Jesús

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No creemos en las fórmulas, sino en las realidades que éstas expresan y que la fe nos permite ‘tocar’. ‘El acto (de fe) del creyente no se detiene en el enunciado, sino en la realidad (enunciada)’. Sin embargo, nos acercamos a estas realidades con la ayuda de las formulaciones de la fe. Éstas permiten expresar y transmitir la fe, celebrarla en comunidad, asimilarla y vivir de ella cada vez más14.

Las formulaciones no se identifican con la realidad que buscan expresar. Las figuras sirven como esquemas mentales, son modos de entender y expresar (siempre parcialmente) la realidad que se manifiesta en Jesús, y que los testigos comprenden a su modo y transmiten a su modo (no podía ser de otra manera). Por ejemplo, cuando se le aplica a Jesús el título de Mesías o Profeta (figuras del Antiguo Testamento) es porque los testigos perciben en Jesús algo que puede ser comprendido y transmitido mediante esa expresión del Antiguo Testamento.

El carácter novedoso de Jesús de Nazaret impide definirlo por medio de género próximo y diferencia específica. Todo intento de equiparar o nivelar a Jesús con otros fenómenos humanos, sean psicológicos o incluso religiosos, implica inevitablemente una reducción que renuncia a lo característico de Jesús, que en definitiva, es lo más valioso.

II. LAS FUENTES PARA CONOCER A JESÚS

1. LAS GRANDES OBJECIONES A LA CONFIABILIDAD DE LOS EVANGELIOS

Antes de examinar las fuentes que nos permiten acceder históricamente a Jesús, es necesario tener en cuenta las grandes teorías que han dudado de la confiabilidad de los evangelios. Estas objeciones, inicialmente restringidas a ambientes académicos, hoy han sido vulgarizadas por los medios de comunicación masivos, lo que hace impracticable una lectura acrítica de los evangelios. Más que eludir estas objeciones hay que conocerlas.

Tal como se afirmó más arriba, no es correcto pensar que sólo en la época moderna se ha enfrentado críticamente el estudio de los evangelios. Ya en el siglo II, el filósofo pagano Celso cuestionó la veracidad de las Escrituras: afirmaba que los evangelios eran contradictorios15. Por ello, el examen crítico de los evangelios comenzó ya en los primeros siglos. Orígenes de Alejandría, uno de los más grandes teólogos cristianos de la antigüedad, enfrenta seriamente el problema en el Comentario a Juan, donde recuerda que, por causa de las diferencias entre Juan y los demás evangelios, muchos «pierden la fe en los evangelios como si no fueran verídicos, ni escritos por inspiración de un Espíritu muy divino, ni precisos en referir los hechos»16, lo que demuestra que ya en el siglo III, el problema se sentía con fuerza, tanto por críticas externas como por exigencias internas. Años más tarde, un pagano anticristiano, declarará: «Los evangelistas son inventores, no historiadores de los acontecimientos realizados en torno a Jesús. Cada uno de ellos escribió no en armonía, sino en desacuerdo, especialmente en lo que se refiere al relato de la pasión»17. Pero ciertamente, es en la época moderna, con el desarrollo de los estudios históricos, cuando se comenzará a dudar de la confiabilidad de los evangelios, y se someterá sistemáticamente la Escritura a un examen crítico sumamente severo, y no siempre bien fundado.

A. Herman Reimarus: la teoría del engaño18


H. Reimarus (1694-1768) es el iniciador de la crítica más dura contra la confiabilidad de los evangelios. De él sabemos poco. Defendió una religión racional en oposición a la fe de las iglesias. Sus escritos fueron publicados por Lessing seis años después de su muerte, en 1774. El que más nos interesa es Vom dem Zwecke Jesu und seiner Jünger (Acerca del propósito de Jesús y el de sus discípulos). Reimarus distingue netamente entre el propósito de Jesús y el propósito de los discípulos y, por ello, según él, «tenemos justificación para trazar una distinción absoluta entre la enseñanza de los apóstoles en sus escritos y lo que Jesús mismo proclamó y pensó en su propia vida». Para Reimarus, el mensaje de Jesús se reduciría a anunciar el arrepentimiento, porque «el Reino está cerca».

