Satélite humano

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—¿Cómo puedes recordar esos nombres?

—Porque los he leído.

—Sí, pero no todo el mundo memoriza los nombres que lee.

—Es algo que me pasa de manera involuntaria, no supone un esfuerzo, sencillamente me acuerdo y punto.

—Bien —Carmen Elena lo admiraba—, sigue.

—Estando al otro lado del lago, se ubicó en un monte, cerca de Betsaida. Deseaba estar a solas, pero dados sus prodigios, sanando enfermos y predicando su mensaje, la multitud lo siguió. Observó un alto en el monte y subió junto a sus discípulos. Desde arriba contempló a la muchedumbre y, según el evangelio de Juan, le dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos panes para que coman todos?», y aclara el evangelista que la pregunta no era más que una prueba, ya que Jesús sabía lo que iba a hacer.

El horizonte comenzaba a tragarse el sol.

—¿Qué le dijo Felipe?

—¿No lo sabes?

—No lo recuerdo.

—Pues una católica como Dios manda no debería olvidar esas cosas.

—Tonto.

—Felipe respondió que el sueldo de todo un año no bastaría para que cada uno de ellos comiera un poco. ¿Sabes qué?, el bueno de Felipe tenía toda la razón, se daba cuenta de que la economía era algo muy serio para la humanidad. ¿No te parece?

—Evidentemente, pero no veo cuál es tu discrepancia.

—Porque no te la he dicho. Hasta aquí, solo he recordado lo que dice el evangelio de Juan sobre la multiplicación de los panes.

—Y según tú, ¿qué debería decir?

—Ya te dije que no me importa lo que diga, sino lo que debió pasar.

—¿Y qué debió pasar?

—Creo que Jesús pudo tener al menos una mujer entre los suyos.

—¡Chinto!

—Si a los hombres los denominamos apóstoles —ignorando la advertencia de Carmen Elena—, la mujer sería una apóstala.

La ocurrencia causa una leve hilaridad.

—En la historia de la multiplicación de los panes, ¿qué haría la apóstala?

—Cuando Felipe expresó su preocupación económica, ella esperaría, con la prudencia del caso, no olvides con quién estaban, hasta saber cómo Jesús iba a solucionar el problema. Callada, casi desapercibida, oiría a Andrés, el hermano de Simón Pedro, diciendo: «Aquí hay un muchacho con cinco panes y dos peces. Pero ¿qué es eso para tantos?», tal y como cuenta el evangelio. Ahora bien, ella escucharía a Jesús ordenándoles: «Decidles que se sienten en grupos de cien y de cincuenta». Justo antes de que los bendijera, diera gracias al cielo y procediera con la multiplicación milagrosa, la apóstala interrumpiría la ceremonia: «¡Un momento! Un momento, por favor». «¿Qué pasa?» preguntaría Jesús, en medio del desconcierto latente en los demás apóstoles. «Maestro, le respondería de inmediato, «usted no puede hacernos eso». «¿Por qué no?», replicaría Jesús, un tanto incordiado, «la muchedumbre tiene hambre y siento compasión, así que los saciaré a todos en el nombre del Padre».

—Amor —Carmen Elena siempre se divertía mucho con las ocurrencias de Chinto, y esta no era la excepción—, de verdad que estás loquísimo.

La luz desfallecía. El sol, un semicírculo cayendo detrás del horizonte, no frenaba el descenso.

—Insistiría la apóstala como buena mujer, «permítame hablar primero». Jesús viendo su semblante con misericordia y, pese a la impaciencia del resto, le daría el derecho de palabra. Ella, sin rasgos de temor: «Siendo nosotros humanos, carentes de superpoderes como usted, y no se ofenda querido maestro, solo trato de evitar una fuga de la realidad, lo cual es imposible para los mortales comunes, lo apropiado sería comprar las semillas de trigo. Felipe puede decirnos cuántos denarios hacen falta. Seguro que en el lecho de ellos tres, pero sin revelar sus nombres, hay más que suficiente». «¿Cómo sabes que ellos tienen dinero escondido en sus lechos?», preguntaría Jesús con suspicacia. «Con todo respeto, eso se lo contesto en privado, lo crucial es sembrar las semillas y, para hacerlo, necesitamos tierras fértiles disponibles. De manera que hemos de llegar a un acuerdo con el terrateniente para asociarnos con él en la labranza. Podríamos rezar como usted nos enseñó mientras llega el tiempo de la cosecha, ya sabe, para espantar la plaga, para que no llueva más de la cuenta y para que tampoco haya sequía. La recogida exigirá de nosotros un esfuerzo infatigable. Del trigo obtendremos la harina, después la masa y, por último, los panes que sacien el hambre de la multitud. Como puede ver, querido maestro, hay mucho trabajo por delante». «¿Y qué sugieres?», preguntaría Simón Pedro, «que después de tanto esfuerzo, ¿regalemos el fruto de nuestro trabajo? Yo cobraría cada barra de pan, algún beneficio nos ha de quedar, sería injusto asumir la pérdida».

