Nirvana. La última pesadilla

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–Lo sabes muy bien: me he pasado la vida rezando y rezando, repitiendo tu nombre. Y a este tipo, que nunca ha rezado, que nunca ha acudido al templo y que se ha dedicado a hacer todo tipo de canalladas, el hombre más inmoral de la ciudad, van y le dan el cielo; ¡y a mí me envían al infierno! ¡Esto es una injusticia! ¡Exijo una explicación!

Y Dios dijo:

–Sí, ya lo sé, pero él nunca me fastidió. Tú no hacías más que molestarme. Incluso me resultaba difícil poder dormir por la noche a causa de tus invocaciones.

Se requiere inocencia, pues en la inocencia es donde desaparece el ego. Se necesita simplicidad, y la simplicidad no es algo que se cultive. Cuando desaparece todo cultivo y desaparecen las complejidades, uno se torna simple. Puedes ir o no ir al templo… No importa. Puedes rezar o puedes no rezar… Es irrelevante.

Pero inocencia, simplicidad, una profunda entrega… Ése ya no es un hacedor, ya no piensa en sí mismo como en un “Yo”… Es alguien que ha entregado ese “Yo”, alguien que ha dejado de ser como una isla, alguien que pasa a fomar parte del continente, uno que ha dicho: «Que viva el todo; desaparezco en él». Entonces todo lo que te sucede está bien. Deja que el todo viva a través de ti, y eso es moralidad.

La moralidad no es algo que debas hacer ni practicar. Es algo cuando tú desapareces y el todo puede existir a través de ti, cuando fluyes con el río, cuando no vas a contracorriente. Recuérdalo. Si has entendido, observa resbalar a tu ego. No te aferres a él, eso es todo. Permite que caiga y se haga añicos.

En una ocasión conocí a un hombre. Era profesor, una persona muy ilustrada. Vino a verme. Estaba muy triste, así que le pregunté:

–Parece usted muy deprimido. ¿Qué le sucede?

Él dijo:

–Mi psiquiatra dice que estoy enamorado de mi paraguas, y que ése es el origen de mis problemas.

–¡Enamorado de su paraguas! –me sorprendió un tanto.

–Sí –dijo él–. ¿No es una ridiculez? Me gusta mi paraguas, lo respeto y disfruto de su compañía, pero ¿enamorado…?

Puedes que creas que no amas a tu ego, pero lo amas. Puedes decir: «Me gusta mi paraguas, lo respeto y disfruto de su compañía, pero ¿enamorado…?». Pero cambiar las palabras no cambia las cosas. ¡Lo amas!

Sea cual sea el drama que te proponga, sigues queriéndolo. Sean cuales sean los problemas que provoque, sigues queriéndolo. A pesar de todos los infiernos que crea, lo amas.

Y cuando llegas hasta mí y me preguntas cómo soltarlo, me sorprende, no puedo creerlo. Si el propio ego no te ha convencido de hacerlo al crear y meterte en tantos infiernos, en tantas miserias, no te ha convencido de que no vale la pena cargar con él, entonces nadie podrá hacerlo. El ego ha hecho todo lo posible para dañarte, para herirte. Es como un cáncer. Te estás muriendo de él, pero sigues apegándote. Debe existir alguna profunda razón para ello.

La razón profunda es que temes no-ser. Si el ego desaparece, entonces tú desapareces. Si el ego desaparece, da la impresión de ser la muerte…, la muerte total, completa. El miedo de no-ser te obliga a aferrarte al ego. Al menos… Tal vez cree miserias, pero al menos eres.

Prefieres sufrir que no ser. Ése es el problema. Preferirías estar en el infierno que no ser. Al menos uno es. Si ésas son las dos alternativas que te planteas –una, que desapareces, y la otra, vivir eternamente en el infierno–, piénsalo bien y fíjate, porque seguro que eliges el infierno. «Al menos estaré allí. Pero ¿desaparecer por completo? Pero ¿la inexistencia?».

