América ocupada

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Durante estas campañas eran comunes las ejecuciones militares. Los soldados y civiles capturados eran ejecutados, generalmente ahorcados por colaborar con las guerrillas. Un aspecto interesante es que muchos inmigrantes irlandeses, así como algunos otros anglos, desertaron pasándose al lado mexicano, formando el cuerpo San Patricio. Se pasaron a los mexicanos “debido al disgusto innato de las masas por la guerra, el mal trato y la pobre subsistencia.54 Muchos de los irlandeses eran también católicos, y resentían el trato que daban a los curas y monjas los invasores protestantes. Se ha calculado que uno 260 angloamericanos lucharon junto a los mexicanos en Churubusco en 1847. “Parece que fueron capturados unos ochenta… Unos cuantos fueron encontrados inocentes y los dejaron en libertad. Unos quince, que habían desertado antes de la declaración de guerra, fueron simplemente marcados con una ‘D’ [desertor], y cincuenta de los capturados en Churubusco fueron ejecutados”.55 Otros recibieron doscientos latigazos y fueron obligados a cavar fosas para sus compañeros ejecutados.56

No necesitamos acudir a fuentes mexicanas para reseñar el reino de terror instaurado por las tropas yanquis. Memorias, diarios y artículos periodísticos escritos por angloamericanos lo documentan. Nos concentraremos aquí en el libro de Samuel E. Chamberlain My Confessions. Solo tenía 17 años cuando se alistó en el ejército para combatir a los greasers. Muchas de sus “‘confesiones’ tratan de la invasión de México y las atrocidades de los anglos, especialmente de los Texas Rangers. El autor refleja el racismo de los invasores. En la ciudad mexicana de Parras, escribió: “Encontramos que la patrulla se había hecho culpable de muchos ultrajes… Entraron violentamente en la Iglesia de San José, mientras se celebraba la misa, llena de mujeres arrodilladas y niños, y entre juramentos y burlas obscenas arrestaron a los soldados que tenían permiso para estar presentes”.57 En otra ocasión, describe una masacre realizada por voluntarios, la mayor parte pertenecientes a la caballería de Yell, en una cueva:

Al llegar al lugar encontramos a un greaser fusilado y con el cuero cabelludo arrancado, pero que todavía respiraba; el pobre hombre sostenía en las manos un rosario y una medalla de la “virgen de Guadalupe”, solo sus débiles movimientos impedían a los feroces buitres caer sobre él mientras aún seguía con vida. Por compasión se le atravesó con un sable y seguimos apresuradamente nuestro camino. Muy pronto llegaron a nuestros oídos gritos y maldiciones, llantos de mujeres y niños, provenientes al parecer de una cueva al fondo de la quebrada. Trepando sobre las rocas llegamos a la entrada, y tan pronto como nuestra vista se acostumbró a la oscuridad contemplamos una escena espantosa. La cueva estaba llena de nuestros voluntarios aullando como endemoniados, mientras que en el suelo rocoso yacían unos veinte mexicanos, muertos o agonizando sobre charcos de sangre. Mujeres y niños se aferraban a las rodillas de los asesinos pidiendo a gritos compasión.58

Chamberlain continuaba:

La mayor parte de los mexicanos asesinados habían sido escalpados; solamente tres hombres no habían sido heridos. Un tosco crucifijo estaba clavado en una roca y algún miserable irreverente había coronado la imagen con un sangriento cuero cabelludo. Un olor insoportable llenaba el lugar. Las mujeres y niños sobrevivientes empezaron a dar grandes gritos al vernos, ¡pensaban que nosotros llegábamos a terminar el trabajo!