—¿Qué haría Jesús? —pregunta Carmen Elena entre risas—, ¿cómo zanjaría el tema?

Muriendo la tarde, quedaban los últimos rayos de sol. Un crepúsculo memorable.

—Primero le haría notar a la apóstala la urgencia del hambre, el grado de desesperación en los rostros de los cinco mil hombres que lo han seguido hasta ahí, cerca de Betsaida. Multiplicaría los panes y los peces, como en efecto narra el evangelio. Ordenaría recoger los sobrantes para que no se perdiera nada, tal y como escribieron los apóstoles, llenando doce canastos. Concluida la comilona, la apóstala se le acercaría a Jesús para decirle: «Maestro, no quiero ser grosera, pero usted le acaba de hacer un daño incalculable a los seres humanos. ¿No se da cuenta de lo que hizo?» «Claro que sí», respondería sereno Jesús, «fíjate, ya están diciendo que yo soy el profeta que tenía que venir al mundo». «Por eso mismo, maestro», replicaría la apóstala, «de ahora en adelante, en lugar de saciar el hambre por medio del trabajo y el esfuerzo, vivirán añorando que otro les haga el milagro».

—¡Qué loco estás! —Carmen Elena, atraída por la ocurrencia, tan blasfema como graciosa, no paraba de reírse.

Muerta la luz, la penumbra nació.

Chinto trató de encender una bombilla, pero ella no quiso.

—No lo hagas, quiero estar así un rato contigo.

—Isabel y Luisa Elena pueden llegar en cualquier momento.

—¿Y qué? —Pausa—. Dime una cosa, amor, ¿por qué en tu cuento es una apóstala la que trata de impedir el milagro?

—Porque ustedes las mujeres, por regla general, tienen mejor plantados los pies en la tierra, saben cómo funcionan las cosas y creo que son las que mantienen en movimiento el mercado92.

Esa noche hicieron el amor e, igual que el crepúsculo, fue un acto memorable.

(-4) Lo que no dijo: A y B.

Además de la blasfemia, los hechos de los que estaba al tanto, gracias a las relaciones surgidas para asesorar financieramente a Ian Koffler y que Chinto no le comunicó a Carmen Elena se relacionaban con dos transacciones de último momento para evitar una pérdida.