Eso es lo que quiso decir el Buddha cuando dijo nirvana. Se refiere conscientemente a elegir el no-ser, la inexistencia, pues sólo entonces podrás soltar el ego.

Eso es lo que quiero decir cuando alabo las maravillas del éxtasis, el gozo, la bendición de la iluminación. Trato de crear una situación en la que poder elegir la inexistencia.

No ser es el momento más maravilloso. El Buddha lo denominó anatta, no-ser. Soltó la vieja palabra, atma, ser. Utilizó la palabra contraria no-ser. Dice que cuando llegues a tu ser, llegarás a tu no-ser. Ahí no hallarás ningún ser.

Fueron muchos los que se escaparon de él porque decían: «Hemos venido a conocer nuestro ser, para ser nuestro ser. Hemos venido aquí para devenir seres cristalizados, y tú enseñas el no-ser». Muchos se escaparon de él. Y este país, este país tan religioso –al menos en apariencia– se olvidó por completo del Buddha. El Buddha nació aquí, pero no pudo echar raíces en el lugar. Una sola palabra, anatta –no-ser–, creó todo el problema. De haber utilizado ser, atma, no hubiera habido ningún problema; le habrían seguido muchos, porque tras la palabra atma, ser, se oculta el ego.

El Buddha intentó arrancar de cuajo la raíz del problema. Dijo: sé consciente; ese pensar que “tú eres” es el problema y el sufrimiento. Suelta ese esfuerzo de ser. Acepta no-ser y todas las bendiciones serán tuyas. Vas a tener que hacer frente a este problema. El ego no es el problema. El verdadero problema es ser o no ser.

Y toda mi enseñanza es no ser, porque ésa es la única manera de ser, la única manera de ser auténticamente. Es paradójico, pero así es. Cuanto más crees ser, menos eres.

Permite que te lo explique. ¿Te has fijado? Sólo tienes cabeza cuando ésta te duele. Con el dolor de cabeza aparece la cabeza. Cuando el dolor de cabeza desaparece, la cabeza también desaparece. Si sigues sintiendo la cabeza, significa que debes estar padeciendo algún tipo de dolor de cabeza, más o menos, pero el dolor está ahí; sólo sientes la cabeza de ese modo. Cuando la cabeza está perfectamente sana, no la sientes. Se convierte en no-ser. Cuando estás enfermo, sientes el cuerpo. Cuando estás sano, no sientes el cuerpo para nada. Ése es el criterio de un cuerpo sano: que no se siente el cuerpo. Uno se torna incorpóreo y está sano.

Cuando hay salud, no hay nada, ni siquiera la consciencia de la salud, porque eso también pertenece a una persona enferma. Debes conocer a mucha gente, hipocondríacos, que no hablan más que de salud, medicina, de esto y lo otro. No hablan de estar sanos, pues su cháchara demuestra que no lo están. Una persona sana no se preocupa de ello.

Estuve leyendo la vida de Lutero, el fundador del protestantismo. Durante toda su vida estuvo preocupado por el estreñimiento. No creo que rezase cuando rezaba; pensaba en el estreñimiento… No dejaba de pensar en ello: el estómago, el estreñimiento, el movimiento. Y se dice que su primer satori tuvo lugar en la taza del retrete. Así debió ser; estaba abocado a que así fuera.

No debió ser una persona muy sana. No sólo no estaba sano, sino que me resulta difícil pensar que fue una persona espiritual. Puedes estar enfermo, pero no por eso has de pensar en ello constantemente. No es necesario montar un escándalo, ni contemplarlo. Se preocupó demasiado del cuerpo.

Y debió tener una mente conseguidora, porque toda la gente que está demasiado en el futuro está estreñida en el presente. El estreñimiento es una enfermedad muy espiritual. La gente demasiado ambiciosa anda siempre estreñida. No hallarás un solo político que no ande estreñido. Como la mente está tan tensa, no puede relajar el sistema intestinal; todo se retiene. Si estás realmente sano, te olvidas del cuerpo. Si estás realmente aquí, te olvidas del ego.

