Aproximaciones a la filosofía política de la ciencia

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La concepción del conocimiento científico como parte del proceso técnico hereda el extraño lugar en que Marx sitúa al conocimiento científico, un lugar en el que participa a la vez de la infraestructura, como fuerza de producción y de la superestructura, como representación del mundo, deformada a veces por la pantalla de la ideología dominante. La tesis marxiana es una tesis anticipativamente pragmatista: solamente cuando el conocimiento marca una diferencia en la práctica puede considerarse verdadero.

Lo más importante de Bernal, ya con un sentido más práctico que filosófico, es el principio de planificación, para el cual todo lo anterior no ha servido más que como planificación. Es por este principio por el que las tesis bernalianas pueden considerarse como una solución pura al problema de Platón. La sociedad de hecho establece una agenda sobre la ciencia. La diferencia entre lo normativo y lo descriptivo es aquí una diferencia que proviene de la retención que una sociedad mal ordenada establece sobre las fuerzas de desarrollo de la ciencia. Es la distancia que establece el socialista Bernal del Canciller Lord Baco: "Guerra, caos financiero, destrucción voluntaria de bienes que necesitan millones, subalimentación generalizada, y el miedo a otras guerras todavía más terribles que cualquier otra anterior en la historia, son las imágenes que pueden ser dibujadas hoy día de los frutos de la ciencia". 10

La ciencia bajo el capitalismo, sostiene Bernal, no puede rendir sus frutos adecuados, no puede cumplir su función porque, en primer lugar, es apropiada para fines privados y particulares, en segundo lugar, porque bajo una sociedad capitalista estará siempre mal organizada. Una de las virtudes más intemporales del trabajo de Bernal es su cuidadosa descripción del sistema I+D inglés y, comparativamente, el del resto de los estados desarrollados. En la primera mitad del libro esta descripción exhaustiva, con sus ventajas y defectos, da paso a una segunda mitad en la que examina cómo podría ser la ciencia si se planificase bien, y es en ese marco en el que Bernal expone las líneas de lo que debería ser una política científica correcta.

Parecería que el principio marxista le llevaría a plantear que el único modo de ordenar la ciencia es transformar la sociedad de capitalista en socialista. Y sí, solamente en una sociedad socialista, en la que la estructura social esté ordenada a la satisfacción de las necesidades generales, ocurrirá que estas necesidades representarán de manera especular los objetivos legítimos de la ciencia, a la vez que la dinámica científica se acoplará con suavidad a la dinámica social. La esencia de la primera solución al problema de Platón es que una sociedad justa, regida por gobernantes justos, tiene el derecho y la obligación de planificar la ciencia para financiar aquellas investigaciones que se dirijan a los objetivos y necesidades decididas como prioritarios por la sociedad. Las cosas en realidad no son tan sencillas ni en el marxismo, ni en la realización soviética del momento, ni tampoco en la cabeza de Bernal. Pues la ciencia se concibe en esta existencia doble en la infraestructura y la superestructura. Ejerce un doble papel a la vez justificador y transformador de la sociedad. Pues la sociedad capitalista está condenada a transformar sus bases y fuerzas de producción más allá de lo que es capaz de soportar su estructura ideológica de legitimación y su aparato de poder. Traducida a otros términos, esta idea implica que la búsqueda de una sociedad más justa depende en cierto modo también del desarrollo de la ciencia. En una sociedad capitalista la ciencia debe ser promocionada hasta donde se pueda, pues es uno de los factores necesarios de la transición a una sociedad más justa, que, a su vez, es la que permitirá una expansión adecuada y legítima de la ciencia. De manera que la política científica es simultáneamente un instrumento de mejora de la ciencia y un medio estratégico de cambio social.

