Criterios del pensamiento social de José Kentenich. Más allá del capitalismo-socialismo

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

Nota de la Redacción

Las charlas que publicamos a continuación fueron dadas a conocer en la “Jornada de mayo” del año 1971 en Concepción, VIII Región de Chile. Su divulgación obedece al interés que el tema despierta en nosotros y que por su actualidad merece una reflexión personal más acabada, ya que trata sobre la gran tarea que el P. Kentenich nos confió: la de vencer el mal del colectivismo a fin de llevar a la Iglesia hacia los nuevos tiempos.

Como Redacción hemos optado por hacer algunas modificaciones a la transcripción original de las charlas realizada por el Instituto de las Hermanas de María en 1974 y posteriormente en 1983. Con el fin de facilitar la comprensión de las ideas expuestas, hay algunos párrafos de especificidad histórica o contextual que fueron omitidos o actualizados a la realidad imperante casi medio siglo después del momento de las ponencias.

Lo que estas charlas exponen se refiere a la misión que el P. Kentenich proclamara desde Bellavista para toda la Familia: la Misión del 31 de mayo. Indudablemente tienen un carácter eminentemente esquemático y simplificado, ya que es imposible verter en pocas pláticas todo el pensamiento del Padre Fundador al respecto, que por su amplitud, riqueza y complejidad necesitaría de muchísimo más tiempo y espacio. Sin embargo, nos parece que lo aquí expuesto será de gran ayuda para una mejor clarificación del tema, constituirá una buena pauta para un estudio personal y comunitario, nos llevará a tomar mayor consciencia de nuestra misión y a esforzarnos más eficazmente en la encarnación de la tarea del P. Kentenich.

Editorial Nueva Patris

I.

Planteamiento schoenstattiano del problema

1. El marco histórico de nuestra reflexión

El Padre Fundador cree que estamos viviendo tiempos de gracias. Siempre ha sostenido que tiempos agitados, política o socialmente, son tiempos de gracias y, de hecho, los dos momentos cumbre que la Familia de Schoenstatt ha vivido en Alemania, han sido los dos tiempos de guerra: la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Ahí alcanzó su cumbre en heroísmo y entrega. Repetidas veces el P. Kentenich dijo que Schoenstatt es un “hijo de la guerra”, así como afirmó que Schoenstatt nació y creció en medio de revoluciones.

Lo que en el fondo el Padre Fundador ve como saludable, es la inseguridad que traen tanto la guerra como las revoluciones. En esta situación de inseguridad él siente que la gente está más abierta a Dios, porque percibe que le están socavando la base que creían firme y ve que necesita algo más sólido. En las dos guerras mundiales, la Familia de Schoenstatt experimentó esto en forma muy fuerte y ello le significó un mayor impulso para anclarse en Dios y buscar lo que Él quería. Pero tiempos de guerra y de revolución son tiempos que traen no solo una saludable inseguridad sino, también, un saludable deseo de entrega generosa y anhelo de heroísmo.

Creemos que Chile está pasando por una época así. La inseguridad la sienten todos. Hay clases sociales en Chile que han vivido siempre en la inseguridad; hay otros grupos que estaban más seguros y que ahora por primera vez, están sintiendo lo que significaba la inseguridad, el no saber si mañana van a tener trabajo o qué va a pasar en el futuro. Todos estamos en la misma situación. El sistema social, económico y político parecía sólido, inquebrantable, pero la crisis ha puesto de manifiesto que es frágil y vulnerable. Estamos viviendo una época caracterizada por la incertidumbre, por el miedo y por la inseguridad como destino colectivo. Hoy todo cruje.

Junto con sentir la necesidad de una base sólida, nos golpea el desafío al heroísmo. En muchas murallas aparecía escrito el nombre del Che Guevara, de Ramona Parra y de otros “héroes del pueblo”; están las iniciales del MIR. Sabemos que los miembros del MIR fueron capaces de vivir como prófugos por mucho tiempo; sabemos también que a la juventud le entusiasma ese deseo de comprometerse con una causa, de comprometerse con la historia dejándolo todo; dejando las seguridades de una vida burguesa cómoda, de la vida familiar, arriesgando incluso la propia vida. Esta inseguridad, este desafío al heroísmo, a la entrega total a una misión, es el marco en que deben inscribirse estas conferencias porque no podemos ser indiferentes a la crisis de sentido que ha activado esta situación que vivimos. No puede sernos ajeno el sufrimiento del otro. En ello nos jugamos la humanidad, nuestra condición de seres humanos. Si un ciudadano tira la toalla porque cree que no hay nada más que hacer, no solo ha fracasado él; hemos fracasado todos.

