Phowa

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Una llamada imposible

El mensaje que aparecía en la pantalla no dejaba lugar a dudas; el momento en el que se había producido la llamada no admitía ninguna otra interpretación. Había sucedido algo imposible: yo había recibido una llamada desde una línea de móvil que hacía años que no emitía llamadas y que nunca volvería a repetirse después. La sincronicidad que se había producido entre la llamada recibida y el momento en que yo terminaba mi phowa para Palmira era tremenda. En aquella ocasión la experiencia había saltado desde lo subjetivo a lo objetivo.

Mi primera reacción fue de alegría, a la vez que sentí una profunda gratitud por «la señal recibida». Luego le di algunas vueltas desde el punto de vista de la lógica y la razón más pura y práctica, aunque aquello era de todo punto imposible. De hecho, ni me planteé la posibilidad de devolver la llamada porque sabía que no encontraría respuesta ya que aquel teléfono no estaba operativo desde hacía meses.

Esa misma noche hablé con mi hermano, quien había recogido todos los enseres de nuestra madre de la residencia en la que ella había pasado sus últimos años de vida. Sin explicar por qué, le pregunté por el móvil que ella usaba. En un primer momento él pensó que yo lo quería para mi hijo o algo así, y me dijo que mejor le comprase uno antes que rescatar aquel, que era un modelo obsoleto. De hecho hacía muchos meses que ella, dado su estado, no lo empleaba. Lógicamente en la residencia tampoco lo usaba nadie, porque cuando necesitaban algo de nosotros nos llamaban desde sus propios teléfonos. El caso es que ese móvil no estaba operativo desde hacía mucho tiempo. No pregunté más ni tampoco di explicaciones.

Comenté en casa lo sucedido y quien reaccionó de forma más natural y alegre fue mi hijo. Pero antes de compartir el suceso con el resto de familia decidí hacer una pequeña gestión.

Me puse en contacto con la operadora de mi móvil, que era la misma que la del número de mi madre. Les pedí que me hicieran el favor de localizar una llamada. Gracias a una persona conocida que trabaja en aquella empresa no me pusieron ninguna pega. Me preguntaron si alguien me estaba molestando telefónicamente. Les dije que no, que solo quería identificar la procedencia de la llamada. Creo que al día siguiente de pedir la información ya me estaban llamando, explicándome que debía tratarse de un fallo del sistema porque a ellos les figuraba como «operador desconocido». No indagué más; tampoco necesitaba darle más vueltas al asunto. Había ocurrido lo que había ocurrido y punto.

A partir de ahí, compartí lo sucedido con mis hermanos y sus respectivas familias. La reacción fue parecida a la que se había dado en mi propio hogar. Los más naturales y espontáneos fueron los nietos, a quienes aquello les pareció algo estupendo y que debía ser celebrado; hasta les parecía lógico, resultado de las prácticas del tío «raro» que hacía esas cosas de la meditación, el yoga y otras parecidas.

Así se zanjó el asunto en el núcleo familiar. Sencillamente nos dimos un trago de imposibilidad sin más.

Diría el filósofo Guillermo de Ockham que «a igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable»11. Esta metáfora, que se emplea con frecuencia en entornos científicos y especialmente ante sucesos ordinarios, a menudo dejamos de emplearla ante sucesos no ordinarios como el que nos ocupa.

Y es que ante lo extraordinario, ante los desgarros que ocasionan estos sucesos en lo que consideramos «realidad», tendemos a aplicar la «navaja de Ockham» de un modo muy extraño. Empleamos el canto romo de la hoja en vez del filo; o, aún mejor, cogemos la navaja por el filo para cortar con el mango.


En fin, empezamos a especular sobre cosas verdaderamente absurdas para encontrar una explicación que se acomode a lo que consideramos que es una realidad aceptable. Hacemos que el hecho se adapte a nuestra estrecha concepción de la realidad antes que consentir en ampliar nuestra perspectiva.


Pasado el tiempo, indagué un poco más en la experiencia. Busqué información e incluso tuve el valor de compartir lo sucedido con algunas otras personas de mi confianza. Y me sorprendí al comprobar que no era yo el único «bicho raro» que había tenido alguna forma de contacto o manifestación desde el más allá de algún familiar ya fallecido.

