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3. Derechos y obligaciones

¿Adquirimos derechos cuando nos vinculamos a algo o a alguien? Por supuesto que sí. Es un vínculo recíproco que compromete a ambas partes a dar lo mejor de sí, o, en otros casos, lo pactado.

Cuando adquirimos un empleo, viene con él un contrato en el cual se nos especifican nuestros deberes, obligaciones y derechos. Por parte del empleador, él debe cumplir con obligaciones, prestaciones, y todo lo correspondiente para nuestro desarrollo laboral y las normas de seguridad.

Siempre estamos creando vínculos de una manera u otra. Es nuestro constante vivir. Si tomas el transporte público, tu deber es saludar primero que todo, esto es empatía y respeto hacia el conductor. Inmediatamente se genera una conexión cuando tú le das ese saludo y luego pasas a comprar tu billete o en otros casos a validarlo.

Luego pasas por la tienda y haces alguna compra. De nuevo vuelves a conectar y así sucesivamente es nuestra vida, estamos en constante conexión. Hemos confundido los momentos y creemos que hoy solo conectamos con aquellos con que pasamos más tiempo y no es así.

Nos hemos vuelto fríos, sosos, déspotas, groseros y hasta aburridos. Parecemos llaneros solitarios en un mundo tan lleno y en constante movimiento. Es el afán de estos días que nos lleva a ir a una velocidad vertiginosa y a no valorar la vida tan completa y abundante que tenemos.


Nos sentimos solos estando rodeados de muchas personas. Creemos que no le importamos a nadie, cuando en realidad siempre hay alguien interesado en nosotros. Que al mundo no le importemos…, en eso quizás tengamos razón. Pero sí le importamos a x personas, amigos, familiares, parientes directos.

Es el individualismo que nos ha llevado a vivir en soledad continua y a sentirnos, en muchos momentos, solos, abandonados y desgraciados. Debemos, por nuestro bien, estar siempre conectados a alguien. ¡Ah, claro! A alguien, no a algo. Y me refiero a un ser humano que fue creado a imagen y semejanza tuya. No a un animal y mucho menos a algo inerte, sin vida.

Al conectar con el ser humano nos identificamos, podemos hablar y expresarnos con libertad y ser nosotros mismos. No hay seres humanos perfectos, todos batallamos con algo; sin excepción. Es la mejor manera de superar los conflictos que tengamos. Recordemos que cualquier situación externa, por muy superficial que parezca, se convertirá en algo interno; ¡y eso sí es un peligro!

Cuando somos atacados, voluntaria o involuntariamente en nuestro interior ocurren grandes emociones descontroladas y desesperadas que nos llevan a un estado anímico pasivo y retraído. Otro ser humano puede entender fácilmente esas sensaciones porque también tiene tu esencia de creación.

Muchas personas buscan conectar con alguna mascota y se refugian en ella y creen encontrar la paz que tanto necesitan. Eso es efecto placebo. Nunca un animal, por más el cariño que le tengamos, podrá sustituir a un ser humano. Otros casos son incluso más dañinos: cuando fijamos toda nuestra atención e interés en algo totalmente inerte como son los bienes materiales.

Ese sí es un refugio de aislamiento totalmente dañino y muy tóxico. El conectar con alguien a través de una mirada, una conversación del día a día, genera unas vibraciones inexplicables, incluso mágicas diría yo. Somos seres espirituales con energías no bien conocidas en muchos casos ni por nosotros mismos.

Te doy un ejemplo, Cuando tú has quedado con alguien, sea conocido o no, se activan en ti emociones, sensaciones, nervios, un sinfín de energía fluye por tu cuerpo y no puedes muchas veces explicar esos sentimientos y emociones. Solo sabes que ahí están a la velocidad de la luz y que toda tu alma, cuerpo y espíritu fluyen y vibran al unísono.

Eso es increíble y emocionante.

Ahora, cuando la cita es con alguien que nos gusta, que nos hace sentir especiales, que el tiempo se detiene, que no importa lo que esté sucediendo alrededor... la conexión se intensifica y se hace más agradable, Sentimos que nuestro cuerpo empieza a reaccionar de una forma mágica, nos sentimos más seguros, confiados y plenos.