Pero, ¿qué significaba el Reino para los judíos del siglo primero? La llegada del Reino significaba la liberación del yugo romano. Por ello, la predicación de Jesús rápidamente tuvo éxito.

En ese ambiente, ser el Mesías o el Hijo de Dios no involucraba nada metafísico, se trataba de un Mesías humano. Sólo en un contexto plenamente judío es posible comprender este mensaje, pues Jesús se mantuvo fiel al Judaísmo, y la ruptura con la ley fue obra de los discípulos posteriores19.

Jesús realizó hechos que a sus contemporáneos les parecían milagrosos y pedía silencio, sólo para estimularlos a hablar de ellos. Pero Jesús no realizó milagros, de otro modo la petición de signos no se entiende (cf. Mt 12,38; Jn 4,48). Otros milagros no tienen base histórica, son narraciones que muestran que los milagros del Antiguo Testamento se repiten en Jesús.

Jesús pensó que con la predicación de los discípulos (Mt 10,43), se le uniría gente y sería proclamado Mesías. La entrada a Jerusalén y la expulsión de los mercaderes del Templo eran el inicio de la revuelta. Pero Jesús esperó en vano la popularidad: la gente de Jerusalén no se alzó, la masa lo abandonó, y murió crucificado. Según Reimarus, las palabras de la cruz, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? no pueden comprenderse, sin violentar el texto, más que como un reconocimiento del fracaso. Jesús no pretendía morir, sino liberar al pueblo de la opresión romana, pero falló la ayuda de Dios y fracasó. Los discípulos compartieron la derrota, pues esperaban los primeros puestos (cf. Mt 16,28). Sucedió lo que menos esperaban.

En los días posteriores a la muerte de Jesús, los discípulos estaban desorientados, y «ya habían olvidado lo que era trabajar». ¿Cómo superaron este fracaso? Optaron por otro tipo de mesianismo. Encontrarían sin duda algunos ilusos que creyeran en la vuelta del Mesías celestial, y esperando su retorno, compartirían sus bienes con ellos. Comenzaron a hablar de liberación espiritual e inventaron la resurrección. Esperaron 50 días hasta que el cuerpo de Jesús fuese irreconocible, robaron el cuerpo y proclamaron su resurrección.

La fe en la segunda venida (la parusía) fue lo que concentró la esperanza de las primeras comunidades cristianas. Pero como se retrasaba la parusía (cf. 2Tes y 2Pe), se resuelve el problema con una maniobra retórica: se afirma que ante el Señor un día es como mil años y, mil años, como un día (cf. 2Pe 3,8). Y así se continuó alimentando una fe vacía. No se cumplió la inminente parusía, luego el cristianismo es un fraude.

Pero, entonces, ¿qué causó el éxito numérico del cristianismo? Reimarus busca una explicación racional al éxito numérico de los primeros cristianos. Al final de su texto, comentando a Pentecostés (cf. Hech 2,1-41), da la respuesta:

Indudablemente hay mucho que reducir de los 3.000 hombres que inmediatamente se sometieron para ser bautizados y creyeron en Jesús, y la motivación de los que permanecieron después de haber considerado la exageración no fue el milagro (como inventó Lucas treinta años después), sino el gozo de los bienes comunes que eran distribuidos generosamente a todos, y el hecho de que comían y bebían juntos y a nadie le faltaba nada. Porque eso es precisamente lo que dice Hechos de los Apóstoles: ‘Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones... Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común, vendían sus posesiones y sus bienes, y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón’ (cf. Hech 2,42-46). ¡Vean esto! Ésta es la motivación verdadera de la popularidad que se produjo de modo tan natural y sigue produciéndose, de modo que ya no necesitamos ningún milagro para comprender todo claramente. Éste es el verdadero viento impetuoso que reunió tanta gente y tan rápido; ésta es la verdadera lengua común que realiza milagros20.

Principales afirmaciones de Reimarus: 1. Distinción entre la predicación de Jesús y la de los discípulos; 2. Carácter desconfiable de los Evangelios; 3. Interpretación exclusivamente social del ministerio de Jesús; 4. Reducción de Jesús al judaísmo; 5. Actividad creadora de los discípulos en los relatos sobre Jesús; 6. Tensión entre diversas escatologías; 7. Interpretación natural de los milagros.

