Nirvana. La última pesadilla

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2. LA PEOR DE LAS PESADILLAS

La primera pregunta:

Osho, usted nos dice que estemos aquí y ahora, sin metas ni propósito, pero también nos cautiva hablando de éxtasis, iluminación, libertad, y la posible culminación. Parece contradictorio. Explíquese, por favor.

No tiene nada de contradictorio; es un hecho puro y simple. Pero la mente tiende a crear problemas donde no los hay. La mente es un mecanismo causante de problemas.

Cuando digo que el éxtasis es hermoso, cuando digo que la iluminación es gozosa, no estoy hablando del futuro, y no os cautivo. Simplemente estoy describiendo un hecho.

Cuando digo que estéis aquí y ahora sin propósito ni metas, os muestro el camino, la manera en que la iluminación puede suceder ahora.

La iluminación no es una meta lejana; es una posibilidad presente. Puedes no darte cuenta de que está ahí. Pero eso no significa que esté lejos; sólo significa que estás dormido. Puedes no darte cuenta. Eso no quiere decir que tengas que esforzarte para alcanzarla; sólo quiere decir que no eres consciente de algo que ya te rodea ahora. Seguiré hablando de la iluminación, porque sin ella no estás vivo; sin ella sólo pareces existir, pero no existes; sin ella no te enteras de nada. Pero recuerda, no estoy creando una meta para tus deseos. La iluminación nunca puede ser una meta. Es necesario entenderlo bien. No puede desearse el nirvana.

Permíteme que lo explique. Siempre que deseas algo, te pones tenso. El deseo crea perturbación. Siempre que deseas algo, lo deseas, claro está, en el futuro. ¿Cómo puedes desear en el presente? En el presente no hay espacio suficiente para que exista un deseo. Sólo puede hacerlo en el futuro. El desear sólo puede interesarse por algo en el futuro, por algo que no está aquí. Lo que está aquí no puede desearse. Puedes deleitarte en ello, pero no puedes desearlo. Puedes vivirlo, puedes bailarlo, pero no puedes desearlo. Por eso todos los buddhas dicen: «Prescinde de los deseos», pero el problema humano es que entienden: «Convierte la carencia de deseos en tu meta». Todo lo convertimos en un objetivo. Pon cualquier cosa en la mente; inmediatamente lo reduce a una meta y el problema surge… de inmediato. Y luego la mente pregunta: «¿Cómo?». “Cómo” lograr esto, “cómo” conseguir aquello, “cómo” convertirse en lo otro. Y vuelves a lo mismo de siempre y sigues sin enterarte.

Cuando los buddhas dicen: «Prescinde de los deseos», no intentan crear una meta para ti. Sólo dicen: «Fíjate, observa tu desear. Comprende tu deseo y la futilidad de ello. Obsérvalo profundamente, penétralo bien, y ese penetrar te ayudará: el deseo desaparece».

Una vez que comprendes la futilidad total de desear, ¿vas a preguntar cómo soltarlo? Si ves su futilidad total, se cae por sí mismo.

Pero no haces más que preguntar cómo porque sigues queriéndote aferrar. Sigues queriendo posponerlo. Sigues pensando que debe haber algo en eso: «Tal vez no me entero, tal vez no me esfuerzo lo suficiente, tal vez no voy en buena dirección… Pero algo hay». Sigues esperanzado.

Cuando observas la naturaleza del deseo, entiendes que es como un horizonte. Parece muy lejano, allá a lo lejos. Si te acercas, si te mueves, se mueve contigo. Cuando llegas al punto en que creías que la tierra se encontraba con el cielo, resulta que no es así. Pero otra vez, a la misma y lejana distancia, vuelve a aparecer el horizonte. Vuelve a moverte… Y el horizonte se mueve contigo. La distancia entre ti y el horizonte es siempre la misma.

Si observas el deseo, lo verás fácilmente. Si meditas sobre el deseo te darás cuenta de que es un hecho; no es ninguna teoría sobre el deseo.

