Aproximaciones a la filosofía política de la ciencia

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En conjunto estas dos conferencias de Weber nos proveen de una concepción "liberal" de la ciencia y la democracia. Weber hizo toda una historia sobre las motivaciones para dedicarse a la ciencia, desde Platón, pasando por el hallazgo de Schwammerdam (sic) de la prueba de la providencia divina en la anatomía de un piojo, hasta su brutal comentario final: "Puedo abandonar ese ingenuo optimismo que ha sido celebrado como la vía hacia la felicidad, y según el cual la ciencia es la técnica para dominar la vida, que descansa en la ciencia. ¿Quién cree en esto? Además de unos cuantos niñotes en sus sillas de la universidad". 17

La formulación de la conferencia, que fue dictada ante una asociación estudiantil alemana, era la pregunta de si los estudiantes tenían un "llamado" (vocación), o esperaban cosas equivocadas de una carrera científica, tales como respuestas a la pregunta por el sentido de la vida. Se enfocó a lo que él mismo describió como una manera extraña y pedante –reproducida en la conferencia sobre política– de mirar a las condiciones institucionales y el carácter de una carrera científica en términos históricos, con el fin de quebrar sus esperanzas en alguna clase de giro de la historia que suministraría algún tipo de salvación social a partir de la ciencia. El peso de su énfasis en la conferencia sobre ciencia estuvo sobre el hecho de la especialización como una condición para el logro genuino. Pero también describió las realidades de la vida académica: cómo las prácticas de la vida universitaria seleccionaban personas con características más bien bizarras, y no siempre sobre la base del mérito. La crítica weberiana de la política reforzó la idea de que ésta era una esfera separada de la ciencia, planteando la pregunta paralela sobre la estructura y naturaleza de una carrera en política y de las características personales apropiadas para ello. La política, enfatizó, desde los tiempos de los güelfos y los gibelinos, es política partidista, para llegar a ser líder uno tiene necesariamente que tratar con esta realidad, aceptar la disciplina de selección por las prácticas internas de las burocracias partidistas y de la política interna de los partidos. Para ser un verdadero líder, es decir, lo opuesto a un mero político de carrera, uno necesita también algo más: cualidades de juicio y perseverancia frente a la derrota.

La clave del contraste entre ámbitos fue la distinción hecho-valor: la esfera de la ciencia era valorativa en el sentido de que el valor del conocimiento en una disciplina dada era presupuesto por la disciplina. En política, había la posibilidad de escoger valores, pero la elección del aspirante a líder político estaba acotada por las realidades de la moderna política partidista y por las demandas de crear seguidores, tanto como las demandas intrínsecas de perseguir el poder, demandas tan costosas que muy poca gente tenía las cualidades personales exigidas para tal carrera. Esta explicación de la esfera de lo político y su énfasis en la necesidad de poder para el logro de cualquier fin significativo, así como su constante recordatorio de que el medio específico del estado es la violencia, y de que comprometerse en política es llevar a cabo tratos con poderes diabólicos, sirvió para poner lo político más allá de toda esperanza de transformación por los intelectuales. Weber se enfocó particularmente sobre las limitaciones de la mentalidad burocrática y la incompetencia de aquellos seleccionados a través de esas prácticas trepadoras que determinan sus carreras burocráticas ante las demandas de liderazgo en una democracia, de tal manera que socavan todo posible pensamiento de que la política pudiera ser reemplazada por la administración de las cosas.

