Guerra por las ideas en América Latina, 1959-1973

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La estancia en Moscú se convirtió igualmente en una excelente oportunidad para conocer de primera mano otras realidades de la misteriosa nación: Pacheco visitó Ucrania, Georgia, Uzbekistán, Estonia y se embarcó en un ambicioso periplo de más de 10.000 kilómetros que le permitió atravesar Siberia (algo inusual para un extranjero) y recorrer Vladivostok146. Desvelando aún más su creciente admiración por la cultura soviética, optó por llamar a su última hija Natacha. Ante tal dinamismo, no es sorprendente que el embajador Pacheco se haya transformado en un intermediario privilegiado entre las autoridades de Chile y la URSS. No por nada logró entrevistarse con las más destacadas personalidades del Kremlin (incluido el poderoso secretario general del PCUS, Leonid Brezhnev). Sin embargo, por motivos de índole personal relacionados con la salud de su señora, Máximo Pacheco debió regresar a Chile a comienzos del año 1968, momento a partir del cual asumió la cartera de ministro de Educación, una responsabilidad clave en el contexto del programa reformista del PDC, lo que revelaba asimismo la confianza que había sembrado en el seno de la administración Frei. Tampoco era un azar que en febrero de 1970 volviera a embarcarse en dirección a la URSS, esta vez en su calidad de ministro, con el objeto de firmar dos convenios bilaterales que él mismo había ayudado a gestar durante su anterior misión diplomática: un acuerdo cultural y otro de carácter científico. Los dirigentes locales no lo habían olvidado y fue recibido nuevamente por Nikolai Podgorny, así como por el presidente de la Academia de Ciencias, la Ministra de Cultura y su colega de educación. Consciente de los honores particulares con que fue agasajado, Pacheco agradeció a sus anfitriones, insistiendo sobre los lazos emocionales que lo ataban a la sociedad soviética y recordando que su estancia de tres años había constituido una “experiencia extraordinaria” desde todos los puntos de vista147.

A pesar de la excepcional personalidad y diligencia de Pacheco, la intensificación de las relaciones recíprocas no solo se debió a su entusiasmo. Esta tendencia se mantuvo con la llegada del nuevo embajador Óscar Pinochet de la Barra, quien a partir de abril de 1968, cuando presentó sus cartas credenciales, se preocupó con similar ahínco por consolidar los esfuerzos realizados precedentemente. Con este objetivo en miras, Pinochet de la Barra organizó, por ejemplo, una velada en la residencia diplomática de Chile, haciendo las gestiones pertinentes para contar con la asistencia de la esposa de Leonid Brezhnev y de la célebre cosmonauta Valentina Tereshkova. La presencia de estas figuras era un signo diplomático elocuente, ya que se trataba de la primera vez que ambas mujeres visitaban una embajada occidental148. En sus memorias escritas junto a su esposa Carmiña Alexander, la pareja rememoraba con nostalgia los años vividos en la URSS. Reconociendo que en un primer momento albergaban cierta “ansiedad de llegar a un mundo tan desconocido y tan terriblemente lejos de la patria”, puntualizaban inmediatamente después que “los temores se disiparon desde el primer momento”149.

Además, el matrimonio construyó con rapidez un núcleo de amigos cercanos en la capital soviética (entre los cuales se encontraba el poeta Yevgueni Yevtushenko, el pintor Ilya Glazunov y el matemático Mstislav Keldysh); tampoco perdió ocasión de asistir a los diversos espectáculos de la programación cultural moscovita, ni de desplazarse a lo largo de las distintas repúblicas socialistas (Armenia, Ucrania, Uzbekistán, etc.). Entre los principales colaboradores de la misión diplomática, Pinochet de la Barra destacaba a Valentina Tereshkova, quien “se convirtió inmediatamente en la mejor ayuda de la Embajada de Chile”150. Consciente de la importancia de entablar vínculos estrechos con personalidades notables de la cultura, el representante en Moscú agendó una ceremonia destinada a otorgar la Orden del Mérito Bernardo O’Higgins a tres personalidades soviéticas: Mstislav Keldysh, quien ya había viajado a Chile en 1966; al cirujano Alexander Vishnevsky, presidente de la Sociedad URSS-Chile; y a Valentina Tereshkova151. Su tacto diplomático fue fructuoso. Después de insistir en la significación que tendría la visita a Chile de Tereshkova, cosmonauta que “rebalsó moldes partidistas para convertirse en figura mundial”152, una estadía de esta última terminó por agendarse para marzo de 1972.

