Ética para directivos y consejeros

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

«la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona». 5

Desde nuestro punto de vista, a la ética de empresa le corresponde desarrollar un conjunto de conocimientos que permitan evaluar las consecuencias que las distintas decisiones pueden tener sobre la calidad moral de las personas que las han de adoptar (directivos, empleados, etc.). Como tendremos ocasión de referir, el punto clave será analizar los efectos que las decisiones tienen en el desarrollo de las virtudes morales de quien las toma. Ver qué alternativas de acción son las que conducen a los empleados a ser mejores personas, más virtuosas (leales, veraces, solidarias, etc.), más capaces en el futuro de realizar acciones éticamente valiosas. Es la calidad humana y profesional de los empleados, la que hace a las empresas más honestas y competitivas.

Necesidad de motivaciones claras y consistentes

para implantar una sólida cultura ética

Señalamos anteriormente, que los escasos avances en implantar una cultura ética en las empresas, se debían también a la falta de motivos claros y consistentes por parte de los accionistas o dirigentes.

Con frecuencia las empresas adoptan una cierta postura ética por un conjunto de motivos, que podríamos denominar de utilitaristas (pensando principalmente en mejorar los resultados presentes o futuros): para recuperar su imagen dañada por algún escándalo; para conseguir tener una buena reputación, y así tener más facilidad en atraer buenos empleados, clientes, e inversores; para mejorar las relaciones con sus stakeholders (empleados, proveedores, bancos, etc.).

Sin embargo, los motivos que acabamos de mencionar no son suficientes para desarrollar una sólida cultura ética. En las relaciones con los clientes, empleados, proveedores o accionistas, se presentan con frecuencia situaciones en las que lo más fácil es silenciar una parte de la verdad, no cumplir con justicia todo aquello a lo que se está obligado, o no ser leal con una relación (contrato de trabajo, etc.) que se estableció ya hace un buen número de años.

Para que los criterios éticos presidan todas las actuaciones de la empresa, es imprescindible, tal como ya explicamos, promover la calidad ética de los empleados (fomentando virtudes, como la justicia, veracidad, lealtad, etc.). Y ello requiere que los dirigentes sean firmes y coherentes a lo largo del tiempo, y tengan un gran aprecio por la verdad y por los valores éticos. Actuar bien –respetando las personas, siendo justos, verdaderos, etc.– debe ser el criterio supremo en todas las decisiones que tomen en la empresa.

2. Ética, ¿de qué hablamos exactamente?

La ética es una rama de la filosofía cuyo objeto de estudio son las acciones humanas desde la perspectiva de su valor moral. Es un saber filosófico sobre el hombre, de tipo práctico: estudia un objeto práctico (la conducta), con una finalidad práctica (cómo se debe actuar).

Las acciones humanas pueden ser estudiadas por la psicología, la sociología, la medicina, etc. La ética, al menos en su interpretación más clásica, analiza esas acciones desde la perspectiva de cómo contribuyen al perfeccionamiento de la persona humana.

La ética juzga sobre lo que puede ser considerada como una vida ‘buena’ una vida lograda, digna, plena de sentido– y analiza el valor de las actuaciones de los individuos a la luz de ese ideal humano. 6 Considera que son buenas todas aquellas acciones que conducen a una vida ‘buena’, y malas todas las que la imposibilitan.

Muchas corrientes filosóficas y religiosas coinciden en reconocer un conjunto de características fundamentales que integran lo que puede considerarse como una vida buena, lograda: honestidad, veracidad, amistad, solidaridad, etc.

Concepción de persona

Contamos con una extensa reflexión filosófica y teológica sobre el ser humano y la dimensión moral de sus actuaciones que se remonta muchos siglos atrás. La teoría ética que seguiremos se apoya en la concepción del hombre de la filosofía griega clásica (Platón, Aristóteles, Estoicos, etc.), tal como fue asimilada y desarrollada por la tradición judaica y la filosofía cristiana (San Agustín de Hipona, Santo Tomás de Aquino, etc.).

