El amor después del amor

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La relación sostenida a través del tiempo de un matrimonio que, atravesando las crisis propias del ciclo vital, cultiva un amor sexual maduro, prepara a los miembros de la pareja para enfrentar la enfermedad, la locura (la demencia) y la muerte, sin desesperación. Más bien, con la esperanza de que, en definitiva, la belleza —en un sentido profundo— triunfa sobre la fealdad, y el amor se impone al odio. Esto se extrapola a una sensación de que la vida triunfa sobre la muerte (66). Terminamos citando a Neruda, quien expresa esta capacidad de investir de belleza el cuerpo de Matilde, la mujer con quien ha compartido largos años de su vida.

Mi fea, eres una castaña despeinada,

mi bella, eres hermosa como el viento,

mi fea, de tu boca se pueden hacer dos,

mi bella, son tus besos frescos como sandías.

Mi fea, dónde están escondidos tus senos?

Son mínimos como dos copas de trigo.

Me gustaría verte dos lunas en el pecho:

Las gigantescas torres de tu soberanía.

Mi fea, el mar no tiene tus uñas en su tienda,

mi bella, flor a flor, estrella por estrella,

ola por ola, amor, he contado tu cuerpo:

mi fea, te amo por tu cintura de oro,

mi bella, te amo por una arruga en tu frente,

amor, te amo por clara y por oscura.

“Soneto XX”, Cien sonetos de amor, Pablo Neruda

En el desarrollo de la intimidad

La palabra intimidad viene del latín intimus, que significa más adentro de todo. El verbo intimar, del latín intimare, designa introducirse un cuerpo o una cosa material por los poros o espacios huecos de otra. También tiene la acepción de introducirse en el afecto o ánimo de uno, estrechar la amistad con él. Los elementos esenciales del término connotan un movimiento tanto centrífugo como centrípeto del acto de intimidad, que tiene un carácter y un objetivo muy profundos en el vínculo: es la búsqueda del contacto consigo mismo o con otro, búsqueda signada por un grado importante de fecundidad.

Toda elección de una persona, toda relación de objetos (en términos psicológicos) lleva en sí misma una doble vertiente. Por un lado, el objeto es elegido en cuanto se parece a uno, y en ese sentido no es sino una prolongación del mí-mismo, siendo esta la vertiente que llamamos narcisista en la elección de un objeto. Pero, al mismo tiempo, la elección del objeto lleva una vertiente que llamaremos de alteridad,9 esto es, elegimos un objeto en cuanto es diferente a nosotros. Ambas aportan una gratificación, un placer al funcionamiento mental. El encuentro narcisista con un objeto contribuye al placer vinculado a los sentimientos de infinitud, al reconocimiento de un otro como algo familiar, a la sensación de posesión y a no tener que asumir la dolorosa diferencia. La relación de alteridad diferenciada con el objeto genera el placer que proviene del enriquecimiento con un otro diferente, que aporta elementos nuevos, que satisface pulsiones vinculadas a ser amado, al conocer y ser conocido al amar, y también al penetrar y ser penetrado.

En el acto de relación íntima con uno mismo están en juego estos dos elementos. Por un lado, está la relación tranquila con los aspectos conocidos del campo psíquico de la propia persona; y, al mismo tiempo, la capacidad de exponerse permanentemente al surgimiento de pensamientos, representaciones y recuerdos que resultan nuevos y sorprendentes, y que contribuyen a la sensación de estar relacionándose con algo vivo, donde la intimidad es una experiencia de contacto con un espacio interior vital (107).

La relación íntima con un otro tiene características similares. Es la aproximación vincular a un mundo que sentimos extremadamente familiar, caracterizada por un elemento de prolongación narcisística de nosotros mismos en el otro; y al mismo tiempo es una aproximación que nos sorprende, nos aporta, nos abre nuevos horizontes y nos hace adquirir perspectivas distintas en cuanto aceptamos y percibimos que estamos frente a otro diferente.

Esta capacidad para la intimidad, según muchos autores, nace a partir de la pubertad y comienzos de la adolescencia, en un proceso de subjetivación por medio del cual el sujeto va a adquirir la capacidad de relacionarse consigo mismo en un acto de pensamiento recursivo y reflexivo, no sólo racional, sino también emocional (41).

