Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000)

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Así, la campaña para recolectar firmas se denominó «A Chile le hace falta un PC legal», con los colores de la bandera de Chile (rojo, azul y blanco) y sin alusiones a la hoz y el martillo. Se publicaban opiniones a favor de la legalización del PC de personajes de la vida nacional e internacional que no pertenecían al partido, como una forma de legitimar la existencia presente y futura de la colectividad79. De esta forma, demostrando que, a pesar de la crisis, la mística y la capacidad activista de la militancia no se habían quebrantado, la organización logró su legalización con 61.483 firmas, duplicando la cifra mínima que exigía la regla. Este logro fue una señal de la capacidad de resiliencia del PC cuando muchos pronosticaban su extinción80.

De esta manera, mientras públicamente las expresiones de sectores de la derecha y del gobierno pronosticaban el inevitable fin del Partido Comunista81, un amplio segmento de la militancia comunista continuó reproduciendo prácticas, rituales y tradiciones partidarias. Por una parte, pasó casi inadvertido el triunfo de los candidatos comunistas en las elecciones de la Federación Nacional de Trabajadores de la Salud (Fenats), que tendría relevantes repercusiones sociales y políticas en los años siguientes. Igualmente, las Juventudes Comunistas lograban la primera mayoría en las elecciones de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Santiago (FEUSACH), una de las más importantes del país82. Es decir, en un año muy crítico de su historia, el PC continuaba siendo un actor competitivo en algunas de las organizaciones sociales de mayor peso en la realidad nacional.

Por otra parte, el PC, aprovechando la reapertura de los espacios legales de expresión, comenzó a recuperar tradiciones y rituales partidarios. Por ejemplo, en 1990 se celebró el 50º aniversario de la fundación del semanario El Siglo. En función de esta fecha, se creó el concurso literario «50 aniversario» en los géneros de cuento y poesía83. Si por un lado los comunistas buscaban retomar su histórico papel en el mundo de la cultura, también lo hacía en otras facetas de la vida cotidiana, como el deporte. El Siglo semanalmente informaba sobre el torneo de fútbol «50 aniversario». Este campeonato, que congregaba a clubes de barrio y confederaciones sindicales, se realizaba anualmente hasta antes del golpe de Estado de 197384.

De esta manera, a partir de la presencia partidaria en organizaciones sociales, deportivas, las artes y la música, la cultura comunista tuvo continuidad, pues dichas actividades implicaban la mantención de sus prácticas militantes y el rescate de sus tradiciones. La defensa del orgullo partidario se basó en la reivindicación de estas y su proyección en las batallas por venir.

29 Una síntesis sobre los primeros años de la década de 1990, en Paul Drake e Iván Jaksic (comp.), El modelo chileno. Democracia y desarrollo en los noventa, LOM ediciones, 1999. Una mirada crítica sobre las llamadas «leyes de amarres» elaboradas por la dictadura para el nuevo período democrático, en Tomás Moulian, Chile actual. Anatomía de un mito, LOM ediciones, 1997.

30 Carlos Huneeus, La democracia semisoberana. Chile después de Pinochet, Taurus, 2014. p.76 y ss.

31 Huneeus, Idem. Otros importantes investigadores han planteado conclusiones parecidas, como el caso de Manuel Antonio Garretón, que ha señalado que el marco de la Constitución de 1980, elaborada bajo la dictadura y que, con algunos cambios, rige en Chile hasta la actualidad, impide estructuralmente la generación de un régimen democrático. Ver Neoliberalismo corregido y progresismo limitado. Los gobiernos de la Concertación en Chile, 1990-2010, ARCIS-CLACSO, 2012.

32 Álvarez, op. cit. p.256 y ss.

33 Entrevistas en anexo I y II del trabajo de Verónica Huerta, «Los veteranos de los 80. Desde afuera, en contra y a pesar de la institucionalidad», tesis para optar al grado de Licenciado en Sociología, Universidad ARCIS, 1993. Los testimonios fueron recogidos a principios de la década de 1990, p.144, 99 y 58, respectivamente.

34 Un excelente testimonio de un militante forjado al fragor de la Política de Rebelión Popular, en José Miguel Carrera Carmona, Misión Internacionalista. De una población chilena a la Revolución Sandinista, Editorial Latinoamericana, 2010. También Mauricio Hernández Norambuena, Un paso al frente. Habla el comandante Ramiro del FPMR, Ceibo Ediciones, 2016.

