Autorretrato de un idioma

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10. Fragmentos de textos de Martín Sarmiento (1732-1776)1

Comentario: Henrique Monteagudo

1. Lenguas habladas, lenguas escritas

Recuerdo que entre la multitud de papeletas que salieron contra el Theatro [Crítico Universal, de Benito J. Feijoo], salió un anónimo que quería hacer creer que no era lengua la gallega porque no había en ella escrito alguno. El anónimo confundió la pluma con la letra. Apenas es cosa lo que hay escrito en lengua malaya comparado con lo que está escrito en lengua china. No obstante, concuerdan todos en que la lengua malaya es la más suave, clara y curiosa del Oriente. En poco tiempo podrá ponerse en el idioma gallego no sólo cuanto está escrito en castellano, sino también cuanto hay escrito en griego y en latín. Retrocediendo seis siglos no había cosa escrita en castellano. ¿Entonces no había en aquel tiempo lengua castellana? En la América no se escribía cosa alguna cuando la descubrieron. ¿Entonces no había ninguna lengua en la América cuando la descubrieron los europeos? A estos absurdos se expone el que mide las cosas a su antojo. […] Las lenguas que no se escriben y sólo se hablan, crecen en voces deducidas de la misma lengua, y las que se escriben, o no crecen, o sólo crecen en voces extrañas, bárbaras, exóticas, que nunca fueron de la lengua primitiva.

[Demostración crítico-apologética del Teatro crítico universal, 1732, 98]

Lenguas y cortes. Apología de la elocuencia natural y de la pureza de las lenguas

Digo que ninguna lengua se habla vulgarmente en España que no sea dialecto o subdialecto de la lengua latina. A esta debemos atender todos como a una madre y principal raíz. Los subdialectos se formaron por la extensión de algún dialecto, o por conquista y expulsión de moros, o por conquistas de otros países remotos. Con esa ocasión se abultaron los subdialectos con voces bárbaras, quedando los dialectos en su pureza. Esto se palpa en el dialecto inmediato de la lengua latina que se habla en Galicia, sin que tenga alguna voz arábiga introducida. Si los que hablan algún subdialecto no atienden al dialecto del cual, por extensión, se ha formado, podrán decir buenas cosas del origen y etimología de las voces extrañas y bárbaras que han adoptado, pero no sabrán pelotas sobre el origen de las fundamentales y primitivas voces del mismo subdialecto. No hay que decir que se los podrá señalar en la lengua latina. Eso será saltar. Ha de venir a parar a eso no inmediatamente, sino por medio del dialecto que inmediatamente dimanó de la lengua latina, como madre.

[…] Duarte Nunez de Lião, portugués, escribió un Compendio de las Crónicas portuguesas, una Geografia de Portugal, otro de Ortografia Portuguesa y otro con este título: Origem da Lingoa Portuguesa. Este título es parecido al que tendría un libro disparatado Origen de la lengua andaluza, y en el cual no se hiciese mención de que era derivada del idioma castellano. Origen de la lengua portuguesa, sin mencionar que es derivada del dialecto gallego, es una fábula, una quimera, una necedad monstruosa y una baladronada y un desvarío, que deja muy atrás el fantástico intento de Varrón.

[…] El mismo Duarte Nunez, página 32, disparató del tenor siguiente:

«as linguas de Galliza e Portugal eraõ antigamente quasi hũa mesma nas palavras e nos diphtongos e na pronunciaçaõ que as outras partes de Hespanha naõ tem. Da qual lingoa Gallega a Portuguesa se aventajou tanto, quãto na copia e na ellegãcia della vemos. O que se causou por em Portugal haver Reis e corte, que he a officina onde os vocabulos se forjaõ e pulem e onde manaõ pera os outros hom, o que nunqua houve en Galliza».

Decir que la corte es la oficina en donde se forjan los vocablos y se pulen es manifiesto error. Toda corte permanente y única es una Babilonia, en donde, tan lejos de pulirse la lengua, se confunde con otras y se ensucia con voces bárbaras de todas naciones. Y habiendo sido Lisboa más infestada y apestada de naciones bárbaras o forasteras a causa de las conquistas y del comercio, digo que el lenguaje portugués que se habla en Lisboa es el más híbrido y corrupto lenguaje de Portugal. No niego que en Lisboa habrá muchos que hablen con pureza el portugués, pero esto será o por los libros, o porque ya le hablaban antes. Para eso no se necesita corte; tampoco en la corte puede haber acento fijo ni pronunciación constante, a causa de la variedad de las naciones concurrentes.

