Satélite humano

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—¿Y eso qué importa? —dice para que deje de hostigar a Luisa Elena con preguntas poco relevantes.

—¡Claro que importa!

—Sí, papá —responde la hija con voz de hartazgo—, antes del almuerzo. Sabes muy bien que siempre salgo antes del almuerzo.

—Por eso —dice Chinto—, mi hija menor se va a beber en la mañana, ¿cómo no va a ser importante que se tome unas cervezas a esa hora? ¡Eso es cosa de borrachos!

—Así no se puede.

—Chinto, ¡por Dios!, permite que Luisa Elena hable —Carmen lo regaña—, ¡ya está bueno! —se dirige a la hija—: Sigue, por favor.

—De repente tres panitas se pusieron a enrolar.

—¿Qué es eso? —ahora es Carmen Elena quien la interrumpe.

—¿Enrolar? Preparar los tabacos.

—¿Tres panitas son tres chicos o tres chicas? —pregunta Chinto escondiendo su horror.

—¡Wao, papá! Tienes razón, no me había dado cuenta de eso. Eran dos chicos y una chica, ellos son mejores amigos y ella es la novia de uno. ¿Sigo?

—Sí, sigue, anda —dice impaciente Carmen Elena.

—Bueno, claro, ellos estaban enrolando dentro del carro —mira a Chinto y se apresura—: No, papá, no era mi carro, era el del novio de mi amiga.

—¿Le doy gracias al cielo por eso? —la ironía estaba en modo sobredosis, aun así, no le sirve para protegerse.

—Entonces me invitaron y le di tres o cuatro patadas.

—¿Patadas a quién? —Carmen Elena está desconcertada.

—No, chica —Luisa Elena no logra contener la risa—, así se le dice cuando aspiras, así se llaman las caladas, ¿entiendes? —Carmen Elena asintió con la cabeza.

Pasa el mediodía y la luz, en lugar de resplandecer, se ha debilitado. Parece a punto de lloviznar, la humedad y el calor de la burbuja atrapada en el valle caraqueño así lo demandan. En los últimos días ha ocurrido el mismo fenómeno sin que las nubes descarguen. Se retiran dejando el calor sembrado en el aire, solo la frescura de la noche logra cambiar el ambiente y eso cuando ya es muy tarde.

—¿Y por qué no te gustó? —como Chinto está seguro de que no dirá la verdad, quiere oír la respuesta, desea observarla mintiendo.

—Porque me dio una pálida horrible.

—¿Una qué?

—Un bajón, como si estuviera a punto de desmayarme —y era cierto.

(4) Almuerzo.

Carne sobre brasas. El olor le atrae mientras camina hacia la mesa que les asignaron. Hoy Carmen Elena está especialmente bella. Le encanta cuando se viste de modo casual. Nota que algunos hombres, sentados con sus mujeres e hijos, clavan su vista en ella. Un descaro silencioso que entiende sin irritación, ya que ninguno se atreve a piropearla. La cosa es distinta si miran a Luisa Elena. Siente fogonazos de ira y los observa de manera desafiante. Sortearon pocas mesas. Los ubican en el ala lateral del restaurante El Tinajero de los Helechos. El plan es ir al cine después del almuerzo, lo que exigirá un paseo prolongado por las tiendas del centro comercial antes de hacer la cola frente a la taquilla. Los tres tenían tiempo sin compartir un sábado entero. Echa de menos a Isabel, con ella la familia estaría completa. Sabe que Luisa Elena aceptó acompañarlos en un intento por mitigar el desagrado de sus palabras. Siempre ha sido una chica muy cariñosa y su carácter tiende a la dulzura, ello explica la disposición inmediata que tuvo tan pronto su madre la invitó. Ni el propio Chinto es capaz de medir el tamaño exacto del descalabro en su fuero interno. A partir de ese día nunca más volvió a decirle la chiquita, ni siquiera con el pensamiento.