Esas son las endorfinas y la oxitocina de nuestro cerebro, que empiezan a multiplicarse y a entrar en una especie de ebullición. Son conocidas como las hormonas de la felicidad. Todo esto sucede cuando nos rodeamos de gente que nos suma, que nos hace sentir importantes. No todo mundo suma, hay muchos que restan y dividen, pero esos son casos involuntarios del mismo ser.

Por naturaleza de creación, todos estamos para dar, sumar y multiplicar. Cuando hacemos un acto generoso nos sentimos muy bien, es algo inexplicable.

Hasta el asesino, cuando vuelve a casa y abraza a su familia, se siente feliz y pleno de ver esas sonrisas tan inocentes e ingenuas en sus hijos.

El banquero que estafa a un cliente, con sus amigos íntimos es otro, hasta honesto, y se siente una excelente persona. El abogado que defiende al delincuente se enfoca en su trabajo, no incluye sentimientos. Cuando gana el caso se siente realizado profesionalmente y hasta generoso por haber dado tanto en ese juicio para la defensa y libertad de su cliente.

Siempre, siempre, estamos dando algo hacia los demás sea de forma directa o indirecta, pero nunca dejamos de contribuir. Ese es nuestro ser natural. Imagínate ahora si con voluntad propia, que sí podemos, nos proponemos la tarea de estar siempre dando.


La madre Teresa no sabía hacer otra cosa que no fuera el darse a los demás, y fue una mujer plena y feliz. Mahatma Gandhi, un hombre que al principio vivía para sus propios intereses dentro de su libertad geográfica y cultural, tomó la decisión un día de darse por completo a su gente y nunca quiso emplear la violencia, todo era pacífico.

Dentro de él yacía un poder milagroso para llegar a influenciar a más de doscientos millones de vidas. Era algo innato que estaba dentro de él. Él solo quiso sacarlo y ponerlo al servicio de la humanidad.

¿Todos podemos hacerlo? ¡Sí! Quizás unos más que otros, pero sí podemos influir en alguien siempre que nos lo propongamos. Y no tenemos que hacer grandes esfuerzos para conseguirlo.

A Nelson Mandela, fue su conexión con su pueblo, con su gente, lo que lo llevó a dar perdón y amar a sus propios opresores. Predicó en el mundo el perdón y el dar siempre esperanza y oportunidad a cualquiera que la pida o la necesite.

Son grandes ejemplos del dar y el estar conectados, vinculados al servicio de los demás.

Imaginemos un mundo donde todos estemos dispuestos a dar más a que pedir. A dar sin esperar nada a cambio. Dar con un corazón alegre. Dar sin remordimiento.

Si todos empezáramos a vivir de esa manera, tendríamos un mundo precioso y excelente en todas sus áreas. Sería un mundo equitativo con los mismos derechos y obligaciones para todos. No habría guerras, hambre, ni escasez. Muchas enfermedades serían mínimas porque todo aquel que estuviere formado en un área de especialista, siempre daría lo mejor y sería muy honrado en todo lo que hiciera.

Aunque esto parece lejos de la realidad que vivimos en la actualidad, es algo que nosotros, solo nosotros, simplemente nosotros, podríamos hacer y cambiar el curso de nuestras vidas y de las de siguientes generaciones. ¡Qué importante es el vincularse, amar a otro como ser humano, para cambiar nuestros destinos!

Todo está en nuestras manos. Podemos hacerlo sin nos despojamos de la avaricia, ego, vanidad, etcétera. Sin estos grandes males, nos quedaría el altruismo, la empatía, la sencillez y la originalidad. Seríamos seres casi perfectos y viviendo en plenitud.

La vida no es solo reclamar por nuestros derechos, también tenemos que ser conscientes de nuestras obligaciones. Ama a tu prójimo como a ti mismo y trátalo como te gustaría que te trataran a ti.

4. Empatía

Empatía es participación afectiva de una persona con una realidad ajena a ella. Generalmente, en los sentimientos de otra persona.

Hoy en día nos está costando horrores empatizar con los demás. Cada uno va a su ritmo como puede y se le presentan las cosas. Vamos diciendo a gritos que ya bastante tenemos con nuestras propias vidas como para estar preocupados por las de otros.