Para el psiquiatra Didier Lauru, este proceso de subjetivación es una inevitable crisis vivencial del sujeto que está necesariamente ligada a la relación de enamoramiento. Lo que él llama el paso del enamoramiento al “acto amoroso”, que correspondería en términos de nuestra teoría al “amor sexual estable”, es fundador del devenir del sujeto. Plantea que la elaboración de esta crisis se realiza por primera vez en la adolescencia, pero que en la adultez se pasa nuevamente por una revalidación de este proceso de subjetivación vinculado al enamoramiento —en lo que él llama la crisis de la edad media de la vida—, a no ser que el sujeto lo hubiera elaborado antes por medio de un trabajo psicoanalítico personal (70).

En este proceso de subjetivación, en el que se activan todos los desafíos que tienen que ver con la delimitación de los aspectos narcisísticos —en cuanto prolongación de mí mismo y de los aspectos de alteridad, esto es, de las diferencias del otro en relación a mí mismo—, se capacita al ser humano en una destreza que es crucial para el desarrollo psíquico sano y creativo: la construcción de la identidad propia, que discrimina lo que forma parte de ella de lo que queda fuera.

Así, entonces, en el desarrollo de la intimidad se construye la identidad auténtica que permite renunciar a la omnipotencia, la cual conduciría a una relación dispersante con el mundo, finalmente “abarcando mucho pero apretando poco”. El sacrificio y la renuncia impedirán la difusión y permitirán una profundización que dejará, al final de los días, la sensación de sabiduría, de consistencia y solidez en la relación consigo mismo, con el otro y los otros.

Pero a la intimidad no se llega de golpe, no es una cualidad heredada. Es construida en la interacción con nuestros padres, en un desarrollo que permite elecciones con componentes narcisísticos y de alteridad, y que en el momento de la pubertad y adolescencia se transforman en un proceso de subjetivación, el cual genera la capacidad de intimar uno con uno mismo. A partir de entonces, será posible el intimar con otro.

El vínculo narcisístico, que permite sentir al otro como una prolongación de uno mismo, se logra por dos vías: por medio del estado de enamoramiento, donde las idealizaciones, las negaciones de aspectos conflictivos y los procesos de proyeción masivos de la relación permiten sentir al otro como una extensión de uno mismo; o por medio de ese narcisismo de prolongación que se cultiva a través de una relación de larga data, una vez que ha disminuido la fuerza del enamoramiento. Forma parte del paso del enamoramiento al amor sexual estable, el ser capaz de establecer una unión con el otro que tenga un componente de narcisismo de prolongación, que haga sentir al otro como parte de uno mismo, recordándonos —en un sentido inconsciente— las extraordinarias experiencias de vínculos simbióticos con la madre. En este sentido, la construcción de un lazo que permite ver en el otro y sentir al otro como una parte de uno mismo, supone haber resuelto muchas “ansiedades persecutorias de descubrimiento”,10 lo que sólo es posible a través de un compartir prolongado en el tiempo.

Esto es análogo al encuentro con una pieza musical que, en un primer momento, nos parece extraña. Las ansiedades de descubrimiento juegan inicialmente un rol tan importante, que impiden disfrutar la sensación que esa misma obra musical va a generar tras haber sido escuchada varias veces, cuando adquiere una agradable familiaridad.

El vínculo creador de intimidad no está teñido sólo de este carácter narcisista, sino que al mismo tiempo conserva la capacidad de despertar en nosotros la sensación de algo que diferencia, de algo nuevo que nos llama la atención y estimula nuestra curiosidad. Cuando esto último no ocurre, la relación conduce al aburrimiento, al tedio, y pronto gatilla deseos de deshacernos de ese otro que nada aporta, que únicamente entorpece. La creatividad, entonces, cumple su papel crucial. Siguiendo con nuestro ejemplo, si la pieza musical mencionada es una melodía popular simplona, al poco tiempo aburrirá. Si es una obra clásica, de valor creativo universalmente reconocido, cada vez que se escuche evocará algo interesante.

Una relación a largo plazo que favorece el desarrollo de la intimidad con otro, afina las destrezas derivadas de los procesos de subjetivación que están en juego, y que para el psiquiatra y psicoanalista francés, autor de Folies d’amour, Didier Lauru serían fundamentales en el período de la edad media de la vida. Dan acceso a la sabiduría nacida de haber establecido lazos selectivos con nosotros mismos y con los otros, y nos otorgan el placer derivado de ese vínculo familiar y, al mismo tiempo, distinto. Estas vivencias también contribuyen a reforzar la unión con los hijos, con los amigos, y con cualquier vínculo profundo que cultiva la intimidad (70).

