Mijo, levántese que llegó Belisario

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OTTO MORALES


Contaba el amigo Juan Paz (Jairo León García) que hace unos años Evelio Ramírez Martínez, Bernardo Trujillo Calle, Hildebrando Marín, Guillermo Mejía Mejía, Sergio Trujillo Turizo y quien escribe, compartimos con Otto Morales Benítez un agradable almuerzo en el restaurante “Hatoviejo” de Las Palmas. Su carcajada, incomparable; su lucidez, envidiable; su buen humor, contagioso. Un aguacero cómplice prolongó la agradable tertulia y facilitó disfrutar de las más deliciosas anécdotas contadas por alguien que llevaba más de setenta años en la vida pública y fue ejemplo de rectitud y de sabiduría.

Nos narró el doctor Otto que en visita efectuada por él y Carlos Lleras Restrepo a la casa de Darío Echandía, cuando ese ilustre personaje ya se encontraba deteriorado por el alzhéimer, se dio el siguiente diálogo:

– Otto, le pido el favor que me acompañe a visitar al doctor Echandía, pues Cecilia tiene que atender unos compromisos urgentes.

El doctor Morales replicó que le parecía una visita inútil pues la salud del ilustre expresidente ya se encontraba tan maltrecha que difícilmente los reconocería. El doctor Lleras insistió y, ante tan obligatoria solicitud, los dos personajes se dirigieron a la casa del Maestro. Agrega el doctor Morales Benítez que su sorpresa fue mayúscula cuando al tocar la puerta salió el mismísimo Darío Echandía a recibirlos.

– A sus órdenes, en qué les puedo servir, dijo el Maestro con muestras evidentes de que no reconoció a los destacados visitantes.

Somos Carlos Lleras y Otto Morales, dijo el primero muy serio, a lo que Echandía contestó:

– No los conozco, pero sigan y se sientan.

Los encopetados visitantes atendieron la invitación y el doctor Echandía procedió a llamar a una persona que, por su aspecto, evidenciaba ser su empleada doméstica. Agrega el doctor Otto que por sus rasgos mostraba ser chaparraluna. Echandía, sumido en su profunda enfermedad, le dijo a su empleada:

– Cuídeme a este par de tipos que son un par de ladrones y de pronto se roban alguna cosa de la casa.

Ante semejante insinuación, el doctor Otto manifestó al expresidente Lleras, con el ánimo de bajarle tensión a la situación:

– Doctor Lleras, usted siempre le ha hecho caso al doctor Echandía, así que cojamos alguna cosa de la casa y vámonos.

Lleras, muy serio, le replicó a Morales:

– Ni en charla Otto, ¡ni en charla!

Y salieron bastante impresionados de la salud del expresidente, quien falleció a los pocos días.

El doctor Otto, caldense, cualquier día de su juventud fue al municipio de Génova, en cumplimiento de su función como presidente del directorio liberal de su departamento (hoy Génova hace parte del departamento del Quindío). Allá llegó donde el jefe liberal de la municipalidad, Pedro Pablo Marín Quiceno, ni más ni menos que el padre de Pedro Antonio Marín, o Manuel Marulanda, o “Tirofijo”. Lo buscó en la tienda de su propiedad. Estando allí, llegó su vástago, por esos días guerrillero liberal. Otto lo invitó a desmovilizarse y este le respondió: “No me desmovilizo. Esperen un poco para que observen lo que traen las mulas como cargas de esa montaña”. No obstante, las inquietudes de Otto y Marín Quiceno, esperaron un buen rato, al cabo del cual llegaron los animales con una espantosa carga: Los cuerpos de algunos dirigentes campesinos, de filiación liberal.

Como todos sabemos, Otto Morales fue Comisionado de Paz en el gobierno de Belisario Betancur. En tal circunstancia le correspondió varias veces visitar y conversar con los jefes guerrilleros, entre ellos con Manuel Marulanda, quien para entonces ya había cambiado de bando: había dejado las guerrillas liberales a la sazón desmovilizadas, y se había afiliado a las Farc. En un día de descanso, de los pocos que por la época disfrutó, estaba el maestro Otto viendo noticias con sus nietos. En un momento dado la televisión publicó una información de Manuel Marulanda, que fue recreada con alguna filmación vieja que mostraba al guerrillero; inmediatamente uno de los nietos del dirigente manifestó: “Mira, ése es uno de los amigos del abuelito”.

¿PUEDE UN DOMINGO CAER LUNES?