Ordenó una botella de vino tinto Monte Real, Gran Reserva, Rioja del 88, punta trasera para dos, asada término medio para los tres, una ración de yuca sancochada y dos ensaladas, una césar y la otra de aguacate y palmito. Está ensimismado, trata de reponerse. Los elementos giran a su alrededor y no logra comprender, mucho menos adaptarse. Carmen Elena tiene cierta habilidad para persistir en el área indicada, eso es lo que ha demostrado desde que se casaron. La escucha hablando con Luisa Elena y le sorprende su capacidad para borrar la confesión de su hija respecto al consumo de alcohol en un horario inaudito y peor aún, lo de la marihuana. Las oye entretenidas con menudencias, chismes o críticas acerca de los gustos que tienen otras mujeres. En silencio, Chinto se obliga a no contar el número de copas que lleva su hija. Tan solo van dos. Al parecer, la segunda será la última y quizás no se la beba toda. Se convence de que lo mejor sería deponer su actitud, debe relajarse a favor de la armonía familiar. Le cuesta, no logra salir del ensimismamiento.

Nadie quiere postre así que pide tres cafecitos sin azúcar. A la botella de Monte Real aún le queda casi la mitad. El camarero le propone guardarla a su nombre, lo que implica que debe volver en un lapso no mayor de treinta días. Le seduce la idea, cree que a Ian Koffler le gustará la carne que sirven en El Tinajero y a su socio Marco Antonio Zapi también. Podría presentarse con cualquiera de los dos. Paga la cuenta y se van.

(5) Cine.

Como ya es costumbre, a medida que se acerca la hora para entrar al cine, Carmen Elena experimenta un leve ataque de ansiedad. Chinto se pregunta de qué sirve el fulano Ativan si no ha logrado erradicar estos episodios que, por pequeños que sean, son incómodos. Tras deambular por los pasillos del centro comercial para distraer a Carmen Elena, hacen la cola para ver Átame. Tanto la de Danza con lobos como la de Ghost son mucho más largas. No es un experto en cine, tampoco suele leer las críticas relacionadas con el séptimo arte, de hecho, los aspectos técnicos o especializados sobre la industria del entretenimiento nunca le han producido la menor curiosidad. Sufre el impacto, tal vez las circunstancias personales le han predispuesto. Ricky, interpretado por Antonio Banderas, se le antoja el producto de una sociedad desamparada, a la deriva, ya que se trata de un huérfano educado, desde los tres años, en orfanatos y reformatorios. La obsesión de Ricky es Marina, drogadicta y actriz porno, también ha participado en películas de terror. Marina es interpretada por Victoria Abril. Ella en cambio, se le antoja la encarnación de los riesgos implícitos en la sensualidad, el poderoso atractivo latente en los vicios, la ficción de lograr la felicidad cuando se tiene una vida inmoral, el señuelo hipnótico de la inversión de valores. Ricky rapta a Marina como medida extrema para declararle su amor y ser correspondido, un atajo peligroso —piensa—, la estrategia del abuso, la supresión de la libertad del otro como medio válido para obtener un fin, por más loable que sea. Le molesta que al final de la película, esa sociedad desamparada, a la deriva, conquiste la sensualidad, ya débil en sus vicios, utilizando un método vil, delictual incluso, promocionando una felicidad tan quimérica como aberrante. Chinto concluye que Átame proclama el menosprecio absoluto hacia todo lo que vale la pena en la vida, la subversión del orden, una bomba en contra del sistema y que estallará en la mente de los espectadores con efecto retardado.

Así sale Chinto del cine, con más tensión de la que tenía al entrar.

De vuelta a casa oye a su esposa y a su hija menor alabando la película, fascinadas —dicen— por Ricky, el bello Antonio Banderas y atraídas por la sensualidad de Marina, tremenda actriz —resaltan— Victoria Abril. Es obvio que ninguna está ni siquiera dispuesta a identificarse con las preocupaciones que Chinto carga en el cerebro, así que guarda silencio, mientras comprueba —eso cree— que su círculo íntimo ha caído en la trampa, por lo tanto —concluye despavorido—, no quiere imaginarse el siniestro efecto que la película está causando a nivel global.

