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Letrame Editorial.

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© Paula Escalera Fernández

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1114-107-9

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

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Dedicado a

todos aquellos que han estado conmigo,

dándome su apoyo y animándome a seguir.

A todos mis lectores, amigos y familiares.

Y a ti, que ahora estás leyendo.

Ann

Sueños incondicionales

—¿Qué es lo último que recuerdas?

—Oscuridad… Luego…, una luz.

—¿Qué es lo último que sentiste?

—Odio.

—¿Qué sientes ahora?

—Nada.

—Has estado durmiendo… mucho tiempo, Ann.

—Lo sé… y si pudiese elegir, me habría quedado.

—¿Por qué?

—Porque allí soy feliz.

—Pero no es real.

—¿Acaso eso importa? No quiero volver…

d

La luz alumbraba toda la estancia, mientras los rayos entraban por la ventana, bañándolo todo con su calidez. Ann despertó como siempre, con la caricia del sol en su rostro y con su único amor al lado de ella, el cual ya la observaba dulcemente. Ann amaba su vida tal y como la tenía. Sin embargo, cada vez eran más frecuentes los extraños sueños que la desvelaban. Él la miraba con ternura, mientras le retiraba los cabellos del rostro.

—Buenos días, princesa —susurró el muchacho moreno al lado de la joven.

Ella sonrió cariñosamente mientras le susurraba un «buenos días», depositando un beso en el rostro del chico. Era el día perfecto para tomar el desayuno y bajar a hacer una pequeña excursión por la zona a la que recién habían llegado ambos jóvenes, para disfrutar de unas amplias y merecidas vacaciones juntos, lejos de todo el mundo, lejos de la vida que conocían, donde por unos meses podrían ser una pareja totalmente normal, sin ocultar su amor. Allí podían ser felices por primera vez en mucho tiempo. Ann había terminado sus estudios recientemente. Al año siguiente entraría en su segunda carrera, la cual la lanzaría definitivamente al mundo laboral; al menos así lo esperaba.

Él, por el contrario, ya tenía su carrera y su trabajo, gracias al cual habían podido permitirse la gran mayoría de los gastos de ese viaje. Si bien era cierto que a Ann no le gustaba que se tomaran tantas molestias por ella, agradecía el regalo de su novio y aceptó en su día la proposición a ese viaje encantada y deseándolo desde que él se lo había propuesto.

El joven preparaba el desayuno mientras Ann se terminaba de arreglar. Ella casi nunca se maquillaba, pero había cogido el hábito de arreglarse más a menudo gracias a su nueva pareja o, mejor dicho, a su primera y única pareja. No se imaginaba una vida mejor que la que había conseguido en el último año de su relación. Era feliz, lo tenía todo y quería que eso continuase siendo así mucho más tiempo.

Divagando en sus pensamientos Ann se miró al espejo nuevamente, luciendo su hermoso rostro y su rubia y larga melena recogida en una coleta alta. Sin embargo, al mirarse al espejo Ann no se vio reflejada como debía de estar ese día. Se veía pálida, con el pelo corto y con vías en la cara, saliendo de su nariz, tal y como había estado cuando tuvo su accidente.

Esta imagen en el espejo provocó que la chica se retirase hacia atrás golpeándose con el lavabo y tirando la mitad de los utensilios que se encontraban sobre la encimera. Instintivamente, su novio apareció por la puerta para encontrarse con una Ann de rodillas en el suelo con las manos tapándose la cara y totalmente asustada.

—Ann, ¿estás bien? ¿Qué ha pasado? —preguntó el joven mientras se acercaba a ella agarrándola por los hombros y haciendo que ella le mirase. Ann se abrazó al chico con fuerza, mientras comenzaba a llorar.

El día de su accidente la joven había perdido su vida anterior, la cual había desembocado en la que tenía ahora. Pero recordar aquel terrible suceso aún le causaba un daño que tardaría mucho en desaparecer.

Después de un par de minutos Ann parecía haberse calmado, mientras tomaba su desayuno, recuperaba las fuerzas, y la alegría característica suya. En poco tiempo ya se encontraba junto a su novio, recorriendo las calles de la hermosa ciudad a la que habían ido.

