Aproximaciones a la filosofía política de la ciencia

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Los estudios sociales de la ciencia y la tecnología nos han mostrado, con diferentes argumentos y desde diferentes ángulos, que la visión dicotómica tradicional, que separa a éstas como esferas autónomas del resto de la vida social, es insostenible. Las barreras de lo social y lo natural se encuentran en constante redefinición, y el caso de las tra no es más que uno de los ejemplos más extremos que nos muestran que aquello que asumíamos como natural –por citar el más extremo, la maternidad biológica– se ha convertido en el producto de una serie de prácticas materiales (esto es, técnicas) y sociales.

Finalmente, Carlos López Beltrán y Francisco Vergara Silva presentan "La construcción política del genoma del mestizo mexicano", en donde hablan sobre cómo la Genómica Humana se ha convertido en un núcleo de problemáticas bioéticas y biopolíticas sumamente activo y controvertido. Entre los efectos de la poderosa nueva tecnología de secuenciación genética y genotipado está un impulso renovado a la racialización de las categorías empleadas en la antropología y la biomedicina. En México esto cobró impulso a partir del año 2004 cuando un grupo de influyentes médicos y políticos decidieron impulsar la creación del Instituto Nacional de Genómica Médica (INMEGEN). Liderados por Guillermo Soberón Acevedo, y como cabeza visible Gerardo Jiménez Sánchez, este grupo empleó estrategias retóricas y científicas diversas para consolidar su proyecto. Este trabajo intenta describir, contextualizar y analizar el episodio reciente en el que el grupo de biomédicos que conformaron el INMEGEN en los primeros años de su existencia (2005-2009), dirigieron sus mayores esfuerzos hacia un proyecto de investigación poblacional que sus impulsores llamaron el "genoma mestizo de los mexicanos". Con el fin explícito de enfrentar importantes problemas nacionales de salud putativamente asociados a enfermedades comunes que, se afirmó, son consecuencia de las particularidades genómicas de los mexicanos. Se hacen aquí algunas críticas sobre las estrategias retóricas, políticas y metodológicas que aquel pequeño grupo de científicos mexicanos fue utilizando en esos años para convencer a varios sectores del público, de que un constructo teórico como el "genoma del mestizo mexicano" es un hecho biológico y un recurso económico, y que la fundación de una institución especial de investigación valía la pena, pues ésta le daría con el tiempo el poder patrimonial a los mexicanos sobre tal "recurso". En el contexto de las muchas críticas y contra críticas que en las últimas décadas se han venido dando en relación al uso de "raza" como una categoría válida dentro de la investigación biomédica, este ejemplo mexicano permite desarrollar una serie de cuestionamientos sobre la validez científica y ética de la creación y la inserción en el discurso científico de constructos teóricos racialistas imaginarios, como el "genoma mestizo", que sólo sirven al propósito de apuntalar los intereses de ciertos grupos particulares de médicos y genetistas.

Agradecemos el valioso apoyo de Carolina Espinosa Caballero y de la Cooperativa Editorial Viandante en el trabajo de corrección y edición de los artículos que componen este volumen.

