Satélite humano

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Por eso la asesoría de Chinto resultó fundamental. El entramado financiero, unido por rutas bancarias desde el Caribe hasta Suiza, les permitió, tanto a Ian Koffler, como a su jefe, Gary Falk —la sombra de arriba que gira instrucciones—, quedarse con una buena tajada sin levantar sospechas, porque en relación con la totalidad, las sumas no eran ni siquiera migajas. Al reventar los casos del almirante John Poindexter63 y del coronel Oliver North64, ambos de la Infantería de Marina de los Estados Unidos e implicados en el caso Irán-Contra65, Chinto, nervioso, se comunicó con Ian Koffler, a quien halló con mucha serenidad. No había nada que temer, en efecto, ni Falk ni Koffler figuraban en la lista de investigados. ¿La causa? La ejecución de acciones encubiertas clasificadas como “externas”, de modo que lo relativo al narcotráfico quedó fuera del rango oficial66. El dinero negro tiene muchos amos, quienes ocultan sus mordidas bajo la sangre y los cadáveres que pagan el descuadre a la hora del conteo.

Se le escapa una sonrisa, burlándose de sí mismo, recuerda la simplicidad con la que proyectó el fin de semana. Creyó que podría disfrutar del descanso necesario para asistir en óptimas condiciones a la reunión con Ian Koffler. Sigue siendo un ingenuo crónico. Es su desventaja más acuciante, la que más esfuerzos le exige para lidiar con ella y ocultarla. El cuerpo le pide reposo mientras la mente, agitada, espanta el sueño, cabalga indómita y relincha entre recuerdo y recuerdo. Lo último que supo de Isabel es que se fue a la playa. No escogió ir a Camurí —club privado que se encuentra más allá de Naiguatá—, por eso ella y sus amigos están fuera del rango habitual de control.

(-1) marzo de 1961 – abril de 1961.

Concluido el entrenamiento y conformada la External Unit: SUPPRESS67 —recuerda—, pero antes de Bahía de Cochinos68, Koffler le pidió que lo acompañara a la costa de Portland, Maine, para rescatar a Nick Stuart, un viejo amigo suyo. Tras una discusión corta y lacónica con su esposa Julia, en la que ella le dijo que quería divorciarse, Nick salió a navegar en su queche. Eran menos de las nueve de la mañana del martes 21 de marzo de 1961 y el día, aunque frío, estaba despejado. Julia llamó a Ian para comentarle lo sucedido, aprovechó el momento indicado, sin rasgos de preocupación, para informar que Nick no había vuelto. Zarpó hace más de una semana, dijo. Koffler, valiéndose de sus influencias, solicitó un reporte informal de la Guardia Costera y el Capitán Peterson lo llamó para notificarle que Nick Stuart se encontraba estupendamente y a pocas millas del puerto. Le mandó saludos, señor, dijo. Así que la misión consistía en rescatarlo de su aislamiento.

El sábado primero de abril, gracias a los buenos oficios del Capitán Peterson, llegaron hasta el queche en una embarcación de la Guardia Costera. Abordaron entre los rezongos ficticios de Nick, quien se esmeraba por ocultar, sin lograrlo, la alegría, dada la visita sorpresa, pero previsible, de su amigo de siempre. Presentó a Chinto como su nuevo asistente técnico.

—No sabía que tuvieras asistentes técnicos —dijo Stuart—. Mucho gusto.

Tratando de no estorbar, cada uno se ubicó a ambos lados de la popa. Chinto a estribor, Ian a babor. De acuerdo con el diseño de este tipo de veleros, el palo menor, aunque está detrás del mástil mayor, se halla delante del timón. Media hora después del abordaje se produjo una aceleración súbita del viento. Eufórico, Nick entró en acción jactándose de la nobleza del Starfish —su queche—, destacando la velocidad del rizo. Bajó la vela mayor y obtuvo el equilibrio apropiado entre la mesana y el foque con tanta rapidez que se dedicó a presumir de la maniobra durante un par de minutos. Navegó amurado a estribor —recibiendo el viento por dicho flanco—, de regreso al puerto. Debido a la inclinación de leve pendiente, Chinto quedó un poco elevado y miraba la superficie del mar desplazándose bajo la espalda de Ian.