B. El Evangelio como mito, según David F. Strauss

La investigación acerca del Jesús histórico, a partir de Reimarus, supuso que el Jesús real debió ser muy diverso al que nos presentan los evangelios. El estrecho compromiso de los evangelistas con Jesús era visto como motivo de sospecha. Por lo tanto, había que liberar a Jesús de las cadenas del dogma eclesial.

David Frederich Strauss (1808-1874) toma este camino. Según él, la cristología se desarrolla por impulsos de la esperanza mesiánica. Israel aguardaba al Mesías con mucha esperanza, un grupo pequeño se convenció de que Jesús era el Esperado, y comenzó a aplicarle a Jesús todo lo que el Antiguo Testamento afirmaba acerca del Mesías: «Así que, un número de fieles, al principio pequeño, después siempre en aumento, habían llegado a ver en Jesús al Mesías, se convencieron que todas las predicciones y las figuras del Antiguo Testamento, con el sentido y los agregados de la interpretación rabínica, habían hallado su cumplimiento en Jesús»21.

 

De este modo, por ejemplo, Jesús había nacido en Nazaret, pero como según el Profeta Miqueas era preciso que el Mesías naciera en Belén, los evangelistas hacen nacer a Jesús en Belén, apoyados no en motivos históricos, sino en una deducción dogmática sacada de Miqueas 5,1. Asimismo, Jesús no realizó ningún milagro e incluso «la tradición había conservado el recuerdo de las duras palabras de Jesús contra la sed judaica de milagros; no importaba: el primer libertador del pueblo, Moisés, había hecho milagros; el último, el Mesías Jesús, debió hacerlos igualmente»22. Y así, como el Antiguo Testamento presentaba las sanaciones milagrosas como signo de la llegada del Mesías, la convicción de que Jesús era el Mesías llevó a los cristianos a inventar los relatos de los milagros «por inducción dogmática».


Así, según Strauss, «un millar de relatos como éstos pudieron ser compuestos de buena fe, pero sin un átomo de verdad histórica»23. De este modo, para Strauss, los evangelios serían relatos míticos, es decir, narraciones carentes de verdad histórica, en las cuales la comunidad cristiana declara los elementos fundamentales de su fe: Jesús es el Mesías.

C. Wilhelm Bousset: la teoría del malentendido24

La clásica Religionsgeschichtliche Schule (Escuela de Historia de las Religiones), tiene entre sus grandes representantes la obra de Wilhelm Bousset, Kýrios Christos. Geschichte des Christusglaubens von den Anfangen des Christentums bis Irenaeus, de 1913. Este libro, al abordar la historia de la fe en Cristo, propone que el origen de la fe en la divinidad de Jesús es resultado del influjo de las ideas de las religiones paganas al interior de la comunidad cristiana, aportadas por los cristianos de origen pagano (etnocristianos), que ingresaban a la Iglesia junto con sus convicciones religiosas y culturales.


Esta explicación supone que la fe en la divinidad de Jesús sea tardía, es decir, posterior al año 70, pues se requiere tiempo para que los etnocristianos ingresen y sean influyentes en la comunidad cristiana. La divinidad de Jesús sería, entonces, fruto de una especie de malentendido. Según Bousset, Jesús mismo habría sido una figura mesiánica, que al ser interpretado por mentes griegas, habituadas al culto de los semidioses y de los héroes divinizados, fue comprendido como un dios pagano.

Otra explicación reconoce que el culto a Jesús y, por tanto, la fe en su divinidad, es anterior al año 70, pero también pretende que su nacimiento es resultado de la influencia pagana que, a diferencia de la explicación anterior, ya estaba presente en el judaísmo de tiempos de Jesús. Esta explicación supone que la religión de Israel, en tiempos de Jesús, estaba corrompida por ideas paganas de los cultos greco-romanos.

En estas dos explicaciones, el sincretismo religioso sería el factor fundamental para comprender el nacimiento del culto a Jesús. Así, la fe en la divinidad de Jesús sería un gran malentendido, es decir, Jesús habría sido un simple profeta judío que predicó la paternidad de Dios y la fraternidad humana, pero que su mensaje, al caer en mentes griegas, se transformó en especulaciones metafísicas. Esta orientación aún cuenta con adeptos.

