Añorantes de un país que no existía

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PRESENTACIÓN

Entre España y México

La memoria contiene detalles precisos, no el panorama completo; no resalta, si se quiere, todo el espectáculo. […] Más que nada, la memoria se parece a una biblioteca sin orden alfabético y sin obras completas de nadie.

Joseph Brodsky, Menos que uno, 1986.

«Añorantes de un país que no existía» –verso de un poema de Antonio Deltoro, dedicado a sus padres– traza un apunte biográfico de Ana Martínez Iborra (1908-2002) y de Antonio Deltoro Fabuel (1906-1987). Fueron dos universitarios valencianos, estudiantes de Derecho y Filosofía y Letras en el tránsito de la dictadura de Primo de Rivera a la República, que trenzaron sus vidas muy jóvenes, en torno a 1931. Miembros de la FUE, la Federación Universitaria Escolar, por un largo tiempo militaron en el Partido Comunista. Deltoro colaboró en la revista Nueva Cultura y en la Dirección General de Bellas Artes –llamado por su amigo Josep Renau– en los dos primeros años de la Guerra Civil. Profesores de enseñanza media de literatura y de geografía e historia, el exilio los llevó a Francia, a República Dominicana y, en 1941, a México. Allí fallecieron.1

La exhortación moral de Manuel Azaña en su discurso de Barcelona, en julio de 1938 –el último de la guerra y el último, también, de su vida–, no fue escuchada por los vencedores. No hubo paz, piedad ni perdón.2 La derrota de la República obligó a miles de españoles a cruzar la frontera francesa a comienzos de 1939. La mayoría regresó unos meses después, pero 150.000 personas emprendieron el camino del destierro, un camino que no todos los vencidos pudieron seguir. Confiados en que la derrota del Eje los llevaría de vuelta a España, fueron muchos los que creyeron que el exilio no iba a resultar demasiado prolongado, pero en torno a 1946 esa esperanza se vio frustrada. El inicio de la Guerra Fría dio aliento al régimen del general Franco y alejó el horizonte de una restauración democrática en España. Los refugiados tuvieron que hacer frente a un destierro que se vislumbraba definitivo o, cuando menos, prolongado. Muchos lograron –con variada fortuna y a menudo con una agazapada melancolía– crearse unas renovadas vidas afectivas y profesionales. Fue un proceso complejo en el que hubo rasgos comunes, pero sobre todo múltiples variantes personales. La diáspora republicana se resiste al molde único. Fue heterogénea. Bien puede decirse que hubo tantos exilios como exiliados.3

No todos los desterrados vivieron atrapados en el anhelo del retorno, una historia que también ofrece perfiles variados y en la que alguna influencia ejerció la censura moral de la diáspora, la condena de la vuelta como claudicación política ante la dictadura franquista. Hubo, por lo demás, diversas temporalidades. Algunos regresaron a finales de los años cuarenta, otros en el crepúsculo del franquismo, ya prescritos los delitos de la Guerra Civil, o en los inicios de la Transición, pero la mayoría de los desterrados no regresó a España. En el ámbito de las letras o de la Universidad –como recuerda Mariano Peset en el prólogo de este libro–, hubo algunas excepciones, por lo común tardías y nunca exentas de dificultades.4

El esfuerzo de adaptación a la sociedad de acogida resultó más esperanzado para quienes habían comenzado el exilio con unos treinta años de edad, aquellos que pertenecían a lo que Vicente Llorens llamó «generaciones intermedias», en las que figuraba él mismo, nacido en 1906. La observación, escrita a casi treinta años de iniciada la diáspora, estaba referida sobre todo a los escritores, pero lograba un alcance mayor. Esas generaciones, escribe Llorens –primer historiador de los exilios españoles contemporáneos– «deseosas o necesitadas de abrirse camino han sido en conjunto las más afirmativas».5 A esa generación pertenecían Antonio Deltoro y Ana Martínez Iborra, para quienes México pronto dejó de ser un paréntesis y se convirtió en el escenario de una nueva vida. Lo recuerda la estrofa del verso que inicia este escrito: «En México mis padres se sintieron a salvo, exiliados y añorantes de un país que no existía, casi perdido del todo, pero al lado de un parque, con sus hijos jugando sin hambres ni guerras. Después nos decían que sus años más felices fueron nuestros años más tiernos».6