Echó el ancla muy cerca del muelle. Espantada la soledad, Nick se dedicó a beber mientras desahogaba sus penas maritales. De vez en cuando miraba de reojo a Chinto, quien no se sirvió ni un trago —apenas un vaso de agua—, para advertirle que, pese a no conocerlo, revelaba secretos íntimos en su presencia debido a la confianza que merecía Ian Koffler. Hizo una aclaratoria, a modo de paréntesis, con la finalidad de explicarle la causa de la supuesta ligereza:

—No olvides que estamos en mi Starfish.

—No, nunca —dijo Chinto.

—Fíjate que el aparejo del Starfish está en paralelo a la quilla.

Intentaba resaltar algo respecto al orden y la jerarquía, pero Chinto no lo captó, de modo que prefirió interpretar aquello como su forma particular y avergonzada de pedirle respeto. Ian campaneó el tercer whisky sin beber más de la mitad. Por la noche, al borde de la inconsciencia, ambos acomodaron a Nick en el camarote. En cubierta, la brisa helada les concedió una tregua larga. Mirando las estrellas, Koffler mencionó que hacía un año la Unión Soviética derribó un avión espía, el U-269 piloteado por Francis Gary Powers70.

—¿Sabes qué es lo peor?

—¿Qué? —repuso Chinto con asombro y ansiedad.

—Que Powers no está muerto, no se aplicó la aguja letal. Ahora está preso en la Unión Soviética y muchos aquí andan en estado de alarma. Imagínate la información que puede soltar si llegan a torturarlo.

—¿Es imposible que lo rescaten?

—No. Lo que pasa es que, al igual que Nick, este país —refiriéndose a Estados Unidos— está lleno de cabrones.

La rudeza de la frase golpeó a Chinto. Acababa de insultar a su amigo. El pobre estaba desecho por la infidelidad confesa de su mujer.

—¿Crees que Nick va a seguir casado?

—No solo eso, ¿acaso no viste cómo temblaba cuando le dije que Julia no va a abandonarlo porque la verdad es que ya lo hizo? No lo soporta, le aterra. Puedo verlo humillado ante ella, suplicándole que no lo deje. Se hará la víctima, manipulará la situación. Ella, después de confirmar que tiene el poder absoluto, iniciará negociaciones. Le sacará algo a cambio y él, con tal de no verse abandonado, cederá. Lo mismo va a ocurrir con Powers, ya lo verás, no tengo la menor duda.

—No lo sé, lo vi muy decidido.

—Fanfarroneando. Eso es todo.

—¿Tú crees que se va a calar que ella tenga un amante?

—Claro que sí, hasta va a hacer lo posible para saber quién es, si es que no lo sabe ya. Como te dije, sucederá exactamente lo mismo que con el bueno de Powers, quien, por cierto, no tiene ninguna culpa de que este país se haya transformado en un nido de cabrones.

Chinto jamás lo había escuchado hablar de ese modo, vomitando resentimientos.

—Me sorprendí mucho cuando me pediste que viniera contigo.

—¿Por qué?

—Estamos muy cerca de lo de Cuba y todavía tengo algunos datos por validar.

—No pasa nada. Hemos trabajado duro, ¿no es así?

—Llevo poco tiempo, pero sí, sin duda que ha sido muy duro.

—Pues bien, ¿habrá una mejor forma de comenzar? Tienes suerte.

—No te entiendo.

—Espero que no te desilusiones. Ya te hablé del incidente del U-2. ¿Sabes?, he oído cosas aquí y allá, cosas para las que debes estar preparado.

—¿Qué cosas?

—No es oficial, se trata de rumores de pasillo —Koffler ríe sin ganas—. Las paredes de la Casa Blanca tienen la lengua larga.