Saúl Londoño Pineda era un paisa de pura cepa. Vivió desde niño en Uramita, un bello municipio antioqueño. Allí, aún de avanzada edad, le sacaba a una parcela de su propiedad el pan vivir y en ella permaneció desde tiempos lejanos. Saúl era un citadino que optó por la vida de campo desde que era joven y con ello se alejó de cualquier posibilidad de cultivarse en actividades diferentes. Inteligente, oportuno, buen contertulio, aguardientero y guasón. Saúl, generalmente, solía frecuentar los fines de semana el área urbana de su municipio; de lunes a viernes permanecía en su finca sacándole el sustento a la tierra y esos fines de semana los ocupaba nuestro personaje en vender los productos de su tierra, aprovisionarse de lo necesario para su vida campestre y en tratar de agotar las existencias de aguardiente en bares y cantinas.

Un sábado cualquiera, en las horas de la tarde, Saúl se topó con Domingo Ramírez, su amigo de siempre, y su ocasional compañero de libaciones, a quien invitó a un cafetín cercano al templo de la localidad. Departieron inicialmente al calor de un café y luego se apuran el primer trago. A ése le siguieron varios y, ya a la media noche, decidieron visitar un bar en las afueras del pueblo donde, amén de licor, encontrarían alimentación y dormida. Al amanecer del domingo siguiente los personajes de la historia lograron dormir un poco, pero se levantaron temprano y continuaron con el consumo de licor. Entre dormidas en la mesa de la cantina y libaciones, a Saúl y Domingo los cogió el lunes, que, por lo demás, era festivo. Muy alicorados, con varios trasnochos a cuesta, los dos decidieron iniciar una discusión que, en concepto de los demás presentes, no pasaba de ser “pelea de borrachos”.

Inesperadamente nuestras dos figuras se pusieron de pie, tambaleantes por efectos de tres días de licor y se manotearon sin mucha fuerza. En el forcejeo, Saúl logró lanzar al piso a Ramírez, quien cayó aparatosamente y quedó allí cuan largo era. Saúl, inmediatamente, se paró frente al caído y, guasonamente, lanzó la frase: “¡Hijueputa! Primer domingo que cae lunes”. Genial apunte que retrata al personaje.

Imposible terminar esta anécdota sin contar otra de la que fue protagonista principal un amigo de Saúl Londoño.

Samuel Vásquez fue, en sus años mozos, un operador de maquinaria pesada, con propiedad manejaba buldócer, retroexcavadoras y otros equipos por el estilo. Nació en Carmen de Atrato (Chocó), y por razones de su trabajo terminó viviendo en Frontino, donde se casó, formó y educó a sus hijos y aún vive, ya entrado en años. Mucha parte de su vida en este último municipio lo dedicó a laborar en un vehículo de servicio público de su propiedad. Samuel es un buen contador de historias, repentista, de respuestas rápidas e inteligentes, tomadorcito de licor en su juventud y persona apreciada por los habitantes del pueblo que le brindó hospitalidad.

Cualquier día, hace ya muchos años, Samuel cogió el vehículo de su propiedad para viajar a su residencia y decidió tomar una calle en contravía porque lo llevaría más rápido de regreso a su hogar. La decisión fue desafortunada pues a mitad de la vía se encontró con un policía de tránsito, quien le ordenó detenerse. El guarda se acercó e increpó al conductor: “Don Samuel: ¿no vio la flecha?”, indicándole que iba en contravía. Samuel en forma inmediata y seguramente en medio de algunas copas de licor, le respondió a la autoridad: “Amigo, no vi al indio, iba a ver la flecha”. El policía, que no estaba preparado para tan oportuna respuesta, se sonrió y lo autorizó a continuar. Hoy, esa respuesta, hace carrera en muchos lugares de Colombia.

Enrique Elejalde Arbeláez es un hermano, recién pasado de los sesenta años de edad, que con trabajo y tesón ha logrado superarse y sobrellevar una vida digna. Hace poco un amigo le pidió lo atendiera para hablarle de un tema urgente que debía plantearle y que seguro era de utilidad para los dos. Con los días, se encontraron y el amigo le hizo una respetuosa propuesta a Enrique en los siguientes términos:

–Enrique, están vendiendo una finca en Urabá, barata y con muy buenas facilidades de pago. Además, está recién cultivada con Teca, que produce una madera muy apetecida. Te propongo la adquiramos entre los dos. Esa madera es muy rentable y nos dará buenas utilidades.