Tienes 10.000 rupias. La mente pide 20.000 rupias. La mente dice: «¿Cómo puedes ser feliz si no tienes al menos 20.000 rupias? No es posible». Puedes conseguir 20.000 rupias. Desperdiciarás mucho tiempo en ello; y un día las obtendrás. Para cuando consigas 20.000 rupias, el deseo ya estará más allá. Ahora pedirá 40.000 rupias.

Cuando consigues las 20.000 rupias, te has vuelto adicto a las comodidades; ahora necesitas más. Ahora la casa de antes parece pequeña, el coche viejo es un insulto; hay que dejarlo. Se necesita un coche nuevo. Para cuando logras las 40.000, el horizonte vuelve a estar lejos… Ahora pide 80.000. No hace más que doblarse. La distancia sigue siendo la misma.

Entre el deseo y la satisfacción existe siempre la misma distancia. Nunca cambia, ni una pulgada. El mendigo y el emperador están siempre en la misma situación. Si observas la distancia entre el deseo y su satisfacción, te darás cuenta de que navegan en el mismo barco.

Una vez comprendido, el deseo cae por sí mismo, porque sí. No es que tú lo sueltes… Y por ello nunca surge la cuestión del “cómo”. Y cuando el deseo cae, aparece la ausencia de deseo. No es que hayas tenido que hacer ningún esfuerzo para que aparezca, ni que te hayas esforzado para obtener esa carencia de deseos; no es una meta. Cuando los deseos desaparecen…, el no desear nada es ausencia de deseo.

Permite que te lo cuente de otra manera. Por lo general, siempre que se utiliza la expresión, “ausencia de deseo”, crees que es contra el deseo. Pero no es así. La ausencia de deseo no es lo opuesto a desear. El estado de ausencia de deseo es simplemente falta de deseo, no lo contrario. Si fuese lo contrario, entonces podría convertirse en el objetivo. Pero no es lo opuesto. Y por lo tanto no puedes convertirlo en una meta, en un objetivo.

El amor no es lo contrario del odio. Si el amor es contrario al odio, en ese amor, el odio continuaría existiendo, seguiría fluyendo una corriente subterránea de odio. El auténtico amor no se opone al odio. El amor de un buddha no es lo contrario al odio. Es simplemente la ausencia de odio.

La compasión no está contra la cólera. Cuando la cólera desaparece, aparece la compasión. No es necesario luchar por la compasión; no está contra la pasión. Cuando la pasión desaparece, la compasión es. La compasión es tu naturaleza.

El estado de ausencia de deseo eres tú. Cuando desaparecen todos los deseos y te quedas solo, en esa hermosa emancipación –pura emancipación, emancipación cristalina– existe indeseabilidad. Ni siquiera un rastro de deseo… Sin meta, sin ningún sitio al que ir. Por primera vez vives lo que es la vida, por primera vez cantas a pleno pulmón, y tu canto se expande por toda la existencia. Por primera vez eres capaz de celebrar.

Eso se llama iluminación, nirvana. El nirvana nunca puede ser un objetivo. Cuando careces de todo objetivo, el nirvana llega hasta ti. Tú nunca te diriges hacia el nirvana. Cuando no vas a parte alguna, el nirvana viene hacia ti. O, si prefieres utilizar el lenguaje de los bhaktas y devotos, puedes utilizar la palabra “divinidad”.

Tú no vas hacia la divinidad. Uno nunca puede ir en esa dirección. ¿Adónde irás? O a ninguna parte o a todas partes. ¿Adónde?

No puedes convertir la divinidad en un objeto. No puedes convertir tu deseo en una flecha lanzada hacia la diana del divino. O está en todas partes –y por lo tanto no puedes convertirlo en un blanco–; o no está en ninguna, y si es así tampoco lo puedes convertir en diana. No hay nadie que lo haya alcanzado nunca. Cuando detienes todos los intentos, cuando sueltas toda la tontería sobre lograr algo, entonces de repente la divinidad llega a ti. Y cuando llega, llega de todas partes, de todas las direcciones. Simplemente te penetra por todos los poros de tu ser. Tú nunca llegas a ella; siempre llega a ti.