2. Nuestro punto de partida: la fe en el carisma del P. Kentenich

Queremos hacer un estudio sobre el capitalismo y el marxismo. Nos interesa ver hasta qué punto el pensamiento del Padre Fundador ilumina la problemática tan discutida en torno a estos temas. Para poder valorizar este aporte, se supone la fe en el carisma del P. Kentenich. Por eso nos reunimos solo schoenstattianos: pues partimos de la base de nuestra fe en que el Padre Fundador es un profeta para la Iglesia de hoy, que Dios le ha dado una tarea en este sentido. Creemos en su pensamiento porque ya hemos experimentado su validez en nosotros mismos; creemos en sus principios, en sus criterios pedagógicos, porque nos han ayudado a nosotros mismos, a nuestros grupos. Creemos que él tiene un aporte que dar, porque este aporte ya lo hemos sentido como beneficioso en nosotros. Creemos que el P. Kentenich tiene algo que decir frente al problema social, frente a este debate entre capitalismo y marxismo. Partimos de esta fe que no es una fe ciega, sino una fe experimentada. Nosotros creemos que Schoenstatt tiene una gran misión. Pero hoy día es imposible creer en un movimiento católico que posea una gran misión para la Iglesia actual y la sociedad, sin pensar que de alguna manera esa misión repercuta en el problema social.

En el Concilio Vaticano II, la Iglesia se definió a sí misma como una Iglesia servidora del mundo. Schoenstatt quiere ser alma de esa Iglesia. El Padre Fundador estaba convencido, desde un comienzo y especialmente después del Concilio, que Schoenstatt tenía un papel fundamental que desempeñar en la realización del Concilio Vaticano II; que la Familia de Schoenstatt había sido suscitada especialmente por Dios en el seno de la Iglesia, para ayudarla a hacer verdad el Concilio Vaticano II. No recuerdo si lo dijo textualmente así, pero así lo sintió, como también lo sentimos muchos de nosotros. Siempre en la historia de la Iglesia ha habido momentos de grandes reformas y renovación que se han identificado hasta cierto punto (no en forma exclusiva) con comunidades y corrientes determinadas de espiritualidad. Por ejemplo, para mencionar un caso, pensemos en el Concilio que presenta mayor paralelismo con el Vaticano II: es el Concilio de Trento. Sin lugar a duda, hubo en la Iglesia de esa época muchas comunidades y grupos que la ayudaron a hacer vida ese Concilio tan importante para su tiempo. No obstante, fueron los jesuitas quienes, de una manera especial, se hicieron como abanderados de la gran renovación de Trento. Así creemos que a Schoenstatt le cabe hoy un papel especial en la realización del Vaticano II.

La frase que el P. Kentenich pronunció por primera vez en el año 1929, la repitió innumerables veces, sobre todo después del Concilio Vaticano II: “A la sombra del Santuario se codecidirán de manera esencial los destinos de la Iglesia por siglos”. ¿De qué Iglesia se trata? De una Iglesia que se ha proclamado servidora del mundo. ¿Y de qué mundo? De un mundo convulsionado por problemas sociales, económicos y políticos muy graves. Si un movimiento que va a jugar un papel esencial en una Iglesia que es servidora del mundo no tiene un mensaje que ayude a esa Iglesia, a ese mundo, a resolver esos problemas concretos, entonces es absurdo pensar que ese movimiento pueda tener una gran misión o un gran mensaje para nuestro tiempo.