Los parques exaltaban por su exuberante naturaleza, por los alegres niños que los recorrían, sonrientes y alegres mientras jugaban con sus padres, mientras eran felices. Los coches circulaban con normalidad y los escaparates lucían brillantes ocultando numerosas joyas y vestidos. Tras atravesar la ciudad, se encontraron frente a un inmenso parque totalmente verde, donde el aire se respiraba puramente, el cual las personas visitaban para quedarse allí relajados, mientras dejaban que la brisa del mar les acariciase el rostro.

Ann no había visto nunca el mar, no había contemplado la belleza de este cuando el sol cae en la tarde o cuando emerge de las aguas en el hermoso amanecer que se repetía cada día. Tantas veces le habían contado lo precioso y hermoso que era, que tenía miedo de que aquello no fuese como ella se lo imaginaba.

Habían recorrido gran parte de la ciudad cuando se sentaron a la sombra de un árbol en aquel inmenso parque. El olor a agua salada llegaba desde la lejanía, pero Ann no podía ver el mar aún.

—Qué agradable es este sitio —dijo mientras exhalaba por la nariz y se apoyaba en el tronco del árbol, él aún la miraba. Ann le invitó a que se sentase a su lado, lo cual el joven hizo encantado. Aprovechó que su novio estaba junto a ella para tumbarse y apoyar su cabeza en el regazo de él, mientras le miraba a los ojos, esos ojos en los que ella tenía la costumbre de perderse.

Ann se quedó allí relajada mientras dejaba que él la acariciase el pelo y le retirase los mechones del rostro. Posó la mano en la mejilla del chico y susurró dos palabras que ese día aún no le había dicho. Él sonrió y le devolvió aquellas palabras mientras atraía su cabeza hacia la de él, para besarla como solía hacer, lenta y dulcemente.

Al poco rato de estar allí, Ann se durmió ligeramente, deseando que llegase ya el atardecer, para poder seguir explorando la ciudad, pero deseando quedarse allí para siempre, al lado de la persona que más quería.

d

—¿Por qué no vuelves, Ann?

Ann corría sin descanso y sin encontrar la salida del lugar en el que se encontraba, estaba todo blanco, no había nada más. Estaba vestida también de blanco. Sin embargo, cada vez que corría comenzaba a cansarse más de lo normal, mientras notaba como sus pies parecían hundirse. Al mirar al suelo no había nada, simplemente blanco, allá donde mirase. Una voz susurrante en su cabeza que repetía continuamente lo mismo.

—¿Por qué no vuelves, Ann?

—¿Volver a dónde? —preguntaba ella continuamente, pero la voz no contestaba, simplemente se repetía nuevamente.

Ann perdió la cuenta del tiempo que había estado corriendo, simplemente seguía haciéndolo, pues no era capaz de parar por mucho que le doliesen los pies. Al final consiguió divisar algo al fondo del camino, una figura que pronto se hizo más visible. Gritó el nombre de esa figura, lo intentó, pero a pesar de que sus labios se movían, ningún sonido era capaz de salir de su garganta. Sabía, o por lo menos creía saber, el nombre de aquella figura; era él, pero las palabras no salían de su garganta, hasta que definitivamente aquella persona se convirtió en una figura borrosa que tiñó todo de negro, sumergiéndola en un vacío del que despertó con el cálido susurro de alguien que la llamaba.

d

El atardecer había caído y, después de un par de horas allí a la sombra, él por fin la había despertado con aquellas dulces palabras. Desperezándose, Ann se puso en pie mientras dejaba que él la agarrase la mano para continuar con aquel paseo que desembocó en una pista de hielo, la más grande de la ciudad, donde Ann entró emocionada.

La joven adoraba el deporte, le encantaba el patinaje sobre hielo. A él no tanto, siempre le había gustado otro tipo de deporte. Sin embargo, le gustaba ver una sonrisa siempre en el rostro de Ann.

Tras colocarse los patines, ajustarlos y observar que no le hacían daño, ambos se adentraron en la pista, mientras él se quedaba detrás de ella. El primer golpe vino nada más entrar, dada la falta de hielo en los patines era normal. No obstante, ella ya sabía controlar aquellos momentos, por lo que simplemente necesitó agarrase a él para no caer.

