Criterios del pensamiento social de José Kentenich. Más allá del capitalismo-socialismo

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Esta charla nos da materia para reflexionar si hemos estado midiendo los problemas de hecho con el criterio del Padre Fundador y denunciando lo mismo que denuncia él, o si hemos andado midiendo a la gente más bien según la clasificación de moda: “este es medio capitalista, este otro medio marxista”. No es ese el criterio del P. Kentenich. En el campo de concentración el Padre Fundador tuvo muy buen contacto con marxistas. Lo que a él le interesa es si una persona está luchando o no por un mundo más personalizado, por una comunidad más humana, independientemente de su ideología política. Ese es su criterio. Y nuestro trato con las personas tiene que ser igual. No un poner etiquetas, este es un capitalista o este es marxista. Al P. Kentenich lo que le importa es si tal o cual persona es valiosa para construir un mundo que venza el colectivismo, para construir un mundo verdaderamente personalizado y humano, o si se trata de un hombre atado a una mentalidad mecanicista y materialista, sea del color político que sea. La perspectiva del Padre Fundador es muy clara, muy honda y a la luz de ella debe juzgarse lo demás, lo político, lo socioeconómico.

Esto da material para un examen de conciencia muy serio. Quizás hasta ahora nos hemos sentido muy portadores del mensaje del P. Kentenich, pero a lo mejor lo hemos sido en forma muy superficial. Tal vez nos sentimos muy schoenstattianos porque vamos a la Capillita que fundó el Padre Fundador, porque le decimos a la Mater “Madre Tres Veces Admirable” como le decía el P. Kentenich, pero a lo mejor, no hemos captado lo esencial de la misión del Padre Fundador, porque la Capillita, la Mater y todo lo demás –como lo vamos a ver– es un don de Dios a la Iglesia y a la Familia para vencer la mentalidad colectivista. Por eso, el que no tiene como el P. Kentenich, la misión de terminar con todo germen de colectivismo, ese no ha captado plenamente la misión del Padre Fundador. Al P. Kentenich lo tildaron de “rayado” (loco). Cuando lo enviaron a Milwaukee, el P. Tromp hablaba burlonamente de la “rayadura de Kentenich” (decía que se “le había corrido una teja”: “Dachschaden”), respecto de ese famoso bacilo mecanicista y colectivista que andaba viendo por todos lados y que él no percibía, y resulta que ahora, después del Concilio, en todas partes se habla de lo que el Padre Fundador ya detectó muchos años antes, si bien ahora se le dan otros nombres. Por ejemplo, todo lo que hoy se dice de la secularización en su aspecto negativo, o sea, como secularismo, es exactamente lo mismo que el P. Kentenich definía como mecanicismo. Todos hablan de despersonalización y de esas cosas que fueron el leitmotiv del Padre Fundador y que en su época parecieron “locuras”.

La pregunta de fondo es: Si somos schoenstattianos, ¿estamos convencidos de que ese es el problema? ¿Sentimos como nuestra tarea de vida luchar contra esto y denunciarlo donde esté? ¿O andamos deslumbrados por la oposición aparentemente “absoluta” entre capitalismo o marxismo? Ya sabemos que, a la luz del pensamiento del P. Kentenich, no se trata sino de una oposición relativa, ambos sistemas se oponen en lo que respecta a la forma de organización socioeconómica o política, pero en el fondo, en la visión del hombre y de la comunidad o, mejor dicho, en las repercusiones que tienen sobre el hombre y la comunidad, los efectos del capitalismo y del marxismo son comunes.

II.

Perspectiva histórica en que el Padre Fundador plantea el enfrentamiento con el colectivismo

Ahora vamos a tratar de comprender la perspectiva histórica en que el P. Kentenich plantea este enfrentamiento con el colectivismo. Después haremos análisis de la esencia misma del colectivismo según su visión.

Tal vez antes de continuar conviene advertir que el P. Kentenich no emplea sino muy raras veces la palabra “socialismo”, que es el término más usual hoy en Chile. Cuando el Padre Fundador habla de colectivismo, se está refiriendo al capitalismo y al marxismo. El término “socialismo” es muy amplio y vago, mientras no se le define. Por eso, las críticas que el P. Kentenich hace al marxismo valen solamente para la forma marxista de socialismo, pero no para todo socialismo. Ya hemos dicho que para el Padre Fundador lo importante no es el sistema de propiedad, ni el nombre de los sistemas sino sus efectos colectivizantes. Respecto de otras formas o modelos de socialismo que no existían cuando él habló, que no se han intentado o que están por intentarse, el criterio del P. Kentenich sería el mismo, lo que importa son los efectos reales que un sistema produce en el hombre y no tanto el título que tenga.

