Canon sin fronteras

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Hay varios aspectos que afloran en este pasaje y que merece la pena comentar. En primer lugar, el ansia de la estirpe de Olar por conquistar el espacio salvaje de la estepa muestra con toda claridad la relación entre colonización y dominio patriarcal: la Estepa, espacio de lo salvaje, de la alteridad peligrosa, es vista en clave feminizada, esto es, como espacio que sólo puede adquirir valor a través de la acción conquistadora y civilizadora del hombre. Este paralelismo queda reforzado por la propia trama, de modo que el deseo de posesión de la Estepa se concreta en el deseo de posesión de Urdska, Reina de la Estepa, a quien Gudú acabará desposando. En segundo lugar, la idea de gloria y de trascendencia en el tiempo es también concebida como un vínculo de padre a hijos, un vínculo, pues, entre varones. Esta idea resulta tanto más extrema si consideramos la deserción de Gudú respecto a sus funciones paternales y su construcción de una paternidad simbólica en torno a la Corte Negra y los Cachorros, los jóvenes soldados que allí se educan; una paternidad que se hace patente cuando la decadencia del Reino es plena y Gudú rechaza tomar nueva esposa para garantizar la descendencia asegurando que “además, de entre los nuevos Cachorros, y no necesariamente de mi sangre, saldrá el nuevo Rey de Olar” (Matute, 1996: 861).

En suma, la quest individual, la conquista y el conflicto que articulan el carácter heroico son llevados al extremo en la caracterización de Gudú, lo que deja ver las fisuras y contradicciones de ese ideal. Y este ejercicio es llevado aún más allá cuando, siguiendo esa lógica no lineal, la dinámica de progreso y superación queda colapsada; de ese modo, si el belicoso rey Gudú se dice a sí mismo todas las noches que la conquista del territorio ignoto de la estepa hará que “su nombre y su reino se extiendan a través de la tierra y del agua, a través de los siglos y los hombres” (Matute, 1996: 512), la culminación de la conquista le lleva a otro punto:

Es extraño —se dijo, mientras avanzaba entre los escombros, bajo un cielo inmenso que parecía observarle con unos inmensos ojos—, es extraño que la realización de un deseo provoque un vacío tan grande…Y era verdad: en vez de la euforia que se reflejaba en sus hombres, un vacío creciente se abría ante él. (1996: 674)

Las empresas guerreras que se supone han de coronar a Gudú como culminación de su linaje acaban, pues, conduciendo al héroe a un hastío que acaba anegando, literalmente, al propio reino.

Esta erosión del ideal heroico no sólo funciona en la caracterización de Gudú y sus predecesores, sino que también se desarrolla en las consideraciones sobre los efectos de ese comportamiento en la colectividad, como en la llamada de atención sobre la imposible vida en comunidad en Olar:

En tierras del Conde Olar, la paz llegó a ser un relato antiguo, una vieja leyenda transmitida por los ancianos. El mundo, para ellos, era un estremecido y furioso nido de alimañas, de entre las cuales debían salir como fuera, aun desgarrados, pero con vida suficiente para sembrar también la muerte que, como muralla protectora, les defendiera del exterior. Todo hombre lindante llegó a ser, más tarde o más temprano, un enemigo. (1996: 24)

O en la ácida y rigurosa crítica del progreso, que se desvela como una consecuencia de la guerra, de modo que la riqueza y prosperidad de unos queda edificada a costa del padecimiento y el expolio de otros y esa relación de explotación queda enterrada bajo la narrativa de grandeza y exaltación del reino y el monarca.

En rigor, el reinado de Volodioso fue una sucesión de guerras cruentas y gloriosos triunfos. Sometió y expolió de tal modo a nobles, señores y vasallos, que éstos apenas osaban mover los párpados en su presencia. Creó un ejército fuerte y poderoso, y su leyenda creció junto a su poder. Al fin de sus días es posible que dominara más por su prestigio que por su verdadero valor: pero, en puridad, lo uno no hubiera llegado sin lo otro. Amargó la vida a muchos, satisfizo a unos pocos, engrandeció a algunos. Construyó bastante y destruyó a mansalva. En general, fue más temido que amado, mas no debió existir otro mejor ni más fuerte que él, puesto que nadie le arrojó del trono ni le despojó de su Reino.