Como lo hemos podido observar, la evolución de las relaciones bilaterales no fue un fenómeno ligado exclusivamente a las prioridades políticas de cada administración. A menudo, las motivaciones individuales influyen en la intensidad de los contactos, condicionando a veces las decisiones estatales. Estimamos que en el caso de los lazos Chile-URSS durante la segunda mitad de la década de 1960, la voluntad de los embajadores en Moscú brindó un impulso crucial para modelar la orientación de las prioridades gubernamentales.

La URSS: ¿una mirada positiva de la administración democratacristiana?

Variados testimonios que hemos podido recopilar indican que el gobierno soviético desarrolló una mirada relativamente positiva de la administración Frei. En un continente distante, dominado inevitablemente por la imponente sombra de los EE.UU., los proyectos reformistas que apostaban por una línea internacional menos condescendiente hacia la Casa Blanca eran susceptibles de generar una atención particular por parte de Moscú. Más allá de la Cuba castrista, América Latina no representaba en los años sesenta y setenta una auténtica prioridad para la superpotencia socialista. En un clima de distensión, el surgimiento de regímenes revolucionarios autoproclamados marxistas podría engendrar presiones y solicitudes de asistencia que el Kremlin no estaba dispuesto a otorgar con la misma holgura que con los cubanos153. La mayor parte de los dirigentes de la URSS, en vez de azuzar experimentos tendientes a reproducir el camino insurreccional de Cuba, recomendaban a sus aliados latinoamericanos emprender una vía gradual, basada en la lucha de masas y en la impulsión de una conciencia revolucionaria dentro del cuadro institucional. Inscribiéndose en la línea pacifista adoptada durante el 20º Congreso del PCUS, la idea era por el momento intensificar, mediante el sostén de los partidos aliados, las sensibilidades antiimperialistas, evitando acelerar por medios violentos la llegada del socialismo154.

En este sentido, la posibilidad de multiplicar los aliados latinoamericanos dispuestos a incrementar las relaciones bilaterales sin tener que incurrir en riesgosos (y onerosos) compromisos políticos, constituía un eje prioritario de la doctrina soviética en territorio americano. No olvidemos tampoco que la experiencia cubana fue uno de los motivos detrás del paulatino desprestigio de Nikita Jrushchov, cuya actitud tachada de “aventurista” durante la crisis de los misiles se habría incorporado a la lista de recriminaciones que terminaron por provocar su caída en 1964. Por lo demás, el vasto programa de asistencia en dirección de La Habana no se tradujo en una acrítica fidelidad ideológica, sino que las relaciones Cuba-URSS, como lo veremos en el próximo capítulo, fueron ensombrecidas en la década de 1960 por constantes tiranteces. En este contexto, no debiera sorprendernos que un antiguo responsable de la KGB como Nikolai Leonov sostenga que:

En esa época las revoluciones espantaban al Kremlin más que a los regímenes reaccionarios, porque si asume un régimen revolucionario, este comienza entonces a pedir ayuda, crédito, dinero, etc. En cambio un gobierno estable, conservador, ahí está, ¿verdad?; se mantienen relaciones normales, no hay problemas ni preocupaciones155.

