Criterios del pensamiento social de José Kentenich. Más allá del capitalismo-socialismo

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El Padre Fundador sigue totalmente esta línea. El P. Kentenich es realista y por eso a él le interesan los problemas vitales, reales del hombre de hoy, por eso en Schoenstatt decimos que un schoenstattiano anda bien cuando de hecho lo está. Puede ser que haya alguien que sepa poco de Schoenstatt, pero eso no nos importa tanto, y puede ser que haya alguno que siempre llega atrasado a las reuniones de grupo y que no cumple otras cosas de este tipo, eso tampoco nos importa tanto si es que de hecho anda bien. ¿Y qué significa que ande bien? Que es un schoenstattiano que está viviendo la Alianza de Amor, aunque no tenga ideas claras y organizativamente esté un poco desorientado.

Esta es la perspectiva según la cual el Padre Fundador ha enfocado el problema de nuestro tiempo, una perspectiva realista. El P. Kentenich mira el mundo de hoy desde ese ángulo, que es ángulo del Concilio y que, al menos en la intención, es también lo que quieren los marxistas, ver los problemas reales.

¿Cómo se ven los problemas reales? El Padre Fundador prescinde de las ideologías, de las instituciones, de los partidos políticos, de todo lo que sea aparato, directamente va a la gente, al hombre. A él le interesa ver cuáles son los efectos profundos que la vida del mundo está causando hoy en la mentalidad y en la actitud de la gente, cuál es la mentalidad profunda que tiene el hombre de hoy, independientemente del país en que viva, el partido político al que pertenezca, de las ideas que tenga. La gente puede tener todas las ideas que quiera y no vivir de acuerdo con ellas. O puede tener ciertas ideas y en la práctica vivir según otras, como les sucede a muchos cristianos que lo son en la teoría, pero niegan a Cristo en su vida diaria. Esto es algo generalizado, alguien puede ser también marxista en la teoría y no serlo en la práctica, protestante en teoría y no en la práctica, etc. Por eso, el P. Kentenich se despreocupa de las teorías, las ideas, y parte de los efectos que se pueden observar en la vida del hombre, en su mentalidad y en su actitud.

4. El mal de fondo: el colectivismo

Ahora bien, el Padre Fundador desde un comienzo pone el dedo en una misma llaga, y dice que el problema del mundo actual es el colectivismo. ¿Qué entiende el P. Kentenich por colectivismo? A los jóvenes, en el año 1912, les habla del hombre-masa, de la masificación. Es el gran problema que el Padre Fundador discierne al iniciarse esta nueva época de la humanidad, que la mayoría de los historiadores coincide en hacer comenzar con la Primera Guerra Mundial. El P. Kentenich se da cuenta que la humanidad está frente a un desafío gigantesco, desafío que se manifiesta especialmente en la situación del hombre moderno ante la técnica. El Padre Fundador pone a los jóvenes en el Acta de Prefundación ante esa disyuntiva. ¿Qué hemos de hacer, decidirnos por la técnica o por el hombre? La técnica es una especie de monstruo que se está escapando de las manos del hombre. En vez de convertirse en una herramienta que le permita al hombre hacer el mundo más humano, está pasando al revés, no es el hombre el que con la técnica está haciendo el mundo a su semejanza, sino que es la técnica, la máquina, la que está haciendo al hombre a semejanza de ella. Y es la máquina la que está imprimiendo a la persona y a la sociedad humana un ritmo inhumano de vida, tan inhumano que lleva a plantear esa disyuntiva. ¿Se podrá encontrar la solución renunciando a la técnica y volviendo a la Edad Media? ¡No! No se puede, tenemos que seguir adelante, tenemos que aceptar este regalo de Dios que es la técnica y que, evidentemente, tiene muchísimo de positivo, pero también hemos de educarnos para aprender a usarla. Y el P. Kentenich plantea el gran problema del hombre de hoy y de la sociedad de hoy, como un problema de educación. Se necesita un gigantesco esfuerzo de educación para que el mundo que el mismo hombre está creando no lo devore, para que el hombre siga siendo dueño del mundo, de ese mundo técnico, y no termine siendo su esclavo, copia de la máquina.

