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Enfoques para el análisis de políticas públicas

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Sobre el contenido del libro Reframing Public Policy. Discursive politics and Deliberative Practices

El libro de Fischer contiene de forma detallada un análisis de las diferentes propuestas teóricas y metodológicas que han dominado los estudios tradicionales de las ciencias sociales, y concretamente de las políticas públicas, para, a partir de allí, elaborar su proyecto de gobernanza deliberativa. Dada la extensión y profundidad de sus argumentos, solo trazaremos las líneas generales de los temas que resultan fundamentales en dicha intención, con el propósito de presentar un esquema general, que esperamos profundice en el libro referenciado.

Fischer inicia el libro presentando una crítica a la pretendida universalidad de las teorías empiricistas y a cómo los efectos de estas en la reproducción de una tecnocracia imperante han permitido que se olviden los elementos que le dan sentido al APP: los sujetos que intervienen en ellos, así como sus subjetividades. Posteriormente, asumiendo una perspectiva pospositivista, este autor resalta la importancia de las ideas y del discurso no solo como expresión de la subjetividad de los actores que intervienen en la política pública, sino como escenarios de transformación de acciones y pensamientos. El pospositivismo presentado por Fischer incluye un análisis basado en los resultados, en la experimentación y en el discurso; lo que implica involucrar en el análisis otras variables que permitan responder a la necesidad de comprender las relaciones sociales, y la institucionalidad que de ellas se deriva. Fischer (2003, pp. 11-17) explica qué es el discurso, cuáles son sus modalidades y su uso como ideología o dominación, luego concreta estos elementos en los parámetros para el que sería un modelo del APP entendido como una política discursiva.

El libro está estructurado en cuatro partes: la primera destaca la importancia del resurgimiento de las ideas y del discurso; la segunda examina la naturaleza de la política discursiva e ilustra, a través de la disciplina, el debate entre la teoría, el método y sus implicaciones, así como replantea conceptualmente la investigación de la política a través de vías discursivas. En la tercera parte, el autor presenta una metodología posempiricista basada en la lógica del discurso práctico y explora perspectivas metodológicas en el APP, como la narrativa de la política, la argumentación y la dialéctica de la política. Finalmente, discute las implicaciones del método y el papel del analista de políticas públicas como facilitador en la deliberación del ciudadano.

En el contexto de la evolución del análisis y del estudio de la política pública como temas de preocupación desde la ciencia política, en particular aquellos llevados a cabo por estudiosos de Europa, Canadá y Estados Unidos, y en razón de la diversidad de técnicas y métodos que buscan comprender y resolver los problemas de política pública, el autor presenta una propuesta de carácter posempiricista inspirada en Habermas y Foucault, así como en enfoques construccionistas principalmente de origen europeo, que resaltan la complejidad y dificultad del APP. En cambio, en Estados Unidos, el desarrollo del análisis de las políticas se vincula más con la demanda gubernamental de experticia y de información relevante para tomar decisiones de política pública que aspiran a combinar un saber técnico sofisticado con realidades políticas y sociales complejas (Fischer, 2003, p. 2)3.

Fischer, con el propósito de aclarar un poco el panorama (2003, pp. 2-3), retoma a un autor clásico como Harold Lasswell, que defiende una visión multidisciplinaria en el análisis y en la articulación entre métodos cuantitativos y cualitativos, haciendo énfasis en la dignidad humana4, a través de la creación de una disciplina que se corresponde con las prácticas democráticas y con las realidades de una moderna sociedad tecnoindustrial. Lasswell propuso una ciencia social aplicada capaz de mediar entre los académicos, los decisores del Gobierno y los ciudadanos comunes, o quienes tuvieran a su alcance un conjunto de soluciones objetivas destinadas a mitigar, minimizar o al menos reducir los problemas sociales. Esta ciencia tenía tres características: un enfoque multidisciplinar, una contextualización natural de los problemas y una explícita orientación normativa.