1. Lo que sucederá en los “tiempos más nuevos”

El gran problema para el Padre Fundador no es la pugna entre capitalismo y marxismo, sino la superación del colectivismo y de los distintos sistemas de organización con efectos colectivizantes. Él ve que este enfrentamiento se va a producir en una época histórica que llama “los tiempos más nuevos”. Es el período que empieza a partir de 1914. La mayoría de los historiadores están de acuerdo en que 1914 marca un hito en la historia de la humanidad, fecha que muchos consideran el comienzo de la época contemporánea. El P. Kentenich cree que, en este período histórico iniciado en 1914, va a suceder algo grande y que ese acontecimiento que va a ocurrir en este escenario de “los tiempos más nuevos”, será el derrumbe del mundo colectivista y el nacimiento de un mundo más humano post-colectivista.

Según la manera de ver del Padre Fundador, en la Edad Media hubo una mentalidad orgánica que ofrecía al hombre medieval una visión coherente del mundo. Dicha visión era defectuosa desde el punto de vista del humanismo. Era una visión centrada en Dios y que en torno a Dios estructuraba el resto de los valores. No era plena por cuanto el conocimiento que el hombre tenía de sí mismo era muy deficiente. Con el Renacimiento el hombre comienza a adquirir una riqueza de conocimientos que no tuvo en la Edad Media. Por un lado, gana en la amplitud de sus conocimientos respecto de sí mismo y del mundo, pero por otro lado pierde la unidad, la organicidad de su visión.

De este mundo con una visión parcial de la realidad, se van generando modos o modelos de organización social que producen estos efectos colectivizantes de que hemos hablado. El P. Kentenich cree que el colectivismo expresado especialmente en los modelos de organización social de tipo capitalista y marxista es el producto de todo este proceso que se inició a partir del siglo XVI.

Él piensa que desde 1914 (fecha que coincide con la fundación de Schoenstatt), comienza un período decisivo de la historia, caracterizado por el derrumbe de este mundo colectivista y el nacimiento de un mundo nuevo, más humano, post-colectivista. El Padre Fundador no considera al marxismo como un anticipo del mundo del mañana. Para él, el capitalismo y el marxismo –vistos como formas del colectivismo– son más bien las últimas etapas o estadios de este mundo colectivista que se va a derrumbar. En concreto, él piensa que el marxismo es la última oleada, el último sacudón, tal vez el más fuerte, pero como parte de un mundo que se derrumba.

Pero el derrumbe de una cultura y el nacimiento de otra son procesos vitales. Los límites no son aquí mecánicos. Ambos procesos vitales coexisten, o sea, al mismo tiempo que se derrumba un mundo ya está naciendo el otro dentro del mismo mundo que se está derrumbando. Hay un solo mundo, hay una sola cultura que se derrumba, pero al mismo tiempo que se derrumba, están ya surgiendo los gérmenes de ese mundo post-colectivista en el cual cree el P. Kentenich.

Dentro del mundo colectivista de hoy se encuentra desde luego Schoenstatt, que se cree un anticipo del mundo del pasado mañana. Schoenstatt, a su vez, está dentro de la Iglesia renovada del Concilio, la que, sin duda, es una de las fuerzas que está trabajando en forma muy activa por la construcción de ese mundo del mañana. Pensemos, por ejemplo, en las grandes prioridades actuales de la Pastoral chilena. La Iglesia chilena se ha centrado especialmente en tres cosas: (1) en la evangelización (2) en el servicio de formación de jefes cristianos y de comunidades (3) en el esfuerzo que estén plenamente insertadas en el mundo. Toda la Pastoral de la Iglesia chilena está centrada en el intento de formar cristianos plenamente personalizados y comunidades donde también se viva la Iglesia en un ambiente fraterno de relaciones personales, humanas, de familia. Toda la Iglesia después del Concilio va en esta línea. Toda esa multiplicación de pequeñas comunidades, el cambio en la vida religiosa, las pequeñas comunidades religiosas que están yéndose a vivir a las poblaciones, todo eso significa un despertar a un mundo más personalizado.

