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Paloma Salas

El stand up como una disciplina zen Abril de 2019

Palomas Salas (34 años) es una de las pioneras de la stand up comedy chilena. Una de las primeras también en declararse feminista y abordar sus espectáculos desde la perspectiva de género. Muy lejos, sin embargo, de cualquier dogmatismo, su forma de abordar el humor es como ella misma, una mezcla secreta de exactitud y descuido. Ha enfrentado con el mismo desparpajo el cine (Ella es Cristina, 2019), la televisión (Campo minado, Vía X) y la radio. Llegó sin embargo a la comedia por un camino inesperado. Antes de subir al escenario estudió Literatura Creativa en la Universidad Diego Portales.

Lo primero que le sorprendió fue volver a hacer el camino que hacía para estudiar. De alguna forma su aspecto coquetamente descuidaba mantenía algo de estudiante eterna que quiere convencer al profesor que no le interesa nada estudiar y sacarse buenas notas pero lo sigue logrando, implacable.

—¿Por qué estudiaste Literatura?

No sé. Y tampoco se me ocurre otra cosa que podría estudiar. ¿Así como Fonoaudiología, dices tú? Igual podría haber estudiado Teatro. O sea, ahora pienso que me hubiese gustado tener sus herramientas, pero veía a los alumnos de Teatro haciendo ruidos de animales, manoseándose, y yo no estaba preparada para eso.

—¿Pero te ha ayudado la literatura de alguna forma en tu trabajo como comediante?

Yo creo que sí. Creo que si te obligan a escribir ensayos todo el rato, sin parar, y de todas las cosas, especialmente esos ramos que te hacían hacer como rápido, así como en tres días tenías que estar entregando algo de dos o tres páginas, y estar todo el día en eso, aprendes mucho de forma. Aprendes a hablar en un formato, en el fondo. No sé si me explico, es raro.

—¿Qué lugar tiene la escritura en tu trabajo actual?

Yo al principio me sentaba a escribir y escribía párrafos y párrafos de cosas y trataba de aprenderme de memoria esas cosas, y es terrible porque después las dices en otro contexto y no funcionan. Te das cuenta de que en el fondo tiene dos patas la cuestión: una es lo que escribiste en tu casa, y otra es como la ausencia total de ensayo. Como que el ensayo en el stand up no existe, entonces el show es el ensayo, y es terrible porque hay gente que se ducha para ir, y paga estacionamiento y otras cosas, para ir a ver un ensayo, básicamente.

—Entonces, ¿improvisas a partir de una pauta?

Cuento historias largas, como de quince minutos, pero no puede haber un bache muy largo sin un propósito. Generalmente, si hay un bache largo donde no pasa nada, es como que quiero que en esa parte se queden callados, que me escuchen y que haya un silencio porque viene algo más grande después. Pero si estás hablando sin parar de distintas cosas y no hay risas, estás mal.

—¿Y cómo manejas esos silencios?

Con Lexapro (risas). No, ¿cómo manejo esos silencios? Nada, se maneja, es deporte, ya te acostumbras a apestar, no más. Y muchas veces lo podrías decir: “Ah, estoy apestando” y la gente “jajajá, sí…”.

—¿Lo manejas a través de la complicidad?

Yo creo que al final lo único que importa, más que ser chistoso incluso, es que la gente vea que tú estás cómoda y que estás relajada. Porque si tú estás mal, la gente inmediatamente piensa que te va a ir mal o quiere que te vaya mal. Si tú te relajas, ellos se pueden relajar también.

—¿Cuánto lugar tiene la técnica en tu trabajo?

Yo creo que es solamente subirse al escenario sin parar. Y apestar por completo, que es lo que me pasó tres años sin parar, que es apestar profundamente, estar en las profundidades del apestamiento y pudrirte, porque te vas a tu casa y no sabes dónde meterte. Y lo peor es que, más encima, cuando uno está partiendo la gente que te va a ver son tus amigos y tu familia. Y piensan “¿Por esta tontera va a dejar la universidad?”, y apesta. Es muy heavy. La presión es demasiado alta. Incluso, en esa época y gracias a apestar tanto en el stand up pude poner en perspectiva otras cosas que apestaban de mi vida y me dejaron de importar, también.

—¿Como qué?