Dos meses y medio después le llamará la atención el resultado de la V Edición de los Premios Goya, ya que Átame, pese a tener quince nominaciones, no recibió ni un solo premio45. Lleva más de seis meses notando que una ola de fabricantes de opinión converge para resaltar algo, cualquier cosa de interés, pero de forma negativa. En lugar de elogiar, insultan o rebajan y, en ciertos casos, aplican un crudo desdén con el objeto de atraer al público. Esta idea comenzó a girar en la mente de Chinto a partir de la chapuza de Bahía de Cochinos46 y la subsecuente colección de fracasos para derrocar el régimen de Castro47. Mientras peor tratara la prensa del mundo libre al tirano, más aceptación ganaba, contrariando toda lógica o sentido común. Con los años, la figura del “Che” Guevara terminó siendo un icono del marketing. Pronto comenzó a sospechar que el efecto invertido entre las palabras y la reputación no era del todo involuntario, en realidad la mayoría de las veces era deliberado. Sin duda una manipulación previa y encubierta a los ojos del ciudadano común para evadir consecuencias indeseables, al tiempo que se generaban las reacciones esperadas en la opinión pública. También se daban casos en donde dicho fenómeno no era fruto de la voluntad humana y más bien obedecían al azar, como por ejemplo lo que sucedió con la novela de Thomas Pynchon El arcoíris de gravedad, obra que consagró al autor como uno de los mejores de la literatura contemporánea, la cual no obtuvo el premio Pulitzer en 1974 porque el jurado la consideró obscena, pero tampoco lo ganó otra, de modo que ese año el premio no fue concedido. A semejante fenómeno mediático, tanto si se debe al azar como si no, según el cual convergen circunstancias, palabras o silencios, pero de forma negativa, con el objeto de atraer al público, a Chinto le ha dado por llamarlo Sistema Inverso de Prestigio SIP. Para él, ante cada suceso SIP, el meollo radica en detectar la presencia de la voluntad humana para mantenerse a salvo de la manipulación previa, analizar las reacciones del público y observar con premura los impulsos sociales, la ruta señalada por los poderosos para el mundo.

 

(6) Narcos.

Suena el teléfono. Su esposa y él se miran. El deseo que ambos tienen estalla en el centro de la línea de visión, en forma de duda: ¿será Isabel? Luisa Elena se adelanta, contesta y pega un grito:

—¡Es para mí! —así marca distancia.

Ellos se esquivan callados y asumen posturas que intentan esconder una pequeña frustración, la misma en cada uno, ya que ambos querían hablar con Isabel. Chinto va a la cocina, se sirve un vaso de agua y en lugar de volver al salón, se mete en su estudio. El canto intermitente de los grillos le produce un efecto relajante. El calor, preñado de lluvia en un cielo sin estrellas, aún es dueño del aire. Ella no lo piensa mucho, aparece de inmediato y se sienta en la silla que está frente al escritorio.

—Amor, ¿podemos hablar? —usa la seducción en su voz, fenómeno tan irresistible como olvidado por Chinto.

—Claro, dime —sorprendido.

—Bueno, la verdad es que quiero comprenderte. No entiendo por qué andas tan alterado.

—¿No entiendes? —De nuevo la ironía como defensa.

—Amor —sin perder la seducción—, sé que hay motivos, yo misma insistí para que encararas el asunto, pero lo que trato de decirte es que me parece que estás exagerando.

—¡No lo puedo creer! —Suspira—. Antes, según tú, yo evadía el problema, ahora que ya no lo evado vuelves con lo mismo e insistes en que estoy exagerando. ¿Quién te entiende? —irritado por el cuestionamiento, pretende remolcarla hacia una lucha verbal, mientras le hace ver el tamaño de su incoherencia.

—Me parece que Luisa Elena tiene razón. Nosotros, a la edad de ellas, jamás tuvimos ese tipo de tentaciones. Tal vez por eso estemos exagerando la cosa, y me incluyo porque insistí bastante alarmada en que hablaras con Isabel, pero después de oír a Luisa Elena, me calmé, ¿sabes?, vi el tema desde otra perspectiva.

