Nirvana. La última pesadilla

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Recuerda, sólo hay una regla de oro: que no hay reglas de oro. Todas las reglas son arbitrarias. Todas las reglas son arbitrarias; ninguna regla es decisiva o fundamental. Son útiles en una cierta situación, pero no son fundamentales. No resultan de utilidad en cualquier otra situación.

Lo único que hay que desarrollar es la consciencia. Y la consciencia simplemente llega si vives el momento. Si vives aquí y ahora, respondiendo, te haces consciente. La consciencia no te ha alcanzado hasta el momento porque nunca has vivido el presente. Es una consecuencia de vivir en el presente, llámalo meditación si prefieres. La única meditación que existe es vivir en el presente, vivir en el aquí y ahora.

Al comer, come. Al caminar, camina. Al sentarte, siéntate. ¡Permanece atento! ¡Disfruta de ello! ¡Deléitate con ello! Al mirar, mira. Al dormir, duerme. Sé ordinario si quieres convertirte en un buddha. Sé simplemente ordinario y tú mismo, dedícate a lo tuyo y no te preocupes de qué hacen los demás, y no intentes seguir a nadie.

Si estás aquí conmigo, es muy fácil seguirme… Porque un seguidor lanza por la borda la necesidad de ser consciente; dejas de ser responsable. Y cuando digo “responsable”, quiero decir que estás dejando de responder a la vida. Tienes una idea muerta. Consultas esa idea muerta y a continuación la sigues. No miras, no te fijas en la vida. Las situaciones cambian constantemente; se trata de un Ganges que fluye constantemente. Nunca encajará con tu idea. Ese ideal es un producto derivado de cierta situación. Pero esa situación ya no está presente.

Nunca sigas una idea muerta. Si estás aquí conmigo, no me sigas. Intenta comprenderme. Si me amas, me comprenderás. Si confías en mí, intentarás comprenderme, pero no me sigas. Si me comprendes, lo único que debe comprenderse es que la vida es infinitamente valiosa. No la desperdicies.

Ningún ideal es valioso, más valioso que la vida. La vida es la única realidad, y todo lo demás no es más que mente. Evita la mente. Sigue la realidad. Y te lleve donde te lleve, acompáñala valientemente, y nunca te equivocarás. Te convertirás en ti mismo. Siendo tú mismo te convertirás en ti mismo. No estoy diciendo que intentes ser tú mismo. Siendo tú mismo en cada momento, te convertirás en ti mismo. Poco a poco se irá revelando, desarrollando el potencial.

Todas las religiones del mundo han creado un cierto estado esquizofrénico en la mente humana. Han creado una división. La mitad de ti está contra la otra mitad. Nunca eres uno. Al ponerte colérico, nunca acabas de estar totalmente colérico. Salta alguien por un lado y se pone a condenar, diciendo: «¡Eso está mal! ¿Te has olvidado de los grandes maestros? Pero ¿qué haces? ¡Eso está muy mal! ¡No lo hagas!». Al hacer el amor, hay una parte que se alza contra ello y que no cesa de repetir: «El celibato es pureza».

Hagas lo que hagas… No es cuestión sólo de cólera o amor. Si intentas convertirte en célibe, una parte de ti no deja de decir: «Te estás equivocando». Estés en la situación en la que estés, te hallas dividido.

Si estás colérico, estás dividido. Si no estás colérico, estás dividido. Si no te encolerizas, una parte de ti repite: «Eso no está bien». La otra se aprovechará de ello, pensará que eres un memo. Y la vida es una lucha, y si la gente llega a enterarse de que eres un memo, te apretarán las clavijas. ¡Mantente firme y planta cara! No seas escapista.

Si te enfureces, la mente no deja de repetir: «Eso está mal. La cólera es inconsciencia. Es irreligiosa. Una persona religiosa como tú… ¿Colérica?». Eso no encaja con tus ideales. No encaja con tu imagen. Atesoras una bonita imagen de ti mismo: sereno, calmo, recogido como un buddha… Claro, como un buddha de piedra… Imperturbable, centrado.

