Tomás y los tomistas

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Parte I

Tomás, una Historia

de Divina Providencia

1. Inicios

Ventaja providencial

El 25 de octubre de 1415, en medio de la Guerra de los Cien Años y en el frío amanecer del día de san Crispino, los ejércitos combatientes de Inglaterra y Francia se enfrentaron en las cercanías del Castillo de Agincourt. Tal como inmortalizó Shakespeare en la memoria del mundo occidental, los arqueros ingleses de arco largo vencieron, con un puñado de hombres, a sus contrapartes franceses ballesteros16. Unos 160 años antes, los arqueros franceses se habían enfrentado a otro desafío, esta vez victoriosos. Protegieron, en 1256, el convento dominico de Saint-Jacques contra una turba de parisinos resentidos ante la llegada de una nueva clase de profesores provenientes de las recién instituidas ordenes mendicantes, como los dominicos. Actualmente en París, los turistas que visitan el Panteón en la cima de la Rue Soufflot, ascendiendo desde el boulevard Saint-Michel, pasan cerca del ahora demolido convento medieval, cuya lista de célebres habitantes incluye a Tomás de Aquino (1224/25-1274)17. Tomás sería el primer santo posterior al período patrístico en ser reconocido como doctor de la Iglesia18. En primavera de 1256, sin embargo, este joven sacerdote recién comenzaba su carrera universitaria, y el regente francés Luis IX, asistido por sus arqueros, aseguró que la muchedumbre turbulenta no impidiera al maestro de teología dominico terminar de dictar sus cursos. Ahora bien, aunque gozó del apoyo real, Tomás no nació un francés cosmopolita; su vida terrenal comenzó en un ambiente feudal, en la península italiana.

La región de Lazio que abarca Italia central, con capital en Roma, probablemente recibe su nombre del paisaje plano y de colinas ondulantes (latus) que hasta hoy le permiten servir de centro de agricultura –terroir– de viñas, frutas, vegetales, y olivos. La región también dio origen a la palabra castellana latín, haciendo referencia a sus habitantes, los Latini o Latinos. Fue aquí, en un monte rocoso llamado Roccasecca, a principios del siglo XIII, que nació Tomás19. Su educación temprana se nutrió de la cercanía al epicentro de monaquismo occidental, la Abadía de Montecassino. Bajo la tutela de los monjes de san Benito, sobre cuyo sepulcro se edificó la iglesia de la abadía, el joven noble llegó a la edad adulta. El reconocido académico Martin Grabmann ha observado que la persona y la obra de Tomás se caracterizan por cierta paz, y atribuye esta cualidad particular a la Pax que san Benito estableció como lema de sus monasterios. Cada monasterio está pensado para cumplir con el concepto agustiniano de paz: pax est tranquillitas ordinis (la paz es la tranquilidad en el orden)20. Los ritmos de la vida monástica, descritos en la Regla de San Benito, habrían impreso su huella en un Tomás adolescente, incluso luego de que varias circunstancias de su historia temprana lo llevaran a Nápoles en busca de estudios superiores.

Una vez arribado al centro metropolitano de Nápoles, el joven de Roccasecca, quien gozaba de buena situación social gracias a su linaje, conoció la influencia de otro maestro de vida consagrada, el español Dominico de Guzmán (m. 1221). La Orden de los Predicadores, o, llanamente, de los Dominicos, llegó a Nápoles en 1224, poco tiempo después de que el Sacro emperador romano, Federico II Hohenstaufen, fundara allí una universidad. Una serie de sucesos encantadores narrados en la biografía de Tomás, que incluyen su sigilosa huida del encierro en un castillo familiar, dan testimonio del revuelo que causó este hijo de la nobleza al apartarse de convenciones centenarias para abrazar, en vez, un modo de servicio a la Iglesia que había sido reconocido recién en 1216. Sin duda, es Dios mismo quien establece el verdadero orden del cual brota la tranquilidad de cualquier momento dado. El joven Tomás de Aquino descubrió esta verdad acerca del operar divino siglos antes de plasmarlo en su Summa Theologiae: «el efecto de la divina Providencia es que una cosa llegue a ser no de cualquier modo, sino en su propio modo, ya sea necesaria o contingentemente, según el caso»21. En Nápoles, a pesar de alguna oposición familiar, Tomás recibió el hábito blanco y negro que santo Domingo había entregado a sus frailes. El recién mentado Fra Tommaso o su equivalente en el dialecto napolitano de aquellos días inmediatamente adoptó los ritmos distintivos del convento dominico, o priorato, donde las prácticas monásticas antiguas se adaptaban para servir la vida apostólica de la Orden.