El Padre Fundador llama colectivismo o masificación a los efectos que está produciendo en la sociedad la amenaza de la técnica. La máquina le imprime a la sociedad su propio ritmo y la sociedad moderna se convierte a su vez en una gran máquina en la que cada hombre deja de ser persona y pasa a ser un tornillo, un átomo al servicio de este gran aparato productivo que es la sociedad de hoy. El hombre es manipulado y es instrumentalizado según las necesidades de esta gran máquina. Por ejemplo, si hoy día se construyen grandes edificios de departamentos, no es para fomentar la solidaridad humana, no es para que haya más espíritu de familia entre los hombres, es por la necesidad de la técnica, porque técnicamente son más baratos, porque también es más económico que la gente viva en edificios grandes cerca del lugar donde trabaja y no necesite gastar tanto en medios de locomoción. Todos son motivos técnicos. En el mundo técnico en que vivimos, los hombres habitan cada vez más juntos, cada vez más cerca unos de otros y, sin embargo, cada vez se ve menos solidaridad, cada vez se cae en una mayor soledad. El problema de la incomunicación es el tema de todas las películas y novelas modernas. El hombre de hoy, viviendo en rebaños de millones, yendo en un autobús con el prójimo casi dentro del propio cuerpo sufre, no obstante, de una angustiosa soledad. Vivimos en medio de grandes apreturas, en medio de grandes concentraciones humanas, por eso ya no es sociedad humana: eso es masa.

La sociedad es algo articulado, es algo orgánico. La sociedad es un conjunto de personas con ciertos vínculos entre ellas, no es un montón de gente. El Metro es aglomeración de personas, pero, justamente por ello, no es un modelo de organización social (sobre todo en las horas de mucho tráfico).

La sociedad en que vivimos hoy es una especie de Metro, en que todo el mundo va apelotonado. Eso no es una sociedad, eso es masa, es una mazamorra humana, donde cada uno pierde totalmente su individualidad, su personalidad, y es usado en función de otras cosas, en función de la economía, en función de la política. La sociedad moderna va produciendo sobre el hombre este efecto de neutralizarlo como persona, convirtiéndolo en átomo de una gran masa y, en el fondo, matando lo que tiene más propio de persona.

Si lo más propio que el hombre tiene como persona es su capacidad de pensar libremente y de decidirse libremente, cada vez que se le priva de ejercer esta capacidad, se le está asesinando como persona.

Si ustedes leen la Carta Apostólica de Pablo VI Octogésima Adveniens, que apareció en Chile con el nombre de Igualdad y Participación, verán que toda la primera parte de este análisis que hace el Papa va en la misma línea de lo que el Padre Fundador predicara a los jóvenes en 1912. Y todo lo que el Papa detecta en esa primera parte, lo muestra como mal común tanto del mundo capitalista como del mundo marxista, porque el problema de la colectivización, del hombre masa, producto típico de la cultura industrial-urbana, es una enfermedad general del hombre moderno.

Hoy día, muchas veces, cuando se usa la palabra colectivismo –esto es importante saberlo para no usarla hacia afuera sin una explicación– se la une con el marxismo. ¿Por qué? Porque el régimen marxista y algunos sistemas socialistas hablan de “propiedad colectiva”. Cuando el P. Kentenich se refiera al colectivismo no está pensando en un tipo determinado de propiedad, sino en el efecto producido en el hombre, en un “hombre colectivizado”. Claro que la propiedad colectiva puede ayudar a acentuar este efecto, puede ser factor de colectivización o masificación del hombre, pero también existe masificación sin propiedad colectiva. El sistema capitalista no acepta la propiedad colectiva, sin embargo, tiene muchos otros elementos que también son agentes de masificación.

Así, desde 1912, el Padre Fundador pone el dedo en esta llaga. Este es el problema: el colectivismo, la masificación, que hacen que el hombre y que la sociedad sean cada vez menos humanos, menos libres para pensar y decidir. Por lo mismo, hay que despertar una cruzada anticolectivista, una cruzada que eduque personas y comunidades libres que sean capaces de personalizar este mundo que trata de masificar al hombre. Este es el sentido de la Obra de Schoenstatt.