Perspectivas generales

El conocimiento experto en la República
Fernando Broncano

El olvido de Epimeteo y la tensión entre conocimiento experto y democracia

La polis vio nacer en la época de esplendor ateniense la tensión entre el conocimiento experto y el orden político, entre un orden social orientado hacia la búsqueda de la eficiencia (quizá ocasionalmente la verdad) y un orden social orientado hacia la búsqueda de la justicia; una tensión que aún forma parte de los complejos fundamentos de la democracia que todos deseamos, en la que una sociedad bien ordenada logre acoger sin tensiones una ciencia y tecnología bien ordenadas. El Protágoras de Platón inserta en sus comienzos un mito narrado por Protágoras, el principal de los filósofos que han sido llamados sofistas, quien, en contra de Sócrates, sostiene que todos los ciudadanos poseen un conocimiento igual de la justicia. Se trata de la historia de Prometeo y Epimeteo, dos hermanos que fueron encargados por los dioses de repartir los dones entre los seres vivos. Epimeteo le pidió a Prometeo que le permitiese realizar la tarea y así, con sentido de la equidad, repartió de forma imparcial las virtudes o funciones entre los animales: el tamaño, las defensas, velocidad, etcétera, teniendo en cuenta que cada especie tuviese su particular ventaja frente a otras. Agotados sus recursos de dones, Epimeteo descubrió que había olvidado a los humanos que se encontraban desnudos y desprotegidos y que ya no tenía don alguno que repartir entre ellos. Cuando llegó Prometeo a inspeccionar el resultado y reparó en el desastre, intentó arreglarlo robando a los dioses el ingenio científico y técnico junto con el fuego, sin cuya energía no habrían podido ejercer sus artes. Prometeo fue castigado cruelmente por este robo, pero los humanos comenzaron a proliferar y extenderse armados cada cual con sus respectivas destrezas técnicas. Sus nuevos conocimientos, sin embargo, les fueron de poca utilidad pues no conocían las artes de lo social y estaban en una continua guerra entre ellos, incapaces de fundar ciudades y habitarlas. Por eso Júpiter resolvió definitivamente el problema enviando a Hermes, quien repartió entre todos los humanos, por igual, el conocimiento y el sentido de la justicia, y a partir de ese momento nacieron las polis y las leyes.

La narración de Protágoras es una de las primeras formulaciones de la idea de contrato social que conformará toda la filosofía política moderna. Podríamos traducirlo a los términos del republicanismo contemporáneo sin que perdiese su fuerza metafórica: los individuos se convierten en ciudadanos al adquirir este saber que llamamos el juicio de lo justo y lo injusto, y este saber les iguala a todos por encima o por debajo de sus diferencias sociales o culturales y, en lo que a nosotros nos importa, de sus diferencias en el conocimiento experto de la ciencia y la técnica. La posición de Protágoras no sería pues distinta a la de muchos defensores radicales de la democracia que consideran, y consideraban ya en Atenas, la asamblea de ciudadanos como el órgano máximo que determina el orden de la ciudad, que ocasionalmente consulta a los expertos sobre algunas cuestiones particulares de su ámbito de conocimiento, pero que es y se siente soberano en la deliberación y en la posterior determinación de sus decisiones. Así que parecería que el olvido de Epimeteo habría quedado reparado por la primera intervención heroica de Prometeo y la posterior de Júpiter. Según este mito, el conocimiento experto es necesario para la supervivencia y la satisfacción de necesidades, pero es insuficiente y deficitario para un ordenamiento justo de la sociedad, que solamente puede ser resuelto en una instancia superior como son el ágora y las instituciones deliberativas y ejecutivas de la República.

Al leer las palabras de Protágoras uno parece estar leyendo Ciencia y técnica como "ideología" de Habermas, por citar solamente alguno de los muchos escritos políticos sobre la ciencia, pues se muestra en el mito un canon que baja hasta lo más profundo de nuestros sistemas de legitimación política: la universalidad e igualdad en el conocimiento de lo justo y la asimetría entre el juicio político y el juicio experto, entre la autoridad política y la autoridad epistémica. Platón era muy consciente del atractivo que tenía este discurso entre sus conciudadanos, que llevaban años debatiendo sobre qué significaba la democracia y cómo había que luchar contra la oligarquía, pero, como sabemos, una parte sustancial del pensamiento platónico, estuvo determinada por su experiencia del juicio y condena de Sócrates por un jurado constituido en la asamblea, en el que estaban involucradas, entre otras cosas, las distintas formas de ver los fundamentos de la democracia. Sócrates fue acusado de impío y de corruptor de la juventud, aunque en el trasfondo de la acusación estaban sus dudas sobre el fundamento de la democracia ateniense y sobre si el gobierno del pueblo era un gobierno de los mejores o simplemente de los más ingeniosos en la palabra. En la obra de Platón esta experiencia se transfigura en una reflexión sobre el concepto de lo justo y del bien, de la tejné y la episteme en el marco de la polis. Platón cree que las cosas no están resueltas en el discurso de Protágoras, y que ni está tan claro que la distribución de poder de la asamblea sea por sí mismo una distribución de la justicia, ni que todo individuo conozca espontáneamente lo justo y lo injusto: en ambos casos debe haber constricciones que están determinadas por una cierta distribución del poder que obedece, para decirlo rápidamente, al rol funcional de los ciudadanos que se cumple a la vez en cada persona, en el rol y orden de sus facultades, y en los papeles sustanciales que articulan la ciudad como son la producción técnica, la defensa y la educación. No nos interesan aquí ni la filosofía política de Platón ni su concepto de justicia, sino la particular cuestión de las constricciones que debe tener una sociedad bien ordenada y, en particular, las constricciones de orden epistémico y técnico. Pues nos preocupa en qué modo una distribución justa del poder y la autoridad y de los bienes públicos, es fruto de una adecuada y eficiente distribución del trabajo epistémico y técnico; y, en la dirección inversa, en qué modo una adecuada división del trabajo epistémico es también una ordenación justa de la comunidad de seres cognitivos.

