Tomás y los tomistas

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G. K. Chesterton ha llamado al París de los tiempos de santo Tomás «un amanecer en el norte». El autor británico imagina que «la nueva París que dejó San Luis debe haber sido algo blanco como los lirios y espléndido como la oriflama»53. Chesterton observa que el estilo del período gótico, cuando recién construido, debe haber parecido «un nuevo vuelo en la arquitectura, tan asombroso como las naves voladoras»54. Sin embargo, de lo que podemos inferir, Tomás de Aquino no se dejó embobar por los esplendores de la ciudad medieval de las luces. Una vez, cuando él y sus estudiantes regresaban a París, sus alumnos comentaron sobre la magnificencia de la ciudad, y uno de ellos preguntó al maestro si disfrutaría siendo su señor55. Tomás respondió, en la paráfrasis de Chesterton: «Preferiría ese manuscrito de Crisóstomo que no consigo»56.

Atendiendo a su compromiso con el estudio de las ciencias sagradas, santo Domingo envió a sus primeros seguidores a estudiar a París, y él mismo estableció fundaciones en otras ciudades universitarias de Europa: Bolonia, Palencia, Montpellier y Oxford57. Esta afinidad por las asignaciones universitarias explica la frecuente rotación entre los dominicos, entrando y saliendo rápidamente de los períodos de regencia en París. Esta práctica permitió a la Orden obtener credenciales para la mayor cantidad posible de sus miembros y, después de completar un período de tres años en París, enviar a los maestros recién acuñados a otras ciudades universitarias donde la Orden de Santo Domingo, siguiendo el ejemplo de su fundador, continuó estableciendo sus prioratos. Tomás de Aquino siguió este patrón de servicio, y después de completar su trienio, dejó París para otra tarea. Sin embargo, poco antes de su partida, asistió a un capítulo general, el órgano legislativo supremo de la Orden Dominica, que se celebró en Valenciennes, en el norte de Francia.

La asistencia a esta reunión resultó en que Tomás diera forma a un plan que garantizaría la formación intelectual adecuada de los futuros miembros de la Orden Dominica. El programa contemplaba un progreso ordenado en los estudios, adaptados a las habilidades de cada dominico, y, además, diseñados para continuar durante toda la vida del miembro. Es fácil imaginar que Tomás tuvo una gran influencia en el desarrollo de este programa, sabiendo que fomentaría en sus compañeros dominicos cualidades favorables tanto para el conocimiento adquirido de la verdad sagrada como para el establecimiento de ritmos de paz evangélica. Un estudio adecuado permitiría a los dominicos cumplir su misión como atletas bien entrenados al servicio de Cristo arqueros expertos, podríamos decir.

Tomás despliega ingeniosamente una metáfora prestada del tiro con arco en su comentario a Job 42, 2: «reconozco que lo puedes todo, que ningún proyecto te resulta imposible». El Doctor Común afirma que este versículo «puede referirse a la infalibilidad de la operación divina». Luego, continúa comentando:

Por lo tanto, lo mismo que un hábil arquero dirige sus flechas para que no golpeen sino en el blanco, lo mismo ocurre cuando Dios lanza rayos como si fueran flechas contra el Leviatán o contra cualquier criatura, llegan al lugar que él quiere, según lo de Sab 5,22: «la emisión de los rayos irá directamente»58.

En síntesis, Tomás deseaba que los jóvenes dominicos se hicieran como arqueros inteligentes, cuyas flechas siempre dan en el blanco.

16. W. Shakespeare, Enrique V, acto 4, escena 3..

17. Para una visión general de la historia de este convento, cf. B. Beaumont y G. Bedouelle, Guide des Lieux Dominicains: France, Belgique sud, Suisse romande (París: Edition Horay, 2004), 122–23.