La explicación weberiana de la carrera de los científicos, en este y otros textos, se enfocó sobre la noción de funciones institucionales, y sobre la inadecuación del promover valores desde dentro de esas funciones. Vale la pena hacer notar que anteriormente había atacado a los economistas socialistas monárquicos de la generación previa por su equivocada opinión, según la cual habría una solución científica para los asuntos políticos; argumentó, en agria controversia antes de la guerra, que subrepticiamente aquéllos habían incluido sus propios valores en su labor de asesores, engañándose a sí mismos al pensar que se alcanzaban los resultados de la política partiendo de los simples hechos. De esta forma, el efecto de las explicaciones paralelas fue separar la esfera de la ciencia de la de la política, no dejando al científico nada más qué decir al político, sino aconsejarlo respecto a los medios, y eliminar al científico de jugar un papel de líder cultural. Hubo otra implicación. Las decisiones en sí mismas tenían el carácter de elecciones de valor, y como ellas eran en última instancia elecciones de valor, no podían estar basadas en valores superiores. No podía haber una guía científica en la elección de valores, incluyendo los valores políticos entre cosmovisiones, culturas y naciones. El profesorado alemán, durante la Primera Guerra Mundial, irreflexivamente adoptó la guerra como una lucha por la superioridad de la cultura alemana. Weber dijo que las elecciones entre tradiciones nacionales era un asunto de fe, y no de la ciencia o de la academia.

Hessen y la transformación del debate

En 1931 tuvo lugar un evento que transformó la discusión sobre el carácter político de la ciencia. Durante un congreso de historia de la ciencia en Londres, una descripción marxista de la ciencia plenamente desarrollada fue presentada. Había sido propuesta en la Unión Soviética en forma completamente independiente del "marxismo occidental", y había sido patrocinada en el más alto nivel del aparato ideológico soviético por Nicolás Bujarin, quien participó en el libro en que esa descripción se presentó. La descripción se expresaba más en términos históricos que filosóficos, aunque ambos eran apenas separados: el propio texto teórico principal de Bujarin se titulaba Materialismo histórico, y comenzaba con estas frases: "Los académicos burgueses hablan de cualquier rama del conocimiento con misterioso asombro, como si fuera una cosa producida en los cielos y no en la tierra. Pero de hecho, cualquier ciencia surge de las demandas de la sociedad o de sus clases". 18

El conjunto de ensayos, que puso en uso estas ideas, tuvo un profundo efecto especialmente en Gran Bretaña. El punto principal del texto era mostrar, en casos de estudio detallados, que la ciencia era también producto de las demandas de la época por resultados tecnológicos, que las demandas eran específicas de particulares formaciones sociales y de situaciones históricas, y que esa "teoría" era en última instancia conducida por la práctica tecnológica. Esto implicaba que la idea de un reino autónomo de ciencia pura era una vergüenza y una construcción ideológica.

Una de las ideas centrales de Marx era que cuando la contradicción entre el potencial de las fuerzas productivas y la limitante y restrictiva estructura de clases y el sistema de relaciones económicas estuvieran en su más alto nivel se daría un momento revolucionario. Una de las ideas centrales, tanto de los fascistas como de los soviéticos, era que la planificación racional de las esferas de la economía y la cultura era posible y necesaria. Estas ideas tuvieron una gran aceptación en la opinión pública, en los responsables de la conducción política de la década de 1930, enfrentados a la gran depresión y en los estados liberales. En el caso de la ciencia, una extensa literatura fue desarrollada sobre "la frustración de la ciencia", la idea de que los capitalistas, los burócratas incompetentes y los políticos liberales estaban en el camino del tipo de desarrollos científicos que podrían superar todas las aparentes fallas del capitalismo. Hubo también dos interesantes declaraciones públicas, una al final de los años 20 y otra a inicios de los 30, hechas por prominentes miembros de la iglesia anglicana; uno sugirió una moratoria de la ciencia por una década para permitir una reconsideración de sus consecuencias sociales, y otro llamó a los científicos a considerar su responsabilidad social.