Sin embargo, según Fischer el desarrollo de las investigaciones en políticas ha evidenciado un mayor peso en el uso de métodos cuantitativos y en el desarrollo de la tecnocracia a partir de estos. De allí se ha derivado una preponderancia de las prácticas de gerencia que se implementan a través de firmas consultoras de carácter privado, de grupos de interés y de organizaciones sin ánimo de lucro, en vez de favorecer prácticas gubernamentales democráticas (Fischer, 2003, p. 4).

La reconstrucción que propone Fischer de los métodos tecnocráticos que dominaron las ciencias sociales inicia con la presentación crítica del marco metodológico de los neopositivistas o empiristas, para quienes existe una separación objetiva de los hechos y los valores. Luego presenta el modelo racional para la toma de decisiones5, definido así porque sigue los pasos de la investigación científica, esto es, la concreción de un problema a partir del cual se formulan metas y objetivos para su solución, sus consecuencias y la probabilidad de su ocurrencia, así como alternativas de solución. Esta racionalidad también se concreta en la medición a partir del cálculo de la eficiencia y efectividad de las metas propuestas, como formas tecnocráticas de gobernanza.

Fischer contextualiza las limitaciones de los estudios tecnocráticos dentro de los problemas propios de la época, referidos a las políticas de guerra contra la pobreza adelantadas en los Estados Unidos, que derivaron en el surgimiento de un contexto intelectual basado en investigaciones cuyos resultados fueron datos sobre cómo desarrollar estrategias y cómo cuantificar los resultados, pero que tenían un conocimiento muy superficial sobre cuál era el impacto de los programas en la estructura familiar o en el desempleo, elementos que fueron ignorados en la implementación y evaluación de la política. Estas dificultades de los enfoques tecnocráticos en el proceso de formulación de políticas públicas no solo se refieren a la limitación de los problemas en agendas políticas específicas, sino también a la coyuntura generada por la guerra contra la pobreza, donde las evaluaciones fueron cuantitativas y se basaron en la eficacia y eficiencia de los objetivos, y no en el papel de los actores relevantes en el proceso, en el choque de valores entre estos o en los efectos que estas políticas produjeron6, como lo menciona Fischer: “For the rationalistic conception of Policy analysis this politics of implementation has been something of an embarrassment, if not a disaster.” (2003, p. 8).

Mientras que el rol de la investigación sobre la implementación ha sido redescubierto, la búsqueda de otras alternativas emerge con nuevas líneas de investigación. Aun así, el foco dominante de los estudios se ha concentrado en el problema de la evaluación, desarrollando una extensa y rigurosa metodología que ha sido denominada Research evaluation (Fischer, 2003, p. 8). La evaluación, entendida como un proceso de retroalimentación sobre cómo ha sido implementada la política, debe abordar no solo los resultados empíricos, que no hablan por sí solos, sino que tiene que desarrollar las bases que los determinan. Es decir, los datos cuantitativos pueden ser empleados para apoyar la interpretación deseada, tal como sucedió en el caso de los análisis realizados sobre el conflicto de Vietnam en los Estados Unidos (Fischer, 2003, p. 9).

Estos vacíos, tanto en el análisis subjetivo como en la real dimensión del discurso de los actores relevantes y de su interpretación, generaron el desplazamiento hacia otras disciplinas, como la teoría y la filosofía política. Sin embargo, dada la ausencia de claridad epistemológica, estas preocupaciones fueron acuñándose hasta generar algunas propuestas pospositivistas o posempiricistas, o incluso neopositivistas, que no solo evalúan la eficacia y eficiencia de los objetivos de las políticas, sino también la realidad a través de la interpretación de fenómenos y de significaciones sociales basadas en el discurso.

Este recorrido desde lo tecnocrático hasta las propuestas de incorporación de las ideas, el lenguaje y el discurso le permite a Fischer avanzar en su propuesta de construcción de una teoría de la política pública basada en la argumentación y el discurso como alternativa posempiricista. Esta surge del desencanto por los resultados de la investigación positivista, por tanto, la nueva visión debe tomar en cuenta los valores sociales, los argumentos y la narrativa que acompaña el desarrollo de una política.

