Satélite humano

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No se saludan.

—¿Estás molesta?

—No.

—Entonces, ¿qué te pasa?

—Debe ser que no tengo nada de qué hablar a menos que sea de Isabel.

—¿Ni siquiera ha llamado?

—Sí, hace un rato. Dijo que se fue a la playa con tres amigas. Vuelve el domingo.

—Por lo menos avisó, ya es una mujer.

—¿Te parece bien que fume marihuana?

—No, por supuesto que no. Lo que pasa es que no creo que ande en eso.

—Claro, se me olvidaba que necesitas que fume una semana más para hablar con ella.

—Por favor, no quiero pelear, no hagamos de esto un terremoto —Chinto hace una pausa, pone cara de súplica y agrega—: tengo hambre.

Hace un par de días Carmen Elena, registrando sin permiso el bolso de Isabel, encontró lo que le pareció restos de marihuana. Más alarmada que segura de lo que vio, habló con Chinto y él notó que lo hacía no con el ánimo de oírlo, sino con el deseo de refugiar sus miedos. Se limitó a calmarla. Por prescripción médica, Carmen Elena tomaba 1mg de Ativan dos veces al día y eso, además de acabar con el insomnio, afectaba la credibilidad que podía tener frente a su marido.

Chinto baja a la cocina y calienta la cena en el microondas. Si ella estuviera de buen humor, fenómeno que se va convirtiendo en una reliquia, le encantaría que lo acompañara. A solas, piensa en la forma de abordar a Koffler. El Caracazo17 sería un buen punto. Quince días antes del estallido, Chinto le informó a Ian que, en Venezuela, dada la contracción económica por la caída en los precios del petróleo, se respiraba una atmósfera de malestar social. El ambiente era propicio para los jóvenes socialistas entrenados en Cuba, país con el que el presidente Pérez, en su primer mandato, restableció las relaciones diplomáticas el 29 de diciembre de 1974, tras la ruptura que se produjo el 11 de noviembre de 1961 y que persistió poco más de trece años. Destacó la obsesión del entonces presidente electo Carlos Andrés Pérez de invitar a su amigo y admirado Fidel Castro18. A Chinto le repugnaba que no concibiera el acto de toma de posesión de su segundo mandato sin la presencia del sátrapa en el auditorio. Por la pomposidad del evento, el cual se llevó a cabo en el Teatro Teresa Carreño, en la Sala Ríos Reyna19, algunos analistas lo calificaron como la Coronación de Pérez20. Preocupado, Chinto notificó que los cuerpos de inteligencia del Estado, tanto civil como militar, sufrieron cambios inexplicables. Por lo visto, se trataba de complacer todos los caprichos de Carlos Andrés Pérez. Por la rampa 4 del aeropuerto de Maiquetía, de tres aviones Ilyushin II-76 descendieron y entraron al país más de trescientos oficiales cubanos, acreditados como miembros de su comitiva. Las fotografías daban cuenta de las cajas de madera, como equipaje, para transportar armamento y sus respectivas municiones. Rumbo a Caracas en una caravana de autobuses y camiones, se alojaron en el Hotel Eurobuilding, todavía sin abrir al público pues le faltaban los últimos detalles para finalizar la construcción. Aquello obedeció a una de las muchas exigencias impuestas por Fidel para aceptar la invitación del presidente Pérez. Castro alegó que, por su seguridad, necesitaba un edificio completo para él y su comitiva. Concluida la agenda de la toma de posesión o Coronación, Chinto supo que regresaron menos cubanos, el resto se quedó en Venezuela21. Lo que sucedió, apenas veinticinco días después, es una historia de sangre y muerte que confirmó la calidad de las fuentes que tuvo y todavía tiene Chinto. Está harto de que «Subestimen-Posterguen-Descarten-Eliminen» datos cruciales. En este negocio, piensa antes de meterse el último bocado de la cena, pasta corta con salsa cuatro quesos, solo un tonto creería que Fidel Castro se rindió.

—Disculpa —Carmen Elena se ve triste—, debí bajar para acompañarte.

—No tiene importancia.

Chinto se levanta con el plato en la mano, sin intención de lavarlo, solo quiere ponerlo en el fregadero. Ella le corta el paso, se lo quita, abre el chorro y comienza a enjuagarlo. Él vuelve a sentarse y la observa sin decir una palabra. Los años de matrimonio le enseñaron que en estas circunstancias más vale que no inicie la conversación. Lleva puesta una bata de noche color violeta, no sabe si es de seda, pero como es traslúcida, se recrea con su ropa interior. Delgada, los embarazos no dejaron huellas lamentables. Su figura es similar a la de las mujeres que entrenan con constancia. Carmen Elena suele caminar, de lunes a viernes, por las calles de la urbanización. Por lo general la acompañan dos o tres vecinas contemporáneas. Este año cumplirá cuarenta y cinco y nadie le ha visto una cana. Chinto conquistó a una belleza monumental, cosa que supo desde el primer beso. Cuando dice que piensa morir a su lado, quien lo escucha descubre que, lejos de ser una cursilería, es el anhelo lógico de un hombre por el simple hecho de ser el elegido como su compañero de vida.

—Esta mañana hablé con Luisa Elena —Chinto se pone en guardia, el tono que ella acaba de usar anuncia el último disparo del día.

—¿Sobre Isabel?

—Sí.

—¿Y qué te dijo?

—Que cómo me ponía así por un simple chicharrón.

—¿Qué es eso?

—Me pasó lo mismo que a ti, no entendía. Me dijo que así le dicen a lo que queda; la colilla de marihuana.

—¿Y la chiquita cómo sabe esas cosas? —Carmen Elena suspira, percibe que quiere decirle algo y no lo hace. Aguarda e insiste—: di lo que tengas que decir.