Cuando la gente viene a verme, y me cuenta que busca lo divino, yo digo: «Por favor, no os esforcéis. Habéis emprendido un viaje inútil. Lo que debéis hacer es descansar, relajaros, esperar y permitir que llegue a vosotros. Vuestra búsqueda creará una barrera».

Una mente inquisitiva es una mente tensa. Una mente que busca no descansa. Una mente deseosa no está en casa… Siempre deambulando, itinerante, yendo a alguna parte. ¿Crees que te encontraré si voy a tu encuentro? Tal vez estés en otra parte. Siempre estás en otro sitio. Siempre que pareces estar, no acabas de estar ahí. Si te sientas en el templo, sólo estás ahí en apariencia. Tal vez estés en el mercado. O quizás en la tienda, en la fábrica o en la oficina. Cuando estás sentado en tu oficina o en tu tienda, sólo lo estás aparentemente…, pareces estar ahí. Tu mente pudiera estar en cualquier otro sitio… El mundo es vasto.

Nunca estás donde estás. Quédate ahí. Estés donde estés, quédate ahí. Ésa es la puerta a lo divino, y así lo divino entra en ti.

Si lo buscas, el nirvana se convierte en una pesadilla. Y entonces el nirvana pasa a ser la peor de las pesadillas. Puedes hacer dinero si buscas hacerlo. Puedes conseguir poder y prestigio si lo buscas. Sí claro, lleva tiempo, mucho esfuerzo y es casi inútil… Porque cuando lo has conseguido no encuentras nada. Pero puedes buscarlo.

Si estás lo suficientemente loco puedes encontrar cualquier cosa en el mundo. Sólo tienes que estar lo bastante loco…, casi demente, tarado. Entonces, ganarás, porque nadie podrá competir contigo, a menos que aparezca alguien más loco que tú. En el mundo puedes hallar todo aquello que ansías. Será una pesadilla, pero tiene un final…

Pero el nirvana es la última y la peor de las pesadillas.

Una vez que empiezas a buscarlo puedes despedirte de que suceda, porque su propia naturaleza es tal que impide que lo alcances. Así que, cuando digo que estés aquí y ahora, estoy diciendo, por favor, ayuda a que el nirvana te alcance. Quédate en casa, espera… Tarde o temprano verás… Ha llamado.

Jesús dice: «Llamad y se os abrirá la puerta».

Yo os digo: «Esperad. La existencia llamará. Permaneced atentos y abrid la puerta cuando llame».

 

La existencia no deja de llamar, constante y continuamente, pero no estás aquí para oírlo, para escuchar. No estás aquí para abrir la puerta. El invitado está siempre a la puerta, pero el anfitrión no aparece.

Sé un anfitrión; eso es lo que quiero decir cuando digo «sé aquí y ahora». Eso sólo significa que seas anfitrión de la vida, que seas anfitrión de la existencia. Permanece disponible y te sucederá todo. Nada te faltará. No hay nadie entorpeciendo el camino excepto tu propio deseo, excepto tu propio correr de aquí para allá. Descansa un poco.

Y cuando digo descansa, quiero decir descansa aquí y ahora. No lo pospongas, porque ¿quién puede descansar mañana?

Y no dejaré de cantar las maravillas del éxtasis, pero no me malinterpretes. No intento convencerte de que has de alcanzar el nirvana. No es una meta. No puede convertirse en un objetivo. No puede convertirse en objeto del deseo. Está disponible. No tienes más que mirar, echar un vistazo atento. La vida es muy hermosa. Te llueve encima desde todas partes. A eso le llamo meditación. Eso es lo que el zen denomina zazen. Permanece sentado, en una espera infinita, observando, atento, consciente, sin ir a ninguna parte, y sucede el milagro de los milagros: lo que buscabas y no hallabas de repente sucede.