Dentro de las propuestas críticas que analiza Fischer se ubican el posestructuralismo; el construccionismo social; el posmodernismo; y el análisis del discurso. Estas se ubican en la línea de una nueva postura epistemológica denominada pospositivismo o posempiricismo, aunque tienen una fuerte relación con la filosofía de la ciencia, que refiere una postura epistemológica respecto de la construcción del “objeto de investigación”, entendido en la función de la interpretación de la realidad. Esta postura le da un énfasis al papel de la subjetividad en la construcción de una realidad social, en el intento por superar el binomio de análisis sujeto-objeto propuesto por el positivismo. Fischer (2003, pp. 12-13) afirma que los posempiricistas asumen que la construcción discursiva se va entrelazando y relacionando en una red de estructuras, a partir de presupuestos, hipótesis y programas de investigación, que construyen un discurso de contraste o falsedad de las ideas. Frente a la perspectiva del construccionismo social, el autor plantea que el discurso de las políticas públicas está inmerso en una serie de ideas y significados sociales que producen y reproducen prácticas discursivas, para entender tanto la práctica como los contenidos de las políticas. Señala Fischer (2003, pp. 12-15) que los analistas posempiricistas argumentan que el análisis objetivo es prácticamente imposible y que dicho análisis enmascara a la vez todo el discurso político de las elites dominantes, ya que se apoyan en la hermenéutica y la discursiva (deconstruccionismo) para demostrar que el discurso político dominante se enmarca en una base de factores subjetivos presentados como la verdad relacionada con la interpretación de los contextos, en determinadas circunstancias sociales.

 

Fischer concluye que el origen de los estudios sobre las políticas públicas se fundamenta en y ha emergido del desarrollo de las teorías y métodos de las ciencias sociales, con el propósito fundamental de contribuir al entendimiento de los problemas sociales y económicos que abruman a las sociedades contemporáneas. Al interior de la investigación en el campo, el positivismo ha construido sus presupuestos básicos sobre la pretensión de figurar su objeto con criterios racionales, apoyándose en mediciones estadísticas que permitan la postulación de inferencias generalizables, sin aproximarse a las variables que en mayor grado pueden explicar el fenómeno de la política: los valores y principios, el discurso o la participación. Por este motivo, nuevas teorías dentro del ámbito de las ciencias sociales han sido aplicadas al desarrollo de los estudios7.

Las limitaciones de las teorías racionalistas para acercarse al mundo social, basadas en el reconocimiento de las ideas en el discurso de la política, evidencian que los políticos no responden a objetivos racionales, sino que su acción está estrechamente relacionada con los símbolos y los signos subyacentes a las ideas sociales8. Esto se fundamenta en la sociología alemana de Max Weber, que reconoce a las ideas como motor de la acción social, y que, a su vez, contribuye a la explicación de la conducta humana9.

Respecto al neoinstitucionalismo, Fischer (2003, pp. 31-32), hace aclaraciones acerca de cómo tratar las ideas políticas, ya que detrás de los resultados de los cambios de política subyacen muchas veces los intereses de las elites dominantes y los intereses de los grupos directamente afectados, lo que concreta una relación directa entre los procesos institucionales, las ideas políticas y el análisis político, dada la incidencia que los diferentes contextos institucionales dan a la dimensión interactiva del discurso. De igual manera, este autor plantea la relación directa entre las comunidades políticas, las redes y la participación como uno de los focos de investigación en los subsistemas políticos que permite apreciar la formación del ciclo de la política.

Sobre las teorías del aprendizaje de Fischer10 se plantean algunos interrogantes acerca de quién hace el aprendizaje (actores sociales o redes), qué se aprende, cómo y qué se evalúa. Esta visión se complementa con el enfoque de coaliciones de causa o militancia de Sabatier y Jenkins (1993), en el que el aprendizaje es una variable para el subsistema.