A—. Durante la primera quincena de febrero de 1974, Koffler lo llamó con urgencia. Según las instrucciones recibidas, debía viajar a Nueva York para reunirse con Antonio Masimento, milanés y alto ejecutivo del Banco Nacional Franklin, de Long Island, cuya mayor participación accionaria la poseía Michele Sindona, a quien hacía menos de un mes, en enero del 74, el embajador de Estados Unidos en Italia, John Volpe, acababa de nombrar como “hombre del año”. En aquel tiempo Chinto trabajaba en el CITIBANK, en Caracas, como Assistant Manager —cargo en español: Oficial de Crédito— en el departamento World Corporate, International Clients —mundo corporativo, clientes internacionales— y resultó fácil justificar el viaje. Entre 1963 y 1965, Gary Falk e Ian Koffler constituyeron tres compañías denominadas GAFIAK ONE, GAFIAK TWO y GAFIAK THREE, todas en el Estado de Delaware, con el objeto de aprovechar los beneficios fiscales de ley. Sabían de la amistad entre Sindona y Giovanni Battista Montini, antiguo Cardenal de Milán, ascendido a Papa en junio de 1963, con el nombre de Pablo VI. El seguimiento obedecía al lavado de dinero proveniente del tráfico de heroína que realizaba la familia Gambino. Sindona era el sujeto perfecto para la mafia dada su destreza para evitar el pago de impuestos y su habilidad para centrifugar las ganancias por medio de transferencias que llegaban a Suiza. La estrecha relación entre el crimen organizado y Michele Sindona se produjo en 1957 y la participación accionaria en el Banco Nacional Franklin la adquirió en 1972. Tras leer el último reporte, temiendo la caída en desgracia del banquero mafioso, Gary Falk ordenó la retirada de los fondos que las tres compañías de la GAFIAK CORPORATION tuvieran depositados en el Banco Nacional Franklin. A Chinto le tocaba firmar, en su carácter de CEO —presidente ejecutivo— de las GAFIAK y, acto seguido, Antonio Masimento procedería con el retiro total y el correspondiente cierre de cuentas. Sumadas las tres, la cifra alcanzaba dos millones trescientos treinta y tres mil dólares ($ 2,333,000.00) que no podían abandonar el Banco Nacional Franklin en menos de seis transacciones, ni en más de diez, en un plazo perentorio de veinte días hábiles. Ian Koffler lo recibió en el Worldport (Pan Am) del aeropuerto internacional John F. Kennedy. Ambos se hospedaron en el hotel favorito de Edgar Hoover —director del FBI desde su fundación en 1935, hasta 1972, año en que murió—, cuando visitaba la ciudad, el Waldorf Astoria, en la Avenida Park de Manhattan. Masimento se retrasó un día, lo que puso nervioso a Koffler y Chinto estaba seguro de que las consecuencias no tardarían en llegar. La demora les dio tiempo de sobra. Cenaron en el Bull & Bear Steakhouse. A Chinto le impresionó las dos estatuas de bronce detrás de la barra, una de un toro y la otra de un oso. Ian celebró que Chinto no se negara a beber vino tinto y este le recordó que estaba cumpliendo su palabra ya que comerían carne roja. Conversaron de la actualidad venezolana. Carlos Andrés Pérez había ganado las elecciones presidenciales del 9 de diciembre de 1973 y se esperaba que tomara posesión del cargo el próximo 12 de marzo de 197493. Koffler comentó acerca de las dos nacionalizaciones que proyectaba ejecutar el nuevo presidente de Venezuela.

 

—Quiere nacionalizar la banca94 —dijo.

—Si lo hace, ¿qué va a pasar con el CITIBANK?

—No tengo idea de cómo van a resolver el asunto —Bastante preocupado, le hizo una pregunta, la cual, sin confusión alguna, en realidad era una orden—: ¿Serías capaz de independizarte y montar tu propia oficina?

—¿Cuándo quieres que renuncie?

—¡Así me gusta! —Complacido, le dio un par de palmadas en el hombro—. Tranquilo, ya te avisaré con tiempo.

—¿Cuál es la otra nacionalización?

—La del petróleo, aunque ese no es el término adecuado, ya que lo que piensa hacer es una estatización de la industria petrolera.

—Claro, tienes razón, el petróleo siempre ha sido venezolano.

—Exacto.

—¿Cuál es el problema con Sindona? —preguntó Chinto.

—Me parece que ya sabes que pertenece a la logia masónica italiana Propaganda Due95 y que, además utilizó al grupo conocido como Fasco para adquirir varios bancos en Italia, hasta que en 1969 llegó a asociarse con el IOR, el Instituto para las Obras de Religión.

—Sí.

—Bien, por lo visto Gary recibió un informe en el que vaticinan la caída en desgracia de Sindona. No podrá evitar la quiebra, dado el alto nivel de especulación en divisas y la pésima gerencia en los créditos.

—Pero ¿lo van a meter preso?

—Primero caerán los mercados de valores, luego vendrá la pérdida del banco y después, ¿quién sabe?, hasta puede terminar en la cárcel.