Esta sentencia tiene que ser tomada con pinzas, ya que la política exterior del Kremlin no representó en ningún caso una doctrina unánime e inmutable, compartida pasivamente por el conjunto de la dirigencia. No obstante, las palabras de Leonov revelan que, al menos en el subcontinente, parecía preferible abogar por tendencias anticapitalistas o progresistas, como la encabezada por Frei, debilitando así la histórica dominación de los EE.UU.156.

La actitud voluntarista hacia la “Revolución en Libertad” se justificaba igualmente por una serie de consideraciones de carácter teórico, claves a la hora de entender la política exterior de Moscú y a las que en general se les brinda poca atención. Una fase reformista era considerada por algunos pensadores soviéticos como una etapa intermedia ineludible antes de la gestación de una auténtica revolución socialista. Este periodo de transición era concebido como una condición preliminar de primera importancia para preparar el terreno de las transformaciones radicales que, tarde o temprano, terminarían por estallar por doquier a escala mundial. A menudo calificada como “vía anticapitalista”, “democracia nacional” o “democracia revolucionaria”, este estadio de desarrollo debía permitir una paulatina modificación del sistema socioeconómico gracias a la expansión de la intervención estatal, la puesta en marcha de una profunda reforma agraria y el incremento de la participación popular157 (todos aquellos elementos se encontraban presentes en mayor o menor medida en la agenda del PDC).

Bajo esta lógica, las medidas llevadas a cabo por el gobierno de Frei se adaptaban adecuadamente a las prioridades estratégicas de la URSS. En un análisis de la situación chilena, el experto soviético Iosif Grigulevich –quien será posteriormente identificado como uno de los más temibles y diestros espías de la Guerra Fría– recalcaba en noviembre de 1965 que el PDC “está cumpliendo sus promesas”, manteniendo su firme voluntad reformista158. Ese mismo año, un periodista soviético, un tal Maievski, reseñó un libro dedicado a Chile y subrayó “el trato especialísimo que en la URSS se le está concediendo al auge de la relaciones soviético-chilenas”. En su revelador análisis, el autor dio cuenta de las “medidas de Frei en la limitación de las actividades de los monopolios norteamericanos”, de los “pasos prácticos emprendidos en los últimos tiempos para mejorar las condiciones de vivienda, liquidar el analfabetismo”, valorando también los avances “en la esfera de la sanidad”159.

 

Los detallados informes de Máximo Pacheco, así como las reiteradas invitaciones dirigidas al presidente Frei para que se decida a visitar Moscú, daban cuenta de este interés particular. Los encuentros del Embajador con las figuras más notables de la jerarquía del PCUS, entre otros con el mismísimo Leonid Brezhnev, quien le dedicó 90 minutos y confirmó su aprecio por la administración democratacristiana, reafirmaban esta tendencia. De la misma manera, la estadía en Chile de Andrei Kirilenko160, considerado uno de los diez dirigentes más importantes de la URSS, poco después de la victoria electoral de Frei Montalva se convirtió en un nuevo síntoma que ilustraba la favorable disposición del Kremlin161.

Otros antecedentes legitimaban esta impresión. La Fiesta Nacional de Chile, el 18 de septiembre, comenzó a ser celebrada en la URSS. En 1965, las conmemoraciones incluían conferencias de prensa, programas de televisión, una exposición sobre la literatura chilena, así como diversas veladas organizadas por organismos tales como la agencia de prensa RIA Novosti y la Asociación para la Amistad y Cooperación Cultural con los Países de América Latina162. Los festejos se multiplicaron en los años posteriores, cuando una nueva organización especialmente dedicada a Chile vio la luz con el objeto de fortalecer los lazos recíprocos: la Sociedad URSS-Chile. Con ocasión del 18 de septiembre de 1966, Pacheco fue entrevistado por la televisión estatal, la que también transmitió documentales sobre el país sudamericano. Por otro lado, mientras que una exposición de pintores chilenos fue inaugurada en Leningrado, el Teatro Bolshoi agendó una presentación artística destinada a concluir con broche de oro las festividades163. Similares iniciativas fueron propuestas en 1967, lo que llevó a Pacheco a acentuar el esplendor que había adquirido el 18 de septiembre chileno en la URSS, que “rompe todos los precedentes contrastado con la celebración de los días nacionales de los demás países de América del Sur”. En efecto, la fiesta del Uruguay no fue celebrada y la de Argentina no dio origen a artículos de prensa164.

