papiros, 299 manuscritos en mayúscula, 2.812 en minúscula y 2.281 leccionarios, algunos de ellos del siglo II y III, e incluso se conserva algún trocito que puede ser de fines del siglo primero o inicios del segundo (por ejemplo, el P52, de la Biblioteca Ryland en Manchester, ver la ilustración en p. 267).

De este modo, para algunos documentos, hay menos de cien años entre el original y las copias más antiguas. De aquí se desprende que desconfiar de los textos del Nuevo Testamento significaría desconfiar muchísimo más de toda la literatura de la antigüedad.

Del Evangelio de Judas, por ejemplo, se conserva sólo un manuscrito del siglo IV que contiene una traducción copta del original griego, lo que demuestra que en su época fue un texto poco leído, poco copiado y, por ello, posiblemente, poco relevante. Por todo lo anterior, los cuatro evangelios tienen muchísimo sustento material, histórico y científico, muchísimo más que los apócrifos y que, en general, el resto de la literatura de la antigüedad.

A continuación, se presenta una página que pertenece a la edición crítica del Nuevo Testamento en su idioma original. Se trata de la edición 27 de Nestle-Aland, de 1994.

El texto corresponde a Jn 4,48-5,3. La parte superior contiene el texto mismo y la parte inferior es el aparato crítico que consigna por medio de signos especializados las variantes textuales, es decir, las diferencias registradas entre un manuscrito y otro. Basta dar una mirada a esta página de su edición crítica, para convencerse de la seriedad del trabajo científico que hay detrás de este texto.


Los manuscritos más útiles para establecer nuestro actual texto son los grandes códices unciales de los siglos IV y V, que por lo general, contienen el Nuevo Testamento completo, es decir, los cuatro evangelios, Hechos, las cartas y el apocalipsis. Los principales son: el códice Sinaítico, del siglo IV, Londres; el códice Vaticano, del siglo IV, Roma; el códice Alejandrino, del siglo V, Londres; el códice Efrén Rescripto, del siglo V, París y el códice Beza, del siglo V, Cambridge.

Los papiros, incluso los que contienen textos relativamente breves, sirven para comprender el 'árbol genealógico' (stemma codicum) de los grandes manuscritos y así comprobar que estos grandes códices del siglo IV y V nos permiten reconstruir el texto del Nuevo Testamento tal como se leía en el siglo II. Los papiros más antiguos son los siguientes:

P46, cartas de Pablo, año 200, Chester Beatty, Dublín.

P52, Jn 18,31-33.37-38, año 125, John Rylands Library.

P64, fragmentos de Mt, año 200, Oxford - Barcelona.

P66, el Evangelio de Juan, año 200, Colección Bodmer.

P90, Jn 18,36-19,7, Oxyrhyncus 3523, siglo II, Oxford.

(Ver las ilustraciones en pp. 266-271).

C. Formación del Nuevo Testamento

El gráfico que está a continuación muestra la fecha de la redacción final de los diversos escritos del Nuevo Testamento. Naturalmente, cada fecha es discutida por los estudiosos, pero el cuadro nos proporciona una visión de conjunto coherente.


* Datos tomados del Nuevo Comentario bíblico San Jerónimo, Verbo Divino 2006.

a. Las cartas de San Pablo

Los documentos más antiguos del Nuevo Testamento son las cartas de Pablo. Y entre ellas, la más antigua es la primera a los tesalonicenses, datada en el año 50. San Pablo es el teólogo más decisivo del Nuevo Testamento (J. Gnilka), pero sus cartas no son escritos sistemáticos, sino ocasionales (es decir, responden a una ocasión específica). Su teología se apoya: a) en la Escritura (el Antiguo Testamento que recibe del judaísmo); b) en su vocación–revelación (camino de Damasco); y c) en las tradiciones que recibe de la comunidad cristiana anterior a él. A partir de todos esos elementos, elabora su teología. Lo más propio de la teología de Pablo es la universalidad de la gracia.

Escritura—Revelación personal—Tradición cristiana—Teología paulina

Si bien se puede distinguir en Pablo su labor de transmisor de la Tradición y la de teólogo original, toda su elaboración teológica está marcada por la Tradición (que recibe y transmite) y por la Escritura. Ya en los primerísimos años hay un cierto grupo de convicciones comunes a las diversas comunidades cristianas que Pablo recibe y transmite. Por ello, dentro de los escritos del Apóstol, podemos distinguir tres clases de material:

1. Material prepaulino: se trata de una cantidad de breves afirmaciones y cánticos que provienen de las comunidades cristianas más primitivas, anteriores a las cartas, y que San Pablo recibió e integró en sus escritos.

