Un pueblo en tiempo de misión

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En febrero de 1953 y por iniciativa entusiasta del misionero Oates se llevó a cabo un campamento para jóvenes en una playa cercana a Mala, al sur de Lima. Se encontró un lugar favorable al pie de un peñón, se plantaron carpas que sirvieran como dormitorio, se improvisaron letrinas, y un tinglado que sirviera como techo para cocina y comedor. El programa incluía deportes y entretenimientos, música, tiempo de descanso, y mensajes y exposiciones bíblicas. Aquel primer campamento fue para mí una novedad que disfruté mucho, y que nunca antes había tenido en mi experiencia evangélica. La posibilidad de varios días de convivencia fraternal con los pastores y predicadores, de tiempo de culto, enseñanza, reflexión, descanso y recreación en un ambiente distendido, fue una vivencia que en mi caso tuvo un impacto permanente. Varios de los primeros pastores bautistas peruanos, como Jacobo Padilla, Julio Villar, David Trigoso y Fernando Cárdenas recibieron su llamado al ministerio en un campamento. A lo largo de décadas de mi propio ministerio en iglesias y organizaciones, los campamentos han jugado un papel importante y decisivo, especialmente en programas de capacitación. La playa de Mala en que realizamos estos primeros campamentos, y el área circundante, fue utilizada más adelante por la Unión Bíblica del Perú que llegó a construir en ella su campamento de Kawai.

En 1954 la Misión Bautista hizo una gran inversión para iniciar obra estudiantil bautista. Oates invitó a la joven Annelu Bagby, hija de una conocida familia misionera bautista del Brasil, para trabajar en la oficina de la misión y en el proyecto de formar un centro estudiantil bautista. Los universitarios Oscar Ríos, Javier del Águila y quien escribe estas páginas, de la Iglesia Ebenezer de Miraflores, trabajamos activamente y se formó el Círculo Estudiantil Bautista. Éste se reunía en un salón de la oficina de la Misión en la calle Antonio Miró Quesada del centro de Lima, al cual se dotó de mesa de ping pong, juegos, y facilidades para preparar café y refrescos. En este local, distante unas cinco cuadras del edificio central de la Universidad de San Marcos, se llegó a congregar hasta treinta universitarios, en algunas reuniones. Por política interna de la misión, ésta decidió abandonar el proyecto a comienzos de 1955, sin darnos a los participantes ninguna explicación. Annelu Bagby regresó a los Estados Unidos, y así los universitarios nos quedamos sin local, sin ayuda secretarial y sin ganas de seguir adelante.

Un tanto decepcionado de los altibajos de la política misionera, pasé a participar activamente en un proyecto auto-sostenido y animado por Ruth Siemens, educadora estadounidense que trabajaba en el Colegio Roosevelt de San Isidro. Nos reuníamos en casas de misioneros o profesionales amigos, y los universitarios evangélicos contribuíamos con nuestro tiempo, entusiasmo y escaso dinero. Fue el comienzo del Círculo Bíblico Universitario, que era interdenominacional y permitió conocerse entre sí a colegas estudiantes bautistas, de la iep, metodistas, presbiterianos y pentecostales. En este círculo aprendí yo la disciplina de una lectura diaria y regular de la Biblia y la oración como soporte del discipulado cristiano. Se consiguió tener un impacto en la Universidad y con el paso del tiempo nació la Asociación de Grupos Evangélicos Universitarios en el Perú (ageup) que en el año 2013 celebró 50 años de organizada.

Los misioneros no miraban con buenos ojos mi participación como miembro en esfuerzos de tipo interdenominacional y pensaban que era importante proteger la identidad bautista con una actitud separatista. Mi participación en el Congreso Juvenil antes mencionado de Río, mis lecturas, y el hecho de haber crecido en un ambiente denominacional distinto me dieron la convicción de que un denominacionalismo estrecho como ése de los misioneros no cabía en países donde los evangélicos somos minoría, y en ambientes como la universidad, mucho más críticos de las divisiones entre los evangélicos. Desde entonces he mantenido mi identidad bautista siempre como miembros de una iglesia bautista y me he vinculado de diferentes maneras a la Alianza Mundial Bautista. Al mismo tiempo he trabajado en ámbitos interdenominacionales como la Fraternidad Teológica Latinoamericana, el Movimiento de Lausana, las Sociedades Bíblicas Unidas y la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos.