3. La realización personal por medio del autoconocerse y autoelaborarse

Los psicoanalistas no inventamos el insight. La capacidad de conocerse a sí mismo es innata, y puede ser ampliada en mayor o menor grado durante el desarrollo psíquico en interacción con el ambiente. Los psicoterapeutas ayudamos a estimular esa capacidad cuando, por distintas razones, ella está atrofiada, o un alto montante de conflictos la ahoga.

 

Nos conocemos a nosotros mismos en un nivel consciente, y también preconsciente e inconsciente. Nuestros conocimientos de estos niveles pueden ser racionales, en un extremo, o puramente emocionales o intuitivos en el otro. La calidad de nuestro insight va a depender de cuán profundo y extenso sea el conocimiento de nuestro funcionamiento mental inconsciente y de cuán integrados estén los elementos racionales y afectivos en ese entendimiento.

La motivación de conocerse es uno de los cuatro grandes ejes de la búsqueda de realización personal con la pareja. Hay autores que han postulado que desde el punto de vista del funcionamiento mental, esta inquietud tiene tal fuerza en la condición humana, que constituye una pulsión.11 La pulsión a conocer, junto con la pulsión a amar y la pulsión a odiar (10).

La relación de pareja para toda la vida posibilita el autoconocimiento de nuestros puntos ciegos por medio del vínculo sostenido a través del tiempo, y de la confianza que se produce al compartir ansiedades y problemas difíciles.

El autoconocimiento de la mente que evitamos (zonas proyectadas o reprimidas)

El aporte indudable que ha hecho la disciplina psicoanalítica es el de mostrar cómo el conocimiento consciente es sólo una parte, muchas veces engañosa, de nuestro autoconocimiento. Y que el conocimiento que no va acompañado de experiencia emocional, no pasa de ser una racionalización inútil, a menudo defensiva de un verdadero autoconocimiento.

Desde aquí surge una exigencia inevitable en el logro del autoconocimiento: el vínculo. Sólo nos conocemos con otro, en otro y a través de otro. Esto, en cuanto el otro es el único que puede mostrarnos los aspectos que evitamos conocer en nosotros mismos, porque nos angustian. Es el único que puede señalarnos lo que reprimimos para no ver, o aquello que proyectamos para deshacernos y botarlo fuera de nosotros.

Como se puede apreciar, esto demanda de parte de quien señala y muestra, un conocimiento complejo y auténtico de su pareja. Y el que es reflejado necesita sentir que quien le señala lo que él no puede o no quiere ver, realmente lo conoce. Lo anterior requiere compartir largamente, haber vivido muchas experiencias críticas, difíciles, dolorosas, gratificantes y plenas, en una relación que inevitablemente implica un largo tiempo juntos.

La contención que facilita el autoconocimiento de sí mismo y del otro

Para que el otro se transforme en alguien significativo, que aporte a nuestro autoconocimiento, se requiere un grado de confianza y cercanía muy grande. Es esta proximidad íntima la que impide que se activen ansiedades muy primitivas (de aniquilación o persecutorias) que, al gatillar mecanismos defensivos potentes y negadores, puedan empañar nuestro autoconocimiento y tirarlo por el desvío. Este es un aspecto esencial en el modelo de matrimonio para toda la vida.

En un clima de confianza e intimidad bien tolerada, podemos asumir lo reprimido o proyectado que la pareja nos muestra, ayudándonos a crecer en experiencia y autoconocimiento. Quien nos ayude en este proceso es fuente de intensa gratitud y, por lo tanto, viene a reforzar el vínculo de amor y de confianza en una retroalimentación positiva.

Esta confianza no se puede improvisar, se instala gradualmente comprobando la incondicionalidad del otro, su generosidad, su capacidad de contención y su amor gratuito.