Ahora bien, aquí hay dos precisiones esenciales que hacer para no malinterpretar el suceso que he narrado:

La primera es diferenciar claramente el propósito que se persigue practicando phowa de realizar la práctica como vía para la búsqueda de experiencias, llamémoslas, de «contacto». Porque si lo practicas con esa finalidad, entonces no estás haciendo phowa, sino otra cosa: pedir señales, invocar a alguien, etc. No, eso no es phowa, ni tiene que ver con su práctica y el fin para el que nos fue dado.

No perviertas esta técnica. Si quieres encontrarte con lo imposible, búscalo, pero en otro lugar y de otro modo, porque este no es el camino. Y considero oportuno añadir una advertencia: cuidado con lo que buscas, no sea que lo encuentres. Podría sucederte que eso que encuentres no sea lo que tú esperabas o buscabas.

Para mí está muy claro el propósito del phowa, y aquí surge la segunda precisión:

Estoy absolutamente convencido de que si no hubiera practicado con pureza, completamente enfocado en el limpio propósito del phowa tal cual es, nunca me hubiera sucedido lo que me sucedió. Al estar completamente enfocado en proyectar toda esa buena intención, despreocupado de todo lo demás, gracias a ello, se dio esa respuesta o señal.


El phowa no es algo que se practique a condición de o para obtener algo a cambio. Es un último acto de amor desinteresado e incondicional para alguien que fue importante para ti en esta existencia.


Otra cosa es contaminarlo, ensuciarlo, alterar su propósito y, por tanto, pervertir el fin para el que fue ideado por Padmasambhava12. Que esta idea quede clara me parece crucial.

Además, no me cabe duda de que de no ser por aquella excepcional experiencia, ahora no estaría escribiendo sobre phowa. Hoy día, desde la distancia, creo que aquella llamada fue precisamente eso, una llamada, un toque de atención con un sencillo pero contundente mensaje: «Recibido. Gracias. No te lo guardes solo para ti; tienes la obligación de compartirlo».

Desde entonces hasta ahora, a todo el que me lo ha pedido le he enseñado la práctica del phowa y todas las personas que lo han realizado han recibido su particular recompensa y satisfacción. Es hora de compartirlo de una forma más amplia y esta es la tarea en la que nos encontramos.


11 Idea a partir de la cual se construye la expresión «la navaja de Ockham», para hacer referencia a que se debe buscar siempre como explicación de un suceso aquella que resulte la más sencilla, evitando así explicaciones o hipótesis innecesariamente enrevesadas. Se trata de un principio de simplicidad pero que en absoluto debe ser tomado como un axioma científico.

12 Místico hindú del siglo VIII d.C. a quien se le atribuye la llegada del budismo al Tíbet y supuesto autor del Bardo Thodol y, por tanto, una de las primeras fuentes de la técnica phowa.

La verdadera via de acceso a la trascendencia

«He aquí mi secreto –dijo el zorro–,

es muy simple: no se ve bien sino con el corazón.

Lo esencial es invisible a los ojos».

Antoine de Saint-Exupéry

Desde el año 1993, en el que comencé a practicar la meditación y posteriormente fui ampliando mis habilidades y conocimientos en estas técnicas, he tenido la certeza de que el enemigo es lo que vulgarmente llamamos «mente». Maticemos, no se trata de la mente sino del contenido que consentimos que se deposite en ella. Porque una cosa es la mente, lo que yo definiría como el órgano de lo sutil, y otra bien distinta el pensamiento. Es fundamentalmente en el pensamiento donde radica el problema.


Pocas cosas son tan maravillosas como la experiencia de permanecer en un estado de vacío sereno, des-identificado de todo, siendo pura existencia.


En ese estado la mente permanece aquietada, serena. Está presente y completamente alerta, pero vacía de contenido. Creatividad e intuición encuentran ahí su espacio. Además, es entonces cuando se puede mirar más adentro porque la mente transparente permite ver que hay mucho más detrás del ruidoso velo del pensamiento.

Lamentablemente, la mayoría de la población desconoce esos estados en sí mismos, porque aunque ocasionalmente se producen de manera espontánea, la costumbre del ruido mental está tan arraigada que es incapaz de percibir esa quietud, reconocerla y recogerse en ella. En sus mentes se han formado verdaderos surcos ocasionados por pensamientos que se repiten día tras día, configurando creencias nunca cuestionadas y dando por buenos todos los contenidos, solo por el hecho de que se encuentran ahí, en sus propias mentes. Suena absurdo ¿no? Sin embargo es así. Por el hecho de que se encuentra en mi mente, ya es válido y es mío; incluso eso que pienso, creo que soy yo mismo.