Cuando uno es perfectamente, no hay “Yo”; el “Yo” no surge en esa situación. Hay existencia, pero no “Yo”. La existencia es infinita; carece de límites. El “Yo” es muy atómico, algo encogido, algo estreñido, una cosa enferma e insana.

Prepárate, pero no para soltar el ego. Prepárate, ahora mismo, no en el futuro. No hagas planes para comprender. ¿Y qué preparación se necesita para entender? ¿Debes hacer muchas yogasanas, muchas posturas yóguicas, para comprender? ¿Deberás ponerte cabeza abajo durante muchos años para poder llegar a comprender?

Para comprender sólo se necesita una cosa: escuchar bien, nada más. Por favor, escucha lo que te estoy diciendo. Lo que te digo… Escúchalo. Si puedes escucharlo, en ese escuchar, sucede el ver; tendrás una visión distinta. En esa visión hay transformación.

La tercera pregunta:

Osho, ¿existe interrelación entre wu-wei y el camino del corazón?

No sólo están interrelacionados: son la misma cosa. Sólo son dos maneras de decir la misma cosa.

Wu-wei significa hacer sin hacer. Significa no hacer haciendo. Significa permitir lo que quiere suceder. No lo “hagas”, permite que suceda. Y ése es el camino del corazón.

El camino del corazón significa el camino del amor. ¿Puedes hacer amor? Hacer amor es imposible. Puedes estar enamorado, pero no puedes hacerlo. Pero no hacemos más que utilizar expresiones, como “hacer el amor”, que no son más que tonterías. ¿Cómo es posible hacer amor? Cuando hay amor, tú no estás ahí. Cuando el amor está ahí, el manipulador, el hacedor, no está ahí. El amor no permite maniobra alguna por tu parte. Sucede. Sucede de repente, como caído del cielo. Es un regalo. Igual de regalo que la vida.

El camino del corazón, el camino del amor o el camino de wu-wei. Son lo mismo. Insisten en que el hacedor ha de soltar, caer, ser olvidado, y que has de vivir tu vida sin ser un manipulador. Has de vivir tu vida como un fluir de lo desconocido. No nades a contracorriente y no trates de acelerar el río. Fluye con el río.

El río ya se dirige hacia el mar. Sé uno con el río y te conducirá hasta el mar. Ni siquiera es necesario nadar. Relájate y permite que el río te lleve. Relájate y permite que la existencia te posea. Relájate y permite que el todo se haga cargo de la parte.

Hacer significa que la parte intenta hacer algo contra el todo, que la parte trata de salirse con la suya contra el todo.

 

Wu-wei significa que la parte ha entendido que es sólo la parte y ha abandonado toda lucha. Ahora el todo hace y la parte es feliz. El todo baila y la parte baila con él. Estar armonizado con el todo, mantener el paso con el todo, mantener una profunda relación orgásmica con el todo… Ése es el significado de wu-wei. Y ése es el sentido del amor.

Por eso dijo Jesús: «Dios es amor». Está creando una analogía, porque en la experiencia humana no hay nada más cercano a la divinidad que el amor.

Escucha: tú naciste, pero entonces no fuiste para nada consciente. Sucedió, pero ya ha sucedido; ahora ya no puede hacerse nada. Morirás; algún día sucederá, en el futuro. En este momento estás vivo. El nacimiento ha sucedido; la muerte ha de suceder. Entre ambos sólo existe una posibilidad: amor.

Existen tres cosas básicas: nacimiento, amor y muerte. Todas suceden. Pero el nacimiento ya ha sucedido, y ahora no puedes ser consciente de ello. Y la muerte todavía no ha ocurrido. ¿Cómo puedes ser consciente de ella ahora? La única posibilidad entre ambos sucesos es el amor, que está sucediendo ahora mismo. Hazte consciente de ello y observa cómo sucede.