Al margen de esta situación se desarrolló un complejo y polifacético movimiento de izquierda, en parte comunista y en parte no comunista, que buscaba resolver los problemas sociales a través de la ciencia. J. D. Bernal fue la principal figura en este movimiento y públicamente se adhirió al comunismo. Recuérdese que Condorcet, Comte y Pearson encararon el problema de tal manera que la condición para que su descripción de la ciencia contribuyera al progreso era que los ciudadanos llegaran a ser educados científicamente, si bien sólo en una manera limitada, que requería que los científicos fueran, en efecto, ideólogos cuya ideología tuviera autoridad sobre el resto de la sociedad. Esto era equivalente al gobierno de los científicos, cosa que incluso el más entusiasta izquierdista, como Bernal, tenía por impráctico (aunque él aún lo consideraba preferible en principio, apuntando el asunto de si el bernalismo era un pearsonismo vestido de comunismo). El comunismo no era dirigido por los científicos, aunque implicaba una ideología auto reputada como científica. Así que se dio la más cercana aproximación al ideal del gobierno de los científicos disponible en la época, y estos científicos estuvieron profundamente interesados en la manera en la que la URSS operó y utilizó la ciencia. Los líderes de la marximización de la ciencia acomodaron las realidades de la Unión Soviética argumentando primero que éste era el único país en el que la ciencia había obtenido su función apropiada, como Bernal lo expuso, y adoptando el punto de vista de que el sistema soviético era benéfico (todo lo que la frase aquella "la dictadura del proletariado" significaba, de acuerdo a Julian Huxley, que las cosas fueran administradas para el beneficio de todos. 19 También argumentaron que la neutralidad era imposible para los científicos, especialmente frente a la manipulación anticientífica del fascismo, que el dinero para la ciencia fluiría libremente en un régimen organizado racionalmente con una planificación económica de mercados, y que en el presente la historia se encontraba en una fase de transición hacia el Estado en el que la ciencia, entendida extensivamente como "un control unificado, coordinado, y sobre todo consciente del conjunto de la vida social," albergando la esperanza de abolir la dependencia del hombre respecto al mundo material, mientras tomaba su legítimo papel al llegar a ser la consciente fuerza guía de la civilización material, penetrando en todos los otros ámbitos de la cultura.

 

Ciencia y comunismo, para decirlo brevemente, estaban hechos uno para el otro: la plena realización de cada uno requería la plena realización del otro. No había conflicto entre ciencia y comunismo, dado que, como decía Bernal, la ciencia ya es comunismo, toda vez que realiza la tarea de la sociedad humana, y lo hace a la manera comunista, en la cual: "los hombres colaboran no porque sean forzados por la autoridad superior o porque sigan ciegamente a algún líder elegido, sino debido a que toman conciencia de que sólo en esta colaboración voluntaria puede cada hombre alcanzar sus metas. No son las órdenes, sino las sugerencias, lo que determina la acción." 20

En los hechos, como Bernal lo previó, los científicos serían organizados en sindicatos que cooperarían con otros sindicatos para producir los planes quinquenales que después llevarían a cabo.

Crítica de la extensión

Bernal y sus camaradas entendieron que lo que hacía la posición poco persuasiva para los científicos era la noción misma de planificación, así como la cuestión sobre lo que la planificación de la ciencia implicaría. Los temas sobre planificación fueron sin embargo empequeñecidos por la discusión de la ciencia nazi en los círculos científicos que dominaban los últimos años de la década de los 30. La ciencia nazi no sólo estaba planificada, sino que era extensiva en el sentido problemático en el que lo señaló la noción leninista de que ninguna organización cultural en los regímenes soviéticos debería ser autónoma del partido. Bajo el régimen se esperaba que la ciencia se acomodara a la ideología nazi, los científicos judíos fueron expulsados, y se montó una estridente campaña contra la influencia judía en la ciencia. La traducción de un artículo aparecido en un periódico nazi fue publicada en Nature, 21 provocando una descomunal respuesta por parte de la ciencia angloamericana,moldeada en términos de "libertad" y del vínculo entre libertad científica y democracia. Esto suministró el primer acicate a la discusión sobre la "autonomía" de la ciencia. Bernal respondió a esta discusión definiendo las cosas en términos similares a un conflicto entre libertad y eficiencia que, según pensaba, podría resolverse dentro del marco de la planificación. Sin embargo, los temas de la libertad bajo planificación tendrían que formar parte de una discusión política de la "planificación" más amplia, no podían ser fácilmente tratados por Bernal, quien tendía a invocar una noción hegeliana de libertad positiva de los científicos bajo un régimen de planificación central. Otros defensores de ésta se encontraron con problemas similares.