El término oficial del exilio, la cancelación de las relaciones diplomáticas entre México y el Gobierno republicano, y el reconocimiento de la nueva España democrática alentaron unos primeros balances historiográficos y políticos, estimularon el memorialismo y propiciaron un mayor recurso a las historias de vida como fuente documental. Un método de investigación que matizaba el predominio de los relatos históricos carentes de protagonistas y fundados de modo exclusivo en el documento impreso. La historia oral había cobrado auge en la historiografía anglosajona desde mediados de los años sesenta, y no tardó en aplicarse –la edad de muchos protagonistas lo hacía posible– al estudio de la Guerra Civil. Valga la mención a Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, de Ronald Fraser, obra elaborada a partir de trescientas entrevistas realizadas en diferentes partes de España y que ofrece una impresionante historia oral de la contienda fratricida española.7 Pero tanto o más que a la guerra o al inicio de la represión franquista el recurso a las fuentes orales se aplicó de inmediato a dar cuenta de uno de sus desenlaces: el exilio. México fue una geografía privilegiada por cuanto reunía la densidad de la diáspora republicana con una tradición académica de registros sonoros interesados por la etnohistoria y por la Revolución mexicana. A comienzos de la década de los setenta el Instituto de Antropología e Historia de México creó el Archivo de la Palabra, un gran repositorio de fuentes orales que en 1979 incorporó el exilio republicano español.8

Los libros de Patricia Fagen –que realizó su trabajo de campo en 1966 y 1967– y de Ascensión H. de León-Portilla sobre los transterrados en México, publicados en 1973 y 1978, ya habían representado unos primeros logros.9 En ese último año, Francisca Perujo, integrante de la segunda generación del exilio –la de quienes habían llegado a México en su infancia–, proyectó una encuesta análoga. A ese empeño pertenece una entrevista con Antonio Deltoro que la escritora no pudo concluir, y quedó interrumpida por una larga estancia profesional en Italia. El registro de la conversación –que ha permanecido inédita– concluye con el efímero tránsito por República Dominicana, y no alcanza a tratar los largos años del exilio mexicano. Ana Martínez Iborra, también amiga de Perujo, no debió de mostrarse demasiado interesada en participar. «Para qué hablar de todos estos desastres», sentenció en la que pudo ser una primera y única entrevista tardía, en 1995. Los desastres eran los de la Guerra Civil, que, en suma, constituían la razón primera y determinante de esas conversaciones. «De la guerra todo el mundo te va a contar lo mismo», le dijo Deltoro apenas iniciado su encuentro.10

Por entonces, a partir de 1979, Eugenia Meyer, especialista en historia y memoria y en la utilización de fuentes orales como método auxiliar de la investigación histórica, concibió y coordinó el proyecto «Refugiados españoles en México» para el Archivo de la Palabra del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). En lo esencial quedó concluido a inicios de los años noventa –ya bajo la dirección de Dolores Pla Brugat– y reunió 120 testimonios, recogidos en su mayoría en la ciudad de México por diferentes colaboradoras que, al igual que Perujo, pertenecían a la segunda generación del exilio. En ese programa participó Antonio Deltoro. Fue entrevistado en 1979 por la escritora y editora Matilde Mantecón de acuerdo con un cuestionario común estructurado en cuatro bloques –antecedentes biográficos, los años de la República, la Guerra Civil y el exilio–, lo que por momentos resta algo de viveza al relato.11 Por otro lado, la conversación con Perujo, amparada por la privacidad y no destinada a una institución pública, resulta más fluida y permite en mayor medida la observación cercana y desenvuelta. En ambos casos, las entrevistadoras no volvieron sobre sus preguntas, lo que hubiera propiciado un esfuerzo de rememoración por parte de Deltoro, haciendo posible respuestas más matizadas o de mayor calado documental; lo que sin duda se pretendía era, sobre todo, el recuerdo más espontáneo, aquel que sobreviene sin elaboración previa. Las entrevistas prestan mayor atención al periodo que media entre el declive de la dictadura primorriverista y la derrota republicana de 1939. Para Deltoro fueron años decisivos, años atesorados en la memoria y evocados de continuo en México:

Fui de la generación de la República. Y después de los enemigos de la República, bueno, no de la República en sí, sino de cómo era esa República. La guerra fue la culminación de todo ese proceso vital. […] Hay gente que ha seguido una línea recta, y yo he ido –le confiesa a Perujo citando a Baltasar Gracián– a brincos de conciertos y desconciertos, por el medio en que nací, por mi formación familiar, por mi evolución histórica.