Una vez en aquella masa maciza de hielo Ann lo miró, ofreciéndole una amplia sonrisa mientras clavaba las cuchillas en el hielo para poder tener una mayor sujeción. Una vez completo el proceso, solo quedó lanzarse a patinar y disfrutar de aquellas sensaciones que le reportaban tanta alegría y, en cierto modo, tanto placer y relajación.

 

Ann siempre había sido alocada, siempre se dejaba llevar por los impulsos. Eso hacía de ella la chica de la que se habían enamorado en más de una ocasión. Por otra parte, su novio era más relajado, siempre le gustaba mantener las cosas bajo control, algo que en cierto modo complementaba mucho aquella relación de pareja.

Él la observaba desde fuera de la pista mientras la veía grácil y elegante, ciertamente frágil por su figura delgada. La cabellera le caía hasta la cintura, recogida aquella vez en una trenza, su piel blanca se confundía con la nieve y el hielo de la pista. Aquellos ojos, los ojos de los que él se había enamorado, lucían llameantes de alegría por poder estar allí a su lado.

Ann soñaba mientras patinaba, viajando a otros mundos donde ella era una gran estrella de aquel deporte. Su mente siempre le hacía soñar, pero últimamente todos aquellos sueños terminaban con la visión más horrible de su vida, el accidente que la dejó sin familia, el accidente del cual casi no sale viva.

La visión que le provocó su mente vino acompañada de las mismas palabras de siempre;

—¿Por qué no vuelves, Ann?

Despertó, justo antes de precipitarse contra el muro que separaba la pista de hielo del suelo normal. Justo antes, para poder frenar y caer hacia atrás sobre la dura capa de hielo helada. Ann respiró agitadamente mientras se ponía en pie, ayudándose del muro, mientras observaba cómo él se acercaba a ella. Hizo una señal para que él supiera que se encontraba bien y disimulando de aquella forma tan propia suya, continuó patinando mientras se acercaba para ofrecerle una sonrisa. Tan solo un pequeño resbalón, algo que hizo reír a ambos, ya que, pese a todo, siempre había sido una chica que se tropezaba y caía fácilmente.

La tarde siguió su curso normal, hasta que Ann decidió que aquello ya le aburría, mientras volvían a la habitación de hotel que ambos tenían. Allí, desde lo alto de la terraza, Ann observó las estrellas, el horizonte mientras los últimos rayos del sol se ocultaban. Observó lo que sería el mar en la lejanía… Lo observó con la misma sensación de siempre; aquella que le indicaba que, por muy cerca que estuviese, el mar sería algo que no conocería, algo que siempre se alejaría de ella…

Bruce

A quien conocí una vez

Él seguía esperando, siempre a punto. No faltaba nunca, no fallaba nunca. Siempre estaría allí para ella, incluso cuando ella no lo estaba. Se odia, odiaba que le hubiese pasado aquello a ella, después de todo lo que le habían hecho, después del dolor que ya había sufrido tras terminar con aquella pesadilla de años… Él había estado allí siempre, creía haber estado allí siempre para ella, pero, al fin y al cabo, no había sido suficiente.

Día tras día, iba allí, a la habitación, se sentaba y esperaba a que ella abriese los ojos alguna vez. A veces se dormía y recordaba el día en el que se conocieron, un viento helado, un chocolate caliente, una sonrisa tan cálida y un rostro tan hermoso que no pasó desapercibido para él. Lo supo, pese a las dificultades; supo que se había enamorado de ella y esperó que pronto ella pudiese corresponderle.

Todo empezó aquel día en el que ella le ofreció una sonrisa, en el que él la invitó a tomar algo tras una película que ambos recordarían siempre con cariño. Ella era joven, él un poco mayor; bueno, siete años mayor. Ella aún estaba aprendiendo a vivir, él ya tenía algo más claras las ideas. Entre tantos recuerdos, había uno que bailaba libremente por su mente. Estando allí, observándola inerte, tomó su mano. Parecía dormida, parecía simplemente dormida. Allí sentado recordaba una vez más aquel día… Un día que en el fondo no pertenecía a la persona que se encontraba sujetando su mano sino a aquella que había sido mayor en edad.

d

El atronador sonido de los gritos de las personas inundaba la plaza de aquellos inmensos cines. La gente gritaba, todos se agolpaban tras las vallas, todos esperaban la llegada de él. Un joven que se había ganado su fama gracias a su esfuerzo, gracias a su trabajo.