Chamberlain concluía: “Nadie fue castigado por este crimen”.59 Cerca de Saltillo, Chamberlain dejó constancia de las acciones de los rangers. Sus descripciones son gráficas. Un anglo borracho entró en la Iglesia y arrojó al suelo una imagen de madera de nuestro Salvador, y anudándole al cuello su reata, montó en su caballo y galopó arriba y abajo de la plazuela, arrastrando la imagen tras él. El venerable sacerdote de cabellos blancos, al tratar de rescatar la imagen, fue arrollado y pisoteado por el caballo del ranger.60

Los mexicanos se enfurecieron y atacaron al texano; entre tanto, los rangers regresaron: “Al entrar a galope en la plaza, vieron a su miserable camarada colgando de la cruz, con la piel colgando en jirones, rodeado por una turba de mexicanos. Con gritos de horror los rangers cargaron sobre la multitud atacando con sus cuchillos y revólveres, sin hacer distinciones de edad ni sexo en su terrible furia”.61 Chamberlain es explícito en su desprecio por los rangers: “El general Taylor no solo recaudaba [a los mexicanos] las gabelas impuestas por la fuerza de las armas, sino que además lanzaba sobre el país las jaurías de sabuesos humanos llamados Texas Rangers”.62 Prosigue describiendo la brutalidad de los rangers en el Rancho de San Francisco situado en el camino de Camargo cerca de Agua Fría: “El lugar estaba rodeado, las puertas fueron derribadas y todos los hombres capaces de manejar armas fueron arrastrados fuera, amarrados a un poste y ¡fusilados!… Treinta y seis mexicanos fueron fusilados en este lugar; se concedió media hora para que los horrorizados sobrevivientes, mujeres y niños, sacaran sus escasas pertenencias, luego prendieron fuego a las casas, y a la luz de las llamas del incendio los feroces texanos se alejaron al galope hacia nuevas acciones sangrientas”.63 Estos imperdonables actos de crueldad, presenciados por un hombre, se suman a los relatos de otros cronistas, dando más peso a la evidencia de que Estados Unidos, a través de las acciones de sus soldados, dejó en México un legado de odio.

La omisión de las atrocidades de la guerra en las historias angloamericanas ha conducido a muchos angloamericanos a considerar el conflicto como una guerra elegante, en la que los mexicanos fueron derrotados en una lucha limpia y resultando afortunados de haber perdido únicamente su tierra. Esta indiferencia por parte de los anglos es lo que no ha permitido cicatrizar las heridas de los mexicanos y lo que ha mantenido vivos los viejos odios. Ha perpetuado, para los chicanos, la realidad de que son un pueblo conquistado: los mexicanos y los indios son los únicos pueblos de Estados Unidos que fueron forzados a formar parte de esa nación después de la ocupación de sus tierras por tropas angloamericanas.

EL TRATADO DE GUADALUPE HIDALGO

Cuando el general Winfield Scott derrotó a Santa Anna en el violento combate de Churubusco, a fines de agosto de 1847, la guerra estaba a punto de terminar. Esto colocó a los angloamericanos a las puertas de la ciudad de México. Santa Anna buscó un armisticio y durante dos semanas se condujeron las negociaciones. Sin embargo, Santa Anna reorganizó sus defensas durante este periodo y, a su vez, los angloamericanos renovaron sus despiadados ataques. El 13 de septiembre de 1847, Scott entró en la ciudad. Aunque los mexicanos defendieron valientemente su capital, la batalla dejó 4000 muertos y 3000 prisioneros entre sus hombres. El 13 de septiembre, antes de comenzar la ocupación de México, los niños héroes detuvieron a los conquistadores y prefirieron la muerte antes que rendirse. Estos cadetes adolescentes (Agustín Melgar, Francisco Márquez, Juan Escuda, Femando Montes de Oca, Vicente Suárez y Juan de la Barrera), se convirtieron en “símbolo e imagen de esta injusta Guerra”.64