El Padre Fundador ha dicho que el Concilio trajo lo que Schoenstatt estaba hablando desde un comienzo. Con cincuenta años de anticipación, Schoenstatt empezó a prepararse para llevar adelante lo que la Iglesia hizo oficial en el Concilio.

Pero no se trata solo de la Iglesia y de Schoenstatt. En el mismo mundo capitalista y marxista hay muchos elementos que están derrumbándose, pero también se encuentran allí muchos gérmenes del mundo del mañana. Tomando por ejemplo el Occidente, pensemos en la declaración de los derechos humanos, en todo lo que han hecho las Naciones Unidas en esta línea con la proclamación de los derechos del hombre, con sus esfuerzos por la solidaridad internacional. Tal vez muchas cosas han sido ineficaces. Se han proclamado derechos que no se observan, que se violan. Por ejemplo, tenemos la guerra de Biafra, o lo que pasó en Vietnam. Pero, sin duda en este mundo occidental capitalista ha habido o está habiendo una maduración de la conciencia de los derechos del hombre. Estos derechos del hombre, aunque no se practiquen, están siendo reconocidos, y ya esto es bastante. Está creciendo la concientización respecto de ellos y de la necesidad de mayor solidaridad. Lo mismo ocurre con la revolución de la juventud e incluso con el movimiento hippie. Uno puede decir, se trata de un movimiento romántico sin destino histórico porque no construye nada, pero denuncia, y lo que denuncia va también en esta línea, el impersonalismo del mundo actual, el reino idolátrico de la eficacia.

 

Es así como algo está pasando en el seno de la sociedad capitalista. Dentro del mundo colectivista capitalista ya actúan fuerzas que son del mundo del pasado mañana. Lo mismo podemos decir del mundo marxista, considerado en bloque, es un sistema colectivizante que no puede perdurar así, pero sin lugar a duda el marxismo ha traído al mundo entero valores que van a permanecer. Ha despertado solidaridad, conciencia de la dignidad del trabajo, preocupación por las clases oprimidas. Ha hecho tomar conciencia de que realmente hay muchos oprimidos en el mundo y de la angustia de la situación en que ellos viven. Hay toda una serie de valores en la línea de la solidaridad humana que tienen que permanecer.

Algún día el capitalismo y el marxismo pasarán, dejarán de ser lo que son hoy, pero va a quedar mucho de lo que está vivo dentro de ellos y que es positivo. Luego el derrumbe y el nacimiento de dos mundos son movimientos que se superponen, uno se derrumba, pero el otro ya está en germen.

El P. Kentenich siempre ha visto en Schoenstatt un pequeño germen que contiene la semilla del árbol del mañana, un anticipo de la Iglesia y del mundo del mañana –y eso desde 1912– con una claridad enorme. Después del Concilio, el Padre Fundador ha mostrado en muchas charlas cómo Schoenstatt ya había vivido anticipadamente las grandes líneas del Concilio. Todo lo que ahora se está buscando en cuanto a tipo de comunidad cristiana, al tipo de relación con la autoridad, a la forma de organización en la Iglesia, todo eso Schoenstatt ya lo estaba intentando desde hace 50 años. El P. Kentenich siempre habló de Schoenstatt como una Iglesia en pequeño que ha de anticipar a la Iglesia del mañana y también el tipo de relaciones humanas que han de imperar en el mundo del mañana.

2. Carácter apocalíptico de este proceso

Para el Padre Fundador, este proceso de derrumbe de un mundo y de nacimiento de otro reviste el carácter de una lucha apocalíptica. Sabemos que la visión que el P. Kentenich tiene de la historia es profundamente teológica. Él piensa que las fuerzas que hacen la historia no son solo humanas, ni tampoco solo humanas y divinas, sino del hombre, de Dios y del Demonio. En todo momento decisivo de la historia Dios y el Demonio se enfrentan y tratan de ganarse al hombre.

Según el Padre Fundador, el actual es un momento histórico en el que chocan con gran intensidad fuerzas divinas y fuerzas diabólicas. Por eso él cree en la misión histórica que la Stma. Virgen tiene para este tiempo, porque Ella es la mujer apocalíptica, el instrumento predilecto de Dios para los tiempos difíciles de la historia, el “anti-diabolicum” por excelencia.