—Suéltalo ya, ¿quieres?

—Kennedy va a abortar el plan-Bissell, tiene miedo, lo más probable es que se raje de un momento a otro.

—¡Eso sería una locura! Me cuesta creerlo.

—Pues más vale que lo creas. ¿Acaso no pusiste atención a lo que acabo de decir?

—De ser así, ¿qué hacemos con lo que hemos hecho hasta ahora?

—¿Que qué hacemos con eso? —Koffler se bebió de un tirón lo que quedaba de su tercer Whisky, colgó la vista en alguna estrella y gritó—: ¡Nos lo metemos por el culo!

Silencio.

—Quería brindar contigo a la salud del presidente cagueta, pero no me das el chance, no bebes ni un trago —Pausa—. Eso es bueno, fíjate en las estupideces que te he dicho, solo el alcohol abre esas compuertas. No pierdas de vista que los borrachos, por lo general, siempre dicen la verdad.

—No te veo borracho.

—A los efectos, es lo mismo.

Silencio.

Chinto no consideraba que el presidente fuera un “cagueta”. Todo lo contrario. Pensó en los niveles de presión que debía estar soportando en aquellas horas de guerra fría a punto de calentarse. Lidiar con Kruschov, un hombre que fue —según lo que ha oído— obrero en las minas de carbón y arriero de animales de granja a cambio de pocos kopeks; un sujeto con una formación elemental comparada con la de Kennedy, no podía ser un desafío diplomático cualquiera, mucho menos tras el incidente del U-2.

Comenzó a entender que la misión no estaba dirigida a rescatar a Nick Stuart, aquello solo funcionó como señuelo para traerlo hasta el queche y, muy cerca de los muelles, mostrarle que los ideales están bien hasta cierto nivel, superado el mismo, no existen. Así, para destacarse en las actividades asignadas y escalar la montaña jerárquica, las emociones y los sentimientos deben ser erradicados. Cierto, la misión consistía en un rescate, el de abrirle los ojos a Chinto.

—Voy a servirme otro, ¿quieres uno? —insistió Koffler.

—No, gracias.

—¿Por qué?, ¿eres religioso?

—No, para nada. Solo tomo vino tinto y eso cuando como carne asada. No me gusta el alcohol.

—Tú te lo pierdes —Koffler le dio la espalda y bajó.

No demoró mucho y apareció en cubierta con el whisky en la mano derecha.

—¿Quiere decir que todo eso de la supremacía del individuo —dijo Chinto—, sus derechos, su libertad, la democracia, no son más que palabras vacías?

 

—Ya te lo dije, a partir de cierto nivel, sí.

—Si los que dirigen están, necesariamente, en el nivel más alto y, como dijiste, allá arriba, en esas alturas, los ideales no existen, ¿por qué y para qué luchamos?, o mejor, ¿por qué y para qué ellos mantienen viva la lucha?, ¿cuál es el propósito?

—La respuesta es tan sencilla y obvia que la mayoría no logra verla y, los que lo hacen, la desechan porque quisieran hallar una explicación compleja, algo que justifique tanto dolor, tantas muertes.

—¿Cuál es?

—Luchamos porque queremos tener el poder y cuando lo alcanzamos, luchamos para no perder el poder, algunas veces luchamos únicamente para ejercer el poder. Así de sencillo y obvio: todo es poder.

Silencio.

Nunca más han vuelto a conversar en esos términos.

Al principio él tomó aquellas palabras como una opinión, dado el modo particular que tenía Ian de explicar las cosas, la razón de ser del absurdo en cada lucha. Año tras año, la supuesta visión de Koffler se transformó en una semilla, la cual germinó en su mente hasta convertirse en el Árbol del Poder, fuerte y frondoso. Bajo su sombra se guareció Chinto sin albergar la más mínima duda acerca de su existencia, justo a partir del siniestro que le arrebató la vida a Renny Ottolina71.

(2) Trasnocho.

