Klopp

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REVOLUTION NUMBER 09
Dortmund 2008

Es una cortante noche invernal de enero de 2017 en Marbella. La recepción del Gran Meliá Hotel Don Pepe es el sueño del jefe de decorados de Dinastía: mármol blanco, columnas chapadas en oro, palmeras en tiestos… Y un hombre tocando el saxo.

Utilleros del Borussia Dortmund, en manga corta, empujan más allá de la vacía barra del bar varias cajas llenas de ropa sucia, utilizada en la sesión de entrenamiento de esa misma tarde. Sentado en un sofá de color crema, Hans-Joachim Watzke contempla la escena asintiendo con la cabeza, satisfecho. El CEO del BVB, de 58 años de edad, es un empresario de éxito; Watex, su empresa de ropa de trabajo, factura anualmente unos 250 millones de euros. Es el hombre que salvó al club de la quiebra en 2005; el hombre que trajo de vuelta el buen fútbol, la emoción y los trofeos al Westfalenstadion al contratar a Jürgen Klopp en el 2008. Pero, como suele ocurrir con todo aficionado de verdad, parece que sea el mero hecho de poder estar ahí, acompañando al equipo durante un pequeño parón invernal de diez días en Andalucía, lo que más feliz y orgulloso le hace. Luce un chándal con sus iniciales en el pecho.

«¿Que por qué Klopp? Esa pregunta se responde sola», dice mientras deja sobre la mesa su taza de café espresso. «En 2007 habíamos asegurado la supervivencia del club, pero también era patente que no teníamos mucho dinero para invertir en el equipo».

El Ballspielverein Borussia 09 e.V Dortmund, campeón de la Bundesliga en 1995 y 1996 y de la Champions League en 1997, título repetido en 2002, se había marcado un «Leeds». La inyección de 130 millones de euros recibida en el año 2000, cuando el club salió a bolsa en Frankfurt, fue dilapidada en contratar jugadores a un precio desproporcionado, en el fragor de una insostenible carrera armamentista contra el Bayern de Múnich. Cuando el equipo fue incapaz de clasificarse para la Champions League en 2005, por segundo año consecutivo, el club estuvo a punto de hundirse bajo el peso de los 240 millones de euros de deuda que arrastraba. «En las oficinas del club no teníamos ni la más remota idea de si al día siguiente mantendríamos nuestros trabajos», recuerda el antiguo delantero del BVB y actual speaker del estadio, Norbert «Nobby» Dickel. «Un momento horroroso».

«La ciudad de Dortmund vive por y para el club», dice Sebastian Kehl. El antiguo capitán recuerda que toda la ciudad estuvo en la cuerda floja, angustiada ante la posible desaparición del Borussia. «Taxistas, panaderos, empleados de hotel… todo el mundo temía quedarse sin su sustento. Para nosotros, los jugadores, fue muy complicado enfrentarnos a esta situación, porque sabíamos que, ganásemos o perdiésemos, nada cambiaría».

Fue Watzke, antiguo tesorero del club (no de la S.A.), el que salvó al BVB al arrebatarles el control al dúo que formaban el director deportivo Michael Meier y el presidente Gerd Niebaum, quienes no gozaban, incluso literalmente, de crédito alguno. Watzke negoció un préstamo y una ampliación de capital con Morgan Stanley, lo que permitió al Dortmund recomprar su estadio y acabar, así, con un acuerdo de arrendamiento sangrante. Pero este plan ofensivo de reducción de gastos no dejó dinero como para comprar estrellas.