5. Colectivismo y pensar mecanicista

El P. Kentenich da también otros nombres a esta mentalidad colectivista que hemos descrito. El más conocido es el de “mentalidad mecanicista”. Mediante ese nombre quiere indicar que el hombre moderno ha ido parcializando su visión de la realidad, es decir, dejando de considerar a Dios, a la humanidad y al universo como un conjunto, para centrarse en aspectos parciales de esta realidad. Esa mentalidad, que mecánicamente ha ido separando algunos aspectos de la realidad de otros, es la que, a la larga, ha ido provocando esa situación de colectivismo.

Por consiguiente, esa mentalidad mecanicista consiste para el Padre Fundador esencialmente en una ruptura de la visión de conjunto. Después analizaremos la gran crisis cultural iniciada a partir del Renacimiento y que el P. Kentenich ve precisamente como un proceso de disociación, de ruptura de la visión orgánica de la realidad, propia del hombre medieval. Esto no significa que la visión de la realidad que poseía la Edad Media fuera ideal, lo importante es que había una manera orgánica de enfocar las cosas, que se rompe a partir del Renacimiento. Desde aquel momento hay un enorme progreso en aspectos parciales. Desde el Renacimiento, el hombre progresa en muchas ciencias, también se empieza a conocer mejor a sí mismo, pero, ya no es capaz descubrir la coherencia de todos estos conocimientos que va adquiriendo. Y eso va trayendo una visión cada vez más parcial del universo. El hombre por su propia naturaleza necesita tener una visión de conjunto, no puede vivir sin una visión orgánica, sin tener una síntesis. ¿Y qué sucede si se rompe esta visión orgánica y si el hombre empieza a adquirir conocimientos parciales? Su necesidad de síntesis le lleva a tratar de elaborar síntesis globales a partir de puntos de vista parciales. En este sentido dos hombres han sido decisivos para la historia moderna: Freud y Marx.

 

Freud, por ejemplo, tuvo una concepción parcial de la realidad, era especialista en un aspecto, y a partir de su análisis de tipo psicológico-sexual, trata de dar una explicación global del hombre. Desde el aspecto sexual, trata de explicar la vida humana entera: la moral, la vida social, la familia, el arte, la religión. Freud pretende dar una cosmovisión, pero partiendo de una perspectiva parcial.

Lo mismo hace Marx. Hay dimensiones del hombre que a él se le escapan. Desde luego, toda la dimensión espiritual. A Marx le impresionó el problema económico, el problema de las clases sociales, y se centró allí. Desde esta perspectiva procuró dar una cosmovisión y en esa cosmovisión, que partió de premisas parciales, la totalidad del hombre no tiene lugar, no cabe. Cuando se trata de organizar moldes o modelos de vida social a partir de perspectivas parciales, que no respetan todos los valores del hombre, si se trata de embutir al hombre allí, necesariamente habrá que mutilarlo bajo muchos aspectos.

Eso es lo que está pasando en el mundo de hoy. En líneas generales se ven los valores materiales descuidando lo espiritual, no solo en el sentido sobrenatural, sino también los valores de la persona o los valores espirituales de la misma sociedad. Vivimos en un mundo deslumbrado por el proceso técnico, material, en que la eficacia se ha convertido en el valor supremo. El documento de los Obispos –Evangelio, Política y Socialismos1– muestra como esto sucede tanto en el capitalismo como en el marxismo, digan lo que digan las teorías.