El Ilustrísimo Feijoo habla como escribe. Pocos negarán que el estilo de sus obras sea discreto, pulido, claro y elegante. Y con todo eso, jamás se crio en la corte ni necesitó de ella para poseerle. No obstante, él mismo refiere cuan superior era el gozo que tenía oyendo hablar en gallego a un pobre rústico arriero que conducía el vino al Colegio de Lérez, Benedictino, junto a Pontevedra. Era allí lector de artes el Ilustrísimo Pañelles, que murió obispo de Mallorca, y era pasante el Ilustrísimo Feijoo. Habían gustado tanto los dos de tener coloquios con el dicho rústico gallego, que habían concordado de avisarse uno a otro cuando viniese el arriero, para bajar los dos a oírle hablar y conversar con él. No era la dulzura del idioma gallego quien los embelesaba, sino la natural elocuencia.

Aquel gallego rústico no sabía escribir ni aun leer. Había nacido en unas fragosas montañas. Jamás había visto corte. Sólo sabía hablar el idioma nativo. No obstante, era tan naturalmente discreto y elegante, que en sus discursos embelesaba a los Ilustrísimos. Luego, esa pasmarotada de corte y oficina es un papasal para querer alucinar a los que no han vivido en la corte. La elegancia no consiste en las voces, sino en los conceptos. No consiste en la lengua, sino en el entendimiento. La copia de voces no se ha de regular por la multitud de las superfluas, exóticas y sexquipedales, sino por las más propias y más expresivas y, sobre todo, que sean nativas. Ni los Reyes, ni el clima de las cortes, ni las galas, ni las modas, ni los muchos caudales, nada de eso da entendimiento. Este sólo le da Dios, y lo reparte por cortes, cortijos, villas, aldeas y lugares. Sin un entendimiento perspicaz y natural, son papeles mojados todos esos escritos que miran a pulir la lengua y a introducir en ella una elegancia servil.

[Origen de la voz gallega «mixiriqueiro», 1761, 259-268]

El uso y abuso del castellano en Galicia. Su origen

[3.1] Dirán algunos que todo cuanto he dicho para introducir la lengua gallega que actualmente se habla y no se escribe es una fantástica paradoja o va fundado en el aire. Dirán pues que la lengua gallega ni tiene gramática, ni diccionarios, ni hay cosa escrita en esa lengua. Esta razón supone en falso que no hay escritos en gallego. Si se revuelven los archivos, se hallarán en ellos más escritos en gallego que en castellano. El Cancionero de don Alonso el Sabio [Cantigas de Santa Maria], que contiene sus coplas en gallego puro. La Crónica General, que llaman la gallega, coetánea a la Crónica General de España. En los archivos se conservan carros de escrituras en gallego de foros, arriendos, donaciones, compras, apeos, etc. y en los oficios de los escribanos habrá muchos más instrumentos escritos en gallego puro, antes de Carlos V. La gramática se podrá suplir por la portuguesa del Padre Pereyra [Ars Grammaticae pro Lingua Lusitana] mientras no se hace otra nueva, y los vocabularios servirán de mucho el del Padre Bluteau [Vocabulario Portuguez e Latino] y para onomástico el del Padre Pacheco [Divertimento erudito]. Después de la ley de don Alonso el Sabio que mandó que todos los instrumentos públicos se escribiesen no en latín sino en vulgar castellano, todos se escribieron en Galicia en gallego hasta Carlos V. ¿Y por qué se ha omitido esto? Diré mi conjetura. En tiempo de los Reyes Católicos se incorporaron los Maestrazgos de las Órdenes militares en la Corona. Sucedió la reforma de los monjes negros y la de los monjes blancos había precedido el año de 1440. Con esta ocasión se inundó Galicia de hombres no gallegos y castellanos: merinos, jueces, escribanos, curas de almas, etc. eran provisiones de castellanos, y apenas se daba algún empleo a gallegos naturales.