Watzke: «Michael Zorc (el director deportivo) y yo estábamos de acuerdo en que debíamos construir un equipo joven. Ya teníamos a Marcel Schmelzer (lateral izquierdo), y también estaba (el interior Kevin) Großkreutz. Además, queríamos desarrollar otro estilo de juego. Con Bert van Marwijk y Thomas Doll nos pasábamos el balón de un lado al otro del último cuarto de campo, hasta diez veces seguidas. Teníamos un 57% de la posesión, pero no hacíamos nada con el balón. El Dortmund no puede jugar así. Queríamos ofrecerle a la gente un equipo que corriera hasta caer destrozado. Eso era lo que habíamos visto en Mainz cuando jugamos contra ellos durante los dos años anteriores. Veías que no eran demasiado buenos, pero, aun así, te complicaban la vida, y a veces te ganaban. Tenían una mentalidad asesina. Y un despliegue táctico muy bueno. Eso tenía que ser cosa del entrenador. Hoy en día no sería sencillo que el Dortmund fichara a alguien de segunda división. Pero, por entonces, era totalmente factible».

Pese a todo, Christian Heidel revela que en el Borussia no estaban muy convencidos de que Klopp fuera capaz de completar la transición de héroe local en el Mainz a resurrector de uno de los gigantes, venido a menos, de la Bundesliga. «Tenían sus dudas», dice. La primera vez que Watzke se dirigió al director general del Mainz fue en octubre del 2007, aprovechando la asamblea general anual de la Federación Alemana. Heidel: «Me telefoneó y me preguntó si podríamos tomarnos un café. Por entonces, no le conocía. Nos sentamos a hablar y, rápidamente, la conversación se centró en Jürgen Klopp. Su contrato expiraba a final de temporada. Watzke me preguntó: ‘‘¿Pero tan bueno es Klopp?’’. Y yo le contesté: ‘‘Si le respondo que es muy bueno, usted me lo arrebatará. También podría mentirle y decirle que no vale un pimiento. Pero, entonces, usted le podría ir a Kloppo con que yo he dicho eso y él se enfadaría conmigo’’. Así que le dije: ‘‘Ese chico es un entrenador de Bundesliga’’». Watzke siguió sondeando, sin mencionar de manera explícita al Dortmund. Pero ¿tenía nivel como para entrenar a un gran equipo de la Bundesliga? «Le respondí que Kloppo podría entrenar a cualquier equipo del mundo», prosigue Heidel. «Y el motivo es que cuenta con una gran ventaja [sobre sus colegas]: es verdaderamente inteligente. Encajaría en un gran club. Si lo que busca es un tipo que vaya con traje y corbata, olvídese de Jürgen Klopp. Pero si lo que busca es un entrenador de primer nivel, entonces vaya a por él. Tampoco pretendían tomar una decisión inmediata, pero me consta que, desde aquel día, el Dortmund comenzó a prestarle mucha más atención. Aunque seguían sin estar convencidos del todo. Watzke siguió llamándome, no recuerdo ya la cantidad de veces. Y yo siempre le respondía: ‘‘Vaya a por él, hágalo. Jamás se arrepentirá del día en que contrate a Jürgen Klopp’’».

El fichaje de Thomas Doll sí estaba generando arrepentimiento en Strobelallee. El que fuera centrocampista de la selección alemana, en el banquillo del Dortmund desde 2007, no logró que jugadores ni público se identificaran con el aburridísimo juego que desplegaba. El Dortmund se encontraba más cerca del descenso que de la parte noble de la tabla, acabando la temporada en decimotercera posición; su peor puesto en veinte años. La buena racha que mantuvo el equipo en la DFB Pokal, la Copa de Alemania, cuando, en abril, el Bayern Múnich solo fue capaz de doblegarlo en el tiempo de descuento (2-1), no fue suficiente para tapar todas las vergüenzas de su dirección. «Puede que sea la derrota de mayor valor en la historia de un club» escribieron Sascha Fligge y Frank Fligge en Echte Liebe, una crónica del crecimiento del Dortmund durante la pasada década. «De haber conseguido esa Copa, la directiva del club hubiera tenido complicado despedir a Thomas Doll, pese a que no creyeran para nada en sus cualidades, y Jürgen Klopp jamás habría fichado por el Dortmund. La historia habría tomado un rumbo totalmente diferente». «Aquella derrota [en Berlín] formaba parte del plan estratégico para dejarle el camino expedito a Jürgen Klopp», bromearía Watzke más adelante. Da la casualidad de que Klopp había presenciado el partido en Berlín como comentarista para el canal nacional ZDF, y le confesó al editor del programa, Jan Doehling, que «algún día me gustaría verlo desde el lateral de banda». Cuando regresó a su hotel, los aficionados del Dortmund que había en la recepción le cantaron «Jürgen Klopp, eres el mejor». Querían que tomara las riendas del equipo.