18. Cf. N. Lemaître, Saint Pie V (París: Fayard, 1994), 168.

19. La biografía y los datos históricos de la vida de santo Tomás de Aquino dependen de la biografía más extensa y reciente, escrita por J.-P. Torrell, Initiation à saint Thomas d’Aquin. Sa personne et son œuvre. Nouvelle édition profondément remaniée et enrichie d’une bibliographie mise à jour (Paris: Cerf, 2015). Existe una traducción en español de la versión antigua: J.-P. Torrell, Iniciación a Tomás de Aquino. Su persona y su obra, trad. Ana Corzo Santamaría (EUNSA: Pamplona, 2002).

20. Martin Grabmann, The Interior Life of St. Thomas Aquinas: Presented from His Works and the Acts of His Canonization Process, trad. Nicholas Ashenbrener (Milwaukee, WI: Bruce Publishing, 1951), 50–52. La referencia a san Agustín está tomada de La ciudad de Dios, XIX, 13 donde el autor escribe «pax omnium rerum tranquillitas ordinis».

21. Cf. Tomás de Aquino, STh I q.22, art. 4, ad 1.

22. Cf. Id., STh II-II, q. 188, art. 5.

23. Para una selección de textos en los que Tomás trata el tema de los religiosos que predican y enseñan, cf. C. Nalpathamkalam, «Teaching and Preaching Orders according to St. Thomas Aquinas», en Laval théologique et philosophique 23/2 (1967): 269–305.

24. Para más información acerca de esta importante figura en la historia del pensamiento Occidental, véase J. A. Weisheipl, «The Life and Works of St. Albert the Great», en Albertus Magnus and the Sciences: Commemorative Essays (Toronto: Pontifical Institute of Mediaeval Studies, 1980), 13–52

25. Tomás de Aquino, STh II-II, q. 16, art. 2, ad 3.

26. Para las posturas de Tomás sobre el sacerdocio y la Eucaristía, STh III, q. 67, art. 2. Cf. STh II-II, q. 177, art. 2: «enseñar y persuadir públicamente en la Iglesia no pertenece a los fieles, sino a los prelados».

27. Cf. Tomás de Aquino, STh III, q. 42, art. 4.

28. V Cf. Tolomeo di Lucca, Historia ecclesiastica nova, 22.39, en Angelico Ferrua, ed. Sancti Thomae Aquinatis vitae fontes praecipuae (Alba: Edizioni Domenicane, 1968), 360.

29. Para una acertada presentación del desarrollo de la ciencia teológica durante el siglo XII, cf. M.-D. Chenu, Nature, Man, and Society in the Twelfth Century: Essays on New Theological Perspectives in the Latin West, ed. y trad. Jerome Taylor y Lester K. Little (Chicago: University of Chicago Press, 1968), especialmente cap. 8, 270–309.

30. J.-P. Torrell, Aquinas’s Summa: Background, Structure, and Reception, trad. Benedict M. Guevin (Washington, DC: Catholic University of America Press, 2005), 26. Otras fuentes antiguas afirman que «buey» se refiere a la corpulencia y belleza del porte físico de Tomás. Citada en J. A. Weisheipl, Tomás de Aquino. Vida, obras y doctrina. Trad. Frank Hevia (Pamplona: EUNSA, 1994), 69.

31. Cf. STh II-II, q. 2, art. 7, ad 2; J. A. Weisheipl, Tomás de Aquino. Vida, obras y doctrina (Pamplona: EUNSA, 1994), 69. Para más información acerca de este escrito bíblico temprano, cf. J.-P Torrell y D. Bouthillier, «Quand saint Thomas méditait sur le prophète Isaïe», en Revue Thomiste 90/1 (1990): 5–47.

32. J. A. Weisheipl, Tomás de Aquino. Vida, obras y doctrina, 372.

33. Véase G. Emery, «Brief Catalogue of the Works of Saint Thomas Aquinas,» en Saint Thomas Aquinas, vol. 1, The Person and his Work, J.-P. Torrell, ed. rev. (Washington, DC: Catholic University of America Press, 2005), 337–41.

34. Véase M.-D. Chenu, Aquinas and His Role in Theology, trad. Paul Philibert (Collegeville, MN: Liturgical Press, 2002), 18.