4. El acopio de recursos creativos provenientes de la integración masculino-femenina

Fenómeno misterioso y sumamente complejo, la creatividad —según la conceptualizo en el marco de este ensayo— remite a la capacidad de construir respuestas novedosas, sorprendentes, que iluminan con nuevos sentidos y significados determinadas áreas del quehacer humano, favorecen el desarrollo y crecimiento y nos acercan a la verdad. Habitualmente, la relacionamos con la generación de obras vinculadas a la producción artística, al pensamiento científico o, en términos generales, a la resolución de problemas difíciles. Pero no debemos olvidar que también puede plasmarse en formas de vida o existencias que en sí mismas trasuntan aquello que llamamos creatividad; en personas que, sin producir obras espectaculares, realizan una vida que sólo podemos definir como creativa.

La creatividad así considerada, va a depender de los recursos mentales que el sujeto posea y que, en última instancia, están referidos a su capacidad de elaborar y manejar símbolos. El símbolo, en este sentido, es un recurso significacional que asocia dos o más significados de niveles distintos, y cuya función consiste precisamente en relacionar significativamente áreas de realidad diferentes. Mientras mayor diversidad de significados tengan los símbolos —diversidad que incluso lleva a que se hable de la “opacidad” del símbolo—,12 mayor es su riqueza asociativa y, por lo tanto, su capacidad de cristalizar respuestas prolíficas y novedosas.

En este contexto, la múltiple significación del símbolo depende de las experiencias que el sujeto ha sido capaz de internalizar a lo largo de su vida. Este proceso consiste básicamente en ir complementando lo diferente e integrando lo opuesto, y se lleva a cabo en diversas áreas de nuestro transcurrir psíquico. Una de ellas, que tiene especial importancia por su capacidad generadora de una copiosa simbología, es la referida a la complementación de los aspectos diferentes de lo masculino y lo femenino, y a la integración de los aspectos opuestos de lo masculino y lo femenino.

La complementación e integración señaladas facilitan la generación de conexiones entre elementos que, a primera vista, parecieran no relacionarse. De hecho, en esto consiste el aporte de la creatividad: en establecer y mostrar una relación que otros no habrían imaginado.

Quiero destacar, al respecto, un proceso que facilita el desarrollo de la actitud creativa, por la cantidad de energía psíquica que hace disponible para nosotros. Me refiero al proceso mediante el cual, en un primer momento, la mente mantiene a los opuestos psíquicos como tales, sin que se contaminen mutuamente. Esta separación se lleva a cabo por medio de mecanismos defensivos de escisión o de represión, cuyo mantenimiento en el tiempo requiere de un gasto constante de energía psíquica. Un ejemplo de esto es lo que ocurre frente a la imagen de un “papá bueno” muy diferenciada de la imagen de un “papá malo”, situación en que, para mantener las imágenes separadas, el sujeto debe incurrir en un permanente gasto de recursos psicológicos. Lo mismo con un hombre que tiene en su imagen mental la identidad masculina construida sobre la base de rasgos machistas enérgicos, a los cuales debe mantener permanentemente separados de los rasgos femeninos provenientes de sus identificaciones con la madre, porque su contaminación le despierta temores homosexuales. Pero a medida que el sujeto es capaz de integrar las representaciones mentales opuestas, su mente podrá ir contando con la energía que gastaba en tales procesos defensivos y utilizarla para nuevas integraciones que, a su vez —en una especie de círculo virtuoso— producirán nuevas liberaciones de energía puestas al servicio de la búsqueda de nuevos senderos.

Y no es sólo una integración interna la que necesitamos. Somos seres incompletos, y el deseo amoroso es perpetua sed de integrarnos a aquello que nos completa. Como si sin el otro o la otra no pudiéramos ser nosotros mismos. Claudio Laks Eizirik, citando a Octavio Paz, vuelve a relatarnos ese mito que presenta Aristófanes sobre el andrógino original, cuya fuerza e inteligencia resultaban tan amenazantes para la tranquilidad de los dioses, que Zeus decidió dividirlos. Creó así al hombre y la mujer como seres separados y, desde entonces, las mitades no cesan de buscar su mitad complementaria (42).

Pero, en este sentido, debemos aceptar el núcleo de misterio que rodea al otro sexo, aquel sexo que no nos pertenece y que, como dice Carlos Ríos, “supone, tener la capacidad negativa de poder padecer la incertidumbre (Bion W); en el caso del hombre, de renunciar a querer tener un conocimiento agotado de la mujer, y, en el caso de la mujer, de renunciar a querer tener un conocimiento agotado del hombre.” En su trabajo “Masculinidad conflictiva”, el autor señala: “En efecto somos mitades y, como tales, a cada momento se nos revela una faceta del otro sexo que no conocemos y que nos produce asombro. Este par de incertidumbre y asombro frente al misterio del otro sexo constituye un camino interminable en el conocimiento y está en la base de la inspiración artística basada en la imaginación” (102).