No hay nada que tú hagas. Tú no haces nada. Un día, de repente, sientes un resplandor; un día, de repente, sientes aparecer una energía. En manos de lo desconocido… El dios del amor ha llamado a la puerta. De repente, dejas de ser el mismo: ha desaparecido la opacidad, ha desaparecido la monotonía, ha desaparecido la ranciedad. De repente, cantas y hierves de alegría. De repente, dejas de ser el mismo… Estás en la cima. Los valles, los valles oscuros, pasan al olvido. Luz del sol y la cima… ¿Has hecho algo para que suceda?

La gente va por ahí enseñando el amor. ¿Cómo puedes amar? A causa de esa enseñanza, el amor se ha vuelto imposible. La madre no hace más que decirle al hijo: «¡Quiéreme! Soy tu madre». ¿Cómo se supone que el niño debe querer? De hecho, ¿qué se supone que debe hacer? El niño no sabe qué hacer, ni cómo hacerlo. Y la madre no deja de insistir. Y el padre también insiste: «¡Cuando llego a casa, espero amor!». Poco a poco el niño se convierte en un político: inicia la política del amor, lo cual no es para nada amor. Empieza a gastar bromas. Se torna engañoso. Sonríe cuando se le acerca la madre, y ésta siente: «Me quiere».

Ha de hacer todo eso porque depende de ellos; su supervivencia depende de ellos. Está indefenso. Se convierte en diplomático. No siente ningún amor, pero ha de fingirlo. Poco a poco el fingimiento se enraíza tan profundamente que no deja de fingir durante toda su vida. Luego ama a una mujer porque es su esposa; luego ella ama a un hombre porque es su marido. Uno ha de amar. Amar se convierte en un deber. ¿Puedes imaginar una posibilidad más absurda? El amor se convierte en una obligación; uno ha de hacerlo. Es un mandamiento; hay que cumplirlo. Es una responsabilidad.

Ahora bien, a esa persona nunca le sucederá el verdadero amor. Nunca en una mente tan condicionada, porque el amor siempre es un suceso. Siempre te pilla desprevenido. Te llega de repente, de ninguna parte. Llega la flecha, alcanza el corazón, sientes el dolor, su dulce dolor, pero no sabes de dónde viene ni cómo sucede.

El amor está en las manos de la existencia. Es un suceso.

Justo el otro día leía una anécdota…

Federico Guillermo I, que gobernó Prusia a principios del siglo XVIII, fue un gordo excéntrico que no se andaba con contemplaciones. Caminaba por las calles de Berlín sin protección, y cuando alguien le desagradaba –algo que no resultaba muy difícil–, no dudaba en utilizar su recio bastón como garrote. Era el rey… ¡Y se comportaba de ese modo!

No era pues de extrañar que cuando los berlineses le veían a lo lejos desapareciesen de las calles. Las calles se vaciaban. Siempre que le veían llegar, escapaban por donde podían.

En una ocasión en que Federico Guillermo recorría una calle, un ciudadano le espió, pero demasiado tarde, pues su intento de escabullirse por un zaguán acabó en fracaso.

–¡Tú! –llamó Federico Guillermo–. ¿Adónde vas?

–Voy a meterme en casa, majestad –dijo el ciudadano, temblando violentamente.

–¿Es ésa tu casa?

–No, majestad.

–¿La casa de un amigo?

–No, majestad.

–Entonces, ¿para qué quieres entrar ahí?

Y el pobre ciudadano, temiendo ser acusado de allanamiento y sin saber qué más decir, decidió finalmente decir la verdad:

–Para evitaros, majestad.

Federico Guillermo frunció el ceño.

–¿Para evitarme a mí? ¿Por qué?

–Porque os temo, majestad.

Federico Guillermo se puso púrpura, y levantando su tranca golpeó los hombros del otro gritando:

–¡Se supone que no debes temerme! ¡Se supone que has de quererme! ¡Quiéreme, basura! ¡Quiéreme!

Pero ¿cómo se supone que uno ha de querer? El amor no puede ser una obligación. Nadie puede ponerse a querer así como así. A nadie se le puede mandar querer. A nadie se le puede decir que ame. Si sucede, sucede. Si no sucede, no sucede. La idea misma de que puedes hacer algo al respecto ha creado tal situación que el amor ya no le sucede a mucha gente. Rara vez ocurre. Es tan raro como la divinidad, porque la divinidad es amor; porque el amor es divinidad.