Sobre los ideales discursivos y las distorsiones de la comunicación, Fischer (2003) analiza el modelo de comunicación de acción de Habermas (1970), que, más allá de entender el poder como la capacidad de obtener los objetivos propuestos o como la posibilidad de servir de elemento de control o dominación, asume que el poder estructura la organización y la coordinación de la acción a través de la comunicación consensuada; de modo que el conocimiento y la práctica discursiva son las dimensiones críticas de las fuerzas del poder.

El concepto habermasiano de comunicación que se basa en intereses, el reconocimiento, los logros de objetivos, la movilización de recursos, la dominación de unos por otros o la coordinación para el consenso; define una función tripartita entre los ciudadanos, los grupos de interés y las instituciones o analistas de la política que insisten en la necesidad de contar con instituciones que desarrollen o impulsen la competencia ciudadana y el aprendizaje. Fischer contrasta esta propuesta habermasiana con la de Foucault (2003, pp. 38-39), que va más allá de lo propiamente comunicativo o lingüístico, y aborda el funcionamiento del discurso en diferentes contextos históricos y sociales11.

Esta aproximación al discurso como fuente de las ideas sociales y políticas posiciona al lenguaje, junto con las estructuras que le subyacen, como un elemento indispensable de la política, a partir del cual se crea una metapolítica de las instituciones, presente en los discursos de forma directa. De aquí se deriva que la propuesta de Fischer busque realizar una evaluación deliberativa de la construcción de la decisión en términos del lenguaje, en razón de que la política pública es construida a través del lenguaje dentro del cual es descrita, incluyendo la forma en la que las ideas influencian a los actores que intervienen en las instituciones.

Uno de los interrogantes que Fischer plantea se pregunta por cómo llegar a una política pública a partir de un discurso que incluya significaciones sociales y realidades. La respuesta que este autor da se enfoca dentro del posempiricismo, al hacer énfasis en la necesidad de analizar los significados sociales y su relación con los motivos, las intenciones, los objetivos, los propósitos y los valores que permiten reconstruir la acción social a partir del lenguaje. El posempiricismo se preocupa por desarrollar un marco teleológico de explicación en el que los objetivos y los propósitos sirvan para entender lo social, y que se pueda complementar con la teoría del construccionismo social, que establece que la construcción social de la realidad se da a partir de las múltiples formas que hay de entenderla y percibirla12.

En síntesis, la perspectiva discursiva e interpretativa de Fischer (2003, pp. 48-49) se basa en el énfasis que se le da a la construcción social de la realidad, a los significados sociales y a su reconstrucción según los cambios que ocurren en el mundo. Estos últimos generan nuevas experiencias y pensamientos que, a su vez, promueven cambios en las prácticas, la reflexión y la comunicación; además, también hay que tener en cuenta los esquemas cognoscitivos que cambian en las sociedades.

Fischer intenta concretar estas teorías dentro del análisis de la política a partir de investigaciones que incorporan elementos retóricos, por medio de variables como la naturaleza de los argumentos, el proceso de la controversia en el contexto científico, la retórica en los asuntos públicos, los objetivos de la política, el tipo de intervención y los instrumentos de política empleados (2003, p. 55). Sin embargo, dada la diversidad de los significados sociales de la política pública13, esto plantea varias dificultades en la práctica a la hora de entender las diferentes formas de la política en un mundo de múltiples realidades, donde el espectáculo político se presenta como una hiperrealidad14.

Fischer (2003) hace un análisis detallado de lo que es el discurso; y de las relaciones entre el discurso y la práctica, y entre el discurso, la ideología y la hegemonía. Esto lo hace a partir de las propuestas teóricas de Hajer, Shapiro, Gramsci, Pecheux, Fairclough, entre otros. También, hace una presentación detallada y muy completa del modelo de Paul Sabatier frente a su enfoque del ACF, para posteriormente hacer críticas puntuales a su concepción, interpretación y utilidad en el APP.