Esto, sin darnos cuenta, nos está llevando por un mundo de soledad y egoísmo tan dañino, tan crónico, que caemos en un bucle de distanciamiento afectivo en el cual no aportamos ayuda a otros y tampoco la queremos para nosotros. Nos hemos autoengañado sobremanera, nos lo hemos creído.

Estamos muchas veces convencidos de que podemos con todo y con todos. De que somos de acero indestructible, de que nada ni nadie puede hacernos daño. De que podemos arreglárnoslas sin ayuda, de que no tenemos por qué generar lástima a nadie.

Tal como nosotros nos tratamos, de igual forma tratamos a los demás. Es importantísimo evaluarnos para analizar nuestras actitudes y comportamientos para, a partir de allí, empezar ese tratamiento tan necesario que es el amarnos a nosotros mismos tal como somos, para poder amar a los demás.

Tratamiento, terapia, llámenlo como quieran, pero todos lo necesitamos de una manera u otra. No hay uno solo que no tenga que buscar ayuda en alguna área de su vida. Todos estamos desequilibrados en algún área. El mismo sistema que hemos creado nos llevó a esto. A ser egoístas, egocéntricos, vanidosos, altivos, arrogantes.

 

Como consecuencia, factor reacción, estamos enfermos del alma, del espíritu, de todo nuestro ser. Cuando hacemos un retiro espiritual —no sé si ustedes lo han hecho, los invito a hacerlo—, vuelves, aunque sea por unos días, totalmente cambiado, renovado, viendo al mundo de otra manera. Si en ese retiro has recibido alguna palabra o frase como rema, surgirá en ti una epifanía que dará un cambio total a tu vida.

El encontrarnos con nosotros mismos es la mayor medicina para nuestro ser. El saber quién eres, qué quieres hacer, te lleva por mundos inimaginables y sorprendentes. Tu actitud cambia y el deseo de ayudar, aportar, compartir, empieza a tener su efecto y ya no quieres parar.

La empatía es un equilibrio importante y placentero para nuestras vidas. Cuando experimentas estas emociones, solo tú sabes lo que empieza a suceder dentro de ti. Empiezas a encontrar plenitud y paz en tu interior, y se reflejarán en tu exterior. Nada ni nadie podrá hacerte daño tan fácilmente porque tú has entendido, a través de la sanación empática, que lo que le sucede a la otra persona, que en muchos casos está fuera de su control; que es algo con lo cual batalla constantemente como lo hacíamos nosotros en algún momento.


¿¡Cuántas veces hacemos cosas que en realidad no queremos hacer y nos enfadamos con nosotros mismos por no tener el control de ello!? Esto se debe a que no tienes paz en tu interior. Tu espíritu está agitado, revoltoso y nada lo complace. Todo te irrita, el mundo te molesta, todos los demás son imperfectos; sientes que nadie te entiende. Incluso puedes llegar a sentirte superior por estas emociones tan encontradas en sí mismas.

No fue después de haber pasado los veinticinco años de edad cuando comencé paulatinamente a entender un poco a los demás. Fue algo extraño y hasta incómodo. Yo venía de una cultura donde la palabra «estrés» no existía para nuestra clase obrera o estrato bajo, como los políticos nos tienen clasificados en pleno siglo XXI.

¿La depresión? ¿Eso qué es?

Esas son enfermedades de ricos, son patologías para gente con billete y estilo. Para el resto de los mortales, la vida es otra: te encuentras con un problema, tienes que encontrarle solución y, si no lo haces pronto, te jodiste, literalmente.

Cada uno tiene lo suyo. Y tampoco vayas contando que te sientes estresado y deprimido, se te ríen en la cara y te dicen que si es que te la fumaste verde (expresión de que si has fumado marihuana en mal estado).

En mi bella y amada Colombia nadie hablaba de esos estados. Ahora parece, después de casi veinte años, que se toca más ese tema, pero no hay ayudas en condiciones para sobrellevarlo. Seguimos en el pasado y el gobierno se hace el de la oreja mocha. Hay muy pocas ayudas profesionales y menos económicas.

Así que, si tienes estrés, tienes que manejarlo como puedas y solo. Ya os podéis imaginar la cantidad de suicidios que suceden.