Watzke asegura que siempre confió en que la personalidad de Klopp era lo suficientemente robusta como para afrontar un trabajo tan hercúleo: «Escuchando sus comentarios en las retransmisiones, tuvimos la certeza de que sería capaz de liderar [un gran proyecto]. Jamás nos planteamos ningún otro entrenador. solo queríamos a Klopp». Una reunión secreta mantenida en las oficinas de una amistad de Watzke, no muy lejos de Mainz, aclararía aún más las cosas tras la dimisión de Doll, el 19 de mayo. «En cuanto todos los empleados se fueron, nos reunimos», dice Watzke. «Fue una conversación maravillosa. Le contamos la visión que teníamos del club, que resultaba estar muy alineada con la que él tenía. Michael Zorc ya se había reunido con él un día antes. Ambos queríamos formarnos nuestra propia opinión, independiente de la del otro. Solemos estar de acuerdo, pero, en este caso, el acuerdo era total. De inmediato notamos una química de lo más poderosa».

Sin embargo, otro tipo de química, mucho más sintética, trataba también de atraer a Klopp. El Bayer 04 Leverkusen, propiedad de la compañía farmacéutica del mismo nombre, también había puesto sus ojos en el entrenador. Si bien no tenían el caché de los de negro y amarillo, tampoco tenían problema económico alguno, además de poseer una buena plantilla, muy equilibrada y capaz de plantearse objetivos como la clasificación para la Champions League. «Al principio, Kloppo no quería fichar por el Dortmund, prefería ir al Leverkusen», cuenta Heidel. «Yo le recomendé que fichara por el Dortmund, por todo ese rollo de las emociones, la pasión y tal y tal. Mantuvo una reunión con Wolfgang Holzhäuser (CEO del Leverkusen). No terminaban de decidirse… Y, entonces, el interés del Dortmund se concretó. Pero Klopp no estaba seguro, al principio».

Con una risita, Heidel añade que los emolumentos fueron otro punto candente. «Esa es muy buena. La primera oferta del Dortmund era inferior a lo que Klopp ganaba en la Bundesliga 2. No estaban muy boyantes, por entonces. Kloppo me dijo: ‘‘Pero mira esto, ¡si me ofrecen menos de lo que gano aquí, en el Mainz!’’. Y yo le contesté: ‘‘No te preocupes, te echaré un cable’’. A los del Dortmund les costaba comprender que le pagásemos esa cantidad. Watzke volvió a llamar: ‘‘¿Cuánto le pagan?’’. ‘‘Pues aquí le pagamos un buen sueldo, es nuestro hombre más importante; prefiero ahorrar en jugadores’’, le respondí. ‘‘No me lo creo’’, dijo Watzke. Y le aumentaron la oferta». La mañana del viernes 23 de mayo, en el Hotel Lennhof, en Dortmund, Klopp firmó un contrato por dos temporadas y fue presentado a las 11:00, en el estadio.

 

Lo cierto es que Borussia tenía otras recompensas no pecuniarias que ofrecer. Para empezar, en Josef Schneck tenían a un jefe de prensa muy del agrado de Klopp. «Nos conocimos en abril del 2004, en un evento en Colonia», relata Schneck, un agradable y jovial hombre de sesenta y tantos años. Aquella noche, Klopp iba a recibir un premio al juego limpio, concedido por la asociación de periodistas deportivos, por lo bien que manejó los finales infartantes de las dos últimas temporadas de la Bundesliga 2. Matthias Sammer, quien por entonces era el entrenador del Borussia Dortmund, fue el encargado de dar el discurso laudatorio. «Fuimos con Matthias y su esposa, Karin, y nos sentamos en la misma mesa que Klopp. Fue una velada maravillosa», recuerda Schneck. Es una anécdota conmovedora, en cierto modo, sobre todo considerando que unos años más tarde, en el punto más alto de la rivalidad Bayern-Dortmund, Sammer y Klopp acabarían llevándose rematadamente mal.