La estrategia misionera bautista

Tanto Jaime Dávila como el autor de estas líneas nos preocupamos en entender la doctrina y la práctica bautista. Por nuestra experiencia previa en otras iglesias nos interesamos también en comprender la estrategia misionera que se habían propuesto los misioneros que iniciaron la obra. De exposiciones ofrecidas por Oates y Gamarra, y extensas conversaciones con ellos, llegamos a la convicción de que esos pioneros tenían una estrategia misionera clara. Hasta donde pudimos percibirla los creyentes que entonces éramos jóvenes, los elementos claves de esa estrategia podían resumirse en cinco puntos.

a) Realizar trabajo evangelizador entre las clases media y alta, que parecía ser una meta que otras denominaciones no habían alcanzado en el Perú. Por ello se escogió el distrito de Miraflores para empezar, y se procuró formar un equipo con elementos capaces y destacados como el pastor Gamarra y su esposa. El misionero David Oates se hizo socio del club de tennis “Las Terrazas” y aprovechó su experiencia en ese deporte, en el cual había destacado en la universidad de Baylor, para relacionarse con jóvenes de clase acomodada de Miraflores. Pero salvo visitas breves y esporádicas de algunos miraflorinos, la mayoría de las personas que llegaron y se quedaron en la iglesia provenían de barrios pobres como Surquillo y Santa Cruz. Una vez más se veía que la clase alta de Lima no estaba todavía abierta al Evangelio en esa forma.

b) Trabajar en forma creativa entre la juventud. Como se ha señalado los Bautistas organizaron el primer campamento evangélico para jóvenes en el país que se realizó en una playa de Mala y que luego habría de ser imitado por otras iglesias y denominaciones. Por otra parte especialmente el misionero Oates fomentaba el deporte y la participación de los jóvenes bautistas en campeonatos evangélicos. En cuanto a obra estudiantil, yo llegué a la conclusión de que un acercamiento contextual e interdenominacional era más adecuado que el denominacional.

c) Elevar el status económico y social de los pastores, empezando con ayuda foránea para dar salario adecuado y decente. La meta era que las iglesias alcanzasen auto-sostén con esos principios y una enseñanza intensiva y práctica de mayordomía. También en ese sentido se pensó proveer educación teológica de calidad, por la convicción de que quienes cumplían funciones pastorales y docentes en las iglesias necesitaban preparase adecuadamente para ello. En una etapa inicial se animó a algunos jóvenes a prepararse fuera del país y se les apoyó económicamente para ello. En 1959 empezó el Instituto Teológico Bautista en Lima con nueve estudiantes. Creo que los Bautistas también contribuyeron a crear conciencia en este sentido en el Perú. En cambio la cuestión de los salarios pastorales llegó a ser una de las materias contenciosas cuando llegó una crisis.

d) Construir lugares adecuados de culto y pagar lo necesario para ello. El programa se aplicó de inmediato y en menos de cinco años ya había un bonito y funcional templo en Miraflores y se había invertido en propiedades para otros. Pero la propiedad legal del edificio que se compró en la Av. Paseo Colón en Lima resultó ser uno de los orígenes de la crisis de 1956.

e) Alcanzar a otras ciudades del país siguiendo un orden de importancia y estimulando el trabajo laico para esa extensión. En este sentido hubo resultados positivos por los misioneros que se desplazaron a vivir en diferentes lugares y la participación entusiasta de creyentes peruanos, que consiguieron atraer nuevos creyentes y a veces iglesias independientes que se unieron a la obra bautista. Es difícil determinar hasta dónde en la estrategia de ese momento los primeros misioneros trataron de entender la situación nacional y procuraron aprender de la existencia de otras denominaciones y sus metodologías de trabajo. Quien escribe esto tiene la impresión de que el pionero Oates no prestó mucha atención a ese aspecto. Pero en la etapa bautista inicial una generación de líderes jóvenes de otras iglesias como presbiterianos (especialmente las familias Ríos y Rojas de Rioja y Moyobamba), nazarenos (especialmente las familias Arana y Bullón de Chiclayo y Monsefú), e Iglesia Evangélica Peruana (especialmente las familias Trigoso y Escobar, de Lima y Arequipa), se sintieron atraídos por diferentes aspectos de la estrategia bautista, y con el tiempo adoptaron los principios bautistas de manera consciente.