 

He revisado la transcripción de la entrevista con Mantecón realizada por el INAH y he transcrito la de Perujo, que se editan por vez primera con el título: «Dos conversaciones con Antonio Deltoro Fabuel (1978-1979)». En razón de la temporalidad lineal que ambas mantienen, no he considerado necesario conservar las preguntas y he preferido que el lector se acerque a la narración de Deltoro de manera más inmediata. Para facilitar la lectura he creado nueve epígrafes cronológicos y temáticos que respetan el orden seguido por las entrevistadoras.12

He anotado las conversaciones por extenso. Ampliar la documentación y cruzarla con referencias bibliográficas diversas resulta necesario para contextualizar los acontecimientos y para vislumbrar los desajustes entre la verdad del recuerdo individual y la verdad documental o historiográfica. También me ha permitido precisar episodios de la vida política y cultural de la Valencia de los años treinta, como la exposición de José Gutiérrez Solana en la Sala Blava (1929) o la visita de Paul Vaillant-Couturier (1933) en apoyo de la recién creada Unión de Escritores y Artistas Proletarios (UEAP); así como perfilar con algún detalle su larga amistad con Renau, iniciada hacia 1930. La biografía de Antonio Deltoro y de Ana Martínez Iborra también ayudaron a construirla quienes aparecen en las notas, vestigios del fluido cruce de encuentros que crea todas nuestras vidas. Deltoro despliega un incesante elenco onomástico, entre su compañero de estudios en los jesuitas Ernesto Alonso Ferrer, el pintoresco anarquista Antonio Badal, Porro, o la enfermera comunista Águeda Serna, Mura, un encuentro breve, cuya mención arroja algo de luz sobre las biografías escondidas del exilio.13 «Parece ser que todo está ligado a la vida y la muerte en México de muchas personas», precisa al mencionar al escritor Paulino Masip, fallecido en 1963. El relato de Deltoro habla de una derrota, pero sobre todo evoca unas vidas que lograron reconstruirse en la diseminada diáspora que encontró en México una de las grandes geografías de acogida. Llegaron en torno a 20.000 españoles, en su mayoría trabajadores manuales, si bien quienes estaban vinculados a las letras y las artes, la actividad científica o la docencia –en torno a un 30 %– han sido objeto de un mayor número de estudios.14

A pesar de lo mucho que se ha escrito desde los años ochenta sobre la Valencia republicana y sobre el exilio en México, el conocimiento que tenemos de Deltoro y de Martínez Iborra es desigual y adolece de imprecisiones o errores documentales que este trabajo aspira a paliar. Puede servir de ejemplo una fotografía de abril de 1937 que muestra –de izquierda a derecha– a Manuel Altolaguirre, Antonio Deltoro, Ana Martínez Iborra, Juan Gil-Albert y Ramón Gaya. Una imagen tomada en Alicante, donde el grupo participaba en alguna actividad de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura. No siempre la acompaña el crédito correcto. En un reciente libro se confunde a Deltoro con Antonio Sánchez Barbudo y Martínez Iborra es silenciada con un escueto y resignado «dona no identificada».15


Manuel Altolaguirre, Antonio Deltoro, Ana Martínez Iborra, Juan Gil-Albert y Ramón Gaya, Alicante, 1937. Archivo Ana y Antonio Deltoro Martínez, México.

Antonio Deltoro es mencionado en los repertorios con una identidad algo esquiva –profesor, escritor, intelectual, ensayista o abogado– porque algo esquivo fue también su perfil profesional. Ha merecido atención historiográfica en razón de su actividad cultural en los años treinta y su vinculación a Renau.16 Por el contrario, a Martínez Iborra –siempre profesora, antes y después de la guerra– se la encuentra más tardíamente en los estudios sobre la enseñanza secundaria en España y en México. No obstante, ambas siguen siendo, en cierto modo, biografías un tanto veladas. Sus nombres los reunió por vez primera Vicente Llorens en Memorias de una emigración (Santo Domingo, 1939-1945), libro sobre el exilio en República Dominicana publicado en 1975. Los recordó a propósito de Ozama, una efímera revista ideada y dirigida por Deltoro, de cuyo primer consejo de redacción formaron parte Ana Martínez Iborra, Álvaro Custodio y Joan Junyer. Más tarde, los encontramos en el primer índice biobibliográfico del exilio en México, elaborado por Matilde Mantecón en 1982. Algo después, Elena Aub y María Fernanda Mancebo –que entrevistaron a Deltoro y a Martínez Iborra en su domicilio en México, en 1986– ofrecieron una primera y más amplia semblanza que daba cuenta también de los años valencianos previos a la Guerra Civil, así como de la corta etapa dominicana, entre 1940 y 1941. Asimismo, reaparecieron en los trabajos de José Ignacio Cruz sobre la pedagogía republicana en América, o en el diccionario del exilio cultural valenciano editado por Manuel García en 1995. Finalmente, sus nombres saltan en las páginas de la reciente monografía de Julia Tuñón sobre el Instituto Luis Vives, el primer Colegio creado por el exilio en México, abierto en 1940.17

En las entrevistas despliega Deltoro su capacidad fabuladora en la evocación de tipos y de ambientes. Advierte contra el abuso de la anécdota, pero recurre a ella a menudo. «Brillante platicador y agudo polemista –y un tanto montaraz–», escribió Renau, que lo trató mucho y por largo tiempo.