Claro está que ninguno de esos empleos podría actuar en el idioma gallego ni entender tampoco lo actuado. Hermanos, sobrinos, primos, parientes, paisanos y criados de los presenteros cargaban con todos los empleos. Y casi al mismo tiempo se introdujo la Audiencia en La Coruña y con eso se aumentó el número de los que en Galicia ni hablaban ni entendían gallego, y así se introdujo el abuso de escribir y actuar en castellano. Y ese abuso en lo espiritual aún hoy es pernicioso para el sacramento de la penitencia, en el cual uno se confiesa en polaco y otro le amonesta en arábigo.

[Discurso apologético por el arte de rastrear las más oportunas etimologías, 1770, 62-63]

[3.2] En tiempos del rey don Alfonso el Sabio era muy vulgar hablar y escribir en lengua gallega, al menos dentro del reino de Galicia, no sólo en prosa, sino también en verso, y esto venía de más antiguo, como consta de los poetas gallegos que ya cita el conde don Pedro [de Barcelos] en su Nobiliario. Pero que un rey nacido en Castilla hablase gallego y escribiese coplas en ese idioma en el siglo XIII aún hoy me causa admiración […] Es innegable que el siglo XIII ha sido el siglo de la literatura en gallego, y que duró hasta los principios del siglo XVI, y duraría hasta hoy el escribir en gallego e imprimir, como dura en Cataluña el imprimir en catalán puro. No he visto tomo escrito e impreso en gallego, pero la impresión no hace ni padece para el caso de estudiar, hablar y escribir en gallego. No pocas veces he pensado en cual ha sido la causa de que en Galicia se haya introducido el uso o abuso de escribir en castellano lo que antes se escribía o en latín o en gallego. No hay género de escritura, testamento, venta, contrato, foro, arriendo, compra, trueque, partijas, etc. que yo no haya visto y leído en Galicia o en latín o en gallego. Y se pueden cargar carros de estos instrumentos que se conservan en Galicia.

 

No habiendo, pues, precedido ni concilio, ni cortes, ni consentimiento uniforme de los gallegos para actuar, otorgar, comerciar en lengua castellana, ¿quién lo introdujo? La respuesta está patente, que Galicia llora y llorará siempre: no los gallegos, sino los no gallegos, que a los principios del siglo XVI inundaron el reino de Galicia no para cultivar sus tierras, sino para hacerse carne y sangre de las mejores y para cargar con los más pingües empleos, así eclesiásticos como civiles: esos han sido los que por no saber la lengua gallega, ni por palabra ni por escrito, han introducido la monstruosidad de escribir en castellano para los que no saben sino el gallego puro.

Esta monstruosidad es más visible en los empleos eclesiásticos. No sé cómo toleran los obispos que curas que no son gallegos ni saben la lengua tengan empleo ad curam animarum, y sobre todo la administración del santísimo sacramento de la penitencia. ¿Qué es el coloquio de un penitente rústico y gallego y de un confesor no gallego, sino un entremés de los sordos? Son innumerables los chistes vergonzosos que se cuentan de esa inicua tolerancia. […] Para evitar estos y otros absurdos en odio, burla, nulidad y chacota del sacramento de la penitencia, es justísima la ley o costumbre de los catalanes, que jamás darán curato o rectoría al que no es catalán o no está examinado de que sabe bien la lengua catalana. No hace muchos años que, a un grande doctor, y que había predicado la cuaresma en Barcelona con aplauso, le dieron calabazas para una rectoría por la sola razón de que no sabía el vulgar dialecto catalán. ¿Y por qué los obispos de Galicia no se deben ceñir a esta justísima ley? Es muy loable, sobre ser precisa, la ley de la América, según la cual ningún sacerdote puede tener curato o doctrina si no sabe bien la lengua bárbara de los pueblos que ha de instruir. […] Yo aseguro que si para los curas de Galicia hubiese examen de lo que saben del gallego vulgar y diesen calabazas a los que no lo saben, tendría yo menos que persuadir sobre el estudio de la lengua gallega. […]

Lo que digo de un cura que no entiende el lenguaje de sus feligreses y de los feligreses que no entienden el lenguaje de su cura, se podrá aplicar a otros muchos que han de tratar con gallegos rústicos y cuya lengua no entienden bien […] Hablo, sí, de los que han de tratar de instruir y dirigir a los fieles en la religión católica, y de los que han de administrar la justicia civil, arreglándose los unos y otros a las inviolables y loables costumbres del país, pues una costumbre establecida de inmemorial y que no es mala, tiene tanta fuerza como una ley extemporánea y transitoria. Y todos los que no saben ni la lengua gallega ni las costumbres respectivas son ineptos para dichos empleos.