3. Importancia del planteamiento correcto del problema

Quisiera decirles al comenzar, que este tema exige dar una visión de conjunto de todo el pensamiento del Padre Fundador, lo que es sumamente difícil. El tiempo es corto y al querer hacer una síntesis tan general de lo que el P. Kentenich piensa, normalmente muchas cosas quedan al margen.

a) Planteamientos falsos

Creo que al enfrentar este tema –la situación de los cristianos frente al mundo de hoy, el cristianismo frente al marxismo o como se le quiera llamar– debemos partir de un principio fundamental que es necesario aclarar desde un comienzo: no podemos permitir que sean otros los que nos plantean los problemas. La forma en que se plantea un problema condiciona desde ya la respuesta que se le va a dar. Me parece que una de las cosas que más pueden confundirnos hoy día a nosotros, los schoenstattianos, es partir de un planteamiento de la cuestión diferente al seguido por el Padre Fundador. Actualmente hay muchas personas que plantean el problema que ahora nos interesa y cada uno lo hace en la forma que más le conviene, o sea, de manera que no exista una solución del problema fuera de la que cada uno quisiera darle. Estamos viviendo en un mundo que acostumbra a pensar en base a slogans y frases predeterminadas o ya hechas y los problemas se plantean también en base a slogans. Pero, si alguien acepta ese planteamiento tal como se le presenta, necesariamente llega a la solución convenida de antemano.

En concreto: los problemas más urgentes que enfrenta Chile están presentados normalmente desde perspectivas políticas o desde perspectivas económicas y son los partidos políticos los que proponen las disyuntivas. En Chile, se plantea hoy, principalmente, la disyuntiva: capitalismo- socialismo. ¿Y quiénes la proponen? Los capitalistas o los socialistas marxistas. Si nosotros dejamos que el problema se presente en tal forma, nos metemos en un callejón sin salida, porque quedamos obligados a decidirnos o por el capitalismo o por el marxismo.

 

También se nos invita a decidirnos por diferentes valores que evidentemente son buenos y que hay que salvar, pero que se nos presentan igualmente en forma de disyuntiva. Por ejemplo, se nos pregunta: ¿qué es lo más importante: la persona o la sociedad? ¿Están primero los valores personales de libertad individual o los de solidaridad? Nuevamente se nos coloca aquí en un callejón sin salida. Porque si aceptamos este planteamiento, tenemos que decir: o lo primero o lo segundo, e inmediatamente caemos por la pendiente capitalista o por la pendiente marxista. Y así sucede con muchos problemas que hoy día han sido planteados desde perspectivas no cristianas. Tenemos que tomar conciencia del ambiente en que estamos viviendo y que desde hace muchos años está dominado por una mentalidad capitalista que no es cristiana. Incluso hay toda una defensa o un planteamiento defensivo de valores en sí nobles (como la libertad personal) que han sido propuestos desde una perspectiva capitalista. La libertad y la solidaridad son en sí mismas dos valores cristianos, pero no todos los planteamientos que andan flotando hoy, con relación a la defensa de la libertad y la solidaridad, parten desde una perspectiva cristiana, sino desde perspectivas capitalistas o marxistas. Desde luego vienen de esas perspectivas todos los planteamientos que tratan de oponer este tipo de valores (o los personales o los sociales) llamando a preferir uno de los dos. Un cristiano no puede aceptar este dilema entre persona y sociedad.

¿Qué es lo primero para nosotros? Para un cristiano lo primero es Dios. Un Dios Trino que es comunitario y personal al mismo tiempo. En Dios, las personas y la comunidad son inseparables. Dios es una comunidad perfecta, porque está formada en base a personas infinitamente perfectas. Y, por otro lado, las personas que hay en Dios son perfectas, porque se dan perfectamente las unas a las otras, en una solidaridad total, completa, que llega a la unidad. Ese es nuestro Dios. ¿Qué es entonces lo primero para el cristiano? Nuestra fe nos dice que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios y si ese Dios es personal y comunitario simultánea e indivisiblemente, quiere decir que el hombre hecho a imagen y semejanza suya fue llamado al mismo tiempo a una vocación personal y a una vocación comunitaria. Es imposible separar, decir qué es lo primero. Lo más propio de la persona, del individuo es la libertad. Pero nuestra libertad fue hecha a imagen de la de Dios. ¿Y cómo usa Dios su libertad, por así decir? Cada una de las tres Personas la usa para darse enteramente a las otras. La libertad de Dios es libertad para el amor. Y Dios también dio la libertad al hombre para que la use al servicio del amor y de la solidaridad. Libertad y solidaridad no son dos cosas opuestas. La libertad le fue dada al hombre para la solidaridad y se perfecciona como tal en la medida en que se emplea para aquello a que Dios la destinó: para la unidad, para la solidaridad. Y la solidaridad, por otro lado, es auténtica en la medida que se base en la libertad, de lo contrario no es humana, no es solidaridad a imagen de lo que existe en la Trinidad.