35. Para más información sobre Sententiae in IV libros distinctae, véase U. G. Leinsle, Introduction to Scholastic Theology, trad. Michael J. Miller (Washington, DC: Catholic University of America Press, 2010), 98–102.

36. Ibid., 99.

37. Cf. Juan Capreolo, On the Virtues, ed. y trad. Kevin White y Romanus Cessario (Washington, DC: Catholic University of America Press, 2001).

38. Tomás de Aquino, Principium Rigans montes, proem., en M. Estler, «Rigans montes» (Ps. 104, 13). Die Antrittsvorlesung des Thomas von Aquin in Paris 1256 (Stuttgarter biblische Beiträge, 73: Katholisches Bibelwerk, Stuttgart, 2015) 83-91.

39. Para un recuento iluminador de esta idea tomista, véase Francisco P. Muñiz, The Work of Theology, trad. John P. Reid (Washington, DC: Thomist Press, 1953).

40. W. Shakespeare, Hamlet, acto 1, escena 4.

41. En la formulación latina lapidaria de Tomás: «Habet enim sacra doctrina altitudinem ex tribus.»

42. Para el tratado de santo Tomás sobre la sacra doctrina, cf. STh. I, q. 1. Existe abundante material sobre este tema. Un interesante estudio, aunque algo olvidado, es el de T. C. O’Brien, «Sacra Doctrina revisited: the context of medieval education», en The Thomist 41/4 (1977): 475–509.

 

43. Cf. Tomás de Aquino, Expositio super Iob ad litteram, c. 41 [Leonina 226]: (Impugnat etiam homo a remotis per sagittas et lapides fundae). Para profundizar en el conocimiento que santo Tomás tenía sobre armas, cf. E. A. Synan, «St. Thomas Aquinas and the Profession of Arms,» Mediaeval Studies 50/1 (1988): 404–37.

44. Reginald Garrigou-Lagrange, La síntesis Tomista, trad. Eugenio Melo (Buenos Aires: Desclée de Brouwer, 1946), cap. 5.

45. Tomás de Aquino, STh I, q. 16, art. 5.

46. «Sermo 87: De Scala Iacob», en Sancti Caesarii Arelatensis Sermones, ed. Germain Morin, Corpus Christianorum, Series Latina, vol. 103 (Turnhout: Brepols, 1953), 357–61.

47. Tomás de Aquino, STh I-II, q. 103, art. 1, ad 1.

48. El latín antiguo adapta las palabras de Eclesiástico 15,5: «In medio Ecclesiae aperuit os eius, et implevit eum Dominus spiritu sapientiae et intellectus; stolam gloriae induit eum.»

49. Cf. el apéndice B en R. Pasnau, ed. The Cambridge History of Medieval Philosophy, vol. 1 (Cambridge: Cambridge University Press, 2009), 793-97.

50. A. MacIntyre, Tres versiones rivales de la ética. Enciclopedia, genealogía y tradición. Presentación de Alejandro Llano, trad. Rogelio Rovira (Madrid: RIALP, 1992), 286.

51. M.-D. Chenu, Toward Understanding Saint Thomas, trans. A. M. Landry and D. Hughes (Chicago: Henry Regnery Publishing, 1964), 18.

52. Para más información, véase la investigación académica de M. C. Sommers, «Defense and Discovery: Brother Thomas’s Contra impugnantes,» en R. E. Houser, ed. Laudemus viros gloriosos: Essays in Honor of Armand Maurer, CSB (Notre Dame: University of Notre Dame Press, 2007), 184–208.

53. G. K. Chesterton, Santo Tomás de Aquino, trad. Denes Martos (La Editorial Virtual; ed. electrónica: 2010; ed. original: 1933), cap. IV.