35 A modo de ejemplo, se mencionaba que, en el mes de junio, el presidente Aylwin había conminado a Pinochet a tres cosas: que terminara con sus declaraciones políticas; que le entregara un informe sobre los objetivos y funciones del «Comité Asesor» del comandante en jefe del Ejército y la manera cómo se había aplicado la resolución de disolución de la antigua policía política de la dictadura. Al respecto, decía el Informe al XIII Pleno del Comité Central: «La opinión pública no ha obtenido respuesta positiva en ninguna de las tres cuestiones, y, por el contrario, hemos asistido a nuevos desafíos». Informe al XIII Pleno del Comité Central (mecanografiado), p.5.

36 Ibid.p.8.

37 Ibid. p.10.

38 Ibid. p.17-18.

39 Al respecto, Edgardo Boeninger, Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad, Editorial Andrés Bello, 1997.

40 Riquelme, op. cit., p. 209.

41 Panebianco, op. cit.

42 Manuel Antonio Garretón ha realizado una crítica a esta mirada. Ver Del postpinochetismo a la sociedad democrática. Globalización y política en el Bicentenario, Debate, 2007.

43 François Furet, El pasado de una ilusión. Historia de la idea comunista, F.C.E., 1997.

44 Eric Hobsbawm, «Historia e ilusión», New Left Review Nº 4, 2000.

45 Bruno Groppo y Bernard Pudal, «Introduction: Une réalité multiple et controversée», en Dreyfus et al., op. cit.

46 Bernard Pudal, Un monde défait… Op. cit. p. 16.

47 «El anacronismo del PC», La Época del 12 de abril de 1990.

48 En una nota de prensa se hacía hincapié en el punto de que tanto oficialistas como disidentes se denominaban partidarios de la renovación. Ver «PC: ahora todos son renovadores», Hoy del 29 de enero de 1990.

49 Ver «Nuestra utopía sigue vigente», El Siglo del 8 de enero de 1990, p.3.

50 Volodia Teitelboim, «Democracia, socialismo y renovación en el PC de Chile», en Varios autores, Crisis y renovación, Edición Medusa/ICAL, 1990.

51 Al respecto, ver intervención de Teitelboim en la clausura de la Conferencia Nacional del PC de junio de 1990: «Nuestra respuesta en tiempos de crisis», El Siglo del 10 de junio de 1990. Separata, p. IV. Ver Jorge Navarro López, «Volviendo a los orígenes. La reconfiguración política-cultural del Partido Comunista de Chile y el rescate de los fundadores (1988-1990)», Páginas año 9 – n° 20 Mayo- Agosto, pp. 53-79, 2017.

52 Ibid.p. 231 y 224. Argumentos parecidos hizo Teitelboim en un discurso efectuado el 4 de enero de 1990, en el marco del 68’ aniversario de la organización. Ver «Lucha entre progreso y reacción continúa agudamente», El Siglo del 8 de enero de 1990, p. 10 y ss.

53 Declaraciones de Teitelboim en «Crisis de identidad en el Partido Comunista», Pluma y Pincel del 10 de mayo de 1990, p.7.

54 Riquelme, op. cit., p. 206.

55 «Un nuevo camino al socialismo» y «Por una discusión no ensimismada», en El Siglo del 22 de julio, p.5 y del 26 de agosto, p.5., respectivamente.

56 El mejor trabajo historiográfico que muestra esto, Kriegel, op. cit.

57 Una propuesta formal en esa dirección la hizo el militante Álvaro Palacios, perteneciente al sector de los «renovadores» del partido durante la crisis. Ver «Apuntes para la discusión sobre el Programa del Partido Comunista de Chile», Documento de Trabajo CISPO, enero de 1990. Para la dirección de PC, esta forma de organizarse no excluía el debate interno y la lucha ideológica en su interior. Ver declaraciones de Gladys Marín en «Renovación es rebelión popular», El Siglo del 22 de abril de 1990, p. 5.

