Anatomía de la traición

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Karin Lannby



Actriz y periodista sueca, fue detenida cuando espiaba para la República española en el sur de Francia. Estaba fascinada por Lorca y trabajó en un hospital de Alcoy durante la guerra. Fue amante de Ingmar Bergman e inspiró varias de sus películas. Se refugió en París al final de su vida.



Entre la leyenda y el misterio



La actriz y poeta Karin Lannby murió en París en 2007 tras una larga vida no exenta de misterio. La gran paradoja es que su leyenda, agrandada con el paso del tiempo, no contribuye a esclarecer su poliédrica personalidad. Era una apasionada de Lorca y del teatro, pero también fue periodista, traductora y espía ocasional al servicio de la República española.



Había nacido en Linköping (Suecia) en 1916, en el seno de una familia acomodada. Si padre era el delegado de la Metro Goldwyn Mayer y su madre era una persona vinculada a la aristocracia. Karin ingresó en el Partido Comunista a mediados de los años treinta, cuando cursaba sus estudios universitarios en Estocolmo.



Hay imágenes de ella en el Congreso de Escritores de París en 1935, pero por aquella época ya había visitado España. En un viaje con su madre por nuestra geografía, la actriz sueca estuvo presente en el estreno de Bodas de sangre en Barcelona. Corría el año 1933 y quedó fascinada por el dramaturgo y poeta español. «Fue en el Poliorama, se volvió loca por Lorca y estableció un lazo obsesivo con él», señala el director alicantino Fran Ruvira, que lleva años investigando su vida para un documental.



Ruvira corrobora la falta de fiabilidad de los testimonios y documentos sobre su biografía, llena de incongruencias, porque Karin Lannby navegó siempre «entre la ficción y la realidad». Se sabe con certeza, sin embargo, que trabajó en un hospital de Alcoy durante la Guerra Civil y que también sirvió como traductora al Gobierno republicano.



Dada su simpatía por el comunismo y sus vínculos con el Comintern, fue enviada al sur de Francia, en concreto a Bayona, para intentar infiltrase en el bando nacional e informar sobre sus movimientos de tropas. Pero fracasó y fue detenida durante un corto periodo de tiempo. Cayó en desgracia, por lo que tuvo que volver a su país natal.



En 1940, fue reclutada por el espionaje sueco. Operaba con el nombre clave de Anette y, al parecer, mantenía contactos con los nazis para intentar averiguar si tenían planes para invadir Suecia, clave en los aprovisionamientos de minerales. También hay quien apunta que fue agente del NKVD soviético, pero no hay pruebas de ello.



Fue en esa época cuando mantuvo un turbulento affaire amoroso con Ingmar Bergman, al que inspiró varias películas. El realizador sueco nunca la olvidó pese a que la violencia y las frecuentes disputas marcaron su convivencia. Crisis (1947) y Pasión (1969) están basadas en aquella relación.



Luis Buñuel también la menciona en Mi último suspiro, sus memorias, en las que cuenta que había viajado a Estocolmo por encargo de la República para convencer a Karin de que sirviera como espía. Reconoce que se enamoró de la actriz, pero que nunca se atrevió a dar el paso de intentar entablar relaciones. «No intercambiamos ni siquiera un beso», escribe.



Según cuenta Fran Ruvira, Karin se dedicó al periodismo tras el final de la Segunda Guerra Mundial, disfrutando de una celebridad pasajera al localizar y entrevistar a Salvatore Giuliano, un bandolero independentista siciliano al que se le identificaba con Robin Hood.



Se afincó en París a comienzos de la década de los cincuenta y allí conoció a Cocteau, Malraux, Juliette Gréco y Picasso. Estabilizó su agitada existencia tras casarse con un exsacerdote obrero llamado Louis Bouyer que le dio su apellido, según la investigación de Ruvira. Está enterrada en un cementerio de París.