No existe en ello contradicción alguna, pero tu mente la creará, porque si tu mente no crea una contradicción, carecerá de función que llevar a cabo. Primero crea un problema y luego intenta hallar una solución. No permitas que la mente cree un problema donde no existe ninguno.

Me han contado algo sobre un médico. Llegó un hombre a verle; padecía un resfriado corriente. El médico le dijo:

–Haga una cosa. La noche está bastante fría. A medianoche, diríjase desnudo al lago y zambúllase en él.

El hombre contestó:

–¿Se ha vuelto loco? Estoy resfriado, ¡y a medianoche el lago estará helado! Pillaré una neumonía doble.

El médico dijo:

–No se preocupe. Tengo el medicamento perfecto para la neumonía, pero ninguno para el resfriado corriente. Estoy seguro de que le curaré. No tiene más que seguir mis indicaciones.

La mente no deja de crear problemas y luego intenta suministrar soluciones. ¿No te has fijado nunca en esa tontería? Extirpar la mente de cuajo. No permitas que cree un problema… Ésa es la solución.

De otro modo, la mente te ofrecerá una solución. En primer lugar, el problema será falso. ¿Cómo entonces podrá ser válida la solución? Si solucionas un falso problema, la solución deberá ser falsa. Entonces te ves atrapado en una regresión infinita. En la solución, la mente volverá a hallar problemas. Y de nuevo, se suministrarán soluciones. Y no saldrás nunca de ahí.

Si tu propia mente no puede ofrecerte una solución, entonces acudes a mentes más grandes; ellas pueden suministrar soluciones. Vas a filósofos, a gentes que sostienen teorías, doctrinas y escrituras en sus cabezas. Si no puedes hallar tu propia solución, busca con los expertos; y entonces ellos darán con una. Pero los expertos todavía tienen que ser de ayuda para alguien. Cincuenta siglos de historia de la filosofía no han ofrecido ni una solución para ningún problema. Por el contrario, no han hecho más que crear más… ¡Extirpa la raíz de cuajo!

Siempre que la mente intente crear un problema, primero trata de descubrir si la mente está intentando poner en práctica el viejo truco de siempre. Porque me parece a mí que la vida no puede ser más sencilla. No tiene ningún problema. No quiero decir que la vida no sea un misterio. Lo que quiero decir es que la vida no es un rompecabezas. Y que tú no puedes resolverlo.

La vida es un misterio formidable, pero muy simple. No puedes resolverlo. Puedes vivirlo, puedes disfrutarlo, puedes fundirte con él –abriéndose una puerta tras otra y convirtiéndose en un viaje de infinitas revelaciones; te aguardan revelaciones cada vez más grandes–, pero no es un acertijo que pueda resolverse. Cuanto más penetras en ella, más desconocida se torna. Cuanto más sabes, más sabes que no sabes.

Llega un momento en que todo conocimiento parece fútil. Ése es el momento en que la consciencia atraviesa una conversión: de la filosofía a la religión; de teorías fútiles y rancias a una fuente de vida fresca y viva para siempre.

La vida es un misterio; no puede resolverse. No tiene solución, no tiene respuesta. No intentes resolverlo. Eso es lo que la mente hace constantemente: resolver. ¡Córtala de raíz! Siempre que la mente intenta crear un problema, primero intenta verlo… ¿Dónde está el problema realmente?

Es tan simple como ya he dicho: sé aquí y ahora, y la iluminación te sobreviene. Ya te está sobreviniendo; lo único que ocurre es que no te das cuenta. Ya sucedió incluso antes de que nacieses. Sucede simultáneamente con tu vida. Tu propia existencia está iluminada. Un giro, una conversión… y el reconocimiento…

Y el reconocimiento sólo es posible si giras aquí y ahora. Si sigues moviéndote, persiguiendo sombras, entonces carecerás de tiempo y espacio para ir hacia dentro. Todo el futuro está fuera, y el presente dentro.

El presente no forma parte del tiempo. El presente es eternidad. Es ahora, eterno. Está dentro de ti.