Partiremos de la observación de lo que es la persona, de como se manifiesta. Al observar a los hombres y mujeres, al tratar de conocer la naturaleza humana, se descubren un conjunto de inclinaciones corporales y espirituales que la caracterizan: 7 el instinto de conservación, la capacidad de comunicación y de relación con los demás, la posibilidad de ser dueño de sus actos, etc. Resulta evidente, tras esa indagación que el ser humano es, usando una expresión clásica, un ‘animal racional’, un ser vivo, corpóreo, dotado de inteligencia y voluntad.

Como animal comparte con otros seres un conjunto de necesidades e inclinaciones, como la necesidad de nutrirse, el impulso de conservar la vida o la tendencia sexual. Pero a diferencia de los animales, el hombre tiene conciencia de sus necesidades e impulsos, examina cómo integrarlos en el conjunto de su vida, y decide en qué medida los va a satisfacer.

Esa capacidad de poder gobernar su vida manifiesta que es un ser inteligente y libre. Con su inteligencia puede conocer la verdad 8 y el valor de las cosas, el bien que está presente en ellas. Al relacionarse con las cosas capta no sólo si lo que le rodea le puede resultar placentero o útil, sino también el verdadero valor (bien) que las cosas tienen en sí, por las perfecciones que poseen.

Es clásica la distinción de Aristóteles entre bienes honestos, útiles y deleitables (cfr. Ética a Nicómaco, II, 3, 1104 b). Bien honesto (también llamado bien humano o moral) es aquél que es querido por sí mismo, que es digno de ser amado, que perfeccionan el agente como ser humano (la amistad, conocimientos verdaderos, etc.). El bien deleitable es el que por sí mismo agrada a los sentidos y es querido por la satisfacción o placer que produce (la salud, los alimentos, etc.). Bien útil es aquél que es deseado en orden a alcanzar otro fin (un bien honesto o deleitable). Hay bienes como los alimentos que sólo pueden ser captados en su dimensión de bien deleitable o útil (por su valor nutritivo, efectos benéficos para la salud, etc.). Los bienes honestos, como el saber medicina, pueden ser queridos tanto por su valor (en este caso, como conocimientos que pueden ser empleados para curar personas) como también por la utilidad que reportan (como medio para enriquecer, para tener prestigio, etc.).

El hombre tiene también capacidad para evaluar la calidad moral de las acciones o cosas: entiende en qué medida realizar determinadas acciones o dirigirse a la posesión de ciertas cosas es conveniente para alcanzar su perfección. Esta dimensión de la razón, llamada razón práctica, permite a la persona evaluar sus acciones en función de su bondad moral, y no con base al placer que le pueda aportar o a su perfección objetiva.

La voluntad se siente atraída por el bien que la inteligencia capta en las cosas, pero no está totalmente sujeta a lo que el entendimiento le muestra como atractivo o a los dictados de sus instintos, impulsos, afectos o sentimientos.

El ser humano es libre, y aunque influenciado por los demás y por el ambiente que le rodea, obra con dominio y señorío. La persona escoge cómo actuar y qué hacer de su vida; puede practicar o no una determinada acción; la voluntad decide si elige o no el objeto que le presenta la inteligencia como deseable.

Una de las consecuencias de la libertad es que el ser humano es moralmente responsable por los actos que realiza de forma consciente (con conocimiento del bien que está en juego) y voluntaria (que realiza deliberadamente, libremente, sin ser coaccionado).

La responsabilidad moral por los actos realizados viene influida por muchos factores, como la educación recibida, la cultura, o el ambiente. También depende del grado de conocimiento del bien moral, de la intensidad del consentimiento de la voluntad y de la influencia de las pasiones y de los afectos. 9

Además es un ser social, por naturaleza: necesita de los demás no sólo para subsistir sino también para alcanzar su perfección como persona. Y en su corazón hay una tendencia espiritual (aspiraciones, deseos) potencialmente infinita a la belleza, al bien y a la verdad, que lo encaminan hacia realidades que le trascienden, conduciéndolo en muchos casos al conocimiento y diálogo con Dios.