Violette Szabo



Fue capturada por los alemanes cuando participaba en una misión de sabotaje en el desembarco de Normandía. Fue torturada por la Gestapo, pero no confesó. La ejecutaron en Ravensbrück de un tiro en la nuca. Tenía 23 años. Estaba casada con un suboficial de origen húngaro que murió en El Alamein.



La pequeña inglesa



Nadie sabe dónde descansan sus restos. Pero sí hay constancia de que Violette Szabo fue asesinada en Ravensbrück el 5 de febrero de 1945, unos meses antes de acabar la guerra. La obligaron a arrodillarse y un soldado de las SS le pegó un tiro en la nuca ante la presencia de Fritz Suhren, comandante del campo, que le leyó su condena a pena de muerte.



Szabo es una de esas mujeres que no solo arriesgó su vi­­da, sino que además mostró un legendario valor en su lucha contra los nazis. Jorge VI, rey de Reino Unido, la condecoró a título póstumo, y los franceses le concedieron la Croix de Guerre por su heroísmo. «La pequeña inglesa», como la apodaban por su baja estatura, tenía 23 años cuando fue ejecutada.



Apellidada de soltera Bushell, había nacido en París cuando su padre trabajaba de conductor para el Ejército británico. Vivió su infancia en el norte de Francia, donde fue educada por una tía materna. Volvió a Londres en su adolescencia sin apenas saber inglés. Era muy aficionada al deporte, especialmente a la gimnasia y el ciclismo.



Al estallar la guerra, se alistó en la Women’s Land Army, siendo destinada a una fábrica de armas en Acton. Conoció a Etienne Szabo, un suboficial de origen húngaro. Se casaron y tuvieron una hija mientras su esposo luchaba en el norte de África contra Rommel. Nunca pudo ver su rostro porque perdió la vida en la batalla de El Alamein en 1942.



Violette Szabo fue reclutada en el verano de 1943 por el SOE, la unidad de operaciones encubiertas en territorio enemigo, ideada por el Ejército. Pasó medio año en centros de adiestramiento, en los que le enseñaron manejo de armas, tácticas de ocultamiento, criptografía y uso de explosivos. Estuvo casi tres meses de baja tras romperse el tobillo en un salto en paracaídas.



En abril de 1944, fue lanzada sobre el área de Cherburgo con el nombre clave de «Louise» junto a un compañero. Con una falsa identidad, se desplazó corriendo un enorme riesgo a Rouen. Allí contactó con la Resistencia, que prácticamente había sido desmantelada por la Gestapo. Retornó a Londres para informar del desastre. Pero estuvo a punto de morir porque en el viaje de vuelta su avión fue alcanzado por el fuego antiaéreo alemán, logrando aterrizar en condiciones extremas.



A primeros de junio, volvió a ser lanzada en paracaídas cerca de Limoges con otros tres miembros de su unidad, especialistas en cifrado y sabotaje. A Violette se le encargó ponerse en contacto con los maquis, que tenían como misión hostigar a las fuerzas alemanas mientras se producía el desembarco de Normandía.



Pocos días después, su jefe y amigo Philippe Liewer decidió enviarla a Correze como enlace del Ejército aliado. A pesar de que los franceses no podían circular en coche sin permiso, Violette se subió a un Citroën para recorrer un trayecto de unos 100 kilómetros. Una patrulla detuvo el vehículo en Salon-la-Tour. Iba armada con una pistola y media docena de cargadores. Cogiendo por sorpresa a los soldados alemanes, saltó del coche y se aden­­tró en un huerto donde se parapetó tras un árbol, dando oportunidad de huir a su camarada. Vació toda su munición antes de ser detenida. Al parecer, mató a uno de sus perseguidores, aunque hay versiones del incidente que lo cuestionan.