Los tópicos de la planificación, de la libertad de investigación y de la autonomía, produjeron una compleja respuesta. En lo sucesivo identificaré simplemente algunos de los principales participantes en esa respuesta y sus respectivas contribuciones a ella. Friederich Hayek, en dos libros cruciales, Camino de servidumbre 22 y La contrarrevolución de la ciencia: estudios sobre el abuso de la razón,23 hizo énfasis en los conflictos entre planificación y libertad, e incluso los partidarios de la planificación los reconocieron. Los temas, como argumentó Hayek, eran evidentes ya en las ideas saintsimonianas sobre el remplazo de la política por la administración, y en la idea de una jerarquía no sujeta a coerción.

Weber fue una fuente de diversos componentes de la respuesta que surgió: el argumento según el cual la ciencia no tiene un "significado" extrínseco, incluyendo la utilidad social. Esto es lo medular en la afirmación de que la ciencia simplemente se supera a sí misma; el argumento institucional, la declaración de que el papel de los científicos excluye el establecer y promover valores (incluyendo la Weltanschauung científica como una solución a los problemas de la vida y la política), y el argumento a favor de la especificidad e integridad del reino de lo político y su irreductibilidad a la administración. Uno de sus trabajos, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, 24 también inspiró una influyente refutación a la afirmación histórica básica de Bujarin y Hessen respecto a que la ciencia era un producto de las necesidades sociales. Robert Merton aplicó el argumento de la Ética protestante a la revolución científica y a la Royal Society, estableció que los científicos participantes eran desproporcionadamente puritanos, resultado que indicaba que los factores "espirituales" o "ideales" tenían una función en el manejo de la ciencia, amén de las demandas de clase y de la sociedad.

El conocido texto de Merton sobre ciencia y democracia 25 fue en algunos aspectos una extensión de la críptica explicación "institucional" de la ciencia hecha por Weber, y en otros, una aceptación del bernalismo. Merton describió cuatro normas de la ciencia que aportan un ethos. Tales fueron el universalismo, el escepticismo organizado, el "comunismo" o participación común de los resultados de la investigación científica, y la imparcialidad. El principio de "universalismo" fue expuesto con referencia a los nazis y a la ciencia alemana, que lo violaron. El escepticismo organizado hizo eco de la noción, debida a Alfred Whitehead, de "suspender el juicio hasta que todos los hechos se hayan reunido". A pesar de su equilibrio, era un argumento conscientemente liberal, dado que, como Merton lo dice, en una sociedad liberal la integración deriva principalmente del conjunto de normas culturales. De tal manera que decir que la ciencia era gobernada por un ethos, era decir que era internamente de un talante liberal. Externamente había un estado de conflicto potencial, y frecuentemente actual, con la sociedad. Merton tenía claro que las normas de la ciencia no estaban arraigadas, que ni siquiera eran consistentes con las actitudes del público, que bien podía esperarse que éste las resintiera, y que era por esta misma razón que la ciencia resultaba ser vulnerable en las sociedades totalitarias, mismas que sacaban ventaja de un antirracionalismo popular combinado con un control centralizado de laciencia. Pero también fue sensible a la idea de que los científicos estaban inclinados a entrar en conflicto con otras instituciones en las democracias, especialmente cuando sus descubrimientos invalidaban los dogmas. Así que nos quedamos con la sospecha de que la democracia y la ciencia no son compatibles, salvo que hubiese un reconocimiento de la autonomía de la ciencia, y que este reconocimiento estuviese siempre amenazado por la ampliación normal de la ciencia hacia nuevos ámbitos, tales como las investigaciones de la ciencia social en áreas consideradas sagradas.