54. Ibid., 93.

55. Véase J. A. Weisheipl, Tomás de Aquino. Vida, obras y doctrina, 154.

56. Chesterton, Santo Tomás de Aquino, cap. IV.

57. Para más información, véase B. M. Ashley, The Dominicans (Collegeville, MN: Liturgical Press, 1990), 29. Montpellier había sido, de hecho, una ciudad universitaria desde la segunda mitad del siglo XII, aunque el papa Nicolás IV recién en 1289 otorgó el estatus de universidad propiamente tal a sus facultades.

58. Tomás de Aquino, Expositio super Iob ad litteram, c. 41.

2. Florecimiento

El hombre del papa

La vida, obra y pensamiento de Tomás de Aquino han atraído muchísima atención académica, gracias al lugar que ocupan en la historia del pensamiento católico, y su influencia en la cultura intelectual del mundo. Especialmente desde 1879, con la publicación de una encíclica papal que recomendaba el estudio de Tomás a católicos y no-católicos, la investigación histórica sobre la vida del santo ha sacado a la luz un número considerable de detalles59. Sin embargo, aún existen lagunas. Por ejemplo, no se sabe con certeza a dónde se dirigió inmediatamente después de terminar su primera regencia en París, a fines de junio de 1259. Un consenso general entre académicos apunta hacia Italia. Un consenso adicional sugiere que, después de París, donde sea que vivía, Tomás comenzó a trabajar en otro de sus tratados sistemáticos, la Summa Contra Gentiles. Las múltiples teorías que los estudiosos han propuesto para explicar la inspiración detrás de la composición de este trabajo evidencian el genio del Aquinate. Uno de los eruditos que mejor conoce la obra, R. A. Gauthier, captura esta variedad de opiniones describiendo el tratado de cuatro partes como uno que exhibe las verdades de la fe católica promulgadas como una «sabiduría de un porte apostólico universal»60. Cualquiera que sea el motivo de la composición de esta explicación comprehensiva de las creencias y vida cristiana, el hecho es que gran parte del material se presenta de una manera útil para embarcarse en la apologética cristiana.

Los argumentos apologéticos usualmente se dirigen a aquellos que no profesan la fe católica pero, no obstante, están dispuestos a entablar una discusión sobre ella. Dentro de la Iglesia, esta práctica se remonta a los primeros sabios cristianos, como Justino Mártir (m. 165). Las personas que componen una apología buscan verdades que la razón natural pueda alcanzar. El gran servicio que Summa Contra Gentiles presta a sus lectores es la forma en que Tomás de Aquino examina las verdades que están abiertas a la investigación de la razón y «muestra por muchos argumentos que era apropiado que la revelación sobrenatural las presentara para ser creídas»61. En otras palabras, hace apologética y más. Específicamente, esta Summa también expone sobre verdades como la Trinidad y la encarnación, que superan la capacidad de la razón natural para explorar y demostrar. Tomás, al mismo tiempo, demuestra con claridad que la razón humana no encuentra nada repugnante en tales misterios de la fe. La Summa Contra Gentiles da abundante testimonio de su gran habilidad para establecer precisa y claramente la distinción entre lo natural y lo sobrenatural, entre la fe y la razón, entre la filosofía y la teología. En sus primeros tres libros, esta obra considera verdades que no exceden el alcance de la razón natural; entre ellas, la existencia y los atributos de Dios, el acto de la creación con sus efectos y la dinámica de la providencia divina. El cuarto libro investiga las verdades divinamente reveladas: el Dios trino, Jesucristo, los siete sacramentos y las cosas finales: muerte, juicio, cielo e infierno. Así, Tomás articula lo que la razón humana puede saber acerca de Dios sin la gracia de la revelación divina y cómo estas verdades accesibles a la razón humana no contradicen las verdades sobrenaturales. En otras palabras, enseña la distinción entre razón y fe sin comprometer la interacción provechosa de una con la otra. Si bien, al pensar en santo Tomás inmediatamente se nos viene a la cabeza la Summa theologiae, la Summa Contra Gentiles todavía proporciona un valioso resumen de su enseñanza62.