Fue golpeada y torturada por sus captores, que la llevaron a la sede de la Gestapo en Limoges, donde fue interrogada. No dijo ni una sola palabra. A las pocas semanas fue conducida al campo de Ravensbrück y destinada a trabajos forzados. Allí vio morir a muchas de sus compañeras. Fue ejecutada cuando el Ejército Rojo había cruzado el río Oder y se dirigía a Berlín. Fue una venganza inútil porque la guerra ya estaba perdida.





Marcelle Ninio



Había nacido y crecido en El Cairo cuando fue reclutada por los servicios secretos israelíes. Participó en los atentados de 1954 contra instalaciones británicas y estadounidenses para desacreditar a Nasser. Fue condenada a 15 años de prisión y se refugió en Israel tras un intercambio de prisioneros.



Una sionista en tierra enemiga



Marcelle Ninio había nacido en El Cairo, no sabía hebreo, había estudiado en una escuela católica, destacaba en el baloncesto y nunca había estado en Israel. Pero fue reclutada por el recién nacido Mosad en 1951, cuando se ganaba la vida como secretaria, para actuar como agente en Egipto.



Era hija de un judío de origen búlgaro llamado Yacov y de madre turca. Cuando acabó el bachillerato, se convirtió en una fervorosa sionista y poco después fue reclutada por los servicios secretos israelíes. Se la destinó a una célula en la que era la única mujer.



Tres años más tarde, se vio implicada en unos hechos que cambiaron su vida: los atentados de El Cairo y Alejandría, llevados a cabo por iniciativa de la inteligencia militar israelí para evitar la salida de las tropas británicas del país tras la crisis de Suez. Israel temía que el presidente Nasser nacionalizara el canal y decidió crear un clima que indispusiera al régimen egipcio con Estados Unidos y la comunidad internacional.



Pinchas Lavon, ministro de Defensa, ordenó una operación encubierta para atentar contra instalaciones civiles británicas y estadounidenses con el objeto de responsabilizar de esas acciones a Nasser, que había derrocado al rey Farouk en 1952 y en el que veían una amenaza para los intereses occidentales. El trabajo de sabotaje fue encargado a la célula de Ninio, bautizada como Unidad 131, que entonces tenía 24 años.

 



En julio de 1954, los agentes israelíes colocaron un artefacto incendiario en una oficina de correos e intentaron poner una bomba que no explotó en un teatro británico de Alejandría. Uno de los autores fue detenido en el acto y al parecer delató a sus compañeros. También hicieron estallar otra bomba de nitroglicerina en una librería estadounidense en El Cairo. Hubo algunos daños materiales, pero ninguna víctima mortal.



Dos de los miembros de la unidad se suicidaron cuando estaban a punto de ser capturados. Ninio y otros compañeros fueron detenidos, torturados y encarcelados. Ella misma confesó años más tarde que había intentado suicidarse en prisión en varias ocasiones.



Más de seis décadas después, todavía hay incógnitas sobre la llamada Operación Susana. Al parecer, el Mosad no estaba de acuerdo con Defensa. Hay indicios sólidos de que el grupo de Ninio fue en realidad traicionado por Avri Elad, un personaje muy turbio que trabajaba para los dos bandos, de suerte que el Gobierno egipcio conocía la intentona.



Los autores de los atentados fueron llevados a juicio en diciembre de 1954. Nasser aprovechó la ocasión para hacer una campaña antijudía y antibritánica, mientras dos miembros de la célula fueron condenados a muerte y ahorcados. A Ninio, tras revelarse que las confesiones de los inculpados habían sido obtenidas bajo tortura, se la condenó a quince años de cárcel por ser mujer. Poco después, Avri Elad fue juzgado y sentenciado a diez años de prisión en Israel por advertir a los egipcios.



La Operación Susana produjo un escándalo político en Israel. El ministro Lavon manifestó que él no sabía nada de los atentados y responsabilizó a Simon Peres, su número dos, pero la investigación efectuada por el Tribunal Supremo concluyó lo contrario. Un oficial de la inteligencia militar declaró que las ordenes habían partido de Lavon, que tuvo que dimitir tras provocar una crisis de Gobierno. Ben Gurion asumió el mando.