El marxismo, en teoría, se muestra muy humanista, pero en la práctica para ambos –marxismo y capitalismo– el valor supremo es la eficacia. En la sociedad capitalista el criterio fundamental es el aumento de las utilidades. En la teoría existe también un anhelo humanista: se quiere que aumenten las utilidades para que el hombre sea más feliz. Pero lo que decide la cuestión es lo que rinde más. Igual los marxistas. También ellos quieren que los hombres sean más felices, pero en la práctica decide la eficacia. Para Lenin es moralmente legítimo todo lo que acelere la revolución, todo lo que sea eficaz en el plano económico, político, es norma del valor y del bien. Y en la búsqueda de la eficacia se empieza a mutilar al hombre. Conviene que todos marchen juntos y por lo mismo conviene que todos piensen lo mismo, que todos decidan lo mismo, y así comienza todo el problema de la manipulación y de la despersonalización. Tanto al mundo capitalista como al marxista les interesa –en vista de la eficacia económica o política que colocan en primer plano– que todos piensen lo mismo y hagan lo mismo. Ese es el sentido de la propaganda de la sociedad de consumo o de la propaganda ideológica en el caso de los países marxistas. Se manipula a la gente. Y tanto el mundo capitalista como el marxista, es un mundo en el cual el hombre, de por sí, no puede ser persona porque le cuesta pensar y decidir libremente. Es un hombre obligado a pensar dentro de ciertos moldes, por eso no es persona, es masa, y no es capaz de tener contacto personal con otros. Lo peor es que al sistema le conviene que sea masa. A la sociedad de consumo, al capitalismo, le conviene que el hombre sea masa, que responda cada vez con más fuerza a la propaganda, a los slogans, que compren los productos que se ofrecen. Y a los marxistas también les conviene que el hombre sea masa para que su sistema tenga una base más sólida para que exista una adhesión incondicional al régimen, para que haya un monolitismo de pensamiento. O sea, a los dos tipos de sistema no les conviene que haya diferenciación ni en el actuar, ni en el pensar, para poder unir todas las fuerzas en aras de la eficacia. Eso trae por consecuencia que el hombre se destruye. Habrá mucha eficacia, pero no puede haber personalización sin diferenciación y no puede haber una comunidad humanamente rica, si no está sostenida por lazos personales, de personas capaces de pensar originalmente.

El Padre Fundador sintió que Dios lo llamaba a ayudar a la Iglesia haciendo surgir, desde Schoenstatt, una corriente de personalización. No en el sentido de que la persona sea más valiosa que la comunidad. Al referirse a esto, al hablar de “lo personal”, lo estoy considerando como una dimensión esencial tanto del individuo como de la comunidad humana. El problema estriba en que el individuo de hoy no es persona sino tornillo, y en que la comunidad no es comunidad, sino que es masa, montón.

El P. Kentenich ve como gran tarea histórica luchar por conseguir que esos individuos sean personas y que esa masa, la sociedad industrializada, llegue a ser una comunidad de personas. En el fondo se trata de personalizar al individuo y a la comunidad humana, no de defender a la persona frente a la sociedad, sino de salvaguardar la dimensión personal, tanto en el individuo como en la comunidad humana.

6. Capitalismo y Marxismo: dos formas del mismo mal colectivista

Este mal lo detecta el Padre Fundador tanto en el capitalismo como en el marxismo. A uno y a otro lo analiza desde el punto de vista del efecto colectivizante que tienen sobre el hombre y la sociedad, y los encuentra muy semejantes. Lo dice claramente en textos suyos. El P. Kentenich no ve una diferencia esencial entre el capitalismo y el marxismo, sino que para él se trata de simples diferencias de grado. Opina que los dos sistemas son formas diferentes de organización social, económica y política, pero frutos ambos de una misma mentalidad mecanicista, de un mismo proceso cultural que viene del siglo XVI. De hecho, el marxismo surgió como reacción al capitalismo, pero manteniéndose en su mismo nivel y en su mismo ambiente cultural. El marxismo nace de los mismos principios que engendraron al capitalismo. El Padre Fundador los ve como dos formas de mentalidad mecanicista, como dos sistemas provenientes de una raíz común y que, por lo tanto, conducen, ambos, a lo mismo: tienen efectos colectivizantes, masificantes.

Por eso no se puede decir que el P. Kentenich sea anticapitalista o antimarxista, él es anticolectivista. Directamente no es el sistema socioeconómico el que le importa, sino el hombre. A él le interesa que el hombre sea persona y que la comunidad humana sea personal. Constata que tanto el sistema capitalista como el sistema marxista reducen esta posibilidad, la impiden, por eso critica y combate a ambos. Al Padre Fundador le preocupan los efectos negativos que estos sistemas tienen en la persona y en la sociedad humana. Él no parte de ningún a priori, parte del hombre. Si se lograra establecer un sistema socioeconómico en base a cualquier tipo de propiedad –colectiva o individual– que no produjera este efecto negativo, colectivizante, el P. Kentenich lo aceptaría. Él parte de la vida, de la realidad. A él le interesa el hombre, que el hombre y la comunidad puedan vivir sanamente, y juzga los sistemas en función a esto. Cualquier sistema que garantice una vida más personal, más auténticamente personal, es aceptable.