—¿Cómo es eso? —hace el esfuerzo para ser receptivo.

—No creo que todos sus amigos sean una cuerda de drogadictos, aunque hayan fumado marihuana.

—Eso no lo podemos saber, ni siquiera sabemos si nuestras hijas lo son.

—Jamás pensé que te lo tomarías tan a pecho.

—Me parece que ahora eres tú la que evade el problema.

—Puede ser, no lo sé, lo que pasa es que entendí el razonamiento de Luisa Elena y el hecho de que hayan fumado marihuana no las convierte en drogadictas automáticamente.

—Carmen Elena, ¿de verdad sabes lo que significan las palabras marihuana, droga, narcotráfico?

Chinto se da cuenta de que ella no capta lo que quiere transmitirle. Inexpresiva, aguarda la explicación.

—Si me permites, te lo diré —él sabe que pisa un terreno peligroso, debe administrar bien sus palabras y limitarse a la información “oficial” que se haya convertido en noticia, aunque no muy reseñada en los medios—, pero antes y es en serio, quiero que me digas si estás dispuesta a prestar atención.

—Claro que sí —desconcertada, contesta por reflejo.

—Bien, ¿sabes en qué pienso cuando oigo la palabra marihuana?

El semblante de Carmen Elena está en neutro.

—En El Búfalo, territorio ubicado al sur del estado de Chihuahua —dice él—, alrededor de mil hectáreas utilizadas para sembrar hierba. A principios del mes de noviembre de 1984, cuatrocientos cincuenta soldados mexicanos, transportados en helicópteros, se presentaron en el sitio logrando incautar varias toneladas48.

—Chinto, ¡por el amor de Dios!, estás hablando de narcotráfico. No me digas que ahora piensas que ellas son traficantes.

—Colaboran, nutren el negocio, sin consumidores no hay nada.

—El negocio, como lo llamas, no existiría si no fuera ilegal.

—Escúchame, lo que intento decirte es que Isabel y Luisa Elena ya forman parte de una triste estadística. Para fumar marihuana, antes hay que comprarla y cada dosis, por pequeña que sea, significa dinero necesario para el narcotráfico.

Carmen Elena no sale de su asombro. En lugar de marcharse, decide prestar atención.

—Se trata de criminales con mucho poder, no imaginas cuánto. En este momento, mientras tú te muestras escéptica, un médico mexicano está preso en El Paso, Texas, acusado por el secuestro y asesinato del agente de la DEA49, Enrique “Kiki” Camarena Salazar y el piloto que trabajaba con él, Alfredo Zavala Avelar. Ambos raptados y asesinados hace cinco años, a principios de febrero de 198550. Al parecer, el médico inyectó lidocaína a Kiki para que su corazón resistiera las torturas mientras lo interrogaban hasta que lo mataron.

—¿Y quién era el Kiki?

—El agente de la DEA que se infiltró en los cárteles de la droga en México. ¿Sabes de qué te hablo?

—Sí —dice—, de narcotráfico —sin esconder la molestia porque no entiende cuál es su punto.

—No tienes ni idea, créeme. Estoy hablando de Miguel Ángel Félix Gallardo, creador de los cárteles, está por encima de hombres como Rafael Caro Quintero o Ernesto Fonseca Carrillo, alias Don Neto. Los cárteles colombianos, el de Medellín y el de Cali, competidores por el control del negocio, enfrentados y causantes de terribles masacres, tienen que ingeniárselas para exportar la droga. Pablo Escobar se asoció con “el Padrino” mexicano para que transportara la cocaína por las mismas rutas por donde llevaba la marihuana y la heroína. Como el capo de Medellín no estaba en posición de exigir exclusividad en el trato, le bastó con que le dieran prioridad a su producto. De modo que, si los hermanos Rodríguez Orejuela así lo querían, como cualquier otra organización pequeña, también podían contar con el servicio de transporte desde México hacia los Estados Unidos. El Kiki Camarena, infiltrado en el cártel de Guadalajara, entabló buena relación con Caro Quintero y con “Don Neto”. Kiki demostró que podían confiar en él porque, a su cargo, las encomiendas llegaban sin pérdidas a sus destinos, más allá de la frontera norteamericana. Debido al vínculo forjado con astucia, durante más de un año y un sinfín de kilos de cocaína y hierba despachados sin contratiempos, los jefes decidieron contarle sobre uno de los sembradíos de marihuana más grandes del mundo. Todos los fumones de Europa y del norte de América, sin saberlo, recibían su dosis desde El Búfalo, México51.