Si estás disponible para el amor, también lo estarás para la divinidad. Son lo mismo. El amor es el principio y la divinidad el final. El amor es la escalinata que conduce al templo del divino.

El camino del amor o el camino del corazón simplemente quiere decir que nada está en tus manos. No pierdas el tiempo. El todo se ocupará. Relájate, por favor. Permite que el todo se haga cargo.

Última pregunta:

Osho, no sé cómo ha sucedido, pero aquí estoy con usted. ¿Qué me ha empujado hacia usted? ¿La búsqueda de algo? Pero tampoco lo sé. ¿Es eso idealismo? ¿Hay expectativas ocultas?

No te preocupes. No es necesario que exista causa alguna. Para estar aquí no es necesaria motivación alguna. Puede suceder por ninguna causa. Y cuando sucede, es tremendamente maravilloso. Tiene gracia en sí mismo.

Si vinieses a mí buscando algo, entonces me estarías utilizando. Entonces yo sería un medio para alcanzar un fin. Te equivocarías conmigo. Si has venido con alguna motivación, esa motivación se convertirá en una barrera entre tú y yo. ¿Para qué preocuparse? Aquí estás. Aquí estoy yo. Basta con eso.

Conozcámonos y fusionémonos. Permanezcamos en una unidad tal que puedas degustar algo que está presente delante de ti… De manera que puedas comer un poco de mí, beber un poco de mí.

No es necesario descubrir ninguna causa acerca de por qué estás aquí. Esa misma búsqueda de causas es de origen mental. ¡Suéltala! ¿Para qué perder tiempo con ello? De otro modo, más adelante, cuando no estés aquí, pensarás: «Estuve allí y no me enteré. ¿Por qué no disfruté del momento? ¿Por qué no pude celebrar ese momento?».

En una ocasión llegó un hombre que me dijo:

–Me siento muy atraído hacia el Buddha y siempre creo que de haber vivido en tiempos del Buddha, hubiese llegado a sus pies y me habría entregado.

Se hallaba sentado cerca de mí, casi totalmente dormido. Sacudí su cabeza y le dije:

–Pero ¿de qué estás hablando? Yo sé que estuviste allí. Te vi allí. Pero entonces hablabas de otros buddhas y decías: «De haber vivido en tiempos de otro buddha pasado…»

Tampoco lo entendió. Tuve que sacudirle de nuevo y dije:

–Mírame. Yo estoy aquí. Luego, al cabo de dos mil años, no vayas por ahí diciendo que de haber estado conmigo te hubieras entregado.

–Me lo pensaré, acabó diciendo.

¿También tú te lo pensarás?

Es posible. Es posible dejar que suceda ahora mismo. Todo pensar es un aplazamiento. No te preocupes acerca de por qué estás aquí. El caso es que estás aquí. Da las gracias. No te pierdas esta oportunidad preocupándote. Celebra este momento.

Si puedes celebrar este momento, también serás lo mismo que yo soy. Si puedes celebrar este momento, a través de esa celebración conocerás lo que ya es. Alcanzarás lo que ya se ha alcanzado. Llegarás a conocer tu propio tesoro escondido.

Basta por hoy.

3. PARTICIPANTES DE UN JUEGO

Osho:

Muso, el maestro nacional, y uno de los maestros más ilustres de su tiempo, dejó la capital en compañía de un discípulo para dirigirse a una lejana provincia.

Al llegar al río Tenryu tuvieron que esperar una hora antes de subir al transbordador; cuando estaba a punto de zarpar de la orilla, llegó corriendo un samurái borracho, que saltó en la ya atestada embarcación, que no volcó por poco. Se tambaleó sin control mientras la balsa cruzaba el río, y, temiendo por la seguridad de los pasajeros, el barquero le rogó que no se moviese.