Tolerando el duelo, que exige resignación a saber todo lo del otro sexo, debemos integrar lo masculino-femenino y este camino de integración requiere un largo trabajo emocional, el cual se nutre fundamentalmente de la capacidad de simbolización, que a su vez define la calidad del funcionamiento mental. Así, las estructuras de funcionamiento más primitivas, como las psicóticas, carecen de capacidad de simbolización y tienden a percibir el mundo con exagerada concreción. En cambio, las estructuras de funcionamiento más elaborados y maduros tienen gran capacidad de hacer experiencia e ir acumulando significados a través de los símbolos que van construyendo en su transcurrir. Pero para que este desarrollo tenga lugar, se requiere un proceso de dolor mental, de trabajo psíquico, de tolerancia a la frustración, de búsqueda de ayuda amorosa por parte de quienes nos rodean y, así, de una compleja interacción de variables que facilitan ese pensamiento que se construye sobre la base de la simbolización.

En este mismo sentido, la complementación e integración de lo masculino y lo femenino no se logra sino a través de un largo proceso de trabajo psíquico que requiere la elaboración de los conflictos homosexuales comienzan en el nacimiento, y terminan siendo más o menos perfilados a finales de la adolescencia y comienzos de la adultez temprana. A este proceso en que el sujeto concluye una identidad de género y otra sexual, contribuyen significativamente las experiencias de enamoramiento. Más tarde se pasará al amor sexual estable, en que el trabajo emocional de complementación e integración entra en una etapa de maduración que requiere tiempo y paciencia, y que no termina sino con la muerte.

La pregunta que surge en este momento es: ¿por qué este proceso de integración se vería favorecido en el amor sexual estable de una pareja proyectada en el largo plazo, y no pudiera darse por medio de interacciones con variadas parejas a lo largo de la vida? Básicamente, porque la resolución de las ansiedades que despiertan los conflictos relacionados con la homosexualidad requieren de un clima de confianza, que se ve facilitado considerablemente por el desarrollo de una intimidad proyectada y contenida.13 Y cada componente de este proceso requiere largo trabajo emocional a través del tiempo y en constancia objetal, vale decir, en la familiaridad de otro conocido progresivamente en extensión y profundidad. El Don Juan cree conocer a las mujeres, pero la verdad es que no conoce a ninguna. Como dice el tango, “ya los años se van pasando/ y en mi pecho no entra un querer/ en mi vida tuve muchas, muchas minas/ pero nunca una mujer” (93).

Las áreas más importantes en que se lleva a cabo este trabajo integrativo son aquellas vinculadas a la construcción del sentido de la relación de pareja y del grupo familiar, muy vinculado a la forma de compartir los proyectos comunes. El trabajo integrativo también se da en el diálogo que enriquece los estilos comunicacionales propios de cada uno de los sexos; en la particular forma de contener que desarrollan el hombre y la mujer; y, por último, en la forma de desplegar la sexualidad, que en su manifestación plena gratifica las identidades homosexuales de ambos cónyuges, reforzando la integración masculino-femenina a niveles profundos de psiquismo pulsional.

En la primera área mencionada, el desafío consiste en la integración de la razón instrumental masculina y la razón reparadora femenina. La primera es más eficiente en el manejo de la realidad. Se basa en una lógica que respeta el principio de la no contradicción, en modos de pensar más cercanos a las ciencias duras y más orientados hacia la predicción, la manipulación y el control. Construye teorías que pueden ser corregidas en la interacción con la realidad, aumentando así su precisión. Por su parte, la razón reparadora está más vinculada al arte, a la religión y a las ciencias sociales. Es menos manipuladora de la realidad, a la cual le permite que se muestre tal cual es, evitando construir teorías y valorando más el caso particular que la generalización. Es una razón que tiende a respetar el valor absoluto del ser, a darles más espacio a los afectos y al amor. Su prototipo se aprecia en la relación que establece la madre con el hijo, en la cual le da mayor cabida a la expresión de su ser, para asistirlo y acompañarlo. Pone el acento, más que en la conducción controlada y dirigida hacia un determinado objetivo, en la reparación y corrección de aquello que perturba el desarrollo. Ambas razones, sin embargo, se necesitan y, en la medida en que se integran, se fecundan mutuamente. La razón instrumental se hace más sensible, e incluso respeta en mayor medida la realidad; por lo tanto, también sus teorías se enriquecen al incorporar esta dimensión de la razón reparadora. Esta última puede ser más delimitadora, más eficiente y muchas veces más realista, en la medida en que integra la razón instrumental (22).