—Entiendo —pausa—, y como el fulano Kiki era un agente de la DEA infiltrado, dio el pitazo y a los narcos los golpearon duro. Por eso se vengaron secuestrándolo, torturándolo y matándolo52.

—En marzo, debido a una llamada anónima, encontraron los cuerpos en estado de descomposición, envueltos en plástico y enterrados en el rancho El Mareño de Michoacán53. Imagina lo que tienen que hacerle a un hombre para que un médico deba inyectar lidocaína y así su corazón siga latiendo. ¿Cuánto dolor le obligaron a soportar? Le partieron las costillas, quemaron sus testículos, clavaron un tornillo en el cráneo, tras calentarlo en brasas, le metieron en el ano un palo candente, así lo violaron54.

—Un horror.

Silencio.

El canto intermitente de los grillos desfallece, ya no es capaz de relajarlo. El calor, antes preñado de lluvia, cede su lugar al viento nocturno bajo un cielo sin estrellas, reclamando su poder, agitando el aire.

—Amor —vuelve a usar la seducción—, ¿podrías decirme qué tiene que ver todo eso con Isabel y Luisa Elena? Ellas solamente han fumado un poco de marihuana.

Escuchan que Luisa Elena baja las escaleras. Entra en el estudio. Chinto observa que a ella le agrada hallarlos conversando con cierta privacidad.

—Papá —lo amonesta con picardía—, eres un hombre muy poco romántico.

—¿Por qué? —Chinto mira a Carmen Elena para comprobar si ella sabe a qué se refiere.

—No creo que mamá quiera estar al otro lado del escritorio —y suelta una carcajada.

—Luisa Elena, respeta, por favor —Carmen la reprende sin rabia, más bien con un toque de vergüenza.

—Me voy a acostar, estoy cansada, buenas noches —dice Luisa Elena. Antes de irse les da el beso acostumbrado.

Carmen Elena mira el reloj, ya es hora de tomarse el Ativan. Prefiere esperar, todavía él no acaba de explicarle el asunto. Además, desde que salió del cine quiere sexo.

—¿Ya estás aburrida o sigo hablando? —la pregunta es un ataque.

—¿Te parece que me aburres?

—No lo sé, pero como miraste el reloj…

—¿Podrías dejar de estar a la defensiva? ¿Acaso no te das cuenta? —Se acomoda en la silla y cruza las piernas—. Hoy no pienso tomarme la pastilla. Eso es todo.

—Disculpa, ¿sigo? —ella asiente—. Las plantaciones en El Búfalo eran del cártel de Guadalajara que, como ya te dije, lo crearon Miguel Ángel Félix Gallardo, Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca Carrillo con el fin de traficar, primero heroína y marihuana, luego, por la asociación con los cárteles colombianos se dedicaron a transportar también cocaína hacia los Estados Unidos. Bueno, la pregunta es, en este momento, ¿dónde están esos señores? —Chinto cuenta con los dedos, levanta el índice: uno—. El año pasado, a principios de abril de 1989, detuvieron a Félix Gallardo, “el Padrino”, y se dice que tendrá que pasar, como mínimo, cuarenta años en prisión55; Caro Quintero —levanta el dedo corazón: dos— fue capturado, también a principios de abril, pero hace cinco años, en 1985, en Costa Rica, ya que trató de huir. Su detención ocurrió dos meses después del secuestro y asesinato de Kiki Camarena y su piloto Alfredo Zavala Avelar y un mes después de que encontraran los cuerpos. El 12 de diciembre de 1989 lo condenaron a cuarenta años de prisión. Este año, en agosto, hace casi tres meses, la sentencia fue ratificada56; Ernesto Fonseca Carrillo —levanta el dedo anular: tres—fue capturado en su casa, también a principios de abril de 1985, en Puerto Vallarta, Jalisco, y debe cumplir cuarenta años de prisión57.