«También conocía a Jürgen por las ruedas de prensa [cuando el Mainz jugó en la Bundesliga entre las temporadas de 2004 y 2007]», prosigue Schneck. «En una ocasión el Mainz nos arrancó un empate, en casa, en Dortmund, y yo le felicité por el punto conseguido. Después de todo, que el Mainz consiga un empate en casa del Dortmund es todo un logro, ¿verdad? Pero él se quedó mirándome y me dijo: ‘‘Felicidades a ustedes, también’’. Típico de Klopp. Y después de fichar por nosotros, en las primeras semanas, no hacía más que tomarle el pelo a Michael Zorc: ‘‘No estaba nada seguro sobre fichar por el Dortmund o no. Pero estaba al tanto de que teníais un buen jefe de prensa, así que, tampoco debía de ser un club tan malo’’».

Y, lo que es más, hay muy pocos clubes que pueden contar con un apoyo tan fervoroso. En su presentación, Klopp les dijo a los periodistas que el famoso «Muro Amarillo» del estadio Signal Iduna Park, la grada más grande de Europa con cerca de 25 000 localidades, «despierta la pasión futbolística que arde en mi interior». «Todo el que haya estado en este campo sabe que [el Muro Amarillo] es algo que va más allá de lo especial, una de las cosas más impresionantes que se puede encontrar en el mundo del fútbol. Para mí es todo un honor ser el entrenador del BVB y tener la oportunidad de devolver su grandeza a este club. Es algo muy bonito. Estoy terriblemente contento de poder trabajar aquí». Alguien le preguntó si no era un paso enorme, cambiar un club carnavalero como el Mainz por uno de los pesos pesados de la historia de la liga. «Tampoco es que fuéramos de fiesta en fiesta en Mainz», sonrió. «Trabajábamos con mucha disciplina. Me siento más que preparado».

Por la ciudad corrieron los rumores de que, tanto algunos de los patrocinadores como algunas de las compañías involucradas en la reestructuración de la deuda del club hubieran preferido a un entrenador más sofisticado, un gran nombre con tirón internacional.

Puede que fuera por eso, para calmar los recelos, por lo que Klopp se puso chaqueta en la sala de prensa. Pero nada de corbata. «En secreto, sin hacer mucho ruido, ha trabajado durante los últimos meses para refinar su vestuario», publicó el Frankfurter Allgemeine Sonntags-Zeitung. Pero su indomable retórica era todo un homenaje al tan arraigado amor por el fútbol como entretenimiento visceral, como forma de identidad y experiencia casi religiosa tan típicos de esa región de clase trabajadora.

«Siempre hay que intentar hacer feliz a la gente, jugar con un estilo reconocible», prometió. «Cuando los partidos son aburridos, pierden toda lógica. Mis equipos nunca han jugado al ajedrez sobre el campo. Espero que podamos contemplar algo de juego rápido por aquí. No siempre lucirá el sol en Dortmund, pero tenemos la oportunidad de hacer que luzca más a menudo». Freddie Röckenhaus, periodista del Süddeutsche Zeitung que seguía al BVB, quedó muy impresionado con ese optimismo. «Si Klopp es capaz de dirigir al equipo tan bien como deja titulares, el Dortmund estará preparado para la Champions League muy pronto», escribió. «Le han bastado cuarenta y cinco minutos de su contagiosa verborrea para hacer que los hinchas del BVB se pongan en pie. Si alguna vez ha habido un entrenador cuya mentalidad casara tan bien con las pasiones que levanta el fútbol en el área del Ruhr, ese es Klopp». Y esa excitación no solo se ceñía a los seguidores del Borussia.