Aun apelando al concepto de ethos, Merton no usó el término "comunidad de la ciencia" para describir la ciencia, excepto de manera irónica. 26 Éste fue un término que llegó a tener un uso generalizado principalmente a través de los trabajos de Michael Polanyi. 27 Polanyi produjo, cosa que no hizo Merton, un argumento en favor de la autonomía de la ciencia, delineando la demanda de que la ciencia no tenía necesidad de un gobierno político bajo la forma de planificación debido a que ya estaba suficientemente "gobernada" por sus propias tradiciones. La ciencia era una comunidad muy distinta de esa clase de orden burocrático que podría ser objeto de planificación. La planificación destruiría la característica de la vida comunitaria que hacía posible el crecimiento de las ideas, y que era, para Polanyi, la libertad de los científicos para elegir las ideas a seguir. Polanyi hizo hincapié en las instituciones, debido a que los marcos institucionales en los que los científicos estaban empleados eran muy diversos, un asunto que Merton también trató en apoyo al interés que ponía en el ethos de la ciencia, y al que tomó como un elemento común a través de las estructuras institucionales.

La versión de Polanyi de este argumento apunta al problema de la ciencia y la democracia de una manera novedosa. Si la ciencia está sujeta al "control democrático", podría no prosperar. Sin embargo, la ciencia no es una anomalía en la democracia. Tiene un carácter similar al de otras comunidades a las cuales se les otorga la autonomía sobre la base de su tradicional carácter fuertemente autogestionado, tales como la iglesia y la abogacía. La democracia en sí, para Polanyi, es fuertemente tradicional. De tal suerte que la relación entre ciencia y democracia debería ser una de reconocimiento y respeto mutuo, de una comunidad a otra, así como de interés por parte de la democracia en los frutos de la ciencia, los cuales pueden ser mejor obtenidos otorgando la autonomía a la comunidad científica.

El punto de vista de la izquierda sobre la educación científica era que los trabajadores deberían ser formados para pensar científicamente. Entre los críticos de esta perspectiva está Bryant Conant, quien remarcó que la idea de que en cincuenta años de aplicación de una instrucción elemental en ciencia, produciría mejores ciudadanos, era un fracaso. Su objeción era contra la noción de que había un método universal de la ciencia y contra el "amplio uso de la palabra ciencia", lo que yo he estado llamando extensión. Descartó detalladamente la noción de la virtud especial del científico –tema también presente en la mertoniana socialización de las normas de la ciencia–, de manera que el interés no está puesto en el carácter individual, sino en los mecanismos de control social dentro de la institución de la ciencia. Conant pone esto de manera sucinta:

¿Sería demasiado decir que en las ciencias naturales de hoy el medio ambiente social dado ha hecho muy fácil, incluso para una persona emocionalmente inestable, el ser exacta e imparcial en su laboratorio? La tradición que hereda, sus instrumentos, el alto grado de especialización, la multitud de testigos que le rodean, por así decirlo (si publica sus resultados), todo esto ejerce presiones que hacen que la imparcialidad sobre lo sustancial de su ciencia sea casi automática. 28

Estos mecanismos, sin embargo, existen sólo para la propia ciencia, no para sus extensiones a la política, donde los científicos no tienen especial pretensión de objetividad.

Tanto Conant como Polanyi tenían un enfoque liberal de la ciencia en el siguiente sentido; pensaban que lo mejor era gobernar la ciencia indirectamente, facilitando la competencia entre científicos. Pero Conant, reconociendo las realidades de la "gran ciencia", pensaba que era necesario tener un conjunto de universidades de élite con recursos abundantes con el objetivo de hacer esa competencia significativa en el presente. Sería equívoco caracterizar esta confianza en los medios indirectos como un argumento en favor de dejar la comunidad científica en paz, y es de notar que el enfoque izquierdista de Bernal sobre la ciencia, aunque era conscientemente un intento de equilibrar libertad y eficiencia, involucraba un alcance incluso más amplio a favor de la autogestión. La perspectiva de Conant permitía la intervención cuando la competencia fallara, y Conant estaba ansioso por producir las condiciones para la competencia.