No era de los más asiduos a nuestras reuniones y debates –prosigue Renau, en referencia a quienes formaban la redacción de Nueva Cultura–. Sin embargo, estaba siempre presente en nuestro ánimo, que temía y gozaba a la vez del cálido, ingenioso y cáustico juicio de su lengua. En nuestra redacción –cuando venía–, en las tertulias de café –donde estaba siempre– o en las de mi estudio, su «mala leche» ibero-valenciana era la sal y la pimenta, que él prodigaba y suministraba equitativamente. […] Aprendíamos mucho de él.18

Fue, sin duda, diestro en la controversia y un excelente conversador, educado en la frecuente lectura y en el templado florete de la tertulia de café.

En estas conversaciones Deltoro combina el retrato costumbrista y el boceto biográfico con el recuerdo de escenas y pormenores insignificantes, atento a lo aparentemente trivial. «Sólo el detalle tiene algún interés», aconsejó Baroja al referirse a los libros de recuerdos.19 Buen lector del escritor vasco, Deltoro aplica la exigencia sin el menor afán de apuntar el rasgo revelador. Tan solo por el paladeo de las anécdotas y porque dan forma a nuestra existencia, y en ellas se encuentra la textura de la vida. «Mi padre, el memorioso, el inventor de cuentos y de anécdotas», escribe Antonio Deltoro en el poema «Bajo el cielo de marzo».

1. «Parque México», en Rumiantes y fieras, México, Ediciones Era, 2017. A finales de 2017, Antonio Deltoro Martínez (Ciudad de México, 1947) preparó para este libro una selección de diez poemas a la que puso por título Poemas a mis padres.

2. Manuel Azaña: Obras completas, vol. 6 (edición de Santos Juliá), Madrid, Ministerio de la Presidencia-Centro de Estudios Constitucionales, 2007, pp. 168-181.

3. La bibliografía sobre el exilio de 1939 resulta inabarcable. José Luis Abellán dirigió una obra monumental en la que colaboraron muchos protagonistas de aquel destierro: El exilio español de 1939, 6 vols., Madrid, Taurus, 1976-1978. Una sugerente revisión de conceptos y problemas en Mari Paz Balibrea (coord.): Líneas de fuga. Hacia otra historiografía cultural del exilio republicano español, Madrid, Siglo XXI, 2017.

4. Olga Glondys: «Regresos», ibíd., pp. 217-224. Marisol Alonso, Elena Aub y Marta Baranda: Palabras del exilio 4. De los que volvieron, Archivo de la Palabra del INAH, México, INAH-Instituto de Investigaciones José Luis Mora-Librería Madero, 1988; Jordi Gracia: A la intemperie, Barcelona, Anagrama, 2010; Alicia Gil Lázaro, Aurelio Martín Nájera y Pedro Pérez Herrero (coords.): El retorno. Migración económica y exilio político en América Latina, Madrid, Cátedra del Exilio-Instituto de Estudios Latinoamericanos-Marcial Pons, 2013; Giulia Quaggio (ed.): «Volver a España. El regreso del exilio intelectual durante la Transición», Historia del Presente, 23, 2014, pp. 11-68.

5. Vicente Llorens: «Entre España y América. En torno a la emigración republicana de 1939», en Manuel Aznar Soler (ed.): Estudios y ensayos sobre el exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento, 2006, pp. 167-179, 174.

6. Ana Deltoro Martínez nació en la ciudad de México en 1942, y Antonio Deltoro Martínez, como queda dicho, en 1947.

7. Ronald Fraser: Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la guerra civil española, 2 vols., Barcelona, Crítica, 1979.

8. Un apunte sobre los inicios de la historia oral en México, en Eugenia Meyer: «El archivo de la palabra», Boletín del Instituto Nacional de Antropología e Historia, 23, México, 1978, pp. 3-7. Rehabilitada y controvertida, la memora individual está colmada de olvidos e inserta a su vez en una compleja red de memorias sociales y colectivas, Josefina Cuesta: La odisea de la memoria. Historia de la memoria en España, siglo XX, Madrid, Alianza Editorial, 2008, pp. 63-135.