 

En el área de la contención mutua, la tensión integrativa y el trabajo que ella requiere se desarrollan en un área que hombres y mujeres abordamos de manera diferente. Me refiero a la tendencia femenina a sostener los vínculos en continuidad, y la tendencia masculina a sostener los vínculos en discontinuidad. Estas propensiones están movidas desde la condición filogenética del macho, que se hizo experto en separarse y salir a luchar para proveer y proteger a su familia; y desde la hembra, que se especializó en el cuidado y mantenimiento de la continuidad de las relaciones afectivas con los hijos, y en la espera del esposo. Contribuye a esta disposición el hecho de que el hombre debe construir su identidad masculina discontinuando su relación con la madre, mientras la mujer construye su identidad femenina manteniendo la continuidad de la relación con su madre. Por último, y como consecuencia de lo anterior, las tendencias narcisistas masculinas operan en dirección a las defensas de engrandecimiento del sí-mismo, y las tendencias narcisistas femeninas son hacia la prolongación y simbiosis con otro ser idealizado. Nuevamente en este ámbito, la integración de las dos cosmovisiones diferentes enriquece y complementa las perspectivas de ambos géneros (26).

Otro elemento importante que requiere trabajo integrativo en la relación entre un hombre y una mujer, esta vez en el área de contención, es relativo a la agresividad. Esta es, tal vez, la diferencia entre los sexos más clara y por todos aceptada: que prácticamente desde que nace, el hombre tiende a manejar montantes agresivos mucho mayores que los de la mujer, lo que marcará una distancia en el estilo interactivo entre ambos. En el funcionamiento mental femenino, la integración de la agresividad al servicio de la defensa, del límite y de la iniciativa, será de gran utilidad para una interacción asertiva con su pareja, como también para abrirse campo en su desarrollo profesional. En el hombre, la integración de un estilo más pasivo-receptivo, con un uso más habitual del pensamiento por sobre la fuerza física, resultará sumamente útil para la resolución de problemas en su vida laboral, al igual que para el desarrollo de una actitud más empática y menos dominante en la relación de pareja.

Los elementos que componen el deseo erótico en su tendencia a la fusión, a la transgresión, a la idealización, a la invasión mutua y a la gratificación de la bisexualidad, son vividos de manera distinta por el hombre y por la mujer. Esto también se debe a los componentes filogenéticos heredados, a las interacciones diferentes que tienen el niño y la niña con el padre y con la madre, y a los determinantes culturales. En ambos casos, sin embargo, el trabajo integrativo de lo masculino y lo femenino en el área de la sexualidad no sólo favorece el encuentro y la comprensión mutua de la pareja en el lecho; además —por la estrecha conexión existente entre los elementos de la sexualidad y los rasgos de carácter, que durante el desarrollo se potencian y complementan—, ayuda a pulir y matizar aspectos caracteriológicos que se entrecruzan en la relación de pareja (24).

Termino reiterando la importancia de la creatividad en todas las relaciones que despliega el ser humano en su existir, las cuales no pueden permanecer estáticas en el tiempo: o están siempre progresando y desarrollándose, o están involucionando y deteriorándose. En este sentido, el recurso de respuestas creativas contribuye a fomentar la pasión, un estado afectivo complejo que motiva a la profundización del vínculo con una persona, o con una actividad o institución. Esta profundización se ve favorecida por la creatividad, que contribuye tanto a resolver conflictos paralizantes, como a condimentar con elementos atractivos la rutina (24). La pasión es un elemento esencial no sólo para una relación de pareja sostenida a largo plazo en el amor sexual estable. Es también requisito fundamental del apego a la vida, del entusiasmo en el juego y en el trabajo, y de las relaciones afectivas con el prójimo, con el grupo, con la sociedad y con Dios.

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