Hoy encontramos muchos artículos cristianos aparecidos en distintas revistas que sostienen: antes teníamos una concepción individualista del hombre, partíamos de las personas y después se llegaba a la sociedad; ahora hay que partir de la sociedad para llegar a las personas. Las dos cosas son falsas si se absolutizan. Nuestro punto de partida es un Dios en que los dos aspectos son simultáneos e inseparables. Si uno parte de cualquiera de los dos, dándole prioridad, corre el peligro de no llegar nunca al otro. Por eso, hay que partir poniendo a los dos en un mismo plano (por lo menos en lo que a valor objetivo se refiere), pues otra cosa es la presentación pedagógica que debe adoptarse a la perspectiva de interés de cada época.

Uno lo ha visto en la práctica: el capitalismo defiende la libertad porque así cree que llegará mejor a la solidaridad, pero no llega. El marxismo parte de la solidaridad queriendo llegar a una sociedad más libre y la experiencia histórica nos muestra que también le ha costado bastante arribar a su meta.

Para el capitalismo, el marxismo es el diablo en persona. Entonces nos exige escoger: “o u o”. Para el marxismo, el capitalismo es el pecado original concentrado, por lo tanto, también plantea esa disyuntiva. Esto no lo podemos aceptar nosotros. Hemos de partir rompiendo cualquier esquema que nos impongan personas de fuera. En primer lugar, nosotros somos cristianos y para nosotros el único Absoluto, es Cristo. Por lo mismo el único que puede decir “o conmigo o contra mí”, es Cristo. Nadie que no sea Él tiene derecho a ello, porque fuera de Él, de su Evangelio, todo lo demás es relativo y será bueno en la medida en que siga la línea de Cristo y malo en la medida en que se aparte de ella. Pero nada, ninguna ideología, ningún sistema socioeconómico, coincide plenamente ni con Cristo ni con el Evangelio. Por lo mismo nadie puede decir: o esto o lo otro.

Tenemos que romper esa mentalidad dualista, ese esquema simplista. Es típico de las mentes infantiles caer en el dualismo. La realidad es compleja, pero es típico del niño vivir en un mundo semejante al de las películas de cowboys donde los hombres se dividen entre buenos y malos de manera tajante.

El mundo no está hecho en base a contradicciones absolutas, como lo sostienen los marxistas. El método de análisis marxista –al que volveremos después– parte de esa tesis, pero es algo absurdo. Esta teoría se encuentra en Hegel, en quien se inspiró Marx. Hegel hablaba de ideas y en las ideas es claro que existen oposiciones así. La idea de bondad con la idea de maldad no tiene nada que ver, y la idea de blanco con la idea de negro son totalmente contradictorias. Pero en la realidad no existe ningún ser que sea enteramente blanco o enteramente negro, todo bueno o todo malo. En la realidad no existen contradicciones absolutas. La mayor contradicción que se puede imaginar es entre Dios y la nada, en el plano del ser y entre Dios y el pecado en el plano de lo moral. Pero bajando al plano de lo real (pues el pecado no existe en sí mismo) ni siquiera el demonio –a pesar de estar lleno de pecado– es mal puro, porque tiene existencia y eso ya es un bien que lo asemeja parcialmente a Dios. La única contradicción absoluta que parece quedar es entre Dios y la nada, pero la nada no existe, por lo tanto, tampoco esta contradicción absoluta es real.

El P. Kentenich habla de un mundo construido no en base a contradicciones absolutas sino en base a tensiones. Las tensiones son contradicciones parciales, relativas, bajo un aspecto. Pueden ser a veces perjudiciales, destructivas, pero, por otro lado, toda la vida que hay en el mundo es fruto del juego creador de dichas tensiones.