D. Objeciones actuales

Este tipo de acercamiento sigue presente en algunos ambientes académicos. H. Koester, sobre la base de argumentos muy discutibles, y en ocasiones abiertamente inverosímiles, ha defendido la mayor atendibilidad de los evangelios apócrifos por sobre los canónicos, lo que condiciona decisivamente la investigación sobre Jesús25. La misma orientación está presente en el Jesus Seminar, que con tanta eficacia llega a la opinión pública, y sobre todo, en J.D. Crossan, con su libro The Life of a Mediterranean Jewish Peasant (La vida de un campesino judío mediterráneo), que ha tenido un gran impacto en los medios de comunicación y ha sido traducido a muchas lenguas, argumenta de modo muy atractivo, pero sobre la base de «premisas inaceptables»26.

Algunas de estas posturas, presentes en ámbito académico, han sido popularizadas por medio del cine. El Código Da Vinci, por ejemplo, ha vulgarizado de modo bastante forzado e inconsistente, algunas objeciones contra la fiabilidad de las fuentes bíblicas y las sospechas acerca de la discontinuidad entre Jesús de Nazaret y la cristología de la Iglesia. Según la novela, la Biblia sería un libro funcional a los intereses institucionales del Imperio Romano y de la Iglesia del siglo IV. El Emperador Constantino habría tenido un gran protagonismo en la constitución del Nuevo Testamento, y los evangelios que finalmente quedaron como los oficiales habrían sido elegidos en función de los intereses del Imperio. Por otro lado, la divinidad de Jesús habría sido una novedad introducida en el año 325 por el Concilio de Nicea, su función habría sido asegurar unidad al Imperio.

Otras ficciones, como la película Stygma, insisten en que la Iglesia, centrada en sus solos intereses, a lo largo de toda su historia, no habría hecho otra cosa, aún por medios ilícitos, que ocultar la verdad de Jesús, que en realidad se encontraría en los evangelios apócrifos, particularmente en el Evangelio de Tomás. Las mismas convicciones de fondo se aprecian en el uso mediático del Evangelio de Judas que, sobre la base de un texto tardío y que cuenta sólo con un manuscrito, intenta impugnar la atendibilidad histórica de la figura de Jesús que ofrecen los evangelios canónicos.

En síntesis, todas estas presentaciones pretenden afirmar que el Cristo proclamado por la tradición eclesial es un personaje muy diferente al Jesús histórico, que caminó por Galilea en el siglo I.

2. FUENTES EXTRABÍBLICAS27

¿Qué testimonios antiguos nos permiten conocer a Jesús de Nazaret? Los documentos más importantes son, ciertamente, los textos reunidos en el Nuevo Testamento, que por lo demás, son los escritos más antiguos acerca de Jesús. Sin embargo, existen otros documentos que es necesario examinar para valorar la contribución que ellos hacen a la búsqueda del Jesús histórico.

A. Testimonios de la literatura no cristiana

Jesús no fue un soberano, protagonista de la alta política o de la historia bélica, ni un constructor de edificios públicos o acueductos. Para muchos de sus contemporáneos, Jesús fue un ejecutado más de una larga lista, en el marco de una política imperial de represión a los grupos nacionalistas. Baste recordar las afirmaciones de Flavio Josefo, durante el asedio de Jerusalén del año 70: «Los soldados, llevados por su odio a los judíos, en son de burla, crucificaban a los cautivos de distintas maneras, siendo tan grande el número de víctimas que faltaba espacio para las cruces, y cruces para los cuerpos» (Bellum Iudaicum V,11,1). Por lo tanto, no debe sorprendernos que inicialmente sean escasas las referencias a Jesús en la literatura no cristiana. Poco tiempo después, con el crecimiento de la Iglesia, estas referencias se multiplicarán.

El dato extrabíblico más antiguo que conservamos sobre Jesús es un texto escrito en griego en torno al año 93 por Flavio Josefo, historiador judío que defendió los territorios de Galilea contra Vespasiano, y que luego se cambió de bando y ayudó a los romanos a tomar Jerusalén en el año 70. Al describir los acontecimientos en torno a los años 30, afirma:

En este tiempo existió un hombre de nombre Jesús. Su conducta era buena y era considerado virtuoso. Muchos judíos y gente de otras naciones se convirtieron en discípulos suyos. Pilato lo condenó a ser crucificado y a morir. Los convertidos en sus discípulos no lo abandonaron. Relataron que se les había aparecido tres días después de su crucifixión y que estaba vivo. Según esto fue quizá el mesías de quien los profetas habían contado maravillas28.