 

Aunque existen algunas diferencias de énfasis entre Conant, Merton y Polanyi en estos primeros ensayos, coinciden en grado significativo y, en muchos casos, se hicieron mutuos reconocimientos. Incluso donde hay diferencias, como en la renuencia de Merton para usar el término "comunidad científica", terminaron siendo superficiales –Merton de hecho usa más tarde el término "colegios invisibles" para servir a propósitos similares.

Karl Popper, cuyo vínculo con Friedrich Hayek y la defensa del liberalismo lo marginarían de este grupo, sostuvo un breve coqueteo con Polanyi, aunque se hallaron mutuamente antipáticos. Aunque no lo hizo, Popper pudo haber desarrollado una analogía entre el discurso liberal y el discurso científico, si lo hubiera hecho, las relaciones podrían haber sido más evidentes. 29 Ambos son formas limitadas de discurso, regidos por un sentido compartido de límites. La manera popperiana de acotar la ciencia, el uso de la falsificación como criterio de demarcación, podía haberlo conducido a pensar que no era necesario localizar un ethos o una tradición en qué apoyarse. Pero la diferencia entre la teoría verificacionista del significado y la falsificación sirve para ubicar a Popper del lado de ellos en el asunto del cientifismo como Weltanschauung. La verificación se enfrenta, por así decir, con aquellas formas de ostentoso conocimiento que la ciencia podría esperar sustituir o desacreditar. Va dirigida a una comunidad más amplia. La falsificación mira hacia dentro del proceso de discusión científica que regula, y en tal regulación se convierte en una variante de la discusión liberal.

El fantasma de Bernal

La idea convencional de ciencia que se desarrolla en la media centuria después de este debate acabado en los primeros días de la Guerra Fría, incluye componentes de la visión izquierdista de la ciencia, especialmente en relación al problema de la comprensión pública de la ciencia, pero fundamentalmente está constituida por elementos del punto de vista liberal. El libro de Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, 30 constituye un replanteamiento de los puntos de vista de Conant sobre la ciencia, con unos cuantos cambios terminológicos, por ejemplo "paradigma" por "esquema conceptual", y una reducción más implacable de la ciencia a su aspecto teorético. Kuhn sacó los elementos "políticos" con los que Conant había tratado, pero la forma en que entendió los paradigmas lo distanció aún más de la izquierdista asimilación de la ciencia a la tecnología. La idea de "frustración de la ciencia" desapareció con la gran inversión en ciencia durante la época de la Guerra Fría y las posteriores inversiones de capital privado en biotecnología. Aunque la emergencia de la "tecnociencia" moderna como fenómeno, y los temas políticos asociados a su control, hacen que las preguntas de Bernal durante los años 30 sean nuevamente relevantes, lo hacen de una manera peculiar. La izquierda, en los años 60, se hizo participativa, y dio menos valor a la racionalidad superior de la ideología revolucionaria del pasado y más valor a los movimientos de protesta popular. Esto significaba que la izquierda dio la bienvenida a la protesta popular contra la ciencia y la tecnología, contra los expertos y el sistema capitalista global. La tecnociencia fue vista ahora como parte de este sistema.

Leyendo a Bernal hoy, se percibe el carácter crucial de ese cambio en el estatus de la ciencia en la izquierda. Un indicador del cambio es el hecho de que Bernal era, tan increíblemente como esto pudiera parecer, un defensor del calentamiento del hemisferio norte por medios tecnológicos, elogiando los esfuerzos de la Unión Soviética para hacer habitables sus regiones norteñas a través de cambios climáticos que habrían afectado a todo el hemisferio, como una aplicación heroica de la ciencia para el bienestar humano. 31

Es quizá sólo una cruel ironía que estos esfuerzos fueran parte del Gulag y que los campos establecidos por los soviéticos, y las líneas de ferrocarril que construyeron para servirles, fueran engullidas por el frío, teniendo éxito únicamente como medios para matar a aquellos condenados a trabajar en ellos.