Tenía un pololo que me ponía el gorro todo el rato y me dio lo mismo. Era mucho peor lo que me pasaba en el bar. Era mucho más grave porque, más encima, era en el segundo piso del Cachafaz, el Cachafaz era un bar donde se hacían clases de tango, entonces los chistes no funcionaban y se escuchaba tango. Una cosa terrible porque bajabas al primer piso y tus papás te decían “simpático”, esos eran los comentarios…, y bajabas y había unos viejos bailando tango.

—¿Por qué lo hacías entonces?

No sé. Yo estuve estudiando el eneagrama, que no lo conocía, y descubrí que mi número es de gente que es capaz de mentir, de matar, de cualquier cosa por caerle bien a gente que ni siquiera me cae bien (risas). Y me ha pasado siempre en mi vida. Como que siento que le caí mal a alguien que igual me cae mal y soy capaz de atropellar a mi mamá para caerle bien a una persona que ni conozco.

—Ya, pero el humor que tú haces no es un humor de caer bien.

Claro, pero ponte tú te cae mal a ti, pero le cae bien a ella (apunta al público), y a ella le cargas tú… Estrategia. No, no sé, pero incluso a la gente que le caigo mal siento que igual le podría caer bien.

—Entonces, ¿hay un trabajo de conquista en el humor?

Sí, y yo creo que todos los humoristas quieren conquistar. Mucha gente piensa que el stand up es reírse de uno mismo solamente, pero yo creo que esa es la estrategia, en el fondo, para poder reírse de los demás. Si te subes al escenario y dices “estoy gorda, soy horrible, soy asquerosa” y todos como “jajajá, ¡es cierto!”, es como “ya, bueno, ya” (risas). Y después puedes decirle a él “cacha, guatón enano, ridículo, no sé qué” y así te vas.

—Ahora, ¿la técnica es empezar con uno mismo?, ¿cómo fue eso para ti?, ¿qué encontraste en ti que pudo ser un motor para la risa?

Me di cuenta de que, si contaba lo que más vergüenza me daba, siempre funcionaba. O sea, si buscaba adentro mío algo que me cuesta incluso decírmelo a mí misma, esas cosas que como que te quieres morir, si las dices en público casi siempre funcionan. Lo que menos hay que contar es lo que más hay que contar. Pero igual es difícil darse cuenta de esas cosas.

—¿Cuáles fueron las primeras confesiones?

Las primeras eran falsas, eran cuando no había descubierto que era mucho más fácil. Pero mi primer chiste, que yo quería mucho y que era una cochinada, igual, y lo voy a contar acá, o sea no lo voy a contar como lo contaba porque ya no me acuerdo tanto, era de que yo tenía un rollo con que había perdido la virginidad muy vieja, había perdido la virginidad como a los 23. ¿Es viejo igual eso, o no? Y tenía ese rollo, el de que yo era sexualmente penca, no sé. Y yo tenía 27 y contaba que todavía era virgen y que nadie hablaba de la “virginidad tardía”, como que le inventaba un nombre y que el himen seguía creciendo y que se engrosaba como una lonja de jamón de pavo. Y tenía un remate muy feminista, pre MeToo, que decía que cuando perdiera la virginidad él iba a sangrar. Y era como “¡bravo!, ¡genial!”.

—¿Y por qué dices que eso era falso?

Porque no es verdad que me pasara eso. Ahora, sería mucho más gracioso y me rendiría mucho más material contar cómo era para mí en realidad a los 23 ser virgen. Y quizá por eso se han alargado más mis historias. Antes inventaba y aparte era asqueroso, a veces no funcionaba en un lugar donde estaba ese señor que iba a ese show con toda su familia. Pero sí es más probable que todo el mundo conecte con la inseguridad de alguien que no ha culeado rodeada de gente que sí. Y, bueno, tiene mucho que ver con hacer una experiencia más universal, también.

—¿Tú dices que la experiencia propia es más universal que la imaginaria?

Sí. Y tampoco queda mucho otra en el stand up, siento yo. Como que el stand up observacional de Seinfeld ya está un poco muerto. Como que en internet hay demasiado más chistes mejores que los de Seinfeld ahora y cada dos segundos. Entonces la única manera de competir con eso es hacer comedia más subjetiva, más de cosas que le pasan a uno.

—Ahora, esas cosas que son secretas, que son vergonzosas, que son íntimas, ¿al contarlas dejan de ser vergonzosas, íntimas? ¿Se arregla el problema? O sea, ¿tiene una función terapéutica el humor?