58 Teitelboim, «Nuestra respuesta…op. cit., El Siglo del 10 de junio de 1990. Separata, p. II.

59 Intervención de Jorge Insunza, en Varios autores, op. cit. p. 134.

60 Intervención del Gladys Marín en el acto del 68 aniversario realizado el día 13 de enero de 1990 en el Estadio Santa Laura, en «Por las grandes Alamedas, viva la gente», Ediciones El Siglo S.A. nº 2, p.35 y 36.

61 «Conferencia Nacional. Partido Comunista de Chile», junio de 1990, p.57 y 58.

62 José Ignacio Ponce López, «El internacionalismo latinoamericanista del PC chileno en el mundo postsoviético. (1988-1994), Páginas Vol. 9, N°. 20, 2017.

63 Ver por ejemplo, las apreciaciones del integrante de la dirección del PC Óscar Azocar en un seminario organizado por el partido, en Varios autores, op. cit., p. 21 y ss. Un documento oficial, en «Los comunistas chilenos y la perestroika», en Pluma y Pincel, 1º de febrero de 1990.

64 Son sintomáticos los reportajes publicados semanas antes de la caída del Muro de Berlín, titulados «Moscú de la Perestroika» y «Asumir los cambios o retroceder en la historia», El Siglo del 18 de octubre de 1989, p. 12 y 14, respectivamente.

 

65 Al respecto, Álvarez, op. cit, y Claudio Pérez, «La política militar del Partido Comunista de Chile, 1973-1983: Una mirada a partir de la Tarea Militar en Cuba y la experiencia internacionalista de militantes comunistas en la Revolución Sandinista», tesis para optar al grado de Doctor en Estudios Americanos, USACH, 2016.

66 Ver saludos de Teitelboim al líder sandinista Daniel Ortega, El Siglo del 19 de marzo de 1990, p.13. Otras referencias en ese tiempo sobre el proceso en Nicaragua, en «Gobernar desde abajo», Pluma y Pincel del 29 de marzo de 1990. Sobre la guerrilla del FMLN en El Salvador, por ejemplo, en El Siglo del 11 de diciembre de 1989, p. 30.

67 Ver los discursos de Fidel Castro en Pluma y Pincel del 28 de diciembre de 1989 y del 15 de febrero de 1990. Además, la «amenaza imperialista», a la que Castro seguía haciendo alusión, se había manifestado en toda su dimensión con la invasión y bombardeo de Panamá a fines de 1989.

68 «El socialismo no es una opción: es una necesidad histórica», en El Siglo del 29 de julio de 1990, p. 12. Mayúsculas en el original.

69 Las cifras del desempeño electoral del PC en las elecciones de diciembre de 1989, en Riquelme, op. cit. p. 200.

70 Declaraciones de Volodia Teitelboim, en «Consolidar, avanzar y profundizar proceso democrático», El Siglo del 29 de diciembre de 1989, p. 5.

71 «El Choño fue un combatiente de primera línea», El Siglo del 24 de junio de 1990, p.10.

72 Una declaración al respecto en «Debilidad del gobierno para sacar a Pinochet», El Siglo del 16 de septiembre de 1990, p. 6.

73 «Democracia cobra primera víctima», El Siglo del 1º de junio de 1990. Separata.

74 «Procesados políticos y periodistas desafían a fiscalías militares», El Siglo del 16 de septiembre de 1990, p.14.

75 Sobre la fuga de enero de 1990, «Hacia la libertad», Pluma y Pincel del 1º de febrero de 1990; sobre la situación de los presos políticos, «¿Presos políticos?, sí, y somos 300», El Siglo del 5 de agosto de 1990, p. 7.

76 Al fragor de la crisis, Antonio Leal, uno de los líderes de la disidencia, acusó a la dirección del PC de prestar cobertura al FPMR en democracia. En respuesta Gladys Marín señaló que el PC, teniendo en cuenta que muchos militantes de esta organización eran presos políticos, tenía «la obligación de reconocer su aporte a la recuperación a esta vuelta a la democracia» y que no tenían nada que ver con formas de lucha armada en la nueva etapa democrática, en La Nación del 5 de noviembre de 1990.