Las religiones han creado esquizofrenia; uno no sabe cómo hacer algo totalmente. Y ésa es la locura básica de la humanidad: todo el mundo está dividido.

¿Cómo puedes disfrutar dividido? ¿Cómo puedes celebrar dividido? Una parte de ti está siempre contra ti, como si una de tus piernas fuese hacia la derecha y la otra contra ti continuamente. Estás de pie sobre dos barcas que se alejan en direcciones opuestas, diametralmente opuestas. Ésa es tu ansiedad.

Así que muchos son los que llegan ante mí y me dicen: «¿Cómo puedo deshacerme de la ansiedad?». No saben lo que implica esa palabra, “ansiedad”. Creen que algo como la meditación trascendental… Que con sólo cantar un mantra desaparecerá su ansiedad. Son simplemente estúpidos. Las cosas como la meditación trascendental sólo tienen atractivo a causa de la estupidez de la gente, porque andan buscando atajos, algo que sea fácil de hacer. Como el café instantáneo: lo haces… ¡Y se acabó!

La ansiedad es un problema muy profundo. El problema es la esquizofrenia. Estás dividido, luchando siempre contigo mismo. Eres dos, no uno, y esa tensión crea ansiedad. Ahora bien, repetir un mantra no te va a ayudar de ninguna manera. Tal vez te ayude a dormir más profundamente, quizá te ayude a estar un poco más unificado, pero no mucho más. Tu división sigue ahí, y tarde o temprano te das cuenta de que ahora el truco ya no funciona. Hay que soltar la esquizofrenia mediante una profunda comprensión. No luches contigo mismo. Y recuerda siempre que el triunfador se equivoca. Recuerda siempre que lo sencillo es más verdadero. Siempre que exista un conflicto sigue lo natural. Si existe un conflicto entre amor y celibato, sigue al amor… Y hazlo totalmente. Ya sé que hay un día en que aparece el celibato, pero también sé que proviene de una profunda experiencia de amor. Surge brahmacharya, pero se trata del florecimiento del amor profundo, de un amor sentido tan profundamente que se torna brahmacharya, se torna inocencia, se torna virginidad.

La virginidad no tiene nada que ver con el cuerpo, tiene que ver con el amor profundo. Llamas virgen a una mujer porque todavía no ha hecho el amor. No la llames virgen. Llama virgen a una mujer que haya trascendido el amor, que haya amado tan profundamente que esa profundidad se haya convertido en una trascendencia.

Yo llamo virgen a un hombre que ha amado profundamente y que a través del amor se ha tornado tan uno que ahora no tiene necesidad… No necesita depender del otro. Se siente agradecido hacia el otro porque ese otro le ha ayudado a ser tan independiente. La virginidad no está al principio; está al final. Los niños no son vírgenes. Sólo esperan a ser violados. Así lo he escuchado:

Tres niños se hallaban sentados en las escaleras de una casa, y uno jugaba con coches de juguete, otro con un cohete espacial y un tercero leía un jugoso número de la revista Play Boy. Pasó un hombre. Echó una mirada a los tres críos. Le preguntó al primero:

–¿Qué te gustaría ser de mayor?

El primero dijo:

–Me gustaría participar en carreras de coches. Quiero ser el piloto más rápido del mundo.

El segundo afirmó:

–Quiero ser astronauta.

Y luego le preguntó al tercero:

–¿Y tú qué quieres ser?

Miró al hombre y dijo:

–Adulto, señor. Adulto.

Los niños no son vírgenes. Sólo esperan a ser adultos. De hecho, les preocupa la de tiempo que han de esperar, como si se retrasase.

Leía la autobiografía de un poeta que estuvo de niño bajo la influencia de un misionero cristiano. Debía de tener unos once años. Le impresionó mucho la doctrina cristiana, lo de que el mundo se iba a acabar y Jesús llegaría, lo del “Segundo Advenimiento”. Y se asustó mucho. Empezó a rezar: «Dios, espera un poco. Deja que se rompa mi virginidad, que sea violado. ¡Espera un poco! Sólo dos o tres años más. ¡No acabes el mundo tan pronto!».