Pero más allá de estas manifestaciones –reveladoras, sin duda, pero circunscritas al campo de lo simbólico–, la mirada positiva del gobierno soviético se tradujo también, como lo hemos observado, en una política concreta de asistencia (como los convenios y acuerdos firmados en 1967). Ya desde 1965, un primer proyecto de acuerdo en el ámbito cultural fue puesto sobre la mesa por el embajador Anikin, el cual verá la luz a comienzos de 1970. También se encontraba en evaluación el envío de una planta de casas fabricadas a Chile, proyecto que se concretará durante la administración de Salvador Allende165.

En una época de graves controversias ideológicas en torno a las vías revolucionarias para alcanzar el poder y construir una sociedad socialista, la famosa Conferencia Tricontinental que se efectuó en enero de 1966 en La Habana reavivó las discrepancias al concluir con llamados reiterados a la lucha insurreccional. Fue en aquella ocasión que el “Che” Guevara dio a conocer sus exhortaciones a “crear dos, tres… muchos Vietnam”166. Estas reivindicaciones agitaron las aguas con el Kremlin y deslegitimaron la línea más moderada, gradualista, privilegiada por los soviéticos. Un apoyo explícito a las tesis del castrismo no haría más que agudizar las aprehensiones de las fuerzas progresistas no marxistas, como la democracia cristiana chilena, y Moscú no estaba dispuesto a perder el terreno ganado. Ante esta eventualidad, el embajador Pacheco fue convocado por un representante del departamento latinoamericano de la diplomacia soviética, Lev Mendelyevich, quien le transmitió la posición oficial (pero secreta) de la URSS respecto a la Tricontinental. El documento negaba todo sustento a “actividades subversivas”, insistía sobre el carácter “soberano e independiente” de cada país y rechazaba de manera explícita la “exportación de la revolución”167. Al reivindicar el principio de la coexistencia pacífica, el texto en cuestión adoptó una posición claramente divergente respecto a los cubanos, ofreciendo un testimonio indesmentible del deseo soviético de salvaguardar los vínculos cordiales entablados con el PDC.

Cierto es que hacia el final de la administración Frei, los especialistas soviéticos parecían estar experimentando una creciente decepción respecto a la “Revolución en Libertad”, en medio de un contexto de tensiones ideológicas que aumentaban las contradicciones entre los partidos marxistas y el reformismo gubernamental168. Pero estos debates del mundo académico de la URSS no modificaron substancialmente la mirada de la dirigencia soviética. Ya vimos, de hecho, que durante su periplo en Moscú en 1970, Radomiro Tomic fue calificado de “sincero amigo” de la URSS y sus anfitriones subrayaron su “estado de ánimo revolucionario”169.

Cuando, en febrero de 1970, Máximo Pacheco volvió a pisar suelo soviético como ministro de Educación Nacional, fue recibido junto a su sucesor Óscar Pinochet de la Barra por Nikolai Podgorny en una reunión calificada como “excepcionalmente positiva”170. Impresionados por la buena disposición del dirigente, Pacheco y Pinochet de la Barra creyeron oportuno preparar una nota dirigida directamente al presidente Frei. Debemos analizar este tipo de documentos con actitud crítica, ya que tanto los delegados chilenos como las autoridades soviéticas estaban interesados en transmitir una perspectiva favorable para seguir consolidando el acercamiento bilateral, fruto de un empeño colectivo. Sin embargo, el carácter estrictamente oficial de la entrevista, así como la presencia de dos interlocutores chilenos –lo que limitaba la posibilidad de manipulación– nos hace pensar que este sorprendente informe contiene, en efecto, múltiples elementos que cristalizaban adecuadamente la voluntad del Kremlin, demostrando a la vez que, en términos generales, Moscú conservó durante los seis años de administración democratacristiana una mirada fundamentalmente positiva del proyecto del PDC y de las posibilidades que este tipo de gobierno podía brindar a la paulatina inserción de la URSS en América Latina.