Una vez que giras hacia dentro, empiezas a reír.

Se dice que cuando Bodhidharma se iluminó, empezó a reír, con una risa procedente del vientre. Empezó a rodar por el suelo y los discípulos se reunieron y dijeron: «¿Qué ha pasado? ¿Se ha vuelto loco?». La verdad es que así lo parecía. Llevaba nueve años sentado y nadie nunca había visto ni siquiera el atisbo de una sonrisa en su rostro. Era una persona muy severa y seria.

Durante nueve años miró continuamente la pared… Se sentó continuamente cerca de la pared y mirándola. Ni siquiera se dio la vuelta para hablar con nadie durante nueve años… Era un hombre muy serio. Había decidido que no se levantaría a menos que llegase a conocer la verdad. Dice la tradición que se le atrofiaron las piernas. Nueve años es mucho tiempo; puede que fuese así. Pero ésa no es la cuestión. Hay algo que está claro. Las piernas representan actividad, movimiento, deseo, dirección, una meta. Las piernas representan todo eso. Pero, claro, en esos nueve años desaparecieron todas las metas. No había adónde ir. Desaparecieron todas las motivaciones, todos los deseos. Y, claro, las piernas se le atrofiaron.

Y entonces, de repente, un día, este hombre rueda por el suelo riéndose… Debe haberse vuelto loco. La gente debió pensar que sentarse nueve años observando la pared provoca que te vuelvas loco. Pero ¿a qué viene toda esa risa? Se reía de todo el absurdo, de toda la ridiculez de la cuestión: de que había estado buscando lo que ya estaba en él y no se había dado cuenta.

Tu tesoro está en ti. Tu tesoro ya está en tu interior. Yo lo veo, pero tú no puedes verlo. Estar conmigo no es más que una oportunidad para que tú también veas lo que yo ya veo en ti.

Cuando vienes hacia mí, eres muy valioso. Cuando te acercas a mí, veo llegar a un buddha. Tú no eres consciente de ello. Quisiera postrarme y tocar tus pies, pero eso sería peligroso para ti, así que resisto la tentación. Ya estás loco y te volverías más loco. Pero eso es lo que me gustaría hacer.

Ya estás ahí donde desearías y donde te gustaría estar. Estás realizado. Veo que tu flor ya ha florecido, siempre ha estado florida, pero tus ojos miran hacia otro sitio.

Así que cuando hablo de iluminación, simplemente estoy haciendo constar un hecho sobre tu ser. No te estoy ofreciendo una meta que puedas desear. Y a continuación debo pedirte que estés aquí y ahora, porque ése es el modo en que podrás apreciar el florecimiento de tu ser. No hay contradicción en ello. Si te lo parece, vuelve a observar. Tu mente te ha engañado. Corta la mente de cuajo.

Un nuevo buscador, Jim Crossland, hace la segunda pregunta:

Osho, creo entender que ninguno de sus discípulos ha conseguido iluminarse. ¿Cómo puedo considerar que es mejor el idealismo de prepararme para perder el ego que el idealismo del que está hablando hoy?

¿Quién ha dicho que ninguno de mis discípulos se ha iluminado? No veo a nadie que no se haya iluminado. Todos son buddhas, gente iluminada que se autoengaña, embaucándose a sí misma, jugando al escondite consigo misma. Pero a vosotros no os resulta fácil verlo. Una vez que se ha visto la propia iluminación, entonces todo el mundo está iluminado. Todo el mundo, digo, está iluminado en el momento en que tú te iluminas. Entonces sabes que ésa es su elección. Si quieren seguir engañándose, pues muy bien, son libres de hacerlo. Si quieren seguir jugando a eso un poco más, pues muy bien. ¿Por qué no iban a hacerlo? Unas cuantas vidas más… Tú decides.

No sólo están iluminados mis discípulos, sino que la vida está iluminada. Esos árboles… Puede que estén profundamente dormidos, que ronquen, pero también están iluminados. Desde el día en que me iluminé no he visto nada que no esté iluminado. No puedo verlo de otra manera.