Es importante tener en cuenta su afirmación de que la distinción entre capitalismo y marxismo es más bien de grado. Así resulta más fácil no juzgar al capitalismo y al marxismo como dos realidades compactas, como dos bloques monolíticos. Dentro del capitalismo hay muchas variantes, muchos modelos capitalistas más o menos colectivizantes. Lo mismo pasa en el marxismo, dentro de las realizaciones históricas del marxismo que conocemos, vemos que no todas son iguales. Hay algunas que son más duras, otras más blandas, más abiertas, más humanas.

Si la diferencia entre marxismo y capitalismo es, según el Padre Fundador, una diferencia más bien de grado, entonces se podrá hacer una comparación entre los distintos modelos capitalistas y marxistas y tal vez lleguemos a la conclusión de que hay ciertas sociedades de tipo capitalistas, más humanas que otros modelos marxistas. Por ejemplo, pensemos en Suiza, la sociedad de Suiza es de tipo capitalista, sin embargo, la diferenciación de clases es muy reducida y la participación libre del campesino y del obrero en todos los organismos de decisión está tal vez más asegurada que en la mayoría de los países socialistas. La estructura de cada cantón asegura una democracia bastante real. Sin formular un juicio sobre el sistema capitalista como tal, puede decirse que esta forma concreta de sociedad capitalista –la Suiza– es mucho más humana que determinados modelos socialistas. Puede ser también, que dentro de los modelos marxistas haya algunos más humanos que otros modelos capitalistas. Si la diferencia es de grado, se puede aceptar esta posibilidad. Sin embargo, hay motivos por los cuales el P. Kentenich se refiere más al marxismo que al capitalismo. También se preocupa de preparar especialmente a la Familia para que pueda resistir la forma marxista del colectivismo, que cree más peligrosa no porque la considera en sí misma peor que la otra, sino porque, en el fondo, cree que es la ola última, la ola que va a durar más. Desde un punto de vista estratégico o práctico, la ola del colectivismo marxista va a ser aquella con la cual la Iglesia va a tener mayor quehacer en los próximos años, pues el capitalismo pareciera ir perdiendo ya su dureza, su agresividad.

No es intención del Padre Fundador, al comparar capitalismo y marxismo, poner el problema en abstracto, situar a ambos sistemas en un mismo plano y decir: este es mucho peor que el otro. El P. Kentenich nunca hace juicios en abstracto. Para él, en la práctica ambos sistemas producen los mismos efectos con una diferencia de grado. Por eso, cuando el Padre Fundador habla de una “mayor” peligrosidad del marxismo, generalmente no está juzgando al sistema como tal, sino que viendo las perspectivas históricas futuras. Por el desarrollo histórico, concreto del mundo se ve que la lucha contra el colectivismo de tipo marxista va a ser más larga. (Cuando hablo de “lucha” me refiero a la superación de los efectos colectivizantes del modelo de sociedad marxista, sin negar por ello los aportes positivos que pueda contener el marxismo).

7. Precisión acerca del lenguaje del P. Kentenich

Un dato para los que leen los escritos del Padre Fundador: cuando el P. Kentenich habla de “bolchevismo”, si expresamente no dice otra cosa, por lo normal se está refiriendo al colectivismo en general, tanto bajo sus formas capitalistas como marxistas. No se puede decir que el Padre Fundador está condenando el marxismo cada vez que usa la palabra “bolchevismo”. Su enemigo, el bacilo que quiere combatir, es el colectivismo y por eso a veces, cuando habla de “bolchevismo”, se está refiriendo al gran problema del colectivismo, excepto en aquellos casos en que exprese claramente que está hablando de aquella forma particular de colectivismo que es el marxismo. Muchas veces usa la palabra “bolchevismo” para hablar de formas colectivistas no marxistas. Por ejemplo, en el tiempo del nacionalsocialismo, en parte por estrategia (para no emplear palabras comprometedoras) hablaba de mentalidad “bolchevique” de los nazis. En pláticas posteriores, cuando ya no existían estos motivos estratégicos, el P. Kentenich habla de la mentalidad “bolchevique” occidental y no se está refiriendo a los marxistas occidentales sino a la mentalidad colectivista capitalista.