Tras cumplir trece años de cárcel, Ninio y otros condenados fueron intercambiados por prisioneros egipcios en 1968 tras la Guerra de los Seis Días. Abandonó su país natal y se fue a vivir a Israel, donde se casó en 1971. Fue recibida como una heroína y la primera ministra Golda Meir asistió a su boda. Ninio se matriculó en la Universidad de Tel Aviv tras haber aprendido hebreo con más de 40 años. Murió en octubre de 2019.





William Joyce



Era un nazi fanático que emitía por radio desde Hamburgo para pedir a los ciudadanos británicos que se rindieran. Fue ahorcado por alta traición en 1946, pese a que no poseía la nacionalidad británica. No se arrepintió ni pidió perdón. Defendió sus ideas hasta el final.



La voz de la traición



William Joyce fue ahorcado en la prisión de Wandsworth el 3 de enero de 1946. Una nota, clavada con chinchetas, anunciaba su ejecución en la puerta de la cárcel, donde se agolparon cientos de curiosos. Su cadáver fue enterrado en una tumba anónima del recinto.



Unas semanas antes, el Tribunal de Apelaciones había confirmado la sentencia a pena de muerte por alta traición, dictada por un juzgado de Londres. El proceso suscitó una enorme expectación porque Joyce era un personaje muy popular, cuya voz era escuchada cada noche por varios millones de británicos durante la guerra.



Pero Joyce no defendía la causa de un país asediado por Hitler, sino que, por el contrario, hablaba desde una radio de Hamburgo para exaltar la superioridad del nazismo y pedir a los británicos que se rindieran. Unos soldados lo capturaron en un bosque de Flensburg en 1945 y fue deportado para ser juzgado.



Joyce, más conocido por lord Haw-Haw, había sido responsable de propaganda del partido fascista de Oswald Mosley, donde había brillado por su cultura y sus cualidades oratorias, pero también por una veta violenta y antisemita. Una gran cicatriz le cruzaba la cara.



Los jueces tuvieron que forzar las leyes para condenarle, ya que Joyce tenía la nacionalidad estadounidense y, por ello, no se le podía acusar técnicamente de traicionar a un país al que no pertenecía. Pero entendieron que era culpable por ser titular de un pasaporte británico, obtenido de forma irregular.



Lo más llamativo del caso Joyce es que él reivindicó su colaboración con Hitler como un acto de patriotismo y se negó a solicitar clemencia con el argumento de que había hecho lo mejor para su país porque, hasta finales de 1943, creyó que la derrota era inevitable.



La biografía de este hombre está llena de paradojas. Nacido en Estados Unidos, de padre irlandés y madre inglesa, siendo joven se alistó en el Partido Fascista británico. Militó en su facción extrema, que no eludía las peleas con sus adversarios. En una de ellas, le rompieron la nariz y, en otra, le dejaron una cicatriz en la cara. Durante su juventud en Irlanda, colaboró con los grupos unionistas y estuvo a punto de ser ejecutado por el IRA. Luego rompió con Mosley, al que consideraba un aristócrata poco comprometido con la causa. Al iniciarse la Segunda Guerra Mundial, decidió marchar a Berlín y ponerse al servicio de Hitler.



Cuando su condena fue dictada, ni un solo ciudadano británico alzó su voz para defenderlo. Era la encarnación popular del traidor, de la mezquindad y del deshonor. Su propio aspecto físico era repugnante. Reunía todas las características para que nadie sintiera clemencia o compasión.



Tras leer El significado de la traición, el libro de Rebbeca West, surgen inquietantes preguntas para las que no hay respuesta porque Joyce no cambió de bando ni de ideas ni de patria. Fue siempre consecuente con lo que pensaba y así lo expuso en la vista que tuvo lugar en la Cámara de los Lores.