Pero ¿en qué se va a manifestar, de hecho, que los tiempos en que vivimos son tiempos apocalípticos? El Juicio que el P. Kentenich tiene de lo que va a venir difiere del juicio de la mayoría de los escritores católicos que hablan sobre este tema. El Padre Fundador es un realista cristiano, un realista a la luz de la fe. ¿Qué significa esto? Que el P. Kentenich toma en serio, como ley de la historia, el misterio pascual de Cristo. Él está convencido que la vida nace de la Cruz, y que no hay vida, que no hay Resurrección, sin Cruz. Por eso su visión del futuro está marcada, a la vez, por los dos aspectos del misterio pascual, el Padre Fundador cree que marchamos hacia tiempos de mucha cruz, pero que después de la cruz vendrá una plenitud de resurrección. En este sentido –porque toma en serio el misterio pascual–podemos decir que el P. Kentenich es, a la vez, más pesimista y también más optimista que casi todos los demás pensadores cristianos de nuestro tiempo.

Refiriéndose a las distintas corrientes en la Iglesia, después del Concilio, el Padre Fundador decía que los conservadores, los tradicionalistas, tenían una actitud demasiado pesimista frente al futuro (“Todo está empeorando, vamos de mal en peor”) y que los progresistas mostraban, por el contrario, una confianza excesiva en la evolución ascendente de la humanidad y de la Iglesia. Entre estos dos polos, de un optimismo bastante ingenuo, él se definía así mismo y a Schoenstatt como “optimistas moderados”. Esta expresión hay que entenderla bien. Ser optimista moderado no significa que todo va a salir más o menos bien, que todo va a resultar “moderadamente” bien, más bien que mal. Creo que esta auto calificación del P. Kentenich implica una valoración de su actitud de conjunto, una cierta resultante final. Él cree que van a venir pruebas muy duras, pero que, precisamente a través de esas pruebas, se va a llegar a algo sumamente valioso. El Padre Fundador es una persona en el fondo muy optimista, mucho más optimista que la mayoría de los optimistas, porque cree en la posibilidad de un mundo con el cual la mayoría de los cristianos más progresistas no se atreven ni a soñar. Pero piensa que para llegar a este mundo maravilloso será necesario pasar por momentos muy duros. Por eso no se proclama optimista a secas. Su optimismo moderado significa entonces un inmenso optimismo a largo plazo, pero un optimismo consciente de que este mundo maravilloso solo se conquista por el precio de la cruz.

Su posición se diferencia de la de muchos porque –según mi opinión– la mayoría de los autores cristianos que hoy escriben sobre estos temas, no tienen la valentía del P. Kentenich para tomar en serio el misterio pascual como ley de la historia. Hay algunos que se quedan en constatar lo negativo, en el pesimismo, y que no sacan las consecuencias que su fe les pide sacar de allí. Es falta de fe ser pesimista a secas, porque si creemos de verdad en Dios, tenemos que creer que Él no permite la cruz sino por la resurrección. Nosotros hemos de aceptar que la situación está mal y que va a ser peor, pero siempre agregando que esto será camino hacia una resurrección posterior.

Por otro lado, también es una falta de fe creer que la humanidad camina espontáneamente hacia un progreso indefinido que no nos va a exigir ningún precio. Nuestra fe nos dice que es ley del progreso pasar por la cruz y la muerte que, sin sacrificios, sin dolor, sin cruz, la vida no avanza. Por otro lado, a mí me parece que este no atreverse a tomar en serio la ley pascual como ley de la historia, hace también que los optimistas cristianos sean bastante poco optimistas en comparación con el Padre Fundador. Explicaré esto.

El P. Kentenich está convencido de que vendrán catástrofes grandes a nivel mundial. Alrededor del 31 de mayo de 1949, él veía como muy posible una tercera guerra mundial. Después en el año 1966 y tocando este tema en Alemania, hizo una interesante afirmación. Dijo que tal vez una tercera guerra mundial no se vea como tan inminente o a corto plazo, pero que, aunque no venga, tanto la Familia como la Iglesia tienen que prepararse para resistir situaciones de esa misma envergadura. El Padre Fundador está convencido de que, si no viene una guerra mundial, por lo menos vendrán dificultades que no podrá superar aquel que no se hubiere preparado para soportar una guerra mundial. Él cree que para la Iglesia y para la Familia de Schoenstatt, la pista se va a volver tan pesada por la opresión de este espíritu colectivista que prácticamente habrá que prepararse como para resistir una guerra. Tal vez no será una guerra con armas atómicas o de otro tipo semejante, sino a lo mejor una guerra psicológica, que va a exigir todavía mayores fuerzas de resistencia y durará aún mayor tiempo que un conflicto bélico, hasta que pueda ser vencida la amenaza de este mundo colectivista.