Desde la época de Platón hasta el siglo pasado, esta cuestión se aplicaba en un dominio limitado, como la pregunta por la forma eficiente de distribución del poder personal y, si acaso, de la educación del príncipe, es decir, se traducía en una pregunta por las características que debían tener los individuos que regían los asuntos públicos. En las sociedades complejas del siglo XX, en las democracias sostenidas en el capitalismo avanzado y en la sociedad globalizada, esta vieja cuestión adquiere un tinte dramático de legitimación y eficiencia que ha terminado por generar un nuevo término ad hoc: gobernanza, un concepto y propiedad que se refiere al buen orden de gobierno en un sentido de armonía entre lo justo y lo eficiente. Como sabemos, las sociedades contemporáneas han sufrido lo que han sido llamados "procesos de modernización", procesos que afectan a todos los ámbitos de la existencia y, como denunció sistemáticamente la escuela de Frankfurt, calan hasta lo más hondo de la conciencia desgarrada de los individuos. Aquí nos importan una clase de estos procesos que desde Weber a Habermas se han calificado como procesos de racionalización del orden social. Se trata de direcciones del cambio social que emergieron con una fuerza desconcertante en la Primera Guerra Mundial: la producción se organizó como producción de guerra siguiendo el orden "científico" del trabajo que habían implantado las cadenas de montaje automovilístico americanas; la guerra se hizo industrial y, para decirlo con palabras de la época, "más que dirigirse, se administró"; 1 después de la guerra, las diversas esferas sociales fueron entrando en un proceso de estructuración ordenada a la eficiencia que hizo aparecer a la burocracia como una nueva forma social, las técnicas de gestión y administración y, en general, el sometimiento de la vida social a las constricciones de una planificación dirigida al crecimiento, la producción y, como denunciaba Adorno, a la extensión universal de la mercancía. A su vez, de estos procesos, el punto que nos interesa es la propia racionalización de la ciencia y la tecnología, su conversión en lo que hoy llamamos un sistema de investigación, desarrollo e innovación, en un organismo social dirigido al crecimiento del conocimiento, de la innovación técnica y de las oportunidades tecnológicas. Es el hecho de que se haya conformado como un sistema, desbordando lo que podría ser una mera comunidad de sujetos, el que transforma la cuestión de Platón en una pregunta que se filtra por todas las membranas del orden científico y técnico y se convierte en una pregunta por las condiciones de su legitimación.