En la página web personal de Klopp un usuario dejó patente su aprobación. «Es fantástico que haya fichado por el BVB», escribió. «No es mi equipo, para nada, pero soy dueño de un buen número de sus acciones. Dada la confianza que tengo puesta en usted, y lo seguro que estoy de su pericia, no veo el momento de que mis bolsillos comiencen a llenarse de dinero». La confianza de aquel inversor anónimo resultó más que justificada. El precio de las acciones del Dortmund se incrementó en un 132 por ciento: de los 1,59 euros por acción de mayo de 2008 a los 3,70 euros el día en el que Klopp abandonó el club, justo siete años después.

EL CAMINO QUE LLEVA A ANFIELD
2012-2015

El 11 de abril de 2014 a las 22:00 Jürgen Klopp quedó con Hans-Joachim Watzke para tomar algo en el Hotel Park Hilton de Múnich y comunicarle que había tomado una decisión. No se iba a ningún lado.

Al arrancar aquel mismo día, antes de que el equipo saliera rumbo a un partido como visitante en el Allianz Arena del Bayern, el entrenador del Borussia Dortmund seguía sin decidirse. Había recibido una oferta tentadora y muy lucrativa desde el noroeste de Inglaterra, la oportunidad de tomar las riendas y revolucionar uno de los mayores clubes del mundo. «Primero nos reunimos en mi cocina», cuenta Watzke. «Sin entrar en detalles, fue una conversación interesante. Creo que dejó su huella, porque, en el avión, me dijo que teníamos que hablar otra vez aquella misma tarde. Yo me había comprometido a cenar con mi hija, que vivía en Múnich, así que solo me fue posible verlo a las 22:00. Directamente, me dijo: ‘‘No aguanto más esta presión. Les he dicho que no’’».

No mucho antes, Ed Woodward, vicepresidente ejecutivo del Manchester United, había volado a Alemania para reunirse con Klopp. La corta aventura de David Moyes en Old Trafford tocaba a su fin y Klopp era el favorito del United para reemplazarlo, para devolverle al juego de los diablos rojos su espíritu intrépido. Woodward le dijo a Klopp que el Teatro de los Sueños era «una suerte de Disneylandia en versión adultos», un lugar mítico en el que, tal y como sugería su apelativo, el espectáculo al que se asistía era de clase mundial y los sueños se hacían realidad. A Klopp no le convenció ese tono comercial —a un amigo le contaría que lo encontró «poco sexy»—, pero tampoco rechazó la proposición de manera directa. Tras casi seis años de trabajo en el Dortmund este podría ser el momento perfecto para cambiar de aires.

Conocedor del interés del United, Watzke intentó convencer a Klopp de que cumpliese su contrato, el cual habían ampliado hasta 2018 el otoño anterior. Dándose cuenta del conflicto que se libraba en el interior del entrenador, de cuarenta y seis años, Watzke cambió de táctica y optó por una estrategia más arriesgada. Aprovechando la confianza mutua y una conexión que había trascendido los negocios para convertirse en amistad, le dijo que no se opondría si quería irse al Manchester United. Tras darle algunas vueltas —y tras aquella conversación en la mesa de la cocina de Watzke— el entrenador del BVB llegó a la conclusión de que su trabajo en el Signal Iduna Park todavía no había concluido.

Pero en el United sentían que todavía era posible seducirlo. Cuando a Moyes le enseñaron la puerta de salida el 22 de abril, algo que hacía tiempo que era inevitable, los corredores de apuestas no dudaron en considerarlo el favorito para suceder al escocés. Los incesantes rumores que cruzaban el Reino Unido obligaron al suabo a publicar un comunicado en el Guardian del día siguiente y acabar con las especulaciones. «El Man. Utd es un grandísimo club y estoy muy familiarizado con su maravillosa afición», decía, «pero mi compromiso con el Borussia Dortmund y su masa social es inquebrantable».