En Chile, paulatinamente, ha ido decreciendo el optimismo postconciliar, que fue muy notorio en tiempos de los Sínodos. Hoy se empieza a reconocer que el camino de la Iglesia puede tornarse difícil. La ingenuidad y el optimismo que hubo en el Sínodo de Santiago del 67-68 eran impresionantes. Con el Concilio empezó una época de diálogo en la Iglesia y en los Sínodos se pensaba que el gran cambio que se debía hacer era simplemente enseñarle a la Iglesia a dialogar con todos los hombres, porque hacia el futuro íbamos a vivir en un tiempo de diálogo cada vez mayor, de pluralismo creciente, en una comunidad universal. Si en Santiago, hace cuatro años, se hubiera dicho que hay que preparar a la Iglesia chilena para lo que vendrá se habrían reído. El lema era “abrirse y dialogar”.

El P. Kentenich, por el contrario, cuenta con una Iglesia de catacumbas. No se trata de que nos vayan a perseguir, de que venga o no el comunismo. En Chile se está sintiendo ya, frente al ambiente marxista. No es necesario que se implante una dictadura para que bajemos a las catacumbas. Hoy ya hay gente asfixiada, existe ya una presión psicológica marxista enorme que les impide a muchos cristianos expresarse libremente. Para ello no se necesitan ni leyes ni dictaduras. Y si no hubiere llegado a Chile la ola marxista, como sucedió, nos hubiere pasado lo mismo que nos está pasando en los EE.UU. y Alemania, donde el régimen capitalista produce igual efecto, donde el cristiano se siente aplastado, asfixiado, y si no se ata firmemente a sus principios, se lo lleva la corriente. El Padre Fundador está convencido de que vienen tiempos de catacumbas para la Iglesia, bajo este aspecto, de sentirse vitalmente en catacumbas.

Lo jurídico nunca le interesó mayormente. El preveía que, hacia el futuro, en la práctica –aun cuando se le reconozca el derecho teórico de tener su religión– el cristiano va a sentirse como una minoría aplastada en cualquiera de los dos sistemas, capitalista o marxista.

Sin embargo, hemos dicho que el P. Kentenich es un optimista a largo plazo. ¿Qué piensa la mayoría de la gente? Que viene un cambio de época, pero que las cosas van en ascenso, que caminamos hacia un mundo más humanista, pluralista, de mayor diálogo entre todos. Hace cuatro años en Chile, el lema era pasar de un mundo de cristiandad, donde la Iglesia vivía en una situación de predominio, de especiales derechos y privilegios, a un mundo pluralista, donde todos estaríamos a un mismo nivel, donde los cristianos seríamos un grupo entre otros, donde dialogaríamos y daríamos nuestros aportes frente a otros grupos. Hemos visto que las cosas ya no han resultado así, porque, de pronto, ya no somos un grupo entre otros, sino que comenzamos a sentirnos un grupo minoritario frente al avance del marxismo. En los sínodos se pensaba, la Iglesia debe bajar del pedestal al piso donde están todos y trabajar en un nivel de igualdad. Y sucede que en cuatro años no hemos bajado solo del pedestal al piso de abajo, sino que nos están empujando al subterráneo.