Sí, en cierta medida sí. Yo creo que cuando te estás riendo de algo ya pasaste por lo menos algunas etapas de crecimiento. Creo. Como, no sé, financieramente soy terrible y vivo endeudada, y la primera etapa es como agobiante. Y después te das cuenta de que tienes el problema y seguramente pasaron un par de cosas antes de que te puedas reír. Si ya te estás riendo, estás mejor, creo.

—Pero, cuando uno ya arregló algo, tiene que inventarse nuevos desastres para seguir haciendo humor…

Bueno, y por eso yo creo que los comediantes cuando se hacen muy famosos y ganan mucha plata se ponen más fomes igual. Pasa eso, siento yo, y es la misma razón por la que la comedia en los países tropicales es supermala. Es porque lo pasan la raja, no necesitan reírse, siento. Están todo el día en pelotas comiendo mangos, ¿y más encima quieren tener estas ideas intrincadas sobre la sociedad y reírte? No es necesario.

 

—¿Es importante conocer al público antes del show?

No. Creo que es importante tratar de actuar con la mayor cantidad de gente diferente. Igual, también creo que no tiene que ser tu ambición, no es necesario ser totalmente transversal. Está bien eso, pero, ponte tú, yo tengo un show todos los lunes en el Comedy, que es una miseria. O sea en el verano, en enero, está lleno siempre, pero en agosto es terrible, yo hago unos shows para cinco personas, que me encantan igual.

—Público familiar.

Pero yo partí haciendo ese show con Felipe Avello hace tres años. Y esa época para mí fue ¡uf! Porque yo venía de Hardcore, donde hacía stand up con la Natalia Valdebenito, con Villouta, la Jani Dueñas y yo; entonces el público eran puras tortas, colas y feministas y pololos enojados. Ese era nuestro público, entonces era superseguro y cómodo, y todo lo que dijera tenía cierta recepción entre gente que al final era la misma gente con la que carreteo. Pero cuando volví a hacer stand up fue terrible, volví a apestar. Volví a cero porque el público de Avello eran unas familias: mamá, papá de Llay Llay (risas). Entonces yo ahí con lo de “el himen crece” y me gritaban “¡qué asco, señora, váyase!”.

—¿Y qué hiciste?

Apesté después de cinco años. Volví a apestar todos los lunes. Apestar, apestar, hasta que de a poco dejas de apestar.

—¿Y cómo se hace?

Con muchas ganas de caerle bien a las familias de Llay Llay (risas). Llegaba a mi casa y no sabía por qué la gente de Llay Llay me odiaba tanto. Yo creo que ahí, en la miniepifanía que tuve, entendí que podía ser más amorosa. Yo antes no era tan amorosa y me fui ablandando un poco y esto que están viendo es lo más amoroso que hay, no queda más. Tuve que encontrar una suavidad y encontrarle la razón a la gente, porque igual tienen razón. Si eres aburrido no es culpa de ellos, es culpa tuya. O que caímos en el mismo lugar equivocadamente y hay que tratar de evidenciar eso: que no es culpa de ninguno de los dos, pero que tratemos de hacer lo mejor posible.

—Es como una terapia de pareja.

Un poco sí. Es como: “Rodolfo, sé que te cayó mal lo que te dije. Tratemos de encontrar algo entremedio, juntémonos en la mitad”.

—Claro, porque, por lo demás, la gente va a reírse a un espectáculo de humor.

Igual hay gente que va a enojarse.

—¿Sí? ¿Y cómo se gestiona la gente que va a enojarse?

No sé. Vienen solos, son hombres sobre los cuarenta y se sientan así (gesto encorvado y con brazos cruzados), y pasa seguido. Una botella de vino tinto, solo, chorrillanas para uno, solo. Una persona miserable, yo creo, pero lo he visto.

—O sea, ¿tú ves a la gente mientras haces tu show?

Sí. También descubrí que el stand up —y acá viene la autoayuda fuerte— es una disciplina superzen, igual. Porque tienes que tener claro lo que estás diciendo, pero al mismo tiempo tienes que estar superpresente. Si alguien se tira un peo en la segunda fila, es primordial y tienes que estar atento a eso y poder reaccionar. Tener espacio mental para esas dos cosas: para honrar tu texto y hacerlo bien, cuando lo tienes, y para estar presente y hacer contacto visual y tener onda con la gente.