No era de extrañar todas las personas que se reunieron allí, alrededor de las vallas, esperando su llegada, su visita y sus fotos. Muchas habían llevado sus libros, otros las fotos para que él pudiese firmarlas, pero había una joven entre todos que se encontraba allí por el mero hecho de acompañar a su mejor amiga.

La chica desconocía quién era aquel joven que venía desde lejos a promocionar aquella película que tarde o temprano ella también vería. Su amiga estaba realmente nerviosa, tanto que estuvo a punto de desmayarse cuando él apareció por la enorme alfombra que habían situado allí, separándolas por unas vallas que se clavaban en su pecho dada la presión que ejercía la gente desde detrás de ella.

Agobiada, la joven salió de allí, mientras su amiga gritaba histérica en busca del actor que ya había llegado. Tras conseguir salir finalmente de toda aquella masa de gente, pudo respirar un poco de aire limpio. Sin embargo, la gente aún seguía agolpándose, empujando y pasando apresuradamente. Tanto que el empujón la hizo caer hacia delante, precipitándose contra la espalda de un desconocido que parecía estar tan desconcertado como ella.

—Disculpe la torpeza… —susurró la joven. Sin embargo, no pudo terminar de hablar. El chico que tenía delante había atrapado su mirada por completo. Esos ojos, oscuros como el mismo cielo, la hundieron en una enorme profundidad, tal que las palabras se quedaron atrapadas en su garganta sin poder deslizarse más allá de la misma.

—¿Estás bien? —dijo aquella voz sacándola del sueño en el que se había sumergido por breves instantes. Era una voz seria, pero no dura, que inspiraba cierta dulzura. Ella lo miró, mientras asentía con cierta vergüenza en su rostro, mientras sonreía ligeramente ante el chico que tenía delante.

—Adanna —acertó ella a decir, mientras el leve rubor de sus mejillas aparecía por primera vez. El chico sonrió agradablemente al escuchar su nombre.

—Bruce —se limitó él a contestar mientras la miraba.

La gente continuaba avanzando apresuradamente, mientras los empujaba, haciendo que ambos se mantuviesen cerca en todo momento. Adanna sintió como alguien cogía su mano y tiraba de ella hacia fuera, lejos de toda aquella gente. Finalmente, cuando consiguió salir de allí se percató de que era el joven quien la había agarrado.

Respiró hondo, mientras observaba hacia el sitio donde habían montado el espectáculo y se giraba nuevamente hacia él, dándose cuenta de que aún tenía su mano cogida. Ella la soltó inmediatamente mientras sus miradas volvían a juntarse.

—Odio las aglomeraciones de gente —susurró el chico mientras mostraba una ligera expresión de rabia. Adanna no pudo evitar sonreír, en el fondo ella también odiaba esas aglomeraciones y estaba allí porque se lo habían pedido, no porque ella quisiese.

—El frío tampoco ayuda mucho, la verdad —comentó Adanna mientras volvía la mirada. Aún tenía que esperar a que aquello terminase—. Estoy aquí con una amiga. Tendré que esperar a que esto termine —dijo con una sonrisa mientras él guardaba las manos en los bolsillos del pantalón.

Ahora era él quien se había quedado ensimismado con la chica. Saliendo de aquel ensueño, él la ofreció una taza de café caliente. Adanna no solía confiar de aquella manera en las personas. Sin embargo, en un sitio lleno de gente, ¿qué podía pasar? Él parecía simpático y realmente se alegraba de haberla conocido. Bruce nunca había sido un chico que se hubiese relacionado en gran medida y notaba algo extraño en Adanna, algo que quería averiguar. Era la primera vez que una chica le producía esas sensaciones.

Allí sentados, finalmente Adanna se pidió un chocolate caliente mientras él disfrutaba de un agradable café. La posible vergüenza que pudieran haber sentido previamente se desvaneció cuando las palabras comenzaron a surgir de los labios de ambos. Las risas, las preguntas, todo comenzó a surgir como si aquello fuese una amistad de hacía años.