Aun así, Klopp siguió levantando interés en la Premier League. Seis meses después de que hubiera rechazado a Woodward, el club vecino y rival del Manchester United, el Manchester City, realizó un acercamiento. También el Tottenham Hotspurs se interesó por sus servicios. A su vez, Klopp aprovechaba una entrevista realizada en BT Sport previa al partido de la Champions League que enfrentaría al Borussia Dortmund y al Arsenal, para anunciar sus intenciones a largo plazo. Preguntado si una vez que sus días en el Borussia tocaran a su fin vendría a Inglaterra, la respuesta no dejó lugar a dudas. «Creo que es el único país en el que podría trabajar, después de Alemania», asintió, «porque es el único país cuya lengua conozco un poco. Y necesito el idioma para poder desempeñar mi trabajo. Así que, ya veremos. Si alguien me llama, entonces hablaremos».

Como dice Watzke, había enviado su mensaje, alto y claro. El Dortmund atravesaba su primera —y única— mala temporada liguera desde que Klopp se hiciera con las riendas y, de repente, tomar rumbo a un clima más húmedo le debió de parecer mucho más atractivo que antes. Watzke: «Nuestra temporada ya se había ido por el sumidero y tuvimos esa sensación tan característica… Yo tenía muy claro que, después del Borussia, él no iría a ningún otro equipo alemán, sería incapaz de hacer algo así. Siempre dijo que no estudió inglés, pero estoy del todo seguro de que le sacó algo de brillo. Me di cuenta de que lo había hecho. Resultaba obvio que iría a la Premier League. Es donde mejor encaja su manera de jugar».

Romántico empedernido del fútbol, Klopp siempre fue un reconocido admirador de ese tipo de fútbol tan auténtico y libre de ataduras que se practica al otro lado del canal. Durante una concentración invernal en España siendo entrenador del Mainz, en 2007, devoró Fiebre en las Gradas, de Nick Hornby (además de perseguir a una lagartija por toda su habitación armado de su cepillo de dientes y frente a un equipo de televisión); en gran medida, su idea de fútbol físico y apasionado, además de ese empeño en que sus equipos se alimenten de la energía que emana de una grada llena de aficionados, provienen del país en el que nació este deporte. Tanto en Mainz como en Dortmund, los aficionados son capaces de entonar una aceptable versión del You'll Never Walk Alone, conjurando una atmósfera febril que se inspira, claramente, en las (idealizadas) tradiciones inglesas. «Me encanta eso que en Alemania llamamos «Englischer Fußball»: un día de lluvia, con el campo pesado, todo el mundo cubierto de barro hasta las orejas e incapaces de volver a jugar hasta dentro de cuatro semanas cuando termina el partido», le contó al Guardian en 2013. Aquel año, su joven Dortmund se había colado en la elite de la competición europea, aplastando todo a su paso rumbo a la final de la Champions League, mientras que él paseaba su gorra de beisbol con la palabra «Pöhler»: término jergal de la zona del Ruhr que describe a alguien que juega al fútbol a la vieja usanza, «el domingo por la mañana en un pasto, el origen, solo por amor al juego».

Casi exactamente un año después de que Klopp le hubiera dicho que no al United, resultó que su vínculo con el Dortmund no era tan irrompible como parecía. Anunció su intención de dimitir al final de la temporada 2014-2015, asegurándose de dejar claro que no tenía intención alguna de tomarse un año sabático.

En una villa estilo Art Nouveau en el frondoso distrito de Schwachhausen, en Bremen, el teléfono comenzó a sonar unas pocas semanas después del comienzo de la nueva temporada de la Premier League. Mientras los días de Brendan Rodgers en Anfield tocaban a un lento y agónico final, una serie de personas entró en contacto con Marc Kosicke, el agente de Klopp, prometiéndole presentarlo en Liverpool. Uno de ellos, un agente futbolístico alemán, decía que conocía muy bien a Kenny Dalglish. Kosicke prefirió esperar. Por fin, alguien que afirmaba ser Ian Ayre, director ejecutivo del Liverpool FC, telefoneó. ¿Sería posible que discutieran la posibilidad de que Klopp arribara a Anfield? Lo era, contestó Kosicke, pero únicamente a través de una conversación por Skype. Mientras Ayre colgaba, antes de volver a llamar vía la aplicación, Kosicke realizó una rápida búsqueda de fotografías de la directiva del Liverpool. Para asegurarse. Hay demasiado bromista y gente a la que le gusta hacer perder el tiempo a los demás.