Lo primero que Podgorny hacía resaltar era que en materia de política exterior “nuestros objetivos son iguales”, antes de interrogar a sus contertulios sobre la situación electoral de Chile: “¿Por qué no reeligen al presidente Frei que lo está haciendo tan bien?”. Como lo consignaron los chilenos en respuesta, la Constitución no permitía la reelección inmediata de la autoridad suprema de la nación, ante lo cual Podgorny, aparentemente ajeno a las tradiciones electoralistas del país sudamericano, expresó su desconcierto: “Una Constitución que impide reelegir al presidente Frei es una mala Constitución”. Posteriormente, el soviético esbozó una curiosa promesa, que seguramente no fue llevada a cabo, al comprometerse a discutir este tema con los comunistas chilenos con el objeto de modificar este principio constitucional. Después de haber obtenido informaciones suplementarias sobre la contienda presidencial que se avecinaba en Chile y sobre las esperanzas que poseía el candidato del PDC, Radomiro Tomic, el líder del Sóviet Supremo concluía que los resultados electorales iban a adquirir particular relevancia para la URSS, ya que:

Las relaciones entre los dos países avanzaron mucho con Frei y hay buenas perspectivas de que avancen aún más en la misma línea. La política de Frei ha sido favorable para nosotros y para las demás fuerzas democráticas. Por supuesto, sería lamentable que el resultado de la elección detuviera este avance o lo desvirtuara. Chile tiene un papel muy importante en América Latina y su influencia se ejerce sobre todo respecto a aquellos países que no tienen una política progresista. Si siguen así creo que tendrán buenas relaciones con Cuba. […] Tenemos confianza de que los chilenos apoyarán a los círculos progresistas que conduzcan al país por el camino correcto. Si en Moscú tuviéramos más gente que hable español la enviaríamos a Chile a votar por los democratacristianos171.

De ahí a creer que el Kremlin prefería una victoria del PDC en vez de la llegada al poder de un militante socialista abiertamente identificado con el marxismo, como Salvador Allende, hay un gran trecho. No obstante, a la luz de lo que hemos querido recalcar en estas páginas, nos parece perfectamente plausible que las autoridades de la URSS hayan visto con buenos ojos un triunfo eventual de Radomiro Tomic, un candidato que a todas luces aseguraría la continuidad del estrechamiento de los vínculos entre Moscú y Santiago, manteniendo a la vez una política independiente y de carácter altamente reformista. En un contexto marcado por los recientes altercados ideológicos con la Cuba castrista y por la agudización sistemática de las dificultades financieras, definir un respaldo similar al que beneficiaba a Cuba con otro país del continente no parecía ser una opción que sedujera a los responsables del Kremlin. En cambio, la posibilidad de una segunda administración democratacristiana era percibida como un escenario positivo, susceptible de seguir avivando la tendencia hacia una mayor independencia respecto a los EE.UU., sin forzar a la URSS a asumir un compromiso oneroso en un territorio que, a pesar de todo, seguía representando un objetivo secundario para la diplomacia soviética.

1 Alejo Carpentier, El siglo de las luces, La Habana, Ediciones R, 1965, pp. 187-188.

2 Richard Gott, Cuba: a New History, New Haven, Yale University Press, 2004, p. 158.

3 Blas Nabel Pérez, Las relaciones culturales Cuba-URSS, 1530-1989, Moscú, Oficina de Cultura Embajada de la República de Cuba, 1989, pp. 32-37.