Los niños no son vírgenes. De hecho, los niños no son inocentes, sólo lo parecen. Se preparan para ser corrompidos. Se están preparando para moverse en el mundo. La inocencia verdadera sólo llega al final. Es un florecimiento; no es una semilla. No es el principio; es el final.

Si el amor se colma, surge brahmacharya. Si has vivido totalmente colérico, llega la compasión. Si te has movido en la vida, de repente tienes una experiencia trascendente. Pero las viejas religiones no han hecho más que crear una mente dividida, una mente culpable, una mente enloquecida…, dividida.

En una ocasión un gobernador fue a visitar un manicomio. Inspeccionaba el nuevo hospital psiquiátrico financiado por el Estado. Al ser conducido a los pabellones de aislamiento se quedó de piedra al ver que en una celda había un hombre de aspecto distinguido, sentado y leyendo un ejemplar del Wall Street Journal, vistiendo únicamente un sombrero de copa de seda satinada.

El interno levantó la vista, vio al gobernador y su séquito de médicos y funcionarios. El interno se incorporó, se inclinó educadamente y dijo con voz culta:

–Señor, percibo que es usted un hombre importante y me imagino que debe preguntarse qué hago aquí sentado desnudo.

–Bueno, pues sí, así es –dijo el gobernador, con cautela–. Lo cierto es que me lo he preguntado.

–No encierra misterio alguno –dijo el interno–. La celda tiene aire acondicionado, como habrá notado, y se mantiene a una temperatura de lo más conveniente, y además, yo soy bastante reservado. Como no necesito ropa ni para calentarme, ni por modestia ni adorno, ¿para qué molestarme en vestirme?

–Es cierto –asintió el gobernador, sorprendido por el raciocinio tan obvio del otro–. Pero, dígame –avanzó–, en ese caso, ¿por qué el sombrero de copa?

El interno se encogió de hombros:

–Bueno, siempre puede llegar alguien.

Ésa es la mente escindida. Ésa es la esquizofrenia básica de la humanidad: nunca es total, de esta manera o de la otra.

 

Toda mi enseñanza es ser, hagas lo que hagas.

No digo que te encolerices. Lo que digo es que si eliges encolerizarte, si pasa, entonces sé totalmente colérico. No digo que seas codicioso. Pero si resulta que eres codicioso, entonces selo totalmente… Porque resulta que sé que sólo trasciendes a través de la totalidad.

Una personalidad escindida nunca puede volverse “incodiciosa”. Puede intentarlo, pero nunca podrá. Una personalidad escindida nunca puede ir más allá de la cólera. Puede intentarlo, pero nunca podrá ir más allá. Una personalidad escindida nunca puede ir más allá de la sexualidad. Puede luchar. Cuántos son los monjes en monasterios que lo intentan. Pero no van más allá de la sexualidad; como mucho su sexualidad se pervierte, su amor se torna ponzoña.

En cualquier caso, no te estoy diciendo que elijas algo en contra. Sea el caso que sea, sé totalmente con él. Permite que la totalidad sea la única preocupación, porque ésa es la única manera de estar vivo. Y si estás vivo, eres perfecto. Entonces serás con la existencia hoy, no mañana. Porque mañana no hallarás divinidad alguna; siempre es hoy. La divinidad es hoy.

Mañana es el infierno. El nirvana es hoy.

Pero la mente no hace más que pensar que incluso el nirvana pertenece al mañana. Entonces el propio nirvana se convierte en una pesadilla. Ahora, la historia zen:

Date Jitoku, un excelente poeta de waka, quería ser experto en zen.

Ahí empieza la desdicha… «Quería ser experto en zen». Si quieres ser un experto en algo, entonces es que quieres sentirte el ombligo del mundo. Y en particular en este caso, no puedes ser un experto en zen. El zen es algo que se puede descubrir sólo cuando no hay ego.