 

«¿Dónde puedes ir después de haber entrenado al Dortmund?». Se pregunta Martin Quast, amigo de Klopp desde principios de los noventa. «En Alemania, a Kloppo solo le queda dirigir al equipo nacional; todo lo demás, incluido el Bayern, sería un paso atrás. Kloppo disfruta con las emociones, con la empatía, con volver todo patas arriba, formar parte de algo grande de verdad. Y eso es algo que el Bayern no te puede ofrecer, si lo comparas con el Dortmund. Solo podía imaginármelo tomando las riendas de un club en el extranjero, un club como el Liverpool».

Christian Heidel revela el único escrúpulo que tenía Klopp: su inglés. «Hablamos largo y tendido sobre ello. Me preguntó: ‘‘¿Crees que debería hacerlo?’’. Y yo le contesté: ‘‘Tú sabes perfectamente que tu mejor arma es la palabra. Debes decidir si te ves capaz de expresar en inglés las cosas importantes. Si dejas que sean otros los que hablen en tu lugar, no funcionará. solo serías Klopp al 70%. Tienes que estar completamente seguro’’. Y él contestó: ‘‘Me las arreglaré. Estudiaré y podré hacerlo’’. Y, dado lo inteligente que es, lo logró muy rápido. Creo que, desde ese momento [cuando el LFC entró en escena], ningún otro club habría tenido oportunidad alguna de hacerse con él. Siempre había sentido atracción por ese club, la dimensión emocional de ese puesto le resultaba excitante. No creo que jamás hubiera ido al Manchester City o un club por el estilo; y eso que apostaron muy fuerte por él».

La primera vez que se pronunció el nombre de Klopp en Anfield fue durante la primavera del 2012, cuando se comenzaron a discutir posibles sucesores para Kenny Dalglish. Un intermediario entró en contacto con el entrenador del Dortmund, pero le dejaron muy claro que Klopp no tenía intención alguna de irse. Estaba a punto de conseguir un doblete histórico.

En septiembre de 2015 las cosas fueron mucho más serias, y rápidas. El paupérrimo arranque de temporada de Brendan Rodgers provocó que los dueños del Liverpool, el Fenway Sports Group (FSG), grupo con sede en Boston, sondeara el mercado en busca del siguiente entrenador. «Queríamos a alguien con experiencia y éxitos al más alto nivel», explica el presidente de FSG, Mike Gordon, de cincuenta y dos años. «Jürgen contaba con éxitos a nivel local, en la Bundesliga, como es obvio. Estaba claro que había logrado el éxito en Alemania, además de dejar un par de buenas actuaciones en la Champions League. Creo que, para todo el mundo, sus credenciales dejaban claro que era uno de los mejores candidatos, si no el mejor. Además, nos gustaba el estilo de juego que desplegaba. Tanto su energía como el énfasis que ponía en el ataque: un fútbol que era electricidad pura, alta tensión, atractivo. Así que, desde el punto de vista futbolístico, fue una decisión relativamente sencilla y obvia.

A pesar de que, en palabras de Gordon, Klopp exhibiera «unos cimientos más que obvios sobre los que apostar», el hombre fuerte de FSG en Liverpool llevó a cabo las debidas diligencias sobre el alemán para cerciorarse de que la emoción que suscitaba tenía una base real. «Intenté dejar a un lado su popularidad en el mundo del fútbol y su carisma para analizarlo de manera objetiva», cuenta el que fuera gestor de fondos de inversión, alguien que comenzó vendiendo palomitas de maíz en los partidos de béisbol cuando era un crío. «Realicé junto a otra gente del club un estudio exhaustivo, decidiendo cómo evaluarlo basándonos en aspectos meramente analíticos y futbolísticos. Es un proceso muy parecido al que se realiza en el mundo de las inversiones cuando se quiere afrontar una gran operación. Y me alegra decir que —aunque ahora hayamos llegado a un punto en el que esto resulta más que evidente—, pese a que su reputación en el mundo del fútbol era enorme y estaba por las nubes, lo cierto es que los hechos eran, todavía, mucho más convincentes y persuasivos».