77 «Desarraigar viejos hábitos mentales que hacen daño», El Siglo del 8 de enero de 1990, p.16 y 17. Es importante resaltar que este espíritu crítico había sido alentado desde la propia dirección en los tiempos del XV Congreso. Por ejemplo, en la intervención de Gladys Marín en una reunión de la Comisión Nacional de Organización del partido, señalaba que, respecto al funcionamiento de la organización, «hay muchos problemas… la actitud de los cuadros, mucha rutina, mucha idea de no decir la verdad, de no discutir francamente entre nosotros… de sacar un cuadro sin discutir a fondo…», «XV Congreso y el partido», El Siglo del 30 de octubre de 1989, separata, p. IV.

78 «Dos generaciones para un mismo camino», El Siglo del 8 de enero de 1990, p.21.

79 Ver esta campaña en El Siglo del 22 de junio de 1990, última página.

80 Al respecto, ver «PC recuperó existencia legal», La Nación del 23 de octubre de 1990. Sobre el significado de este hito en tiempos de crisis, Volodia Teitelboim «Para la legalidad, no nos pusimos de rodillas», La Nación del 29 de octubre de 1990.

81 Ver declaraciones del destacado dirigente demócrata cristiano Genaro Arriagada en «Desintegración del PC es difícil de revertir» y del dirigente de Renovación Nacional (derecha) Gonzalo Eguiguren, «Es sano que el PC desaparezca», en La Nación del 11 y 12 de agosto de 1990, respectivamente. En la misma, ver columna de opinión Alberto Sepúlveda Almarza, «La agonía del comunismo», La Nación del 9 de julio de 1990.

82 Al respecto, ver «DC reconoció triunfo PC en Fenats» y «JJCC ganaron elecciones en la FEUSACH», en La Nación del 13 de diciembre y 24 noviembre de 1990, respectivamente.

83 El Siglo del 16 de septiembre de 1990, p. 19. También ver «Concurso literario El Siglo. Un aporte a nuestra cultura», El Siglo del 22 de junio, p. 22.

84 Cada semana, El Siglo informaba sobre los resultados de cada fecha. Sobre la inauguración del campeonato, «Viejos cracks se juegan paso a las finales», El Siglo del 27 de mayo de 1990.

C apítulo 2 La diáspora de la disidencia comunista (1987-1992)85

Cuando estalló la crisis del PC en 1990, el poeta y músico Mauricio Redolés representó el sentido común de muchos militantes. A comienzos de año, publicó una polémica carta titulada «Renovación para la Revolución», en la que pedía la democratización interna de la organización. Al igual que otros disidentes, solicitaba un congreso extraordinario «realizado bajo el imperio de la democracia, que logre derribar todo lo que trabe y tapuje la confrontación de ideas». Decepcionado, meses más tarde hacía públicas las razones de su renuncia a la colectividad a la que había pertenecido durante casi veinte años: en su reunión de célula no lo habían dejado hablar. Su opción no era crear un nuevo PC ni militar en otro partido. Como el grueso de los que se retiraron de la organización en 1990, optó por restarse de cualquier otra colectividad política86. Parafraseando el texto del alemán Bertold Brecht sobre «los imprescindibles», muy conocido entre la militancia comunista, Redolés redactó un poema que terminaba diciendo «Y ahora estoy aquí, en el bar de la esquina, porque ya no llega nadie a la reunión de célula». Ante las noticias de que tal o cual compañero o compañera abandonaba la organización, la percepción de muchos comunistas fue la misma que tuvo Redolés: el partido parecía despedazarse y la militancia desperdigarse. Era la diáspora comunista en el año de la peor crisis de su historia.

A lo largo de su trayectoria, el Partido Comunista ha tenido a lo menos tres grandes disputas internas. La primera, a fines de la década de 1920 y principios de la de 1930, fue la versión chilena del enfrentamiento entre «estalinistas» versus «trotskistas». En aquella oportunidad, se produjo una división muy significativa, que dejó a la facción «estalinista» muy debilitada87. Posteriormente, a fines de la década de 1940, durante los años de la clandestinidad bajo la presidencia de Gabriel González Videla, fue purgada la facción «reinosista». Liderada por el dirigente Luis Reinoso, sus integrantes eran partidarios de la «acción directa» contra el gobierno, lo que terminó con la expulsión del partido de esta «fracción»88. Así, el ciclo 1987-1992, puede considerarse un tercer momento de pugnas significativas en la historia del PC chileno. En 1987 se marginaron militantes que consideraban un error abandonar la lucha armada contra la dictadura, creando el llamado Frente Patriótico Manuel Rodríguez Autónomo89.