La brisa se detiene, ya no sacude a las plantas y estas dejan el murmullo. Un pájaro tempranero comienza a cantar antes del primer rayo de sol. Su mente sigue agitada con los recuerdos. Chinto se pregunta por qué a la mayoría de la gente le importa tanto cuando escucha que la CIA está embarrada con el narcotráfico y no muestra el mismo interés si se trata de Fidel Castro. Para él es absurda esa actitud, cuya indulgencia inmerecida defiende el reino de la impunidad. Son receptivos a los rumores y escándalos que involucran a la CIA, pero exigen pruebas irrefutables para creer que el tirano de Cuba también se relaciona con el tráfico de drogas72. Chinto se responde: es otro logro monstruoso de los fabricantes de opinión. Son muchos los que adoran al sátrapa y ninguno de ellos —piensa— ha tenido que soportar los horrores del socialismo en sus propios países, al contrario, disfrutan de una libertad de acción y expresión envidiable —los insulta—: ¡hipócritas!

(-2) mayo 1957 – marzo 1958 – septiembre 1960 – años 1961 y 1962.

En Coral Gables Carlos García le habló de las siembras de marihuana en la Sierra Maestra de Cuba. Mencionó a Crecencio Pérez Montano, quien participó en mayo de 1957 en el Combate del Uvero73 y en marzo de 1958 fue ascendido a comandante de la Columna 7-Regimiento Caracas74. Dijo que tenía plantaciones de marihuana y que Castro permitió que continuara cosechándola con el fin de obtener los recursos necesarios para comprar armas. Comentó que Raúl Chibás75 denunció todo esto en una conferencia de prensa ofrecida en 1957 en el Hotel Sands de Miami Beach. El recuerdo que tiene de los comentarios de Carlos, expresados sin prudencia, permaneció en la memoria de Chinto con especial nitidez. En la madrugada del 2 de enero de 1961, cuando se fue con Koffler a bordo del Porsche 356 descapotable azul, modelo 58, Ian utilizó las palabras de García como punto de partida para ampliar más la información. Habló de Santo Trafficante76. Esa fue la primera vez que, de manera explícita, Chinto supo de los vínculos entre la CIA y la Mafia77. En ese momento Ian no le dijo que Arthur Schlesinger78, asesor directo del presidente Kennedy, rechazaba el plan Bissell para invadir a Cuba, y no lo dijo porque aún no sabía que esa era su opinión al respecto. Lo que sí le comunicó es que gracias a Schlesinger pudo enterarse de que en Washington estaban al tanto de las conexiones que tenía Fidel con algunas familias de la Mafia79 y que, tras una reunión efectuada en septiembre de 1960 con Allen Dulles80, director de la CIA, con Johnny Roselli81 y Sam Giancana82, no tenía dudas de que Santo Trafficante representaría los intereses de Castro en el mundo del narcotráfico.