Martin Grabmann ha observado con razón que no todos los teólogos poseen el talento necesario para tratar el duplex ordo cognitionis (doble orden de conocimiento)63. De hecho, la observación de Grabmann, aunque escrita en la década de 1920, se aplica tanto a ciertas tendencias intelectuales de finales del siglo XX y principios del XXI como a los movimientos sobrenaturales de los siglos XVII y XIX sobre los que él quiso advertir64. Después de comentar acerca de la capacidad de Tomás para hacer resonar las armonías entre los órdenes de fe y razón, filosofía y teología, Grabmann explica lo que sucede cuando los pensadores se centran solo en la fe y la teología:

En cambio, direcciones filosóficas y teológicas, que a primera vista más bien poseen el sello del sobrenaturalismo, como por ejemplo el Jansenismo, el Tradicionalismo y el Ontologismo, han conducido a la confusión de los límites de naturaleza y sobrenaturaleza, y a la confusión y disolución de lo sobrenatural65.

Al buscar la armonía entre fe y razón, Tomás no innova. Es cierto que él y Alberto Magno fueron los primeros pensadores medievales en permitir una cierta autonomía a la fe y la ciencia para que cada una pudiera perseguir sus objetivos adecuados. A su vez, ni Tomás ni Alberto dudaron jamás del vínculo orgánico que une la filosofía y la teología. En 1995, el papa san Juan Pablo II explicó el logro distintivo del pensamiento católico auténtico con respecto a la fe y la razón. «La fe», escribe el Papa, «requiere que su objeto sea comprendido con la ayuda de la razón; la razón, en el culmen de su búsqueda, admite como necesario lo que la fe le presenta»66. Con esta cita, la encíclica concluye una sección dedicada a las contribuciones de san Anselmo de Canterbury (m. 1109).

Tomás desarrolla las intuiciones de Anselmo sobre el binomio fe y razón de una manera que gobierna la teología católica hasta hoy. Uno de los mejores lugares para descubrir la originalidad de su genio es el Comentario sobre De Trinitate de Boecio, en las cuestiones 1-4. Armand Maurer capta un punto esencial de estas cuestiones que responde perfectamente a los principios de la ortodoxia católica:

Como ambas luces provienen del mismo Dios, la filosofía y la teología no pueden contradecirse. Más bien, están relacionados como los dones de la naturaleza y la gracia. La gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona. Del mismo modo, la luz de la fe no elimina la luz de la razón, sino que revela verdades más allá del alcance de la razón misma. La razón, por su parte, puede ayudar a la fe de varias maneras67.

El editor de este texto seminal de los escritos de santo Tomás enumera algunas de estas «varias maneras»: establecer los preámbulos de la fe (como la existencia y la unidad de Dios); probar muchas verdades sobre las criaturas que la fe presupone; y refutar las doctrinas contrarias a la fe, exponiendo su error o cuestionando su carácter concluyente. La filosofía también puede sugerir analogías que ayudan a explicar la fe cristiana. M.-D. Chenu ha resumido el aporte de Tomás a la configuración de la teología católica moderna de la siguiente manera: «La fe en el Evangelio trae consigo el análisis racional para explicarse con claridad y para tomar plenamente en cuenta su significado en lo humano»68.

Hacia el otoño de 1261, Tomás de Aquino recibió una nueva asignación, un nuevo lugar desde el cual continuaría su servicio intelectual a la Iglesia. Puesto que los dominicos constituyen una hermandad transnacional, sus miembros en principio pueden ser asignados a cualquier parte del mundo donde se establezca la Orden. Normalmente, sin embargo, los dominicos reciben asignaciones dentro de su región geográfica o provincia de ingreso. Tomás de Aquino pertenecía a la provincia romana de la Orden. Entonces sucedió que, una vez terminado su mandato en París, Tomás se encontró en Orvieto, un pintoresco pueblo en la cima de una colina de Umbría que, por circunstancias de la época, también albergaba una residencia papal. Durante los casi mil doscientos años, desde 754 hasta 1870, en que los papas disfrutaron de la soberanía temporal sobre la península central italiana, se establecieron en distintos lugares de su reino: entre ellos, la bella ciudad de Orvieto69. Allí, Tomás asumió las obligaciones de una institución distintivamente dominica, la del lector de la casa.