No buscó excusas ni justificaciones. Tampoco pidió perdón. Y ni siquiera alegó que no era ciudadano británico. Subió al cadalso tras asumir que era preferible morir a traicionar la ideología criminal a la que se había adherido. Su conducta nos fuerza a reconsiderar el término de traidor, que habitualmente implica una contradicción entre lo que se piensa y lo que se hace. Joyce fue coherente con su propia monstruosidad. Inquietante.





Isser Harel



Fue el fundador y primer director del Mosad. Había emigrado de Letonia a Palestina en los años treinta. Era tan discreto que ni su mujer sabía a lo que se dedicaba. Secuestró a Eichmann en Argentina y lo llevó a Israel para ser juzgado. Tuvo que dimitir por los atentados contra científicos alemanes en Egipto.



El espía que capturó a Eichmann



Era tan discreto que ni su mujer ni su hija sabían cómo se ganaba la vida. Jamás apareció en los medios de comunicación ni en ningún acto público. Ese perfecto desconocido se llamaba Isser Harel y fue el fundador y el director del Mosad desde 1952 hasta 1963.



Ya en 1948, David Ben-Gurion, primer ministro israelí, lo colocó al frente del Shin Bet, la agencia de contraespionaje. Era entonces un joven sionista que había destacado por su osadía y su inteligencia en el Haganá, la organización paramilitar judía. Cuatro años más tarde, le nombró director del Mosad con plenos poderes en materia de seguridad interna y espionaje en el exterior.



El momento más crucial de su carrera se produjo en 1960, cuando un fiscal alemán proporcionó al Gobierno de Ben-Gurion información sobre el paradero de Adolf Eichmann, uno de los jefes de la organización de los campos de exterminio nazis. Eichmann vivía con su mujer y sus hijos en un arrabal de Buenos Aires bajo la identidad de Ricardo Klement, con la protección del general Perón. Harel era escéptico, pero, tras enviar a sus hombres a Argentina, se convenció de que el soplo era cierto.



Ben-Gurion encargó al Mosad la misión de capturar al alto funcionario de las SS. Para ello, Harel seleccionó y adoctrinó a un reducido grupo de hombres. Lograron encontrar a Eichmann y lo secuestraron. Tras mantenerlo narcotizado en un lugar seguro, lo metieron en un avión y lo condujeron a Jerusalén. Allí fue juzgado y ejecutado.



En sus once años al frente del Mosad, alcanzó éxitos que convirtieron al espionaje israelí en una leyenda. Por ejemplo, Harel consiguió a través de un periodista polaco una copia del discurso de Kruschev en el Congreso del partido en 1956. El líder soviético había denunciado los abusos y el culto a la personalidad de Stalin, pero el texto de su alocución había sido declarado secreto. Harel se lo pasó a la CIA.



El jefe del Mosad había nacido en 1912 en Vitebsk (Bielorrusia), en el seno de una familia acomodada. Su padre era propietario de una fábrica de vinagre, pero sus propiedades fueron confiscadas tras la Revolución de 1917. Sus progenitores tuvieron que emigrar a Letonia y allí transcurrió su adolescencia.



Se adhirió a los movimientos sionistas y, a principios de los años treinta, emigró a Palestina con una pistola oculta en una barra de pan. Conoció a Ben-Gurion y se integró en la guerrilla judía. Tras la creación del Estado de Israel, su ascenso de la mano de su protector fue imparable.



Harel tuvo que dimitir en 1963 porque el Mosad atentó contra varios científicos alemanes que trabajan para el régimen egipcio de Nasser en un programa de desarrollo de cohetes. El escándalo que suscitó la operación le obligó a renunciar al cargo tras una severa reprimenda de Ben-Gurion.