Tomás de Aquino escogió un tipo de compromiso religioso que le permitiría participar de la vida intelectual como una tarea propiamente evangélica o misionera. Más adelante, elaboró tres razones por las cuales una institución religiosa debería incluir el estudio serio entre sus labores características22. Primero, el estudio favorece la contemplación al conducir la mente hacia cosas sacras e, indirectamente, al quitar nociones erradas sobre cosas divinas. Segundo, el estudio se vuelve indispensable para el oficio del predicador que se dirige a inteligencias humanas. Tomás da el ejemplo de san Pablo, quien enseña a Tito que «es preciso que el obispo… sea capaz tanto de orientar en la sana doctrina como de rebatir a los que sostienen la contraria» (Tito 1, 7-9). Tercero, el hábito de estudio asiste a vivir conforme a los consejos evangélicos de la castidad, pobreza y obediencia. El estudio, según el testimonio del Aquinate, lleva la mente a pensamientos nobles, y así la aleja de intereses lascivos, amaina el deseo de bienes materiales mientras el hombre encuentra su riqueza en los textos, y promueve la obediencia en la medida en que el estudio expone el atractivo de la santa verdad.

Hoy, nos hemos acostumbrado a institutos religiosos católicos que llevan a cabo labores educativas. En el siglo XIII, en cambio, era una novedad que una institución religiosa incluyera el estudio entre sus modos de santificación. Una vez comprometido con la Orden de los Predicadores, Tomás encontró en la universidad y la sala de clases su asignación habitual y su campo de apostolado preferido23. Sin embargo, antes de asumir la misión dominica, requería de formación intelectual dominica. El fin de sus estudios institucionales o básicos llevó al joven Tomás a París y luego a Colonia. Esta antigua colonia romana (Colonia) acogió a Tomás y a su maestro, el dominico alemán Alberto Magno, llamado así gracias a su extenso aprendizaje. Alberto fue enviado a Colonia para establecer una escuela de estudiantes dominicos24. Aunque la magnífica iglesia gótica que hoy domina el horizonte de Colonia recién estaba en las fases iniciales de construcción, la ciudad albergó desde mediados del siglo X uno de los siete electores del Sacro Imperio Romano. Tomás completó lo que efectivamente constituyeron sus estudios de seminario en Colonia. Con toda probabilidad, también recibió la ordenación sacerdotal allí.

Ordenando la sabiduría

La Iglesia siempre ha asociado el sacerdocio con el aprendizaje, a pesar de que los clérigos gozaron de mejor educación en algunos períodos que en otros durante su historia de dos milenios. «La ciencia de la ley», decía Tomás sobre el sacerdocio del Antiguo Testamento, «está de tal modo unida al oficio del sacerdote que junto con la transmisión del oficio se entiende la transmisión de la ciencia de la ley»25. Si bien el sacerdocio cristiano se ordena principalmente a la celebración del sacrificio eucarístico, el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo también conlleva como una responsabilidad constitutiva esencial, un munus, el oficio de enseñanza que Cristo confía a sus apóstoles26. Cuando Tomás, en su Summa theologiae, pregunta si Cristo debería haber escrito un libro, plantea el tema del aprendizaje sacerdotal y expone su importancia para el correcto ejercicio del oficio de la enseñanza27. Su argumento se centra en el orden deseado por Cristo para controlar la difusión de su evangelio. Si Cristo hubiera escrito un libro, especula Tomás, su enseñanza habría llegado a todos de inmediato. En cambio, Cristo deseaba que su enseñanza llegara efectivamente a todos, pero de modo ordenado y mediado. Cristo enseñó a sus discípulos sin mediación, y ellos a su vez, traspasaron esa enseñanza a generaciones venideras, un proceso que hoy llamamos evangelización. En otras palabras, los sacerdotes han de enseñar como si fueran el libro viviente de Cristo. Su oficio de enseñanza, ejercido fielmente a lo largo de los siglos, asegura que cada generación reciba la fe católica y apostólica. Por supuesto, para cumplir esta misión, todos los sacerdotes deben estudiar prolongadamente en preparación para el buen ejercicio de su oficio de enseñanza. Aunque hoy frecuentemente pasa desapercibida la conexión, el sacerdocio de Tomás orientó el enfoque de su estudio de la verdad sagrada; apreciaba tanto su participación en la estructura que rige la comunicación de la verdad divina, que rechazó rotundamente las muestras de preferencia eclesiástica a las que, según las costumbres del día, el rango de su familia le habría dado derecho. El papa Clemente IV, por ejemplo, ofreció a Tomás el arzobispado de Nápoles, que el declinó (sed recusavit recipere)28.