 

Nada más lejos de la realidad. Ni los pensamientos son el yo, ni todo cuanto piensas es creación original tuya, sino que la mayoría de las veces son creencias culturales o de tu grupo de referencia (político, religioso, familiar, etc.) Y, aún peor, lo que hay en la mente rara vez se ha sometido a prueba para verificar su coherencia, la supuesta lógica sobre la que se sustenta. Tampoco nos paramos a pensar hacia dónde nos llevan las ideas que damos por buenas, ni muchos otros aspectos que serían dignos de una seria reflexión.

Bien, pues de aquí se deriva una sencilla pero contundente recomendación: no podemos aproximarnos a las realidades que aquí nos ocupan desde el pensamiento y lo que vulgarmente llamamos «razón», porque eso solamente nos llevará hacia laberintos sin respuestas, a argumentos hilados con nuevos argumentos que no conducen a ningún lugar, a ninguna solución verdadera. Desde ahí solo obtendremos la recompensa de la duda, la incertidumbre y la inseguridad.

En esto hay que ser un poco como los niños: hay que entrar de la mano de la intuición, con verdaderas ganas de descubrir y dejando que la experiencia (sea la que sea) fluya libremente, sin aferrarse a ningún propósito que no sea sincero y establecido desde el corazón. Y, por encima de todo, como haría un niño, no hay que cuestionarse sino avanzar con una actitud de exploración y apertura.

Aquí, más que en ningún otro asunto que se me pueda ocurrir, el que busca sinceramente acabará por encontrar y el que duda solo obtendrá más duda y sinrazón. Somos cualquier cosa menos lógicos y razonables, unos seres que prefieren vivir desde la falta de coherencia porque es lo más fácil y cómodo.


Entonces, solo hay un camino acertado de acceso a la trascendencia y es la vía del corazón, de la experiencia sentida y no predeterminada por el alienante pensamiento. Únicamente a través de esa vía podrás tener certeza, de lo contrario todo será un laberinto de dudas.


Ahora bien, estos caminos, como es habitual en este mundo, se abren en dos direcciones opuestas: lo luminoso y lo oscuro. Porque en todas estas cosas hay vías blancas, limpias o positivas, y vías oscuras o negativas. Ambas funcionan, no lo dudes, pero has de tener muy claro el camino que eliges.

Caminos como el que plantea el mal llamado «juego» de la ouija —que no tiene nada de lúdico—; quienes lo practican suelen terminar arrepintiéndose de haberlo hecho. Peor aún, la práctica de mancias oscuras es verdaderamente peligrosa y tras ellas se ocultan grandes negocios y terribles juegos de poder. Recuerda que el mago oscuro siempre muere joven.

Otro modo de llegar rápidamente a la experiencia de la trascendencia es a través de la ingesta de alcaloides, empleando las «plantas sagradas» para experimentar así esa otra realidad. Esto no deja de plantear riesgos, a menos que seas guiado por alguien verdaderamente experto, un auténtico chamán (ya que falsos hay muchos) que te prepare previamente y te acompañe.

Con la mayoría de estas propuestas tienes más riesgos de salir perdiendo que de ganar.

Por el contrario, puedes elegir vías más largas y de lentos resultados, para las que se requiere más esfuerzo pero de las que nunca podrás arrepentirte, como son la vía de la meditación, la práctica del sueño consciente o el acompañamiento de personas y animales que se encuentran en tránsito a la muerte. En cualquier caso siempre se tratará de explorar estas otras realidades sin un interés de beneficio secundario u oculto, o dicho de otro modo, o tus intenciones son verdaderamente limpias o no habrá resultados de ninguna clase.

La meditación es, sin duda, la puerta de entrada más exigente y lenta pero la que mejor te prepara para comenzar a explorar esas otras realidades y a asimilar, de forma gradual, los cambios que de estas experiencias se derivan (que son muchos y muy profundos).

El acompañamiento a personas o animales en fase terminal son grandes pruebas de humanidad y valor pero, sobre todo, constituyen enormes lecciones de las que esta sociedad está muy necesitada.

También podemos mencionar aquí los beneficios de la práctica del sueño consciente, que te abre puertas de comunicación y entrada a esos mundos. Muy frecuentemente, los seres trascendidos emplean esta vía como forma de acceso a ti y de saltarse las barreras que pone tu mente y tus creencias para establecer contacto con ellos.

Además, la práctica del sueño consciente replica una gran parte de los procesos de salida del vehículo físico que se darán cuando abandones el cuerpo de forma definitiva.