 

El sistema moderno de investigación y desarrollo que forma parte de nuestras sociedades se originó en la experiencia de la Segunda Guerra Mundial y en la secuencia de aquélla que llamamos Guerra Fría. Allí se conformaron las bases de una forma de organizar la interacción entre la innovación y el crecimiento económico que hoy se caracteriza como la triple hélice, en un remedo metafórico de la doble hélice del genoma. Se refiere este término a la interacción dinámica entre un sistema académico superior orientado a la eficiencia investigadora, un sistema gubernamental que dedica una parte sustancial de su presupuesto a la financiación estratégica de la investigación y un sistema empresarial que se embarca en trayectorias tecnológicas arriesgadas. Manuel Castells 2 ha estudiado con detalle y extensión esta triple hélice en el caso de la revolución de la microinformática, aunque los historiadores de la técnica detectan ya fenómenos similares en el caso de la industria aeronáutica en los albores de la Segunda Guerra Mundial y en campos como las comunicaciones y la electrónica. El punto de inflexión se produjo en los años sesenta, cuando este sistema se convirtió en un núcleo esencial de las sociedades desarrolladas en lo que respecta no ya tanto al gobierno y a la administración diaria como a su propia configuración estratégica en la historia. En las carreras por el poder mundial que han caracterizado la política desde la Segunda Guerra, la estructura de la triple hélice de cada una de las formaciones sociales confiere o inhibe ventajas comparativas de orden económico,político o militar. La división actual del mundo en grandes áreas geoestratégicas de poder económico y político, no es ajena a las formas particulares que adoptan las trayectorias de cambio inducidas por formas distintas de esta triple estructura, como tampoco lo son las dinámicas de interdependencia que denominamos "globalización".

La importancia del sistema de I+D no debería hacernos olvidar, sin embargo, la importancia de todos los demás componentes de la dinámica social. Aunque vamos a centrarnos en la cuestión del orden social en este sistema, no debemos olvidar el marco político y económico del mundo contemporáneo ni la importancia que tienen otros elementos de orden ideológico y económico que no pueden dejar de ser tenidos en cuenta. La perpetua guerra en África y el trasfondo de la lucha por el control de los minerales estratégicos, las guerras por el control del petróleo, la emergencia de los fundamentalismos religiosos, los movimientos migratorios creados por los pozos negros de la diferencia económica, las crueles migraciones de grandes masas financieras, la llamada "deslocalización" de la industria, la estabilización de una sociedad llamada del "veinte por ciento", que constituye una masa de reserva de mano de obra que se convierte en la gran masa de la sociedad, el terrorismo ciego y las nuevas formas de autoritarismo, […] éstos y otros rasgos que sería tan largo como inútil detallar en este texto conforman un desapacible trasfondo contra el que el sistema de investigación se ilumina con luces oscuras y lejanas de los brillos de la idea de progreso ilimitado y uniforme. Este trasfondo nos habla de una creciente probabilidad de desaparición de la democracia, que en algunos momentos y por parte de algunos ilusos se pensó como estado estacionario después del "fin de la historia". La democracia, nos avisa Rawls, es un sistema tan frágil como históricamente contingente; del mismo modo que tuvo un origen histórico tan particular como reciente, puede tener un final previsible, dadas las tensiones acumuladas en el tiempo presente. En este contexto no es menos previsible el final del entrelazamiento que llamamos triple hélice, incluso del sistema científico y tecnológico que hemos conocido en los últimos doscientos años, y, por último, en lo que a nosotros importa, de la relación compleja entre el sistema de innovación y el sistema democrático de ordenar una sociedad justa.

Los procesos de legitimación social del sistema C-T, atendiendo a este planteamiento, no pueden ser ya ajenos a la epistemología política, una especialización de la epistemología que se refiere a los procesos de conocimiento en contextos sociales, ni tampoco a la política epistemológica, es decir, a las políticas orientadas a la promoción y gestión del conocimiento como un bien social. Compárese la diferencia entre ambas mediante una analogía entre lo que podría llamarse "sanidad social", como salud de las personas derivada de su existencia en comunidades particulares y políticas sanitarias, o sistemas públicos de promoción y preservación de la salud. Pues bien, las relaciones entre ciencia y democracia, en el contexto de la tensión que creemos entrever entre verdad y justicia, tienen que plantearse en el doble plano de cuál es el estado de conocimiento, (y también de capacidades tecnológicas, pero por el momento y por cuestiones de simplicidad nos referiremos solamente a la ciencia) por el hecho de que tenga una cierta estructura social el sistema de su producción y cuáles son las políticas públicas destinadas a la promoción del conocimiento.