Desde sus primeros años, Tomás cultivó un aprecio por la ejecución ordenada de todos los asuntos humanos. El orden de cada ámbito de su vida dejó una marca en la mente y la personalidad del joven fraile –el orden político de su tierra natal de la península italiana (disputado en su día entre el santo emperador romano y el Papa), el orden monástico observado en Montecassino y el orden conventual sostenido por Tomás y sus compañeros dominicos. De hecho, durante casi 750 años, las obras de Tomás más leídas y más útiles para los teólogos católicos han sido los tratados donde introduce manifiestamente un orden inteligible –que no debe confundirse con la organización enciclopédica– en sus materiales teológicos. Para apreciar la magnitud del logro de Tomás, basta con atender a las deficiencias pedagógicas de las primeras etimologías, glosas, florilegios, sermones, etc., de la edad media, que constituyeron el material de la instrucción cristiana del siglo XII. Estas colecciones difíciles de manejar, incluso cuando se organizan en torno a letras del alfabeto o versículos de las Escrituras, a menudo sirvieron más para edificar que para instruir. Seguramente, el joven Tomás descubrió de primera mano los beneficios de una presentación ordenada de la verdad divina cuando se sentó en el aula de Alberto Magno (1200–1280)29. Las narraciones medievales confiables cuentan que, en la medida en que Alberto iba descubriendo los dones naturales de la mente de su corpulento estudiante italiano, profetizó el lugar que Tomás, de hecho, alcanzaría en la Iglesia: «lo llamamos el buey mudo, pero los mugidos de este buey resonarán en todo el mundo»30. A la larga, resultó que Alberto Magno le dio en el clavo.

 

Algunos eruditos sugieren que Tomás comenzó la práctica de escribir comentarios sobre las Sagradas Escrituras cuando estudiaba en Colonia. Si es así, Tomás, posiblemente siendo asistente de cátedra de Alberto, habría dedicado su primer esfuerzo a redactar una glosa bíblica sobre el libro de Isaías, el profeta del Antiguo Testamento estimado por su anuncio del Mesías31. Durante el curso de su vida dominica, Tomás regresó con frecuencia a la exposición de las Sagradas Escrituras. Se dice que su última composición también trató un tema del Antiguo Testamento, aunque no queda rastro del manuscrito32. Cuenta la historia que, en su lecho de muerte, Tomás explicó a los monjes atentos el significado espiritual del Cantar de los Cantares, el evocador canto de amor que, más de un siglo antes, había inspirado el misticismo nupcial de Bernardo de Claraval (m. 1153). En total, los eruditos atribuyen once comentarios, exposiciones, glosas y anotaciones bíblicas a la pluma de Tomás de Aquino33. Este conjunto de textos no se trata de los cuadernos espirituales privados de un maestro profesional, sino de una parte integral del proyecto intelectual de Tomás, quien, a medida que se desarrollaba su enseñanza, trascendería de los comentarios de las escrituras y de su exposición básica, la apostilla.