En los parágrafos anteriores explicamos brevemente cuáles son los dinamismos básicos (los instintos e impulsos corporales y espirituales) que caracterizan la naturaleza humana.

Objeto de estudio de la ética

Decíamos al comienzo de este apartado que la ética, analiza las acciones desde la perspectiva del bien de la persona humana; ahora podemos añadir que ello significa examinar si una determinada actuación se adecua o no a los bienes (perfecciones) a las que tienden las inclinaciones de su naturaleza (conservar la vida, conocer la verdad, establecer relaciones justas e amistosas con los demás, etc.).

Conviene ahora que expliquemos que los bienes a los que tienden esas inclinaciones (a los que podemos calificar de ‘naturales’) no son por sí mismos buenos para la persona (o sea, bienes ‘humanos’ o ‘morales’), sino que pasan a ser ‘buenos’ cuando son captados y regulados por la razón.

Algunos de los dinamismos presentes en la naturaleza humana, como la tendencia a la conservación o el instinto sexual, pueden en algunas circunstancias arrastrar a la voluntad con tal intensidad hacia ciertas conductas no deseables, que su seguimiento constituye un obstáculo para la consecución del bien general de la persona. Ello ocurriría por ejemplo si la inclinación a la conservación de la vida se tradujera en la injerencia de comida o bebida en exceso, lo que podría repercutir negativamente en la capacidad de ser dueño de sus actos o de establecer buenas relaciones con los demás.

 

El ser humano si desea aspirar a una vida «buena», ha de articular entre sí, y contrapesar, las inclinaciones que experimenta. La perfección de su vida o, lo que es lo mismo, la perfección de su naturaleza humana requiere, entre otras cosas, procurar que la satisfacción de algunas de las tendencias no sean obstáculo a la consecución de otras (principalmente de aquéllas que la razón descubre como más valiosas).

Es la razón la que capta la medida cierta en que las inclinaciones naturales han de ser seguidas y, con la ayuda de la voluntad, asume la función de integrarlas para que se encaminen en la dirección de una vida ‘buena’.

Son buenas todas aquellas acciones que contribuyan

a desarrollar las virtudes morales

Veamos a continuación como los bienes humanos de más valor para una persona son las perfecciones que pueden adquirir sus tendencias sensibles (afectividad, estados de ánimo, etc.) y racionales (inteligencia, voluntad, etc.), que reciben el nombre de virtudes morales 10.

El ser humano –su cuerpo, su inteligencia, su voluntad, etc.– está sujeto a las leyes de crecimiento y deterioro, puede adquirir nuevas perfecciones o perderlas.

La agilidad, la fuerza, la belleza o la salud son perfecciones de los dinamismos corporales. Adquirir una cultura humanística o ser perspicaz son cualidades de una inteligencia cultivada. El controlar la ira, el vencer la pereza, el ser capaz de hacer aquello que deseamos o el vivir la justicia en las relaciones con los demás son perfecciones de la voluntad.

La tradición filosófica y religiosa a la que nos venimos refiriendo, siempre ha considerado que esas perfecciones tienen diferente valor humano, que no todas son igualmente importantes para alcanzar una vida lograda. Por ejemplo, ha entendido que, desde una perspectiva global de la vida de una persona, la sabiduría (conocer lo que es importante para llevar una vida feliz), la amistad o la honradez son perfecciones o bienes de mayor entidad que la salud o el tener resueltas las necesidades de nutrición 11.

Las perfecciones de las tendencias sensibles (autocontrol, sangre fría, capacidad de decisión, dominio del miedo, etc.) o de la inteligencia (sagacidad, perspicacia, creatividad, etc.) tienen un valor relativo: serán buenas si van unidas a una voluntad que elige hacer el bien y escoge para ello acciones adecuadas. 12 Veámoslo con un ejemplo:

El presidente y los directivos de Enron, 13 que llevaron la empresa a la quiebra, destacaban por sus capacidades intelectuales (innovaron en la forma de comercializar las fuentes de energía, en la arquitectura jurídica y financiera de la compañía, etc.), pero utilizaron esos talentos para atentar contra los derechos de millares de clientes y accionistas; podrían haber usado sus cualidades intelectuales para hacer más eficiente el mercado mundial de la energía y crear riqueza para la sociedad, pero las utilizaron para enriquecerse personalmente a través de acciones injustas.