Aunque los mexicanos estaban derrotados la guerra continuó. La primera magistratura recayó en el presidente de la Suprema Corte, Manuel de la Peña y Peña. Este sabía que México había perdido y que su deber consistía en salvar lo más que fuese posible. La presión aumentó, porque Estados Unidos controlaba gran parte del actual México. Nicholas Trist, enviado a México para actuar como comisionado de paz, no pudo iniciar las negociaciones hasta enero de 1848. Trist llegó a Veracruz el 6 de mayo de 1847, donde tuvo “un altercado vigoroso pero temporal con Scott”. Las negociaciones se conducían a través de la legación británica, pero se atrasaron debido a la enfermedad de Trist. Este retraso obligó a hacer un arreglo apresurado y, después de la caída de la ciudad de México, el secretario de Estado James Buchanan quiso revisar las instrucciones de Trist. Le ordenó romper las negociaciones y volver a casa.65 Aparentemente, Polk había empezado a considerar la posibilidad de exigir más territorio a México y de pagar menos por él. No obstante, Trist, con el apoyo de Winfield Scott, decidió ignorar las órdenes de Polk, y procedió a negociar en los términos originales. México, derrotado, con su gobierno trastornado, no tenía más elección que acceder a las propuestas angloamericanas.

El 2 de febrero de 1848 los mexicanos aceptaron el Tratado de Guadalupe Hidalgo, por el que México aceptaba el río Grande como frontera con Texas y cedía el suroeste (que abarcaba los actuales estados de Arizona, California, Nuevo México, Utah, Nevada y partes de Colorado) a Estados Unidos recibiendo a cambio 15 millones de dólares. Polk se enfureció con este tratado; consideraba a Trist ‘Vilmente infame” por haber ignorado sus órdenes. Pero no le quedaba más remedio que someter el tratado al Senado. A excepción del artículo x, el Senado ratificó el tratado el 10 de marzo de 1848, con 28 votos a favor por 14 en contra. Insistir en la exigencia de más territorio hubiera significado más lucha, y tanto Polk como el Senado consideraban que la guerra ya comenzaba a ser impopular en muchos sectores. El tratado fue enviado al Congreso mexicano para su ratificación y, aunque el Congreso tuvo dificultades para formar un quorum, el acuerdo fue ratificado el 19 de mayo con 52 votos a favor por 35 en contra. De esta manera, las hostilidades entre ambas naciones terminaban oficialmente. Sin embargo, Trist fue calificado de “bribón”, porque Polk estaba disgustado con el acuerdo. En Estados Unidos había apoyo y fervor considerable hacia la adquisición de México.

 

Contrariamente a la creencia popular, México no abandonó a sus ciudadanos que habitaban dentro de las fronteras del nuevo territorio de Estados Unidos. Los negociadores mexicanos estaban preocupados por los mexicanos que quedaban atrás, y expresaron grandes reservas acerca de la posibilidad de que estas personas se vieran forzadas a “sumergirse o mezclarse” en la cultura angloamericana. Protestaron por la exclusión de medidas que protegieran los derechos, títulos de tierras y religión de los ciudadanos mexicanos. Querían conocer el estatus de los mexicanos, y querían proteger sus derechos mediante un tratado. Las previsiones que se refieren específicamente a los mexicanos y sus derechos se encuentran en los artículos VIII y IX y en el omitido artículo X. Tomadas en el contexto de la renuencia de las autoridades mexicanas a abandonar a sus ciudadanos a una nación que virtualmente no tenía respeto por los mexicanos, es fácil comprender por qué los chicanos están tan encolerizados por las violaciones a su identidad cultural.

Según el Tratado de Guadalupe Hidalgo, los mexicanos dejados atrás disponían de un año para elegir entre regresar al interior de México o permanecer en el “México ocupado”. Cerca de 2000 eligieron trasladarse: sin embargo, la mayor parte permaneció en lo que consideraba su territorio. La situación era muy similar a la de otros pueblos conquistados, porque la legalidad de la ocupación por la fuerza está todavía a discusión. El artículo IX del tratado garantizaba a los mexicanos: “El disfrute de todos los derechos de los ciudadanos de los Estados Unidos según los principios de la Constitución; y al mismo tiempo debían ser protegidos y apoyados en el libre disfrute de su libertad y propiedad y debía garantizárseles el libre ejercicio de su religión sin restricciones”.66 Este artículo y la adhesión de Estados Unidos hacia él han sido ampliamente discutidos por los estudiosos. Muchas fuentes admiten que los angloamericanos han respetado la religión de los chicanos; por otra parte, los chicanos y estudiosos renombrados opinan que los derechos de la integridad cultural y los derechos de ciudadanía han sido constantemente violados. Lynn I. Perrigo, en The American Southwest, resume las garantías de los artículos VIII y IX, escribiendo: “En otras palabras, además de los derechos y deberes de los ciudadanos norteamericanos, ellos [los mexicanos] tendrán algunos privilegios especiales derivados de sus costumbres anteriores respecto a idioma, leyes y religión”.67