4 K. S. Karol, Les guérilleros au pouvoir: l’itinéraire politique de la révolution cubaine, París, Robert Laffont, 1970, p. 11.

5 Antonio Rafael de la Cova, The Moncada Attack: Birth of the Cuban Revolution, Columbia, University of South Carolina Press, 2007, pp. 138-139.

6 Servicio de Archivos del Reino de Bélgica, Archivo Diplomático (en adelante, SARB-AD), Fondo General: Cuba 1953-1954, núm. 12.514, de Fernand Fontaine a Paul van Zeeland, La Habana, 28 de julio de 1953.

7 SARB-AD, Fondo General: Cuba 1953-1954, núm. 12 514, de Fernand Fontaine a Paul van Zeeland, La Habana, 13 de noviembre de 1953.

8 Sobre la amplia gama de movimientos revolucionarios antibatistianos, véase Lillian Guerra, Heroes, Martyrs, and Political Messiahs in Revolutionary Cuba, 1946-1958, New Haven, Yale University Press, 2018; y Rafael Pedemonte, “Roots and Reassessment of the Cuban ‘guerrilla ethos’: From the Armed Imperative to the End of Foquismo”, Contemporanea XIXth and XXth Century History Review, vol. 23, núm. 1, 2020, pp. 53-78.

9 Caridad Massón Sena, “El Partido Socialista Popular y la Revolución Cubana”, en Caridad Massón Sena (ed.), Comunismo, socialismo y nacionalismo en Cuba (1920-1958), La Habana, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, 2013, pp. 260-268.

10 Steve Cushion, A Hidden History of the Cuban Revolution: How the Working Class Shaped the Guerrillas’ Victory, Nueva York, Monthly Review Press, 2016.

11 El periódico clandestino del PSP, Carta Semanal, explicitó su apoyo a las acciones armadas de la Sierra Maestra en marzo de 1958, a pesar de que “como es sabido, nuestro Partido es partidario firmísimo de la solución pacífica” (véase Carta Semanal, 12 de marzo de 1958, p. 1). Agradezco infinitamente la generosidad de Steve Cushion, quien ha compartido conmigo algunas de sus fuentes, entre ellas, varios ejemplares de Carta Semanal.

12 Carlos Franqui, Journal de la révolution cubaine, París, Éditions du Seuil, 1976, p. 566.

 

13 Caridad Massón Sena, “El Partido Socialista Popular y la Revolución Cubana”, op. cit., pp. 261-262.

14 ANC, Fondo Especial, legajo núm. 5, número de orden 88, “Carta mimeografiada, firmada por Juan Marinello, dirigida a Sergio Carbó, relativa a los juicios emitidos por este último en su periódico sobre la Unión Soviética y el levantamiento de Hungría”, La Habana, 12 de febrero de 1958, pp. 2-3.

15 Entrevista del autor con Menia Martínez, Bruselas, 29 de noviembre de 2017. De hecho, la destalinización parece haber sido en Cuba un fenómeno tardío. El suplemento en Hoy Domingo, perteneciente al PSP, publicó en diciembre de 1959 un laudatorio artículo con motivo del natalicio de Stalin, “gran dirigente en la unión de los trabajadores y los pueblos de todos los países”, acusando a los “enemigos del socialismo” que “pretenden inútilmente […] calumniar a la URSS y a los comunistas. […] 1879 – J. V. Stalin 1959” en Hoy Domingo, 20 de diciembre de 1959, p. 8.

16 Es importante destacar que mientras Fidel Castro leía a Marx, simultáneamente se interesaba por estudiar las reformas del New Deal implementadas por el presidente Roosevelt. Véase Antonio Rafael de la Cova, The Moncada Attack…, op. cit., p. 234.