Cuando aquella locura terminó, cada uno siguió con su vida normal, ni un contacto quedó entre ellos siquiera, tan solo el recuerdo de una chica y un chico que habían compartido una bebida un día de invierno, cuando todos los demás parecían estar pendientes de otras cosas. Ese día, ambos pensaron que no volverían a verse nunca más. Ninguno de los dos olvidaría ese encuentro y, a la vez, no se acordarían de él hasta dentro de mucho tiempo.

d

Aquella historia parecía haberse olvidado, haberse perdido para siempre. Solo podía ver ahora a una joven débil, postrada en una cama, prácticamente sin vida. Él seguiría esperando a que ella despertase, sin embargo, ese recuerdo no le pertenecía. La chica que estaba allí tumbada no era la joven feliz y enamorada de la vida con la que él había querido pasar el resto de su vida.

La miró nuevamente y, pese a estar observando, no era capaz de verla, no era capaz de alcanzarla. Por mucho que se esforzase, tenía la corazonada de que jamás volvería para estar con él. Rozó su mano delicadamente, la tomó entre las suyas y besó ligeramente la parte superior de la piel que aún se mantenía suave. Se puso en pie, se acercó a su rostro y depositó un pequeño beso en su frente.

—Wilson —susurró una voz desde la puerta de la habitación. El joven, sin alzar la cabeza, abrió los ojos para contemplar el rostro de la chica que permanecía en la cama.

—Buenas noches, gatita —susurró mientras alzaba esta vez la cabeza y observaba cómo la enfermera prácticamente le echaba de allí. A fin de cuentas, la visita había terminado. Era hora de irse a casa y descansar.

Ann

Historias pasadas

Las altas banderas del palacio de Sarias se alzaban imponentes sobre el cielo azul. El enorme palacio de oro guardaba en su interior una familia de alta cuna, gran poder y gran belleza. Pero bajo la belleza de ese palacio, no todo parecía ser del color de las rosas.

Más allá del palacio, los jóvenes pasaban hambre, frío y únicamente se abastecían de lo que se encontraban. Su único consuelo era pensar que pronto llegarían buenas cosechas y que alguien les ayudaría a seguir adelante con su vida. Los niños más pequeños soñaban con poder vivir en un palacio, como el que veían cuando pasaban por delante de él, pero lo que nadie sabía era que, bajo las hermosas paredes y el majestuoso palacio, estaba a punto de nacer una hermosa vida que cambiaría todo aquello…

Nunca antes había habido un alboroto tal como el que se formaba en el palacio un caluroso día de verano. Los pajes, los sirvientes, todo el mundo en el palacio, anunciaba la llegada de la nueva criatura que habitaría en los entresijos del palacio.

—La reina está a punto de dar a luz…

—Es una niña… —gritaban mientras el rey se dirigía a los aposentos de su mujer. Frente a las puertas, los sirvientes se amontonaban, esperando la noticia de que por fin nacería un heredero a la corona. Todos callaron durante unos segundos, esperando oír a la criatura llorar por primera vez. Las puertas se abrieron dando paso a la matrona, quien miraba ya al rey con gran angustia y desolación.

—Lo sentimos mi rey, pero… —susurró con un quedo sonido… Un silencio… Y un llanto comenzó a emanar del cuarto, mientras el rey entraba apresuradamente al encuentro de su mujer, cerrando las puertas de nuevo detrás de él.

El rey se inclinó para coger la mano de su esposa, que sonreía después de haber estado llorando por el previo disgusto. Una de las comadronas se acercó con una sábana que ocultaba una nueva vida, depositándola en las manos de la reina. Esta apartó la tela para ver el rostro de a quien había dado vida.

—Es una niña hermosa —dijo el rey, observando al bebé de grandes ojos ámbares y pelo rosado que tenía su esposa entre los brazos. La pequeña había dejado de llorar y ya alzaba las manos sonrientes hacia sus padres. El rey depositó un leve beso en la frente de la pequeña y otro en los labios de la mujer y aquel día una vida había brotado de un mundo lleno de penurias.

Por fin el palacio tenía algo que celebrar desde hacía mucho tiempo. Incluso siendo un bebé, muchos reinos vecinos admiraban la belleza de la criatura y hacían planes de futuro. El reino entero celebró durante días la llegada de la nueva princesita. Tanto duró la celebración que nadie se percató de que el mismo día en el que nació la princesita, tres horas antes, en una pequeña casita, una esbelta mujer, de pelo rubio y ojos azules, daba a luz a quien sería el portador de una historia dolorosa, para todos aquellos que la vivieran junto a él.