A pesar de estas garantías, los chicanos han sido sometidos a un genocidio cultural, así como a violaciones de sus derechos. La Documentary History of the Mexican Americans, publicada en 1971, afirma: “Como única minoría, aparte de los indios, asimilada mediante la conquista, los mexicanos norteamericanos han sido sometidos a una discriminación económica, social y política, así como a un alto grado de violencia a manos de sus conquistadores anglos. Durante el periodo comprendido entre 1865 y 1920, volvieron a producirse linchamientos de mexicanos norteamericanos en el suroeste. Pero la peor violencia ha sido la inflexible discriminación contra la herencia cultural –idioma y costumbres– de los mexicanos norteamericanos, sumada a la explotación económica de todo el grupo. Los derechos de propiedad estaban garantizados, pero no defendidos, por los gobiernos federal ni estatal. La igualdad ante la ley ha sido constantemente burlada en las comunidades mexicano-norteamericanas”.68

Igual de polémica es la protección explícita de la propiedad. Aunque la mayoría de los análisis no consideran el omitido artículo x, este artículo incluía amplias garantías protegiendo “todos los títulos de propiedad anteriores y pendientes de cualquier descripción”. Cuando esta cláusula fue rechazada por el Senado de Estados Unidos, los representantes mexicanos protestaron. Los emisarios angloamericanos los tranquilizaron redactando una Declaración de Protocolo el 26 de mayo de 1848, que decía así: “El gobierno norteamericano, al suprimir al artículo X del Tratado de Guadalupe Hidalgo, no pretendía en ninguna forma anular las concesiones de tierras hechas por México en los territorios cedidos. Estas concesiones… conservan el valor legal que puedan tener, y los concesionarios pueden tramitar sus derechos (títulos) para que sean reconocidos ante los tribunales norteamericanos. De acuerdo a la ley de Estados Unidos, los títulos legítimos de cualquier tipo de propiedad, personal y real, existente en los territorios cedidos, son los mismos que eran títulos legítimos bajo la ley mexicana de California y Nuevo México hasta el 13 de mayo de 1846, y en Texas hasta el 2 de marzo de 1836”.69

Es dudoso, considerando la oposición mexicana al tratado, que el Congreso mexicano hubiera ratificado el tratado sin esta aclaración. La votación fue reñida. La Declaración de Protocolo fue reforzada por los artículos VIII y IX, que garantizaban los derechos mexicanos de propiedad y de protección legal. Además, las decisiones de los tribunales siempre interpretaron el tratado como protector de los títulos de tierras y derechos de aguas. No obstante, sigue siendo un hecho que la propiedad fue arrebatada y los derechos individuales violados, sobre todo mediante manipulaciones políticas.

Una cosa es hacer un tratado y otra respetarlo. Estados Unidos tiene una tradición particularmente pobre en cuanto a la forma en que ha cumplido las obligaciones de sus tratados, y como veremos en los siguientes capítulos, casi absolutamente todas las cláusulas arriba citadas fueron violadas, confirmando la profecía del diplomático mexicano Manuel Crescendo Rejón, quien comentó en la época de la firma del tratado:

Nuestra raza, nuestro infortunado pueblo tendrá que ir a buscar hospitalidad a una tierra extraña, solo para ser arrojados después. Descendientes de los indios como somos, los norteamericanos nos odian, sus representantes nos menosprecian, aun cuando reconozcan la justicia de nuestra causa, y no nos consideran dignos de formar con ellos una sola nación y una sola sociedad, manifiestan claramente que su futura expansión comienza con el territorio que nos quitan y haciendo de lado a nuestros compatriotas que habitan esa tierra.70