Pero hay más. Las experiencias que se obtienen con las regresiones son sin duda una gran herramienta, terapéutica y limpia, así como las que se consiguen con sesiones de respiración holotrópica y sus variantes.

Todo ello, en suma, son caminos de aproximación a la trascendencia que puedes explorar de una forma controlada, segura y acertada.

Naturalmente, dentro de estas vías además está la práctica del phowa, de la que desvelaremos todo cuanto nos sea posible en la tercera parte del libro para facilitarte este camino.

Todas estas opciones son más exigentes, pero con su práctica la persona va haciéndose más profunda y preparándose para acceder de forma natural a realidades más amplias y extensas que las que configuraban hasta ese momento su idea de la «realidad». Por tanto, el viaje exige un proceso de desarrollo personal que unos recorren más rápido que otros en función de la voluntad que pongan en ello y de las ganas que tengan de esforzarse. Lo mejor de todo es que, se encuentre lo que se encuentre al final del camino recorrido, siempre habrá una recompensa valiosísima que es la que se deriva del crecimiento personal obtenido.



El reto que plantea el fin de la vida

«Yo estaba consciente en el vientre de mi madre.

Por un lado, quería expresarme como ser humano,

pero por otro lado, no lo deseaba,

pues sentía que yo era espíritu».

Paramahansa Yogananda,

La mayoría de las veces en que nos enfrentamos en la vida a un acontecimiento que nos pone a prueba, de esos que hacen brotar nuestras dudas más profundas, podemos crecer como seres humanos porque detrás de esas experiencias nos esperan grandes oportunidades para conseguirlo.

Son esos retos que posponemos, esas decisiones que no acabamos de tomar, los cambios de rumbo que sabemos imprescindibles para seguir avanzando y que tanto nos cuesta hacer, los que nos hacen salir de nuestras sombras, y es tras ellos donde se oculta una gran luz para nosotros. Una vez pasemos por ello obtendremos la paz y la serenidad que deseamos volver a sentir. La única condición es pasar por esa tormenta interior y afrontar eso que tanto tememos, porque es el umbral que nos separa de una nueva vida.


Tanta es la resistencia que ponemos para pasar por la experiencia como grande es la recompensa que nos

espera al otro lado.


Además, ocurre que, aunque la persona trate de dar la espalda a esos retos, la vida le va cercando y cerrando opciones en la misma medida en que ella se esfuerza por huir de ellos. Súbitamente, lo personal, lo profesional, las relaciones, la economía, todo parece colapsar. Es como un extraño maleficio en el que, a mayor deseo de confort, mayores son las presiones a las que la vida te somete.

En el momento en que la persona hace un primer gesto para afrontar esas pruebas vitales y toma la decisión de atravesar su particular tormenta, así de rápido las circunstancias empezarán a cambiar, abriéndose nuevas oportunidades allí donde antes solo parecía haber muros. En este sentido afirma Viktor E. Frankl: «…cuando nos enfrentamos a un destino que no podemos cambiar, estamos llamados a dar lo mejor, elevándonos por encima de nosotros mismos y creciendo más allá; en una palabra, a través de la propia transformación… y viendo en la transitoriedad de la vida un incentivo para emprender una acción responsable» [4].

Quizás la vida nos envía contundentes mensajes a través de estas pruebas: «¡Experimenta!» «¡Crece!» Todo lo demás está en segundo lugar.

Lo que se aplica al individuo, se aplica a la sociedad en la que este se encuentra inmerso.

Creo que podemos estar de acuerdo en que empieza a ser necesaria una revisión profunda del modo en que vivimos en Occidente. Cuestiones como el respeto al medioambiente, crear sistemas económicos que no generen crisis periódicas o pasar algunas décadas verdaderamente en paz y prosperidad, podrían ser los retos en los que como sociedad deberíamos enfocarnos seriamente.

Pero, entre todas esas cuestiones esenciales, hay una en especial que la sociedad no parece manejar con soltura. Es una cuestión que requiere ser afrontada porque hacerlo nos daría acceso a una nueva luz, a una existencia más rica y plena. Me refiero a como manejamos la muerte y todo cuanto se vincula a ella. Sencillamente procuramos vivir de espaldas a ese trascendental suceso, ocultando su manifestación todo lo posible.