Los herederos de esta idea fueron numerosísimos. En Inglaterra, por ejemplo, Christopher Freeman fue discípulo y representante de las ideas de Bernal, y en parte quienes se formaron y formaron el Science Policy Research Unity de la Universidad de Sussex, como Keith Pavitt (recientemente fallecido, como Freeman) o Ben Martin. En general forma parte del núcleo de las políticas socialdemócratas europeas y, en cierta forma, del proyecto de sociedad de bienestar. Si uno examina las introducciones a los programas de investigación de la ce, especialmente al VI Programa Marco, encontrará resonancias reconocibles de las ideas bernalianas.

No vamos a desarrollar ahora un examen crítico de estas ideas. Pero sí es necesario subrayar la concepción pragmática de la ciencia y, sobre todo, que unas autoridades legítimas y justas puedan por sí mismas ordenar la política de la ciencia en un sentido de preservación de la armonía entre justicia y políticas de la búsqueda de lo verdadero, o de lo más eficiente. Implica algo así como una creencia en la transparencia y maleabilidad del sistema de I+D, como si no pudiera ser que el sistema generase su propia dinámica "weberiana" insensible a las necesidades sociales y a las particulares características de la sociedad. Por otra parte, el modelo bernaliano, de una distribución adecuada de las necesidades y fines sociales, según un criterio basado en la justicia, será a la vez una distribución eficiente del trabajo científico, extiende de modo irresponsable el optimismo hasta el proceso de desarrollo de la ciencia y, en la dirección inversa, hasta el progreso social. Implicaría automáticamente que cualquier desarrollo del sistema, no importa que sea básico o aplicado, es automáticamente un motor del progreso social. Varias décadas de pesimismo tecnológico reiterado nos hacen levantar la ceja ante tal creencia.

La solución comunitarista o la República de la Ciencia

El gran oponente de las ideas de Bernal y de la Association of Scientific Workers fue el fisicoquímico Michael Polanyi. Representa el segundo modelo de solución al problema de Platón. Se trata de una mezcla de solución liberal universal con una autonomía irrebasable de la ciencia. El contexto político de Polanyi es el mismo que el de Bernal, salvo que Polanyi se encuentra en el otro extremo político. Polanyi, como será también Popper, representa la reacción liberal contra las ideas marxistas que se habían extendido por las sociedades occidentales con los frentes antifascistas que se organizaron en los albores de la guerra. Polanyi formó parte activa de la epistemología política de la Guerra Fría oponiendo a las ideas bernalianas argumentos que provienen de una concepción del conocimiento que habría de popularizarse unos años después. Steve Fuller ha estudiado con cuidado el periodo que discurre desde la publicación de La estructura de las revoluciones científicas, que tiene como contexto los momentos más álgidos de la Guerra Fría, cuando la carrera armamentística se convirtió también en carrera tecnológica y económica, y Estados Unidos y Europa decidieron extender una concepción de las relaciones entre ciencia y sociedad que después hemos llegado a conocer muy bien, puesto que el "paradigma kuhniano" se extendió irresistiblemente en los nuevos departamentos que se fueron creando al compás de este modelo. La expresión más pura de este proyecto fue la revista Minerva, cuyo primer número salió el otoño de 1962, y en cuya editorial de presentación encontramos una perfecta determinación de su propósito. Así, comienza describiendo los cambios sufridos recientemente por la ciencia: la extensión de las disciplinas, la creciente especialización, la explosión numérica de estudiantes, científicos y universidades a lo largo del mundo, y sobre todo, lo que Minerva denominaba "gubernamentalización de la ciencia" y que caracteriza en estos términos:

El patrón de esta reciente "gubernamentalización" de la ciencia, de lo académico y de la educación superior es extremadamente complicado y variable. Engloba muchas cosas: el establecimiento de relaciones contractuales entre gobiernos y universidades y empresas privadas para la conducción de la investigación y el aprendizaje académico y científico; los esfuerzos gubernamentales para adiestrar un cierto número de especialistas en ramas particulares de la ciencia y la academia en un periodo determinado de tiempo; las decisiones de promover ciertos campos de la investigación; los planes gubernamentales de crear nuevas universidades e instituciones tecnológicas; los planes gubernamentales y políticas de atraer a los más talentosos a las carreras en ciencia y académicas; el fomento gubernamental de la utilización económica de los resultados de la investigación; la dirección real de los laboratorios gubernamentales; la incorporación de la consultoría técnica y científica en el proceso normal de gobierno; la búsqueda de modos de apoyar la ciencia y la enseñanza que respeten la autonomía de las instituciones intelectuales mientras obtienen ciertos servicios deseados.11