Otra noticia antigua proviene de Plinio el Joven, gobernador de Bitinia (actual Turquía), en torno al año 112. En una carta al Emperador Trajano, le describe las prácticas de los cristianos. Es importante notar la centralidad de Cristo y el culto que la comunidad le rinde, como a Dios, incluso a riesgo de la propia vida:

Por otra parte, ellos afirmaban que toda su culpa y error consistía en reunirse en un día fijo antes del alba y cantar a coros alternativos un himno a Cristo como a Dios (quasi Deo) y en obligarse bajo juramento no ya a perpetrar delito alguno...29.

Uno de los grandes historiadores romanos, Tácito, en torno al año 116, al describir la crueldad de Nerón, también alude a Jesús de Nazaret:

Mas, ni con los remedios humanos ni con las larguezas del príncipe o con los cultos expiatorios perdía fuerza la creencia infamante de que el incendio [de Roma] había sido ordenado [por Nerón]. En consecuencia, para acabar con los rumores, Nerón presentó como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba cristianos, aborrecidos por sus ignominias. Aquel de quien tomaban nombre, Cristo, había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato; la execrable superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no sólo por Judea, origen del mal, sino también por la Ciudad [de Roma], lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de actividades y vergüenzas. El caso fue que se empezó por detener a los que confesaban abiertamente su fe, y luego, por denuncia de aquéllos, a una ingente multitud, y resultaron convictos no tanto de la acusación del incendio cuanto de odio al género humano. Pero a su suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por los perros tras haberlos hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día,eran quemados de manera que sirvieran como iluminación durante la noche30.

Junto con la mención histórica acerca de Jesús, Tácito, que profesa desprecio por los cristianos, nos informa sobre los martirios que padecieron muchos cristianos en torno al año 64, es decir, durante la persecución de Nerón. Finalmente, Suetonio, recuerda que por el año 49, el Emperador Claudio «expulsó de Roma a los judíos, que provocaban alborotos continuamente a instigación de Cresto»31. Naturalmente «Cresto» es una deformación del nombre de Cristo. Esta noticia concuerda con Hech 18,2-3, que menciona a un judío llamado Aquila y a su mujer Priscila, quienes habían salido de Roma por causa del decreto de Claudio.

De este modo, la existencia de Jesús, sus prodigios, la conformación de un grupo de seguidores, las circunstancias de su muerte, la participación de Pilato y las tempranas y firmes convicciones de sus discípulos, tanto de su resurrección como de su divinidad, están atestiguadas por varios autores no cristianos e incluso anticristianos.

Si estos datos nos parecen demasiado modestos, es por falta de familiaridad con los estudios de historia antigua. Para tener un juicio adecuado, deberíamos comparar lo que sabemos de Jesús con lo que sabemos de sus contemporáneos. De la inmensa mayoría de las decenas de millones de habitantes del Imperio Romano, no sabemos nada; de un grupo reducidísimo conocemos el nombre; y de un grupito aún más pequeño, poseemos algunos datos biográficos. Jesús, entonces, pertenece al pequeñísimo grupo de los personajes mejor conocidos de la antigüedad.

No sólo sabemos más de Jesús que lo que sabemos acerca de los que fueron crucificados junto a él, o de Simón de Cirene, o de Gamaliel, o del Sumo Sacerdote; incluso si consideramos personajes tan importantes como Pilato, Procurador de la Provincia de Judea por un largo período, o Tito Livio32, el gran historiador romano, nos daremos cuenta de que, en términos comparativos, sabemos mucho de Jesús, por fuentes diversas y confiables.

B. Testimonios de la literatura cristiana antigua33

Contamos con textos muy hermosos que nos permiten acceder a las convicciones de los cristianos de los primeros siglos. Pero los datos acerca de Jesús que ellos contienen dependen de la tradición del Nuevo Testamento y, por tanto, no nos ofrecen datos nuevos. Nos permiten, eso sí, conocer más de cerca el desarrollo de la teología cristiana. Son un vehículo privilegiado para conocer las afirmaciones acerca de la identidad de Jesús de los cristianos del año 95 o del 107, pero nos aportan poquísimo material complementario para conocer históricamente a Jesús.