Las mentalidades simplistas cuando encuentran dos cosas que están en tensión –ya sean persona o sociedad, naturaleza y gracia, Iglesia y mundo– tienen la tendencia a pensar que, de esos dos valores que están en tensión, uno de los dos es absolutamente más importante. ¿Y cómo resuelven la tensión? Escogiendo uno, absolutizando uno, y en tal forma que no solo eliminan al otro, sino que terminan perdiendo también aquél que escogieron. Por ejemplo, en la tensión “persona-sociedad”, se coge cualquiera de los dos extremos –la persona o la sociedad– y se le absolutiza de tal modo que al final no queda nada. De tanto absolutizar la persona se destruye la sociedad, se crea una sociedad tan egoísta e inhumana que esas personas no pueden vivir en ella como verdaderas personas. Y viceversa: si se absolutiza la sociedad, se le da tanto peso que termina aplastando a las personas y destruyéndose a sí misma. Lo que resta es una agrupación de individuos, pero no una sociedad con solidaridad humana, porque no se trata ya de una solidaridad personal.

Todo simplismo que plantee las tensiones como contradicciones y que escoja y absolutice uno solo de los extremos, al final se queda sin nada. En el fondo, la mentalidad simplista es dualista. Porque ve dos cosas en oposición, escoge solo una de ellas y pasa así de dualista a monista, empieza a absolutizar un extremo. Y al final termina siendo nihilista porque no le quedó ninguno de los dos.

Generalmente los problemas del mundo moderno están planteados según mentalidades dualistas, simplistas, infantilistas, las que –en el plano religioso– corresponden a la herejía maniquea que perturbó considerablemente a la Iglesia en los primeros años de su desarrollo. Los maniqueos oponían cuerpo y espíritu. Todo lo que venía del cuerpo era malo y todo lo que provenía del espíritu era bueno. Muchos problemas de los cristianos con relación a la moral sexual, a la valorización de lo natural, y del cuerpo, nacieron de esa herejía.

Los principales problemas que ocupan a la humanidad de hoy han sido planteados también dentro de esta mentalidad. Y no solo porque quienes los proponen eran simplistas y a veces intelectualmente un poco infantiles (al no percibir la complejidad de los problemas) sino que, también, porque existe un simplismo conscientemente buscado por personas de eficacia estratégica. No se trata de que los capitalistas o los marxistas sean tan simples que no vean la complejidad de la realidad. La cosa es que muchas veces les conviene simplificar, porque es mucho más fácil combatir al enemigo si se simplifica y se concentran todos los defectos del mundo en el otro. Esta es la estrategia que se usa normalmente en política: tratar de mostrar las tensiones como contradicciones. Los marxistas lo hacen también en la teoría, doctrinariamente ellos ven el mundo lleno de contradicciones. Pero los que no son marxistas, en la práctica llegan a lo mismo: tratan de mostrar las cosas como totalmente contradictorias. Como blanco y negro, para ser más eficaces en sus luchas y poder concentrar mejor las fuerzas. Nosotros queremos romper ese esquema dualista. Trataremos de partir por abordar los temas desde una perspectiva abierta, no simplista entre los dos extremos, para así plantear los problemas a nuestra manera.

b) Necesidad de seguir el planteamiento del Padre Fundador

En segundo lugar, quisiera decir que para enfrentar el tipo de problemas que queremos analizar, no podemos abandonarnos a “tincadas” schoenstattianas. No podemos argumentar que llevamos varios años en el Movimiento y puesto que Schoenstatt crea una mentalidad orgánica, toda persona con cinco o diez años en el Movimiento, debe poseer ya, necesariamente, una cierta mentalidad schoenstattiana que le permita –de una manera más o menos espontánea– enfocar bien las cosas.

En parte, esto es cierto: mientras más se está en el Movimiento más schoenstattiana se vuelve nuestra mentalidad. Sin embargo, es necesario tener presente otra cosa: aquí estamos tratando temas sobre los cuales el P. Kentenich ha sido muy explícito. Aquí uno no tiene entonces el derecho a dejarse llevar por sus intuiciones o “tincadas” schoenstattianas. En temas que el Padre Fundador no ha tocado, sin duda que sí. Puede ser también que, en la Universidad o en el barrio se nos presenten situaciones totalmente nuevas. Ahí no puedo ir a consultar un libro schoenstattiano. Tal vez el P. Kentenich no nos ha planteado nunca ese problema concreto que me ocupa. Ahí uno está solo y entonces, tiene que actuar según su criterio schoenstattiano personal. Pero cuando se trata de temas generales, sobre los cuales el Padre Fundador se ha explayado tanto, yo no tengo derecho a proponer cosas en nombre de Schoenstatt (personalmente puedo actuar como quiera), pensando que las soluciones que yo traigo son schoenstattianas por la simple razón de que yo soy schoenstattiano.