La investigación realizada por Gordon señaló que, en Mainz y Dortmund, Klopp había tenido «un efecto decididamente positivo, en sentido cuantificable, con relación a lo que se presuponía». En otras palabras, que el suabo había logrado mucho más de lo que se esperaba de él. Para el Liverpool, cuya estrategia se basa en un uso más racional de sus recursos, a diferencia de lo que estilan sus rivales económicamente más poderosos de la Premier League, el atractivo resultaba más que obvio. «Desde un punto de vista futbolístico, era algo muy evidente», dice Gordon. «Aunque, como es natural, tampoco sabía si la filosofía y la personalidad, tanto del club como de Jürgen encajarían. El acoplamiento tenía que ser mutuo. También teníamos que saber si Jürgen querría liderar el programa y proyecto futbolístico del Liverpool. Estos eran unos puntos muy importantes que había que dejar claros».

El 1 de octubre se celebró una reunión en Nueva York. Por desgracia, el secretismo al que aspiraban Klopp y Kosicke fracasó desde un primer momento. En la sala que tiene Lufthansa en el aeropuerto de Múnich, uno de los trabajadores le preguntó a Klopp —cuya gorra de béisbol no dejaba demasiado lugar al incógnito— el motivo por el que viajaba al JFK. Su respuesta fue: «Vamos a un partido de baloncesto». Una explicación de lo más plausible, si no fuera porque todavía quedaban cuatro semanas para el comienzo de la temporada de la NBA.

Una hora después de llegar a Manhattan, los alemanes volvieron a ser descubiertos. Cosas de la vida, el recepcionista del Hotel Plaza en la Quinta Avenida era de la misma ciudad en la que el entrenador desarrollara su carrera futbolística. «¡Será posible, pero si es Kloppo!» exclamó en todo su acento maguntino. Pero, fuera como fuere, no se filtró la noticia de aquel viaje secreto.

El accionista mayoritario de FSG, John W. Henry, el presidente del LFC, Tom Werner, y Gordon se reunieron con Klopp y su agente en las oficinas de Shearman & Sterling, un bufete de abogados en la Avenida Lexington, a unas pocas manzanas dirección este. «Lo primero que pensé es que era un hombre muy alto. Y yo no lo soy para nada», ríe Gordon. «Ya era bastante tarde, pero mantuvimos una conversación de lo más larga y sustancial; después, la aplazamos hasta el día siguiente, en el hotel, donde nos reunimos para más conversaciones largas y sustanciales. Quiero enfatizar un aspecto: estas conversaciones fueron siempre bidireccionales. Todo giraba en torno a si Jürgen era el indicado para el Liverpool FC y si el Liverpool FC, nosotros, como propietarios, éramos los indicados para Jürgen». Como se sospechaba, el carisma de Klopp iba en consonancia a su constitución («se vale de sus habilidades personales y su manera de relacionarse con la gente, para hacer llegar su mensaje»), pero lo que más impresionó a Gordon fue «la enorme sustancialidad» que percibió detrás de esa sonrisa tan ancha y ese enorme cuerpo. «No fue algo del tipo ‘‘chico, este tipo es verdaderamente encantador, va a ser un todo un pelotazo en las ruedas de prensa y como imagen del club’’. Lo que quedó muy claro, casi en seguida, fue el enorme talento que tiene: no solo en el plano personal, sino en cuanto a su inteligencia, su manera analítica de pensar, su lógica, su transparencia y sinceridad, y su habilidad para comunicarse de una manera efectiva, incluso aunque el inglés no sea su lengua materna. Es algo por lo que creo que no suele hacérsele justicia, porque la gente tiende a quedar encandilada por su fachada.