A comienzos del año escolar de 1252, Tomás se encontraba otra vez en París, «el horno donde se cocinaba el pan intelectual del mundo latino», en palabras de un agudo observador contemporáneo34. Allí comenzó su carrera formal de enseñanza bajo la guía de un dominico mayor, Elías Brunet. Como atestigua uno de sus principales trabajos sistemáticos, Tomás emprendió su carrera docente comentando las Sentencias de Pedro Lombardo, un erudito que se convirtió en obispo de París (donde murió alrededor de 1160)35. La costumbre universitaria estipulaba que los jóvenes profesores debían producir un comentario escrito de esta enciclopedia estándar de teología católica de mediados del siglo XII (1155-1158). Para el teólogo medieval, la producción de un comentario de las Sentencias se puede comparar gruesamente con la finalización de una tesis doctoral por parte del académico contemporáneo. Es difícil sobreestimar la influencia que los Cuatro libros de las Sentencias han ejercido sobre la historia de la enseñanza de la teología católica. Los comentarios de las Sentencias fueron «las fuentes más importantes de teología sistemática […] hasta bien entrado el siglo XVI»36. De hecho, aparecieron nuevos comentarios en el siglo XVII; por ejemplo, el de Juan Martínez de Ripalda (m. 1648). Incluso Juan Capreolo (1380–1444), primer gran comentarista del mismo Tomás, siguió el orden de las Sentencias en sus Defensiones tomistas37. Mas aún, la presentación sistemática de la doctrina católica ideada por Lombardo todavía sirve de modelo para un minucioso estudio de la doctrina católica. De acuerdo con las instrucciones oficiales proporcionadas hoy por la Iglesia Católica, los planes de estudio estándar en las escuelas de teología católica deben incluir los temas presentados por Lombardo en sus Sentencias.

Durante la década de 1250, las tareas de comentar y enseñar las Sentencias eran consideradas condiciones mínimas para la plena integración en el cuerpo de los profesionales. Como lo sugiere el mencionado servicio de protección prestado por los arqueros reales, las circunstancias en París no eran favorables para la realización pacífica del trabajo universitario de los dominicos y otros frailes mendicantes, como los seguidores de Francisco de Asís. La controversia que requirió a los servicios de protección real también ameritó una intervención del Papa, quien solicitó, aun contra la opinión pública, que las autoridades universitarias ascendieran a Tomás de Aquino a su cuerpo de profesores. Esto significaba que tendría que preparar y dar una conferencia inaugural, llamada principium (punto de partida), en la que los nuevos maestros exhibían su comprensión completa y arquitectónica de los materiales teológicos. Aunque apenas tenía treinta años, Tomás aceptó el desafío, sin por ello eludir las ansiedades propias que tal ejercicio generaría en un comienzo. Afortunadamente, el auxilio celestial llegó de una manera un tanto milagrosa: más tarde, Tomás confió a varios compañeros que, en respuesta a sus súplicas orantes para elegir un tema apropiado para su conferencia, se le apareció un venerable dominico mientras dormía e indicó un salmo específico sobre el cual debía hablar.

El visitante celestial, a quien la tradición identifica como el mismo santo Domingo, seleccionó un verso entre los Salmos que los dominicos habrían cantado como parte de su recitación coral del salterio. El Salmo 104, 13 dice así: «Rigans montes de superioribus suis de fructu operum tuorum satiabitur terra» (Riegas las montañas de tu palacio; por tu labor abunda la tierra). La mención de «desde lo alto» (de superioribus) sugirió a Tomás que el teólogo debía mirar hacia el Cielo en busca del principio de todo lo que existe y de la fuente de la sabiduría necesaria para hablar de ello. El Doctor Angélico expone el tema general en las primeras palabras de su conferencia inaugural, con una comparación entre la lluvia y las iluminaciones que fluyen de Dios.

Vemos por los sentidos que de las nubes más altas proviene la lluvia a partir de la cual los montes son regados y así pueden enviar desde sí mismo los ríos por los que la tierra saciada da frutos. De modo semejante, de las alturas de la divina sabiduría se riegan las mentes de los doctores (significados por los montes), cuyo ministerio transmite la luz de la divina sabiduría a las mentes de los oyentes38.

Al principio de su carrera, Tomás centra su atención en la unidad que caracteriza a la ciencia teológica y, más aún, en la unidad de la verdad misma. Las variadas mediaciones que componen la comunicación de la verdad divina, incluidas las Escrituras canónicas, no conllevan su ruptura o fragmentación39. Tal como su principium, Rigans montes, procede a explicar, Dios regala una participación en la sabiduría divina mediante una multiplicidad de mediaciones, cada una de las cuales permanece sujeta a la única sabiduría divina que gobierna «desde lo alto» a todo lo que existe. Para mucha de la teología contemporánea, el principium de Tomás se ve «más honrado en la transgresión que en la observancia»40.