Zen significa dhyana, zen significa meditación. La palabra en sí proviene de dhyana. Tiene su origen en la India; el Buddha lo llamó dhyana. Luego Bodhidharma se lo llevó a China; en China se convirtió en Chan. Luego de China pasó a Japón; allí pasó a ser zen. Zen significa dhyana. Y dhyana quiere decir meditación.

No puedes ser un experto en meditación, porque eres la barrera. Sueltas y la meditación aparece. Por favor, no entres, y tendrás meditación. Si entras, te conviertes en la perturbación.

Y recuerda, tal como te decía, que sólo entras cuando estás escindido. El ego sólo aparece cuando estás dividido. Necesitas un ego para realizar la conexión entre las partes divididas de tu ser. Necesitas un eslabón, de otro modo tu voluntad se vendría abajo.

El ego es el eslabón, el vínculo, entre tus dos partes, diametralmente opuestas. Consigue mantenerlas juntas en una especie de fardo. Es la soga que las ata, el vínculo entre ellas, la cadena que logra mantenerte unido. De otro modo te vendrías abajo. Serías como un tentetieso roto, y no habría nada que pudiera volver a enderezarte. Se necesita el ego. Es la cuerda que te ayuda a permanecer unido de alguna forma. Una vez que estás unido, ya no se necesita la cuerda. Una vez que eres uno, no necesitas el ego. Eres, pero no hay “Yo” en ello. Eres; eres perfectamente, pero sin “Yo” en ello. “Yo soy” es una tensión. ¿Te has fijado? En algunos momentos también sucede ese milagro; incluso te pasa a ti. Te enamoras de alguien y el amor te proporciona una oportunidad para juntarte. De repente no hay “yo soy”; de repente eres, sin el “Yo”, una infinita vastedad, un ser incorrupto, una totalidad indivisa.

O de repente, un día, al observar la puesta de sol, la belleza resulta tan tremenda que te tornas uno. O un día, escuchando música, cantando o bailando, de repente bailas tan deprisa que no puedes mantener la idea de que tú eres. Te mueves con tanta rapidez que te vuelves total.

Corre deprisa y observa; baila deprisa y observa; gira deprisa y observa; de repente, la acción resulta tan total que se apodera de ti. Cae el ego.

Date Jitoku, un excelente poeta de waka, quería ser experto en zen.

Ahí es cuando empieza el viaje equivocado. No puedes ser un experto en zen. Debes dejar que el zen tome posesión de ti, pero tú no puedes tomar posesión de él. No se trata de dominar una capacidad, ni tampoco es una técnica en la que ser experto. Es tu propio ser: es dejarte poseer por él. Es tu totalidad.

Con eso en mente concertó una cita con Ekkei, abad de Shokokuji, en Kioto.

«Con eso en mente…» Si llegas ante un maestro con algo en la mente, nunca llegas. Si llegas a mí con algo en la mente, no acabas de haber llegado. Has viajado, pero no has venido. Sigues viajando; no has llegado. Si llegas con nada en la mente, has llegado. Entonces estás cerca de mí.

Con nada en la mente, la mente desaparece, porque la mente sólo puede estar si hay algo en la mente. La mente no puede existir sin el contenido. La mente no es más que la suma de los contenidos. Si los contenidos desaparecen, la mente desaparece.

Si llegas a mí con algo en la mente… Como que has de lograr algo, que has de ser alguien, si persigues algún ideal, si crees que has de satisfacer alguna imagen… Entonces no me encuentras. No me encuentras para nada. Sólo hay una manera de estar conmigo: ven sin nada en la mente, para así estar abierto, de manera que puedas abrirte a todas las cosas. Si tienes algo en la mente, no estás abierto a todo. Estás cerrado.

Con eso en mente concertó una cita con Ekkei…

Ekkei era uno de esos maestros raros. Ya verás por qué digo raros.