Me he permitido esta larga y prolija cita porque representa lo que uno consideraría que es el sueño bernaliano, el establecimiento de una política de la ciencia y la tecnología estable y planificada desde el gobierno. Pero al grupo que representa el consejo editorial de Minerva no le importan tanto los resultados que pueda tener esta política cuanto "la corrección o legalidad de esas demandas". Su posición política es más bien distinta a la bernaliana:

Ciertas demandas que son políticas en el sentido de servir sólo al interés primario de un partido son ilegítimas. La exclusión de otras materias reconocidas universalmente de investigación y enseñanza o la intrusión de creencias políticas y gubernamentales en la sustancia del trabajo intelectual o la influencia de los gobiernos en el nombramiento del personal de enseñanza e investigación sobre bases políticas, raciales o ideológicas son también ilegítimas. También es ilegítimo que las demandas de científicos y académicos tengan que estar de acuerdo con las políticas de su gobierno o de lo contrario sean excluidas o degradadas. Es la intención de Minerva afirmar la concepción tradicional de la autonomía de la vida intelectual, y más específicamente de la libertad académica y negar la validez de las afirmaciones ni sirve a la enseñanza ni al bien común. Reconoce al mismo tiempo que esta concepción tradicional, por más que sea válida como principio, requiere una formulación que haga justicia a las nuevas variopintas relaciones entre el gobierno de un lado y la ciencia, la academia y la educación superior del otro. 12

 

Está claro que este aggiornamiento que persigue Minerva es parte de una política abierta de oposición a todo lo que signifique alguna ideologización de la ciencia o de su trabajo. A este respecto es muy ilustrativa la lista, no muy larga, del Consejo Editorial. Junto a científicos como Robert Oppenheimer, 13 Abdus Salam o Sir John Eccles, aparece un grupo de historiadores y filósofos que no resisto relatar: Gerald Holton, Thomas S. Kuhn, Charles Snow, John M. Ziman, y, claro, el inspirador de la revista, Michael Polanyi. Es en ese número precisamente en el que aparece el artículo que resume la posición que representa paradigmáticamente el segundo modelo de ciencia ordenada en una sociedad ordenada, "The Republic of Science: Its Political and Economic Theory".14

El objetivo de la epistemología política de Polanyi es el mismo que el que expresa la editorial de Minerva, defender la autonomía de la ciencia contra las intrusiones ideológicas. Fue una posición política que Polanyi tuvo desde que en 1930 fue nombrado catedrático de Química Física de la Universidad de Manchester, cuando comenzaron a llegar noticias sobre cómo los especialistas en genética, o quienes se oponían a Lysenko, eran expulsados o enviados a los gulags. En realidad Polanyi se oponía a la penetración de las ideas de planificación social de la ciencia originadas en el marxismo. Lo más interesante es que deriva su posición política de una posición epistemológica que conocemos bien por ser una parte del núcleo duro del kuhnianismo: el carácter tácito y el compromiso personal como elementos esenciales de la profesión científica.

El carácter tácito de la ciencia, que se opone a su carácter público en un sentido de objetividad proposicional lingüística, deriva esencialmente de tres elementos. El primero es el carácter de destreza o conocimiento operacional práctico que tiene el conocimiento científico, un conocimiento que no es capturado en lo esencial por la expresión lingüística de una regla de operación o comportamiento. El segundo elemento es el carácter imitativo, de relación personal directa, en la enseñanza de la ciencia. El tercer elemento es la importancia determinante de un tipo particular de emociones intelectuales que constituyen el principal componente de un compromiso personal con la empresa científica. 15