—¿Tienes que escuchar?

Sí, un montón. Y estar presente. Lo que yo he descubierto, y que es la base de todo, es que todos preferimos una talla interna que un chiste, con eso todos nos reímos más. ¿O no? A todos nos da risa cuando una amiga te dice algo que es el origen de la talla interna y es ¡muy aburrida!, mala, pero se actualiza cada vez que vuelve a pasar. Y en la talla interna hay hermandad, hay complicidad, estamos los dos presenciando un momento gracioso que está afuera de los dos. Entonces el texto que llevas preparado siempre va a ser más aburrido que algo que pase en el escenario ese día.

—O sea, tú dices que la gente, en el fondo, está tratando de crear comunidad.

Totalmente, y esperando un milagro.

—Empezaste en el humor antes del #MeToo y el auge del movimiento feminista. Llegó esta oleada y tú justo estabas en el escenario en ese momento. ¿Cómo fue para ti eso?

No sé, hay muchas aristas distintas. Por un lado, los comediantes hombres empezaron como a pedir permiso para contar chistes, que es súper ridículo. Como que tenían miedo de que los funaran por un chiste. Sucedió igual, pero fue como: “Oye, tengo este chiste nuevo, ¿qué opinas? ¿Puedo contarlo?”. Como que solo porque eras mujer te pedían una especie de visa. Y, bueno, yo también soy problemática para otras mujeres.

—¿En qué sentido?

Hace una semana me pasó: estaba en un show hablando de la menstruación y dije “me enfermé” como catorce veces, y después del show me dijeron “na’ que ver que digas que te enfermaste, se dice me llegó el período”; porque genuinamente mi cerebro se apaga o no sé, no tengo integradas un montón de cosas que quizá debería. Ayer también, ¿qué dije? Ah, que una mina se chifló, y “no, no se chifló, hizo catarsis”. Entonces yo misma estoy viendo cómo lo hago. Creo que muchas veces se ha dicho de mí o de la Jani que somos “las comediantes feministas”, que es cierto porque somos feministas, pero no es mi pie forzado para escribir mi material de ninguna forma.

—¿Eres comediante y feminista y no una comediante feminista?

Claro, y lo que digo suena feminista porque lo que digo es lo que pienso y trato de decir las cosas lo más parecido a lo que pienso. Muchas veces no podemos porque nos equivocamos, pero cuando se me acercan hombres o incluso otras mujeres y me dicen “¿Qué opinas de…?”. Yo no soy de la idea de censurar y decir estos comediantes no pueden existir más, o qué sé yo, soy de la idea de que si tu chiste es machista, y a ti te gusta y te hace reír tu chiste machista, y a tu público le gusta tu chiste machista, forro de mierda, quizá eres un comediante machista no más. ¿Y qué importa? Lo que pasa es que no puedes ser un comediante machista y esperar que te encontremos bacán todos al mismo tiempo. A mí no me encuentran bacán todos al mismo tiempo. ¿Por qué a ti sí?

—Me encanta la frase de Carlos Caszely: “No tengo por qué estar de acuerdo conmigo mismo”. Es como la esencia del humor.

Oh, qué difícil la coherencia… Yo creo que sí, que la coherencia no siempre está en el discurso ni está necesariamente en lo que estás diciendo, hoy día hay doscientas maneras más de mostrarte coherente: qué sé yo, no vender Clorox en tu Instagram, para empezar, por ejemplo. Creo que ese es un plus: no estar vendiendo Clorox en tu Instagram o elegir tus lugares, no sé. Para mí la coherencia no va tanto en lo que dices en los escenarios, especialmente en los bares, de noche, donde está todo el mundo curado…, ahí estás probando, seguramente vas a decir cosas con las que no estás de acuerdo, o cosas que no van a quedar en tu rutina para siempre. Pero si estás diciendo algo terrible en el Teatro Nescafé, en un show que ya está pulido, es diferente, creo yo.

—¿Tú crees que el humor une?

Totalmente. Algunos, pero sí, de todas maneras. Hablar mal de alguien… Ese pequeño shot adrenalínico cuando decís “¿Y qué me dices de tal persona?” y no sabes cómo va a reaccionar la persona a la que le dijiste, porque puede que te diga “¡Es mi primo!”.