Durante la época de fundación de Schoenstatt, en la década del año 20 en Alemania, hubo muchas luchas con corrientes socialistas. En esa época el Padre Fundador habla bastante del marxismo, de la corriente colectivista marxista. Después de la Segunda Guerra Mundial y en torno al 31 de mayo, también habla bastante del marxismo. ¿Por qué? Porque en ese momento la corriente colectivista marxista le parece especialmente peligrosa.

Luego de la Primera Guerra Mundial hubo una revolución socialista en Alemania y las corrientes marxistas estuvieron muy presentes en todo ese tiempo. Por eso el P. Kentenich se dedica a hablar del colectivismo marxista. Después de la segunda guerra, en la época de sus viajes internacionales, cuando viene a Chile, todo el ambiente internacional estaba muy tenso, la guerra fría alcanzaba su punto culminante, se temía una nueva guerra mundial con una avalancha comunista sobre Europa. Por eso, en ese tiempo, cuando el Padre Fundador habla del colectivismo, generalmente se refiere a los marxistas, por la sencilla razón de que la amenaza marxista está muy acentuada.

 

Pero en otras épocas, al hablar de colectivismo, el P. Kentenich “dispara” hacia otros lados. Por ejemplo, en toda la década de 1930, sigue su mismo tema, la lucha anticolectivista, pero en ese tiempo el enemigo concreto era el nacionalsocialismo. Políticamente el nacionalsocialismo no tiene nada que ver con los marxistas. Al contrario, los marxistas, los fascistas y los nazis se consideraban como el agua y el aceite. Sin embargo, en 1930, el Padre Fundador sostiene que, en el fondo, ambos llevan a lo mismo. Y aplica frente al nacionalsocialismo los mismos principios de estrategia que antes había mostrado como necesarios en el enfrentamiento con el marxismo. ¿Por qué? Prescindiendo de las oposiciones en el plano político e ideológico, el P. Kentenich ve que el efecto que produce sobre el hombre y la sociedad la corriente nacionalsocialista es el mismo que provocan las corrientes socialistas de tipo marxista.

Después, en el tiempo de su destierro en Milwaukee, constata que el efecto colectivista del mundo capitalista y de la sociedad norteamericana es tan fuerte como el de las corrientes socialistas marxistas o el del nacionalsocialismo.

El Padre Fundador se convence cada vez más de que el colectivismo es el mal de fondo común en la medida en que Dios lo va poniendo en contacto con las distintas corrientes colectivistas modernas. En el comienzo con los marxistas (1912-1930), después con los nacionalsocialistas. En el campo de concentración toma contacto más cercano con unos y otros (con los marxistas y nacionalsocialistas), más tarde en Milwaukee, le toca conocer muy por dentro el alma de la sociedad norteamericana, máximo exponente del capitalismo. A lo largo de todos estos confrontamientos, el P. Kentenich no cambia su línea. A todas las corrientes con que se va chocando les va poniendo la misma etiqueta, las va sintiendo como manifestaciones de un mismo mal de fondo y por eso las llama “colectivistas” o“bolcheviques” por parejo, sean marxistas, nacionalsocialistas o capitalistas. Él ve el efecto que tienen sobre el hombre, eso es lo que le interesa. Puede ser que la ideología, el sistema de propiedad, la organización política, sean distintas, pero el efecto en el hombre, ese efecto destructor de la persona y de la sociedad humana se manifiesta en los tres casos por igual. Esto basta con relación a la clarificación de las palabras empleadas por el Padre Fundador en sus planteamientos.

8. Examen de Conciencia

Quisiera terminar esta primera charla invitando a hacerse una pregunta. El momento que vive Chile es muy apremiante, seguramente enviado por la Providencia para que nos encontremos a fondo con el P. Kentenich y con el 31 de mayo. El hombre es flojo y no se esfuerza si los acontecimientos no lo urgen. Siempre hemos estado felices con el Padre Fundador, con la Misión del 31 de mayo, pero tal vez hasta ahora no hemos profundizado bien el mensaje del P. Kentenich, el contenido del 31 de mayo, porque no habíamos sentido aún la urgencia de hacerlo. Hasta ahora habíamos estado sacando de ese tesoro lo que necesitábamos para resolver nuestros pequeños problemas personales. Me refiero a ese tesoro que es Schoenstatt, a todo el tesoro que significa el mundo del Padre Fundador y del 31 de mayo, de él habíamos sacado muy poco. Por eso creo que Dios y la Providencia Divina pensaron en gran parte en nosotros cuando permitieron que en Chile sobrevinieran grandes cambios políticos, fue para obligarnos así a tomar en serio el 31 de mayo, el mensaje del P. Kentenich. Dios ha permitido que muchos sientan que el agua les está llegando al cuello para que se vean obligados a buscar una solución real a problemas que ya no pueden seguir simulándose.