Después del fracaso de Bahía de Cochinos83, el ambiente que rodeaba a Koffler —y por lo tanto a Chinto— era una nube de pánico en las oficinas de un apartamento alquilado, cuya ubicación resultaba muy conveniente por su cercanía con Camp Peary, en Williamsburg, Virginia. La agitación se debía al traslado de ciertas actividades de entrenamiento y otras no especificadas, hacia Harvey Point, en Hertford, Carolina del Norte84. La tensión surgía del temor a ser reubicados en puestos de baja relevancia o, incluso, la posibilidad de quedar excluidos de la Agencia. Si se le había solicitado la renuncia al mismísimo director Dulles y a oficiales de la talla de Bissell, ¿qué podía esperar el resto del equipo para que Washington obtuviera el ansiado silencio? La conmoción era un factor tan general, como reprimido. Ninguno de los oficiales con los que Chinto había interactuado hasta el momento se permitía el lujo de mostrarse inquieto, por el contrario, fingían de manera loable una estabilidad que desafiaba la lógica. Koffler ordenó construir una oficina en la habitación contigua al salón. La pintaron de blanco, colocaron un escritorio de fórmica blanca mate, bajo dos lámparas de neón. Las tres sillas de tela gris plomo resaltaban en aquel hueco de palidez objetiva. No tenía ventanas, de manera que era fácil perder el sentido del tiempo cuando la jornada parecía interminable. Para Chinto, la razón de ser de su reclutamiento y asignación a la External Unit: SUPPRESS85 nacía y fallecía dentro del plan Bissell. Para su sorpresa, Ian Koffler le solicitó que colaborara con él en interrogatorios masivos. Al principio pensó que el propósito de estos era simular que detectaban filtraciones y procesar a los culpables, pero no. Nada más lejos de la realidad. Su labor consistía en guardar silencio, escuchar atentamente y recordar, al final del maratón, cada detalle. Al contrastar su memoria con las cintas de grabación, el resultado impactó a Koffler por la exactitud del testimonio. De esa manera lo preparaba para el futuro, diseñaba un asistente personal prêt-à-porter, mientras le soltaba un chorro de elogios. Lo hacía al mismo tiempo que recababa información trascendental para evitar que lo degradaran, quizás con un retiro anticipado, o peor, la temida separación definitiva de la Agencia. Concluido el proceso, Chinto elaboró un sumario con los datos completos y presentó, según las instrucciones, un informe verbal que no superaba los veinte minutos —lo expuso en menos de dieciocho—, de lo que debía mantenerse en estricta confidencialidad. Menos de seis días de intenso trabajo, poco sueño y mal comer —casi siempre comida rápida o almuerzos recalentados en la cocina que, a partir del segundo o el tercer día, comenzó a emanar vapores desagradables por la falta de higiene adecuada— lograron obtener un expediente secreto tan categórico que el ánimo de Koffler volvió a su estado habitual. Los muchachos —tal y como los llamaban—, accedieron sin reparos y se sometieron al maratón de preguntas debido al chantaje previo que utilizó Ian a la hora de abordarlos. Los tres participaron en una juerga que había terminado mal. Tal vez fueron drogados, tal vez no. Lo cierto es que quedaron retratados, sin sospecharlo, en una secuencia de once fotografías, participando en un encuentro sexual con dos travestis. Si aquello se difundía, sería demoledor en el ámbito más íntimo de cada uno. Ian Koffler les garantizó el anonimato, ya que no deseaba causarles daño, solo buscaba información significativa, nada más. El modo seguro de salvar el pellejo. También ayudó la buena imagen que ellos poseían de Koffler, aunque tuvieran poco contacto en el pasado, la verdad es que les caía bien. Antes de comenzar cada sesión, Ian les informó que no grabarían sus declaraciones —una mentira que ninguno creyó, pero actuaron como si la creyeran—; así explicaba la presencia de Chinto como colaborador o apuntador de palabras sin escribir nada de nada. El ambiente pasó del nerviosismo inicial a la camaradería. La reclusión en el apartamento coadyuvó a la sensación de estar en confianza. Se hizo evidente el verdadero propósito de aquella pesquisa: echarle una mano al antiguo compañero para impedir que cayera en desgracia por motivos ajenos a sus responsabilidades directas. A medida que soltaban lo que sabían, a Chinto le impresionaba la cantidad de información inútil que podía llegar a procesar un oficial cualquiera de la Agencia. La optimización de los recursos era un tema constante, un dolor de cabeza, pero definitivamente todavía no daban con la solución. Tras el careo de rigor para corroborar la veracidad de las respuestas, Chinto extrajo lo que denominó Nuclear-Data, ND —aludiendo al carácter irreductible e indispensable de los tres ejes que soportarían el reporte. Por la N, Koffler creyó que se trataba de Narcotics-Data, pero prefirieron utilizar el término Nuclear como un pequeño despiste dirigido a Gary Falk, cuando Ian se lo presentara—, cuya identificación le sirvió para elaborar tanto el sumario, como el informe verbal que expuso en menos de dieciocho minutos.