 

La Didaché es un breve escrito judeocristiano de fines del siglo I. Es un documento precioso para conocer algo de la liturgia cristiana más primitiva y de ella podemos deducir la centralidad de Jesús en el culto cristiano primitivo:

En cuanto a la eucaristía, dad gracias así. En primer lugar, sobre el cáliz: Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa vid de David, tu siervo, que nos diste a conocer por Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos. Luego, sobre el pedazo [de pan]: Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimiento que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos. Así como este trozo estaba disperso por los montes y reunido se ha hecho uno, así también reúne a tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino. Porque tuya es la gloria y el poder por los siglos por medio de Jesucristo. Nadie coma ni beba de vuestra eucaristía a no ser los bautizados en el nombre del Señor, pues acerca de esto también dijo el Señor: ‘No deis lo santo a los perros’ (Didaché, IX,1-5).

Las cartas de San Ignacio de Antioquía, obispo martirizado en Roma en torno al año 107, nos transmiten las convicciones cristológicas de este cristiano de origen pagano que estuvo dispuesto a entregar su vida por amor a su Señor. Insiste tanto en la realidad de la humanidad de Jesús como en su divinidad:

Por tanto, haceos los sordos cuando alguien os hable a no ser de Jesucristo, el de la descendencia de David, el hijo de María, que nació verdaderamente, que comió y bebió, que fue verdaderamente perseguido en tiempo de Poncio Pilato, que fue crucificado y murió verdaderamente a la vista de los seres celestes, terrestres e infernales. Él resucitó verdaderamente de entre los muertos, habiendo sido resucitado por su mismo Padre, y a semejanza suya, a los que hemos creído en Él, también su Padre nos resucitará en Jesucristo, fuera del cual no tenemos vida verdadera (Carta a los Tralianos, IX,1-2).

Pues algunos acostumbran a divulgar el Nombre con perverso engaño, pero hacen cosas indignas de Dios. A esos es necesario que los evitéis lo mismo que a las fieras, pues son perros rabiosos que muerden a traición, de los cuales es necesario que os guardéis pues sus [mordeduras] son difíciles de curar. Hay un solo médico, carnal y espiritual, creado e increado, Dios hecho carne, vida verdadera en la muerte, [nacido] de María y de Dios, primero pasible y, luego, impasible, Jesucristo nuestro Señor (Carta a los Efesios, VII,1-2).

De nada me servirán los confines del mundo ni los reinos de este siglo. Para mí es mejor morir para Jesucristo que reinar sobre los confines de la tierra. Busco a Aquél que murió por nosotros. Quiero a Aquél que resucitó por nosotros. Mi parto es inminente. Perdonadme, hermanos. No impidáis que viva; no queráis que muera. No entreguéis al mundo al que quiere ser de Dios, ni lo engañéis con la materia. Dejadme alcanzar la luz pura. Cuando eso suceda, seré un hombre. Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios (Carta a los Romanos, VI,1-3).

C. Testimonios de la tradición apócrifa

La literatura apócrifa está constituida por textos cristianos que no pertenecen a la Biblia pero que imitan los géneros literarios del Nuevo Testamento (Evangelios, Hechos, Cartas y Apocalipsis), y se presentan como escritos por un personaje de la época apostólica de gran autoridad. El término apócrifo quiere decir escondido, oculto, porque este tipo de textos reclaman su autoridad de una tradición oculta. Los primeros que aplican el término apócrifo a estos textos son sus propios autores (ej. El Apócrifo de Juan). Esta literatura nace por dos motivos:

1) Un grupo de textos, de carácter más folcklórico, surge del deseo de alimentar la piedad de los fieles y saciar su curiosidad, por medio de la composición de leyendas piadosas sin ningún valor histórico y llenas de datos pintorescos.

2) El otro grupo nace de motivaciones más teológicas que buscan propagar una determinada imagen de Jesús, muchas veces proveniente de algún grupo particular.