En este principium, que abarca, también, cómo un profesor debe instruir en temas de divinidad, Tomás explica tres razones que ameritan posicionar en las «alturas» la enseñanza sagrada que fluye de Dios41. Primero, apela al origen de la teología, que es la sabiduría divina en sí misma; segundo, a la sutileza de la materia de la que trata; tercero, a la sublimidad del fin o completitud que la enseñanza divina (sacra doctrina) lleva a los que la reciben42. Su explicación de los orígenes de la enseñanza sagrada que Dios confía a Cristo y a su Iglesia lleva a Tomás a hablar de las cualidades de quienes enseñan y predican la sacra doctrina en palabras del propio Aquinate. Termina su discurso estipulando las cualidades deseables en aquellos que quieran recibir fructíferamente la sacra doctrina. Hoy, fácilmente describiríamos una conferencia inaugural de este tipo como programática. Presentada bajo la protección de los arqueros reales, Rigans montes establece una trayectoria, de manera muy similar al arquero que fija su arco en un objetivo; Tomás, sin duda, estaba familiarizado con el uso de flechas43. En este principium magisterial encontramos la razón fundamental de la unidad y el propósito tanto de su trabajo especulativo como de la tradición comentadora que le sigue. Para Tomás y sus seguidores, los teólogos crean una estructura orgánica para explicar el contenido de la verdad divina, y esa estructura revela una sabiduría que aparece a la vez contemplativa y activa. En cada uno de estos momentos, los practicantes de la sacra doctrina los teólogos, en sentido amplio se basan en el conocimiento de Dios de sí mismo, incluso con el objetivo de guiarse a ellos mismos y a los demás a través de esta elevada enseñanza hacia Dios. Lo que vale para el orden de la gracia también vale para el orden de la naturaleza.

En el siglo XX, uno de los mejores comentaristas modernos de Tomás de Aquino retomó la temática del principium cuando examinó la concepción de verdad filosófica que anima el vasto logro intelectual del dominico medieval. Reginald Garrigou-Lagrange, OP, ha señalado que «esta síntesis [tomista] es muy diferente según cómo sea concebida la potencia»44. La distinción real entre potencia y acto sirve como el corazón del legado especulativo de Santo Tomás. La potencia solo existe en relación con alguna actualidad. Y el acto limitado solo existe debido a aquel que es acto puro. Cuando Tomás pregunta si Dios es verdad, se remite al principio de la identidad de esencia y existencia en Dios. Solo el acto puro, la esencia que es existencia, permanece como la verdad suprema y original. «Porque su ser no solo está en conformidad con su intelecto, sino que es su propio acto de conocer; y su acto de conocer es la medida y la causa de todo otro ser y todo otro intelecto; y él mismo es su propio ser y su propio acto de conocimiento»45. El argumento puede parecer denso, pero la realidad que describe resulta fácil de comprender: Dios es la medida de todas las cosas a pesar de que él no es medido por nada. Dios es acto puro; Dios es verdad.

Incluso en esta etapa temprana de su carrera, Tomás privilegia la comunicación ordenada de la verdad divina al mundo por un Dios que habla a sus criaturas. El apóstol de la verdad primero ve a Dios mediante la contemplación amorosa, para comunicar la Suprema Verdad de manera efectiva. La interpretación alegórica cristiana de la Biblia encuentra este plan de sabiduría divina ilustrado en el relato de la Escalera de Jacob donde se ven ángeles «subiendo y bajando» (Génesis 28:12). Por ejemplo, san Cesario de Arles (m. 542) enseñó que los ángeles representan apóstoles y maestros que ascienden a lo perfecto cuando predican y descienden a lo simple cuando ofrecen instrucción46. Tomás complementa esta enseñanza afirmando que los patriarcas bíblicos, incluso antes de la ley mosaica, realizaron actos de verdadera religión en la medida en que sus ofrendas, sacrificios y holocaustos «profesan su adoración a Dios como el principio y el fin de todo»47.