Al día siguiente, conteniendo la rabia al escuchar una excusa ridícula —tanto que Chinto la olvidó de inmediato—, Koffler prefirió no hablar más del retraso. Le dijo a Masimento, a pesar de las sospechas que podía levantar e ignorando las disposiciones giradas por Gary Falk, que ejecutara tres transferencias, cada una por la totalidad del saldo disponible, desde el Banco Nacional Franklin hasta el CITIBANK y de ahí, Chinto se encargaría de enviar los fondos a Suiza. Era necesario que volaran a Miami —el gerente de la Agencia en Coral Gables, Andy Rush, intercambiaba favores burocráticos con Koffler— para abrir una sola cuenta a nombre de una compañía constituida también en Delaware, en 1969, casi inactiva —y que a partir de aquel momento la utilizó para ese tipo de reversas financieras—, cuya denominación, al contrario de GAFIAK, era KAIFAG TRUST. Lo hicieron. En Coral Gables, Chinto visitó a sus padres, quienes aprovecharon la ocasión para enviarles a sus nietas, Isabel y Luisa Elena, un par de pendientes con una nota cariñosa dirigida a cada una por separado. Regresó a Caracas antes de lo previsto. A modo de señuelo, presentó a su jefe el plan acordado con Koffler, según el cual, gracias al viaje, acababa de captar como nuevo cliente a un fondo de pasivos laborales, con sede en Nueva York, administrado por un sindicato del ramo textil, que proyectaba asociarse con una contratista petrolera en Venezuela para mejorar el rendimiento financiero, sin incurrir en mayores riesgos. Los números de contacto comunicaban con tres oficiales de la Agencia —miembros ficticios de la junta directiva sindical—, subalternos directos de Ian Koffler. El monto estimado para el primer depósito justificaba una negociación prolongada en el tiempo, revuelta con los detalles de las cláusulas, tanto del Shareholders Agreement —asamblea de accionistas—, como del Board of Directors —junta directiva—, por culpa de las exigencias inadmisibles, elevadas por el trío de falsos obreros sindicalistas, hasta que Chinto presentara la renuncia irrevocable. La diversión extraída del engaño, además de una jocosa anécdota, también se convirtió en la válvula de escape temporal para las presiones habituales en las oficinas de Langley, Virginia. Siete días después de su regreso a Caracas, uno de los oficiales de la Agencia, el que actuaba como secretario de finanzas en la junta del sindicato imaginario, le dijo que a Antonio Masimento lo encontraron muerto por sobredosis de heroína en la habitación de un prostíbulo barato, cerca de Miami Beach, justo el día en que Gary Falk comprobó que el dinero de las tres GAFIAK ya no estaba en el Banco Nacional Franklin. «¡Qué casualidad!», dijo. «Las consecuencias del retraso», pensó Chinto, pero guardó silencio.

Un año después de que encontraran el cuerpo de Kiki Camarena96, en el estado de Michoacán, México, es decir, en marzo de 1986, el banquero mafioso Sindona murió en su celda, en la prisión de Voghera, provincia de Pavía, Lombardía, Italia. Lo envenenaron con cianuro en el café. Cumplía cadena perpetua por el asesinato de Giorgio Ambrosoli, el abogado que se encargó de liquidar sus bancos. Chinto tenía once años y menos de tres meses al frente de C&Z CALZA cuando se enteró de la noticia. Pensó, cada día más asqueado: las apariencias que guarda el Vaticano mientras mantiene relaciones con esa gente97, son aberrantes.

B—. El oficial que actuó como secretario de finanzas del sindicato imaginario —cuyo nombre permanece en reserva por motivos evidentes de seguridad—, alias Spark, contaba con dos atributos dados por el destino. Hijo de italianos oriundos de Pistoia, Toscana, sus orígenes llamaron la atención de Licio Gelli, quien vino al mundo también en Pistoia, Toscana. La tierra natal de Spark era la misma que la del arzobispo Paul Marcinkus, quien nació en Cícero, condado de Cook, Illinois. A pesar de ser uno de sus subalternos, era casi tres años mayor que Koffler, lo que supuso agregar en su contrato individual, además de las cláusulas de confidencialidad, un tiempo total de servicio inferior al estipulado para el resto de los oficiales. La Agencia lo reclutó, gracias a la recomendación de Gelli, tras activarlo en la operación clandestina Gladio98, dirigida al mismo tiempo tanto por la OTAN, como por la CIA y después de evaluar sus talentos en contabilidad durante la planificación del Golpe Borghese —golpe de Estado en Italia—, proyectado para diciembre de 1970 y abortado a última hora. Voló desde Roma hasta Washington D.C. y de ahí lo trasladaron a Langley, Virginia, para que recibiera el entrenamiento formal de rigor. Por sus férreas convicciones anticomunistas lo integraron en el equipo de Koffler, a finales de 1971, cuando ya el arzobispo Marcinkus era el presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR), mejor conocido como Banco Vaticano y Roberto Calvi era director general del Banco Ambrosiano. El tablero estaba servido.