Debido a su compromiso con el estudio y su convicción de que la búsqueda de la verdad sagrada brinda un camino auténtico para buscar la unión con Dios, la legislación dominica exige que cada priorato o convento designe a un miembro para que sirva como tutor o lector (lector) de la casa. La terminología refleja un tiempo en que los libros no estaban fácilmente disponibles para todos; entonces, para que muchos pudieran aprender de ellos, se le asignaba la lectura del texto (legere) a una persona. Lo más probable es que Tomás de Aquino aprovechara su designación para ayudar a sus hermanos en Orvieto a resolver los laberintos teológicos del libro de Job. Los cristianos siempre se han preguntado por qué les ocurren cosas malas a personas buenas. Tomás lidió con esta pregunta al exponer el sentido literal, no metafórico o espiritual, de este poema dramático del Antiguo Testamento.

El hecho de que Tomás ocupara este puesto en la ciudad donde también residía la curia romana llevó a que se le pidiera proveer servicios útiles al papado. Muy especialmente se los prestó al papa Urbano IV (m. 1264), que era francés y había estudiado en París, si bien antes de la llegada de Tomás70. Los asuntos del Papa eran múltiples y variados: solicitó a Tomás opiniones eruditas e investigaciones sobre temas relacionados con la dirección cotidiana de los asuntos de la Iglesia. Estas tareas incluyeron no solo temas de justicia social, como discusiones sobre la moralidad que gobierna aspectos específicos de la compra y venta, sino también lo que hoy se consideraría un trabajo ecuménico, como hacer una investigación que ayudaría al Papa a sanar la división, a la vez teológica y política, que se había desarrollado entre la Iglesia católica y las iglesias cristianas dirigidas por el patriarca de Constantinopla. Para esto último, Tomás de Aquino expuso lo que encontró que eran los errores de los teólogos orientales, a quienes llama «los griegos», y proporcionó argumentos para apoyar las perspectivas prevalecientes de la teología latina. Su breve Contra errores Graecorum examina traducciones latinas de textos de las autoridades griegas sobre los cuales Tomás expresa reservas concernientes al uso de términos técnicos como hipostasis y logos pretendido por los autores. En Contra errores Graecorum, Tomás examina más a fondo ciertas cuestiones controvertidas, como la procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo, la primacía del papado, el uso de pan sin levadura durante la Misa y los castigos del purgatorio. Si bien Tomás notó algunas de las imprecisiones teológicas que observó en las palabras y el pensamiento de los griegos, también intentó avanzar en una reconciliación doctrinal entre el Oriente y Occidente cristianos. Los avances en cerrar la brecha, sin embargo, no llegaron de inmediato; la separación, aunque mitigada por la eliminación de las excomuniones mutuas en 1964, permanece hasta el día de hoy.

 