Enrique, seguramente interesado en el negocio, preguntó por el precio de la finca y las condiciones del pago de la misma. Satisfecha su curiosidad, interrogó a su amigo:

– Hombre, ¿por lo que viste en esas tierras crees que más o menos para cuándo se podrá estar comercializando la teca sembrada?

El interesado en el negocio respondió inmediatamente:

– Como te dije, la teca está recién sembrada. Es necesario hacerle unas tres podas que seguramente reducirán el número de árboles, en unos veinte años debe estar lista para la comercialización.

Con rapidez y con gran agudeza mental, Enrique respondió:

– No, hombre. Yo no tengo interés en una finca con un cultivo incipiente de teca. Para mi edad, búscate una con cultivo de cilantro.

PARA ÉPOCAS OSCURAS, SACERDOTES QUE FUERON LUZ

 

La violencia política que asoló a Colombia durante diez años, desde 1946, produjo más de trescientas mil muertes, exclusivamente por razones de la militancia política. No es mi intención en esta compilación de anécdotas, estudiar o mirar los orígenes de tales hechos. No obstante, traeré a colación pequeñas historias de esa época nefasta en el occidente lejano: Cañasgordas, Frontino, Uramita y Dabeiba, todas relacionadas con la acción heroica de algunos sacerdotes de la iglesia Católica que fueron desobedientes con las instrucciones que impartían algunos jerarcas, como el obispo de Santa Rosa de Osos, monseñor Miguel Ángel Builes, y seguidas con pasmosa obediencia por muchos clérigos.

Fidel Blandón Berrío fue un sacerdote oriundo de Yolombó, quien llegó en el año de 1950 a servir a las parroquias de Uramita (por entonces, corregimiento compartido por Dabeiba y Frontino) y Juntas de Uramita, corregimiento de Cañasgordas. Blandón Berrío, que había sido secretario del obispo Builes, emprendió campañas tratando de disminuir las consecuencias del enfrentamiento político entre liberales y conservadores. Protegió a los liberales, los refugiaba en la Casa Cural, los visitaba en sus escondites en la selva, llevándoles alimentos, vestuario y medicamentos que recogía entre personas caritativas del pueblo, y los rescataba de una policía politizada y violenta, por lo menos en esa región. Fue un testigo activo de tanta crueldad. Sus experiencias las plasmó en una obra que tituló Lo que el cielo no perdona, que ya lleva varias ediciones y que, cuando fue publicada en 1954, mereció la atención de todo el país. Texto con un contenido dramático, cruel, reflejo cierto de una violencia partidista terrible. Ya el autor llevaba varios años retirado de sus actividades como religioso, cuando publicó, en Bogotá, su novela histórica, lo hizo sin causar ruido y con el seudónimo de Ernesto León Herrera. Quería, así, evitar que continuaran las persecuciones de la misma iglesia y de las huestes conservadoras. En un gesto para impedir que descubrieran la treta, el excura publica una supuesta carta de Ernesto León a Fidel Blandón, donde aparecían como viejos amigos y conocidos.

Blandón Berrío erró por muchos lugares de Colombia dedicado a múltiples labores para obtener su manutención. Finalmente, terminó en Facatativá dedicado a la educación, donde encontró la muerte el tres de diciembre de 1981. En ese municipio de Cundinamarca el exsacerdote encontró paz y tranquilidad, previamente debió cambiarse de nombre, y ya se le conocía como Antonio Gutiérrez Berrío. Había casado con doña Ana Gutiérrez de Gutiérrez, hogar donde nacieron cinco hijos, algunos ya fallecidos. El padre Blandón fue considerado por los habitantes del occidente antioqueño como un héroe, salvador de vidas, apóstol de la paz.

La historiadora Rosa Carolina Gil Jaramillo, en su trabajo de tesis titulado “Interpretación del sacerdote, la guerrilla liberal y la policía en Lo que el cielo no perdona”, expresó: “Tiempo después de publicada la obra, el docente conservador Juan Manuel Saldarriaga respondió, entre otras, a la obra del padre Blandón con la novela De Caín a Pilatos o lo que el cielo no perdonó. En dicho texto, el conservador trató de demostrar que el autor estaba equivocado al defender a los liberales, a quienes Saldarriaga culpaba por las desgracias y la violencia del país. Saldarriaga llamó a Blandón por su nombre y lo acusó señalándolo de ser un mal sacerdote, apoyándose en una cita de monseñor Manuel Canuto Restrepo, quien se caracterizó por su discurso antiliberal: “Para conocer a un sacerdote basta oír a los liberales: si dicen que es bueno, es porque es malo y está con ellos; si dicen que es malo es porque es un sacerdote celoso, que los combate”. De ese talante fue la confrontación, aun la literaria.