Todo esto fue con lo que yo crecí. Entonces, al encontrarme en Europa con compañeros de trabajo que no venían en dos, tres, cuatro semanas a cumplir con sus deberes, a mí me sorprendía tanto que recuerdo preguntar el motivo por el cual no asistían.

Me respondían que estaban deprimidos y yo, con mis ojos de asombro, pregunté:

—¿Y eso qué carajos es?

—Que no se siente bien, que hay días que está feliz y otros no.

—¡Joder! —exclamé. Ya me sabía algunas palabritas muy populares en España.

Si nos vamos a ese caso, yo estoy bien deprimido. Estoy a diez mil kilómetros de mi familia. Estoy en país desconocido al que lo único que me une es el idioma, y no al cien por ciento. Tenía un trabajo que nunca había hecho (camarero), trabajaba más que un chino, horarios de doce horas mínimo, solo podía sentarme treinta minutos en toda esa jornada. No sabía cuándo iba a volver a mi tierra. Me ataban un contrato y la necesidad de documentos de permiso de trabajo, de lo contrario no podía estar allí. Estaba solo, sin familia, sin amigos, solo conocidos. Esto sí era un verdadero motivo para estar deprimido y estresado, y lo expresé.

—Wow, esas gilipolleces que cuenta el otro. —(Otra palabrita).

No era yo muy empático por esos momentos. A medida que fue pasando el tiempo, me fui familiarizando con el sistema europeo porque, aunque vivas en España, estás en el continente y la misma atmósfera de estrés y depresión se mueve y entra más yendo al norte de Europa. Ahí se nota más por el frío y la oscuridad.

Empecé a ver muchos casos parecidos a los de mi compañero, y no fue el único en la empresa ni en mi entorno. Todo esto me llevó a reflexionar mucho y a cuestionarme si esto era algo que me podía también pasar a mí. Yo estaba viviendo una vida que no se parecía en nada a la que tenía en Colombia, ni era la que quería encontrar en Europa.


Fue todo esto lo que me dio una gran lección. El tipo de vida que lleves puede hacerte mucho daño. Yo lo tenía ya muy claro, no era feliz haciendo lo que hacía ni en el entorno que compartía. Rápidamente cambié de trabajo en cuanto pude, y de localidad, y mi vida comenzó a generar cambios positivos. Me di la oportunidad de analizarme, conocerme más, hacerme muchas preguntas. Todo eso me dio muchas respuestas negativas, pero yo no tomaba acción.

Estaba envuelto en el sueño europeo y de alguna manera creía que todo eso era lo correcto. Desarraigarle a alguien una adicción, un concepto, un hábito, no es fácil. Todo eso convivía conmigo hacía más de veintitrés años y en unos pocos no lo iba a cambiar así como así. Fueron mis mismas situaciones creadas y vividas las que me llevaron a ser más empático conmigo mismo y con los demás.

Quiero recordarles que a veces parecemos nuestros propios enemigos, nos boicoteamos y nos hacemos daño sin saberlo. Cada que veía una situación complicada en otro ser, me ponía en su lugar y eso me ayudaba a entenderlo. Era algo terapéutico para mí. Yo había decidido quedarme un tiempo indefinido en España y eso me obligó a entender más a su gente, su cultura, sus situaciones.

Tenía que estar dispuesto a adaptarme si quería prosperar en todas las áreas. Cada que tenía la oportunidad de hablar con un paisano o extranjero de mi continente, le hablaba de todos estos puntos de manera positiva y de advertencia.

Esto me ayudó muchísimo en todos los proyectos emprendidos en España y en mi vida. El comprender que lo que tú estás pasando lo puede pasar otra persona. Eso te hace ser más noble y sensible acerca de que cada uno pelea una batalla interna y que necesita afecto, amor, comprensión, solidaridad, entendimiento y mucha empatía.

La unidad hace la fuerza, un reino dividido no prospera. La lucha interna que llevemos sin ayuda de alguien más; ¡está perdida! En muchos casos, se pierde por no pedir ayuda o estar dispuesto a recibirla.

Tu lucha es mi lucha, no estamos solos nunca. Siempre hay alguien que dará hasta la vida por nosotros. ¡Nunca lo dudes! Si necesitas ayuda en tu búsqueda de paz interior, no dudes en pedirla. Exclámala a los cuatro vientos. Vendrán verdaderos guerreros a defenderte y a pelear esa batalla contigo y llevarla a la victoria.