–¡Parecemos sardinas!, –dijo el samurái con voz bronca. Y luego, señalando a Muso: –¿Por qué no tiramos al bonzo por la borda? –Por favor, sea paciente –dijo Muso–, no tardaremos en alcanzar la otra orilla.

–¡Qué! –bramó el samurái–. ¿Que sea paciente? Escúcheme bien, si no salta de esta cosa y empieza a nadar, juro que le ahogaré.

El maestro continuó tranquilo, lo cual enfureció al samurái, que golpeó a Muso en la cabeza con su abanico metálico, haciéndole sangre.

El discípulo de Muso no pudo aguantar más, y como era un tipo fornido, quiso desafiar al samurái allí mismo. –No puedo permitir que siga vivo después de esto –le dijo al maestro. –¿Por qué te acaloras tanto por una nimiedad –dijo Muso, sonriendo–. Precisamente en este tipo de situaciones es donde se demuestra la formación de un bonzo. Debes recordar que la paciencia es algo más que una palabra.»

Luego recitó un waka improvisado: –El pegador y el pegado: meros participantes de un juego efímero como un sueño.

Cuando la embarcación alcanzó la orilla, y Muso y su discípulo bajaron, el samurái corrió y se postró a los pies del maestro. Allí mismo se convirtió en su discípulo.

Buscar algo, desear algo, es la enfermedad básica de la mente. No buscar, no desear, es la salud básica de tu ser.

Es muy fácil cambiar los objetos del deseo, pero ésa no es manera de transformarse. Puedes desear dinero, puedes desear poder; puedes cambiar los objetos del deseo –puedes empezar a desear la divinidad–, pero sigues siendo el mismo porque sigues deseando. El cambio fundamental no radica en los objetos del deseo, sino en tu subjetividad. Si se detiene el desear –y recuerda, no estoy diciendo que deba detenerse–, si se detiene el desear, entonces estás en casa por primera vez, sosegado, paciente, gozoso, y por primera vez la vida está disponible para ti y tú para la vida. De hecho, desaparece la división entre tú y la vida, y este estado de indivisión es el estado de existencia.

Viene a verme gente de todo el mundo; viajan miles de kilómetros. Cuando llegan ante mí y pregunto: «¿Por qué has venido?», a veces dicen: «Soy un buscador del divino», otros dicen: «Busco la verdad».

No son conscientes de lo que piden. Están pidiendo lo imposible. El divino no es una cosa. El divino no es un objeto. No puedes buscarlo. La divinidad es todo esto. ¿Cómo puedes estar buscando el todo? Puedes disolverte en él, puedes fundirte en él, pero no puedes buscarlo. La búsqueda simplemente demuestra que sigues creyéndote separado del todo: tú, el buscador, y el todo, lo buscado.

A veces buscas a una mujer, a veces buscas a un hombre. A veces, frustrado con el mundo, empiezas a buscar el otro mundo, pero todavía no te frustra el mismo buscar.

Un buscador está metido en problemas. Un buscador está confuso. No ha comprendido cuál es el problema básico. No es que hayas de buscar al divino y que luego todo se solucionará. Más bien es al contrario: si todo se soluciona, de repente hay divinidad.

Sucedió en una ocasión:

Un librero del sur de la India escribió a una editorial de Nueva Delhi pidiendo que le enviasen de inmediato una docena de ejemplares del libro Buscadores de Dios.

Al cabo de dos días recibió la siguiente contestación por telégrafo: «No hay buscadores de Dios en Delhi ni en Bombay. Pruebe en Pune».

Sí, claro, aquí están todos. La búsqueda es una enfermedad. No lo conviertas en un alimento para el ego, porque cuando llega alguien y me dice que es un buscador de Dios, yo percibo la luz del ego que asoma a sus ojos; la condena del mundo: no es un hombre mundano, es un religioso. La forma en que lo dice demuestra su orgullo: no es un hombre corriente, no forma parte de la humanidad ordinaria. Es especial, extraordinario. No busca dinero, busca meditación. No busca nada material, busca algo espiritual.