Así que olvídate de los demás. Sólo se trata de ti. ¿Estás listo para dejar de engañarte, para olvidarte del juego a que te sometes? Ésa debe ser tu única preocupación. No te preocupes de lo que hacen los otros.

«Creo entender que ninguno de sus discípulos ha conseguido iluminarse.»

El que pregunta debe tener un arraigado deseo de iluminación, una mente muy orientada hacia los logros. Y por ello mira a su alrededor a través de esa mente conseguidora… Y, claro, una mente conseguidora no puede llegar a creer que alguien haya podido iluminarse. Le cuesta mucho aceptar que incluso yo lo haya conseguido. De hecho, tampoco puede creérselo. Pero se muestra cortés y se dice que me lo reconocerá a mí, pero a nadie más. Es algo natural cuando no te ha sucedido a ti. ¿Cómo puede sucederle a alguien antes que a ti? Eso sería injusto. Si tiene que suceder, te sucederá a ti primero. Así es como piensa el ego. El ego no hace más que negar.

Pero, por favor, pon algo más de atención, porque si no haces más que negar que puede haberle sucedido a otros, poco a poco te irás convenciendo de que no puede suceder, de que es imposible, y entonces estarás cerrándote las puertas a tu propia iluminación. Una vez que aceptas que le ha sucedido a alguien, la posibilidad también se abre para ti… La posibilidad de que también puede sucederte a ti.

Observa otra vez, una segunda vez. Observa a la gente. Sal de tu mente conseguidora y observa. ¿Escuchas el canto de los pájaros? Están iluminados… Son buddhas trinando. Así tiene que ser. La divinidad no está separada de la vida. La divinidad es sinónimo de vida. La divinidad no es algo separado de lo que sucede o deja de suceder. Está oculta en todo lo que es. En una piedra, un árbol, un pájaro…

Pero por primera vez has de verlo en tu interior, porque es la realidad más cercana que tienes. Una vez que lo ves ahí, lo ves en todas partes.

Y la segunda cuestión: «¿Cómo puedo considerar como algo mejor el idealismo de prepararme para perder el ego que el idealismo del que está hablando hoy?».

No te estoy diciendo que te prepares. No enseño ninguna preparación. Lo único que digo es: fíjate… Eso es el ego, y ése es el obstáculo que dificulta el camino. ¡Suéltalo ahora mismo! ¿Quién te dice que te prepares?

Si te preparas, no harás más que prepararte para siempre jamás. ¿Es que no has vivido ya lo suficiente? ¿Es que no has estado aquí ya muchos millones de veces? Has estado repitiéndote como un círculo, una rueda… una y otra vez, dando vueltas en la misma rueda. Nacimiento, juventud, vejez, muerte y otra vez nacimiento. No deja de girar.

Cuando hablo de soltar el ego, no estoy diciendo que haya que prepararse para ello. Si todavía no estás preparado, ¿entonces cuándo lo estarás? ¡Ya basta! ¡Suéltalo ahora mismo! O lo sueltas ahora mismo o no lo sueltas. No trates de engañar a nadie con eso de que te estás preparando. Los preparativos son un truco para engañar a los demás, y de manera más concreta, a ti mismo: «Me estoy preparando. Un día soltaré el ego». Pero ¿por qué “preparándome” y por qué “un día”? ¿Por qué no hoy? Si has percibido la cuestión, ¿entonces para qué necesitas prepararte?

¿Acaso te preparas para saltar cuando te encuentras una serpiente en un camino? No te dices: «¿Cómo puedo saltar ahora mismo? Veo la serpiente, comprendo el peligro, veo la muerte ahí delante de mí, pero ¿cómo puedo saltar de inmediato? Necesito prepararme. Necesito ensayar. Primero me prepararé y luego saltaré».

No, al ver la serpiente en el camino, tu mente simplemente se detiene. La mente carece de espacio para pensar, no hay tiempo que perder. Primero saltas y luego piensas. Luego puedes pensar todo lo que quieras… Pero primero saltas.