Pero ¿somos más sabios que Bernal al apoyar algún tipo de control popular sobre la ciencia? o ¿es la noción de control popular de la ciencia, que Bernal y los liberales rechazaron, simplemente incoherente? ¿Qué diría Bernal hoy? Creo que, correctamente, él diría que es incoherente. El control popular de la ciencia, en el sentido estricto de ciencia, apoyado por la interpretación liberal de ciencia, es políticamente irrelevante, debido a que la ciencia es políticamente estática por diseño: se expresa en formas que son inaccesibles al público; no tiene aplicación inmediata; es susceptible de ser explotada en varios sentidos, pero uno no puede saber de antemano a quién "favorecerá"; consecuentemente el "control" racional, popular o científico de la ciencia, es imposible e indeseable. La ciencia en un sentido amplio es otra cosa. Pero no puede ser democrática en el sentido participativo. El papel de los expertos, de una u otra manera, usualmente encubierto, es el producto natural de la concepción extensiva de la ciencia, como los antiguos escritores de la izquierda lo comprendieron.

Sus razonamientos siguen siendo poderosos. El pueblo puede "controlar" la ciencia, ya sea a través de los expertos o bien por ignorancia. Éste fue el asunto del énfasis en la educación científica popular. Pero confiar en los expertos es ya ceder el control. Controlar de manera ignorante es sólo tener la ilusión de control. Solicitar la prohibición de los organismos modificados genéticamente sólo debido a miedos infundados o a la ansiedad, por ejemplo, es hacer pronunciamientos existenciales, mas no racionales o humanos, habría pensado Bernal. Una izquierda que deriva su programa de sentimientos nostálgicos no sería, de acuerdo a Bernal, una izquierda en absoluto. Y a una que aprovechó los miedos irracionales y el nacionalismo la habría desechado por fascista.

Llama la atención que Philip Kitcher en su reciente libro sobre ciencia, Science, Truth, and Democracy, 32 desande el camino de los izquierdistas aquí comentados. La noción de ciencia planificada para el bien público, el problema de la autoridad para seleccionar dicho bien y de su dependencia del avance científico, e incluso la idea de la ciencia como un mapa útil para múltiples propósitos, que son los puntos clave del texto, se encuentran ya en la literatura de los años 30, así como lo está la idea de que el contrato entre ciencia y sociedad y el dicho de que los expertos deberían estar dispuestos a servir a la sociedad en lugar de estar encima de ella. La actualización realizada por Kitcher de estos argumentos se encuentra con la dificultad, que reconociera Comte y Pearson, de que las ciencias sociales no pueden producir, al menos todavía no, el tipo adecuado de conocimiento. El interés de Kitcher está en el problema de usar las ciencias sociales para predecir los resultados de las decisiones a implementar, o para desarrollar ciertas formas de ciencia y tecnología, admite que no son capaces de suministrar la guía científica requerida. Con la idea de una medida rawlsiana de evaluación en mente, se propone algo más modesto: que tomemos el conocimiento adecuado de los efectos como la medida ideal con la cual juzgar las decisiones. Trata el problema de la autoridad en términos que recuerdan la etiqueta saintsimoniana de los trabajadores como "asociados", sugiriendo que las decisiones sean hechas a partir del modelo de la familia, con lo que quiere decir una asociación en la que cada uno proteja los intereses de otro y, si es necesario, de una manera paternalista. Reconoce la diferencia de conocimientos entre los participantes. Asume, como Saint-Simon lo hizo, que en una relación de asociación tipo familiar, las condiciones para la aceptación confiada en el conocimiento superior se sostendrá, y aquellos con conocimiento no abusarán de su poder por su propio interés o su autodesilusión y que serán, para ponerlo en palabras de Bernal, "comunistas". Sin embargo, no explica cómo los científicos adquirirían el carácter necesario para ejercer este autocontrol, y no puede explicar cómo algo de esto podría funcionar, como Saint-Simon no pudo explicar cómo la política sería reemplazada por la administración de las cosas. De hecho opta por tratar estos modelos impracticables como medidas morales ideales para evaluar lo que es efectivamente hecho, evitando así los asuntos difíciles que Bernal al menos intentó apuntar.