Los dos aspectos, epistemología política y política epistemológica resultan al final estar estrechamente relacionados, como lo están también en el caso de la salud, pero lo están de una forma contingente; en la medida en que las políticas públicas se orienten por una cierta epistemología política y en la medida que quienes practican el conocimiento en contextos sociales apoyen o se enfrenten a ciertas formas de epistemología política. Históricamente las relaciones entre epistemología política y política han sido cambiantes dentro de un esquema que podemos calificar como "moderno": el programa baconiano- cartesiano de convencer a la sociedad de la importancia del conocimiento como fuente de poder y de beneficio social. Este marco, sin embargo, admite considerables variaciones en su conversión en formas particulares de política del conocimiento y de epistemología social. En el intervalo de los años treinta y setenta, se desarrollaron varias alternativas en medio de polémicas filosóficas y políticas que contribuyeron a configurar el sistema de la triple hélice contemporánea. Vamos a examinar tres aproximaciones a la intersección de epistemología política y política epistemológica que fueron históricamente muy relevantes en la configuración de las varias políticas contemporáneas respecto a la ciencia, y lo que me parece más relevante, siguen siendo aún modelos de referencia en lo que respecta al problema de cómo es posible una ciencia bien ordenada en una sociedad bien ordenada. La razón de escoger modelos que se retrasan tanto en el tiempo histórico es saltar a los momentos primigenios en los que las políticas fueron expresadas con toda claridad y los argumentos con la mayor contundencia. Los herederos de aquellas propuestas aún siguen activos y las propias políticas pueden ser reconocidas en los varios estilos de los diversos estados.

La planificación social de la ciencia y la técnica

A comienzos del siglo XX solamente el sistema alemán había generado una colaboración estable entre la ciencia y la industria. La industria química alemana había comenzado una política de investigación en colaboración con los institutos gubernamentales del Kaiser y con los departamentos universitarios. La investigación de tintes, la investigación química, en general y la industria militar fueron los núcleos de esta primera forma de colaboración estable entre la universidad y las empresas. Esta colaboración dio una ventaja inicial a los alemanes en la Primera Guerra Mundial, aunque Inglaterra y Estados Unidos reaccionaron con rapidez en una movilización masiva de científicos y, sobre todo, con la planificación fordiana de las industrias de armamento, que se mostró como un factor esencial en la derrota de Alemania. En la posguerra este proceso se hizo más lento, en palabras de J. J. Salomon:

después de las hostilidades las relaciones entre la ciencia y la política volvieron a ser en la mayoría de los países –al menos hasta la década de 1930– las que habían sido en la segunda mitad del siglo XIX: en resumen, relaciones de buena vecindad en las que el Estado sostenía la investigación como si se tratase de algo superfluo y la ciencia, por su parte, no se hallaba en condiciones de exigir lo necesario. 3

Pero la situación volvió a cambiar, en primer lugar por el ascenso del fascismo en Alemania y la rápida militarización de su economía, y en segundo lugar por la visibilidad que comenzó a tener fuera de la República Soviética el primer plan quinquenal de 1927, que incorporaba la doctrina oficial de que la investigación científica ha estado siempre, y siempre debe estarlo, dirigida a la satisfacción de las necesidades sociales, estigmatizando la búsqueda del conocimiento por el conocimiento. Roosevelt creó en Estados Unidos un consejo asesor para la ciencia y la tecnología que tenía como función asesorar al presidente en la política de la ciencia que debía acompañar a su nueva política económica de bienestar, y en el que participaron personajes que habrían de ser tan relevantes en la política de la ciencia posterior como J. K. Galbraith, Vannevar Bush y James B. Conant, el futuro mentor de Kuhn. En muchos otros países se produjeron movilizaciones de científicos con una nueva conciencia política y social, especialmente en Inglaterra, donde se creó una tradición sociológica, histórica y filosófica que va a ser el centro de nuestro primer modelo de epistemología política.