Los asuntos del Papa no ocuparon todo el tiempo de Tomás. Con toda probabilidad, la Catena aurea, también data de este período. Esta cadena dorada de textos patrísticos, convenientemente adjuntada a los cuatro Evangelios sobre los que comentan, todavía ofrecen una lectura preparatoria beneficiosa para el predicador dominical. A mediados del siglo XIX, John Henry Newman y algunos de sus amigos del Movimiento de Oxford tradujeron esta singular obra tomista al inglés71. Tomás también dirigió su atención hacia escritos que ponen en evidencia influencias platónicas o neoplatónicas, como su Exposición sobre De divinis nominibus. El Tratado Sobre los Nombres Divinos proviene de la pluma de Pseudo-Dionisio, un neoplatónico cristiano de finales del siglo IV o V. En palabras de una autoridad que explica el propósito del autor, «el objeto de De divinis nominibus es mostrar que solamente unos pocos nombres pueden aplicarse a la divinidad, porque Dios está, de hecho, por encima de las nociones de «ser», «bondad» y de todas las demás»72. Solo Dios sabe completamente quién es Él. Sin embargo, esta trascendencia no implica que Dios permanezca anónimo. Por ello, Tomás defiende el nombramiento de Dios, quien vive envuelto en una oscuridad luminosa. La academia tomista moderna llega a diferentes conclusiones sobre la presencia del neoplatonismo en el pensamiento de santo Tomás73. Más allá de aquello que una evaluación exhaustiva (si fuera realizable) pudiera determinar sobre la influencia de los temas platónicos en las obras sistemáticas del Doctor Angélico, todos los estudiosos concuerdan en que la orientación filosófica básica de Tomás de Aquino debe su inspiración a Aristóteles; ninguna persona razonable cuenta a Tomás entre los platónicos. En Orvieto, Tomás también brindó asesoría a otros prelados. La residencia papal siempre ha tendido a atraer a clérigos visitantes, como lo hace hoy en Roma: los obispos se reúnen donde vive el papa. Además de satisfacer las necesidades de la curia papal, Tomás también respondió generosamente a las preguntas formuladas por varios eclesiásticos y otras autoridades, que nos llegan como cartas o «respuestas» a preguntas muy concretas; por ejemplo, cómo enfrentar a los sarracenos que se burlan de la encarnación. A lo largo de la última parte de su carrera, Tomás se tomó el tiempo de responder a varias preguntas recibidas de toda clase de personas. Unos dieciocho de estos documentos aún se conservan.

Hoy tendemos a pensar en los teólogos como atados a los ambientes estériles de las academias profesionales que se dedican a estudios religiosos. Los teólogos y los obispos a menudo se encuentran confrontados en lugar de disfrutar de la colaboración. Tomás habría reído –si no llorado– frente a nuestras circunstancias. Él, más bien, personifica la definición de teólogo eclesial74. Un ejemplo de su preferencia por la armonía entre la Iglesia y el teólogo aparece en su buena disposición hacia probar su mano en la composición litúrgica. El antes mencionado papa Urbano IV le pidió que escribiera las oraciones para la liturgia oficial de una nueva fiesta que se instituiría en honor del Santísimo Sacramento, a raíz de un milagro eucarístico que había ocurrido cerca, en Bolsena. Aunque la teología católica no considera la transubstanciación eucarística un milagro, en cuanto que las «apariencias» permanecen, la Iglesia sí reconoce los milagros que ocurren alrededor de la Eucaristía. En este caso, un párroco del siglo XIII, vacilante en su creencia en la Presencia Real, descubrió sangre fluyendo de la hostia consagrada, manchando los paños sagrados utilizadas en la Misa. Uno de ellos, el corporal, fue llevado al Papa con las marcas de sangre recién impregnadas en él75. El Oficio para la Fiesta del Corpus Christi revela un lado de santo Tomás que puede escapar fácilmente de aquellos interesados solo en sus logros especulativos. Muestran a Tomás como poeta e incluso trovador. También descubrimos en las oraciones e himnos y otras composiciones que abordan varios temas eucarísticos, expresiones concretas de la devoción religiosa de Tomás76. Era un creyente cristiano de todo corazón, además de inteligente. G. K. Chesterton captura con astucia el genio poético de Aquino cuando observa la dificultad de traducir al inglés Lauda Sion, un largo poema en latín que sirve como secuencia para el Corpus Christi: «¿Cómo podemos encontrar ocho cortas palabras en inglés que suplanten a «Sumit unus, sumunt mille; quantum isti, tantum ille»77? La pregunta es retórica, por supuesto, pues la respuesta aparece sin adornos: no podemos.