CONCLUSIÓN

Manuel Crescencio Rejón confirma el legado dejado por la conquista anglo y su violencia. Los mexicanos fueron víctimas de injustas agresiones y transgresiones contra ellos y su nación. Mezclada con sentimientos de superioridad racial y cultural angloamericana, la violencia creó un legado de odio en ambos lados que ha sobrevivido hasta el presente. La imagen del texano ha llegado a identificarse con la del aborrecible y rudo opresor en toda Latinoamérica, mientras que muchos angloamericanos consideran a los chicanos como extranjeros con derechos inferiores. Como resultado de la guerra de Texas y las agresiones angloamericanas de 1845-1848, comenzó la ocupación del territorio chicano y empezó a tomar forma la colonización. La actitud de los anglos, durante el periodo de dominación que siguió a las guerras, se refleja en las conclusiones del famoso historiador texano que fue presidente de la American Historical Association, Walter Prescott Webb:

Era necesaria una sociedad europea homogénea adaptable a nuevas condiciones. Esto no lo podía ofrecer España en Arizona, Nuevo México y Texas. Sus fronteras, a medida que avanzaban, dependían cada vez más de una población india… Esta mezcla de razas significó con el tiempo que los soldados rasos del ejército español provenían principalmente de los indios pueblo o sedentarios, cuya sangre, comparada con la de los indios comunes, era como agua estancada. Hacía falta algo más que una pequeña mezcla de sangre española y un barniz de instrucción militar española para hacer soldados valerosos de los tímidos indios pueblo.71

Había comenzado una nueva era y, según los angloamericanos, contaban con un pueblo homogéneo y racialmente superior para dirigirla. La conquista sentó las bases de la colonia y justificó los privilegios económicos y políticos establecidos por los conquistadores. Muchos angloamericanos, historiadores tanto como profanos, padecen una amnesia histórica con respecto a cómo adquirieron y cómo mantuvieron el control sobre la tierra y el pueblo conquistado.

1 Cecil Robinson, “Flag of Illusion”, The American West, mayo 1968, v. v, no.3, 15.

2 T.R. Fehrenbach, Lone Star: A History of Texas and the Texans, New York: The Macmillan Co, 1968, 128.

3 Walter Prescott Webb, The Texas Rangers: A Century of Frontier Defense, Austin: University of Texas Press, 1965, 21-22. Tijerina, Tejanos under the Mexican Flag, 25-45. Letter from Gen. Manuel de Mier y Terán to Lucás Alamán, “¿En qué parará Texas? En lo que Dios quiera”. (“What is to become of Texas? Whatever God wills”.), julio 2, 1832, Sons of DeWitt Colony Texas.

4 Fehrenbach, op.cit., 163-64.

5 Eugene G. Barker, Mexico and Texas, 1821-1835, Russell & Russell, Nueva York, 1965, 52.

6 Barker, op. cit., 74-80

7 Ibid., 80-82.

8 Fehrenbach, op. cit., 182.

9 Ibid., 181. Andrés Tijerina, Texanos Under the Mexican Flag, 1821-1836, College Station: Texas A & M University Press, 1994, 3-24.

10 Carlos Castañeda, Our Catholic Heritage in Texas, 1519-1933, vol. 6, New York: Arno, 1976, Vol. 6, 252-53. Fehrenbach, Lone Star, 181. Andrés Tijerina, Texanos Under the Mexican Flag, 1821-1836, College Station: Texas A & M University Press, 1994, 113. See Stephen F. Austin, Texas State Library & Archives Commission, http://www.tsl.state.tx.us/treasures/giants/austin/austin-01.html.

11 Nathaniel W. Stephenson, Texas and the Mexican War: A Chronicle of the Winning of the Southwest, New York: United States Publishing, 1921, 51.