En un trabajo anterior, dividimos el desarrollo de esta crisis en tres etapas. La primera se desarrolló alrededor del XV Congreso del PC, realizado en Chile en mayo de 1989. Esta instancia fue la primera vez, desde el golpe de Estado de 1973, que el conjunto de la militancia comunista hacía un balance de su línea política. La clandestinidad y el exilio habían provocado que la Dirección del PC cancelara un Congreso a realizarse en 1983. La magnitud de las diferencias al interior del cuerpo dirigente del partido hizo que se pospusiera el evento. Durante el XV Congreso, la discusión se concentró en torno a la justeza o no de la línea del PC contra la dictadura, conocida como Política de Rebelión Popular de Masas. Esta había introducido al acervo partidario el concepto de «todas las formas de lucha» contra la dictadura, lo que en la práctica significaba la implementación de acciones armadas y el desarrollo de una perspectiva insurreccional para derrocar a la dictadura. La formación de un brazo armado (llamado Frente Patriótico Manuel Rodríguez), un masivo ingreso de armas al país para ejecutar un movimiento insurreccional y el fracasado atentado contra el general Pinochet, fueron algunas de las expresiones más destacadas de la política de los comunistas durante el período. La dirección interior del PC, encabezada por la dirigente Gladys Marín, defendía a brazo partido su implementación. Por otra parte, una minoría del comité central y otros militantes de distintos niveles se alistaron para criticar el supuesto giro «ultraizquierdista» que habría implicado la perspectiva insurreccional de la política del PC. Planteaban que esta fórmula alejaba al partido de su tradicional opción por la lucha de masas y su flexibilidad táctica. Por último, los dirigentes más antiguos, parte de la Dirección del PC durante la Unidad Popular y que habían padecido el exilio durante la dictadura, también miraban con recelo las decisiones que la dirección interior había tomado. En especial, muchos habían planteado que no existían reales condiciones para implementar una insurrección en Chile. De esta manera, la convocatoria del XV Congreso criticó «el reformismo» de la Unidad Popular, las vacilaciones en la lucha contra la dictadura y consagró la legitimidad de la Política de Rebelión Popular. Gran parte de los dirigentes que se oponían a estas visiones, quedaron fuera del Comité Central90. Como se puede apreciar, en esta fase el núcleo del debate se relacionó fundamentalmente con cuestiones internas de la organización y su resultado fue que un sector significativo del partido quedó insatisfecho con las conclusiones del Congreso.

De esta manera, la segunda fase de la crisis se desarrolló entre el fin del XV Congreso y la I Conferencia Nacional del PC, realizada a mediados de 1990. Durante este período, los conflictos se acentuaron por dos factores exógenos al PC: los magros resultados en la elección parlamentaria de diciembre de 1989, en las que los comunistas no obtuvieron ningún parlamentario, y la caída del Muro de Berlín y el consiguiente colapso del campo socialista. La principal característica de la crisis durante estos meses fue su expresión pública, algo ajeno a la siempre secretista cultura política comunista. Los principales aspectos del debate se relacionaron, por un lado, con la pertinencia o no de formar parte del nuevo gobierno y, por otro lado, si era conveniente o no que el PC siguiera existiendo sobre sus antiguas bases ideológicas y orgánicas. Durante esta fase, la disidencia se vio fortalecida por un sector de militantes a quienes se les conoció como los «renovadores». Integrado por intelectuales, habían sido parte importante en el diseño de la Política de Rebelión Popular y habían mantenido una férrea oposición al «reformismo» comunista durante el XV Congreso. Sin embargo, en esta coyuntura se volvieron críticos de la Dirección del PC, por considerar que esta no abría las puertas del debate democrático sobre los cambios ideológicos que el partido requería a la luz de la crisis del campo socialista. Además, terminaron coincidiendo con el sector derrotado en el XV Congreso, respecto a que era necesario integrarse a la Concertación de Partidos por la Democracia, coalición que sostenía al nuevo gobierno democrático. Esa segunda parte de la crisis se cerró con la mencionada Conferencia Nacional, realizada entre el 29 de mayo y el 2 de junio de 1990. Ella declaró el fin del debate sobre los cambios que requería la organización, reafirmando su continuidad sobre sus bases tradicionales, lo que fue tildado por sus críticos y la prensa como expresión de la «ortodoxia comunista». Además, la Conferencia llamó a terminar con lo que se denominó «un debate ensimismado». Durante la realización de esta importante reunión, renunciaron a su cargo de integrantes del Comité Central Augusto Samaniego y Manuel Fernando Contreras, los más destacados militantes de la corriente «renovadora». Era su señal de protesta contra las supuestas conductas antidemocráticas de la dirección del partido.