Fischer plantea que definir el discurso no es una tarea fácil debido su uso indeterminado por parte de corrientes como los hermenéuticos, los posestructuralistas y los posmarxistas. Fischer acepta la definición de Howarth que se refiere al discurso como “two historically specific systems of meaning which form the identities of subjects and objects” (2003, p. 73). La teoría del discurso inicia con la suposición de que todas las acciones, objetos y prácticas son significativas socialmente y de que esos significados son determinados por luchas políticas y sociales que se llevan a cabo en periodos específicos de la historia. El objetivo del análisis del discurso es mostrar cómo esas acciones y objetos son construidos socialmente, y ver el significado que tienen para la interacción y organización social, a través de métodos como el análisis retórico, la hermenéutica, la deconstrucción y los enfoques genealógicos. A partir de estos métodos se han desarrollado diversas escuelas que explican el discurso más allá de un simple sinónimo de discusión o conversación. El significado de las palabras usadas y las declaraciones o estamentos empleados en un discurso dependen del contexto social en que son pronunciados, incluyendo las posiciones o argumentos contra los que ellos avanzan.

Fischer cita la definición de discurso de Hajer (1993) cuando dice que es un conjunto específico de ideas, conceptos y categorizaciones que es producido, reproducido y transformado dando significado a las relaciones sociales y físicas (2003, p. 73). Además, añade que los discursos y las prácticas discursivas restringen el rango de los sujetos y objetos. De esta manera, los actores se convierten en agentes del conocimiento, el cual se encuentra determinado por la experiencia de la gente sobre el mundo, específicamente por la mirada que puede ser legítimamente aceptada como “conocimiento”. Para Shapiro (1981, p. 130), citado por Fischer (2003, p. 73), un discurso establece normas para desarrollar conceptualizaciones que son usadas para entender fenómenos.

Además de la definición, Fischer intenta plantear una distinción entre el discurso y las prácticas discursivas, para lo cual toma como ejemplo a Foucault, quien considera que las prácticas discursivas son unidades de análisis básicas, interpretaciones ampliamente sostenidas y, a menudo, repetidas de la conducta social que produce y afirma comportamientos. Con el tiempo, estas se vuelven irreflexivas, se dan por sentadas y son escasamente notadas por los actores que las emplean (2003, pp. 73-74). Por esta razón, el autor plantea que el discurso no es únicamente una colección de palabras u oraciones, sino la integración de oraciones habladas o escritas que producen un significado más grande que el contenido de las oraciones analizadas independientemente, ya que cada discurso vincula las declaraciones que lo componen de acuerdo con los patrones de razonamiento.

Una diferenciación práctica se da en la forma como el discurso se concreta y los efectos que produce. Existe, de una parte, un discurso de primer orden, o con carácter macrosocial, que transmite valores y da cohesión, lo que permite compartir creencias tanto a nivel social como cultural, y, de otra parte, hay discursos ubicados en un contexto diario de interacción comunicativa, o microdiarios15. En un sentido foucaultiano de la terminología, tales discursos epistémicos tienen un poder constitutivo o formativo que estructura definiciones sociales básicas, significados e interacciones en el sistema sociocultural. Los macrodiscursos constituyen el residuo de la memoria colectiva de los grupos o de la sociedad, primariamente en forma de historias que pueden ser tomadas como básicos engramas para nuestros modos de pensamiento y acción16.

En este contexto, el análisis del discurso en la política comienza con el reconocimiento de que el discurso está distribuido a través de instituciones y de que pueden constituirse discursos dominantes, como una lucha de discursos compitiendo para obtener reconocimiento y poder. Una tarea clave para los analistas es contar con los puntos de vista y las posiciones de los actores. Para reforzar esta idea, Fischer (2003, p. 77) cita a MacDonell (1986), quien señala que un discurso es un arma en una batalla ideológica. Los discursos cobran un significado social en estas confrontaciones.