Pero dejando de lado el error de las predicciones ¿cuál era la meta ideal propuesta? Muchos pensaban en un mundo de diálogo, en un mundo pluralista, pero de un pluralismo muy secularizado. En el fondo, lo que se concebía como ideal es lo que existe hoy en Europa, un régimen democrático donde existe todo tipo de corrientes, donde cada uno puede pensar como quiera y se respetan unos a otros. Esa era la gran meta. Pero ¿qué se está viendo en Europa? Que esa meta no resulta. Hoy día la juventud europea no está en absoluto contenta con el pluralismo. ¿Qué significa, por ejemplo, para un joven alemán ser pluralista? Significa que puede escoger la manera de ver el mundo como se le dé la gana. Se dice: yo voy a ser totalmente libre. Pero empieza a ir a la Universidad, a leer libros, a ver televisión y queda totalmente incapacitado para escoger, porque le dan una conferencia sobre el amor y el sexo, por ejemplo, y la da un señor que ha escrito unos 40 libros sobre este tema y lleva un sinnúmero de años investigando el problema y piensa A. Al día siguiente, en la televisión o en las revistas, aparece otro señor que ha estudiado 30 años, ha escrito 41 libros y piensa B. Y ahora ese joven de 16 años que escucha a cinco o seis genios en moral sexual, en política, en arte, en todos los aspectos de la vida humana, ese joven que tenía el privilegio de ser libre y de escoger él mismo su visión del mundo, debe elegir entre mil visiones contrapuestas que han elaborado mil genios, lo que le es imposible. Esto no es pluralismo, esto es anarquía total. El pluralismo es un valor en la medida que significa un respeto a las personas, a las ideas ajenas, pero tiene que haber una base común para que exista pluralismo, se ha de estar de acuerdo sobre ciertos valores fundamentales acerca del hombre y de la sociedad, de lo contrario es una anarquía completa en la que el hombre no puede ejercer su libertad.

 

Hoy, en Alemania, país capitalista, rico, sin ningún problema de tipo económico, la juventud se está haciendo marxista por desorientación, porque ese mundo pluralista no los llena, porque es un mundo que les ofrece una cantidad de valores desarticulados y ellos sienten que no pueden vivir en un mundo así, atomizado. Ven que el marxismo les ofrece una síntesis. Y son jóvenes que tienen televisión en colores, que van a vacaciones a Egipto, a Grecia, que tienen auto, que no tienen problemas económicos de ningún tipo y sin embargo caen en el marxismo buscando unidad de visión. El pluralismo, tal como se está dando en Occidente, no llena.

¿Con qué tipo de mundo sueña el Padre Fundador? Él sueña con un mundo post-colectivista, al que llama “el mundo del pasado mañana”. No le preocupa mucho el nombre que se le dé, incluso usa apelativos que chocan bastante. Se atreve a decir lo que nadie diría: que el mundo del pasado mañana puede ser una “nueva cristiandad”, o sea, una cristiandad concebida de otra manera. También podemos decir que el P. Kentenich sueña con un mundo “pluralista-espiritualista”. ¿Qué se entiende por esto? Él no piensa en un mundo en que la Iglesia sea importante en cuanto al “poder”. Toda esa situación que se llamó “cristiandad” era una situación en que la Iglesia tenía una condición de privilegio, de poder en la sociedad, de poder cultural y social, también de poder político. El Padre Fundador sueña con un mundo en que la Iglesia tenga una inmensa influencia, pero no de poder, no de arriba a abajo, sino una influencia vital de abajo hacia arriba. Para él, el mundo del mañana no es un mundo pluralista en el sentido del pluralismo capitalista que existe hoy y que el P. Kentenich ve como síntoma del nihilismo de una sociedad que se deshace. Él sueña con un mundo penetrado de espíritu cristiano, no con un mundo dominado por instituciones cristianas, que era lo típico de la antigua cristiandad. Él anhela que la Iglesia cumpla su papel de ser alma, de dar vida por debajo, de inspirar. Sin embargo, esto no significa que ese mundo vaya a ser todo cristiano, por eso hablábamos de un “pluralismo cristiano”. Es evidente que el mundo va hacia el pluralismo. El P. Kentenich sueña con un mundo que, siendo pluralista, conteniendo hombres de diversas religiones, reconozca sin embargo como tales los valores que para el cristianismo son importantes, es decir, un mundo que a diferencia del mundo pluralista occidental actual, considere a Dios, la religión, a la creación, a todo el esfuerzo religioso del hombre, como un bien positivo, un mundo que tenga la visión de la persona humana concordante con la visión cristiana, aun cuando la gran mayoría pueda no ser cristiana, un mundo en el cual los valores del cristianismo, sobre todo lo que él ha resumido en Schoenstatt bajo el título de “hombre nuevo” y “nueva comunidad”, sean aceptados en lo que tienen de valores auténticamente humanos. (El hombre nuevo schoenstattiano es aquel que vive de la armonía de lo natural con lo sobrenatural, teniendo, por lo tanto, valores naturales propios).