Gary Falk presionó a Ian Koffler para que Spark, valiéndose de las buenas relaciones que tenía con Gelli, entrara en contacto con Calvi. No sucedió. En su lugar se presentó Piero Di Falco, hombre de absoluta confianza de Calvi y ajeno a la nómina del Banco Ambrosiano. Siguiendo las sugerencias de Di Falco, Gary Falk e Ian Koffler permitieron que el arzobispo Marcinkus —por los conocimientos que tenía en 1972 como director del banco Ambrosiano en ultramar— asesorara a Spark para constituir una compañía en Nassau, Bahamas, denominada GIAN INVESTMENT.

Para 1975, año en el que Chinto fundó con Marco Antonio Zapi la firma C&Z CALZA, dedicada al análisis, auditoría y evaluación económica de empresas, a Roberto Calvi lo ascendieron a presidente del Banco Ambrosiano. Pronto creó el Banco Ambrosiano Andino, radicado en Lima, Perú. A través de GIAN INVESTMENT —el CEO o presidente ejecutivo era Spark—, Gary Falk e Ian Koffler obtenían créditos sin garantías, sumándose al entramado dispuesto para el financiamiento de Anastasio Somoza en Nicaragua. En el trayecto del dinero se llevaban una mordida, por concepto de comisión especial de transacción. Chinto tomaba el mordisco mediante dos o tres transferencias por cada préstamo aprobado, nunca menos. Los fondos, deducida la cantidad destinada a Somoza, los recibía primero Spark, en su carácter de CEO de GIAN INVESTMENT y ordenaba las dos o tres transferencias, en un lapso perentorio de nueve días, indicando como destinatario a una cualquiera de las tres compañías de la GAFIAK CORPORATION. De modo que la ruta financiera partía del Banco Ambrosiano Andino, hacía escala menor a las cuarenta y ocho horas en un banco Off Shore en Nassau, Bahamas, muy controlado por la CIA, luego una segunda escala en el CITIBANK, donde en realidad el dinero pernoctaba durante varios meses ya que despegaban tres transferencias al año con las cuales Chinto lo enviaba a Suiza.

La rumba millonaria bailó sin descanso, lejos de los controles esperados. El cobro por la asesoría financiera lo facturaba la firma C&Z CALZA y su socio Marco Antonio Zapi dejó de competir con Chinto ya que era evidente que jamás podría superar el tamaño de aquellos dividendos.

En 1978 Spark previno a Koffler y este a Gary Falk. El Banco de Italia acababa de emitir un informe según el cual el Banco Ambrosiano se dirigía a un colapso. Falk tranquilizó a Koffler, le dijo que era cierto, pero que todavía quedaba tiempo para seguir engordando a punta de comisiones especiales. Las primeras alarmas sonaron en 1981. Una pesquisa policial encontró en la casa del Gran Maestre Licio Gelli una lista con más de novecientos nombres, miembros de la logia masónica italiana Propaganda Due99. Entre ellos estaban Michele Sindona y Roberto Calvi. Tras un allanamiento en las oficinas de Calvi, lo condenaron a cuatro meses de arresto domiciliario. Gary Falk se enteró de inmediato y ordenó la retirada de los fondos depositados para ese momento a nombre de GIAN INVESTMENT en el banco Off Shore en Nassau, Bahamas y a nombre de las tres compañías de la GAFIAK CORPORATION, en el CITIBANK. Tanto Spark como Chinto debían transferir la totalidad hacia la cuenta abierta en Coral Gables, Miami, a nombre de la KAIFAG TRUST, compañía utilizada para ese tipo de reversas financieras, cuyo CEO era Chinto. Sumadas las cuatro, sin contar el saldo que tenían en Suiza, la cifra alcanzaba cinco millones ciento nueve mil dólares ($ 5,109,000.00) que debía recibir la KAIFAG TRUST (as soon as possible, ASAP) tan pronto como sea posible, para que Chinto procediera a enviar, en una única transferencia, la totalidad de los fondos a Suiza. Lo hizo.