 

Aquel niño había nacido en unas condiciones penosas y, sin embargo, cuando abrió sus ojos color zafiro, el sol inundó el reino entero, de punta a punta. Ese día dos vidas nacieron… Dos vidas cuyo encuentro era inevitable.

d

Ann cerró el libro que tenía entre las manos. Esa era una de sus historias favoritas, uno de los libros que le gustaba leer una y otra vez. Cada vez que se encontraba sola le gustaba releerlo y había empezado con él de nuevo. Ese día su pareja estaba fuera mientras ella se había quedado allí. La noche anterior había vuelto a tener una pesadilla horrible y apenas había dormido.

Suerte que él había descansado un poco más y podía ir a hacer una de las cosas que debía de hacer durante el viaje. Ann se levantó de la cama, mientras dejaba el libro en la cómoda y se dirigía hacia la pequeña cocina que tenían allí. Calentó un poco de leche para su garganta y volvió a la cama, mientras dejaba el vaso en la cómoda, cambiándolo nuevamente por el libro que tanto le gustaba.

Ojeó brevemente la tapa, carente de título. Le encantaban los símbolos de la portada y el relieve de la misma, el color dorado y la suavidad y olor de las páginas ya desgastadas por el paso del tiempo. Ann volvió a abrir aquel libro mientras bebía aquella leche caliente, sumergiéndose nuevamente en la historia que tenía ante ella.

d

Desde el nacimiento de la princesa el reino prosperó y creció unido. Los jardines del palacio lucían hermosos, llenos de flores y mariposas. Todo era silencioso esa mañana, mientras los guardias del palacio vigilaban. Se escuchó el sonido de los tacones de una mujer, retumbando contra las baldosas de porcelana del castillo.

Una mujer de la guardia real que esbozó una sonrisa cuando vio a la pequeña de cinco años correteando por el palacio, con la despreocupación típica de una joven cuyo viaje estaba por comenzar.

—Mi señora, no corráis. Podríais caer y resbalar.

—Buenos días, Rosa Negra —dijo sonriente la pequeña. Aquel, sin embargo, no era el nombre real de la mujer, pero a la joven princesa le gustaba llamarla así—. Juega conmigo, por favor —pidió la pequeña con cierto tono lastimero.

—Ahora no puedo señorita. Debo ir a hablar con su padre.

—¿Y para qué quiere mi papá hablar contigo? —preguntó mientras la mujer ya andaba, dejándola atrás. Esta miró hacia la pequeña y le sonrió, pero la princesita no entendió por qué no le contaba nada. Además de ser muy lista, era muy curiosa y sabía que Rosa Negra le ocultaba algo. Ella siempre quería saberlo todo y ese día siguió a hurtadillas a la mujer que entró en la sala donde su padre trabajaba. Miró por una pequeña rendija y vio cómo la mujer se arrodillaba ante el rey.

—Señor. Me ha mandado llamar —dijo seriamente.

—Sí, Rosa Negra. Mi mujer y yo te agradecemos tu seriedad y tu fidelidad hacia nosotros, pero eres muy misteriosa, en ocasiones demasiado. —A la pequeña princesa le costaba entender las palabras tras la puerta, pero poco a poco se fue adaptando—. En cualquier caso, te he mandado llamar porque mi esposa y yo queríamos encomendarte una misión. Estamos en tiempos duros y nuestra pequeña aporta mucha luz al reino, pero temo que alguien desee llevársela. Debes ir al norte, en busca del reino de Korn, y buscar refuerzos.

—Con el debido respeto, alteza, ¿quién cuidará, pues, de la princesa mientras yo esté ausente?

—Entendemos el cariño que le procesas a nuestra hija, pero es primordial que acudas al reino del norte. No solo irás a Korn a buscar refuerzos, sino…

—Un momento, parece que tenemos una espía. —La conversación quedó interrumpida por la reina, que había localizado a la joven detrás de la puerta de la habitación—. Escuchar es de mala educación, princesa. Vete y que no vuelva a ocurrir.