Tras este episodio, creó un partido sionista y obtuvo el acta de diputado en la Kneset. En 1973, se retiró de la política y vivió discretamente hasta su muerte en 2003, a los 91 años.





Apéndice



Así fue la captura de eichmann



Tras ser secuestrado en Argentina, el oficial nazi se sentó en el banquillo en abril de 1961 y fue condenado a muerte por sus responsabilidades en el Holocausto.



El 11 de abril de 1961, comenzaba en Jerusalén el juicio a Adolf Eichmann, el oficial de las SS que fue condenado a muerte por su participación en el Holocausto. Se había ocultado en Argentina con una identidad falsa hasta que fue secuestrado en mayo de 1960 por un comando del Mosad, que lo trasladó a Israel. El proceso provocó una gran polémica internacional y la atención de los medios de todo el mundo. Y el libro de Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén, generó una polémica que dura hasta nuestros días por su tesis sobre la banalidad del mal.



El 23 de mayo de 1960, David Ben-Gurión, primer ministro israelí, interrumpió los trabajos del Knéset para anunciar la captura de Eichmann, al que definió como «uno de los responsables de la Solución Final». Los parlamentarios se abrazaron y lloraron.



Eichmann, que tenía el grado de teniente coronel de las SS, había escapado de Alemania en 1945 tras haber estado internado en un campo de prisioneros. Con un pasaporte de la Cruz Roja, llegó a Buenos Aires, donde se refugió bajo el nombre de Ricardo Klement. Vera, su esposa, pidió a las autoridades alemanas una pensión de viudedad en 1947, que le fue negada. Poco después, viajó a Argentina con sus hijos.



Por esa época, Simon Wiesenthal denunció que Eichmann seguía vivo y que estaba oculto en Latinoamérica, como otros criminales nazis como Mengele. Pero nadie sabía dónde se había escondido. Residía con su familia en una modesta casa sin luz eléctrica a las afueras de Buenos Aires y cogía el autobús cada día para ir a trabajar a una fábrica de Mercedes Benz bajo esa falsa identidad.



Su localización se produjo no como resultado de la búsqueda de cazanazis como Wiesenthal, sino por una casualidad. Un judío medio ciego llamado Lothar Herman, que había huido de Alemania, tenía una hija que empezó a salir con un joven de su edad. Este se jactó de que su padre había sido un jerarca del Tercer Reich. La hija buscó un pretexto para colarse en la vivienda de los Eichmann y comprobó el parecido físico con el mando de las SS.



Lothar escribió una carta a Fritz Bauer, fiscal general de Hesse, que era judío y había sido dirigente del Partido Socialdemócrata. Bauer decidió investigar la denuncia, pero no puso al corriente al Gobierno de Adenauer porque no se fiaba de sus servicios secretos ni del aparato judicial.



Tras llegar a la conclusión de que Klement era Eichmann, trasladó su información al Mosad, que le respondió que estaba equivocado. Bauer protestó al fiscal general de Israel, que presionó a Isser Harel, jefe de la inteligencia, para que volviera a investigar. Harel envió a un subordinado a Buenos Aires, que volvió con fotos y datos que demostraban de forma indiscutible que Bauer tenía razón.

 



Pocas semanas después, Eichmann fue secuestrado por el Mosad cuando volvía caminando a su casa. Lo metieron en un coche, lo drogaron y lo llevaron a un piso franco. En el interrogatorio facilitó su rango, el número de carné en las SS y su verdadero nombre. Decidieron trasladarlo a Israel en un vuelo privado con destino a Recife, simulando que transportaban a un enfermo. Tras doce horas en el aire, haciendo una escala en Dakar, el aparato aterrizó en Jerusalén.



Las autoridades argentinas protestaron y denunciaron ante la ONU al Gobierno israelí. Pero era un gesto de cara a la galería, ya que conocían la operación y permitieron que Eichmann saliera del país. No querían una propaganda negativa.