Las virtudes son perfecciones de las tendencias sensibles (afectividad, estados de ánimo, etc.) y racionales (inteligencia, voluntad, etc.), que influyen en todo el actuar humano. Se pueden definir como hábitos (disposiciones habituales y firmes) que inclinan al hombre a hacer el bien y a desarrollar todas las potencialidades de su ser: de su carácter, personalidad, etc.

Hay virtudes que están básicamente relacionadas con el entendimiento (prudencia, sabiduría, etc.), otras con la voluntad (justicia, lealtad, veracidad, etc.) y otras con las tendencias sensibles (reciedumbre, austeridad, etc.).

Las virtudes que se asientan principalmente en la voluntad y en las tendencias sensibles reciben el nombre de morales. Por medio de esos hábitos, el hombre y la mujer ordenan las inclinaciones fundamentales de su naturaleza. Por ejemplo, por la virtud de la templanza la persona modera la atracción del placer y orienta diversas inclinaciones corporales y apetitos sensibles hacia un modo saludable de conservar y desarrollar su vida física, a su transmisión responsable, etc. A su vez, la justicia perfecciona la tendencia del ser humano a relacionarse con otras personas, encaminándole a establecer relaciones respetuosas y equitativas con los demás.

El crecimiento de las virtudes morales contribuye, por una parte, a apreciar los bienes de mayor valor: a querer lo que es justo y verdadero, a desear establecer relaciones amistosas con los demás, etc. Por otra parte, incrementa la capacidad del ser humano de regular y encaminar sus inclinaciones fundamentales, y por consiguiente sus acciones, hacia esos bienes valiosos. 14

Las virtudes morales –al aumentar la capacidad de querer aquello que es bueno y de realizar acciones que sean coherentes con esos bienes verdaderos– perfeccionan a la persona en su interioridad y en su conducta, y contribuyen a su realización integral. Por ello se puede afirmar que son buenas todas aquellas acciones que contribuyen a desarrollar las virtudes morales, que hacen al ser humano más leal, verdadero, solidario, etc.

En este libro vamos a desarrollar una visión de la ética centrada en la persona, que coloca su énfasis en el respeto por la dignidad del ser humano y de sus derechos fundamentales, y que reconoce que una de las principales responsabilidades de las empresas es promover el desarrollo integral de sus miembros (principalmente, de sus virtudes morales) y contribuir al bien de la sociedad.

3. Cómo analizar la calidad ética de una actuación

Explicamos en el apartado anterior que la bondad de una actuación depende de que ésta sea conforme con los bienes humanos a los que tienden las inclinaciones fundamentales (corporales y espirituales) de su naturaleza: con la verdad, con la amistad y la justicia, con el valor de la vida, etc. Veamos ahora más en concreto de qué modo se puede analizar el valor ético de un acto.

Las fuentes de moralidad

Son tres los elementos que se han de tener en cuenta para juzgar la moralidad de los actos humanos: el fin perseguido al actuar (la intención del sujeto), el valor ético de la acción exterior elegida (objeto moral de la acción) y algunas circunstancias del acto (circunstancias). 15

La intención o fin del sujeto

La inteligencia capta el bien contenido en las cosas (puede tratarse de un bien real o de un bien aparente) y lo presenta al sujeto como algo conveniente, como un fin a alcanzar. La persona ha de decidir en ese momento si se encamina o no a la posesión de ese bien. Esa decisión se forja en el interior de la voluntad y se conoce habitualmente por ‘intención’ o fin del sujeto.

En la realización de un acto pueden estar presentes varias finalidades. Pero una de ellas es la principal, que es la que explica que la acción se lleve a cabo. Es esa finalidad primordial la que se conoce por intención o fin del sujeto.