Más aún, manejamos este asunto con una curiosa ambigüedad. En lo cotidiano, en el entorno cercano, tratamos de pasar de puntillas por ello, que no nos roce demasiado, para que las cuestiones que nos lanza a la cara no nos pongan en la tesitura de tener que pensar sobre ellas. Las noticias están llenas de desastres humanos que nos llenan de pavor. Compartir todos esos sucesos sin más, sin ofrecer compromisos para que no vuelvan a ocurrir jamás o para que las causas de esos desastres se reparen de inmediato y para siempre, se convierte en un acto de profunda inmoralidad por parte de la sociedad que los divulga, que añade miedo e incertidumbre sin ofrecer soluciones ni respuestas. En este punto nos encontramos.


Al menos en lo individual, sí que podemos plantearnos un cambio importante. Tener siempre presente que nos encontramos de paso, como meros invitados, plantea cuestiones tan profundas sobre la existencia que representan en sí mismas una enorme oportunidad para el crecimiento.


Vivir desde la única perspectiva de ver esta vida como un suceso garantizado es mantenerse en un estado de gran inconsciencia. Es como viajar pensando que el depósito de tu vehículo es inagotable, sin tener en cuenta, además, que ese depósito no lleva un dispositivo que indique su carga ni cuándo se va a terminar esta, ni cómo de lleno estaba el tanque antes de partir. Piénsalo un poco: las decisiones que tomarías a lo largo de tu viaje no serían las mismas si pensaras que este podría ser el último trayecto. Decidir siempre desde este punto de vista lo cambia todo: te hace más exigente con tus decisiones, te obliga a estar siempre despierto, te hace más abierto a los giros inesperados del camino y, desde luego, más agradecido, porque cada tramo añadido es una perla que atesoras.

A lo largo de la Historia de la Humanidad, la práctica totalidad de las grandes civilizaciones han abordado este asunto con profundidad. Desde los primeros homínidos, tenemos importantes vestigios que apuntan a un sentido incuestionable de trascendencia: enterramientos que siguen patrones y ritualizan el acto de morir, individuos que realizaron mayores esfuerzos construyendo tumbas megalíticas que hogares duraderos, etc.

 

Toda la tradición milenaria de los chamanes, desde las estepas siberianas hasta las llanuras de Norteamérica, nos habla de elaborados rituales para entrar en contacto con los muertos, además del hecho de que estas culturas cuidaban con gran detalle tanto los funerales como los lugares en los que depositaban los cuerpos de sus ancestros.

Un caso excepcional es la cultura egipcia, que prácticamente se planteaba la presente vida como una preparación para optar a la vida eterna tras franquear airosamente el umbral de la muerte. Con tal fin desarrolló todo lo posible técnicas para la preservación del cuerpo mediante la momificación y creó rituales funerarios muy sofisticados, basados en un elaborado conjunto de instrucciones sobre lo que debía hacer el finado tras abandonar el cuerpo para poder superar airosamente las pruebas y el juicio de los dioses, y optar así a la vida eterna, instrucciones que se recogían en un conjunto de sortilegios llamados Peri Em Herú1 (traducido como El Libro Egipcio de los Muertos) [5].

Pero no creas que la historia acaba ahí; tenemos propuestas como la que nos ofrece el budismo, que plantea sucesivas existencias a través de conceptos como el de la reencarnación. Incluso aquí, en Occidente, entre los siglos XIV al XVI, dispusimos de una obra ampliamente difundida, conocida como El Ars Moriendi, un verdadero manual sobre cómo tratar y asistir al moribundo, además de como facilitar instrucción al vivo para preparar su propia muerte.

No es el momento de hacer un recorrido exhaustivo a lo largo de la Historia en relación a este asunto pues habría muchísimo de qué hablar. Solo trato de que comprendas que probablemente la sociedad occidental de hoy día sea la que peor preparada está para afrontar la muerte, su significado y todo cuanto tiene que ver con el fin de lo que llamamos «vida».

Así pues, revisar nuestra forma de ver la vida, ampliando nuestra perspectiva sobre la muerte, nos abrirá nuevos caminos de crecimiento personal y social.


1 El conservador del Museo Británico, Ernest Wallis Budge, quien obtuvo para el citado museo el que probablemente sea el papiro con este contenido más conocido en el mundo, vino a referirse a estos textos bajo el nombre El Libro Egipcio de los Muertos. A partir de entonces se popularizó esta traducción, que lamentablemente se aleja mucho del verdadero significado del Peri Em Herú, que textualmente quiere decir: «El Libro de la Salida a la Luz».

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