 

Lo que te estoy enseñando es que la serpiente no es tan peligrosa como tu ego. Tu ego es la verdadera serpiente.

En la parábola cristiana de Adán y Eva y la serpiente, la serpiente no es otra cosa que el ego. La serpiente es simbólica porque es muy artera… El ego también es muy astuto. Y una serpiente es muy resbaladiza… El ego también es resbaladizo. Y una serpiente se mueve sin patas… Y el ego también se mueve sin patas. Es un milagro. De hecho, la serpiente no debería moverse. Es un milagro: se mueve sin patas. El ego no está ahí y no deja de moverse.

En la parábola cristiana, la serpiente convenció a Eva de que valía la pena probar el árbol del conocimiento. «Dios lo ha prohibido porque no quiere que conozcáis; no quiere que seáis sabios, como él. Está celoso. Si sois tan sabios como él, ¿quién le venerará? Quiere que sigáis siendo ignorantes y que dependáis de él». Eso es lo que hace el ego. El ego convenció a Eva. Eva convenció a Adán. ¿Por qué lo hizo a través de Eva? Es necesario comprenderlo.

La mente femenina tiende más a ser egoísta. La razón es que la mente femenina carece de ego. La mente masculina ya es egoísta, pero la femenina carece de ego: es una mente pasiva, no activa ni agresiva. La mente masculina ya es agresiva; la mente masculina ya es egoísta. Ya es extrovertida. La mente masculina no carecía de ego.

Siempre que algo te atrae, sólo te atrae porque no lo tienes. Ves a alguien hermoso, y si eres feo, te atrae. Ves a alguien fuerte, y si eres débil, te atrae. La atracción siempre tiene por objeto lo opuesto, aquello que tú no eres. Un pobre se siente atraído por la riqueza. Los realmente ricos son quienes renuncian a la riqueza. Un pobre no puede renunciar a la riqueza.

La mente femenina no es egoísta. Es más entregada, más receptiva, de ahí la atracción. El truco funcionó con ella. Y una vez que se tiene convencida a la parte femenina, a la parte masculina le resulta muy difícil no seguirla. El hombre siempre ha sido un seguidor de la mujer. Sea cual sea su aspecto externo, intenta demostrar que es el jefe, el que manda… Pero eso también es precisamente porque eso es lo que le falta. Puede ser el amo del mundo, pero en el momento que llega a casa deja de serlo. En casa, la mujer es la que manda. Napoleón y Alejandro eran unos don nadie frente a sus mujeres. Un Napoleón se convierte en un cobarde.

La mente masculina sigue a la femenina. Una vez que el ego convence a la mente femenina, tarde o temprano Adán la seguirá. La serpiente es el viejo símbolo del ego. Te estoy mostrando la verdadera serpiente que aparece en tu camino.

Esta serpiente te ha convencido para que pruebes el fruto del conocimiento, y toda religión no es más que volver atrás, desaprender. La religión no es más que vomitar conocimiento. ¿Qué hizo Adán? Comió el fruto del conocimiento. Cristo vomitó ese mismo fruto. Adán se alejó de la fuente divina, del Jardín del Edén, del jardín de Dios. Jesús regresó a él.

Cuando digo que el ego es venenoso, no hay más que constatar un hecho. No estoy diciendo que haya que prepararse para soltarlo. Lo que digo, si me quieres entender, es que lo sueltes ahora mismo. No pierdas ni un momento más. Una vez que veas de qué se trata, en ese ver cae el ego. Si no cae al verlo, entonces es que no has acabado de ver la cuestión. Estás jugando. Y luego te crees que has entendido, pero no es así.

El chiste más gracioso que he oído en la radio consistía en nada más que silencio. En uno de sus programas de radio, a Jack Benny, famoso por ser el hombre más tacaño del mundo –al menos en la imagen que se creó–, le paró un ladrón, que le dijo:

–¡La bolsa o la vida!