Pues bien, sobre este tipo de problemas que hoy nos ocupan, el P. Kentenich ha sido muy claro y ha hablado mucho. Es “el” tema al cual el Padre Fundador le dedicó toda su vida. No se trata de un problema de detalle como, por ejemplo: si tengo un problema familiar, porque uno de mis niños es muy rebelde. En este caso puedo indagar sobre qué ha dicho el P. Kentenich sobre la manera de tratar niños rebeldes, qué consejos dio para situaciones como la que me aflige. En Schoenstatt hemos encontrado solución para muchos de estos problemas. Los casados para educar a sus hijos, los profesionales para valorizar el trabajo profesional, otros han encontrado en el Padre Fundador principios para llevar una vida de oración más seria, para valorar el sexo, el amor humano, etc. El P. Kentenich tiene principios casi para todo y es cosa de saber buscarlos en sus escritos. Pero ¿dónde están los principios, los consejos que el Padre Fundador dio frente al problema social, frente al capitalismo, frente al socialismo? Es toda la obra del P. Kentenich la que responde a esto. Hay temas parciales, o de detalles, sobre los cuales el Padre Fundador ha dado diferentes orientaciones. Puede ser que, en un caso concreto, tal o cual consejo del P. Kentenich no haya dado el fruto esperado, no importa, la autoridad del Padre Fundador no pierde nada con eso. En cambio, aquí los temas que ahora vamos a ver constituyen la misión propia del P. Kentenich y de Schoenstatt.

 

El Padre Fundador siente que Dios lo hizo nacer precisamente para dar respuesta a estos problemas, que para eso Dios hizo nacer a Schoenstatt dentro de la Iglesia, que todo el carisma que poseen él y Schoenstatt es para responder a este tipo de problemas. Por eso, si aquí él no diera en el blanco, entonces Schoenstatt y el P. Kentenich, no sirven para nada, porque fallaron en lo que proclaman como su misión propia.

Es muy importante conocer el pensamiento del Padre Fundador sobre estos temas, pues aquí tocamos el núcleo de su misión. Si no participamos de su visión sobre estas cuestiones, no entenderemos nada de la estrategia de Schoenstatt, de la pedagogía de Schoenstatt, de los criterios de acción que el P. Kentenich aplica. Toda la formación y la estrategia schoenstattiana dependen de la visión que el Padre Fundador tiene de estos problemas.

c) La perspectiva en que el P. Kentenich plantea los problemas

A partir del año 1912, desde su primera plática, desde el Acta de Prefundación, el Padre Fundador señala un problema fundamental: el COLECTIVISMO.

El capitalismo y el marxismo son para él dos manifestaciones de este mismo y único problema que él ha llamado “colectivismo”. Para descubrir cómo el P. Kentenich llega a este diagnóstico, tenemos que preguntarnos en qué perspectiva se colocó para hacerlo.

El Padre Fundador no es ideólogo, el P. Kentenich no es una persona que se sentó en una mesa a hacer reflexiones de tipo filosófico, político o económico sobre los males del mundo. El Padre Fundador es, en primer lugar, un pedagogo, un psicólogo, es las dos cosas juntas: un psicólogo con grandes dotes de pedagogo o un pedagogo con una inmensa sensibilidad psicológica. O dicho de una manera más simple, el P. Kentenich fue un gran realista, un hombre con una inmensa sensibilidad para la vida. No se sentó en un escritorio para pensar cuales eran los problemas de hoy, sino que los detectó en la vida misma de los hombres. El Padre Fundador fue una persona dotada de una capacidad de contacto sumamente profundo y personal con miles de hombres de diferentes nacionalidades. Él quiso medir o llegó a medir la problemática de nuestro tiempo no en abstracto, sino a través de los efectos reales que él veía que estaba produciendo en la gente la cultura y la civilización modernas, a través de esa mentalidad y actitud profundas que el funcionamiento moderno va imprimiendo en el mundo de hoy. Él partió de la realidad de vida sin ningún prejuicio a priori, sin ningún prejuicio ideológico, simplemente observando lo que se daba.