—¿Tú crees que en el fondo la labor del stand up es que la gente se sienta más unida?

Sí, totalmente. Yo creo que el stand up gringo, como ya es una industria tan grande, ya es como una especie de idioma. Es casi rítmico, lo puedes escuchar en la TV de la pieza de al lado y se oyen unos sonidos y unos jajajá y ya sabís que es stand up. Como que suenan, como que hay un ritmo de primicia y remate, entonces la libertad, la espontaneidad de ese modelo tan Comedy Central es poca porque ya es un formato. Pero tú vas a los bares en Estados Unidos y no es así, es mucho más libre.

—Sí, también pasa en Chile con todos estos humoristas de la televisión o del Festival de Viña. Uno los ve en sus shows en vivo y son otra cosa.

Creo que el stand up es en vivo, no es grabado. Lo que uno ve, o sea cuando decís “qué bueno el especial de John Mulaney”, es un Frankenstein lo que estás viendo. Mulaney grabó cuatro veces, editó todas las partes buenas, le suben las risas, es un producto hermoso de mirar y muy perfecto, pero está editadísimo. La vida real es más aburrida, pero en vivo es mucho más chistoso porque está ahí el señor y no sabes lo que va a decir.

—¿Pero qué pasa cuando el escenario es grande, como el Nescafé o el Festival de Viña?

No, ahí ya es otra cosa, lo que tienes que hacer es una secta, ya. Yo estoy hablando de un carrete chico en que salimos todos amigos. Eso es ya religión organizada (risas). Pero pasa un poco igual, pasa un poco. Siento que con los comediantes de acá ha pasado un poco: Avello, Edo Caroe, la Nata Valdebenito, tengo la impresión de que los tres convocan a más gente. Son cada uno una religión distinta, igual. Son gente que amo, gente que de verdad quiero mucho, gente que admiro, que respeto y que, o sea, les robaría todos los chistes a los tres. Son todos como un pedazo de Chile, siento. ¿O no? La Nata también, incluso sus shows con ese traje de dos piezas, siento que es como todas las mujeres que veo en la calle. Es muy loco eso, de verdad reflejan algo tan grande. Yo no tengo eso, ni una posibilidad.

—¿Crees que es más importante para la gente ver a alguien que ver un material o no?

Sí, yo creo eso. Más que decir cosas originales, ser original. Quizá son un poco lo mismo, pero, no sé, tiene que ver con conocerse a uno mismo, y no hay talleres de stand up para eso.

Edo Caroe

La magia del humor negro

Junio de 2014

Edo Caroe (Temuco, 1985), Eduardo Alejandro Carrasco según el registro civil, dejó los estudios de Derecho para dedicarse a la magia. De a poco fue incorporando a sus rutinas de prestidigitador chistes de humor negro. Se especializó en este último rubro, irrumpiendo en varios programas de televisión (Alfombra roja, Mentiras verdaderas), hasta triunfar en los festivales de Olmué y Viña del Mar. Siempre vestido de negro, imperturbablemente serio, sus rutinas no tienen miedo de herir ninguna sensibilidad, al tiempo que exploran el lado oscuro de la nueva clase media chilena.

Edo Caroe, alto, delgado, frío y formal, parecía a primera vista la persona menos dotada para el humor que he visto. La necesidad de conseguir la complicidad del público, que caracteriza a muchas personas que se dedican al humor, no asoma por su cuerpo abundamentemente tatuado. Pero es quizás esa aparente frialdad la base de un humor singularmente efectivo, que mantuvo al numeroso público de la Clínica de Humor hipnotizado en su presentación.

—¿Qué relación tienen la magia y el humor?

En la magia, todo el juego es desviar la atención. En la magia está el clímax, por supuesto, que tiene que ser lo más inesperado posible. Eso también se aplica a los chistes, el remate tiene que ser lo más inesperado posible. La magia no tiene que ver con psicología, tiene que ver con técnica, con interpretación, con cobertura de los movimientos, que también yo lo he llevado a los chistes, a cubrir ciertas palabras para que no se adelante el remate, tiene mucho que ver y a mí me sirve mucho la magia para hacer humor.

—¿Por qué?

Porque mis rutinas están estructuradas como para que pase gente adelante en el escenario, y la magia tiene muchos gags visuales, efectos especiales, que también se usan para hacer reír, no todo tiene que ver con el chiste y con el texto, sino que también con otros recursos para hacer reír.