 

Fischer insiste en que las ideologías reflejan relaciones sociales y materiales básicas en una sociedad y le suministran a la gente diferentes identidades sociales, por eso, los grupos de una sociedad orientan ideológicamente a las mismas en diferentes caminos para construir discursos particulares. Pecheux, argumenta que la gente construye su conocimiento en términos de tres orientaciones básicas para el discurso dominante y su orientación ideológica: i) algunos libremente consienten y se identifican con la imagen social sostenida por la ideología dominante, por ejemplo, las clases trabajadoras o las clases superiores; ii) otros rechazan las categorías sociales que están ofrecidas y adoptan una contraidentificación, donde se incluyen tanto alborotadores como criminales, pero también a menudo reformadores liberales; iii) el tercer grupo para Pecheux toma la orientación de desidentificación. Mientras que la posición de contraidentificación se define a sí misma en términos oposicionales (lo que se llamaría una crisis política), este tercer grupo proviene de nuevos discursos (Fischer, 2003).

Aclarando que el discurso no es ideología, el autor aborda el concepto de hegemonía de Gramsci17, para explorar la interrelación de aspectos políticos e ideológicos del discurso, y el camino que comparten por amplios procesos de cambios políticos y sociales, lo que no implica una ecuación social firme o fija, sino, por el contrario, un equilibrio inestable, donde el énfasis se da sobre las estrategias de liderazgo político requerido, que sostengan el balance hegemónico de las fuerzas. La construcción y el mantenimiento de las alianzas necesarias para sostener el equilibrio a través del poder discursivo va más allá de la inclusión de las clases subordinadas dominadas, para lograr su consentimiento; ya que en la lucha hegemónica, además de la producción, distribución y consumo (incluida la interpretación) de textos, que contribuyen a la transformación del orden existente que se pretende hacer valer por el discurso, aparece la producción de la existencia social y las relaciones de poder (Fischer, 2003, pp. 80-81).

Fischer cita a Fairclough para profundizar en la relación que existe entre discurso y cambio social, dadas las tendencias que evidencian cómo el cambio discursivo afecta el orden social del discurso. El análisis del discurso muestra que el camino en el que los actores adjuntan significados de otros actores, se da en términos de posiciones asignadas o atribuidas por el discurso dominante o el contradiscurso. Los actores están posicionados con relación a específicos atributos sociales, tales como la culpa y la responsabilidad. Los actores sociales, principalmente, dan sentido al mundo con términos y conceptos prestados de los discursos hechos por la capacidad de otros grupos sociales y de la sociedad general. El mecanismo lingüístico básico para el mantenimiento y la creación del orden discursivo o la respuesta a una sacudida desestabilizadora para el orden discursivo es el concepto de trama (storyline)18.

Entre las críticas y comentarios que hace Fischer de algunos autores se encuentra el análisis del enfoque del ACF de Sabatier, que destaca la importancia de los subsistemas políticos en la formulación e implementación de las políticas públicas, en particular, la significancia y las relaciones entre los sectores políticos en el proceso de toma de decisiones políticas. Esto define la coalición de la militancia o de la causa como una alianza de grupos políticos en un subsistema político que comparten los mismos intereses y los mismos aspectos políticos, o como “actores de una variedad de […] instituciones de todos los niveles del gobierno que comparten un conjunto de creencias básicas […] y quienes buscan manipular las reglas, presupuestos, personal e instituciones gubernamentales en orden a alcanzar sus objetivos” (Fischer, 2003, p. 95).

Fischer le crítica al modelo de Sabatier que la formulación de políticas dependa de la estabilidad o de los cambios en el sistema socioeconómico amplio o en la sociedad, y que, a su vez, dichos cambios están motivados por la opinión pública, ya que se pueden llegar a afectar las orientaciones políticas de grupos de interés y de partidos políticos, y, así, las preferencias sociales y las ideas de los tomadores de las decisiones políticas. La crítica se apoya en los argumentos de Hajer para señalar que el enfoque es multifacético, además de que de por sí solo no es capaz de explicar cómo y por qué se dan los cambios. De otra parte, su crítica se refiere a la definición del sistema de creencias porque simbólicamente condensa los hechos y los valores básicos en el sistema, pero estos no pueden ser analizados como creencias particulares. Otras críticas se ubican en la identificación de las coaliciones, en la definición de problemas y soluciones, en la conceptualización de los sistemas de creencias políticas y en la preocupación por la estabilidad de las coaliciones de política.