 

La tercera y última fase de la crisis estalló cuando a principios de julio de 1990 Fanny Pollarolo renunció públicamente al Comité Central. Señaló que tenía diferencias políticas fundamentales con la dirección del PC, en especial por lo que consideraba los métodos antidemocráticos del funcionamiento y estructura del partido. Muy conocida dirigente pública del PC, Pollarolo se convirtió en la nueva líder de la disidencia. A partir de ese momento, se provocó una especie de efecto dominó de nuevas renuncias. En el caso de las Juventudes Comunistas, renunció el 40% de su Comité Central, incluido el subsecretario general, que también renunció a la militancia en la organización. Semanas más tarde, la dirección del PC decidió sancionar a cuatro dirigentes de la disidencia, Luis Guastavino, Antonio Leal, Leonardo Navarro y el dirigente sindical Alejandro Valenzuela. Solo para el primero se le aplicaba la «separación de las filas», Navarro era destituido del Comité Central, Leal marginado de la Comisión Nacional de Relaciones Internacionales y quedaba «en estudio» la solicitud de marginación del partido a Valenzuela, solicitada por la estructura regional de Valparaíso. Esta sanción favoreció que se masificara la solidaridad hacia los líderes de la disidencia, dando paso a numerosas muestras de apoyo y renuncias al partido de destacados militantes. En medio de una mediática discusión, el desangramiento del PC pareció cerrarse con la conformación a fines de 1990 de la llamada «Asamblea de la Renovación Comunista» (ARCO). Esta instancia aglutinó a los principales dirigentes de la disidencia y su creación formalizó la salida del PC del grueso de esta.

Lo que caracterizó a esta crisis fue la gran de variedad de motivaciones y razones para convertirse en disidente de la dirección del PC. En la práctica, surgió un verdadero archipiélago de nombres, vinculados a diferentes experiencias y tradiciones de la militancia comunista. A diferencia de las herejías «trotskistas» y «reinosistas», que tuvieron una orientación unívoca, las pugnas internas del ciclo en torno al año 1990 no contaron con una sola cabeza, lo que produjo confusión en la comprensión de la crisis comunista. Es decir, tal como lo ha reiterado Bernard Pudal para el caso europeo, «contra la representación simplificada de los militantes del PCF… el mundo comunista es múltiple y reflexivo»91. Es decir, contra la habitual visión homogénea sobre la militancia comunista chilena, esta crisis permitió apreciar las distintas sensibilidades existentes al interior de una organización tradicionalmente considerada «monolítica». Para el caso francés, cuando en 1977 comenzó un masivo éxodo de militantes, Catherine Leclercq distinguió tres familias de desafectados del partido, que denominó desarraigados, desencantados y desplazados92. Cada una de estas «familias» de ex militantes, respondía a motivaciones distintas, desde no ser capaces de adaptarse a los cambios ideológicos de la institución, la modificación del habitus original que los llevó a ser comunistas, hasta diferencias político-ideológicas que los marginaron de los centros de decisión del partido. Estas tipologías nos parecen útiles para explicar la diáspora comunista chilena que explotó y se repartió por diversas organizaciones y partidos a partir de 1990.

En el caso chileno, la familia de los «desarraigados» se concentró entre los integrantes del Comité Central y la Comisión Política hasta el golpe de Estado de 1973, pero que bajo la dictadura perdieron progresivamente influencia. Por lo general partidarios de la política de Rebelión Popular contra la dictadura, discreparon con el Equipo de Dirección Interior (EDI), encabezado por Gladys Marín, sobre las reales condiciones para que estallara una insurrección de masas en Chile. Como decíamos más arriba, fueron desplazados de la dirección del partido en el XV Congreso, pero, en tanto figuras históricas, no formaron parte de ninguna de las corrientes que se enfrentó a la dirección. Algunos optaron por dejar de militar silenciosamente, como fue el caso de Rodrigo Rojas; otros, volver a hacerlo en células territoriales de base, como Samuel Riquelme; algunos asumieron tareas específicas, como América Zorrilla en el proceso de legalización del partido en 1990. Por último, otros, muy enfermos, no tuvieron opción siquiera de volver a Chile, como le ocurrió a Orlando Millas, quien falleció en 1991 en Holanda después de una larga enfermedad. Pero el denominador común de los desarraigados, formados bajo la antigua tradición estalinista de la década de 1940 en adelante, fue la opción por el bajo perfil durante la crisis y continuar militando en la organización más allá de las diferencias con la dirección del partido. En rigor, no participaron en el conflicto interno desatado a partir de 199093.