Otro sacerdote de la región del occidente antioqueño que dejó su huella positiva en la protección de muchas vidas fue el padre Gonzalo Jiménez, cura coadjutor en Dabeiba y Mutatá; por tal razón le correspondía atender el corregimiento de San José de Urama y visitante permanente de los campamentos de la guerrilla liberal en Camparrusia. El padre Jiménez ofició en estos lugares, a la par que el padre Blandón lo hacía en Uramita y Juntas de Uramita.

Lo que el cielo no perdona se refiere al padre Gonzalo en los siguientes términos: “Este cura, como otros del occidente antioqueño, no servía a los fines que la política reinante había propuesto respecto al clero […] Los curas servían si se plegaban al sectarismo reinante en el ejercicio de su ministerio, porque había que alcahuetear los crímenes, depredaciones e infamias de uno de los partidos, y atacar en el púlpito, en el confesionario y en todas partes a los del otro partido, maldiciéndolos, echándolos de la religión en que nacieron y sepultándolos en los profundos infiernos como si no fueran hijos de Dios”.

En la lectura de la novela del padre Blandón hay una defensa permanente del padre Jiménez. Lo muestra como un sacerdote humilde, comprometido con los pobres, valiente, leal con su iglesia, convencido de que los liberales también eran hijos de Dios. Relata episodios en los cuales Jiménez rescató campesinos de las garras de la policía o de las hordas conservadoras. Fueron múltiples los ingresos del padre Jiménez a los campamentos guerrilleros para dar confesión y comunión a sus moradores.

El padre Misael Gaviria Restrepo, que nació en Envigado el quince de mayo de 1910, fue párroco de Dabeiba durante cuarenta y dos años. Una vez ordenado sacerdote fue designado rector de un seminario en Santafé de Antioquia, pero sin posesionarse fue enviado a la población de Dabeiba en 1942, con escasos treinta y dos años de edad. Allí sirvió con devoción, entrega y entusiasmo a una feligresía que lo adoraba por su comportamiento pacífico, humano y caritativo. Durante la época de la violencia partidista fue un sacerdote protector de su grey, en su inmensa mayoría liberal. Monseñor Gaviria no toleró persecuciones o retaliaciones por razones políticas.

Era particularmente llamativa, y objeto de comentarios favorables y amistosos, su salida dominical a recoger la limosna entre los pobladores del sector comercial y entre quienes iban al pueblo a hacer mercado. El padre Gaviria era invitado por muchos católicos a degustar un aguardientico en ese recorrido, de tal manera que terminaba su jornada con sus guaros en la cabeza. El sermón, en la misa de seis de la tarde, los domingos, tenía su toque de buen humor. Recuerdo, cuando fui rector del Colegio Juan H. White, de ese municipio, uno de los famosos sermones de monseñor Gaviria. Estaba reprendiendo a los habitantes del sector urbano conocido con el nombre de Rincón Santo, por la presencia de algunas casas de lenocinio que perturbaban la paz de los demás habitantes, y con gran facilidad el padre soltó la siguiente frase desde el púlpito: “No parece que ese fuera ningún Rincón Santo, ese más bien es rincón puto”.

Sobre el padre Samuel Ruiz Luján existen distintas opiniones, mientras fue coadjutor ecónomo de San José de Urama, entre junio y noviembre de 1950, cuando fue trasladado a Buriticá, para preservarle la vida, pues fue amenazado por los guerrilleros liberales que no le perdonaban sus discursos incendiarios. Es señalado por el padre Blandón como sectario, perseguidor de liberales, intolerante. No obstante, esas consideraciones, en Frontino algunos liberales lo han señalado de ser su ángel guardián, de no dejarlos asesinar y protegerlos. Es un tema que merece indagación a fondo sobre el paso del sacerdote por la región del occidente antioqueño.