A ello le siguió un prolongado silencio, y en su momento, la audiencia, entendiendo, empezó a reírse cada vez más y más. Finalmente, en caso de que hubiera alguien que no lo hubiera entendido, el ladrón dijo, una vez que se apagaron las risas:

–¡Venga! ¡La bolsa o la vida!

A lo cual, Benny contestó:

–Me lo estoy pensando, me lo estoy pensando.

¿Dinero o vida? Si la vida se va, ¿qué vas a hacer con el dinero?

Si me has entendido, en ese mismo entendimiento se suelta el ego. No es que tú lo sueltes. ¿Cómo ibas a soltarlo? Eres tú el que ha de caer. ¿Cómo puedes soltarlo? Se suelta, se cae. De repente no estás ahí. Surge en ti un tipo de energía totalmente distinta, una energía que estaba bloqueada por el ego.

Sí, tú estás ahí y sin embargo no estás. Se trata de una experiencia muy extraña –la más extraña, extrañísima–: estás ahí, y sin embargo, no estás.

¿Cómo puedes soltarlo? Si lo sueltas, el soltador seguirá dentro. El ego te ha engañado. Se suelta. Una vez comprendido, se suelta. No es cuestión de preparación. No digo que te prepares para soltarlo. Si te preparas para soltarlo, puedes devenir humilde, más humilde y más humilde, pero el ego se ocultará tras tu humildad. Y empezarás a pensar: «Soy el hombre más humilde del mundo. Soy el hombre más humilde del mundo». Ese “soy” sigue siendo el mismo.

El ego puede tornarse pío; puede hacerse religioso. El ego puede santificarse, pero eso no implica ninguna diferencia. Si el veneno se torna piadoso no implica diferencia alguna. Un veneno purificado puede llegar a ser más venenoso, y un ego purificado es ciertamente más ponzoñoso que un ego normal.

Fíjate en la gente religiosa: tienen un ego muy sutil, muy pulido, cultivado y refinado. Es difícil verlo, es más resbaladizo que los egos ordinarios; sus métodos son más sutiles, sus engaños más astutos, está más protegido, más seguro. Incluso tu hablar de divinidad puede no ser más que uno de sus escondites.

No, tú no puedes soltarlo. Comprende que se cae por sí mismo. De repente lo ves resbalando de tus manos. No es necesario soltarlo. Si no te apegas a él una sola vez, se cae. Al no apegarte, se cae. ¿Qué necesidad hay de prepararse cuando entiendes que estás sosteniendo una serpiente venenosa?

No, estoy hablando de preparativos. Si me has entendido, déjalo caer. Si no has entendido, por favor, no te prepares. Es mejor así. No lo decores. Lo adornarás y emperifollarás, y entonces será más difícil dejarlo caer. Se tornará más preciado.

A un hombre de carácter le resulta más difícil soltar su ego que a un hombre sin personalidad. Un moralista tiene más dificultades a la hora de soltar su ego que un inmoral. El ego del inmoral ya está herido, enfermo. El ego del moralista está decorado de medallas. El ego del moralista sigue dando buenos réditos. El ego del moralista se parece más a una flor y menos a una espina. Resulta más difícil soltarlo.

A veces ha sucedido –parece paradójico, pero ha sucedido en incontables ocasiones– que los pecadores han alcanzado la divinidad con más facilidad que los llamados santos. Sí, claro, no aparece muy documentado, porque todas las evidencias han sido obra de santos. Los pecadores no se han preocupado de documentar e historiar esto y lo otro.

Un rabino se murió –un hombre muy religioso, muy moral, un moralista–, y ese mismo día también murió un pecador. El rabino no podía creérselo: ¡le habían enviado al infierno! Montó un escándalo. Dijo:

–Pero ¿qué está pasando aquí? Yo, un santo, ¡y me envían al infierno! Y este pecador al que he conocido durante toda mi vida, que vivía enfrente de la sinagoga, ¡lo mandan al cielo! Aquí hay un error.

Montó tanto escándalo que llevaron a ambos ante Dios. Y el rabino dijo: