Es emocionante saber emocionarse

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Z serii: Gestión Emocional #1
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Capítulo 1

El fracaso está ligado a no saber y el éxito a fracasar sabiendo

Saber decir que “SÍ”

Repite varias veces “NO”, cierra los ojos y nota lo que sientes cuando dices “NO”. ¿Puedes colocarle un color, un olor, un sabor, una textura, una imagen al “NO”? ¿Puedes darte cuenta de lo que ocurre en tu mente cuando el “NO” se instala? Pues bien, ésta ha sido una de las grandes conquistas de la inteligencia emocional, poder decir que no. Ha sido una constante de todos los manuales de asertividad y del saber protegerse: “saber decir que no”.

Todo lo que se pone de moda, solo años después sabemos los efectos que tiene, ya que todo goza de su lado positivo y negativo. Las consecuencias de saber decir que “NO” no han sido del todo satisfactorias, ya que hoy tenemos a personas que salen a la calle con un saco de “NO” que van repartiendo a diestro y siniestro, sin darse cuenta que están diciendo que “NO” a muchas oportunidades y además están creando una atmósfera mental llena de truenos y relámpagos.

Te ofrezco otra forma de proceder que llega a la misma meta, que consigue que puedas protegerte y te conviertas en quien gestiona tu futuro y tu presente, es una nueva fórmula, es saber decir que “SÍ”. Di que “SÍ” varias veces, cierra los ojos y nota lo que sientes cuando dices “SÍ”, colócale un color, un olor, un sabor, una textura, una imagen al “SÍ”. ¿Notas la diferencia?

Hoy sabemos que cuando decimos “NO” para protegernos, para sentirnos dueños/as de nuestros actos, a veces también nos decimos “NO” a nosotros mismos. Es más, en varios experimentos hemos encontrado que las personas muy entrenadas en saber decir que “NO”, en muchas ocasiones, ya estaban diciendo que “NO”, como un automatismo, antes de saber la pregunta, es como si destruyendo por definición lo que quiere el otro nos creyéramos con más poder, sucediendo algo similar a lo que pasa cuando se castiga a un adolescente sin salir ese fin de semana por haberse saltado una norma y con su castigo te quedas tú también sin salir ese fin de semana, es como si para conseguir un propósito tuvieras que arruinar tu propia proyección. ¿De qué sirve castigar a un adolescente si nos castigamos a nosotros también? Mal negocio.

No puedes idealizar el “NO” como recurso fundamental para defender tus derechos, a no ser que te quieras ir contaminando con la negatividad. Estoy seguro que cada vez que dices que “NO” tu estado mental oscurece, ya que cuando te defiendes ante un instigador, aunque sepas cómo confrontarlo, para tu cerebro este tipo de ambiente no es positivo, pues se coloca en alerta. En cada “NO” te tienes que defender y, aunque salgas ganador/a, el hecho de la defensa crea un ambiente de conflicto y, gota a gota, te agota.

La idea de que somos mejores si resolvemos conflictos es totalmente verdad, pero no cuando para resolver tenemos que ennegrecer nuestro clima mental o colocarnos ante una defensa permanente, en ese momento nos desgastamos, nos volvemos un poco paranoicos y en el núcleo de la desconfianza solo existe la inseguridad, de tal manera que cuantas más veces digas que “NO”, más estás diciéndote que tienes que cerrarte para que no te pase nada, tienes que colocar un muro, tienes que poner un límite, limitándote.

Sin embargo, si aprendes a decir que “SÍ” implícitamente estás diciendo muchos “NO” sin decirlos, sin tener que defenderte, sin tanta defensa. Cada vez que dices que “SÍ” a algo estas diciendo que “NO” a todo lo que no has elegido. La diferencia es que con el “SÍ” te confirmas, te afianzas, te defines, te haces no solo líder de tu decisión, sino que marcas una dirección abierta en el camino de tu disposición. Con el “SÍ” no te proteges, eliges y, desde ahí, te sientes dueño/a de la situación.

Solo tienes que decir que “SÍ” en otra dirección para decir que “NO”. Si debes decir que “NO” a alguien, di “SÍ” a lo que realmente te apetece hacer en ese momento y ya no tiene que haber más explicaciones, no tiene por qué haber castigos para ti. Por ejemplo, si alguien con quien no quieres salir te invita a bailar, solo tienes que decir que tienes que ir al cine con otra persona, que te quedas estudiando, viendo la televisión o que has decidido pasar la noche en tu casa a solas. Es decirte que “SÍ” a ti y, a la vez y desde el “SÍ”, decir que “NO”, sin efectos secundarios, sin excusas, sin otra razón que no sea que tú eliges, decides para lo bueno y lo malo, para equivocarte o acertar, pero siempre para sentirte con el verdadero control del liderazgo de tus decisiones.

De esta forma, en el ejemplo de castigar al adolescente, mantenemos que se quede sin salir ese fin de semana y, probablemente, tú tampoco puedas salir. Dejarle solo en casa puede ser un premio, pero no te castigas a ti, el hecho de castigarle no debe producir mal humor en ti, como adulto intentarás decirte que “SÍ” realizando cualquier actividad que sea positiva para ti, en definitiva eliges estar en casa haciendo algo que te gusta, el que se queda castigado es él/ella, tú no. Si el adolescente con tu “NO” sales este fin de semana” consigue que tú te quedes castigado/a, no le has castigado, te has castigado. Cuando esto es así, además, es natural que salga de su habitación el adolescente diciendo “eres un/a amargado/a” y tiene razón, porque lo estás. Mientras que si cuando sale de su habitación te encuentra totalmente entusiasmado/a con la actividad que estás haciendo, te aseguro que tu “SÍ” a tu persona, será muy eficaz para que se vuelva a pensar saltarse las normas.

Saber decir que “SÍ” es la primera medida de cambio para la gestión emocional del siglo XXI, ya que hoy también sabemos que, más importante que lo que decimos es desde qué emoción lo expresamos, por lo tanto si dices que “NO” desde la inseguridad, sigues estando mal a nivel de asertividad, y si dices que “NO” desde la seguridad, ese “NO” puede ser muy agresivo, por lo que tampoco es muy asertivo, ya sabes en la asertividad no hay que ser ni lobo ni cordero. Solo debes indicar el “NO” desde la seguridad cuando tengas realmente que defenderte de una amenaza muy fuerte, cuando estás viviendo una situación de mucha agresividad a tu persona, en ese momento, el “NO” desde la seguridad es un muro que te protege, un límite que colocas y que te enroca en un plano de defensa. No obstante, debes saber que es difícil decir en estas situaciones de peligro real “NO” desde la seguridad, habitualmente en estas situaciones se dice “NO” desde el miedo, la rabia, el asco o la tristeza. Como veremos después, en estos climas emocionales el “NO” también debe utilizarse solo si queremos tener dominio emocional, para casos muy puntuales y de peligro.

Saber decir que “SÍ” está muy ligado a emociones como la seguridad, la curiosidad o la alegría, si dices que “SÍ” desde estas emociones te aseguro que tu cerebro se sentirá que es capitán del barco, pero si dices “SÍ” desde el miedo, la rabia o el asco, te vuelves a contaminar, tal como sucede cuando para defenderte dices que “NO”.

Por todo ello, es necesario que tengas siempre en cuenta una ley universal para que tus palabras no te afecten negativamente y, sobre todo, para que tengas el efecto que deseas con tus interlocutores.

“Lo esencial no es lo que dices, ni las palabras que usas, sino desde qué emoción lo expresas”

La misma palabra, la misma frase, si la dices desde la rabia o desde la seguridad cambia totalmente y tu interlocutor comprenderá el significado de lo que le dices, más por la emoción que tú sientes en ese momento, que por las propias palabras que le transmites. Es lo que denominamos contexto, es fácil que hayas oído alguna vez “se han sacado las palabras de contexto”, pues bien, ese contexto es definido, sobre todo, por el ambiente emocional en el que se está comunicando. El contexto está totalmente condicionado por los estados emocionales de aquellos que se están comunicando, estén o no presentes.

Saber en qué estado emocional te encuentras en cada momento, es manejar el arte de la gestión emocional, es dominar la parte más importante de la comunicación humana. Quien tiene esta capacidad de ser consciente del estado anímico en el que se encuentra, si además es capaz de ser consciente, de comprender el estado anímico de aquellos que le rodean, tiene ventaja en la relación, sabe lo que tiene que hacer, a dónde puede llegar y, sobre todo, sabe por qué está pasando lo que está pasando.

La afirmación “SÍ” por sí misma está adherida a estados emocionales desde nuestros ancestros de seguridad, de curiosidad y de alegría. ¿Sabes por qué la mayoría de las culturas, no todas, para decir que “SÍ” mueven la cabeza de arriba hacia abajo y para decir que “NO” mueven la cabeza de izquierda a derecha? La razón es que cuando buscamos el pezón o la tetina, de bebés, para alimentarnos, movemos la cabeza de izquierda a derecha hasta que la boca lo encuentra, por lo que cuanto más movimiento haya de izquierda a derecha, más le estamos diciendo a nuestro cerebro “aquí NO”, “aquí NO”. Sin embargo, cuando nuestra boca conecta con el pezón y comenzamos a succionar, el movimiento de nuestra cabeza es de arriba hacia abajo, en ese momento estamos diciendo a nuestro cerebro “aquí SÍ”, “aquí SÍ”. Si lo piensas es imposible succionar haciendo el gesto de izquierda a derecha, el gesto de NO, mientras que para succionar, ese movimiento de arriba abajo es fundamental, junto con el de atrás y adelante, para presionar.

El “SÍ” está determinado de manera casi genética a una sonrisa, una expresión de apertura, de abrirte, si dices muchas veces “SÍ” tu cerebro se llena de serotonina y dopamina, mientras que cuando dices que “NO” se apagan las luces, se cierran las puertas, se para la respiración, aprietas los puños y los dientes, el NO llena nuestro cerebro de noradrenalina, cuando no hace que todo el sistema se apague, como ocurre en la depresión y en la emoción que la sostiene: la tristeza.

 

Siguiendo esta idea respecto de la importancia que tiene la emoción en la que vivimos y quitándosela a las palabras que decimos, me atrevo a señalarte una gran evolución que tenemos que realizar en la psicología llamada positiva, para conseguir una verdadera gestión emocional y desde ahí crecer desde el punto de vista personal. Al igual que se ha ilustrado a decir que “NO“ a la población, como sinónimo de control de su vida y prototipo de asertividad, ha sido habitual escuchar a los teóricos del momento que debíamos hablarnos en positivo y que decirse cosas como “vales mucho”, “eres el mejor”, “venga que puedes”, son como órdenes que nos ayudan a conseguir nuestros objetivos. Hoy sabemos que esto es así pero no del todo, para que realmente esta forma de autodiálogo sea eficaz, además de hablarnos en positivo y darnos ánimo, tenemos que estar instalados en una emoción agradable, tal como la seguridad, la admiración, la curiosidad o la alegría, si no es así, por mucho que nos hablemos en positivo, no nos servirá de mucho. La emoción desde la que nos decimos estos mensajes es más importante que lo que nos decimos. De tal manera que si te dices que “vales mucho”, pero te lo dices sintiendo miedo o rabia, de poco te servirá. Lo que sentimos tiene más valor para nuestro sistema global que lo que decimos. Cuando el lenguaje se une a la emoción adecuada se multiplica el valor, pero cuando las palabras están colocadas sobre emociones desajustadas para nuestro objetivo, en ese caso, las palabras son como el humo en un día de ventisca.

La forma como se ha querido enseñar el dominio del universo emocional personal no se ha centrado tanto en conectar con las sensaciones que tiene nuestro cuerpo cada vez que nos encontramos en una u otra emoción, sino que se ha centrado más en dinámicas que, en muchas ocasiones, eran solo construcciones cognitivas o de razonamiento verbal, pero que estaban muy lejos de ofrecer a quien las experimentaba una ocasión para poder sentir e identificar realmente la emoción que estaba viviendo en ese momento, siendo la conciencia que ocurre en estas dinámicas muy cognitiva y, por lo tanto, poco involucradas en una conciencia emocional real. Es un error creerse que lo importante son las palabras, no podemos ser tan simplistas, no podemos seguir diciendo a la población que por el hecho de decirse unas palabras ya es suficiente.

Es necesario que aprendas a decir que “SÍ” haciéndolo desde la seguridad, para poder sentir que eliges, o desde la curiosidad para poder arriesgarte, para descubrir, para explorar, para ser capaz de permitirte la licencia de darte confianza y, por ello, respetarte en lo bueno y lo malo. Si te dices que “SÍ” desde la alegría, ese momento es un momento de disfrute, de dejarte llevar, quizás no es un momento para que tomes decisiones muy inteligentes, pero sí es un momento lúdico, infantil, soñador o soñado, es una licencia y, sobre todo, es conseguir el premio o alcanzar la meta que te mereces.

Decir que “NO” desde la rabia, el asco, la tristeza o el miedo, solo deberías hacerlo cuando realmente te encuentras en una situación de peligro o cuando tengas que limitar por estar viviendo un abuso o una verdadera situación de acoso o cuando se quiere violar tu dignidad o tu integridad como persona. Fuera de estas situaciones extremas, decir que “NO” desde estas emociones displacenteras, además de hacerte el daño que lleva implícito el “NO”, te vas involucrando en un clima emocional que nunca te será favorable. Decir que “NO” desde la rabia, el asco, el miedo o la tristeza alimenta un síndrome muy peligroso, el síndrome de evitación, con el que aprendemos que nuestra sensación de seguridad debe pasar por alejarnos de la gente, encontrar la tranquilidad en la soledad y decidir separarnos de cualquier situación que pueda ser incómoda para no tener problemas, más o menos es como meternos en una especie de espiral donde poco a poco es mejor estar sin sufrir, que disfrutar. Esto siempre es una rotura con nuestra capacidad, quizás nos proteja, pero nos envuelve en inseguridad, en rencor, en sentir placer al no sentir dolor. El síndrome de evitación nos hace cada vez más fóbicos, más ritualistas, más obsesivos, más indefensos, es como si pensáramos que lo mejor que podemos hacer los humanos es cortar todos los árboles y así no tenemos que sufrir los incendios.

La vida es dolor y es placer, es enfermedad y salud, es blanco y negro, la no aceptación de un contrario nos indica la no aceptación de la realidad, de la esencia misma de la vida. Para que exista la salud tiene que existir la enfermedad, para que exista una vida en relación debe existir la posibilidad de relacionarte con personas que no piensen como tú, que no hablen como te guste o, simplemente, que digan cosas que pueden hacerte daño. No puedes imaginar que la solución es que no existan estas personas, la solución no puede ser un imposible, no puedes colocar la solución en lo otro, la solución debes tenerla tú, debe estar en tu poder y cuando alguien diga algo que te ofende, di que “SÍ” a todo aquello que te rodea que te haga sentirte bien, y si esa ofensa es un abuso, una violación de tus derechos, un acoso a tu dignidad, entonces y sin dudarlo di que “NO” con todas tus fuerzas, pero solo emplea el “NO” para estas situaciones, no lo emplees en cada minuto de tu vida, ya que ese uso también te afecta, tal como te afecta que eches humo tóxico a tu alrededor para que algún agente externo no se acerque a ti. Emplea el “NO” tal como se debe emplear una pistola, solo en defensa propia y cuando no haya más remedio, ya que además las balas del “NO” son especiales porque contaminan el aire que tú respiras.

Además del síndrome de evitación antes mencionado, el uso continuo del “NO” nos lleva a otro síndrome muy desintegrador de la adecuada gestión de nuestras emociones, le he denominado síndrome del placer por la pérdida de un dolor. Imagínate que vas a una de esas fiestas de verano que se organizan a media tarde con todo el calor y la consiguiente dilatación de tus pies, por ejemplo, una boda. Después de varias horas, ¿cómo suelen estar tus pies? Bailas, andas, estás de pie, todo fantástico, pero insisto, ¿cómo están tus pies? Y llegas a tu casa, es el momento de quitarte esos zapatos, comienzas la maniobra y ¡¡¡zas!!! lo consigues, te has quitado los zapatos, ¿qué sientes? Seguro que uno de los placeres más indescriptibles, el placer de quitarte el dolor que te producen esos preciosos zapatos que te estaban dejando sin pies.

Tienes que tener cuidado con este tipo de placer, ya que para que exista debes haber sufrido un dolor, es más, el placer que sientes al quitarte los zapatos es directamente proporcional al sufrimiento que has tenido mientras los tenías puestos. Por lo tanto, y ya fuera del ejemplo de los zapatos, tenemos que darnos cuenta de las veces en las que una sensación de bienestar es secundaria a la pérdida de un sufrimiento previo. Este es el síndrome del placer por la pérdida de un dolor, un síndrome que encontramos en el siglo XXI con mucha asiduidad.