Mijail Bukharin, uno de los más importantes dirigentes e intelectuales soviéticos, visitó Inglaterra en 1931 con ocasión de un congreso internacional sobre historia de la ciencia, junto con una nutrida representación de científicos de la Unión Soviética. Allí explicó la nueva filosofía de la ciencia como forma de tecnología y la ligazón de la investigación científica con las necesidades del plan quinquenal. Entre los científicos, filósofos e historiadores que se entusiasmaron con las nuevas del sistema soviético, estaban Joseph Needham, biólogo cristiano y socialista que se habría de convertir en el gran historiador de la ciencia china y el autor al que vamos a referirnos inmediatamente, John Desmond Bernal, cristalógrafo con profundos intereses en historia, sociología y filosofía de la ciencia. Bernal inició una campaña mediante escritos, apelaciones a la British Association for the Advancement of Science e intervenciones en organizaciones como las Associations of Scientific Workers de Gran Bretaña y Estados Unidos. Una parte de los ensayos de la época fueron recogidos en La libertad de la necesidad, 4 más tarde en su monumental Historia social de la ciencia (1954) y, sobre todo, en The Social Function of Science (1939) 5 (en adelante: sfc).

 

La obra de J. D. Bernal contiene un lastre ocasional, derivado de su compromiso político y de las circunstancias históricas en las que surgió, y una lección de lucidez sobre el sistema de ciencia y tecnología que no hace sino crecer con los años. 6 En la primera mitad de sfc, Bernal hace un estudio exhaustivo del sistema de investigación y desarrollo en la Inglaterra prebélica, en la segunda parte propone un modelo de política científica y de innovación que coincide en su parte sustancial con lo que fueron las políticas de innovación posteriores a la gran guerra, y que aún hoy sigue vigente en algunos puntos, por ejemplo, en las propuestas tan sugerentes de establecer un sistema mundial de información científica y abaratar las publicaciones mediante medios electrónicos (no olvidemos la fecha de redacción, 1939). Representa el primero de los modelos que proponemos como solución contemporánea a la tensión entre la ciencia y la democracia, un modelo basado en una planificación política de la investigación científica de acuerdo a un orden de prioridades que atiende a las necesidades y proyectos de la sociedad.

Este modelo se basa en algunas premisas sobre la naturaleza de la ciencia, sobre la filosofía de la ciencia y sobre las relaciones con la sociedad que son tan claras como discutibles: fueron entendidas muy bien y fueron discutidas con pasión y siguen siendo premisas en las que se basan las políticas de la ciencia que enlazan con el modelo de Bernal.

El primer paso es el diagnóstico que hace Bernal de la ciencia y su relación con el aparato productivo:

la ciencia ha dejado de ser una ocupación de nobles curiosos o de mentes ingeniosas apoyadas por patrones ricos y se ha convertido en una industria apoyada por grandes monopolios estatales y por el propio estado. Imperceptiblemente, esto ha alterado el carácter de la ciencia que ha pasado desde una base individual a una base colectiva y ha incrementado la importancia del aparato y de la administración.7

El postulado bernaliano del carácter institucional de la ciencia habría de tardar décadas en ser reconocido ampliamente. La percepción intuitiva de los investigadores, el imaginario popular y, lo que es más grave, la epistemología y filosofía de la ciencia, siguieron siendo individualistas por décadas. Sólo tras la generalización de las ideas kuhnianas se consideró el aspecto comunitario de la ciencia, pero entre la fórmula comunitaria y la institucional a la que apunta Bernal, aún media una distancia que es esencial para comprender la lógica de esta opción. El carácter institucional de la ciencia, por lo masivo de su población de investigadores, por la compleja estructura administrativa y, sobre todo, por la esencial función que cumple en el conjunto social, convierte el problema de Platón en el problema de la legitimación y relaciones entre una sociedad ordenada y una macro institución social que coopera con el propio orden social. De esta forma abrimos ya lo que es el segundo postulado central en la aproximación bernaliana, el carácter esencialmente aplicado de la investigación científica.