En Rigans Montes, Tomás enseña que la dependencia de la criatura en Dios se remonta al origen más profundo de la creación, su existencia, y se extiende para incluir todo lo que las criaturas puedan conocer. La creación encuentra su perfección en su correspondencia a la verdad que mide todas las cosas. Por supuesto, solo la criatura inteligente puede elegir actuar contra la verdad. El extraordinario norte de esta lección inaugural le debe algo a la instrucción temprana de Tomás con los monjes benedictinos. Mientras todavía era un niño en el claustro de Montecassino, Tomás encontró allí un ejemplo vivo de la paz que el orden infunde en los ritmos de la vida cotidiana. Más tarde, mientras estudiaba con los dominicos, descubrió otra manifestación del orden, aquella suscitada por la adquisición estudiosa de la verdad.

Como se sugirió anteriormente, la forma de vida dominica, elegida por Tomás menos de un cuarto de siglo después de la muerte su fundador, favorece la adquisición de la verdad sagrada por la característica combinación del estudio asiduo con los ejercicios asociados a la vida monástica, especialmente el acatamiento a los consejos evangélicos y la oración común de la Liturgia de las Horas. La defensa de la verdad y la paz dispone a Tomás para descubrir y apreciar profundamente el orden sapiencial de la ciencia divina. La antífona de entrada para la Misa celebrada el 28 de enero, día de su fiesta, capta esta temática: «En medio de la asamblea le abrió la boca, y el Señor lo llenó del espíritu de sabiduría y de inteligencia, lo revistió con un vestido de gloria (Ecl 15,5)»48. Al hombre de Roccasecca le quedaban dieciocho años de vida para desarrollar las implicancias de un principio que permanece insondable excepto para Dios.

 

El arquero experto

El oficio de enseñanza medieval exigía tres labores para que un profesor para cumpliera con sus responsabilidades profesionales. Cuando Tomás se unió a las filas de los maestros universitarios, estas obligaciones se habían sintetizado en el trío latino: legere, disputare, praedicare. Primero, el maestro debía leer (legere), comprometiéndolo principalmente a la lectura y análisis de la Biblia. Cuando Tomás comenzó, a mediados del siglo XIII, la lectura de los profesores también incluía la exposición de otra literatura, como las obras de Aristóteles, que se habían hecho disponibles en latín a partir de varias fuentes y habían sido traducidas, en casi todos los casos, directamente del griego49.

Segundo, el maestro debía ser capaz de participar en los debates públicos, para disputar con otros (disputare). La disputa se desarrolla como un ejercicio de argumentación discursiva; no se refiere al enfrentamiento de partes en conflicto, como cuando se disputa un cargo en una cuenta de crédito. Más bien, proporciona una fórmula mediante la cual los hombres eruditos pueden explorar diferentes puntos de vista con miras a alcanzar, al final de intercambios estrictamente controlados, una determinación o conclusión sobre el asunto disputado. Alasdair MacIntyre habla de un «desacuerdo limitado» que caracteriza el método teológico de Tomás50. Tomás dedicó un tiempo considerable a entablar disputas, que para el mundo universitario medieval habrían satisfecho los mismos apetitos intelectuales que en el siglo XXI son saciados por debates televisados, blogueros y programas de entrevistas (donde lo que se dice parece ser todo menos limitado). Por supuesto, las disputas medievales se confinaron a temas serios en las ciencias sagradas, sobre las cuales, no obstante, los eruditos y los estudiantes sostuvieron una gran variedad de opiniones. La disputa, ya sea privada (entre el maestro y sus alumnos) o pública (abierta a la audiencia universitaria), proporcionaba un foro para la enseñanza. La unidad de instrucción se conoce como quaestio, es decir, una pregunta propuesta para discusión. A pesar de la claridad acerca de su estructura, los académicos no concuerdan sobre cómo las ocho disputas impresas de Tomás, sus cuestiones disputadas (quaestiones disputatae), se corresponden con las sesiones de enseñanza individuales que Tomás llevó a cabo durante sus períodos académicos.