Me parece importante detectar esto, porque coloca al P. Kentenich en una perspectiva que hoy se valoriza sobremanera, es una perspectiva realista y vital. El hombre moderno, en general, como consecuencia de toda una crisis cultural que viene desde el Renacimiento, tiene sed de realismo. Desde entonces el hombre ha ido perdiendo la confianza en la filosofía, en el poder del pensamiento puramente especulativo. Ello ha sido consecuencia de ciertas filosofías que lo llevaron a esa desconfianza. Especialmente Kant marcó un punto muy importante en todo este desarrollo.

Después de varios siglos de buscar e intentar dar salida a los problemas del mundo mediante esfuerzos de reflexión, mediante esfuerzos filosóficos que no le condujeron a soluciones definitivas, el hombre moderno descubrió la técnica y esta le permitió alcanzar transformaciones en el mundo que él podía palpar. La técnica realmente cambia al mundo y el hombre moderno que es un entusiasta de la técnica, que ama lo real, a quien no interesa tanto el debate ideológico, especulativo, sino que va al hecho, cree encontrar en ella respuesta a sus inquietudes.

Esto tiene lados negativos, pero también hay un lado positivo. Ello se ve en Marx, que era un hombre realista y a quien no le interesaba tanto reflexionar sobre el mundo sino cambiarlo, ser eficaz. Sin duda, este realismo del marxismo es lo que atrae hoy a la juventud. El marxismo tiende sus manos no a ideas sino a realidades. Por eso, quien quiera ser un buen marxista, debe permanecer en contacto con la vida.

El Concilio sigue la misma línea, definió a la Iglesia en una perspectiva totalmente realista. Por eso puso al centro lo que es más real de todo, la vida. Para el Concilio Vaticano II, la Iglesia es la comunidad de los que participan de la vida de Dios y lo más importante es la intensidad de esta vida. La Iglesia está bien cuando la vida divina está siendo más fuerte en ella. Esto significa un gran progreso respecto a una visión intelectualizada y jurídica de la Iglesia que primaba antes del Concilio. Antes de él, se pensaba que la Iglesia era en primer lugar la transmisora de las “verdades” divinas y que lo más importante era que los cristianos tuvieran claras las ideas, la fe. Por eso, lo más nefasto era que alguien proclamara una idea que no concordara a precisión con la que se había definido. En el Concilio se dice: importa la vida. Dios también transmitió verdades a los hombres, pero les reveló esas verdades para que puedan vivir mejor. De hecho, el hombre piensa para vivir, no vive para pensar. El pensamiento está en función de la vida, para que esta sea mejor. La Iglesia del Concilio proclamó eso, nosotros los cristianos poseemos ciertas verdades, pero esas verdades tienen por sentido, por fin, ayudarnos a vivir mejor.

Puede haber gente que tenga ideas muy bonitas, que conozca toda la doctrina cristiana y que no la viva, que esté en pecado, son cristianos que conocen la fe, pero no la viven. El Concilio dijo que también puede ocurrir lo contrario, o sea, que haya gente que no conoce las verdades cristianas y que las vive, son los que el Concilio llama “cristianos anónimos”. Hoy se acepta que puede haber personas que no conozcan a Cristo y que, sin embargo, lleven en su alma la vida de Cristo. A la Iglesia del Concilio no le interesa en primer lugar que se aclaren las ideas, que todo el mundo tenga las ideas de Cristo, sino que la vida de Cristo penetre cada vez más la humanidad. Las ideas sirven a la vida, las ideas (y la fe) se defienden porque ayudan a la vida y no al revés.

Lo mismo pasa con la institución. También antes del Concilio, la Iglesia era una gran institución. Existía gran celo porque se cumplieran todos los detallitos de la organización y de las actas y del derecho canónico. La Iglesia del Concilio no niega lo anterior, pero dice que al igual que las ideas, este aparato institucional está al servicio de la vida y que no sacamos nada con tener claras todas las ideas o tener la parroquia o el Movimiento maravillosamente organizados si no hay vida. La gente puede conocer las ideas, puede cumplir los horarios y reglamentos, pero si la vida anda mal, esa parroquia, ese Movimiento, no serán imprescindibles ni determinantes en la vida de sus integrantes.