Ejemplos de este síndrome lo tenemos en esas parejas que, para que puedan sentir el placer de la reconciliación, necesitan de forma más o menos inconsciente estar enganchados en discusiones o golpes, ojalá que solo psíquicos, del uno contra el otro. Después, la sensación que tienen cuando se apaciguan es tan positiva como la de quitarse los zapatos, pero previamente han estado minando la relación con la disputa. Lo encontramos mucho en el mundo adolescente, donde se pasa de la tranquilidad a la tragedia y desde ahí de nuevo a la tranquilidad con una velocidad que a los adultos no solo nos da vértigo, sino que nos es muy difícil de seguir, ya que habitualmente nos quedamos enganchados en el dolor y cuando ellos ya están como si nada, a nosotros se nos ha ido la vida en ese momento donde parecía que el mundo se hundía. El adolescente amplifica mucho sus vivencias, ya que no tiene un cerebro racional del todo maduro, y por ello lo vive todo con una intensidad tremenda, pero al igual que de pequeño le gustaba la sensación que sentía después de dar muchas vueltas y marearse, ahora también le encanta la sensación de la calma después de la tormenta.

Este síndrome es frecuente en los hipocondriacos, que necesitan del diagnóstico que les certifique que están sanísimos, y en ese momento se sienten en la gloria, pero no se dan cuenta de que esto sucede después de haber pasado el infierno de vivir como que ya se están muriendo y que todo se termina.

El placer secundario al dolor es una cara más de decir que “NO” para sentir que somos dueños y nos sabemos defender. Lo ideal para salir de este extraño síndrome, único en el ser humano, es saber obtener placer directo, sin tener que haber sentido antes dolor o sufrimiento. Es normal que si alguien nos aprieta con unos alicates y suelta, sintamos un alivio muy alto, pero es mejor sentir ese alivio porque te estén acariciando y no sea necesario que te estén maltratando. Maltratarse para después cuando se termina el maltrato sentir alivio, no es un buen negocio tampoco.

Hay una figura muy peligrosa en los grupos de amigos, suele ser una persona con un perfil social muy querido por el grupo, alguien con el que puedes contar en cualquier momento, es una persona que en los sociogramas aparece como muy querido y quien consigue una cuota muy alta de confianza y sobre todo de comunicaciones íntimas del grupo. Este tipo de personaje, muy habitual en los grupos de amigos, suelen no tener pareja y además suele ser un gran confidente. Pues bien, es habitual que para que exista la fortaleza en el grupo de este tipo de perfil encantador/a, en su estricta acepción de la palabra, debe haber conflictos, es decir que para que haga el papel de mediador/a y por lo tanto gane su rol con honor, deben existir problemas o tiranteces en el grupo. Esta figura la vemos en las empresas, los partidos políticos, las familias, etc., de tal forma que cuando he preguntado a algunas personas muy queridos en sus empresas, cuál es su función, algunos me han dicho que resolver los problemas. Bueno, pues está claro que nadie quiere estar en el paro, por lo que si alguien tiene como función resolver problemas es normal que los problemas existan, de no ser así para qué iba a estar contratado.

Con todo ello, señalo lo bueno de lo malo y lo malo de lo bueno, decir que “NO” no es bueno porque crea un clima mental muy negativo en nosotros y resolver los problemas de un grupo como mediador también puede ser negativo, ya que si ese es el modus vivendi del mediador, su presencia ya denota que tiene que haber un problema. No dejes que alguien sepa más sobre ti que tú, no permitas que otros sean los que tienen la capacidad de mediar con tus adversarios de discusión, coge las riendas de tu vida, comienza por los territorios donde te mueves desde la emoción más entrañable, como es la familia, los amigos, los grupos de hobbies, aprende a ser tu propio gestor de los conflictos, no te digas que tú no puedes y a la vez le digas a otro que el sí que puede. Si se puede, entonces lo ideal es que tú lo resuelvas, diciéndote una vez más que “SÍ” a tu capacidad y a tu persona, y diciendo que “NO” al híbrido entre alcahuete y celestina que está ahí para salvarte la vida y lo único que consigue es que tu vida esté en sus manos, ya que es él, el que tiene tu salvavidas en su mano.