—Si los tres están presos, ¿qué es lo que te preocupa?

—Después del asesinato de Kiki Camarena, la DEA recibió instrucciones para realizar una investigación completa del caso. El suceso generó mucha tensión entre los gobiernos de Estados Unidos y México, de hecho, a partir de ahí, cambiaron las relaciones de la administración mexicana con los agentes de la DEA, se modificó el trato que mantenían hasta febrero de 1985. Dicha investigación era secreta y contaba con recursos ilimitados. En ella participaron agentes especiales de la DEA y se bautizó como Operación Leyenda. Tras un par de años de haberse iniciado las investigaciones, nombraron a Héctor Berrellez como supervisor de la operación. Phil Jordan, agente de la DEA, en aquel momento era el jefe del Centro de Inteligencia de El Paso, Texas, y Tosh Plumlee, oficial de la CIA, se desempeñaba como piloto privado, encubierto, claro —Pausa. Chinto evalúa opciones, duda por un momento cuál es el modo adecuado de proseguir—. Debo decirte que el presidente del subcomité sobre terrorismo, narcóticos y comunicaciones internacionales era el senador John Kerry, el mismo que viajó a Nicaragua en abril de1985 y logró el cese al fuego contra los sandinistas, cuyo informe posterior se convirtió en el precedente fundamental que llevó a la condena del coronel Oliver North. Bien, según el testimonio que el señor Tosh Plumlee rindió ante el Comité de relaciones exteriores del senado, en agosto de este año, afirmó que, a principios de los ochenta, voló llevando armas a Centroamérica y regresaba a los Estados Unidos con drogas, dado que dichas operaciones estaban directamente aprobadas por Washington, en virtud del interés nacional implícito58.

—Necesito que te expliques mejor.

—Del testimonio de Plumlee se desprende que la CIA está implicada en el secuestro, tortura y asesinato de Kiki Camarena, así como también en el tráfico de drogas y armas con el fin de apoyar la lucha en Nicaragua, la Contra sandinista59, más las acciones en Irán, consideradas necesarias, dado el riesgo que corrían los intereses de Estados Unidos en la zona.

Por el impacto que le produce a Carmen Elena el tamaño de la desproporción entre el hecho de que sus hijas hayan fumado marihuana y los casos que Chinto relaciona con eso, decide reprimir cualquier gesto de asombro. Utiliza sus dotes femeninas para mostrarse cariñosa, interesada y finge confusión:

—Amor, ¿estás hablando del escándalo Irán-Contra60?

—Exactamente.

—Me imagino que la relación que pretendes sugerir se debe a que por lo visto Camarena descubrió los vínculos existentes entre el narcotráfico y la CIA para financiar el asunto Irán-Contra, ¿no es así?

—Sí.

 

—Pero ahora dime, ¿qué tiene que ver todo eso con que Isabel y Luisa Elena hayan fumado un poco de marihuana?

Chinto tuvo tiempo de preparar la respuesta, pero no lo hizo.

—¿Te acuerdas de Ian Koffler?

—Tu amigo del postgrado que, por cierto —aprovecha para quejarse—, nunca lo conocí, solamente lo he visto en fotos.

—Bien —sobre el reclamo, Chinto se hace el sordo—, en Coral Gables, cuando todavía vivía con mis padres, Ian me presentó a un cubano que estaba dispuesto a derrocar a Castro —invierte el orden de los hechos, ya que se refiere a Carlos García— y con él conocí a varios más, entre los que estaba Félix Ismael Rodríguez61 —no es verdad. Si bien es cierto que Chinto siempre ha sabido de él a través de terceros, nunca lo ha conocido en persona—. Hasta donde tengo entendido, Ian y Rodríguez continúan siendo buenos amigos —exagera la ficción para engendrar un vínculo lógico—. Los enemigos de Félix pueden haber identificado su círculo de relaciones personales para propiciar situaciones susceptibles de chantaje.