12 Stephenson, Texas and the Mexican War, 52. Barker, Mexico and Texas, 1821-1835, 128. Castañeda, in Vol. 6, 234. Gene M. Brack, Mexico Views Manifest Mexico Views Manifest Destiny, 1821-1846: An Essay on the Origins of the Mexican War, Albuquerque: University of New Mexico Press, 1975. Fehrenbach, Lone Star, 188. Hutchinson, 6. Address of the Honorable S. F. Austin, Louisville, Kentucky, marzo 7, 1836, The Avalon Project, http://avalon.law.yale.edu/19th_century/texind01.asp.

13 Stephenson, op.cit., 52,

14 Fehrenbach, Lone Star, 188-89. Address of the Honorable S. F. Austin, Louisville, Kentucky, marzo 7, 1836, The Avalon Project, http://avalon.law.yale.edu/19th_century/texind01.asp. Austin septiembre 19, 1835 letter, http://www.tsl.state.tx.us/treasures/giants/austin/austin-safety-1.html.

15 Fenrenbach, op.cit., 180.

16 Ibid., 181.

17 Barker, op.cit., 146.

18 Ibid., 147,

19 Ibid., 147.

20 Ibid., 148-49/

21 Ibid., 162.

22 Fehrenbach, op. cit., 189.

23 Felix Almaraz, ‘The Historical Heritage if the Mexican America in 19th century Texas”, The Role of the Mexican American in the History of the Southwest, Inter-American Institute. Pan American College, Edinburg, Texas, 1969, 20-21.

24 Walter Lord, “Myths and Realities of the Alamo”, The American West, 5 mayo de 1968, n. 3.

25 Lord, op. cit., 20.

26 Rafael Trujillo Herrera, Olvídate de El Álamo, La Prensa, México, D.F., 1965.

27 Lord, op. cit., 18. Santa Anna no había destacado a la mayoría de su ejército al Alamo, pues un gran número había sido asignado a otros lugares.

28 Ibid., 22.

29 Ibid., 24.

30 Ibid., 25.

31 Fehrenbach, op. cit., 232.

32 Marilyn McAdamis Sibley, Travelers in Texas 1761-1860, Austin: University of Texas, 1967, 108-9.

 

33 Charles A. Hale, Mexican Liberalism in the Age of Mora, 1821-1853, New Haven, CT: Yale University Press, 1968, 11-12, 16.

34.Carl N. Degler, Out of Our Past: The Forces That Shaped Modern America, New York: Harper & Row, 1970, 107.

35 Albert C. Ramsey, ed. and trans., The Old Side or Notes for the History of the War Between Mexico and the United States, reprint ed., New York: Burt Franklin, 1970, 28-29. Ramón Alcaraz et al., Apuntes para la Historia de la Guerra Entre México y los Estados Unidos, México, DF: Tipografía de Manuel Payno, Hiho, 1848, 27-28. For an excellent account of Slidell’s mission, see Dennis Eugene Berge, “Mexican Response to United States Expansion, 1841-1848”, PhD dissertation, University of California, Los Angeles, 1965.

36 James. D. Richardson, A Compilation of the Messages and Papers of the Presidents, 10 vols., Washington, DC: Government Printing Office, 1905, 4, 428-42, quoted in Arvin Rappaport, ed., The War with Mexico: Why Did It Happen?, Skokie, IL: Rand McNally, 1964, 16. President James Polk’s State of the Union Address, diciembre 2, 1845. Joint Session of Congress, State of the Union Address, 29th Congress, First Session, diciembre 2, 1845, http://www.presidentialrhetoric.com/historicspeeches/polk/stateoftheunion1845.html. James K. Polk, Message on War with Mexico, mayo 11, 1846, http://www.pbs.org/weta/thewest/resources/archives/two/mexdec.htm

37 Grady McWhiney & Sue McWhiney, eds., To Mexico with Taylor and Scott, 1845-1847, Waltham, MA: Praisell, 1969, 3. Letter from Ulysses S. Grant to Fiancée Julia Dent, julio 25, 1846. John Y. Simon, The Papers of Ulysses S. Grant, Vol. 1, London: Feffer & Simons, 1967, 102.