—Tanto en el humor como en la magia, lo importante es usar los acontecimientos y dividirlos en el tiempo, ¿no es cierto?

La magia es simplemente un contraste entre una situación inicial y una situación final, y ese entremedio que el espectador no puede entender, porque su lógica se lo impide, es cuando se produce la magia. En el humor yo creo que pasa algo similar, en el sentido de que hay una premisa que puede ser bastante elegante, bastante seria y después viene algo muy inesperado que es el remate, que es lo que causa la risa, entonces ese intertanto que hay es lo que se podría comparar a la magia, es cuando se provoca la risa en el espectador. Hay una parte del espectáculo donde yo estoy hablando de algo que me pasó, que es muy personal, porque también uno tiene la posibilidad de sincerarse. Entonces lo que voy a contar ahora es muy personal, pero sirve para contextualizar lo que voy a decir. Hace como dos o tres semanas atrás me enteré de que el tío del furgón se estaba portando mal con mi hija. Entonces me destruyó la vida, es algo que me cagó la vida, porque esto de tener que ir a dejarla e ir a buscarla todos los días es una hueá que no se la doy a nadie (risas). Entonces, por ejemplo, creo que ahí hay un contraste enorme entre una situación y otra.

 

—Claro, estás hablando de otra cosa y los desvías...

Claro, yo entre el público he visto a mujeres que se ponen “así” cuando estoy contando el inicio de la historia, así como “oh, ¿cómo está contando esto?”, y después viene el remate, entonces ahí hay un contraste. Yo lo encuentro precioso ese chiste.

—Los magos en general son personas muy serias.

Es que yo soy una persona muy seria. El humor de la magia es muy errático y muy absurdo, bastante infantil a ratos, entonces yo tenía que ponerme como en un personaje para hacer reír, que es lo mismo que hago ahora prácticamente, yo soy súper serio en mi vida, no soy el florerito de mesa en ninguna fiesta, en ningún carrete ni nada así, no ando tirando chistes todo el tiempo, y en el escenario también me considero una persona sin gracia, a diferencia de otros comediantes que tienen una gracia natural para contar los chistes, y además el chiste es divertido, es cómico, a mí me pasa que siento que mi texto tiene que ser muy bueno para que yo haga reír, porque yo solo con mis caras o con mi postura no soy muy cómico. Yo hago esa diferencia entre los comediantes que son cómicos tan solo de verlos como se expresan y los comediantes que son solo chistosos por su texto. Por ejemplo, no sé si conocen a Bill Hicks, pero Bill Hicks es una persona que uno lo mira y no es para nada cómico ni agraciado, pero su texto es tan potente que al final te cagái de la risa igual. Entonces pasan ese tipo de cosas, y aparte de la magia… Yo me considero esencialmente mago, entonces la magia es un arte muy serio por la forma en cómo se estudia, la forma en cómo se expresa, entonces creo que por ahí va esa seriedad como que tengo, pero que en el escenario es distinta.

—Pero igual debe producir terror dedicarse al humor si sientes que no eres naturalmente gracioso.

Es que ahí la confianza va en el texto, en el guión. Yo cuando me paré en Olmué tenía plena confianza en mi guión, estaba muy probado, a pesar de que era nuevo estaba probado y tenía confianza en lo que escribí yo, en lo que escribieron mis coguionistas. Entonces, claro, por otro lado está esa adrenalina de decir “hey, muchos no me van a considerar chistoso”, pero también es parte de esto, o sea no le voy a gustar a todo el mundo.

—Hay un par de chistes que eran bastante buenos pero que no funcionaron y tú lo explicitabas, decías “ay, qué fome el chiste”, o “no salió”. ¿Fue premeditada la idea de autodenunciarse, de hacer patente que un chiste no funcionó?

No, hay chistes que yo sé que... los entienden pocas personas, y también de esas personas que los entienden hay un grupo más reducido que los encuentra chistosos. Pero siempre pongo esos chistes en mi libreto, en todos los espectáculos pongo unos dos o tres chistes que después yo me refiero a ellos como “oh, fue un chiste de mierda, lo vamos a eliminar del libreto, realmente no sirve o ustedes son muy hueones”. Como que intento transparentar que es un chiste que yo sé que puede que no funcione.