5. Simplicidad

Linda palabra, amplia y profunda para analizar. Siempre hemos escuchado que las cosas simples se disfrutan más. Que es cuando dejamos todo a la imaginación y nos dejamos llevar por el momento cuando disfrutamos al máximo el presente.

Que fácil sería todo si nos lo tomáramos con simplicidad. Sin agobios, afanes, sin vivir pensando en el mañana, del cual no tenemos control. Todo lo simple tiene más sabor; parece ilógico, pero es así. Lo sencillo es original y eso va para todo. Hay personas que nacen con estilo propio de elegancia, pero transmiten sencillez.

Era el año 1998 en Bogotá, Colombia. Hicimos un viaje desde la ciudad a Melgar, una zona muy turística y reconocida a nivel nacional por el clima y el estilo con que se vive allí. Es espectacular, puedes encontrar prácticamente de todo para unas excelentes vacaciones (a excepción del mar, ya que todo esto se encuentra en el interior del país, a solo dos horas y media de Bogotá).

Era un viaje de familias de directivos de una empresa nacional de la cual mi padrastro era el director nacional. Era realmente un grupo muy reducido de la junta directiva. De todo, lo que quiero resaltar es esto: en ese viaje íbamos hijos, nueras, esposos, esposas, yernos, familiares muy directos conocidos por todos. Obvio, menos por mí, ya que yo residía en Pereira y no en Bogotá.

En ese viaje iba un médico muy reconocido a nivel nacional, era el yerno del tesorero de la empresa. Ese hombre me impactó. Hasta el día de hoy lo recuerdo como una inspiración. Desde que comenzó el viaje se hizo cargo de todo. Tendría unos treinta y cinco años y era superatento con todos; sencillo, amable y siempre dispuesto a ayudar.

A la hora de la salida había muchas maletas y bolsas sueltas, las cuales no cabían en los maleteros de los coches. Se había alquilado un microbús; algo como para doce pasajeros y que en su parte superior tenía una vaca (parrilla, cesta) para colocar equipaje. Este médico se encargó de todo eso. Recuerdo pasarle cosas, maletas, remos, varias cosas para el paseo. Lo veía a él allí tan entusiasmado, con tanto empeño realizando esa tarea tan trivial que otro podía hacer y no hacía; por ejemplo, yo.


Él disfrutaba acomodando todo y atándolo con unas cuerdas para su seguridad. Yo no veía a una persona normal allí, veía a un médico cirujano reconocido, millonario, dando su amor, su simpatía, su sencillez, a otros. Me impactó y tengo que reconocer que eso marcó parte de mi vida.

Muchas veces, sin tener nada, nos creemos mucha cosa. Somos en algunos casos arrogantes y prepotentes cuando no hemos ni terminado la secundaria. Este tipo de personas están en vías de extinción y mucho más en Latinoamérica, donde lamentablemente la vanidad nos ha cegado y nos ha llevado a tener un comportamiento poco ético y sublime.

He de confesar que he tenido que estar en algunas reuniones de embajada y algunos actos protocolarios de presentaciones y reuniones con políticos y empresarios. Y no es la zona donde más cómodo me he encontrado. Son sitios fríos, hipócritas y poco convencionales. Su gente no es lo que aparenta ser. Quieren conectar de una manera grotesca. diría yo: ¡impresionando!


Hacen alarde de sus logros y promesas, y todo ello es mero charloteo y vidas camufladas. Claro, entiendo que esto hace parte del circo de vida que llevamos. Mientras haya payasos, el circo nunca se acabará. Son lugares donde la sencillez no cuenta. Y me refiero a actitud, no a economía.

Todos quieren conectar con alguien por algún motivo importante basándose en sus capacidades y logros. No se ve un ambiente de honestidad, originalidad ni humildad. Obviamente asisto a muchas reuniones menos glamorosas en todas sus áreas y no se imaginan los egos por donde andan, fuera de este planeta, y creemos que, por no tener un reconocimiento, título o fama son personas más sencillas y agradables.