Sobre el aprendizaje político, que es un punto central dentro del ACF, dice Fischer que se sustenta un entendimiento del mismo aprendizaje en dirección a las ideas de la tecnocracia y el racionalismo. La idea del aprendizaje en Sabatier es netamente técnica y está enfatizada hacia la necesidad de lo que el experto (de la respectiva coalición) plantee, lo que seguramente será relativamente apolítico. De este modo, las variables centrales que gobiernan las operaciones están basadas en criterios profesionales como el prestigio profesional, las normas de la experiencia y la revisión de pares.

Finalmente, Fischer propone pasar del cognitivismo tecnocrático al análisis discursivo socialconstruccionista que enfatiza el rol de la credibilidad, aceptabilidad y confianza, a cambio de evidencia empírica en la explicación de los cambios políticos.

En la tercera parte del libro, Fischer intenta resituar el análisis empírico dentro de un discurso político que parte de los fundamentos epistemológicos del posempiricismo, basándose fundamentalmente en el construccionismo social y en la práctica discursiva. Desde esta perspectiva epistemológica, Fischer sostiene cómo nuevas interpretaciones permiten reinterpretar el análisis clásico, como, por ejemplo, el famoso análisis realizado por Allison respecto a la crisis de los misiles en Cuba (2003, p. 117). Desde un marco de análisis basado más en la interpretación y la deliberación, se puede lograr una mejor aproximación a la descripción y al trabajo que realizan actualmente los científicos sociales.

Existe en el autor la intención de establecer una discusión entre el positivismo, el neopositivismo y el empiricismo en términos de la discusión sobre la “objetividad” científica, demostrando, en primera instancia, la marcada influencia del positivismo clásico del siglo XVIII en la construcción de los fundamentos epistemológicos de las ciencias sociales. Fischer expone tanto la teoría como los métodos de las ciencias sociales que han pretendido como objetivo principal tener el control y la predicción de los eventos sociales, tener la selección de los datos a partir de lo que debe ser observable basándose en un criterio de verdad, y hacer de la observación algo contrastable o reproducible a partir de experimentos, lo que descalifica las observaciones subjetivas o basadas en valores. Vista así, la concepción tradicional de los diseños metodológicos consistirá en hacer una clara diferenciación entre los procesos científicos y aquellos que no lo son, porque, en últimas, la recolección de datos, para la perspectiva positivista, estará determinada por la posibilidad de demostrar las tendencias hacia la repetición de eventos en la búsqueda de la formulación de leyes inmutables en el tiempo. ¿Cuál es, entonces, el lugar de los argumentos dentro de la construcción del proceso científico?

La respuesta a la pregunta anterior es desarrollada por Fischer desde la perspectiva de los estudios sociales de la ciencia, y dentro de ellos tendrá un especial valor el aporte generado por la sociología de la ciencia, que ha demostrado cómo la ciencia es una práctica social cuyos principales presupuestos se hallan sujetos a los valores críticos del tiempo histórico dentro del cual se produce el conocimiento19. Por tanto, las investigaciones sujetas todavía a los postulados epistemológicos del positivismo impiden el desarrollo de un conocimiento más acorde con las necesidades de la ciencia social contemporánea, que es la contribución o el esfuerzo por comprender el rol que desempeñan los valores críticos para la formulación y la construcción de la política. Esta tendencia de la ciencia política ha pretendido ambiciosamente generar un conocimiento aprovechable, en el sentido de que sea capaz de impactar la práctica política a través de la estimulación del debate; esto a partir de la generación de nuevas teorías y métodos que ofrezcan perspectivas no tradicionales de entender los problemas.