—Un momento, ¿te das cuenta de la locura que acabas de insinuar? ¡Estás paranoico!

—No es así, ya hablé con Ian —miente—, solo te estoy informando lo que él mismo me dijo.

—Suponiendo que es correcta esa teoría, cosa que me cuesta mucho creer, ¿dónde encaja que Isabel y Luisa Elena hayan fumado marihuana? Disculpa, pero es que no entiendo.

—Carmen, escucha, sé que no es fácil… —suspira. Chinto reconoce que el cuento que acaba de concebir es una historia mediocre. Se reprocha por tratar a su esposa como si fuera una tarada, pero sin otra opción, ya no hay vuelta atrás y, de cualquier forma, debe transmitirle el fondo del asunto, el verdadero motivo de su mortificación—, fue Ian quien me advirtió lo que estaba sucediendo contra Félix Rodríguez.

—Chinto —Carmen Elena está a punto de perder la paciencia y, por cierto, sus ganas de sexo se han esfumado—, aún estoy esperando que contestes mi pregunta, ¿necesitas que te la repita?

—No —Chinto observa que ella lo mira como si estuviera loco. Está molesta y decepcionada—, hay algo que no sabes —ahora deja que corran varios segundos para generar tensión—, desde hace años he asesorado a Ian financieramente, eso me convierte en una ficha importante en su círculo íntimo, de manera que tanto él como yo somos posibles blancos de los enemigos de Félix Rodríguez —miente. El riesgo que corre Chinto y su familia no deriva de tales nexos, ya que nunca han existido—. Por eso, cuando hablé con Ian sobre lo que estaba pasando con Isabel, recuerda que hasta el día de ayer solo ella había fumado marihuana…

—¿Lo llamaste para contarle eso?

—¡Qué va! —reacciona de inmediato—. Él me llamó para decirme que viene el lunes.

Carmen Elena empieza a comprender que la teoría paranoica no es de Chinto, sino de Ian, a quien no conoce. Eso la calma. El hecho de que sea otro y no su marido el que está loco la alivia, relaja su semblante y sentencia:

—Amor, creo que te dejaste influenciar. Sé que todo esto te ha desquiciado muchísimo, cosa que entiendo, ya que a mí tampoco me resulta fácil aceptar que ellas fumaron marihuana, pero de ahí a pensar en todo lo que me has dicho, discúlpame, es un disparate.

—Puede ser —Chinto retrocede, sabe que no tiene caso insistir, además, lo piensa y se convence de que lo mejor es que ella siga en su mundo, lejos de los tormentos que lo asedian a él—, quizás tengas razón.

—Claro que tengo razón, ya verás —se levanta—. Es tarde, ¿me acompañas?

—También estoy cansado. Termino de ordenar estos papeles y enseguida voy.

Ella se adelanta, llega hasta la puerta y regresa.

—Por cierto, ¿de dónde sacaste tanta información del narcotráfico?

Chinto se tensa por dentro, pero no muestra lo que siente. Sin parar, organiza el escritorio, a un lado el periódico, endereza la pequeña pila de hojas blancas coronadas por un sobre que ya debería estar en la basura. Lo coge y mientras lo rompe, dice con indiferencia:

—Me lo dijo Ian, quería explicarme lo que piensa.

Los grillos ya no cantan. El viento nocturno penetra en el estudio.

El silencio, además de su condena, es la única garantía que tiene para conservar el respeto en su hogar. Era joven cuando aceptó el trato y Chinto nunca imaginó que la confianza, elemento indispensable en el matrimonio, quedaría destruida si le dice la verdad a su esposa. Una paradoja diabólica, la prueba de su error por falta de experiencia, un daño irreparable en nombre de aquellos ideales nobles que ahora incomodan a tanta gente si los invoca.