¿Por qué la mayoría de los que escriben sobre el futuro no se atreven a darle a la Iglesia un papel importante en la construcción del porvenir? La mayoría de los teólogos hablan de una Iglesia cada vez más chica e invisible. Creo que algo así va a pasar y el Padre Fundador cuenta con una Iglesia que va a bajar a las catacumbas, que se va a reducir mucho en número, pero él piensa que esa Iglesia va a realizar un trabajo muy importante de penetración en la nueva cultura que está naciendo.

Creo que la diferencia de óptica se funda en lo siguiente: la mayoría de los cristianos de hoy tienen la experiencia de la cristiandad en el sentido de una Iglesia que influyó en el mundo de arriba hacia abajo, a través de su poder cultural, social, pero son muy pocos los que han hecho la experiencia de un cristianismo, de una fe que sea alma, que inspire desde abajo. Yo creo que nosotros, en Schoenstatt, hemos hecho esa experiencia. Hemos sentido como Schoenstatt nos da un espíritu que nos ayuda a enfrentar mejor todos nuestros deberes humanos, que ha vivificado nuestra vida de familia, nuestra vida de profesión, nuestra vida de amistad. Schoenstatt nos da espíritu y no necesitamos que toda nuestra oficina sea schoenstattiana. Podemos estar incorporados a muchas otras instituciones y ahí estamos dando a Schoenstatt, porque Schoenstatt es fuente de espíritu, es una mentalidad, es una actitud. Por eso, el P. Kentenich podía soñar con un mundo así, en el cual la Iglesia pueda llegar a tener una influencia inmensa sin ostentar una situación de privilegio y de predominio, por eso, el Padre Fundador habló de una nueva cristiandad, con una actitud de servicio, de inspiración desde abajo, porque en Schoenstatt él ya había creado un anticipo de esa Iglesia del mañana.

Resumiendo, lo importante es lo siguiente: el P. Kentenich cree que en la época histórica iniciada en 1914 se produce el derrumbe de un mundo –del mundo colectivista– y el nacimiento de otro. Él cree que este derrumbe va a ir acompañado de catástrofes mundiales, de pruebas muy duras, que vienen tiempos muy difíciles para la Iglesia, tiempos que exigirán volver a las catacumbas. Pero, por otro lado, él piensa que a través de todo este proceso va a surgir un mundo hermosísimo. El Padre Fundador habla de un mundo “divinizado”, de un “maravilloso” orden social, es decir, es increíblemente optimista.

3. Consecuencias de esta visión del futuro

a) Nos explica el sentido de la historia de Schoenstatt

Lo que me interesa en esta charla es que comprendamos que no podemos seguir plenamente al P. Kentenich si no hacemos nuestras estas dos convicciones: que vienen tiempos muy duros, pero que después de esas pruebas, vendrá un mundo muy hermoso. Este doble convencimiento explica toda la estrategia que el Padre Fundador empleó a través de Schoenstatt y explica, también, la fuerza misma de Schoenstatt. Sin él no podremos entender el actuar del P. Kentenich, la forma como ha guiado a la Familia, cómo se ha arriesgado. Desde 1912, el Padre Fundador preparó a los jóvenes para lo que se avecinaba, fue un trabajo pesado. Toda la pedagogía del P. Kentenich está condicionada por esta visión suya del futuro, por este convencimiento de que vendrán tiempos difíciles, como sucedió ya con el nacionalsocialismo. Toda la historia de Schoenstatt es una respuesta a esto. Y por lo mismo, si no aceptamos esta visión del Padre Fundador, la historia de Schoenstatt no tiene sentido. El P. Kentenich lo hizo todo pensando que el gran problema de hoy es el colectivismo y que la batalla contra él va a ser muy dura.

Especialmente esta visión es la que explica Schoenstatt a partir del año 1945. El tiempo de la guerra fue para Schoenstatt sumamente importante. El Padre Fundador piensa que Dios nos hizo un regalo muy grande en ese tiempo de la Segunda Guerra Mundial, a través del enfrentamiento con el nacionalsocialismo. Durante ese período, Dios permitió que una olita de colectivismo, como era el nacionalsocialismo, azotara violentamente a la Familia durante algunos años, de manera que, en su respuesta al nacionalsocialismo, el P. Kentenich nos pudiera mostrar la estrategia permanente que la Familia debe utilizar en sus luchas futuras contra el colectivismo.

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