La gestión del arzobispo Marcinkus como presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR), mejor conocido como Banco Vaticano, se vio empañada en 1982 debido al escándalo que sobrevino al colapso del Banco Ambrosiano. Poco menos de mil trescientos millones de dólares ($1,300,000,000.00) se esfumaron en préstamos a empresas fantasmas en América Latina. El arzobispo Marcinkus otorgó cartas de crédito para muchos de esos préstamos. En junio de 1982, con pasaporte falso, Roberto Calvi huyó de Italia. Se había afeitado el bigote. El 17 de junio de 1982 lo hallaron ahorcado, colgando del puente Blackfriars de Londres, con miles de dólares y ladrillos en los bolsillos. Gracias a la inmunidad diplomática del Vaticano, el arzobispo Marcinkus se libró de las investigaciones del caso. Años después regresó a Estados Unidos a la diócesis de Phoenix, Arizona. Cuando Chinto escuchó el resumen que hizo Spark sobre el desenlace del escándalo del Banco Ambrosiano, pensó, más asqueado todavía: las apariencias que guarda el Vaticano mientras mantiene relaciones con esa gente100, son aberrantes.

(4) Almuerzo.

Chinto escucha que la reja del garaje se abre. Regresaron. Está en su estudio, todavía con los cabellos húmedos y sin leer la prensa. Como es domingo, los ejemplares, tanto de El Nacional como de El Universal, son más voluminosos que los del resto de la semana, además, la cantidad de propaganda le parece que tiende a confundir en lugar de atraer. El exceso de publicidad impresa —cree—, ofrecida al mismo tiempo, le resulta invasiva y, por ende, ofensiva también, lo cual —piensa— anula la inspiración original de la estrategia de mercadeo. Luisa Elena, vestida con una blusa blanca de mangas cortas, un Levi’s y mocasines vino tinto, entra y lo saluda sin olvidar el beso de siempre:

—Y por fin, papá, ¿lograste descansar?

—Sí —miente para evitarle preocupaciones inútiles—, tenía tiempo sin dormir hasta tan tarde.

—¡Qué bueno! Me alegra.

Cuando sale del estudio, se cruza con Carmen Elena. Lleva un vestido floreado a la altura de las rodillas, con un cinturón beige que acentúa sus caderas y zapatos de tacón bajo.

—Hola —dice distante.

—¿Cómo les fue?

—¿En misa?

—¿No estaban en misa?

—Claro que sí, lo que pasa es que me sorprende tu interés —así eleva una pequeña queja y no contesta.

 

—¿Qué pasa? ¿Vas a comenzar otra vez con lo mismo? Creí que ya respetabas mi decisión de no volver a la iglesia.

—La respeto y lo sabes, pero hoy se me ocurrió que tu rebeldía religiosa puede estar atrayendo ciertas desgracias.

Chinto prefiere no contestar, se limita a decirle con la mirada que su ocurrencia es una perfecta necedad. Ella aprovecha para comentarle:

—Por cierto, Luisa Elena me dijo que te encontró dormido aquí.

—Sí, ¿sabes por qué?

—Si lo supiera, no preguntaría nada, ¿no crees?

—Anoche dijiste que no te tomarías el Ativan.

—Y no lo hice.

—¿Y cómo es que no sabes nada entonces?

—Chinto, deja el ataque y dime de una vez qué es lo que pasa, ¿quieres?

—Isabel llamó casi a las cuatro de la madrugada y tú ni te diste cuenta, por eso me cuesta creer que no te tomaste el Ativan —así le devuelve la queja por su rebeldía religiosa—, dijo que volverá mañana o pasado mañana. Me pareció que estaba borracha.

—¿Qué?

—Así como lo oyes. Traté de despertarte, pero fue imposible.

—Lo siento.

Silencio.

Carmen Elena sale del estudio y sube a su habitación.