La ciencia es, así, en términos de Polanyi, una particular mezcla de tradición y novedad ordenada en torno a relaciones de autoridad que tienen su base en el reconocimiento de las destrezas, así como en las pasiones internas, en la búsqueda de hechos de "interés" científico relevante, algo que no podría ser determinado sin la emoción que despiertan ciertas informaciones en el seno de una comunidad, o en la prosecución de ciertos patrones heurísticos, o, finalmente, en la evaluación de teorías atendiendo a sentimientos de elegancia y belleza solamente comprensibles en el marco de una comunidad particular. Las pasiones tendrían tres funciones en la dinámica de las teorías: una función selectiva de los hechos, una función heurística en la determinación de su significación y, por último, una función persuasiva en la elección de teorías. Los investigadores se reconocen entre sí mediante una forma de socialidad que Polanyi llama "convivencialidad", que involucra lazos cognitivos y no cognitivos, un sentimiento de encontrarse en casa cuando un investigador se encuentra en el marco de un evento científico, que es paralelo al sentimiento de extrañeza que tiene cuando se encuentra en ambientes políticos, ideológicos o funcionarios.

Los principios que rigen el intercambio de ideas son, sostiene Polanyi, en el marco de esta convivencialidad, los mismos principios que los del mercado: "la comunidad de científicos está organizada de un modo que recuerda ciertos rasgos de un cuerpo político y funciona de acuerdo a principios económicos similares a aquellos por los que se regula la producción de bienes materiales". 16

El mercado es un sistema de autoajuste interno, presuponiendo un previo compromiso con los valores, emociones, etc. de las comunidades. Este mismo sistema, sostiene Polanyi, debe regir para el reparto de fondos, que no puede realizarse con otros criterios que los del rendimiento en el sistema del mercado de las ideas:

no importa para este propósito si el dinero llega de la autoridad pública o de fuentes privadas, ni si se desembolsa de unas pocas fuentes o de un gran número de benefactores. En tanto que la distribución siga la guía de la opinión científica, dando preferencia a los científicos y a los temas más prometedores, la distribución de ayudas producirá automáticamente una ventaja máxima para el desarrollo de la ciencia como un todo. 17

La ciencia constituye de esta forma una república dentro de la república. La pregunta es, claro, por qué la República de todos tiene que financiar la república de algunos. Polanyi, en este sentido propone lo que parece tener toda apariencia de un grupo de presión social:

Solamente una opinión científica unida y fuerte, imponiendo el valor intrínseco del progreso científico a la sociedad en su conjunto, puede provocar el apoyo de la investigación científica por el público general. Solamente asegurándose el respeto popular por su propia autoridad puede salvaguardar la opinión científica, la completa independencia de los científicos maduros y la publicidad sin entorpecimientos de sus resultados, que aseguran la coordinación espontánea de los esfuerzos científicos a lo largo del mundo. 18

El mecanismo es pues convencer a la opinión pública para que financie y respete los resultados de la ciencia, porque solamente de este modo puede garantizarse la mejor producción de resultados, útiles o no. "Cuanto más ampliamente se extienda la república de la ciencia por el globo, más numerosos lleguen a ser sus miembros y mayores los recursos materiales a su cargo, más claramente emerge la necesidad de una autoridad científica fuerte y efectiva para reinar sobre su propia república." 19

La república de la ciencia, sostiene Polanyi, es una república de exploradores que se convierte a sí misma en un modelo de lo que debe ser la república de los ciudadanos, una república que debe estar más allá de las dudas escépticas que traen consigo algunas ideologías, que implique un compromiso personal con los valores esenciales de la tradición y con la aceptación colectiva de las novedades. La sociedad, en esta nueva república de exploradores:

solamente llegará a tener una vida cultural en la medida en que respete la excelencia cultural […] Aquí tenemos los supuestos de una cultura ideal: el ideal de una vida intelectual profundamente diferenciada, promovida colectivamente; o más precisamente, de una élite conduciendo activamente tal vida intelectual dentro de una sociedad que responde a las pasiones intelectuales de esa élite […] 20

Para lo que el sistema educativo tendría a su cargo el convencer a los ciudadanos de este respeto por los valores de la excelencia. "En una sociedad ideal libre, la formación y diseminación de las convicciones morales deberían tener lugar bajo la guía de los líderes intelectuales, diseminándose sobre miles de dominios especiales y compitiendo en todo punto por el asentimiento del público." 21

Todo lo demás no será más que abrir las puertas al dominio estalinista de la cultura por las bajas pasiones del poder del grupo dominante.