La pregunta que tenemos que planteamos es la siguiente. En este momento tan rico en interrogantes y en búsqueda que estamos viviendo en Chile. ¿Hemos reaccionado espontáneamente según la perspectiva del Padre Fundador o no? Por ejemplo: ¿nos hemos dejado convencer de que el gran dilema del mundo de hoy es la disyuntiva aparente entre el capitalismo o marxismo? ¿Hemos aceptado el planteamiento de los problemas propuestos por los capitalistas o los marxistas? ¿Hemos conservado claro el planteamiento del P. Kentenich que ya habíamos escuchado tantas veces antes de hoy o tal vez, ante la fuerza de los acontecimientos sucedidos en Chile se nos ha ido olvidando? ¿Hemos conservado claro que el problema del mundo de hoy es superar el colectivismo?

El Padre Fundador dice que ese es el gran imperativo para la Iglesia, superar tanto la mentalidad capitalista como la marxista, porque ambas son colectivistas. Nosotros, ¿hemos conservado la mirada donde la tiene puesta el P. Kentenich? ¿Sí o no? ¿Nos hemos dejado arrastrar por los acontecimientos inmediatos, dejándonos convencer que la decisión angustiosa de hoy es: capitalismo o marxismo, capitalismo o socialismo de corte marxista? Esto no significa que deba restársele importancia a esta pregunta política, porque, como el Padre Fundador decía, hay diferencia de grado colectivizante entre un sistema y otro y también es importante saber escoger el menos malo. Pero, creo que la pregunta política para un schoenstattiano debe plantearse hoy así: tenemos que superar el colectivismo (ese es el gran problema) y por lo mismo, entre las alternativas políticas concretas que se nos ofrecen en Chile, debemos estudiar cuales son las menos colectivizantes. No tiene sentido plantear la discusión en abstracto, hay que comparar el grado colectivizante del modelo capitalista concreto que se propone (que puede ser más o menos inhumano) con la alternativa socialista concreta que se le opone (que puede ser no marxista o marxista y, en este último caso, de un marxismo más o menos rígido). Por eso, también, es muy importante para nosotros todo lo que se refiere al cambio del sistema político y socioeconómico.

Pero lo importante es el enfoque del problema. Nuestra pregunta debe ser para solucionar el problema de fondo que es el del colectivismo: ¿cuál es el sistema menos colectivizante o menos despersonalizador? Lo importante es tener claro el criterio de valorización, nuestra meta debe ser la superación del colectivismo y de los elementos colectivizantes que se den hoy tanto en la mentalidad capitalista como en la marxista. Esa es la actitud que corresponde al pensamiento del P. Kentenich.

Ahora viene la segunda pregunta de nuestro examen de conciencia, si tenemos claro lo anterior: ¿tenemos igualmente claro que nuestro aporte específico como schoenstattianos es la denuncia del colectivismo, la denuncia de los elementos colectivizantes en cualquier modelo de organización social que se nos proponga? Si somos seguidores del Padre Fundador, no somos en primer lugar ni anticapitalistas ni antimarxistas, somos anticolectivistas. Este es el aporte de nuestra Familia a la Iglesia chilena, al mundo y al país: señalar el verdadero problema, mostrar que, ni el capitalismo ni el marxismo son la verdadera solución porque ambos poseen elementos colectivizantes. Y si denunciamos soluciones concretas de tipo marxista o capitalista que se nos proponen en Chile, no las denunciamos por el hecho de ser capitalistas o marxistas, sino en la medida en que sean colectivizantes (ya hemos visto que tanto dentro del capitalismo como del marxismo hay grados). Ese es el criterio del P. Kentenich.