Jitoku fue al encuentro del maestro lleno de esperanzas…

Sólo debes ir a ver a un maestro cuando todas tus esperanzas hayan fracasado. Estar lleno de esperanzas es estar en el mundo. Un hombre que sigue viviendo con esperanzas sigue viviendo en el futuro, en el mañana. Un hombre que por fin entiende que todas las esperanzas son vanas, que no conducen a ninguna parte, puede ir a ver a un maestro.

No se trata de que se vuelva desesperado, porque si te sientes desesperado simplemente significa que sigues esperando. La desesperanza es la señal de una mente que sigue esperanzada.

Cuando se suelta de verdad la esperanza, cuando de repente no tienes esperanza –no estás desesperanzado, sino simplemente sin esperanza, sin desesperanza–, entonces eres. Con la desaparición de la esperanza, desaparece el futuro. El futuro no es más que la extensión de la esperanza. El futuro es un proyecto de esperanza.

Jitoku fue al encuentro del maestro lleno de esperanzas, pero en cuanto entró en la habitación recibió un estacazo.

El maestro hizo bien. Ni siquiera pudo pronunciar una sola palabra, todavía no había preguntado nada, y ya le habían atizado bien. Cuando llegas con esperanzas, ésa es la única manera de traerte al momento. Si te zurro fuerte en la cabeza, al menos durante un momentito, estarás aquí. De otro modo estás en el futuro. Los maestros zen has estado zurrando a sus discípulos por pura compasión.

Una vez que empieces a entenderme, te zurraré. Ahora mismo sé que no entiendes; simplemente escapas, así que tengo que persuadirte de que te acerques. Una vez que estés listo… Un buen golpe en la cabeza no es más que un tremendo regalo: hay que recibirlo con gratitud. Te pone los pies en la tierra, te trae al aquí y ahora. Te has alejado tanto que sólo un estacazo en la cabeza puede traerte aquí.

[…] pero en cuanto entró en la habitación recibió un estacazo. Se sintió perplejo y mortificado: nunca nadie se había atrevido a golpearle hasta el momento, pero como una estricta norma del zen dice que nunca hay que decir o hacer nada a menos que lo diga el maestro, se retiró en silencio.

Se equivocó. Siguió la norma, pero no supo responder a la situación. Cuando sigues una regla, no te enteras de la situación. Él conocía la norma de que si el maestro no dice nada no se espera de ti que digas ni palabra… Y él no dijo nada. Tuvo que retirarse, pero en su interior se sintió herido.

El maestro le dio en la cabeza para traerle al presente, pero él se sintió herido, su ego se sintió herido. No entendió nada. Debe haber estado realmente muy obsesionado con el futuro. Y una persona obsesionada con el futuro casi siempre está también obsesionada con el pasado. Así es como se mueve el péndulo de la mente: del pasado al futuro, del futuro al pasado. Nunca se queda en el medio, que es donde realmente existe el tiempo.

Inmediatamente se dijo: «Nunca nadie se había atrevido a golpearme hasta el momento». Se lo dijo por dentro… Se fue al pasado: «Nunca nadie se había atrevido a golpearme hasta el momento». El maestro le zurró para traerle aquí ahora, pero él se fue al pasado. Saltó del futuro al pasado. Se perdió el punto intermedio… Siguió la norma…

Las normas no sirven con un maestro. Has de responder sin tener en cuenta las normas. Has de observar la situación. No la interpretas según tu mente. Has de observar sin la mente para percibir el hecho, lo que el maestro ha hecho. El maestro ha realizado un gran acto de compasión, pero no se ha enterado. El ego ha hecho de barrera.

Fue a ver enseguida a Dokuon, que iba a suceder a Ekkei como abad y le contó que planeaba retar a Ekkei a un duelo. «¿Es que no te das cuenta de lo amable que está siendo el maestro contigo? –le dijo Dokuon–. Esfuérzate en zazen y verás por ti mismo lo que significa ese tratamiento.»