ND186: Año-1961.- Verificado contacto entre Raúl Castro, ministro de la Defensa de Cuba, con el General Jan Sejna87 de Checoslovaquia, para lograr colaboración recíproca en la producción y tráfico de drogas.

ND288: Año-1961.- Epidemia Rosada: la Unión Soviética utiliza a la Inteligencia checa, Departamento Z, para que junto a la KGB89 y el GRU90 colabore en la misión de iniciar a Cuba en el tráfico de drogas desde América latina hacia los Estados Unidos.

ND391: Año-1961.- Se confirma la aprobación de la operación Epidemia Rosada por parte del Premier moscovita Nikita Kruschov.

Desatada la guerra interna en la Agencia por culpa de la chapuza en Bahía de Cochinos, Koffler decidió “enfriar” a todos los integrantes de la Unidad Externa SUPPRESS para no perderla y reactivarla lo más pronto posible. Esperó varios meses hasta que la atmósfera entre los oficiales, con independencia de su grado de participación, resultó asfixiante. Convenció a Chinto para que realizara su postgrado en la Ole Miss, en Oxford, Mississippi, dado que tenía excelentes contactos con un par de profesores en esa casa de estudios, además, quien paga, manda. Así aseguraba una formación de línea conservadora ante lo que Chinto no tuvo reparos, todo lo contrario, se marchó agradecido. Concluyó el Master of Social Science con Major in Political and Theory Monetary Policy en 1962, recibiendo honores en el acto de grado por su desempeño académico. A menos de un mes de finalizar las evaluaciones, Ian Koffler lo visitó. Fue el 13 de mayo, de sorpresa, para felicitarlo porque cumplía veinticinco años. Cenaron roast beef con vino tinto en un buen restaurante ubicado en Courthouse Square. En la sobremesa Koffler le habló de una insurrección cívico militar ocurrida en Venezuela. En la media noche del 4 de mayo —hacía escasos nueve días—, elementos comunistas —así los calificó porque estaban adscritos al Partido Comunista PC o al Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR—, tomaron las calles, edificios y hasta la emisora de Radio Carúpano, valiéndose del favor de un Capitán de Navío o Corbeta, un mayor y un teniente. La acción de los rebeldes —dijo— quedó anulada por la Operación Tenaza, desplegada por el Batallón Mariño, el Batallón Sucre de Cumaná y el Batallón de Infantería de Marina Simón Bolívar de Maiquetía. Hubo ataques de la aviación y varias unidades navales bloquearon el puerto.

—Sabemos que los insurrectos estaban al servicio de Fidel Castro —dijo Koffler—, es decir, se trató de una invasión armada, pero los militares venezolanos no lo permitieron y ganaron la batalla.

—No se va a quedar quieto —respondió Chinto refiriéndose a Fidel Castro—, estoy seguro de que insistirá con sus planes de invadir a mi país.

—¿A tu país nada más? —lo corrigió Koffler—. No, mi amigo, Fidel quiere conquistar a toda Latinoamérica, no te olvides de eso.

—Pues ahí tienes —replicó Chinto con rabia— los primeros frutos, las primeras consecuencias del aborto de Bahía de Cochinos.

El acto de grado fue en septiembre. Asistieron don Roberto, doña Isa e Ian Koffler. Por supuesto los viejos no cabían dentro de sí, se pavoneaban con el orgullo apretado entre el pecho y la espalda por el logro de su primogénito, además de la enorme gratitud que sentían hacia Koffler por haberlo ayudado. De vuelta en el hotel, don Roberto abordó a Ian, aprovechando que el momento era oportuno, pues doña Isa y Chinto conversaban con ánimo. Hizo señas para que se retiraran un poco, no mucho y en voz baja le preguntó:

—Dígame una cosa, señor Koffler, ¿usted aceptaría que le pagara lo que ha costado el postgrado de mi hijo en varias cuotas?

 

—No se preocupe, don Roberto, eso está arreglado. Usted no me debe nada.

—¿Cómo es eso? —preguntó don Roberto sin esconder el asombro. A esas alturas, sabía con precisión que nada en la vida es gratis.