Media hora más tarde suena el timbre de la casa. Luisa Elena corre para abrir la puerta. Chinto le advierte que, si han venido a buscarla, sus amigos deben pasar primero a saludar. Quiere inspeccionarlos bien. Está decidido a retomar el control. Dadas las circunstancias, considera imprescindible fijarse en todos los movimientos del hogar.

Ella obedece a regañadientes.

Chinto observa que los tres —y con Luisa Elena, cuatro— se visten muy parecido. Eso le agrada, pero no lo comenta. Las dos chicas, con blusas de mangas cortas, exhiben combinaciones de colores pasteles difuminados sobre un fondo naranja la primera y verde lima la segunda. Ambas son más bajas que Luisa Elena. Una es morena y con el pelo sujeto en una cola de caballo. La otra es blanca y con el cabello castaño. El chico es de la misma estatura de Chinto, delgado, rubio y despeinado. Lleva una polo de rayas horizontales negras y blancas. Todos usan Levi’s y calzan mocasines vino tinto.

—Buenas tardes —dice el muchacho—, ¿cómo está? Mucho gusto, Mauricio Álvarez.

—Hola, Carolina González —dice la morena.

—A ti ya te conozco —dice Chinto dirigiéndose a Laura Suárez—, ¿cómo estás?

Percibe que los tres drenan el nerviosismo con inquietud corporal y se les escapan risitas sin causa. Concluida la inspección ocular, Chinto los despacha.

—¿A qué hora vuelves? —Aunque se dirige a su hija, quiere que todos oigan la pregunta.

—Temprano, no más de las diez.

En el cielo hay pocas nubes. El calor y la falta de brisa le restan belleza a la tarde y le suman incomodidad. Desde la puerta de la casa Chinto observa que Luisa Elena y Laura eligen el asiento trasero. El chico tiene un Corolla —Serie 80—, plateado. Cuando se pierden de vista, da media vuelta, cierra y sube a su habitación. Halla a Carmen Elena acostada boca arriba y con el vestido puesto.

—¿Por qué no bajaste?

—¿Para qué?

—Para que conocieras a los amigos de Luisa Elena.

—Ya los conozco.

—¿Estás segura?

Ella lo mira con desprecio.

—No empecemos, ¿quieres?

—¿Tienes hambre? Yo me muero de hambre.

—Un poco.

Suena el teléfono y Chinto rechaza la invitación a comer que le hace Marco Antonio, su socio. Miente, no quiere sonar antipático. Le dice que ya tiene un compromiso. Tras un par de monosílabos, cuelga.

—Menos mal que le dijiste que no. La verdad es que me encanta compartir con Teresa —Carmen Elena se refiere a la esposa de Marco Antonio—, pero hoy no es un buen día.

—Sí.

—Antes de ir a misa, llamé a El Barquero para reservar una mesa. Quería comer a solas contigo.

—¿Y?

—Después de lo que me dijiste de Isabel se me quitaron las ganas.

Al oírla, Chinto recapacita, baja la guardia, se acerca y se sienta al borde de la cama.

—Amor —Chinto no le decía así desde hace tanto tiempo que a ella se le iluminó el semblante—, no podemos hacer nada, quedarnos aquí no va a resolver el problema. Me encanta la idea de ir solos a comer.

Chinto hace lo que puede para distraer a Carmen Elena. A veces lo logra. Los tres segundos, que son eternos, cuando ella sonríe con cualquiera de sus ocurrencias, obsequian vida a sus ojos, par de faros de mujer hermosa, ahora débiles lumbres por los miedos de madre que se resisten al apagón total.

Antes de comprobar la cuenta, en medio del bullicio del restaurante, Chinto toma su mano y declara:

—Te amo.

Durante el trayecto a la casa, Chinto la mira de reojo. El arroz a la marinera de El Barquero —se dice— también sirve para paliar las mortificaciones.

(5) Noche.

La noche está fresca y los grillos arrullan con su concierto hipnótico.

Luisa Elena vuelve antes de las nueve. Entra y saluda desde el umbral del estudio. Sube con prisa, le urge llegar al baño. Al salir, busca a Carmen Elena. Chinto se presenta y ve que entre ellas hay un cruce de miradas.