Las palabras de Polanyi se comentan por sí mismas, son una solución que recuerda mucho a la que el propio Platón propone como respuesta al caso Sócrates en La República, la sumisión de los ciudadanos a un orden que emane de la dirección de una comunidad animada por las más excelsas virtudes intelectuales. Parecería que es una posición que no merecería ser discutida, pero hay numerosas razones para sostener lo contrario. La primera es que coincide en buena medida con el imaginario interno de muchos, casi todos, por no decir la totalidad, de los miembros de las comunidades científicas. Cada vez que reaccionan ante lo que consideran intromisiones del poder en sus propios planes de investigación, lo hacen con respuestas muy similares a las de Polanyi, de las que sólo difieren en el grado de corrección política. La segunda razón es que la epistemología de Polanyi, lejos de haber sido abandonada, ha ido creciendo en importancia y conforma las bases de la epistemología con más fuerza académica, la que ha sido denominada "giro de las prácticas", que se basa en el comunitarismo asentado en el reconocimiento mutuo de destrezas y valores en el marco local de una comunidad o, como ha denominado recientemente una conocida socióloga, de una "cultura epistémica". 22 La tercera razón es de orden externo, pero no puedo dejar de citarla: las ideas de Polanyi formaron parte y forman parte cada vez más, no ya de una epistemología política, sino también de una política epistemológica nuclear del conservadurismo político y, contemporáneamente, de lo que ha sido llamado neoconservadurismo. Esta posición, a diferencia del libertarismo de origen jeffersoniano, es una posición que aboga por una mezcla de una fuerte implicación estatal en la defensa de ciertos valores, y en su promoción mediante instituciones fuertes, junto con una defensa local de los principios de mercado como formas de ajuste o coordinación espontánea de propiedades emergentes.

Lakatos calificó a la posición de Polanyi de estalinista y elitista. Elitista por su formulación epistemológica, estalinista por sus consecuencias políticas de dirección sin oposición. Él, también de origen húngaro como Polanyi, pero, a diferencia suya, con muchas más razones para combatir el autoritarismo estalinista, puesto que era un exiliado de la revolución del 56, conocía bien el trasfondo autoritario de algunas epistemologías, un trasfondo que se sustenta sobre la autenticidad de ciertos componentes tácitos e inaccesibles desde fuera. No es casualidad que Polanyi desarrollase cada vez más sus ideas como una forma de sustentar la religión en una sociedad científica, pues se deduce inmediatamente de sus postulados la autonomía igual de la república de la iglesia.

El descubrimiento de la diferencia. O la contracultura como gobernanza

El tercer modelo que resuelve el problema de Platón surge en los años inmediatamente posteriores al periodo que hemos venido examinando, y tiene que ver con lo que Theodore Roszack denominó en un best-seller del momento "el nacimiento de una contracultura". Los años sesenta, en la culminación del desarrollismo y de la Guerra Fría, fueron también el marco temporal de un sentimiento de malestar que recorrió los campus universitarios y que se expresó en varios movimientos sociales bien conocidos. En los años sesenta se extendió lo que podemos llamar un malestar dentro de las nuevas sociedades del bienestar, que coincidió con la primavera de Praga y, en general, con un movimiento generalizado de cambio y disidencia frente a las ideologías más asentadas. La fragmentación de lo que se llamó los grandes relatos fue la regla más que la excepción. Surgieron los movimientos de liberación del tercer mundo, se extendieron las guerrillas o las guerras abiertas, modificando las asentadas estrategias de los partidos de izquierda, surgieron los movimientos ecologistas como reacción a los primeros accidentes en las centrales nucleares, el movimiento sufragista se convirtió en un movimiento feminista con reivindicaciones generales sobre la vida cotidiana, surgió, en general, una resistencia cultural a lo que se denominó la racionalidad científica. Surgieron las bases de lo que ha sido la cultura más extendida en los circuitos académicos en los últimos treinta años. Fue el descubrimiento de la diferencia como reivindicación nuclear de una nueva forma cultural en la que aún vivimos, o quizá, en la que hemos comenzado a existir de forma.