—Muy sencillo, Chinto me va a pagar con trabajo —a don Roberto le gustó oír eso porque sabía que esa es la mejor forma de crecer en este mundo.

—Pero si no tiene trabajo.

—Lo tendrá —Koffler hizo una pausa con la intención de calmar a don Roberto—. Escuche, tengo varios proyectos para invertir en Venezuela y otros países de Latinoamérica. El custodio financiero, por así decirlo, será el First National City Bank of New York, de modo que ya concerté una entrevista para ver si aceptan a Chinto.

—¿En Nueva York?

—Tal vez al comienzo, no lo sé, quizás sí, por el entrenamiento que debe superar en los primeros meses, pero en realidad será en Caracas —al oír esas palabras don Roberto no pudo ocultar la desilusión. Lo último que quería para su hijo era que regresara a Venezuela.

Justo el día anterior a que se iniciaran los disturbios de los segregacionistas porque un negro, militar y veterano, James Meredith, ingresó en Ole Miss, es decir, en la madrugada del jueves 27 de septiembre de 1962, Chinto se marchó con Ian Koffler a bordo de un avión comercial con destino a Manhattan. Durante el vuelo Koffler le dijo que, en Venezuela, el pasado 2 de junio, se había producido otra insurrección, esta vez en Puerto Cabello. En horas de la mañana se sublevó la base naval Agustín Armario. Los insurrectos eran del batallón de infantería de Marina General Rafael Urdaneta, dirigidos por un capitán de navío y un capitán de corbeta.

—Al parecer —dijo Koffler—, hubo muchos muertos y heridos. Tenemos información de que los rebeldes estaban al servicio de Fidel Castro.

—Te lo dije, no se va a quedar quieto —respondió Chinto refiriéndose a Fidel Castro—, estoy seguro de que continuará con sus planes de invadir a mi país, sin importarle lo que cuesten esas aventuras armadas.

—Ya te dije que no es a tu país nada más —lo corrigió Koffler—, Fidel quiere conquistar a toda Latinoamérica, no lo olvides nunca.

—Pues ahí tienes —replicó Chinto con rabia— nuevos frutos, nuevas consecuencias del aborto de Bahía de Cochinos.

—Ya lo sé, lo peor es lo que falta, esto apenas comienza —acotó Koffler un poco incómodo y reclinando el respaldar del asiento.

—Por cierto —comentó Chinto con ganas de cambiar de tema—, ¿qué pasó con tu Porsche? —se refería al 356 descapotable azul, modelo 58.

—No era mío, era de Gary y ya lo vendió.

—¿Por qué, si era una belleza?

—Creyó que con eso pasaría desapercibido en el revuelo que vivimos dentro de la Agencia después de lo de Cuba.

(3) Amanecer y primeras horas de la tarde.

El primer rayo de sol ilumina la parte superior del cuerpo de Chinto, las piernas bajo el escritorio son invisibles en la penumbra. La cabeza reposa caída en el pecho y con leve inclinación a la derecha. Los brazos descansan en los apoyos laterales de la silla y sus manos apuntan hacia el suelo. Así lo encuentra Luisa Elena, quien no puede creer lo que ve. Se asusta. Corre hacia él y lo despierta para salir de dudas.

—Papá —lo sacude un poco—, papá, ¿estás bien?

—¿Qué?

—Me asustaste.

—¿Qué pasa?

—Nada, te quedaste dormido. ¿Por qué no subes a tu cuarto?, ¿peleaste con mamá?

—No, nada de eso —se levanta—. ¿Por qué estás despierta tan temprano? Hoy es domingo.

—Tengo que estudiar para mi examen de mañana y voy a salir en la tarde con unos amigos, así que debo fajarme porque no me queda más tiempo.

—Tú sabrás.

Entra en su habitación, se desplaza en silencio. Se mete en la cama y siente que llegó al paraíso.

La resolana encandila a diez minutos para la una de la tarde. El calor lo despierta a pesar del silencio de cueva deshabitada que conquista la casa. Ellas, su esposa y su hija menor se han ido a la iglesia para cumplir con el mandamiento católico. No hace falta preguntarlo, no cabe la menor duda. Carmen Elena ya no lo molesta por su falta de religiosidad y las hijas se acostumbraron a su ausencia en el rito dominical.

(-3) 6 de enero de 1990. La blasfemia.

No sucedió de manera gradual. De un domingo para otro dejó de ir a la iglesia. Este año, el día de Reyes, hubo una conversación en la que Chinto le dijo a Carmen Elena por qué decidió abandonar la fe católica. En realidad, eligió echarle un cuento, una blasfemia, en lugar de comunicarle ciertos hechos de los que estaba al tanto gracias a las relaciones surgidas para asesorar financieramente a Ian Koffler.

Sentados en el corredor que daba al jardín, bajo el techo de tejas con vigas de madera y disfrutando el momento previo al ocaso, Carmen Elena demandaba una explicación.

—¿Entonces ahora eres ateo?

—Si no me equivoco, el ateísmo asegura que se puede probar la inexistencia de Dios, o al menos afirma, sin duda alguna, que Dios no existe. No es mi caso.

—Es decir, sea lo que sea, crees en algo, pero ya no eres católico.

—De ninguna religión y, la verdad, hago esfuerzos para no aborrecer a todas las religiones, aunque aún no lo logro.

—¿Las aborreces?

—Con toda mi alma, incluso creo que la palabra Dios es tóxica para el ser humano. Una fatal invención lingüística instalada en la cúspide de los sistemas de dominación, independientemente del lugar donde se apliquen.

En el cielo apareció un degradé de colores mientras fallecía la tarde. Carmen Elena señaló hacia arriba y preguntó:

—¿Y ese hermoso espectáculo cromático, único e irrepetible, se lo agradecemos a quién?

—Veo que estás medio filosófica.

—No te burles y contesta.

—Responderé con ideas que han dicho otros con mentes excepcionales y brillantes. Fíjate que la pregunta presupone la existencia de “algo” o “alguien” —Chinto alzó las dos manos y dibujó las comillas en el aire con los dedos índice y corazón—, un “creador”, un “autor”. La cosa es, ¿por qué debemos asumir, de entrada, esa concepción?

—¿Qué asumimos entonces?

—El infinito, con todo lo que implica, cambio, evolución, involución, movimiento, transformación…

—Me parece que lo que planteas es pura semántica.

—¿Por qué?

—Porque ese “autor”, “creador” —Carmen Elena también dibujó las comillas en el aire—, es infinito. Por lo tanto, lo que tú llamas “infinito”, yo lo llamo Dios.

—No, nada de eso, ya que para ti hubo un comienzo, un origen y, en consecuencia, un “creador” que le dio principio a todo.

—Bueno, de cualquier forma —Carmen Elena desvió un poco el curso de la conversación. Ante las palabras de Chinto, no tenía más alegatos y no deseaba caer en un círculo vicioso e inútil—, me gustaría saber ¿por qué rechazas la religión católica?, solo por curiosidad.

El sol, círculo candente, estaba cerca de contactar la línea del horizonte.

—Son muchos motivos, pero en este momento quizás te sirva una comparación entre lo que dice el evangelio y lo que considero que debió pasar.

—¿Qué me vas a decir?, ¿que el evangelio miente?, ¿que está equivocado?

—No. Eso no tiene importancia, al menos para mí. Considero intrascendente si lo que narra el evangelio es cierto o es falso. Discutir acerca de su veracidad es una pérdida de tiempo. Dejemos eso a los historiadores.

—Ahora tengo más curiosidad.

—En este instante se me ocurre el afamado milagro de la multiplicación de los panes en el que también multiplicó los peces. Dice el evangelio que Jesús se enteró del asesinato de Juan el Bautista y afectado por ello se montó en una barca y cruzó al otro lado del lago de Tiberíades o lago de Galilea.