Fin principal y fin último. Entre los varios fines a los que puede dirigirse la voluntad, algunos tienen una relación próxima con el acto que se realiza y otros una relación más alejada. Con frecuencia lo que se busca inmediatamente con una decisión (su fin inmediato) no es querido absolutamente por sí mismo, sino que es deseado en orden a otro fin (que es el fin principal que trata de alcanzar el sujeto). 16

Lo que distingue el fin principal de otros fines es que la imposibilidad de conseguir esos otros fines no llevaría al sujeto a desistir de realizar el acto. Supongamos que la cuantía de la remuneración fue el motivo principal que llevó a un directivo a aceptar un trabajo en una empresa; también tuvo en cuenta que ese puesto le reportaría prestigio, ya que se trataba de una compañía conocida en la comunidad empresarial. Si realmente el dinero fue su motivación principal, tenderá a dejar ese trabajo cuando se le presente una alternativa mejor remunerada; pero no cambiará simplemente por el mayor prestigio que podría tener en otra compañía.

Entre los fines principales existe uno que es más deseado que los demás, que recibe el nombre de fin último, y que ayuda a resolver los conflictos que entre ellos puedan presentarse. 17 El fin último que cada persona escoja para sí influye tanto en sus elecciones concretas (en los objetos o acciones exteriores que elija) como en lo que pretende conseguir (la intención) a través de esas acciones; los fines de los actos concretos son en cierta medida solidarios con el fin último querido por la persona.

El objeto moral o valor de la acción elegida

El segundo elemento que contribuye a determinar la moralidad de una conducta es el valor de la acción que se escoge como medio para alcanzar el fin pretendido. En la decisión inicial del agente de desear alcanzar una meta, en su intención, está implícito el emplear para ello los medios que sean necesarios. La voluntad, ayudada por la inteligencia, busca los medios más aptos para la consecución del fin perseguido; al final de ese proceso de búsqueda y análisis, la voluntad elige de forma deliberada no actuar o realizar una o varias acciones.

Lo que es relevante desde una perspectiva ética no es la materialidad de la acción elegida (por ejemplo, el apropiarse de un bien que pertenece a otro), sino la intervención en ella de la inteligencia y de la voluntad: que esa actuación haya sido proyectada (conocida racionalmente) y que la voluntad la haya elegido libremente como medio para alcanzar un determinado fin. Si se tratara de la apropiación de un bien contra la voluntad de su dueño, de algo que éste poseía legítimamente y sin que existiera un motivo grave para hacerlo, estaríamos ante un caso de robo. 18 Ese aspecto de la obra exterior recibe el nombre de ‘objeto moral de la acción’ o fin de la acción. El fin de la acción es llegar a poseer el bien hacia el cual se dirige la voluntad.

Las circunstancias

El tercer elemento que interviene en la moralidad de un acto humano son las llamadas ‘circunstancias’. Las circunstancias son elementos secundarios que aumentan o disminuyen el valor moral de la decisión; son aspectos que matizan la calidad moral de la intención y del objeto de la acción; si los alteraran sustancialmente serían parte del objeto o de la intención y no ‘simples’ circunstancias. 19

Siguiendo a Aristóteles y a otros filósofos griegos, se pueden agrupar las circunstancias en dos categorías. Las relacionadas con el objeto elegido, como el tiempo, el lugar, la cantidad del objeto, o las consecuencias de la acción; y las que tienen que ver con el sujeto: la condición del agente, el modo de actuar, los medios empleados, etc.

El valor moral de un comportamiento

Analicemos por último cómo influyen los tres elementos (intención, objeto moral y circunstancias) en la conformación de la bondad moral de un comportamiento (ver Figura 2).

Con frecuencia se identifica el valor moral de una acción con las consecuencias que se derivan sobre los demás (que es uno de los tipos de circunstancias de una actuación). Como explicaremos a continuación, lo que fundamentalmente determina la moralidad es la calidad moral de la intención del sujeto y de las acciones que elige realizar (objeto moral), ya que son las actividades en las que intervienen más intensamente la voluntad y la inteligencia de la persona.