 

Pero para mí, y para todos aquellos que saben, buscar es el mundo. No hay búsqueda ultramundana. Desear es mundano. No hay deseo ultramundano. El mundo existe en el mismo desear. Lo que desees es irrelevante; el hecho de que desees basta para convertirte en mundanal, porque todos los deseos provienen de una falacia básica: la falacia básica de que te falta algo, de que necesitas algo. En primer lugar, no te falta nada. No necesitas nada.

El mundo es una pesadilla a causa del deseo, y por ello el nirvana se convierte en la última pesadilla. Sí, claro, la última, porque si te despiertas buscando a Dios y el nirvana… Si te despiertas, entonces todas las pesadillas desaparecen.

Has soltado el mundo. Ahora buscas a Dios. Por favor, suelta también a Dios. Puede parecer un tanto irreligioso. Pero no lo es.

Estuve leyendo una declaración de Albert Einstein. Me encanta. En algún lugar dice: «Soy un descreído profundamente religioso». De hecho, una persona religiosa no puede ser creyente. Una persona religiosa puede confiar, pero no puede creer. La confianza proviene de la experiencia existencial; la creencia no es más que una invención mental. La creencia no es más que ideología, conceptos, escrituras y filosofía. La confianza pertenece a la vida.

En el momento en que dices “Dios”, has utilizado una creencia. “Dios” es una creencia. Pero la vida no es una creencia, es una experiencia. Permite que la vida sea tu único dios. No se necesita otro dios, porque todos los otros dioses son invenciones humanas. Einstein tiene razón cuando dice: «Soy una persona profundamente religiosa, pero descreída, no creyente». ¿Qué es lo que quiere decir?

La calidad de ser religioso no tiene nada que ver con la calidad de un creyente. Un creyente cree porque desea. Un creyente cree porque quiere buscar algo. Un creyente cree porque no puede vivir la vida sin la mente. Siempre coloca la mente entre la vida y él mismo… Como si tu mano se ocultase tras un guante: tocas a tu ser amado, pero no de manera directa; tu mano está oculta tras el guante. El guante toca a la persona amada; tú sólo estás tocando el guante.

Una creencia es como un guante; te rodea. Nunca estás disponible frente a la vida de manera directa, inmediata. Una persona religiosa está desnuda en ese sentido… Carece de ropajes hechos de creencias. Es directa, está en contacto con la vida… En ese contacto, la fusión; en ese contacto, la reunión; en ese contacto, dejas de ser tú. De alguna manera te has convertido en el todo y el todo se ha convertido en ti. El océano cae en una gota y la gota se convierte en océano.

Las creencias son peligrosas. Cambiamos de creencias: un hinduista puede convertirse en mahometano, un cristiano puede devenir hinduista, o una persona religiosa, una pretendida persona religiosa, puede pasar a ser comunista; un teísta puede llegar a ser ateo. No importa. No haces más que cambiar de guante, pero el guante sigue ahí.

¿No puedes apreciar la vida directamente? ¿No puedes amar la vida directamente? ¿Hay necesidad alguna de creer en algo? ¿Es que no puedes confiar en la vida?

Permite que te lo diga de esta manera: la gente que no puede confiar, entonces cree. Creer es un sustituto, una moneda falsa, un engaño. La gente que puede confiar no necesita creencias. Basta con la vida. No le sobreponen ningún “Dios”, ningún nirvana, ningún moksha. No es necesario. La vida es más que suficiente. Viven la vida.

Claro está, si tienes una creencia, puedes crear un futuro a su alrededor. Si no tienes creencia alguna, entonces careces de todo futuro, porque la vida es aquí y ahora. No es necesario esperar. Pero no hacemos más que aplazar, hasta que llega el momento de la muerte y se lleva el don…

Leía que…

Tres hombres estaban inmersos en una de esas conversaciones insustanciales en las que todos participamos en alguna u otra ocasión. Consideraban el problema de lo que haría cada uno si el médico les dijese que sólo disponían de seis meses de vida.