Un gran acto de compasión. Un maestro está más allá de la cólera, más allá del ego, más allá de herir a nadie, pero por compasión incluso puede llegar a zurrar. La zurra es quirúrgica. El bisturí no se emplea contra ti. El bisturí no va en contra de ti. El bisturí no está en manos del enemigo. Está en las manos de un médico, de un cirujano. Te va a hacer un buen tajo. Ha de extirpar el desarrollo, la metástasis cancerosa del ego de tu interior. Es la operación quirúrgica más importante de todas. Y ha de ser duro, porque te ama.

Dijo Dokuon: «No te desconciertes, no te dejes confundir por eso, y no tomes ninguna decisión por el momento. Siéntate unos días en zazen».

Zazen significa permanecer sentado. Zazen es una hermosa meditación. Uno simplemente se sienta mirando la pared, sin hacer nada. Uno sigue sentado…, sentado…, sentado. Si sólo te sientas, sin hacer nada, poco a poco la mente se sosiega, porque no hay nada que hacer… La mente no es necesaria. Al principio se rebela, al principio piensa más: los pensamientos giran en un remolino interior enloquecido. Pero si sigues sentado y sentado, no tienen nada que hacer. Poco a poco se asienta el polvo: los pensamientos desaparecen, aparecen rendijas. En esas rendijas es posible comprender. Cuando no hay pensamientos, es posible pensar. Cuando no hay pensamiento en la mente, se libera toda la energía invertida en pensar, en pensamientos; se convierte en tu consciencia.

«Esfuérzate en zazen y verás por ti mismo lo que significa ese tratamiento.» Jitoku pasó tres días y tres noches abismado en una desesperada contemplación, y, de repente, experimentó un extático despertar. Ekkei aprobó este satori.

¿Qué sucede cuando permaneces simplemente sentado? Toda la energía que se ha estado moviendo en el cuerpo, fuera del cuerpo, en acciones, deja de moverse. Te conviertes en un estanque de energía. La energía se va juntando; te conviertes en un depósito. En zazen ni siquiera puedes oscilar ni mover el cuerpo, ni siquiera un movimiento de nada, de manera que no se invierta nada de energía en una acción. Toda la energía está disponible. Va cayendo dentro. Te llena, empieza a rebosar. Cuando llega el momento en que rebosa, entonces es satori. Satori es un momento de energía rebosante.

El pensamiento va deteniéndose… Requiere tiempo… Tres días podría decirse que es el tiempo necesario. Si te esfuerzas día y noche, continuamente, de alguna manera en tres días llega el momento en que hay tanta energía que explota. Todo se calma… Un súbito relámpago interior. Todo está claro… Se alcanza claridad perceptiva. Eso es lo que en Japón llaman satori.

Satori es un vislumbre de samadhi… El primer vislumbre. Claro está, en el primer vislumbre no puedes reconocer qué es. Es tan desconocido; nunca lo has conocido antes, nunca te lo has encontrado. Ha de ser aprobado por el maestro. La próxima vez que aparezca podrás reconocerlo, pero en la primera ocasión no sabes qué es, cómo comprenderlo, cómo interpretarlo.

Es tan vasto, que todas tus experiencias son irrelevantes. Todo tu pasado resulta irrelevante frente a ello. Todas tus esperanzas de futuro son irrelevantes frente a ello. Es algo que nunca esperaste. Es algo que ni siquiera pudiste imaginar. Es algo con lo que ni siquiera soñaste. ¿Cómo podrías reconocerlo? Por eso el primer satori debe ser aprobado por el maestro. Hasta el primer satori hay que permanecer con el maestro. Luego uno puede seguir por sí mismo, pero antes no.

 

Ekkei aprobó este satori.

Jitoku fue a ver a Dokuon y le agradeció el consejo, diciendo: «De no haber sido por vuestra sabiduría nunca hubiera tenido esa experiencia transformadora. Y en cuanto al maestro, su golpe no fue lo suficientemente fuerte».