[…] Así, no son los gallegos los que cesaron de escribir en gallego, sino los castellanos que comenzaron a escribir y actuar en castellano y pasaron a la barbarie de que los niños gallegos estudiasen el latín por la lengua castellana, totalmente extraña para ellos. Y estoy firme en que todo cuanto papel se embarra en Galicia con lengua castellana es para los gallegos rústicos y aldeanos como si estuviese escrito en algarabía, y en mi concepto todo es nulo y nugatorio. Lo más sensible es cuando los que no son gallegos ni saben bien el idioma gallego se meten a instruir a los rústicos en la doctrina cristiana, a administrarles los sacramentos, y en especial el de la penitencia, a exhortarlos, y todo en lengua castellana que no entienden los oyentes. Este punto es asunto de un concilio provincial en el cual los aldeanos presentasen sus justas quejas para que no se siguiesen tantos absurdos enormes del abuso contrario. ¡Para maldita la cosa se necesita en Galicia la lengua castellana! Le ha bastado por algunos siglos su lengua gallega.

[Elementos etimológicos según el método de Euclides, 1766, 208-212]

Pedagogía y lengua. defensa del gallego en la enseñanza

[4.1] Daré principio a este Onomástico Etimológico de la Lengua Gallega por las voces que pertenecen a la historia natural en toda su extensión, porque estoy ya convencido de que las voces fundamentales de cualquiera idioma son las que significan todas las cosas visibles que Dios ha criado, y las cuales, sobre ser objetos de los sentidos exteriores, componen la materia de la historia natural. Después se seguirán las voces que significan las cosas artificiales, que han hecho o fabricado los hombres, y las cuales por lo común tienen el nombre por la similitud con alguna cosa natural. Bien entendidas y penetradas las voces, y aun las cosas, de lo que Dios ha criado y de lo que ha fabricado el hombre, se debe aplicar la atención a entender las voces que significan las cosas inmateriales e invisibles, que no son objeto de los sentidos exteriores, y que jamás se podrán entender con alguna medianía, no siendo una tosca comparación con las cosas visibles.

[…] Por no atender a esta graduación en la educación de la juventud, se malogran muchas habilidades, las cuales, educadas con este trastorno de estudios, ni aun en lo adelante podrán evitar mil confusiones para sí y para otros. Por esta razón soy del dictamen que antes de poner los niños al estudio de la Gramática especulativa, de la Lógica y de la Metafísica, se les enseñe el idioma vulgar con extensión, señalándoles con el dedo las más de las cosas visibles, e inculcándoles los nombres correspondientes. Y como para esto no se les ha de imponer el que tomen y estudien de memoria, entrarán gustosísimos los muchachos a ver, repasar y admirar las cosas que Dios ha criado, y, sin querer ni estudiar de memoria, sabrán las voces fundamentales de su idioma

[…] En cada ciudad y villa populosa de Galicia había de haber algunos que se dedicasen a enseñar a los niños la lengua gallega con extensión y con propiedad. No haciéndoles estudiar de memoria, que es el coco y el espantajo que a los niños hace tener odio a todo género de estudio. Había de entablarse sólo por un año esa enseñanza para cada niño por vía de entretenimiento, juego y conversación, señalándoles con el dedo todas las cosas visibles del país y dándoles los nombres gallegos que allí se supiesen o los que usasen en otros países de Galicia. En ese caso, los mismos muchachos buscarían a porfía y las traerían al maestro, las cosas cuyo nombre querían saber: traerían frutas, frutos, granos, hojas, flores, hierbas, pájaros, gusarapos, peces, conchas, mariscos, etc. Lo mismo se debería hacer con las voces artificiales, con los juegos y enredos […] Sobre este pie insisto en que para que los niños gallegos tomen una tintura de historia natural de su país es tiranía hacerlos estudiar de memoria y el que comiencen por libros. Eso es para después, si han de seguir las letras. […] Lo que importa saber es que esa práctica de hacer estudiar de memoria a los niños debajo del texto «la letra con sangre entra» es bárbara, tirana, cruel y muy perniciosa para el adelantamiento de las letras.