La tesis histórica de Gary Crowell sostiene que la primera generación de misioneros veían su obra como el establecimiento de “Iglesias Bautistas del Sur en el Perú”.6 Los Bautistas del Sur son una denominación con fuerte identidad regional en los Estados Unidos. Algunas de sus características, como el apoyo y defensa de la segregación racial, reflejan actitudes y valores propios de la cultura y la mentalidad de los estados sureños de ese país, que no representan ni la enseñanza bíblica ni la herencia teológica bautista. La obra misionera a largo plazo tendría que buscar el surgimiento y crecimiento de “Iglesias Bautistas Peruanas” con su propia identidad bíblica, teológica y cultural. Lleva tiempo, experiencias y crecimiento espiritual darse cuenta de esta realidad y sólo los misioneros maduros llegan a tomar conciencia de ese hecho. Crowell señala también que los primeros misioneros querían que sus iglesias crecieran por la evangelización y no simplemente atrayendo personas de otras iglesias evangélicas.7

 

Balance inicial a fines de 1955

Con datos tomados de actas de la Misión, Gary Crowell ofrece un balance de lo alcanzado a fines de 1955. Después de cinco años de trabajo había cinco iglesias dirigidas por pastores peruanos o latinoamericanos y misioneros, con un total de 198 miembros, quince escuelas dominicales con cerca de mil alumnos, tres escuelas primarias con 178 alumnos. Había también organizaciones juveniles y femeniles en las iglesias con un programa formativo aceptado con entusiasmo, y las iglesias de Lima, Trujillo y Arequipa tenían anexos como expresión de una vocación evangelizadora y misionera.8 Los simples datos numéricos no alcanzan a comunicar la riqueza de la experiencia fraternal y espiritual que muchos de los participantes vivimos en aquellos años iniciales.

Así el notable crecimiento de los Bautistas del Sur en sus primeros cinco años de presencia en el Perú fue resultado de una intensa inversión de recursos económicos por parte de la Misión para proveer pastores de experiencia y buenos predicadores y evangelistas de habla castellana, varios de ellos extranjeros; templos y locales de culto dignos y bien ubicados; campamentos para jóvenes y niños; escuelas primarias junto a algunas de las iglesias. Pero también la estrategia misionera consiguió movilizar a los creyentes que se iban uniendo para que participaran en la evangelización casa por casa, de manera que las iglesias tenían un espíritu misionero y evangelizador. Los nuevos creyentes eran personas recién convertidas, que seguían un plan de discipulado cuidadoso y metódico.

Es importante recalcar que los misioneros Oates y Harris y los pastores Gamarra y Agüero enseñaron con el ejemplo, y no como simple teoría, la importancia de la visitación casa por casa y el reparto de material evangelístico e invitaciones a los servicios de las iglesias. También enseñaron la importancia de la oración como preparación tanto en la vida de hogar como en la de la iglesia. Creo firmemente que si hubo fruto en aquellos primeros años era porque el Espíritu de Dios respondía a nuestras oraciones y nos daba ánimo y fuerzas para “salir a la calle” con el mensaje del Evangelio. Recuerdo cuando inauguramos el primer templo de la Iglesia Ebenezer de Miraflores que tuvimos una vigilia de oración hasta medianoche en la cual el Espíritu del Señor nos tocó y hubo consagraciones, reconciliaciones y pedidos de perdón. Éramos pastoreados por personas que con su propia vida modelaban lo que nos enseñaban y nos estimulaban a la imitación.

Precisamente por este espíritu evangelizador de las iglesias y por su obra pastoral, personas de otras denominaciones se unieron en los primeros años. El cubano Luis Manuel Agüero y su esposa Julia hicieron una contribución excelente en el campo de la educación cristiana, las organizaciones juveniles y la tarea de pastorear. El pastor Alejandro Tuesta era un predicador excelente en la exposición bíblica, habilidad que traía de su pasado presbiteriano. Así las primeras tres iglesias: Miraflores, Lima y Lince tuvieron una presencia pastoral constante y eficaz. Ese florecimiento de los primeros cinco años no fue sólo cuestión de recursos económicos de la misión, fue también la presencia de misioneros y pastores preparados, que en general sabían tratar a los peruanos con respeto, aprecio y visión y que por ello conseguían discipular y movilizar a las iglesias.