Tras el anuncio de Ben-Gurión de que Eichmann sería juzgado por un tribunal en Jerusalén, se desató una polémica que duró meses. El escritor Ernesto Sábato apoyó la iniciativa de Israel como una acción justa y necesaria. Por el contrario, el Washington Post dijo que se había actuado con «la ley de la jungla», mientras que William Buckley, de la National Review, calificó el secuestro como «un acto de venganza». El New York Times habló de «juicio espectáculo».



Hubo voces en todo el mundo, incluyendo a Israel, que abogaron por que el juicio se celebrara en Alemania, el país donde se habían cometido los crímenes. Pero el Gobierno de Jerusalén sabía perfectamente que Adenauer tenía pavor a celebrar el proceso en su país por la sencilla razón de que podían aflorar complicidades y molestos secretos del pasado. Hans Globke, el jefe de su Cancillería, había sido uno de los redactores de las leyes raciales de Núremberg.



Hubo también una reacción negativa de las organizaciones sionistas fuera de Israel, que dudaron de que el juicio pudiera desarrollarse en un clima de imparcialidad. Pero Ben-Gurión y Golda Meir, su ministra de Exteriores, afirmaron que el nuevo Estado judío representaba los intereses de todas las víctimas del Holocausto. «Todos los judíos son ciudadanos de Israel», sentenció el primer ministro.



Ben-Gurión ganó finalmente la batalla legal, ya que el Consejo de Seguridad de la ONU avaló el derecho de Israel de juzgar a Eichmann, asumiendo que no era ciudadano argentino y que había serios indicios de su responsabilidad en el Holocausto.



Antes de comenzar el proceso, surgieron dudas sobre la composición del tribunal. El Parlamento aprobó una ley para establecer los criterios de designación de los tres jueces. Fueron elegidos Moshe Landau, magistrado del Supremo; Benjamin Halevi, que había presidido un juicio contra los judíos alemanes que habían ayudado a los nazis en las deportaciones; y Yitzhak Raveh.



Eichmann eligió como abogado a Robert Servatius, un penalista de Colonia que no había colaborado con el régimen de Hitler. Había sido defensor de Sauckel y Brandt en Núremberg. El Gobierno de Jerusalén no solo aceptó su designación, sino que, además, consintió en pagar sus 30.000 dólares en concepto de honorarios. Ben-Gurión no quería que nadie pudiera deslegitimar el juicio por falta de garantías.



El lugar elegido para celebrar las vistas fue el nuevo centro cultural Beit Ha’am, que contaba con un teatro, que fue totalmente remodelado. Tenía cabida para 600 espectadores, además de los puestos para jueces, fiscales, abogados y periodistas.



El papel de acusador lo ejerció Gideon Hausner, hijo de un rabino judío nacido en Polonia. Era fiscal general del Estado de Israel y había militado en la organización paramilitar Haganá. Estaba obsesionado con la idea de aprovechar el juicio para que el mundo fuera testigo de la maldad de los nazis.



Hausner ordenó a Avner Less, oficial de la Policía, que encabezara el llamado Bureau 06 para recabar documentos y pruebas contra Eichmann. Less hizo un trabajo exhaustivo. Aportó papeles y la identidad de testigos que corroboraban el papel del incriminado en el Holocausto. Y, con la autorización de los jueces, interrogó a Hess de forma minuciosa. Según su testimonio, el oficial nazi temblaba y respondía con vaguedades a las acusaciones.



Eichmann había nacido en 1906 en Renania, pero se había traslado a Austria cuando era niño. Tenía 55 años cuando se celebró el juicio. En su juventud, trabajó en Linz para la Vacuum Oil. Se unió al Partido Nacionalsocialista en 1932, un año antes de la llegada de Hitler al poder. Fue despedido en 1933 y decidió volver a Alemania. No tenía una ideología definida, pero decidió entrar en las filas nazis por recomen

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