38 Abraham Lincoln’s “Spot Resolutions”, Resolution and Preamble on Mexican War: “Spot Resolutions”, The Abraham Lincoln Papers at the Library of Congress, diciembre 22, 1847, http://memory.loc.gov/cgi-bin/query/r?ammem/mal:@field(DOCID+@lit(d0007000)).

39 Glenn W. Price, Origins of the War with Mexico: The Polk-Stockton Intrigue, Austin: University of Texas Press, 1967, 7.

40 quoted in Arvin Rappaport, ed., The War with Mexico: Why Did It Happen?, Skokie, IL: Rand McNally, 1964, 16. President James Polk’s State of the Union Address, diciembre 2, 1845. Joint Session of Congress, State of the Union Address, 29th Congress, First Session, diciembre 2, 1845, http://www.presidentialrhetoric.com/historicspeeches/polk/stateoftheunion1845.html. James K. Polk, “Message on War with Mexico”, mayo 11, 1846, http://www.pbs.org/weta/thewest/resources/archives/two/mexdec.htm.

41 Ibid., 16.

42 Justin H. Smith, The War with Mexico, Vol. 2, Gloucester, MA: Peter Smith, 1963, 310.

43 Ramon Eduardo Ruiz, The Mexican War: Was It Manifest Destiny?, New York: Holt Rinehart and Winston, 1963, 1.

44 Ruiz, op.cit., p.1.

45 Según Chamberlain, Taylor recaudó más de un millón entre los habitantes de Nuevo León y Tamaulipas.

46 Abiel Abbott Livermore, The War with Mexico Reviewed, Boston, MA: American Peace Society, 1850, 8.

47 Ibid., 11.

48 Ibid., 12.

49 T. B. Thorpe, Our Army on the Rio Grande, cit. en Abiel Abbott Livermore, The War with Mexico Reviewed, Boston, MA: American Peace Society, 1850, 126.

50 Alfred Hoyt Bill, Rehearsal for Conflict, New York: Knopf, 1947, 122.

51 John Y. Simon, The Papers of Ulysses S. Grant, Vol. 1, London and Amsterdam: Feffer & Simons, 1967, 102.

52 Livermore, op. cit., 140.

53 Ibid., 147-48.

54 Smith, vol. I, 550, nota 6.

55 Ibid., vol. II, 385, nota 18.

56 Livermore, op. cit., 160.

57 Samuel E. Chamberlain, My Confessions, New York: Harper & Row, 1956, 75.

58 Ibid., 87.

59 Ibid., 88,

60 Ibid., 174.

61 Ibid.

62 Ibid., 176.

63 Ibid., 177.

64 Alfonso Zabre, Guide to the History of Mexico: A Modern Interpretation, Austin: Pemberton Press, 1969, 300.

65 Dexter Perkins and Glyndon G. Van Deusen, The American Democracy: Its Rise to Power, New York: Macmillan, 1964, 237.

66 Wayne Moquin et al., eds., A Documentary History of the Mexican American, New York: Praeger, 1971, 185.

67 Lynn I. Perrigo, The American Southwest, New York: Holt, Rinehart and Winston, 1971, 176.

68 Moquin, op. cit., 181.

69 Compilation of Treaties in Force, Washington, DC: Government Printing Office, 1899, 402, cit. en Perrigo, The American Southwest, 176. The Querétaro Protocol, mayo 26, 1848, Protocol of Quéretaro en Rodolfo F. Acuña and Guadalupe Compeán, eds., Voices of the U.S. Latino Experience, Westport: Greenwood, 2008, 113-4.

70 Antonio de la Peña y Reyes, Algunos Documentos sobre el Tratado de Guadalupe-Hidalgo, México, DF: Sec de Rel. Ext., 1930, 159, cit. en Richard Gonzales, “Commentary on the Treaty of Guadalupe Hidalgo”, en Feliciano Rivera, ed., A Mexican American Source Book, Menlo Park, CA: Educational Consulting Associates, 1970, 185.

71 Walter Prescot Webb, The Great Plains, Grosset & Dumlap, 1931, 125-26.