Ahora comprende. Si el golpe hubiera sido un poco más fuerte… En ese momento se sintió ofendido. Ahora dice: «Su golpe no fue lo suficientemente fuerte». Ahora comprende la compasión.

Ahora tú estás en el mismo viaje. Estás aquí, conmigo, para saber qué es la vida; para aprender cómo conocer eso que siempre está disponible; para aprender a observar lo que está delante de ti, ahí mismo; para aprender a sentir lo que ya te rodea por todas partes. Te he zurrado muchas veces. Puede que no te haya dado un golpe físicamente en la cabeza, porque tolerar eso no es muy difícil…

La otra noche vino a verme un sannyasin y me dijo: «La última vez que vine, ¡usted me llamó cobarde!». Estaba muy ofendido. Como le había llamado cobarde, se ofendió mucho. Perdió una oportunidad. El ego empezó a pensar, el ego se interpuso. Fue un golpe a la cabeza. Pero lo pasó por alto. Ahora tendré que aprovechar otra oportunidad.

Y hay ciertos momentos… Sólo entonces puedo atizarte. Aunque ni siquiera entonces puedo estar seguro de que lo aproveches. Sólo se te puede atizar en unos pocos y raros momentos, y no obstante puedes desaprovecharlos. Estate atento. Y no filosofes, porque eso puede ser un truco. Cuando te atice, responde. Estate atento. No es para ofenderte; es para despertarte. Y sé que el día que lo entiendas también sentirás que «su golpe no fue lo suficientemente fuerte».

Buscar la vida, buscar la verdad, es estar dispuesto a morir, a morir a esa vida que has estado considerando como tal. Pero que no lo es.

Debo destruirte de muchas maneras; de hecho, he de desmantelarte. O bien podrías volver a aparecer. Lo que necesitas es una crucifixión, pues sólo entonces puede tener lugar la resurrección. Permíteme ser una cruz para ti. Sólo entonces, y sólo entonces, existe una posibilidad de que se te entronice.

El camino es duro, arduo, pero una vez que conozcas la verdad de tu ser, te darás cuenta de que nada fue duro, de que nada fue lo bastante duro. Entonces sabrás que todo lo que alcanzaste no se debió a tus esfuerzos. Tus esfuerzos fueron una nimiedad comparados con lo alcanzado. Eso que has alcanzado es un auténtico regalo. Y la paradoja es que ya está, ahora, en tus manos. Pero he de lograr que seas consciente de ello. Ya está en ti, sólo tengo que señalártelo.

Te ofenderás en muchas ocasiones y de muchas maneras. Hay mucha gente que viene a verme y que se va. Se sienten ofendidos. Si tuviera que pensar en ellos y no ofenderlos, entonces no valdría para nada, sería yo inútil, no podría ayudar. No tengo más remedio que ofender. Llegan cien personas; noventa están abocadas a marcharse poco a poco. De las diez que se quedarán conmigo, sólo una logrará hacerse consciente, pero es suficiente, y no porque hacerse consciente sea difícil. La dificultad no forma parte de la verdad. La dificultad forma parte de tu condicionamiento, del condicionamiento esquizofrénico.

Las religiones han envenenado totalmente tu ser, te han fragmentado. Pero reunir todos esos fragmentos –no sólo para juntarlos, sino para fundirlos para que así puedas ser un ser cristalizado– es difícil por ti, por tu causa.

Si tú estás listo, no es difícil; es muy sencillo. Es tan fácil que puede suceder en este mismo momento. Si tienes que esperar, es por tu causa… Recuérdalo siempre.

Se trata de una cuestión de entendimiento. No es cuestión de hacer algo. Ese poeta de waka, sentándose durante tres días, día y noche, sin hacer nada, llegó a experimentar un despertar repentino… Siempre es repentino.

Siempre que estás repleto de energía y que esa energía empieza a rebosar, tienes un orgasmo interior. Ese orgasmo es satori. Cuando ese orgasmo se convierte en tu estado de ser constante, entonces se llama orgasmo.

Basta por hoy.