[Onomástico etimológico de la lengua gallega, 1758, 11, 57-59, 76]

[4.2] No pocas veces he declamado a boca y por escrito contra la notoria barbarie y visible fatuidad de los magistrados de Galicia que aguantan que, a sus niños nacidos, criados y existentes en ese populoso reino, se les enseñe en la lengua castellana, que es tan extraña a los niños gallegos como es el mismo latín. Los niños portugueses aprenden el latín por la lengua portuguesa reducida al Arte gramática que escribió el padre Benito Pereyra, y que tengo. El niño francés, italiano, inglés, flamenco, alemán, estudia el latín por su lengua vulgar que ha mamado. ¿Y por qué el niño gallego no ha de hacer lo mismo? Muy de otro modo, diferente y más superior, entenderá el niño las cosas y voces latinas si se le explican en su lengua nativa, que explicadas en lengua que jamás ha oído y que no puede penetrar, ni la propiedad, ni la conexión ni la correspondencia.

[…] Así pues, ahora que el reino de Galicia está sin maestros de Gramática y con sólo preceptores, es ocasión de establecer unos maestros o preceptores que enseñen la gramática y lengua latina a los niños gallegos con un nuevo método singular, natural, fácil breve y científico. En cada villa murada ha de haber uno de esos maestros, que se podrán llamar catedráticos de tal villa. […] La primera condición que ha de tener el futuro catedrático es que haya de ser gallego de los cuatro costados, y que sea preferido el que fuere nacido, criado y habitante algunos años de la villa en donde ha de ser catedrático o de sus cercanías, sin salir de la diócesis. […] También se ha de examinar de gramática y latinidad al uso del país, y además de eso ha de saber ya unas cien voces gallegas puras con sus latines correspondientes y castellanos vulgares.

Esto de pedir que sepa ya cien voces gallegas puras el catedrático, cuando no hace muchos años que era delito el que a un discípulo se le escapase alguna palabra gallega, es muy del caso para establecer mi nuevo y fácil sistema de enseñar la lengua latina sin salir de la gallega y desterrar de Galicia la cruel y tiránica barbarie de estudiar una lengua ignota por otra lengua desconocida […] Y sería mejor que el Padre Astete u otro cualquiera catecismo semejante se tradujese en gallego puro y que por ese catecismo gallego se examinasen los niños, mujeres, aldeanos, etc. y se les oyese de penitencia. En Cataluña dieron calabazas a un cura porque no sabía el catalán. Los que en la América han de ser misioneros, les hacen estudiar las lenguas bárbaras de los feligreses.

En esto se palpa el absurdo y desatino de admitir en Galicia por curas unos truchones que no son gallegos ni saben una palabra de esa lengua. En Santiago hay confesores lenguaraces que saben lenguas extranjeras para confesar a peregrinos. Este asunto es de mucha sustancia y pide pronto remedio, o en sínodo o en concilio. Si los vecinos de un pueblo ponen pies en pared de que no han de admitir por cura de almas al aventurero que ni es gallego ni sabe esa lengua con perfección, no habría tanta broza en Galicia de curas aventureros.

En virtud del sistema que he de introducir para restaurar en Galicia la antigua y nobilísima lengua gallega —y en la cual descubriré los tesoros de antigüedad, erudición y literatura que se encierran, hasta disputar a la lengua latina muchas de sus voces que pasan ya por perdidas y se conservan en el vulgar gallego—, el catedrático que ha de enseñar a los niños gallegos la lengua latina, al mismo tiempo les ha de enseñar la lengua gallega, y esto sin estudiar los niños cosa alguna de memoria y a la letra, sino únicamente de sentido y comprensión. Esto de obligar a los niños a estudiar algo de memoria es invención de pedagogos para mortificarlos y para que cojan aversión y odio al estudio. Y si hay castigo de azotes, para tomar horror al estudio y al maestro y a todo libro. En el Japón no se azota a los niños que estudian. Son más discretos en la enseñanza los japones.

[Discurso apologético por el arte de rastrear las más oportunas etimologías, 1770, 53-56]

[4.3] Mi intento no es introducir voces extrañas en el idioma gallego. Sólo es proponer a los gallegos eruditos y curiosos que recojan y coordinen las voces gallegas que actualmente se hablan en todos los territorios de Galicia y que hagan más aprecio de la lengua que mamaron. No digo que puestos en Castilla hablen gallego, sino que no hagan estudio de olvidar su idioma por contemplar a los castellanos. Deben sacudirse, y con aire, de aquellos idiotas y mentecatos que, si oyen hablar castellano a algún gallego y se le escapa alguna voz, frase, pronunciación y acento de Galicia, sueltan la carcajada de risa borriqueña […] ¿Y qué diré de algunos gallegos que también hablan como papagayos su idioma nativo y que, como tales, se ríen de sí mismos? Digo que estos apóstatas de su lengua fueron los que principalmente ocasionaron que yo tomase la pluma, o para increparlos o para instruirlos. No digo que, puestos en Castilla, hablen gallego. Digo que, estén en donde estuvieren, y aunque sepan diez o doce lenguas, no deben olvidar la que han mamado, y siempre la deben conservar como su más preciosa lengua.

[Onomástico Etimológico de la Lengua Gallega, 1758, 15, 39]

 

Martín Sarmiento (1695-1772), nacido de una familia de la hidalguía gallega, pasa su infancia en Pontevedra y en 1710 ingresa como fraile benedictino en el priorato de San Martín de Madrid. Después de realizar estudios en varios conventos de su orden y en la Universidad de Salamanca, se instaló en este priorato, convirtiéndose en una figura con gran prestigio intelectual. Ostentó los cargos de Cronista de su orden en España (1732) y Cronista Oficial de Indias (1750). El auge de su influencia en la corte se produce durante el reinado de Fernando VI (1746-1759). A pesar de que alrededor de las tres cuartas partes de su producción están aún hoy sin publicar, los especialistas del siglo XVIII español están de acuerdo en considerarlo una de las lumbreras de su época.2

Martín Sarmiento fue un lingüista adelantado a su tiempo, que antevió la gramática histórica y fundó la lingüística gallega. En línea con la articulación de los saberes en su siglo, en su obra sus intereses lingüísticos están asociados a sus inquietudes eruditas y a sus ideales socioculturales. No se interesó por la gramática, rechazando las doctrinas de orientación racionalista cartesiana, y despreció la retórica y la preceptiva, pues sentía un desapego radical por los modos de expresión cortesanos. Filólogo al modo dieciochesco, vinculaba el estudio de la lengua a los saberes «anticuarios», pero la gran novedad de su obra reside en que concedió una importancia desusada a la lengua hablada popular, que recogió y estudió sin prejuicios [texto n.º 2].

Dentro de la orientación sensualista y empirista de su pensamiento, Sarmiento dedica sus estudios al léxico y a la historia de la lengua, con atención privilegiada a la etimología, en la convicción de que esta permitiría averiguar la verdadera significación de cada vocablo. En su producción intelectual es posible distinguir una primera etapa, que llega hasta 1745/50, que se caracteriza por el trabajo de gabinete, y una segunda, a partir de esos años, que se caracteriza por la investigación de campo. Durante esta última, sus preocupaciones en el campo de las letras se dirigen a la lexicografía, la etimología y la toponomástica, pero se amplían hacia las ciencias de la naturaleza (especialmente la botánica) y la geografía.3

En cuanto a su trabajo de campo y estudios sobre el gallego, su producción inicial está relacionada con su cargo de archivero. Una de sus primeras tareas como investigador (1726-27) consistió en el registro del fondo de la Catedral de Toledo. Allí encontró un códice de las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio, que le deparó la sorpresa de descubrir el cultivo literario del gallego en el siglo XIII [texto n.º 3.2]. Alrededor de 1730 estaba ocupado en la defensa del Teatro crítico universal, la obra de su paisano y maestro Benito Feijoo, cuya publicación había levantado un coro de censuras reaccionarias. A eso dedicó el único libro que publicó en vida, la Demostración crítico-apologética del Teatro crítico universal (1732) [texto n.º 1]. Esta etapa culmina en los escritos Reflexiones literarias para una biblioteca real (1743) y Memorias para la historia de la poesía y poetas españoles (1741-45). Después de finalizar esta última obra, se vuelca en el estudio de la lengua gallega.

Su producción lingüística de la segunda etapa se puede clasificar en dos grupos: por una parte, están los productos directos de su trabajo de campo, por la otra, una serie de tratados con pretensiones sistemáticas o especulativas. El grueso del material utilizado en sus trabajos fue recogido en los dos años escasos que duraron, en conjunto, sus viajes a Galicia de 1745 y 1754-55. La parte más importante proviene directamente de encuestas sobre el terreno, otra porción procede de sus pesquisas en los documentos medievales en gallego y latín. La novedad consiste, por una parte, en la recogida directa de materiales de la lengua hablada —dando prioridad a las personas mayores, las mujeres y los niños—, con atención al aspecto semántico y al medio cultural en que se insertan, y, por otra parte, en el análisis de ese material a la luz de sus conocimientos de historia de la lengua. Destaca el Coloquio en 1.200 coplas gallegas (1746-47), primer intento de cultivo literario del idioma gallego, para el que escribió un voluminoso y erudito Comento.

Los últimos años de su vida activa (1758-1770) se ocupó de una serie de estudios de carácter especulativo. En el ámbito lingüístico, destacan Onomástico etimológico de la lengua gallega (1758), Elementos Etimológicos según el Método de Euclides (1766) y Discurso Apologético por el Arte de rastrear las más oportunas Etimologías de las Voces Vulgares (1770). También redactó un tratado sobre La Educación de la Juventud (1768), en el que compendia sus ideales pedagógicos.

Su atención inicial hacia el idioma gallego estaba motivada por preocupaciones de tipo erudito, pero su interés por las etimologías lo condujo a reflexionar sobre el origen de los romances hispánicos y a distinguir entre el fondo léxico patrimonial y el culto. Su análisis de los fenómenos lingüísticos desde un punto de vista científico lo liberó de prejuicios socioculturales y de actitudes prescriptivistas, lo que le abrió la puerta para evaluar el interés de los hablares populares, que eran los que permitían deducir las regularidades en la transformación del latín al romance. En su caso, fue fundamental la valoración de la lengua hablada, considerada como primaria, sobre la escrita, derivada y secundaria [texto n.º 1]. La apología de la «elocuencia natural» sobre la retórica artificiosa, y la valoración del fondo patrimonial de las hablas populares, singularmente del gallego, están asociadas en su pensamiento a posiciones puristas [texto n.º 2]. Sarmiento defendió que el gallego tenía un origen latino independiente del castellano —y en consecuencia no podía considerarse un dialecto de esta lengua—, y común con el portugués, que consideraba derivado del primero. Su «invención» de la lengua gallega se produce, pues, en un doble movimiento de reivindicación sociolingüística frente al castellano y de afirmación lingüística frente al portugués.

El conocimiento del gallego medieval y de la historia del portugués lo llevaron a reflexionar sobre las causas de la decadencia de la tradición escrita de la lengua gallega a finales de la Edad Media [textos n.º 3]. Esto lo condujo a consideraciones históricas y sociales a las que no fueron ajenas las reivindicaciones de la hidalguía gallega contra su postergación de los cargos civiles y eclesiásticos más apetecidos en el país, manifestadas con insistencia alrededor de la década 1760-70. Sarmiento señala que la invasión de individuos ajenos para ocupar los mejores puestos de la administración eclesiástica y civil de Galicia había sido la causa principal de la decadencia del idioma, y coherentemente reclama que deben ser gallegos, y competentes en la lengua del país, los que se ocupen tanto del gobierno laico como de la dirección espiritual de Galicia.

La enseñanza constituyó una de sus mayores preocupaciones en los últimos años de su vida. Su orientación en este terreno engarza con la corriente de pedagogía realista de un Commenius o, más específicamente, con el sensualismo de John Locke.4 De ahí la importancia que otorga a la observación y el contacto directo con el mundo sensible y al aprendizaje de la historia natural, e indirectamente, su reivindicación de que en las escuelas de Galicia se parta del conocimiento del idioma gallego [texto n.º 4.1]. No solo rechaza enérgicamente que se reprima el empleo del gallego en las escuelas, sino propugna su uso regular en la enseñanza. Esto lo lleva a postular la producción de una serie de materiales didácticos en lengua gallega, tales como la traducción del Arte de Nebrija y del catecismo, la redacción de un manual de historia natural o el empleo de recursos pedagógicos en portugués en la enseñanza secundaria [texto n.º 4.2]. Incluso llegaría a cuestionar el uso del latín en la Universidad. La reivindicación del idioma gallego también lo lleva a impugnar el sentimiento diglósico que estaba enraizando en la población gallega, según el cual el castellano era lengua de prestigio social y cultural, y el gallego un dialecto reducido a estado oral y carente de prestigio, denunciando el odio o desprecio de los propios gallegos hacia su lengua y proclamando orgullosamente la antigüedad y dignidad de esta [texto n.º 4.3].

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