 

En estos años se produjeron transformaciones en los estudios de la ciencia y la tecnología que todos conocemos: surgió el programa fuerte de sociología del conocimiento, el kuhnianismo, una forma particular de la tradición, que habían representado Polanyi y tal vez Wittgenstein, se convirtió en una ideología dominante sobre la ciencia, abarcando desde los viejos departamentos de filosofía de la ciencia a los nuevos centros, programas y departamentos de cts y denominaciones similares. Este proceso ha sido reconstruido con tanta ironía como acierto por Steve Fuller en su reciente Thomas S. Kuhn 23 y no tiene sentido recordarlo aquí. Lo que sí fue importante es el surgimiento de una cultura activista y contestataria respecto a las dos políticas de la ciencia universalistas que hemos descrito con anterioridad. Por su contundencia, popularidad y consistencia, el mejor representante de este momento es, sin duda, Paul K. Feyerabend. Situado entre Wittgenstein y Popper, heredero de la tradición más genuina de filosofía de la ciencia por su formación inicial alemana, en 1975 publicó un panfleto provocativo que tenía como intención tal vez poco más que molestar a los ortodoxos popperianos. Se trataba, claro, de Contra el método, un libro que alcanzó tan rápida popularidad como airadas respuestas, tan airadas que sorprendieron al propio Feyerabend, hasta ese momento más bien ortodoxo aunque con una cierta vocación de enfant terrible que nunca abandonaría. Fueron reacciones que le confirmaron en unas ideas cada vez más asentadas en su crítica al stablishment académico en filosofía de la ciencia (menos respecto a otros no menos poderosos clanes académicos). Science in a Free Society y Farewell to Reason24 fueron manifiestos de esa actitud que proponemos como un modelo que cabe calificar como la voz de Protágoras, en el marco de las varias voces del diálogo platónico.

Como en los otros dos modelos, la política epistemológica se apoya en una epistemología política más o menos bien definida. La base fundamental es el descubrimiento de la diversidad cultural de la ciencia, una idea que se ha popularizado recientemente en el llamado giro pragmático: "las ciencias –sostiene Feyerabend– no poseen una estructura común, no hay elementos que se den en toda investigación científica y que no aparezcan en otros dominios". 25 El argumento es wittgensteiniano y se ha empleado después con profusión para definir las diversas culturas epistémicas de la ciencia. El segundo postulado, también muy wittgensteiniano, y el centro de la tesis de Contra el método, es la inanidad de las reglas metodológicas que, en aquella época, eran la diversión favorita de las controversias entre inductivistas carnapianos y deductivistas popperianos. "No sólo las normas son algo que no usan los científicos: es imposible obedecerlas, lo mismo que es imposible escalar el monte Everest usando pasos de ballet clásico". 26 Los principios no tienen más fuerza que la verbal, a menos que los "situemos", para usar el verbo exacto: "los principios generales pueden desempeñar un papel, pero son usados [y, todavía con mayor frecuencia abusados] de acuerdo con la situación concreta de la investigación".27 No sabía entonces Feyerabend hasta qué punto ese argumento reiterado una y otra vez se emplearía en una política neoempirista de estudios de caso, tan académica como la que había venido a sustituir, con la diferencia de nuevas e interminables listas de referencias bibliográficas en cada nuevo estudio de caso. Hasta aquí podría tratarse solamente de una nueva versión de las controversias entre historicistas y universalistas que habían recorrido la historia de la filosofía de la historia desde el siglo xix. Pero el mordiente de la posición llegaba desde los ecos del malestar cultural contra la ciencia y la tecnología que, Feyerabend, recogía con atención.