Robinson dijo: «Si mi médico me dijese que sólo me restan seis meses de vida, lo primero que haría sería vender mi negocio, sacar mis ahorros del banco y correrme la mayor juerga que podéis imaginaros en la Riviera francesa. Jugaría a la ruleta, comería como un rey y sobre todo, tendría chicas, chicas y más chicas».

Este hombre debe haber estado posponiendo, posponiendo hasta morir. Cuando un médico te comunica que sólo te quedan seis meses de vida, entonces… Pero eso también parece ser únicamente un deseo; pudiera no ser capaz, porque cuando la muerte llama a tu puerta, uno se queda tan pasmado y hecho polvo… ¿Cómo puedes disfrutar teniendo la muerte tan cerca? No puedes pasártelo bien cuando la vida toca a su fin. Cuando la vida se aleja cada vez más, no es posible disfrutar. Este caso vuelve a ser una forma de creer que, si sucede, entonces empezaría a vivir de inmediato. Pero ¿quién te impide vivir ahora mismo?

El segundo hombre dijo: «Si mi médico me dijese que sólo me quedan seis meses de vida, lo primero que haría sería ir a una agencia de viajes y darme la vuelta al mundo. Hay miles de sitios en la Tierra que no conozco y que me gustaría ver antes de morir: el Gran Cañón, el Taj Mahal, Angkor Wat… Todos ellos».

Pero ¿quién te lo impide ¿Por qué esperas que llegue la muerte para ir a ver el Taj Mahal? ¿Lo verías entonces? Tus ojos estarían tan llenos de oscuridad que el Taj Mahal no parecería el Taj Mahal. Es imposible ver cuando la muerte ha entrado en la mente. Te cegaría. Un temblor interior se apoderaría de ti. Ni siquiera podrías escuchar, ni ver, ni tampoco respirar. ¿Por qué la gente no hace más que aplazar?

Dijo el tercero: «Si mi médico me dijese que sólo me quedan seis meses de vida, lo primero que haría sería ir a otro médico».

Ésta parece ser la respuesta más representativa del género humano. Eso es lo que tú también harías. No vas a vivir para siempre. Irías a ver a otro médico que pudiera darte esperanza, que pudiera ofrecerte un futuro, que pudiera volver a decirte: «No te preocupes, puedes seguir aplazando. No hace falta que te des prisa… La muerte está lejos». Hallarías, buscarías a alguien que pudiera ofrecerte esperanza.

La esperanza es una manera de posponer la vida. Todo deseo es una manera de posponer la vida, y todas las creencias no son más que artimañas sobre cómo evitar lo que es y seguir pensando acerca de lo que no es. “Dios” no es; la vida es. Por favor, no seáis buscadores de “Dios”. El “nirvana” no es; la vida es. Por favor, no seáis buscadores del “nirvana”. Si dejáis de buscar el nirvana, hallaréis el nirvana oculto en la propia vida. Si dejáis de buscar a Dios, hallaréis la divinidad por todas partes… En cada partícula, en cada momento de la vida. Dios es otro nombre de la vida. El nirvana es otro nombre para la vida vivida. Sólo tenéis que escuchar la palabra vida; no es una experiencia vivida.

Soltad todas las creencias, no son más que obstáculos. No seas cristiano, no seas hinduista, no seas mahometano. Sólo vive. Permite que ésa sea tu única religión.

Vida: la única religión. Vida: el único templo. Vida: la única devoción.

Me han contado que un discípulo llegó ante un maestro zen, hizo una postración, tocó sus pies y dijo:

–¿Cuánto tendré que esperar para iluminarme?

El maestro le miró largo y tendido. El discípulo empezó a inquietarse. Así que volvió a preguntar:

–¿Por qué me mira tanto tiempo? ¿Por qué no me contesta?

Y el maestro respondió con una verdadera respuesta zen. Dijo:

–Mátame.

El discípulo no creyó que ésa fuese la respuesta acerca de su iluminación. Se dirigió al discípulo principal. Éste se carcajeó y dijo:

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