—¿Y por qué lo haces?

Porque es chistoso igual, por lo general cuando uno explicita que el chiste es malo como que hay un dejo de complicidad, de “él sabía que era malo y lo tiró igual”. Por lo general, lo que hago en vivo no tiene nada que ver con lo que hago en televisión. Lo que hago en vivo es mucho más extenso en tiempo, es mucho más arriesgado también en cuanto a los chistes, es más inmoral también, y siempre el libreto está estructurado como en cinco bloques, donde el primer bloque son puros chistes en los que necesito la risa de todo el público, que se entienda rápido y que sean efectivos, y la mayor cantidad de chistes inmorales va en ese bloque, para que la gente entienda más o menos de qué va a ir el resto del espectáculo y también sepa de qué nos vamos a reír. Y después, como en el medio por lo general, voy poniendo los chistes que son más largos, o los chistes de desarrollo, los chistes clásicos, estilo Dino Gordillo, ese tipo de chistes, y por lo general los relatos tipo stand up los dejo para el final.

—Cuando tú ya sabes que el público está preparado.

Claro, porque a mí lo que más me cuesta es relatar. Los one liners o chistes cortos así de una son los que me cuestan menos, me cuesta menos escribirlos y son los más efectivos, yo creo, cuando hago humor. Entonces, más o menos está estructurado así, pero a lo largo de todo el libreto hay chistes cortos.

—¿Cómo se te ocurrió explotar la veta del humor negro?

Siempre me gustó, desde el colegio, desde chico, que era como hacer mucha burla, mucho sarcasmo, mucha ironía, entonces eso cuando empecé a hacer magia lo empecé a llevar a mis rutinas, y después en televisión había una necesidad de hacer más chistes, de crear más textos. Yo fui a un programa que necesitaba chistes, que era Coliseo romano, entonces empecé a escribir chistes que tenían que ver con el humor negro y ese programa censuraba mucho, entonces no me dejaban pasar los chistes que tenían que ver con enfermedades, que tenían que ver con tragedias, entonces yo seguí escribiendo pero no podía decirlo en televisión. Me di cuenta de que había un grupo bien numeroso de personas ávidas de ese tipo de humor. Gente que lo buscaba en el stand up británico o en el stand up gringo, que veían a los comediantes de afuera como para buscar ese tipo de humor que en Chile no se hacía mucho. Entonces, hubo un grupo bien grande que empezó a disfrutar de ese humor y eso también a mí me llevó a escribir un poquito más, pero tenía un poco que ver con esa necesidad de hacer humor con otras cosas. Estaba un poquito cansado de escuchar los mismos tópicos de siempre.

—¿Cómo se escribe un chiste?

Por lo general, mi fórmula es poner un tema y de ese tema sacar tres chistes por lo menos. El primer chiste tiene que ser un chiste corto medianamente pensado, o sea que la gente tenga que procesarlo un poquito, después viene otro chiste un poquito corto también, pero que es un poco agresor. Yo por lo general intento partir con una exageración o con un comparativo, los más qué, o era tan, tan gordo que... algo así, para después ir a algo como más firme.

—¿Podrías dar un ejemplo de tu forma de estructurar los chistes?

En mi show Tercermundistas me propuse como desafío hacer humor sobre el aborto, que es un tema igual sensible para muchas personas, que se ponen bien reticentes al momento de escuchar. Entonces, lo primero que hago es partir con un juego de palabras, es como una de las cosas más simples en el humor, hacer un juego de palabras. Entonces empiezo simplemente a poner el concepto, aborto, y poner todo lo que tenga que ver con el aborto, bebé, mujer, violación, meses, kilos.

—Centímetros...

Centímetros, placenta, fórceps, etc. Y de ahí de cada palabra voy intentando hacer un juego con esas palabras, intentando por supuesto que sea chistoso. Entonces, mi set en esa parte partía como “ah, bien, hoy día tenía algunos chistes sobre el aborto, pero al parecer no verán la luz”, o “estuve conversando con mi hija sobre el aborto, se sinceró bastante, yo también me sinceré, esas son las cosas lindas que te permite la tabla ouija”. Entonces, lo primero es claro, salió del juego de palabras, aborto, dar a luz, nacimiento, y con esta ambigüedad la palabra de dar a luz, de nacer y de dar a luz a conocer también.

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