2. Material propiamente paulino. Son las cartas de Pablo propiamente tales, es decir, aquellas que escribió, o mejor dicho, que dictó personalmente (cf. Gál 6,11). Así, 1 Tesalonicenses, 1 y 2 Corintios, Romanos, Gálatas, Filemón y Filipenses ciertamente provienen de la pluma de Pablo. Colosenses y Efesios no es claro si son paulinas o déutero-paulinas.

3. Material déutero-paulino. Se trata de algunas cartas que es posible que hayan sido redactadas después de la muerte de Pablo, por sus discípulos y con ideas propias de Pablo. En la antigüedad, el concepto de autor era más amplio que el nuestro. 2 Tesalonicenses, 1 y 2 Timoteo, y Tito posiblemente son posteriores a Pablo. La Carta a los Hebreos ciertamente no es de Pablo (la carta tampoco lo dice).

b. Los Evangelios y la cuestión sinóptica

Los evangelios canónicos, es decir, los contenidos en el Nuevo Testamento, son los escritos que contienen una información más amplia y mejor documentada sobre la vida de Jesús. Estos escritos pueden considerarse auténticas biografías, siempre y cuando tengamos en cuenta que las biografías antiguas no son idénticas a las modernas.

Quienes escribieron estas antiguas biografías de Jesús buscaban, ante todo, mostrar el significado de las acciones y palabras de Jesús, y estaban menos preocupados por la exactitud cronológica y material de los hechos narrados. Por ello, los evangelios nos transmiten los hechos y el significado de los hechos, sin que podamos renunciar a ninguno de estos elementos: los hechos sin significado son irrelevantes y no valdría la pena transmitirlos; y por el contrario, el puro significado sin los hechos es evasión, y contradice el carácter histórico de la encarnación y la revelación.

Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas son muy parecidos y poseen muchas tradiciones en común. Se les llama sinópticos (adjetivo de la palabra syn-opsis que significa visión conjunta), porque sus coincidencias permiten leerlos en columnas paralelas. Sus enormes coincidencias hacen pensar que debe existir alguna relación de dependencia literaria entre ellos. Así se plantea el problema sinóptico, que consiste en saber cómo se explican las semejanzas y a la vez las diferencias entre estos tres evangelios.

Después de muchos intentos, actualmente la mayoría de los estudiosos considera que la mejor manera de explicar las diferencias y semejanzas entre los evangelios es suponer que:

1. El evangelio de Mc es el más antiguo, y tanto Mt como Lc lo conocieron y lo incorporaron casi por completo en sus propias obras. Así se explica aquello que está en estos tres evangelios. En tanto, Mt y Lc no se conocieron entre ellos, lo que explica sus diferencias.

2. Mt y Lc de modo independiente conocieron, además, un documento que contenía gran cantidad de palabras de Jesús, organizadas en forma de colecciones de dichos y parábolas. Partes de este documento, al que los estudiosos se refieren con la sigla Q, habrían servido a estos evangelistas para configurar algunos de los discursos de Jesús (ej. el sermón del monte en Mt y el sermón del llano en Lc).

3. Mt y Lc incorporaron también a sus obras capítulos de la infancia de Jesús, escenas de apariciones del Resucitado y algunas otras unidades literarias propias. Un material variado que cada uno habría hallado en la tradición de su comunidad. A todo esto hay que agregar el genio de cada uno de estos escritores que combina, ordena y sintetiza, de modo personal, el material del que dispone.

Estas relaciones podrían resumirse en el presente diagrama, en el que la sigla M representa el material propio de Mateo, y L el de Lucas. Según esta hipótesis, Marcos debió ser el evangelio más antiguo. En la composición de su relato, utilizó seguramente tradiciones y colecciones anteriores como colecciones de parábolas, de controversias, de milagros y el relato de la pasión. De este modo, el actual texto de San Marcos habría sido redactado a fines de la década de los años 60, pero contando con material anterior. Algunos estudiosos creen que, por ejemplo, el relato de la pasión ya estaba redactado en torno a los años 35 ó 36, es decir, muy poco tiempo después de los acontecimientos descritos, cuando muchos testigos oculares estaban vivos y presentes en las comunidades.


La tarea de Marcos no consistió simplemente en reunir todas estas tradiciones, sino que las actualizó y las organizó siguiendo un esquema que los misioneros cristianos utilizaban para contar los principales acontecimientos de la vida de Jesús (véase Hech 10,37-41).