No se puede negar como principio que los apócrifos más antiguos, como el Evangelio de Tomás, puedan contener algún dato transmitido oralmente que no quedó registrado en el Nuevo Testamento. Pero, en la práctica, los datos atendibles que contienen los apócrifos acerca de las palabras y los hechos de Jesús son precisamente los que dependen del Nuevo Testamento; el resto es obra del autor o de la escuela a la que perteneció. De este modo, los apócrifos, en líneas generales, están conformados por datos extraídos de los Evangelios canónicos mezclados a las especulaciones o creaciones del autor del texto.

Algunos ejemplos de literatura apócrifa34

a. Apócrifos de origen popular

El Evangelio Árabe de la Infancia ¿siglo V?

Cuando Jesús tenía tres años de edad, había, en aquel país, una mujer, cuyo hijo, llamado Judas, estaba poseído del demonio. Y cada vez que éste lo asaltaba, Judas mordía a cuantos se acercaban a él, y si no encontraba a nadie a su alcance, se mordía las manos y los demás miembros de su cuerpo. Cuando la madre de este desventurado supo que Jesús había curado muchos enfermos, llevó su hijo a María. Pero, en aquel momento, Jesús no estaba en casa, por haber salido, a jugar. Y, así que estuvieron en la calle, se sentaron todos, y Jesús con ellos. Judas, el poseído, sobrevino, y se sentó a la derecha de Nuestro Señor. Su obsesión lo invadió de nuevo, y quiso morder a Jesús. No pudo, pero lo golpeó en el costado derecho. Jesús se puso a llorar, y, en el mismo instante y ante los ojos de varios testigos, el demonio que obsesionaba a Judas lo abandonó bajo la forma de un perro rabioso. Y aquel muchacho que pegó a Jesús, y de quien salió el demonio, era el discípulo llamado Judas Iscariotes, el que entregó a Nuestro Señor a los tormentos de los judíos. Y el costado en que Judas lo golpeó fue el mismo que los judíos atravesaron con una lanza (XXXV,1-2).

Un día, cuando Jesús había cumplido los siete años, jugaba con sus pequeños amigos, es decir, con niños de su edad. Y se entretenían todos en el barro, haciendo con él figurillas, que representaban pájaros, asnos, caballos, bueyes, y otros animales. Y cada uno de ellos se mostraba orgulloso de su habilidad, y elogiaba su obra, diciendo: Mi figurilla es mejor que la vuestra. Mas Jesús les dijo: Mis figurillas marcharán, si yo se lo ordeno. Y sus pequeños camaradas le dijeron: ¿Eres quizá el hijo del Creador? 2. Y Jesús mandó a sus figurillas marchar, y en seguida se pusieron a dar saltos. Después, las llamó, y volvieron. Y había hecho figurillas que representaban gorriones. Y les ordenó volar, y volaron, y posarse, y se posaron en sus manos. Y les dio de comer, y comieron, y de beber, y bebieron. Y, ante unos jumentos que hiciera, puso paja, cebada y agua. Y ellos comieron y bebieron. Los niños fueron a contar a sus padres todo lo que había hecho Jesús. Y sus padres les prohibieron para en adelante jugar con el hijo de María, diciéndoles que era un mago, y que convenía guardarse de él (XXXVI,1).

Naturalmente, un texto como el Evangelio Árabe de la Infancia nos presta el servicio de darnos a conocer la piedad popular de un particular grupo de cristianos del siglo V, pero en nada contribuye para el conocimiento histórico de Jesús de Nazaret.

b. Apócrifos de origen gnóstico

Evangelio de Felipe, probablemente, del siglo II

Jesús los llevó a todos a escondidas, pues no se manifestó como era (de verdad), sino de manera que pudiera ser visto. Así se apareció [...] a los grandes como grande, a los pequeños como pequeño, a los ángeles como ángel y a los hombres como hombre. Por ello su Logos se mantuvo oculto a todos. Algunos le vieron y creyeron que se veían a sí mismos; mas cuando se manifestó gloriosamente a sus discípulos sobre la montaña, no era pequeño: se había hecho grande, e hizo grandes a sus discípulos para que estuvieran en condiciones de verle grande (a Él mismo). Y dijo aquel día en la acción de gracias: ‘Tú que has unido al perfecto a la luz con el Espíritu Santo, une también a los ángeles con nosotros, con las imágenes’ (pp. 57-58).