—No importa —dice Carmen Elena—, di lo que tengas que decir.

—¿Qué pasa ahora?

—Que conste que fuiste tú —dirigiéndose a Carmen Elena— quien me obligó a decirlo enfrente de papá.

—Déjate de tonterías y dilo de una vez.

—Fuimos a la casa de María Alejandra, ¿sabes?, la amiga de Carolina, porque es su cumpleaños. Ahí estaba Pedro Luis, el hermano menor de uno de los que se fueron con Isabel y me dijo que estuvo con ellos hasta que decidieron irse para Aruba.

Chinto se sienta en el sillón que está junto a la ventana. Carmen Elena se levanta, abre la gaveta donde guarda los pasaportes de la familia y descubre que el de Isabel no está.

—¿Cuál es el número del muchacho?, voy a llamar a sus padres. ¿Cómo es que se llama, Pedro Luis?

—Mamá, los papás de Pedro Luis están de viaje.

—Además —dice Chinto con rabia—, estamos hablando de jóvenes que ya son mayores de edad.

IV

LUNES, 3 DE DICIEMBRE DE 1990

A cuatro días de la “visita relámpago” del presidente George H.W. Bush101

(1) En la oficina.

Cuando Chinto entra en las oficinas de C&Z CALZA lo golpea una ola de aire caliente. Camina hasta su despacho. Son las ocho en punto de la mañana y la única que ha llegado es Maribel, su secretaria.

—Buenos días.

—Buenos días. Ya hablé con el técnico. El aire acondicionado no arrancó esta mañana.

—¿Le dijiste que es urgente?

—Claro, debe estar por llegar.

—¿Por qué las persianas están abiertas?

—Disculpe —Maribel se apresura para colocarlas tal y como a él le agradan.

—Déjalo, yo lo hago.

Ella se retira, va en busca del primer café del día.

Conoció a Maribel en el CITIBANK, ahí descubrió que era una secretaria ejecutiva de alto calibre. Bilingüe, cinco años mayor que Chinto, aceptó trabajar para él porque las condiciones que le propuso superaban cualquier expectativa que ella pudiera imaginar. A lo sumo mide un metro cincuenta y cinco, es delgadita, con el cabello por debajo de las orejas. Tiene una mirada penetrante, su figura evoca a la inolvidable maestra de escuela. Muy disciplinada, la prudencia es la virtud que más la caracteriza. Nunca usa falda. Suele vestirse con conjuntos de pantalón y chaqueta sobre una camisa manga larga, a pesar de que en C&Z CALZA no se le exige que lleve uniforme. Sus zapatos son de tacón medio. La ropa le luce como si le quedara grande, ni siquiera se le marcan en las nalgas la típica V que hace los bordes de la ropa interior femenina.

Sentado detrás de su escritorio, repasa su agenda. No tiene idea de la hora en la que aparecerá Koffler. Tantas irregularidades en los procedimientos confirman su mayor temor. Es evidente que se trata de un encuentro informal —piensa—, una bonita despedida, además, Ian ya está cerca del retiro natural por los años de servicio. Será difícil, casi imposible convencerlo para que acepte la redimensión que tiene Chinto dando vueltas en su cabeza, tanto en inglés como en español, las palabras Forecast y Pronóstico giran sin detenerse. El preludio de la reunión fatal con Koffler nunca pudo ser peor. Isabel traicionó su confianza, la hija mayor y ejemplar ha quebrantado todos los límites. Le cuesta imaginar una conversación moderada con ella. En su lugar, saltan proyecciones de la futura discusión, tan acalorada como lamentable. Será difícil convivir con ella de ahora en adelante. No desea echarla a la calle, ni siquiera sabe si con esa decisión, un escarmiento rudo, las cosas podrían volver a su cauce. La sensatez se ha extraviado en las tierras del desquicie, por todas partes no hace sino comprobar la ausencia de cordura. Mal signo —se dice—, sin duda es un pésimo augurio que el resto del mundo se haya ido. No es lo habitual, ni siquiera es un rasgo de su personalidad, pero en ese instante Chinto siente lástima de sí mismo, cree que está rezagado en la pista, casi sordo por las atronadoras turbinas, contemplando un vuelo que despega con la humanidad abordo.

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