17 Martha Frayde, quien había visitado la URSS y los países socialista antes de 1959, recuerda en sus memorias que a comienzos de 1956 Vilma Espín, destacada militante del M-26 y pareja de Raúl Castro, rechazó comunicarse con ella, ya que, argüía, “eres considerada una comunista” (véase Martha Frayde, Écoute, Fidel, París, Denoël, 1987, p. 54). En efecto, muchos miembros del M-26, como Manuel Graña, Tony López o Ernesto Tizol mantenían fuertes prejuicios contra el PSP y sus prioridades estratégicas. Entrevista del autor con Manuel Graña, Tony López y Héctor Terry, La Habana, 16 de marzo de 2018; véase también Mario Mencía, El Moncada: la respuesta necesaria, La Habana, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, 2013, p. 347.

18 Simon Reid-Henry, Fidel and Che: A Revolutionary Friendship, Londres, Sceptre, 2009, p. 134.

19 Caridad Massón Sena, “El Partido Socialista Popular y la Revolución Cubana”, op. cit., pp. 268-269.

20 Juanita Castro, Fidel y Raúl, mis hermanos: la historia secreta, México D. F., Santillana Ediciones Generales, 2009, p. 320.

21 Enrique Meneses, Fidel Castro: patria y muerte, Coruña, Ediciones del Viento, 2016, p. 75.

22 Fidel Castro, “Conversación con los estudiantes de la Universidad de Concepción”, en Cuba-Chile, La Habana, Ediciones Políticas, Comisión de Orientación Revolucionaria del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, 1972, p. 277.

23 En estos primeros meses, Raúl Castro era constantemente interpelado por sus inclinaciones ideológicas, ya que en febrero de 1953, pocos meses antes del ataque al cuartel Moncada, tuvo la posibilidad de visitar, con una delegación juvenil cercana al PSP, Rumania y Checoslovaquia, luego de haber participado en un festival organizado en Viena. Este viaje constituyó un argumento recurrente durante los primeros meses de la Revolución cubana para justificar la tesis de una connivencia anterior entre el M-26 y el comunismo soviético. No obstante, las simpatías por el Este del menor de los Castro era más bien un hecho circunstancial que en ningún caso determinó el desenvolvimiento de la Revolución cubana. Sobre el viaje de Raúl Castro, véase Robert Merle, Moncada, premier combat de Fidel Castro: 26 juillet 1953, París, Robert Laffont, 1965, pp. 120-122; y nuestras entrevistas con el antiguo militante comunista chileno Luis Guastavino (Viña del Mar, 4 de febrero de 2013 y Viña del Mar, 30 de agosto de 2016), quien compartió habitación con el futuro dirigente de Cuba durante su estadía en Austria en febrero de 1953.

24 Noticias de Última Hora, 19 de agosto de 1959, p. 5.

25 Además del joven Raúl Castro de tan solo 22 años, el único miembro de la “Generación del Centenario” (denominación con la que se conoce a los 160 combatientes que tomaron parte en las acciones del 26 de julio de 1953) que parece haber tenido una conexión anterior con el comunismo es Fernando Chenard. Antes de ingresar a las filas del Partido Ortodoxo y de enrolarse en el movimiento de Fidel Castro, Chenard, de acuerdo al testimonio de Robert Merle, participó en actividades sindicales organizadas por el PSP. Véase Robert Merle, Moncada, premier combat de Fidel Castro…, op. cit., p. 154.

26 Enrique Meneses, Fidel Castro: patria y muerte, op. cit., pp. 75, 199-200.

27 Nikita Khrouchtchev, Souvenirs, París, Robert Laffont, 1971, pp. 463-464.

28 K. S. Karol, Les guérilleros au pouvoir…, op. cit., p. 190.

29 Ibid., pp. 13-14.

30 Ana Julia Jatar-Hausmann, The Cuban Way. Capitalism, Communism and Confrontation, West Hartford, Kumarian Press, 1999, pp. 4-8.