Aquí cabe señalar que en estos primeros años de la obra bautista, y especialmente con la primera generación de misioneros y pastores, Oates, Harris, Gamarra y Agüero, ellos y sus esposas abrían sus hogares para visitas, comidas o juegos con jóvenes peruanos. Esto daba oportunidad para largas conversaciones en las cuales también compartían su conocimiento de la fe, y ofrecían consejo pastoral, lo cual fue algo decisivo en la etapa inicial de la obra. Fue algo que lamentablemente varios de los misioneros que llegaron después no cultivaron y que se perdió cuando empezaron los conflictos y las actitudes se endurecieron. En el estudio de la misión cristiana hoy en día se considera que la hospitalidad ha sido un elemento clave del avance misionero desde la época del Nuevo Testamento en el libro de Hechos.

Aunque en este momento de la historia de los bautistas en el Perú no había todavía un organismo representativo de todas las iglesias, habían reuniones unidas en ocasiones especiales y se experimentaba algo del sentir de que ya había un “pueblo bautista” en el Perú y que estaba creciendo a pesar de los altibajos. Recuerdo en especial las grandes campañas de evangelización con el pastor argentino Rodolfo Zambrano y el pastor cubano Dr. Luis Manuel González Peña.

Ambos modelaban un estilo de predicación de contenido bíblico profundo y al mismo tiempo de comunicación contextual adecuada. A González Peña lo llevamos a dar conferencias en la Universidad de San Marcos, seguidas de debates preguntas y respuestas. Varios universitarios llegaron así a una fe personal en Cristo y en otros casos la fe vacilante de algunos y algunas fue fortalecida para un testimonio más abierto en las aulas y llegaron a ser activos en el Círculo Bíblico Universitario.

Tiempo de crisis

El año 1956 puede describirse como el año de la crisis para los Bautistas del Perú. Como ha sucedido siempre en la historia, desde la crisis de la primera iglesia cristiana en Jerusalén (Hch 6.1–7), la crisis surge de diferencias de actitud y práctica en relación con la infraestructura material de terrenos, edificios, sueldos y recursos económicos que son necesarios para llevar adelante la tarea apostólica de evangelización y plantación de iglesias. La crisis de los Bautistas en el año 1956 en el Perú tuvo que ver precisamente con cuestiones relativas a esa infraestructura material indispensable para la misión. Al dar cuenta de esta etapa de mi peregrinaje dependo de mis propias notas en mis diarios de esos meses y de mi memoria de aquellos eventos. He tenido también conversaciones con los pastores Herbert García y Jacob Padilla La tesis de Gary Crowell ofrece una valiosa información respecto a fechas y hechos, tomada de los propios archivos y la correspondencia interna de la Misión. El Pastor Herbert García ha escrito un manuscrito autobiográfico de 23 páginas titulado Material biográfico, que amablemente ha puesto a mi disposición.

En el Perú de esa época no había completa libertad religiosa ni estatuto jurídico claro para las iglesias que iban surgiendo. En cambio la Misión Bautista como tal tuvo que buscar personería jurídica que le permitiese manejar recursos económicos, sostener a pastores, comprar terrenos destinados a templos o administrar escuelas y centros de enseñanza. De esta manera lo que los bautistas peruanos llamaríamos “apoyo misionero a obreros”, para la Misión ante las autoridades peruanas pasó a ser “sueldo de sus empleados”. De manera sutil las relaciones fraternales entre misioneros y obreros nacionales iban a transformarse en relaciones laborales entre asalariados y sus patrones.