Maestro de gracia

Jean-Pierre Torrell medita sobre los logros de Tomás durante los aproximadamente cinco años que siguieron a su enseñanza en París. Llega a esta conclusión: «La soledad de su convento no tenía nada del aislamiento de una torre de marfil»78. Desafortunadamente, algunos lectores modernos consideran que lo interesante de santo Tomás se encuentra únicamente en su argumentación. Para los académicos de esta línea, los textos de Tomás ofrecen, por así decirlo, canchas para su gimnasia intelectual. O, lo que es menos deseable aún, consideran a Tomás como una contraparte interesante para el enfrentamiento dialéctico con los argumentos de otros pensadores religiosos. Es cierto que estos enfoques de torre de marfil pueden tener algún propósito útil; por ejemplo, un joven estudiante de ojos brillantes puede descubrir a un pensador que ofrece más persuasión de lo que había esperado encontrar en un teólogo católico. Sin embargo, considerar a Tomás de Aquino como un analista o dialéctico impide que quienes lo estudian capten su enseñanza sobre el Dios viviente. Debido a su capacidad de atraer a las personas a un contacto vivo con la Verdad, la Iglesia ha reconocido repetidas veces a Tomás como una guía segura para realizar estudios teológicos y filosóficos. Esta característica práctica de los escritos de Tomás explica por qué, muy poco después de su muerte, la Iglesia lo tomó como su doctor común79. Los intelectuales perspicaces podrán descubrir significados sutiles en sus textos, pero también podrán perderse con facilidad la experiencia de su sabiduría.

El papa Urbano IV murió el 2 de octubre de 1264. Al año siguiente, aunque no puede verificarse ninguna conexión causal, los dominicos dieron una nueva asignación a Tomás de Aquino. Mientras tanto, el sucesor de Urbano, Clemente IV (m. 1268), permaneció en Umbría debido a los problemas que aún amenazaban a Roma. Tomás, sin embargo, partió hacia la Ciudad Eterna, bandidos y todo, para establecer una casa de estudio (studium) para jóvenes dominicos. En general, se cree que Tomás había reconocido, incluso mientras enseñaba en París, las deficiencias de la preparación de los clérigos. Aunque el sacerdocio católico ha disfrutado de dos milenios de existencia, nuestro conocimiento acerca de la educación de los sacerdotes está lejos de ser exhaustivo80. Los sacerdotes católicos, por supuesto, requieren una formación que los adentre en la ciencia teológica. Como cualquier disciplina, la teología disfruta de su propia estructura normativa; uno no descubre la unidad de las disciplinas teológicas sin algún principio que sirva para unificar los diversos elementos (o disciplinas) que compiten por la atención del teólogo. Tomás identifica el interés formal que unifica las disciplinas teológicas como revelabilitas, es decir, «todo lo que puede ser revelado divinamente»81. Esta precisión permite a la teología, la ciencia de la fe, un gran campo de investigación, mientras que «poder-ser-revelado» (revelabilitas) también sirve para evitar el proyecto reduccionista de considerar todo el aprendizaje humano como, en el análisis final, teológico.

A quienes la practican bien, la teología proporciona un punto de vista desde el cual observar el mundo. La ocupación propia de los teólogos es Dios, sobre quien pueden aprender a partir de sus criaturas y también de «lo que solo Él sabe de sí mismo y, sin embargo, revela para que otros lo compartan»82. Una fuente superior de conocimiento es inimaginable, y así Tomás descubre que el teólogo bien instruido calza en la definición de sabio. Puesto que instrumentalmente comunican la verdad divina al mundo, los clérigos deben descubrir las dimensiones sapienciales de la teología para cumplir su misión de manera adecuada. Otra complejidad resulta del hecho de que, si bien la teología se ocupa en primer lugar de cuestiones especulativas –tales como la naturaleza y la existencia de Dios, el misterio de la encarnación, y la instrumentalidad de la Iglesia y sus sacramentos– el clérigo-teólogo también debe ocuparse de cuestiones prácticas, principalmente en teología moral, pero también en áreas como administración sacramental y el campo general del trabajo pastoral. La nueva asignación de Tomás presentó un desafío significativo a sus habilidades pedagógicas. Como resultado de haber superado con éxito este desafío, la Iglesia recibió una obra maestra revisada de teología católica.

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