La niña no tuvo más remedio que salir de allí, dirigiéndose entonces al jardín. Ella pensaba que sus padres eran muy duros con ella y en el jardín se sentía muy a gusto cuando hacía algo mal y la regañaban por ello. Relajada y con los ojos centrados en el estanque de agua que se encontraba delante de ella, se dejó llevar por sus pensamientos, hasta que escuchó algo a sus espaldas.

Asustada, se dio la vuelta, para ver cómo un joven, vestido con harapos y jadeando, la miraba atónito de arriba abajo. Ella se asustó, pero se relajó cuando vio los intensos ojos del joven y le pareció el niño más guapo que ella había visto nunca.

—Por… ¿Por qué corres? —preguntó la niña asustada al ver que él se acercaba. El niño cayó sobre las rodillas y ella se acercó para ayudarle—. ¿Estás bien? —preguntó, apoyando la mano en su hombro. Él, asustado, levantó la cabeza mirando en todas direcciones.

—No dejes que me cojan —dijo lloroso.

—Tranquilo, estás a salvo. ¿Quién te persigue? ¿Qué le ha pasado a tu ropa? ¿Quién eres? —preguntó la niña. Sin embargo, ella hablaba muy deprisa, apenas dejaba margen entre las preguntas, mientras el niño trataba de coger aire de nuevo.

—No debería estar aquí… Tú eres una princesa y yo… Me persiguen por haber robado un poco de comida… Estaba hambriento. Yo… debería irme… —trataba de decir entre sollozos, y con la voz totalmente quebrada.

—Espera aquí. Te prometo que te protegeré y no dejaré que te hagan nada —dijo la princesa, encaminándose a la cocina a por un poco de comida.

Pese a su buena voluntad, cuando salió de nuevo, la desgracia comenzó. La comida se resbaló de sus manos al ver que los guardias se llevaban al muchacho a tirones. Este gemía y lloraba y cuando la miró… Cuando la miró, la pequeña supo que jamás podría olvidar aquellos intensos ojos color azul zafiro.

Wilson

El paso de los días

El sordo sonido de las sirenas de policía irrumpió en el hospital. Llegaba una nueva emergencia a las salas. Por lo visto, era un accidente donde una mujer se había visto acorralada y finalmente apuñalada tres veces por la espalda. Esa sería una noche dura para los médicos, pues la mujer aún mantenía algo de vida; se aferraba a ella sin querer despedirse del mundo.

Minutos después un coche derrapó, entrando en los aparcamientos a toda velocidad, casi llevándose por delante a un joven que salía de allí. El coche frenó ruidosamente y apenas dio tiempo a que el motor se apagase cuando un hombre de mediana edad salió del coche. Debía de ser el marido de la mujer que había entrado en urgencias hacía apenas cinco minutos.

Wilson observó cómo la ambulancia frenaba, cómo bajaban a la mujer y cómo un coche casi le atropella al entrar allí. Suspiró mientras observaba a aquel hombre correr, pensando por qué las cosas tenían que ocurrirle a gente inocente como aquella. Afortunadamente, ese no era su caso. Él ya tenía suficientes problemas con tener que ver cómo la vida de una persona que le importaba se iba marchitando poco a poco y sin previo aviso. Suspiró nuevamente mientras agachaba la cabeza y continuaba andando, pasando por completo aquel recinto y saliendo de la instalación. El portero levantó la mano en señal de despedida.

—Buenas noches, Wilson, ¿algo? —preguntó el hombre interesado. Parecía que no era la primera vez que le veía y tenía la certeza de que no sería la última. Wilson negó con la cabeza—. Hasta mañana entonces —susurró el portero, cerrando la ventanilla de cristal para volver a su puesto de trabajo. Wilson bajó la cabeza, metió las manos en los bolsillos y continuó con su camino. No se percató de la triste mirada que le dirigió el portero cuando lo vio irse.

La llave se deslizó lentamente dentro de la cerradura de la puerta. Giró con un leve sonido y la puerta se abrió dando paso a un pasillo largo y oscuro. Toda la casa estaba a oscuras, salvo por la tenue luz que salía de una de las habitaciones. Sus padres aún estaban despiertos. Wilson se aproximó lentamente sin hacer ruido, pero, antes de poder alzar la voz para saludarles y decir que estaba allí, los escuchó hablando.