En marzo de 1953 Oates consiguió el apoyo de la Junta Bautista de Misiones de Richmond para comprar un terreno destinado a la construcción de un templo para la Iglesia Bautista Ebenezer de Miraflores en la Avenida Coronel Inclán 799. Mientras se completaba la construcción del templo la iglesia plantó una carpa y realizó campañas de evangelización. No fue fácil conseguir licencia de la Municipalidad para la construcción y le tomó mucha persistencia y diplomacia a Oates. Por fin en junio de 1954 se inauguró el nuevo templo de la Iglesia Ebenezer en Miraflores, en medio del regocijo de los bautistas de la capital. También la misión adquirió una casa para vivienda de misioneros en la calle Enrique Meiggs 215 de Miraflores, donde pasó a vivir la familia Oates, y más adelante otras familias, convirtiéndose posteriormente en casa de huéspedes de la misión. En junio de 1954 se consiguieron los fondos para adquisición de terreno y edificación de un campamento en Santa Eulalia, a 48 kilómetros de Lima por la carretera Central.

Hacia fines de 1955 la Misión elaboró un plan financiero para ser presentado a las iglesias. Hasta ese momento el salario y los beneficios de los pastores Gamarra, Tuesta y Agüero se había pagado directamente a cada uno de ellos. El nuevo plan de la Misión proponía que el monto de esos salarios se entregara a cada iglesia para que ésta a su vez los pagara a los interesados. La idea era además reducir cada año un 10% de la ayuda misionera para que esa cantidad fuese cubierta por las iglesias que de esa manera pasarían a ser auto-sostenidas en el término de diez años. El plan suponía que cada iglesia tuviera una comisión de finanzas y presentara anualmente un presupuesto a la Misión incluyendo todos sus gastos. Hasta ese momento las iglesias habían recibido instrucción acerca de la mayordomía y los creyentes ofrendaban regularmente y con una actitud adecuada. Sin embargo, el plan de la Misión no era realista. Por diversas razones los pastores se opusieron al plan. Un elemento importante del plan era también que las iglesias que usaban propiedades de la Misión tenían que mantener su identidad bautista y ser aprobadas por la Misión en sus metodologías y formas de trabajo misionero.

La Misión había comprado una propiedad en Lima en Paseo Colón 209 con el plan de edificar un templo para la Primera Iglesia Bautista. Se trataba de una antigua residencia de lujo en un lugar estratégico, en una calle prestigiosa, a poca distancia del lugar de reunión de la iglesia en Av. Wilson. La Misión y la Primera Iglesia decidieron que mientras se esperaba la construcción del nuevo local la casa podría usarse como un Hogar para Estudiantes, y allí llegaron a vivir más de una docena de universitarios. Tuve la bendición de disfrutar de un cuarto compartido en ese lugar durante varios meses.

El Pastor Antonio Gamarra tenía la convicción de que ese local pertenecía a la Primera Iglesia Bautista y no a la Misión. La idea era que los donantes habían ofrendado para la iglesia, pero la iglesia en ese momento no tenía personería jurídica para poseer y administrar propiedades. Sin embargo, guiados por Gamarra los miembros de la Primera Iglesia dejaron su local de la Av. Wilson y ocuparon la propiedad de Paseo Colón 209. Esto dio lugar a una confrontación que se fue agravando porque los misioneros reaccionaban siguiendo el consejo de un abogado de apellido Ribeyro, para establecer su derecho a la propiedad puesto en cuestión por Gamarra. El 4 de noviembre de 1956 el pastor Antonio Gamarra tuvo que renunciar a sus funciones pastorales. La Misión lo había obligado a escoger entre renunciar o ser despedido y le pidió abandonar el Perú. Gamarra llevó varios asuntos a los tribunales enjuiciando a la Misión. Los bautistas de las iglesias de Miraflores y Lince veíamos con tristeza el rápido deterioro de las relaciones. Me consta que el pastor Agüero aconsejó a Gamarra no seguir con las acciones legales y yo mismo dialogué con el matrimonio Gamarra en ese sentido, pero ellos siguieron con las acciones legales. Ante la presión de la Misión a Gamarra para que abandonase el país, los pastores Agüero y Tuesta se solidarizaron con él, si bien reconocían que su actitud de enjuiciar a la Misión no había sido un paso adecuado. Gamarra viajó de vuelta a la Argentina. La renuncia y partida del matrimonio Gamarra fue un duro golpe para los miembros de la Primera Iglesia.