Por último, la predicación (praedicare) se encontraba entre las principales obligaciones del maestro medieval. Es sabido que el ejercicio religioso de la predicación, que exigía haber recibido las órdenes sagradas, estaba íntimamente asociado con el proyecto educativo medieval, de un modo que sorprendería a los miembros de la universidad secular moderna –incluso a aquellos que todavía cuentan con un predicador universitario. La predicación en una iglesia se consideraba profesoral en cuanto que el púlpito ofrecía el lugar óptimo para la comunicación de la verdad divina. Este arreglo no surgió de un espíritu de elitismo, sino que, al contrario, generalmente se pensaba que la ignorancia del predicador no debía comprometer su autoridad.

Al igual que los otros maestros universitarios, Tomás se dedicó a estas responsabilidades profesionales. Aunque a menudo pasa desapercibido, el monje dominico cumplió su cometido mientras vivía bajo el gobierno de los monarcas franceses. Por su parte, el rey Luis IX favoreció a los dominicos con grandes beneficios que les permitieron construir los edificios que acogieron a Tomás durante su primera regencia parisina (término reservado para describir el periodo en que un maestro trabaja en un puesto universitario oficial) y nuevamente durante la segunda.

Los arqueros reales se posicionaros estratégicamente frente al priorato dominico de Saint-Jacques para algo más que garantizar el control de la muchedumbre; los revoltosos representaban la cara pública de algunos desafíos serios a la legitimidad de las nuevas órdenes mendicantes que operaban dentro del entorno universitario. El clero católico existe en dos formas de servicio a la Iglesia: un grupo debe su lealtad al obispo local y sirve las necesidades pastorales de la iglesia local; el otro grupo (monjes, frailes, etc.) puebla los diversos institutos religiosos que se han desarrollado a lo largo de los siglos. Aún en nuestros días la diferencia en los arreglos financieros que existe entre ambos grupos permanece un factor relevante para las «disputas anti-mendicantes». Los sacerdotes seculares y los clérigos administran sus propios recursos financieros y retienen la capacidad de poseer propiedades, mientras que el monje o religioso hace un voto de pobreza en el contexto de una vida común y, por lo tanto, renuncia al derecho de poseer bienes como propios. A mediados del siglo XIII, no todos en París entendieron que las órdenes mendicantes recién formadas (del latín mendigar, mendicare) proponían ganarse la vida pidiendo limosnas. Este modo de abastecimiento para la vida diaria supuso una desviación de la forma en que las órdenes monásticas más antiguas satisfacían sus necesidades. Tradicionalmente, los monjes, según el mandato emblemático de san Benito, ora et labora, dividían su tiempo entre oración y trabajo, este último destinado a generar ingresos para apoyar a la comunidad monástica.

También conviene recordar, como ha señalado M.-D. Chenu, que la universidad medieval llevaba el sello del carácter eclesiástico, de modo que todos sus recursos «dependían de un régimen de clérigos»51. No es de extrañar que los clérigos que no pertenecían a órdenes religiosas –es decir, los maestros seculares que se ganaban la vida como profesores en la Universidad de París– se preguntaran por qué los nuevos institutos de frailes mendicantes comenzaron a ocupar algunos de los puestos que tradicionalmente les habían sido reservados. ¿Por qué –deben haber preguntado estos clérigos seculares– los mendicantes no se sostienen como los monjes a través del trabajo manual? Este desconcierto, alimentado por un cierto resentimiento, explica la preocupación de santo Tomás por exponer la legitimidad de que un instituto religioso se dedique legítimamente al estudio de la verdad sagrada y, al mismo tiempo, pida la limosna de los fieles cristianos para apoyar su forma de vida. Otros factores, como el prestigio y la influencia en la sociedad civil, también colaboraron a la insatisfacción que algunos de los maestros seculares dejaron supurar hasta convertirse en una oposición abierta. En el centro de la controversia de la década de 1250 se encuentra Guillermo de Saint-Amour, un clérigo secular cuyas opiniones luditas fueron rechazadas rotundamente por el Papa. Tomás respondió a los argumentos engañosos de la retórica inflamatoria de Guillermo con su propio tratado apasionado, Contra impugnantes Dei cultum et religionem (Contra los que atacan la religión y el culto a Dios)52. El conflicto finalmente llegó a una tregua, aunque no a un acuerdo. Durante su segundo período de enseñanza, o regencia, en París, Tomás de Aquino se enfrentaría aotra ronda de oposición anti-mendicante.