Bajo su mando nacieron ciudades, pueblos, villas, monasterios, abadías e iglesias. Roturó parte de los bosques y la selva, y ensanchó la zona Norte con tierras de cultivo. Permitió y protegió caravanas de mercaderes hacia el Sur, que importaron tejidos y especies, y trajeron el papel a Olar. En las calles de las ciudades y villas abriéronse por primera vez talleres artesanos y, aunque tímidamente, comenzaron a florecer pequeñas industrias: tintoreros, alfareros, tejedores y artesanos de varios tipos llegaron de otras tierras y se instalaron allí donde, poco antes, tan sólo circulaban carretas, campesinos leñadores, gallinas y perros famélicos. Amuralló las ciudades y villas y, aunque redujo al mínimo el poder y privilegio de los Abundios, enriqueció sus monasterios con sabias y oportunas donaciones.

Hasta el final de sus días fue rudo, ignorante, valiente, astuto y desconfiado. Implacable con quien lo creyó oportuno y magnánimo con quien le convino. Pero fue un gran Rey y, sin él, Olar jamás hubiera soñado con llegar adonde llegó. (1996: 70)

De hecho, tal vez el aspecto más subversivo de la obra es la llamada de atención sobre los hilos que unen el poder, la violencia y la gloria con la subalternidad y el olvido, como sucede con las diversas referencias al Pueblo de los Desdichados, conformado por los “siervos mineros que habitaban en las Tierras Negras”, y que a lo largo de la historia de Olar se mueven entre la revuelta por una vida digna (“desde hacía años, desde los tiempos de su padre, estas gentes solían rebelarse, pese a los escasos medios de que disponían para ello. Una vez tras otra, la rebelión brotaba en aquella zona, sólo armados por el hambre y la desesperación” [Matute, 1996: 84]), el olvido —en el mejor de los casos— y la represión —en el peor— (“La revuelta fue, como de costumbre, sofocada sin dificultad. Y tras colgar de la Torre Negra a sus cabecillas […], la calma reinó nuevamente en Olar. Entre escombros y redobladas sanciones, el Pueblo de los Desdichados volvió a cavar los escasos y rocosos terruños que les permitían cultivar, y de los que subsistían. Y Volodioso regresó a sus lares, con la satisfacción de un deber cumplido” [Matute, 1996: 84]). Sólo Predilecto quien, como hemos visto, cuestiona abiertamente el paradigma del héroe épico, reconoce la indignidad de sus condiciones de vida y, en vano, intenta recabar el favor real hacia ellos.

Además de erosionar la noción de heroísmo tanto en lo tocante a la caracterización individual como en la mirada hacia lo colectivo, la novela se sirve de otro procedimiento íntimamente relacionado con la impugnación del modelo de avance lineal a través de hazañas bélicas, que no es otro que mostrar precisamente los espacios que las aventuras convencionales tienden a ignorar. Aunque las incursiones de los reyes de Olar a los territorios ignotos se sucedan, el relato no siempre los sigue y explora las aventuras de quienes se quedan atrás; en especial, la novela da entrada de manera sostenida a la vida en la corte, más en concreto, en los quehaceres de las reinas Ardid y Tontina, cuya esfera de acción, doméstica, privada, nada tiene que ver con lo heroico pero se revela como mucho más fértil, como el espacio donde el amor y los lazos afectivos son posibles y productivos. Este tipo de planteamiento narrativo, en el que lo heroico queda “fuera de cámara”, es todavía más palpable en Aramnamoth, cuya trama no cuenta las gloriosas hazañas del Conde Orso, sino lo que sucede en palacio entre su hijo Aranmanoth y su esposa Windumanoth, y contrapone agudamente la supuesta gloria del guerrero conquistador con la supuesta traición de los dos jóvenes, cuyo pecado ha sido el amor y el consuelo mutuo. Este tipo de “fuga de cámara” tampoco resulta una estrategia que vulnere los patrones de la fantasía, todo lo contrario, es exactamente la estrategia —salvando las distancias— que desarrolla Ursula Le Guin en los últimos volúmenes de la saga de Terramar. La autora, que es también una extraordinaria téorica de la fantasía, explica esta estrategia en su conferencia Earthsea Revisioned, en la que reflexiona sobre las reglas del género llamando la atención sobre la configuración de los héroes, a los que describe vinculados a una vida de continencia, abstinencia y negación de las relaciones (1993: 16) en el contexto de un universo donde el poder se entiende como dominación y fuerza. Precisamente su novelística, muy especialmente a partir de Tehanu (1990), parece recusar esta idea de poder y lo hace a través de este desenfoque al que me he referido, mostrando no los logros de quienes tienen el poder, sino los eventos cotidianos de quienes no participan en la épica de las grandes hazañas.

A modo de cierre

Todo este conjunto de estrategias que apenas he apuntado —la deconstrucción del modelo de la quest mediante la parálisis del eje del espacio y el tiempo; el desenmascaramiento del ideal de progreso y dominación del territorio que se asocia a lo heroico; la atención a los sujetos subalternos y/o que están al margen de la campaña heroica y el posicionamiento fuera de escena de los episodios de esa quest— opera como un dispositivo que configura el mundo secundario de Olvidado rey Gudú como un espacio peculiar, que parece diferir del modelo clásico de la fantasía épica, puesto que los deseos heroicos de gloria y poder están condenados a no verse nunca satisfechos; es éste un mundo en que los reyes sólo pueden perseguir el hastío y deshacerse en un río de lágrimas que sume los ideales triunfales, la fama y la gloria en el más puro olvido. Y, en efecto, como ha observado la crítica, esta construcción del universo de Olar dota al texto literario de un trasfondo político nada desdeñable, que se extiende a otras obras de la propia Matute:

 

Aranmanoth comparte con La Torre y Gudú su abrumadora preocupación por la bondad y maldad, la justicia e injusticia, ahora notablemente más abstracta, cuestionando la moralidad y ética social más que examinar inequidades sociales específicas. Y mientras Gudú contiene más elementos del cuento de hadas (incluyendo no sólo el dragón, sino hadas diversas, una reina inmersa en la magia, cabalgatas mágicas en el aire y debajo de la tierra, además una procesión vista por muchos que sin embargo no existen, sólo por mencionar lo más memorable) no es un cuento de hadas. Gudú condena el sistema feudal, incluyendo cualquier poder que un hombre adquiere sobre las vidas (y muertes) de otros, y especialmente la guerra como sistema o empresa nacional. Apoyando su declaración fuerte, implícita pacifista y su defensa de los derechos humanos, Gudú representa gráficamente las diferentes maneras en las que “la guerra es el infierno”, y la paz con injusticias un poco mejor. (Pérez, 2008: 63)21

También otras aproximaciones apuntan en esta dirección apelando implícitamente a esa idea de final feliz que, tal y como mencionaba al inicio, suele asociarse a la fantasía; es el caso de Deen, quien afirma: “La promesa de un desenlace feliz no existe en el mundo neo-caballeresco de Matute” (2014: 34), o de McCullar: “Para Matute la fantasía es un cuento de hadas para adultos, pero ella no se suscribe a la necesidad de un final feliz, como lo veremos en tres de sus novelas; la fantasía es otra manera de investigar, en lugar de rehuir, el lado más oscuro de la experiencia humana” (2011: 21-22).22La autora desliza este comentario tras referirse a la noción de eucatástrofe para señalar la diferencia abismal entre el modelo de fantasía tolkieniano y la propuesta de Matute.

Coincido en parte con esta lectura pues, como he tratado de mostrar, los textos de Matute exploran una serie de texturas emocionales que va mucho más allá de la satisfacción que proporciona la superación de una sarta lineal de aventuras y el triunfo final. Eso no implica, como ya he explicado en otros trabajos (Clúa, 2017), que la fantasía clásica de raíz tolkieniana se articule de manera simple y acrítica sobre la promesa de felicidad y la satisfacción emocional del lector. Por el contrario, la capacidad de afectación del género, en especial en lo que toca a su generación de un sentido de la maravilla y de una intensidad emocional en el lector —no necesariamente definida en clave de felicidad—, constituye una de sus mayores potencialidades políticas. En ese sentido, Olvidado rey Gudú no puede entenderse como una excepción o una rareza dentro del género, sino como una de las muchas y diversas propuestas que las aprovechan.

Obras mencionadas

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Notas de De lágrimas y olvido: las texturas emocionales de la fantasía en Olvidado rey Gudú de Ana María Matute

1. Este trabajo también es resultado del proyecto “Teoría de las emociones y el género en la cultura popular del siglo XXI” (FEM2014-57076-P).

2. Los ejemplos que proporcionarían un barrido por la historia de la teoría literaria en busca de los afectos serían numerosísimos: pensemos, por caso, en las poéticas clasicistas que añaden al prodesse aut delectare horaciano un muy revelador movere que justamente apela a la capacidad para conmover al lector y llevarlo a la práctica de un determinado comportamiento —punto en el que empieza a verse la conexión entre afecto y política—; o recordemos la relevancia de lo emocional, lo sensible, etc. en las poéticas románticas y en conceptos centrales como lo sublime.

3. Aunque se ha discutido profusamente la distinción entre afecto y emoción, voy a utilizarlos de manera casi indistinta a lo largo de este texto: a pesar de las discrepancias, a grandes rasgos, se entiende que el afecto se sitúa en un plano inconsciente, incontrolable, tiene que ver con una reacción corporal que no podemos controlar, mientras que la emoción es discursiva, es cultural, etc. En la medida en que entiendo que el afecto se codifica inevitablemente como una emoción voy a moverme en este continuum de términos borrando un poco sus límites. Un esclarecedor estado de la cuestión sobre el debate terminológico puede encontrarse en Delgado, Fernández y Labanyi (2016).

4. “the belief in the fantastic world”.

5. “the sudden happy turn in a story which pierces you with a joy that brings tears” (2000: 100).

6. “a catch of the breath, a beat and lifting of the heart, near to (or indeed accompanied by) tears” (Tolkien, 1983: 154).

7. “intensities that pass body to body”.

8. La idea de que la ciencia ficción se sustenta exclusivamente en lo cognitivo ha sido, de todos modos, cuestionada recientemente. En ese aspecto, es Miéville (2009) quien aborda la cuestión con mayor claridad.

9. “in an irrational, theoretically illegitimate way”.

10. “fairy tale […] quest romance, i.e., the chivalric novel”.

11. También en esa línea, de manera sorprendente, Sanz Villanueva (2000) incluye a Olvidado rey Gudú dentro del fenómeno del auge de la novela histórica en la narrativa española reciente.

12. “no one has yet shown how the novel pertains to the mode of fantasy or how it fits as a second book in Matute’s fantasy trilogy”.

13. Cabe señalar, además de esta tibieza a la hora de definir como fantasía esta trilogía, que en general se ha prestado mucha mayor atención crítica a la producción realista de Ana María Matute; no es éste un fenómeno casual, pues como explica Martín (2017: 212), la tradición filológica española ha tendido a centrarse en los códigos realistas, desplazando lo especulativo a un gueto cultural que sigue viéndose como un ámbito trivial y poco serio. Aunque las consideraciones de Martín se refieren a la ciencia ficción, son perfectamente válidas y extensibles a la fantasía.

14. El Premio Gigamesh (1984-2000), junto al Ignotus, fue de los galardones más prestigiosos dentro del ámbito de la ciencia ficción y la fantasía en España. Curiosamente, mientras la novela ganó el Gigamesh (que galardonó en otras ediciones a autores como Jack Vance, Terry Pratchett, Ursula Le Guin, etc.) ni siquiera fue nominada al Ignotus. Como señala Santiago en el prólogo de la antología Los premios Ignotus 1991-2000 (2014), la ausencia de Matute (y de otros autores y autoras españoles destacados en este tipo de género como Pilar Pedraza, Cristina Fernández Cubas, José María Merino, etc.) debe entenderse como un efecto colateral del peso del fandom: “En la década de los 90 […] el cuerpo electoral de los Ignotus era el núcleo duro del fandom que, como es bien sabido, apenas lee género fantástico fuera de las colecciones especializadas” (s.p). Se produce, por tanto, una doble invisibilidad con este tipo de autores y obras.

15. “self-reliance”.

16. “is inexorably linked to warfare”.

17. “individual heroic quest within a collective context, a quest marked by prodigious feats, both of arms and of cunning”.

 

18. “a quest, a conquest, a test involving conflict”.

19. “establishment and validation of manhood”.

20. Como es bien sabido, Campbell en su famoso El héroe de las mil caras (The Hero with a Thousand Faces, 1949) plantea como patrón básico de muchos relatos épicos el llamado viaje del héroe, una estructura mítica con etapas y roles pautados que se repetiría constantemente. Campbell conecta esa narrativa con los ritos de paso, con el propio proceso de convertirse en un individuo pleno, de ahí la fascinación por este esquema y su constante reformulación en distintos relatos.

21.“Aranmanoth shares with La torre and Gudú their overwhelming preoccupation with good and evil, justice and injustice, now noticeably more abstract, questioning societal morality and ethics rather than examining specific social inequities. And while Gudú contains more elements of the fairy tale (including not only the dragon, but varied fairies, a queen who dabbles in magic, magical rides through the air and under the earth, plus a procession seen by many that nevertheless does not exist, to mention only the most memorable)—it is no fairy tale. Gudú indicts the feudal system, implicating any power which one man acquires over the lives (and deaths) of others, and especially war as system or national enterprise. Undergirding its strong, implicit pacifist statement and defense of human rights, Gudú graphically depicts the many ways in which ‘war is hell,’ and peace with injustices, little better”.

22. “For Matute, fantasy is a fairy tale for grown-ups, but she does not subscribe to the need for a happy ending, as we will see in all three of her novels; fantasy is another way to investigate, rather than escape, the darker side of the human experience”.