"Mi segundo tema –añade Feyerabend– era la autoridad de la ciencia: no hay razones que obliguen a preferir la ciencia y el racionalismo occidental a otras tradiciones."28 Feyerabend se unía a las críticas a la cultura de los expertos en los momentos en los que se extendía por todo el mundo la resistencia a lo que se llamó entonces tecnocracia, que derivaba de la observación del creciente poder de los asesores científicos y técnicos en todas las instancias determinantes de la existencia social.

La posición de Feyerabend representa, como la de los críticos activistas, lo que se ha considerado como reivindicaciones de democratización radical. "Lo que cuenta –añade– en una democracia es la experiencia de los ciudadanos, es decir su subjetividad y no lo que pequeñas bandas de intelectuales autistas declaran que es real", 29 y más adelante:

el mejor y más sencillo resumen de esta posición se encuentra en el gran discurso de Protágoras: los ciudadanos de Atenas no necesitan que se les instruya en su idioma, en la práctica de la justicia, en el tratamiento de los expertos (señores de la guerra, navegantes, arquitectos): al haber crecido en una sociedad abierta donde la instrucción es directa y no mediada y perturbada por educadores, ellos han aprendido estas cosas de la nada. 30

Se sitúa Feyerabend en la reivindicación de tantas tradiciones como las distintas comunidades valoren como valiosas. No hay ningún metadiscurso normativo por encima de la voluntad de los ciudadanos. Rorty, Derrida y otros críticos de las teorías tradicionales de la democracia se alinearon poco después con las tesis de Feyerabend. Su importancia está en haber formulado con toda radicalidad el programa de política epistemológica que se deriva de su concepción de la ciencia, y que resumió en el eslogan de la revolución cultural maoísta: "florezcan cien flores de loto y cien escuelas de pensamiento". En lo que a nosotros nos importa, implica una cierta forma de concebir las decisiones estratégicas de la ciencia. El imaginario ilustrado que estaba en la base de las dos posiciones anteriores queda ahora convertido en un mito o gran relato de los abuelos:

Porque las promesas de éxito y humanidad que acompañaban el ascenso del racionalismo científico se convirtieron pronto en gestos vacíos. Es cierto que las ciencias progresaron [en un sentido que fue definido por ellas y que cambió de un periodo a otro], pero el racionalismo tiene poco que ver con este hecho […] las instituciones se hicieron más humanas, pero, de nuevo, poco tiene que ver esto con las ciencias. Una total democratización del conocimiento podría haber restaurado por lo menos parte del contexto más amplio, habría establecido un nexo real y no meramente verbal con la humanidad, y habría podido llevar a una auténtica ilustración, y no simplemente a la sustitución de una clase de inmadurez [fe firme e ignorante en la Iglesia] por otra [fe firme e ignorante en la Ciencia]. 31

Las consecuencias políticas de la democracia radical que predica Feyerabend parten del hecho de la no división entre expertos y legos en las cuestiones fundamentales de evaluación de un programa de investigación.

[…] la elección de un programa de investigación es una apuesta. Pero es una apuesta cuyo resultado no puede ser comprobado. La apuesta es pagada por los ciudadanos; puede afectar a sus vidas y a las de generaciones futuras […] Ahora bien, si tenemos cierta seguridad de que existe un grupo de personas que por su entrenamiento son capaces de elegir alternativas que implicarían grandes beneficios para todos, entonces nos inclinaríamos a pagarles y a dejarles actuar sin más control durante largos períodos de tiempo. No existe tal seguridad ni por motivos teóricos ni por otros personales. Hemos de concluir que, en una democracia, la elección de programas de investigación en todas las ciencias es una tarea en la que deben poder participar todos los ciudadanos. 32