Advierte si tu bienestar está envuelto en el síndrome del placer por la pérdida de un dolor, ese bienestar es de segunda división, es postizo, es un sucedáneo. No llames bienestar a la pérdida de un dolor, dejar de sentir dolor es loable cuando es una consecuencia de algo que no podemos remediar, pero, cuando es una constante o es el tipo de placer que sentimos habitualmente, tenemos que lograr cambiarlo, ya que no es un bienestar directo, sentir bienestar solo cuando has dejado de tener dolor, va minando tu capacidad de gestionar tus emociones, no olvides que esta gestión emocional tiene un objetivo único y es que sepas gestionar tu vida y sobre todo que la gestiones para sentirte vivo/a, con vida.

Por último, en este aprender a decir que “SÍ”, tengo que señalarte otro síndrome peligroso que he denominado síndrome de ilusión-desilusión. En este caso, la persona que padece este síndrome se ilusiona por algo, pero enseguida aparece el “NO” y sucede la desilusión, dejando todo el proyecto que parecía que nacía con gran ímpetu en agua de borrajas. Este frenazo en la ilusión, este corte en seco desde la desilusión, va mellando la capacidad para volver a ilusionarse, apareciendo una estructura mental que pocas cosas le conmueven, que está como anestesiada, que comienza a relativizar todo y a no encontrar elementos que le activen la sorpresa, la alegría o la curiosidad, ya que se está acostumbrando a que después de la ilusión aparece la desilusión, por lo que ilusionarse no tiene éxito y, como siempre pasa en nuestro cerebro, aquello que no tiene éxito deja de repetirse.

 

La inercia del “NO” está muy vinculada a este síndrome, ya que lo que realmente sucede cuando llega el momento de la desilusión en la persona que padece este síndrome, es que, de alguna manera, se dice: “Esto no es para mí”, “No puedo conseguirlo”, “No puedo disfrutar con todo esto”, “Cómo eres tan iluso/a, cómo te atreves a permitirte esto…”, en definitiva, distintas formas de castración y de inutilización de tus capacidades para disfrutar y para llevar a cabo la tarea que te había ilusionado.

En realidad, el “SÍ” y el “NO” son más que conceptos de afirmación y/o negación, podemos colocarlos como verdaderos conmutadores de encendido y apagado, son como centros de decisión binomiales que nos indican, con la combinación de 1-0, si estamos o no estamos, si somos o no somos, si podemos o no podemos.

Un grave error que puedes cometer es ubicar las premisas de la inteligencia emocional dentro de un marco de conocimiento en el que se expresa muy bien lo que debería ocurrir, tendría que ocurrir o nos gustaría que ocurriera respecto al funcionamiento de nuestro sistema global para tomar decisiones. Sin embargo, lo que sucede en realidad está muy lejos de estas ilusiones teóricas, ya que nuestro marco de conocimiento debe explicar lo que sucede en realidad, lo que ocurre en verdad y no lo que nos gustaría, debería o tendría que suceder. La persona que padece el síndrome de ilusión-desilusión falla en su capacidad de apreciar y de atribuir lo posible y lo imposible, ilusionándose por cosas que no están a su alcance, o falla colocándose en una castración permanente que le impide terminar aquello que ha comenzado.

Esta falta de consolidación, de comenzar muchas tareas y no terminarlas, de dejar las cosas a medias, se conecta con el síndrome de evitación y nos lleva a que la única fuente de placer sea, tal como indica el síndrome de placer por la pérdida de un dolor, dejar de sufrir.

Sal del “NO” automático, empléalo solo en momentos muy concretos y aprende a decir que “SÍ”, a decirte que “SÍ”, a conseguir el material que necesitas para construirte una vida enmarcada en un optimismo realista, puro y capaz de llevarte al placer y a tu autoconocimiento.

La sabiduría del optimismo

Los hallazgos publicados en la revista especializada Aging, que forman parte del Einstein’s Longevity Genes Project (Nir Barzilai, MD), indican que los centenarios (personas que han pasado de los 100 años) no se diferencian tanto de los no centenarios por no tener predisposiciones genéticas a sufrir enfermedades mortales. Estudios previos sugerían que la personalidad está directamente relacionada con mecanismos genéticos que pueden afectar directamente a la salud. Los análisis de la personalidad de los sujetos demostraron que, lejos de ser gruñones, los centenarios reunían cualidades que reflejaban claramente una actitud positiva hacia la vida, la mayoría eran “extrovertidos, optimistas y de trato fácil” y, para ellos, “la risa es una parte importante de su vida”. Además, tenían una amplia red social.