En medio de esta tensa confrontación los misioneros Randall y Dorothy Sledge llegaron a Lima el 14 de abril de 1956. En octubre llegó el matrimonio de Roy y Marta Chamlee y en diciembre llegaron Bryan y Vickey Brasington. Todos ellos se vieron involucrados en la confrontación y adoptaron la postura confrontativa de la Misión, desconociendo la calidad de relaciones de los primeros años. Lamentablemente la confrontación entre Gamarra y la Misión empezó a envenenar también las opiniones y actitudes de creyentes de las otras iglesias polarizándolos a favor o en contra de los misioneros. La Misión adoptó una actitud de sospecha y desconfianza y empezó a presionar a los pastores Agüero y Tuesta. Para mí personalmente, por entonces un joven de 21 años, fue una triste experiencia ver a personas mayores, pastores y misioneros a quienes había llegado a apreciar mucho, enfrentarse como enemigos recurriendo a argucias legales en vez del diálogo fraternal. La actitud personal y la forma de relacionarse del misionero Robert Harris y su esposa fueron ejemplos de caridad cristiana, respeto y consideración en esta etapa tormentosa y dejaron profunda huella en mi memoria.

 

Los años de militancia bautista y evangélica me han enseñado que el diálogo sincero y oportuno, basado en el aprecio fraternal del otro nos ayuda siempre cuando surgen diferencias de opinión. Es frecuente caer en la tentación de adoptar confrontaciones y enfrentamientos como única forma de resolver diferencias o planificar acciones comunes, y resulta siempre un escándalo para los de fuera y una desmoralización para los de adentro. Las epístolas de Pablo, Pedro y Juan insisten repetidamente en el amor y el aprecio fraterno como marca decisiva de la identidad cristiana. Y también insisten en que nos perdonemos los unos a los otros. El saber reconocer nuestros errores y tener paciencia con los de los demás es una de las marcas importantes de la madurez en Cristo.

En noviembre de 1956 el pastor Luis Manuel Agüero renunció a su trabajo con la Misión y en enero de 1957 regresó a su Cuba natal en medio de la tristeza de la congregación que había llegado a encariñarse con él y su familia. Agüero había sido mi pastor durante dos años y yo había colaborado intensamente con él en la predicación y educación cristiana. Desarrollamos una profunda amistad y yo fui testigo de la agonía que fue para él y su esposa ser tratado por la Misión como un simple empleado, y amenazado. Al término de mis estudios universitarios yo había decidido entrar al ministerio cristiano y manifesté interés en ir a estudiar en el Seminario Teológico Bautista de Cuba, donde Agüero había estudiado, y cuyo programa de educación cristiana me parecía atractivo. La Misión que estaba ayudando a estudiantes en el Seminario Bautista de Buenos Aires se negó a darme ayuda para estudiar en Cuba y nunca ningún misionero me dio una explicación de las razones de esta negativa.

La crisis afectó también a los bautistas peruanos que habían salido del país para su formación teológica y ministerial. En 1955 Julio Villar había viajado a Buenos Aires para estudiar en el Seminario Internacional Teológico Bautista. En febrero de 1956 tres jóvenes peruanos Fernando Cárdenas, Herbert García y Jacob Padilla viajaron juntos hacia Buenos Aires a fin de estudiar también en dicho Seminario. La Misión se había comprometido a pagarles el viaje y luego sostenerlos durante sus estudios, ayudándoles también a regresar al Perú en los veranos para realizar práctica ministerial en iglesias peruanas. El primer año transcurrió conforme a lo planeado y en 1957 Jacob Padilla se casó y viajó luego al Seminario con su esposa Ruth Escobar. Sin embargo, el pastor Herbert García recuerda en sus notas autobiográficas: “Antes de finalizar el primer semestre del segundo año (1957) tuve la sorpresa, junto con mis compañeros peruanos, de no recibir más el apoyo económico de la misión, debido a conflictos que surgieron entre los pastores y misioneros en Perú”.9 Los únicos que continuaron recibiendo ayuda de la Misión fueron Jacob Padilla y su esposa. No hubo ninguna explicación sobre la medida tomada por la Misión pero aparentemente la Misión sospechaba que los estudiantes en Argentina se habrían solidarizado con Gamarra. Así los estudiantes pasaron a depender de la compasión y generosidad de personas e iglesias argentinas.