Chinto se inclina para recoger los pedacitos del sobre que no alcanzaron la cesta. Cuando se incorpora, Carmen Elena se ha ido.

III

DOMINGO, 2 DE DICIEMBRE DE 1990

A cinco días de la “visita relámpago” del presidente George H. W. Bush62

(1) Madrugada.

El timbre del teléfono desgarra el silencio a las 3:51 am.

—Papá, disculpa que llame a esta hora.

—Isabel, hija, ¿estás bien? —Chinto aún no espabila.

—Regreso mañana o pasado mañana, el lunes o el martes.

—¿Por qué?

—¿Aló? ¿Me oyes? —el típico ruido de fondo, por la mala calidad de las comunicaciones, asume el protagonismo—. ¿Aló?

—Dime.

—Papá, espero que me estés oyendo —arrastra las palabras y eso la delata: está borracha—, solo llamé para avisar que regreso mañana —cuelga.

Carmen Elena balbucea unas palabras, se da media vuelta y refunfuña.

—Era Isabel —dice para que ella reaccione. Al parecer, sí se tomó el Ativan—, dijo que volverá—. Carmen Elena respira profundo, duerme plácidamente.

El agotamiento que arrastra Chinto es demoledor, pero la llamada le arrebató el sueño. Sale de la cama y baja a su estudio sin ponerse la bata. Sabe que necesita dormir, el descanso es esencial para mantener la mente en buena forma. Los años en los que podía jactarse de soportar jornadas exigentes, con trasnochos prolongados, quedaron atrás. Ya su fortaleza no es la misma, o quizás, debido a que el motivo de su angustia lleva los nombres de sus hijas, sobre todo el de Isabel, siente que el peso de la carga lo aplasta, lo anula. El estudio, ese espacio en el hogar, se ha convertido en su habitación predilecta, guarida imperfecta para relajarse o concentrarse, según lo necesite. Se pregunta qué sucedería si le robara un Ativan a su esposa. Despacha la tentación. En estado de vigilia contempla las sombras en el jardín. La brisa sacude las plantas y estas murmuran en la oscuridad. Repasa la conversación con Carmen Elena y lamenta no haber podido explicarle las cosas. Le encantó que ella supiera que él se refería, en algún momento, al escándalo Irán-Contra. La operación se aprobó, de acuerdo con lo que le dijo Ian, porque solucionaba el problema del dinero. Los dólares del narcotráfico jamás estarían sometidos al control del Estado, a nadie se le rendirá cuenta por ellos. Una zona gris en materia presupuestaria, cuyo atractivo consistió en proporcionar el ingreso rápido, cuantioso y necesario para influir en Nicaragua y en Irán al mismo tiempo. Una propuesta “genial” para quienes estaban dispuestos a jugárselas todas, para los que siempre han tenido claro que los formalismos no deberían convertirse en camisas de fuerza que impidan dar la pelea, mucho menos cuando el enemigo, por su naturaleza delictual, con ropaje ideológico, hace lo que le da la gana, sin restricciones de ninguna índole. Se trata de tiranos con poder absoluto.

Eso fue, más o menos, lo que le dijo Ian Koffler en aquel tiempo y Chinto le creyó. La impotencia que sentía —ahora más aguda por el transcurso del tiempo—, al observar cómo el enemigo continuaba abusando del poder y con ganas de infectar al continente entero, transmitiendo sus mentiras, desplazándose en silencio, acechando a la presa hasta el zarpazo ágil, veloz y mortal, favoreció que lo escuchara con oídos crédulos. Hoy, en esta madrugada triste, desvelado, sin saber en qué anda su hija, se reprocha lo cándido que ha sido, dejándose convencer, entre argumentos manipulados y elogios a sus talentos excepcionales para servirle a un par de tipos —solo conoce a uno: Ian Koffler, el otro, tras la única entrevista, para Chinto no es más que la sombra de arriba que gira instrucciones—, a quienes, desde hace años, únicamente los motiva el dinero. La lucha que libran ambos bandos fue, es y será —concluye— ficticia; maquillan lo mismo: el negocio.