Las consecuencias modificarán la bondad del acto en la medida en que sean previsibles y evitables, porque en ese caso puede decirse que también esos efectos son queridos e intentados por el sujeto. Cuanto más intenso sea el nexo causal entre la acción escogida y las consecuencias, mayor será la influencia que tendrán en la moralidad del acto. Los efectos que son previsibles –que pueden ocurrir con una elevada probabilidad– y podrían ser evitados, aumentan la bondad o malicia de una acción. Por el contrario los efectos imprevistos afectarán poco a su calidad moral. 20


Figura 2. Elementos que influyen en la calidad moral de una acción.

Es conocido que en el sector de la construcción se dan un número significativo de accidentes, que en algunos casos son mortales. Los consejos de administración y los directivos de esas empresas que más tengan que ver con esa área deben estar vigilantes para que se cumplan las normas de seguridad que sean habituales en el sector, estableciendo controles periódicos, etc. Si no dan la debida importancia a que se cumplan esas normas y se adopten otras precauciones, serán moralmente responsables de algunos de los accidentes laborales que ocurran. De otros accidentes, aunque sean muy graves, tendrán menos o ninguna responsabilidad: si se deben por ejemplo a descuidos de los propios trabajadores o a la ocurrencia de fenómenos naturales (caída de un rayo, deslizamiento de tierras que no era nada previsible, etc.).

 

Como dijimos, la calidad moral de una actuación es configurada principalmente por la intervención de la voluntad, y más concretamente por el valor ético de lo que la voluntad quiere (intención) y escoge (objeto moral).

A su vez, la bondad de la intención depende de su conformidad con los bienes humanos verdaderos: la dignidad y los derechos de la persona, la conservación de la vida, la verdad, la amistad, etc.

La intención tendrá tanto mayor calidad ética cuanto más valiosos sean los fines que el sujeto pretende alcanzar (o lo que es lo mismo los bienes a los que se orienta). Se puede desear ser nombrado para un consejo de administración por el prestigio del puesto, por las posibilidades de nuevos contactos (networking), o por la remuneración que se irá a percibir; cualquiera de esos motivos para querer el cargo es honesto (siempre que la persona reúna el perfil adecuado para desempeñarlo responsablemente); hacerlo principalmente por el deseo de contribuir a que la empresa se desarrolle de un modo sostenible y se aseguren así los bienes que se derivan de su continuidad (manutención de puestos de trabajo, creación de riqueza, desarrollo de sus empleados, aportación de productos y servicios útiles, etc.) es una intención más noble que hacerlo sólo por prestigio o por dinero.

Del mismo modo la calidad moral de las acciones escogidas (objeto moral) viene dada por su relación con los bienes humanos que referimos. Existe un conjunto de principios éticos, semejantes a los que veremos en la parte tercera del libro (el bien de las personas, el bien de la sociedad, la justicia, la solidaridad, etc.) que pueden ayudar a los hombres o mujeres a evaluar la calidad ética de las acciones que se proponen realizar.

El fin que se pretende alcanzar (intención) y los medios que se eligen para ello (objeto moral de la acción), son dos movimientos de la voluntad que están íntimamente relacionados entre sí.

El querer (la voluntad) de una persona es único: es el mismo sujeto el que elige el fin a alcanzar y los medios a emplear; la voluntad es buena o mala en su actividad global y su bondad depende principalmente de la calidad moral de la acción exterior escogida; esa elección es la que acaba por tener un mayor peso en la conformación de la voluntad del sujeto. Se puede afirmar que la voluntad forja su calidad moral primordialmente al escoger las acciones a realizar, y transmite posteriormente ese valor a la globalidad del acto.

La unidad inseparable que existe entre la intención del sujeto y la acción que elige, implica que para que una conducta sea éticamente buena hace falta que lo sean tanto la intención como el objeto. Y ello tiene, entre otras, las siguientes implicaciones:

• Una buena intención no cambia el valor de una conducta cuyo objeto sea moralmente ilícito. La falta de honestidad de la acción exterior (por ejemplo, hacer un fraude) corrompe todo el acto, aunque la intención del agente sea buena (se pretendía salvar la empresa). 21

• Una intención deficiente corrompe o distorsiona la moralidad de toda la decisión: la intención del que actúa puede hacer mala una acción cuyo objeto era bueno o indiferente. Ello ocurriría si se alabase la lealtad del director de contabilidad y se le aumentase el sueldo con el fin de que más tarde sea cómplice de un fraude fiscal.