Conversando con algunos hermanos de la primera generación de pastores peruanos, destacan que fue importante que al volver de sus estudios pasaron a ser copastores con los pastores y misioneros activos. Esa tarea de ser parte de un equipo y de tener comunión y amistad con sus compañeros de ministerio tuvo sin duda un gran valor formativo, que es el tipo de aptitud que no se aprende en libros sino en la práctica.

Comienzos de reconstrucción

En diciembre de 1956 llegaron al Perú los misioneros Bryan y Vickey Brasington, y en marzo de 1957 llegaron Lowell Ledford y su esposa Shirley, asumiendo él como pastor de la Iglesia Ebenezer de Miraflores en julio. En mayo de 1957 llegaron los misioneros Charles y Martha Bryan, quienes fueron aceptados como miembros de la Primera Iglesia en julio del mismo año. Poco después en setiembre, Bryan asumió el pastorado de la Primera Iglesia. La calidad espiritual y los dones pastorales de Ledford y Bryan se pusieron en evidencia en sus esfuerzos para dirigir a las mencionadas iglesias hacia un estado de ánimo conciliador, tratando de superar las confrontaciones de los meses críticos. Bryan guió a la Primera Iglesia en la decisión de volver a reunirse en la Av. Wilson y desocupar la propiedad de Paseo Colón en octubre de 1957. La Misión estableció sus oficinas en esta propiedad como forma de asegurarse el derecho a poseerla y usarla

En el caso de la Primera Iglesia Bautista la tarea de cicatrización de las heridas y vuelta a una comunión fraterna por encima de diferencias y sospechas la realizó con gran acierto el misionero Charles Bryan. En uno de los informes de Bryan fechado el 31 de julio de 1958, él escribía: “Hay ahora una nueva Primera Iglesia Bautista purificada, en un nuevo local y unida con la Misión en espíritu y propósito”. Por mi parte con la Iglesia Ebenezer de Miraflores disfrutamos de la pastoral paciente y sin aspavientos del misionero Lowell Ledford. A comienzos de 1957 yo había conseguido puestos como profesor en los colegios Nuestra Señora de Guadalupe y San Andrés, y en la Academia Brown en el centro de Lima. Así pudimos avanzar en nuestro noviazgo con Lilly Artola a quien había conocido en la iglesia, y quien llegó a ser la compañera de mi vida. Nos casamos el 1ro. de marzo de 1958 y bendijo nuestra unión el hermano Lowell Ledford, buen amigo y pastor.

La Misión se había propuesto como meta que la educación teológica inicial de los pastores bautistas peruanos se llegara a ofrecer en el mismo Perú y el misionero Sledge fue quien diseñó y llevó adelante el proyecto de un Instituto Teológico Bautista. Por fin el 7 de abril de 1959 se abrió el Instituto, ubicado inicialmente en la propiedad de Paseo Colón 209, donde estaban las oficinas de la Misión. No sólo las clases se ofrecerían en ese lugar sino que también el local serviría de vivienda para los estudiantes. De los nueve estudiantes con que empezó el Instituto cinco eran de la Iglesia Bautista Ebenezer de Miraflores.

Mi recorrido ministerial por el mundo

A fines de 1958 fui invitado por la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos a ser un asesor viajero de los grupos bíblicos estudiantiles que estaban surgiendo en varios países latinoamericanos. Mi tarea era conocer a chicos y chicas universitarios evangélicos, animarlos a formar grupos de estudio bíblico en sus universidades, contribuir a su formación bíblica y evangelizadora y yo mismo ofrecer presentaciones públicas del Evangelio en las universidades donde fuese posible. Acepté y empecé realizando mi labor en Perú, Ecuador y Colombia.

Permanecimos durante veintiséis años en el ministerio estudiantil. Doy gracias a Dios por tres cosas que aprendí en esos años. En primer lugar cómo ejercer una función de liderazgo sin caer en el típico caudillismo peruano con su personalismo egocéntrico. En segundo lugar el estudio apasionado y siempre renovado de la Palabra de Dios llegando a sentir la Palabra como algo “más dulce que la miel”, como dice el salmista. En tercer lugar el contacto con la buena erudición evangélica que empezó a florecer en la década de 1960: F. F. Bruce, John Stott, Bernard Ramm, James Packer y los que fueron surgiendo después en el movimiento Inter-Varsity. Estos tres regalos del Señor son algo que he procurado comunicar siempre en mi ministerio.

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