31 Joaquín Fernández, Álvaro Góngora y Patricia Arancibia, Ricardo Núñez. Trayectoria de un socialista de nuestros tiempos, Santiago, Ediciones Universidad Finis Terrae, 2013, p. 39.

32 Archivo General Histórico del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile (en adelante, AGHMRECh), Santiago, Fondo Países: Cuba 1961, “Extractos del discurso pronunciado por el Primer Ministro de Cuba”, diciembre de 1961.

33 Fidel Castro, Discursos pronunciados por el Primer Ministro del Gobierno Revolucionario Comandante Doctor Fidel Castro Ruz en los Estados Unidos de Norteamérica, La Habana, La Revolución en Marcha, 1959, p. 20.

34 Jorge Edwards, Persona non grata, Santiago, Alfaguara, 2007, pp. 28-29.

35 Aleksandr Fursenko y Timothy Naftali, “One Hell of a Gamble”: Khrushchev, Castro, and Kennedy, 1958-1964, Nueva York y Londres, Norton & Company, 1997, p. 18.

36 ANC, Fondo Ministerio de Relaciones Exteriores, legajo núm. 9, número de orden 159, “Discurso del ciudadano presidente doctor Manuel Urrutia”, 3 de marzo de 1959, p. 41.

37 Ibid., 42-43.

38 ANC, Fondo Ministerio de Relaciones Exteriores, legajo núm. 3, número de orden 39, de Joaquín Freire a Raúl Roa, s/f.

39 Aleksandr Fursenko y Timothy Naftali, “One Hell of a Gamble”…, op. cit., p. 27.

40 Mucho más que un instituto especializado, el INRA se convirtió muy rápidamente en el órgano central a través del cual se tomaban las decisiones decisivas. Según Manuel Antonio Varona, adherente inicial de la revolución y posteriormente ardiente opositor, el INRA se había transformado en “un organismo que está por encima del Estado; que manda más que el presidente de la República y el Consejo de Ministro” (véase AGHMRECh, Santiago, Fondo Histórico: Cuba 1959, núm. 5293, de Emilio Edwards Bello al Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, La Habana, 13 de junio de 1959).

41 Entrevista del autor con Jacques Chonchol, Santiago, 29 de agosto de 2016.

42 Nikolai Leonov, “El general Nikolai Leonov en el CEP”, en Estudios Públicos, núm. 73, 1999, p. 95.

43 Antoni Kapcia, Cuba in Revolution: A History since the Fifties, Londres, Reaktion Books, 2009, pp. 31-32.

44 Archivos de la OTAN, C-M (61) 123, “La situation en Amérique latine: Rapport du Groupe ad hoc d’Experts sur l’Amérique latine”, Bruselas, 1.° de diciembre de 1961, p. 8.

45 Nikita Khrouchtchev, Souvenirs, op. cit., p. 464.

46 ANC, Fondo Ministerio de Relaciones Exteriores, legajo núm. 11, número de orden 197, “Comunicado conjunto soviético-cubano”, La Habana, 13 de febrero de 1960, p. 81.

47 Claire Lagonotte, “L’URSS et Cuba, 1959-1972. Des relations opportunistes et conflictuelles”, en Outre-mers. Revue d’histoire, vol. 95, núm. 354-355, 2007, p. 27.

48 K. S. Karol, Les guérilleros au pouvoir…, op. cit., p. 192.

49 Matilde Ladrón de Guevara, Adiós al cañaveral: diario de una mujer en Cuba, Buenos Aires, Goyanarte, 1962, pp. 58-59, 133.

50 K. S. Karol, Les guérilleros au pouvoir…, op. cit., p. 192.

51 Armando Hart, “Lo que preocupa es el radicalismo de nuestra revolución”, en Islas, vol. 3, núm. 1, septiembre-diciembre de 1960, pp. 39-43.

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