En nuestras investigaciones (R. Aguado, 2012, en Psinapsis) hemos encontrado que para ser optimista hay que ser muy sabio/a. El optimismo, tal como lo hemos definido anteriormente, no es decirse que no pasa nada y hablarse todo el rato con palabras de positividad. El optimismo está muy cerca de encontrarse en una emoción adecuada para la situación que vivimos. Las personas centenarias que hemos entrevistado claro que se enfadan y se entristecen, pero solo lo suelen hacer cuando la realidad les coloca en una situación propicia para responder desde el enfado o la tristeza. En muy pocas ocasiones viven una emoción desagradable (asco, rabia, tristeza, miedo y culpa) si no ocurre algo en la realidad que lo provoque desde el sentido común, en muy pocas ocasiones están en estas emociones desde su fantasía, anticipando o colocando su imaginación en una situación que lleve a activar estas emociones desagradables.

Por lo tanto, queremos que reflexiones y que te des cuenta que ser optimista no se consigue por hablar en positivo, ser optimista es tener una gran flexibilidad emocional, tener capacidad de adaptación y pasar de lo malo a lo bueno en cuanto el ambiente es propicio, no llevar el pasado como una mochila que pesa, más bien colocarlo en perspectiva o como una guía, para que no ocurran de nuevo las cosas que te hicieron sufrir, aprendiendo de todo lo vivido, estando rodeado de gente que te aprecie y a la que tú puedas apreciar y, sobre todo, empleando el humor como atmósfera y desarrollando la capacidad para vivir en la emoción más adecuada para cada situación. Al igual que hemos definido el estrés como esa situación en la que una vez apretado el acelerador, si levantamos el pie, el motor sigue acelerado, el optimista es capaz de salir de la tristeza, el miedo, la rabia o el asco en cuanto la situación que proporcionó estas emociones ya no está presente. Es uno de los indicadores más novedosos que he podido encontrar en estas personas centenarias, que pese a haber sufrido como el que más, avatares en su vida, han sido capaces de salir de ellos en cuanto ha cambiado la situación.

El pesimista se queda aferrado a la tragedia que ha vivido y, aunque no sea actual el acontecimiento, lo sigue teniendo presente, manteniéndolo como si estuviera embalsamado en su mente. El pesimista sigue luchando para que lo que ocurrió no exista, su solución se encuentra en que no haya pasado lo que ha pasado, buscando una solución no solo imposible, sino que paradójicamente lo que consigue es que aquello que le hizo sufrir siga manteniéndose, momento a momento, como si estuviera ocurriendo ahora. El optimista vive la situación trágica con la emoción desagradable adecuada pero, en cuanto se encuentra en otra situación ya no trágica, coloca la anterior en el baúl de los recuerdos y pone en la actualidad lo actual, viviendo en “el ahora” la emoción que mejor representa ese momento. Sabemos que el optimista sufre como el que más pero, en cuanto la vida le da oportunidad, disfruta como si se le fuera a acabar.

Aquí conectamos con un elemento clave en la gestión de las emociones: “la flexibilidad emocional”. Podemos definir enfermedad mental como un estado de rigidez emocional, en este estado, pase lo que pase, quien tiene un trastorno mental siempre está triste, tiene miedo, siente culpa, etc., mientras que la salud mental sería ese estado en el que el sujeto activa una y otra emoción (todas) según sea la situación que vive. Desde el punto de vista bioquímico esto nos indica que la rigidez emocional está totalmente vinculada a la activación de un neurotransmisor por encima de los otros, es decir, hay una química que se repite constantemente en ese cerebro, lo cual infiere que las estructuras neurológicas que se activan son también unas pocas. Habitualmente esta química cerebral única y estas activaciones neurológicas singulares, están así por la inhibición de sus competidores, es decir, si la persona siempre tiene activada la noradrenalina y por lo tanto se dispara constantemente sus amígdalas cerebrales, los ganglios basales o el cíngulo, lo que tenemos es una persona que pase lo que pase en su vida, tiene una emoción de miedo o de rabia. Esto es habitual en aquella persona muy estresada que no puede engatillar la serotonina o la acetilcolina y, por lo tanto, solo activa las emociones que dependen de una química concreta y las estructuras neurológicas que están en ese uso.