Mateo y Lucas no sólo siguieron el trazado básico de Marcos, sino que incluyeron en sus relatos la mayor parte de dicho evangelio, aunque con importantes modificaciones, que tratan de aplicar los diversos pasajes a las situaciones de sus respectivas comunidades. En el trazado de Marcos, incluyeron las tradiciones procedentes del documento Q y otras tradiciones propias, en un claro intento de completar la obra de Marcos. Ambos evangelios suponen pues, un paso más en el proceso de integración de las tradiciones cristianas iniciado por Marcos.

c. El documento Q

El documento Q o fuente de los dichos, no se descubrió en la arena del desierto o en una gruta olvidada, sino al interior del texto de los evangelios37. De la comparación de los tres primeros evangelios se comprueba que hay unos 230 versículos que no están en Marcos, pero que sí se encuentran en Mt y Lc. En algunos casos, estos versículos son literalmente idénticos, lo que dificulta que estas semejanzas se expliquen sólo por una tradición oral común.

Las semejanzas entre estos textos se explicarían recurriendo a la hipótesis de la utilización de una fuente escrita común, conocida y utilizada tanto por Mateo como por Lucas. A este hipotético documento se le llama Q, es decir, la fuente (en alemán, fuente se dice Quelle). Este texto habría consistido en una colección de dichos de Jesús, y Lc habría mantenido su orden. El documento no se conserva físicamente en ningún manuscrito, pero a partir de la comparación del material común a Mt y Lc que no se encuentra en Mc, se ha podido incluso reconstruir como texto. Algunos versículos considerados pertenecientes al documento Q se encuentran también, en una forma similar, en el Evangelio de Tomás, texto apócrifo cuya redacción actual es del siglo II.

 

Hay bastante consenso entre los estudiosos en que el ambiente de proveniencia de Q es Galilea. Su datación, por el contrario, es más discutida: mientras unos la fijan en torno al año 70, otros la sitúan en la década de los 40 ó 50, e incluso algunos afirman que este documento, como colección de dichos, tomó su primera forma estable en tiempos del ministerio público de Jesús, puesto que no alude a la muerte y resurrección38. Esto significaría que ya en tiempos de la actividad terrena de Jesús, sus discípulos comenzaron a recordar y a transmitir oralmente sus dichos como ayuda a sus labores misioneras.

d. El evangelio de Juan

El evangelio de San Juan contiene la cristología más elaborada del Nuevo Testamento. A diferencia de los sinópticos, que transmiten sentencias y parábolas más bien breves y en los que la identidad de Jesús se revela gradualmente, el evangelio de San Juan contiene amplios discursos de Jesús, cuya identidad es explícita para los discípulos desde el primer capítulo.

El evangelio de Juan ha sido menos utilizado para la reconstrucción histórica de Jesús, pues su versión final se puede datar entre el año 90 y el 100. Actualmente es aceptado por los estudiosos que Juan contiene una tradición histórica muy antigua, independiente de los sinópticos (la fuente de los signos, discursos, relato de la pasión, etc.). De este modo, aún si la redacción final del texto es tardía (década de los años 90), contiene mucho material antiguo que ha sido introducido y reelaborado a la luz de la reflexión eclesial de la comunidad de Juan.

e. Formación de los Evangelios

El Concilio Vaticano II, en 1965, en la Constitución dogmática Dei Verbum, n. 19, sobre la revelación, enfrentó el tema de la formación de los evangelios:

La santa Madre Iglesia firme y constantemente ha mantenido y mantiene que los cuatro Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, transmiten fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día en que fue levantado al cielo (cf. Hech 1,1-2). Los Apóstoles ciertamente después de la ascensión del Señor predicaron a sus oyentes lo que Él había dicho y hecho, con aquel mayor conocimiento de que ellos gozaban, ilustrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o desarrollándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo, en fin, la forma de anuncio, de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes ‘desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra’ para que conozcamos ‘la verdad’ de las palabras que nos enseñan (cf. Lc 1,2-4).

De acuerdo con el texto magisterial, habría que distinguir tres etapas en la configuración de los evangelios:

a) Las acciones y enseñanzas de Jesús

b) La predicación de los apóstoles

c) La redacción de los evangelios

Los autores de los evangelios, entonces, se valieron de testimonios orales y fuentes escritas. Luego, seleccionaron, reagruparon, sintetizaron, combinaron y las desarrollaron de acuerdo con la situación de sus comunidades. El género literario de estos relatos no es el de la cronología, sino el del anuncio (kerigma), porque la intención original de estos textos no fue ofrecer material a los historiadores, sino suscitar y alimentar la fe de los oyentes.