Vaya sorpresa y desilusión con este tipo de encuentros en muchas ocasiones. Al ser humano lo hace grande es su sencillez, su amor, respeto, valores hacia los demás y hacia el planeta mismo. Si aprendes a disfrutar de la vida de una forma sencilla y relajada en el buen sentido de la palabra, vas a disfrutar de un viaje maravilloso por este planeta.

Cada que emprendo un viaje, estoy seguro de que soy el que siente más emoción; y eso que tengo cuatro hijos. No se les nota tanta alegría como a mí. Aprendí a disfrutar de todo lo que me encontraba en el camino. Mis viajes por carretera en España, Lituania, Francia, Suecia, Dinamarca y Noruega se me hacen muy placenteros y siempre que puedo evito las autopistas y vías rápidas para poder disfrutar de los paisajes.

Suelo parar cada dos horas como norma para mí. Aunque sea diez minutos. Aprendí que por las prisas se pierde mucho. No quiero ir corriendo por esta vida intentando conseguir algo que al final no me voy a llevar y que tampoco necesito demasiado para ser feliz.

 

Mis hijos me dicen: «Papá, qué pesado eres con los paisajes que ya hemos visto bastante; queremos llegar al hotel». Afortunadamente mi copiloto preferido, mi bella y amada esposa, me sigue el cuento. A ella no le gusta tanto como a mí, pero he notado que está empezando a disfrutar de los viajes como yo.

En esos viajes te puedes pasar horas y horas en carretera corriendo entre gasolineras en muchos casos, ya que en Europa no hay tanto restaurante en las rutas como en Latinoamérica. Si no conoces la zona eso es lo que te toca. Cada instante de mi vida intento vivirlo al máximo con placer y alegrías y no darle importancia a lo que no es importante.

Cada que puedo, hago un nuevo amigo en esos viajes. Me gusta hablar con la gente y conocer sus costumbres y disfrutar mucho de su compañía. Tengo los números de teléfono de algunos de ellos que todavía conservo y nos comunicamos de vez en cuando.

Esa simplicidad que yo le agregué a mi vida me ha llevado a tener un estilo de vida más pleno, agradable y saludable. Los demás siempre han sido muy importantes para mí y han merecido mis respetos siempre.

En un reciente viaje que hice a Vilna, Lituania, hice amistad con una tripulante de vuelo. Ella me escuchó hablando con mi hijo en español y eso le llamó la atención ya que, en su trabajo, predomina es el idioma inglés. ¡Claro! La chica es de nacionalidad ecuatoriana y por eso la emoción.

Conectamos inmediatamente y la verdad que hizo que mi viaje fuera mucho más agradable. Estuvo atenta todo el tiempo por si necesitaba algo. Hasta el día de hoy somos amigos. Hablamos esporádicamente de qué tan agradable y fácil es vivir la vida cuando tú no te la complicas. La vida, por si, trae sus reveses y nosotros la ayudamos a que sean más fuertes y duraderos.

El ir por este mundo haciendo amigos, disfrutando de la creación, riendo todo lo que podemos con ese brillo constante en nuestros ojos porque todo lo apreciamos y le damos un incalculable valor... Esta actitud me ha llevado a tener casa en muchas partes del mundo. Cuando visito algún país, siempre hay alguien dispuesto a ofrecer su casa y todo lo que tiene por amor a este servidor.

Vive sencillamente, no en miseria económica. ¡En sencillez del alma!, y tu vida será un placer constante.

Simplicidad = simplemente al mirar una hoja de otoño caer, me llena de emoción. Solo el hecho de sentir la brisa del mar en mi cuerpo, ¡me satisface! No necesito de una caricia ignorante para saber que estoy vivo.

Con solo mirar detrás de mí, siento mi niñez y recuerdo que tan solo un dulce me quitaba todos mis miedos; que pasar tiempo a solas con mis carritos y amigos imaginarios era suficiente para ser feliz.

¿Por qué perder el sentido de libertad? ¿Por qué preocuparse por tantas cosas? La madurez existe solo en el hecho de aprender a disfrutar y observar lo más pequeño que está a nuestro alrededor.

Armonía es lo que naturalmente necesitamos. Armonía en las manos para acariciar, en los ojos para llorar de alegría y en los labios para besar con amor.

Amor nos describe a todos. Todos tenemos amor, solo que lo expresamos de diferentes maneras. ¡Simplicidad! Qué vacíos estamos sin ella.

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