También puede ocurrir que la intención principal del sujeto consolide el valor de la acción escogida; ese sería el caso de un empresario que decide construir una fábrica en una zona con mucho paro atendiendo principalmente a las ventajas que se van a derivar para la comunidad local (ayudar a muchas familias, disminuir los problemas sociales que son causados por el desempleo, etc.).

En las acciones en las que el objeto moral elegido es indiferente (éticamente neutro), como por ejemplo llegar a una reunión del consejo de administración con alguna anticipación, el valor global del acto es dado por la honestidad del fin querido; esa decisión será buena si lo es la intención del que lo realiza (como sería por ejemplo, hacerlo para tener la ocasión de repasar los temas que irán ser discutidos o de mejorar las relaciones con los otros miembros del consejo).

Las circunstancias pueden aumentar o disminuir la bondad moral de una conducta, y la responsabilidad moral del que actúa, pero nunca llegan a transformar en buena una acción deshonesta, por su objeto o fin. 22

4. Ética personal, ética social y ética empresarial

Ética personal

En un apartado anterior referimos que el objeto de estudio de la ética es la conducta humana, que es analizada desde la perspectiva del bien integral de la persona. Explicamos igualmente cómo las mujeres y los hombres, por medio de su inteligencia, pueden conocer el valor moral de sus acciones y formular juicios éticos sobre ellas. Hablamos por tanto de una ética personal. De nuestra exposición podría haber resultado la idea de que la ética tiene únicamente una dimensión individual.

A este respecto, debe señalarse que la ética se refiere de un modo principal a las personas, pero el hombre es un ser social por naturaleza: depende en lo material de sus semejantes; pertenece a comunidades humanas naturales, como la familia o la sociedad; y crea otras para alcanzar fines específicos. Y todas esas relaciones que establece con los demás potencian su desarrollo y enriquecimiento. Por tanto, la ética personal abarca también las relaciones del hombre con los demás y con las instituciones.

Ética social

Pero más allá de este aspecto relacional existe un campo de la ética, que se denomina ‘social’, que se ocupa fundamentalmente del estudio de las instituciones humanas: culturales, políticas, económicas, etc. Se puede hablar por ejemplo de una ética del orden político, del orden social o del económico.

Mientras que la ética personal se ocupa de las acciones humanas realizadas por la persona en cuanto individuo (también las que se refieren a sus relaciones con los demás y con las instituciones), la ética social trata de las actuaciones de las personas en cuanto cooperan en organizaciones para alcanzar determinados fines comunes.

Utz afirmaba al respecto «existe siempre lo ético social allí donde se concibe una unidad superior entre dos o más hombres, en la que no se comprenden ya éste o aquél en su relación particular con el fin propio, sino que se comprende a ambos como un todo. Con otras palabras: existe la ética social allí donde aparece la cuestión en torno a un bien común». 23

Por tanto, la ética social tiene también en cuenta las actuaciones de las personas, pero se ocupa sólo de las acciones que éstas realizan en el ejercicio de las responsabilidades o funciones que asumen en comunidades o instituciones (resultantes de obligaciones de estado –paternidad, matrimonio, etc.– o de deberes que han adquirido voluntariamente). 24

Veamos a continuación en qué medida, y en qué sentido, podemos hablar de una ética empresarial.

Ética empresarial

Las empresas son instituciones formadas por personas que persiguen unos objetivos comunes (tienen una misión, una estrategia, etc.). Además de unos objetivos comunes, existen en la empresa otros muchos aspectos que tienen una dimensión social: las personas que en ella trabajan reparten entre sí las tareas y responsabilidades, actúan de acuerdo con unas políticas generales y unos procedimientos específicos, adoptan un conjunto de sistemas de dirección, van desarrollando una cultura empresarial, etc.