En un interesante estudio, R. Bauckham39, insiste en la cercanía entre los escritos evangélicos y los testigos directos de Jesús. Al tiempo de escribirse los evangelios, quienes gozaban de la mayor autoridad en la transmisión de los hechos y palabras del Señor eran los discípulos de Jesús o quienes habían escuchado directamente a los apóstoles40. Por ello, según un obispo del siglo I-II, en aquel tiempo, se prefería el testimonio oral que el libro escrito. Entiéndase bien: lo que se consideraba superior a los libros no era la tradición oral, sino el testimonio oral, es decir, el contacto directo, de primera mano, con quienes fueron testigos oculares de Jesús o con los discípulos de ellos. Naturalmente, para que se perpetúe el testimonio oral, es necesario ponerlo por escrito. Es precisamente lo que hacen los evangelistas.

No debemos imaginar, entonces, que la tradición acerca de Jesús se propagaba por medio de anónimas comunidades que relataban, creaban y modificaban dicha tradición, sino mediante testigos concretos, con nombre, que enseñaban públicamente, que gozaban de autoridad en las comunidades y que, eventualmente, podían ser consultados. Es muy razonable pensar que durante el período de la redacción de los evangelios, varios seguidores directos de Jesús y muchos testigos directos de la predicación de los apóstoles estuvieran vivos. El prólogo de Lucas, iluminado por otros textos antiguos, confirma que el referente fundamental para la composición de los evangelios no fueron tradiciones anónimas elaboradas en diversas comunidades, sino discípulos concretos, con nombre, que habían seguido a Jesús o que habían escuchado a los apóstoles. De este modo, es necesario tomar en serio las palabras iniciales de Lucas, cuando afirma que su evangelio se basa en los que «desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra» (Lc 1,2). Es decir, en aquellos que conocieron a Jesús, desde el comienzo, y que luego se dedicaron a propagar su testimonio por el ministerio de la Palabra41.

Luego, la tradición de Jesús no pasó de boca en boca a través de muchas comunidades colectivas y anónimas antes de ser puesta por escrito en los evangelios, sino que inicialmente fue transmitida por testigos oculares, concretos y con nombre, que habían seguido a Jesús mismo, y luego fue puesta por escrito sobre la base de los testigos directos. En definitiva, hay una relación mucho más estrecha entre los testigos oculares de Jesús y los redactores de los evangelios. Esta relación está constituida por vínculos concretos con personas específicas. Dada la fecha de composición de los evangelios, la cantidad de eslabones en esta cadena es mínimo, ya que al menos los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas fueron redactados cuando aún estaban vivos algunos discípulos de Jesús.

Por otra parte, es necesario valorar los evangelios de acuerdo con su propio propósito. No debemos pedirles que sean lo que no pretenden ser: no son libros de ciencia ni una colección de datos históricos. El propósito de los evangelios no es elaborar una cronología de los hechos o proporcionar datos para el historiador moderno, sino proclamar la revelación de Dios en Jesús de Nazaret. Y como la revelación se ha dado en la historia, la proclamación tiene forma de narración, porque se anuncia que, en Jesús, Dios ha actuado en la historia.

La actividad propia del historiador antiguo consistía primero en investigar, sobre la base de testigos, y luego componer una narración razonada, para lo cual debía seleccionar, combinar y reordenar el material adquirido en la investigación. Es lo que hicieron los evangelistas. El resultado de este seleccionar, reagrupar, sintetizar, desarrollar y combinar el material recogido no es una figura menos exacta de la persona de Jesús. De este modo, un cuadro, por ejemplo, de Claude Monet es capaz de expresar muchísimo más de la realidad que una simple fotografía. La fotografía es más precisa para describir la figura exterior de un rostro, pero es incapaz de expresar la interioridad y el drama vital con tanta hondura e intensidad como lo hace la obra de arte.

La pintura, entonces, nos ofrece una imagen mucho más profunda y completa, y que nos permite conocer mejor la realidad de una persona que lo que podría lograrse a través de una simple fotografía. De un modo semejante, los evangelios expresan muchísimo más de Jesús que lo que manifestaría una cronología ordenada de la materialidad de las actividades y palabras de Jesús (y por ello son más fieles que una cronología). Así, los evangelios se parecen más a una obra de arte que a una seca descripción cronológica.

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