Mientras que el carácter institucional es descriptivo, esta segunda característica ya tiene fuerza constitutiva en lo que se refiere al conocimiento en la sociedad. Así, nos confronta Bernal con dos concepciones de la ciencia. La primera es caracterizada con esta cita de La República que sigue en el libro VII a la narración del Mito de la Caverna. "Lo que a mí me parece –dice Platón– es que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con dificultad, es la Idea de Bien. Una vez percibida ha de concluirse que es la causa de todas las cosas rectas y bellas […] y que es necesario tenerla a la vista para poder obrar con sabiduría, tanto en lo privado como en lo público." 8

Es curioso que Bernal defina la primera concepción con esta cita, no tanto por lo que pudiera haber pensado Platón, que ahora no nos importa, sino por cómo Bernal entiende la posición platónica. Pues Bernal cree que es la esencia de la primera concepción, que no es otra que la búsqueda del conocimiento por el conocimiento o, en su lectura de Platón, por el valor intrínseco del conocimiento, o, expresado en otros términos, del conocimiento como valor no condicional, como fin en sí. La legitimación de la ciencia por sí misma era la posición contraria a la suya en el marco de una controversia que se estaba desarrollando a lo largo de toda la década en toda Europa y, con especial virulencia, en la British Association for the Advancement of Science. Bernal opone un argumento ideológico y un argumento histórico: el proyecto del conocimiento puro, aduce, tiene la sorprendente consecuencia de que alimenta una concepción religiosa del universo, puesto que convierte en milagro todo lo que desconoce, dado que la pasión por el conocimiento es el único motor del conocimiento, y es fácilmente compartida con otros sentimientos que se ocupan de las lagunas de lo conocido. La ciencia adquiere así una función social apologética de las religiones "modernistas", sostiene. El argumento es un poco chusco, pero no debemos olvidar, primero, que en Inglaterra la relación entre ciencia y teología fue siempre muy estrecha desde la época newtoniana, y que, por otra parte, era el argumento básico de sus oponentes, Michael Polanyi a la cabeza. El segundo argumento es de orden histórico, y fue una de las conclusiones que extrajo de la conferencia sobre historia de la ciencia de 1931. La ciencia, sostiene, no hubiera sido posible sin la tecnología. Desde Galileo a nuestros días, la presencia de las técnicas en la investigación es fundamental, pero, además, la ciencia siempre tuvo en último extremo, una relación muy estrecha con las necesidades sociales de cada época. Si hubiera predominado el proyecto de la investigación pura, se atreve a decir, nunca hubiera existido la ciencia en Occidente.

El argumento histórico es una consecuencia de lo que es la segunda concepción de la ciencia, que es la sostenida por él: no hay distinción básica entre ciencia y tecnología, y la ciencia es un proyecto social que tiene como horizonte la satisfacción de las necesidades humanas en el doble sentido de disminuir los sufrimientos y crear bienestar. "Los caminos al poder y al conocimiento discurren juntos y son casi el mismo." 9 Es el proyecto baconiano puro, no solamente como justificación estratégica de la ciencia, por sus consecuencias aplicadas, sino como motor de la investigación. La ciencia es y debe ser una fuerza de transformación social. De nuevo hay que lamentar aquí que las tesis de que todo conocimiento implica un trasfondo de intereses y necesidades hubiera de esperar hasta la popularización de las mismas ideas por la escuela de Frankfurt, y especialmente por Habermas para ser reconocidas entre los filósofos, cuando no al llamado Programa Fuerte de Edimburgo. Bien es cierto que en Bernal obra una posición marxista soviética ortodoxa, mientras que posterior y contemporáneamente se divulgará una extraña mezcla de Marx y Manheim.