Hubiera querido profundizar la historia del padre Antonio José Ramírez, de quien no pude encontrar información alguna, a pesar de que muchos jefes liberales lo recuerdan en el occidente por su dedicación a defender la paz, la convivencia entre liberales y conservadores y a descalificar toda acción violenta. Puede ser que sea el mismo padre Manuel José Ramírez, quien fue el sacerdote que reemplazó al presbítero Luis Eduardo Zapata en la parroquia de Urrao; muy humano, protector de los liberales, contrario al padre Zapata, quien en Urrao y Frontino tuvo fama de violento, sectario y perseguidor de liberales. Zapata, un sacerdote muy politiquero, frecuentaba maldecir a los rojitos, dicen que tuvo que salir de Urrao en una volqueta, en medio de una caneca, pues su vida corría peligro. Nunca abandonó su posición ultraconservadora. Con cierto aire de frescura recuerdo por los años sesenta del siglo pasado, cómo algunos liberales enviaron a una niña a meterle en los bolsillos de su sotana un paquete de votos (se usaba la papeleta) de los candidatos liberales. La menor, aprovechando un tumulto donde el padre Zapata repartía votos conservadores, le introdujo subrepticiamente el manojo de papeletas liberales. Un buen rato después todos observamos la actitud descompuesta y furiosa del cura, cuando se vio repartiendo votos de sus acérrimos contradictores.

MIS PERSONAJES INOLVIDABLES


De mi abuelo –Ramón Antonio Elejalde Escobar, a quien no conocí, pues a mi nacimiento ya llevaba varios años de fallecido, hecho que sucedió en la sala del Honorable Concejo de Frontino, cuando sintió agredido su honor por otro edil– heredé el amor por las letras, la historia, el partido Liberal y mi pueblito natal. De mis otros abuelos: Mercedes Sánchez, prestante educadora; Eleazar y Ana Arbeláez, recibí siempre afecto, protección y educación. Recuerdo a mi abuelo Eleazar, marinillo de pura cepa, disfrutar las transmisiones de radio en las vueltas a Colombia. Su ídolo era su paisano Ramón Hoyos Vallejo. Al retiro del pentacampeón de la Vuelta a Colombia del ciclismo activo nos dividimos en preferencias, él seguía a “Cochise” Rodríguez y yo a Javier “El Ñato” Suárez. Siempre han sido mis abuelos unos referentes en la vida.

Mi madre, Mary Arbeláez Arbeláez, es también para mí un personaje inolvidable. Guerrera, luchadora, le tocó levantarnos en épocas de mucha pobreza y persecuciones políticas a mi padre, durante la época de la violencia partidista. Dependíamos económicamente, en gran medida, de la colaboración de algunos familiares. Con mucha dignidad y entereza ayudó en la formación de sus diez hijos. Después, al alcanzar mi padre un cargo público, Registrador de Instrumentos Públicos y Privados en mi pueblo, la vida económica de la familia mejoró notablemente y mi madre se convirtió en la secretaria y en el hada madrina del registrador. Ella, con pulcritud y transparencia, mantenía al día los asuntos de la oficina de mi padre.

Mi esposa Nelly del Socorro López, y nuestros hijos Hernán Darío, Jorge Hugo, Paula Andrea y Ana Mercedes, son para mí personajes inolvidables y, obvio, mis nietos Tomás, Emiliano, Guadalupe y Jerónimo, que son la alegría y el aliciente de mi atardecer.

Guillermo Gaviria Echeverri, un gran colombiano que, al decir de Belisario Betancur, fue uno de los antioqueños mejor preparados para ser presidente de Colombia. Siendo yo muy joven, escasamente recién cumplidos los dieciséis años, desempeñándose el doctor Guillermo Gaviria como concejal de Frontino, en noviembre de 1963, le propuso a la Corporación edilicia que me designara como secretario de la misma. Los compañeros de Corporación le preguntaron que si no se trataba de una persona muy joven, y él respondió: “Es buen estudiante, redacta bien y sabe escribir a máquina”. Muy joven y, por su atrevimiento, comencé mi vida de burócrata. Desde ese preciso momento el doctor Gaviria Echeverri se convirtió en mi guía. Cuando la Vicegobernación de Frontino quedó vacante, le sugirió mi nombre, entre otros, a Iván Duque Escobar, el gobernador de turno. Allí estuve durante cinco años hasta que, dos días después de posesionado Bernardo Guerra Serna como gobernador de Antioquia, invitó a Juan Gómez Martínez y a Guillermo Gaviria a recorrer la carretera al mar, ver su estado y mirar las posibilidades de la recuperación de la misma. Durante ese sobrevuelo Gaviria le reclamó, amablemente, a Guerra Serna por tener a “ese muchacho alcalde de Frontino tan olvidado y no promoverlo”. Al día siguiente, el gobernador me designó asistente del despacho. Guillermo Gaviria fue siempre un hombre directo, polémico, nada de nadie se guardaba, culto, emprendedor, creador de empresas.