9. Las obras de Fagen y de León-Portilla se consignan en la bibliografía.

10. Las entrevistas se encuentran en el archivo de Ana y Antonio Deltoro, en México. La de Antonio Deltoro se realizó los días 2, 3 y 4 de abril de 1978; de la de Ana Martínez Iborra ha quedado un breve registro cuya transcripción –Ana Martínez Iborra. Fragmento de una entrevista con Francisca Perujo, 1995, s/p– debo a Ana Deltoro. Sobre Perujo, véase la nota 178 en Notas a las conversaciones (en adelante NC).

11. La entrevista tuvo lugar el 14 de agosto y el 2 y 4 de octubre de 1979. El programa contó con la ayuda del Ministerio de Cultura de España, y por ello la transcripción puede consultarse en el INAH, en México, y en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca: PHO/10/039. Un breve resumen se encuentra en Dolores Pla Brugat (coord.): Catálogo del fondo de historia oral: refugiados españoles en México, Archivo de la Palabra, México, INAH, 2011, pp. 23-24. Sobre Mantecón, véase NC, 178.

12. La extensión de las entrevistas es similar, en torno a siete horas de conversación cada una de ellas. En la edición, he eliminado interjecciones y muletillas expresivas, he corregido los errores advertidos en nombres propios y topónimos, y he atendido algunas observaciones de Ana y Antonio Deltoro Martínez.

13. Deltoro la conoció al final de la guerra, cuando era comisario en el XIV Cuerpo de Ejército. Mura contrajo matrimonio con el bronco comunista mexicano David Serrano Andónegui, que la involucraría en el primer intento de asesinar a Trostki en mayo de 1940. Falleció en México en una fecha que no he podido precisar. Véase NC, 121.

14. La densidad del exilio intelectual en México convierte la bibliografía en inabarcable. Véanse las obras citadas en NC, 174-197. También Manuel Aznar Soler (dir.): «Homenaje a México y al exilio republicano español de 1939 en México», en Laberintos. Revista de estudios sobre los exilios culturales españoles, 17, 2015, pp. 66-309. En la corrección de pruebas de este libro, Manuel Aznar Soler e Idoia Murga Castro han editado: 1939. Exilio republicano español, Madrid, Ministerio de Justicia / Ministerio de Educación y Formación Profesional, 2019, catálogo de una muestra comisariada por Juan Manuel Bonet.

 

15. El pie de foto precisa: «Juan Gil-Albert amb intel·lectuals republicans durant la Guerra Civil. Manuel Altolaguirre, Antonio Sánchez Barbudo, Ramón Gaya i una dona no identificada» [‘Juan Gil-Albert con intelectuales republicanos durante la Guerra Civil. Manuel Altolaguirre, Antonio Sánchez Barbudo, Ramón Gaya y una mujer no identificada’]. Salvador Calabuig i Sorlí (coord.): València republicana. Societat i Cultura, Valencia, Ajuntament de València, 2016, p. 170.

16. Juan Manuel Bonet: «Deltoro, Antonio», en Diccionario de las vanguardias en España, 1907-1936, Madrid, Alianza Editorial, 2007, p. 196, lo menciona como ensayista, (1.a edición 1995). Carlos Álvarez se refiere a él como profesor: «Deltoro Fabuel, Antonio (1907-1987)», en Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García (eds.): Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano, 4 vols., Sevilla, Renacimiento, 2016, 2, pp. 178-179.

17. Véase la bibliografía final. El trabajo de E. Aub y M. F. Mancebo se reproduce aquí como facsímil en Textos y documentos, 12. Mancebo los recordó de nuevo: La España de los exilios. Un mensaje para el siglo XXI, Valencia, Universitat de València, 2008, pp. 242 y 246-248.

18. Josep Renau: «Notas al margen de “Nueva Cultura”, Nueva Cultura. Información, crítica y orientación intelectual. Valencia (21 números) enero 1935 - octubre 1937. Problemas de Nueva Cultura, Valencia 1936, Vaduz-Madrid, Topos Verlag - Ediciones Turner, 1977, p. XXIII. Los comentarios de Renau sobre Deltoro, Ángel Gaos y Francisco Carreño Prieto los he reunido en el apartado Textos y documentos, 10.

19. Pío Baroja: «Desde la última vuelta del camino», en José-Carlos Mainer (ed.): Obras Completas, vol. I, Barcelona, Círculo de Lectores, 1997, p. 117.