En este esquema, un lugar especial ocupa Luis Corvalán Lepe, secretario general del partido durante treinta años y símbolo de la organización. En Chile, desde 1983, producto de las necesidades de la clandestinidad, jugó un papel muy reducido en las tareas de la dirección política, a la sazón encabezada por Gladys Marín. Durante el XV Congreso, propuso que fuera ella quien lo reemplazara como el líder de la organización y que Manuel Cantero asumiera como subsecretario. De esta manera, se opuso a la nominación de Volodia Teitelboim, su compañero de generación en el partido94. El rechazo de su propuesta dejó en evidencia dos cosas. En primer lugar, la pérdida de ascendencia sobre la militancia de los dirigentes históricos del partido, cuyo máximo representante era Luis Corvalán. En segundo lugar, demuestra la complejidad de las relaciones de poder en la dirección comunista, puesto que, si bien el ascenso de Gladys Marín simbolizó la pérdida de influencia de la «vieja guardia» del partido, su principal exponente sí la respaldó. Más tarde, cuando estalló la crisis de 1990, Corvalán fue partidario de que, luego de la Conferencia Nacional de junio de aquel año, se realizara un Congreso extraordinario, acogiendo la demanda de los disidentes95. A pesar de estas posiciones, Corvalán nunca se mostró discordante con la posición del Partido y conservó su puesto en el Comité Central.

De esta manera, el caso de Corvalán demuestra la dificultad de encasillar a los integrantes del PC en una sola posición o de incondicionalidad hacia un caudillo interno. Por un lado, apoyó en 1989 a Gladys Marín para secretaria general, principal promotora de la Política de Rebelión Popular durante la década de 1980. Al año siguiente, respaldó a la disidencia, muy crítica de esta política, que planteaba abrir mucho más el debate dentro del partido. Así, es muy probable que la militancia que se quedó en el PC luego de la crisis, tuviera estas posiciones cruzadas y no un seguimiento ciego a tal o cual dirigente. Este tipo de casos derriba el mito del supuesto carácter monolítico del PC chileno, cuestión que se acentuó durante la década de 1990.

Una segunda familia de disidentes fueron los «desencantados». Formada principalmente por profesionales e intelectuales (aunque no únicamente), en su mayoría habían iniciado su militancia a mediados de la década de 1960. Tiempo de reforma universitaria y activación de las luchas campesinas a favor de la reforma agraria, vivieron el período de la Unidad Popular como la etapa fundamental de su experiencia militante. Muchos ocuparon cargos de dirección en las Juventudes Comunistas y fueron figuras relativamente conocidas durante algún período de la historia del PC96. La mayor parte de ellos dejó de militar en el PC a fines de la década de 1970 y principios de 1980. Por regla general, se apartaron del comunismo decepcionados por la realidad del «socialismo real» que conocieron durante el exilio y por el giro hacia la izquierda que significó la Política de Rebelión Popular. Pero la característica fundamental de los desencantados fue que, a corto plazo, dieron por perdida la batalla por modificar desde dentro al partido, básicamente por sentirse más cercanos al proceso de renovación socialista que llevó a cabo un importante sector de la izquierda chilena durante los años de la dictadura. Así, fueron tempranos partidarios de la salida pactada de la dictadura y muchos se sumaron al «Comité de elecciones Libres» y al Partido por la Democracia (PPD), ente instrumental creado por sectores socialistas para participar en la campaña por el NO en la coyuntura del Plebiscito de 1988. Por lo tanto, su influencia en la polémica interna fue menor, producto de su opción de abandonar el PC e incorporarse a otras fuerzas políticas.