 

Fabio Hurtado Rave, educador en el sentido exacto de la palabra, humano, respetuoso, de gran bondad. Enfrentaba don Fabio, en el año de 1964, y siendo rector del colegio de secundaria de Frontino, una dificultad con el párroco de la municipalidad, presbítero Luis Eduardo Zapata, quien le dedicó varios sermones de las concurridas misas dominicales. El educador nunca respondió a los temidos ataques del sacerdote. Cualquier día del año dicho, visitó al pueblo el obispo de la diócesis de Antioquia, monseñor Guillermo Escobar Vélez y, en su recorrido pastoral, visitó el colegio que regentaba mi personaje. Este lo recibió con un improvisado discurso que tituló “Entrad a vuestra casa…”, que conmovió hasta las lágrimas al pastor. Fue de tal belleza la pieza oratoria, que allí se hicieron las paces entre sacerdote y educador por mediación del señor obispo.

José Luis Arcila Hurtado, abogado marinillo que vivió largo tiempo en mi pueblo, lugar donde ejerció su profesión por varios años y de donde salió a ocupar una magistratura en el Tribunal Superior de Medellín. Casó con la señora Rosanita Londoño Pineda. No tuvieron descendencia. Arcila Hurtado fue quien me inspiró para hacerme abogado, gran amigo de mi padre, a pesar de las diferencias políticas. Arcila era conservador. Fue de las primeras víctimas de la violencia narcotraficante de Colombia. En un estadero situado en la calle Colombia de Medellín, frente a un almacén de cadena, fue vilmente asesinado el ilustre abogado.

Inicié mi carrera profesional en 1976, para entonces ya había perdido la vida el doctor José Luis, y me prometí visitar su tumba al finalizar mis estudios. No lo pude hacer porque me quedó absolutamente imposible localizar el lugar.

Era un abogado estudioso, riguroso y responsable, hermano del igualmente abogado Ramón Emilio Arcila, cofundador de la Universidad Autónoma Latinoamericana y líder de la izquierda democrática en Antioquia. Eran, políticamente, el día y la noche.

El abogado Julio Samuel Escobar Castrillón es otra persona que me ha inspirado. Su fidelidad a las ideas, sus profundas convicciones políticas y religiosas, así no comparta algunas de ellas, me hacen mirarlo con el más absoluto respeto. Es persona intransigente con la corrupción, seguidor fiel de las ideas socialdemócratas, apasionado defensor de su partido, el Liberal, y comprometido siempre con las causas de los más pobres. En los últimos tiempos, cuando defender una causa política no es nada gratificante, Samuel asistía a todos los eventos de su partido con una bandera roja que ondeaba con orgullo y que exhibía en lo más alto de su vehículo. En Samuel Escobar quiero rendir un gran homenaje a otros dirigentes parroquiales que han sido ejemplo de rectitud y laboriosidad: Gabriela White de Vélez, Teodorico Brant Tamayo, Óscar Arango Tamayo, Carlos Carvajal Díaz, Jesús Arenas, Bernardo Gómez Bravo, Luis Roldán, Ramón Martínez Salas y tantos que recuerdo con cariño, pero que harían interminable la remembranza.

Finalmente, son personajes inolvidables para mí, Ramón Carrasquilla Peña y Camilo García Bustamante, los integrantes del Dueto de Antaño, a quienes Antioquia debe un sitial de honor por todo lo que hicieron por la música andina, en una época que amenazaba perderse para siempre. Camilo y Ramón hicieron eventos para recoger esas notas que el tiempo comenzaba a ocultar. Se conformaron como dueto el catorce marzo de 1941 y permanecieron alegrando los oídos de los colombianos hasta el siete de junio de 1982, cuando falleció en Medellín la primera voz del Dueto, don Ramón Carrasquilla. Camilo lo sobrevivió hasta el día veinte de enero de 1993, curiosamente ambos fallecieron por daños renales. A ambos, especialmente a Camilo, me unió una buena amistad. Cómo no recordar aquí al maestro Arnulfo Baena Sevillano, gran amigo, educador, y mi jefe cuando fue Director de Escuelas Normales; por muchos años fue el guitarrista del Dueto de Antaño.

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