—Aterriza, amor, aterriza. No niegues las cosas. Tenemos que encarar el problema.

No fue un disparo, fue una metralla.

(4) Noche-Insomnio.

No siente su cuerpo, ni siquiera un leve cosquilleo en las extremidades. Está paralizado. Comienza a comprender que la muerte en vida existe. La velocidad de sus pensamientos, acelerada por las múltiples heridas al recibir la metralla de Carmen Elena, le provoca un colapso. Tras buscar soluciones al problema se da cuenta de que es un ignorante. Todo su conocimiento, su experiencia en este mundo, tanto personal como profesional, le resulta inútil. No sabe cuál es el terreno que pisa. Desconcertado, está inmóvil ante las puertas de un universo ignoto. La noche se desplaza hacia una oscuridad de espanto, aunque en el cielo las estrellas brillan, a veces cubiertas por suaves mantos de nubes y la luna, pestaña creciente, se asoma generosa, casi sonriéndole a la Tierra. No hay amenaza de lluvia, tampoco corre el viento. Carmen Elena deja de verlo y Chinto reposa sus ojos en el aire, en la nada.

Silencio.

Ella trata de sacarlo del trance, lo invita a subir. Ambos se acuestan con la tv encendida. Chinto no presta atención a lo que pasa en la pantalla. No ha dicho una palabra, pero de pronto se anima:

—Está bien, voy a hablar con Isabel, pero antes quiero saber qué piensa Luisa Elena.

El Ativan ya fulminó a Carmen Elena. La determinación que acaba de soltar, nadie la ha escuchado, su voz desfalleció en el eco de la soledad.

Todavía no es medianoche, está cansado, aunque demasiado inquieto como para conciliar el sueño. Se levanta, baja a su estudio. Tener un plan de acción, saberse dispuesto a oír a la chiquita para contar con la mayor cantidad posible de datos y después sentarse a conversar con Isabel, lo ha sacado de la parálisis y el desconcierto absoluto en el que se hundía hace apenas unas horas. Luisa Elena debe andar con sus amigos —piensa—, seguro que no tarda en volver.

Más por reflejo que por un acto deliberado, saca una libreta en la que apuntó algunos hechos que creyó relevantes, ocurridos a lo largo del año. Anotados a manera de índice, la lista era más larga que la de su memoria. Antes de leer, se recrimina que una simple conversación le produzca semejante efecto. Se molesta cuando considera que no obtendrá ningún diagnóstico especializado, ya que se trata de su hija menor. Lo único que puede sacar es la confirmación del vicio que atenta contra su hija mayor, Isabel, de quien siempre se ha sentido tan orgulloso. Su estado anímico es deplorable. Le parece que falló como padre, siente que Carmen Elena y él fracasaron.

Se concentra en la reunión que tendrá con Ian Koffler. El fin de semana, en lugar de presentarse como el par de días propicios para despejar la mente y completar los requerimientos que hará, de manera de evitar lo que más teme, se está convirtiendo en horas plagadas de angustia y mortificación. El esfuerzo que debe realizar para trascender sus problemas familiares conlleva a la inmolación de los sentimientos más puros, los que lo distinguen, cree, como un ser humano.

De la lista extrae varios hechos para anotarlos en el borrador que tiene para la reunión con Koffler. A Chinto le preocupa la evolución del caso nicaragüense. El asunto pareciera que avanza del mismo modo que se desplazan las serpientes. El 27 de junio de 1986, la Corte Internacional de Justicia sentenció a favor de la demanda presentada por Nicaragua en contra de los Estados Unidos por reiteradas violaciones al Derecho Internacional22 y, dadas sus fuentes, sabe que cinco días antes del Caracazo23, el Ministerio de Hacienda le solicitó al presidente Pérez la rectificación presupuestaria de la partida secreta del Ministerio de Relaciones Interiores, por doscientos cincuenta millones de bolívares (Bs. 250.000.000,00) que, convertidos al cambio preferencial, esto es, a razón de catorce bolívares con cincuenta céntimos por cada dólar de los Estados Unidos (Bs.14,50=$1,00), se trató de diecisiete millones doscientos cuarenta y un mil trescientos setenta y nueve dólares con treinta y un centavos ($17,241,379.31), enviados a Nicaragua con el objeto de financiar la seguridad personal de Violeta Chamorro24. De manera que cuando la Unión Nacional Opositora UNO, cuyas actividades fueron financiadas por Estados Unidos, entre otros, ganó las elecciones el 25 de febrero y su candidata, la señora Chamorro fue electa presidenta de Nicaragua, Chinto apuntó un tanto a favor, ya que el derrotado fue el Frente Sandinista de Liberación Nacional FSLN25. Pero lo hizo con reservas al enterarse casi seis meses después que, fieles a Fidel, eran miembros del recién nacido Foro de Sao Paulo26 y, si bien estaban derrotados, no se habían rendido. Ahora, cerca de concluir el año, observa los hechos y arma un trozo del rompecabezas que denomina Amenazas. Para Chinto, los mandatarios cometieron un error táctico, tal y como acostumbran los políticos. El viernes 9 de marzo se reunieron en Caracas el vicepresidente de Estados Unidos, Dan Quayle, el presidente del Gobierno Español, Felipe González y el presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez, con la finalidad de tratar la situación política de Nicaragua, con miras a la transición entre el saliente gabinete Sandinista y la presidenta electa Violeta Chamorro27. Para los grupos de izquierda radical en Latinoamérica aquello debió ser, tras los golpes que le dieron al Muro de Berlín, una bofetada en el cuerpo moribundo del socialismo. Chinto, ante la publicidad que se le dio al encuentro —para él, ese fue el error—, sabe que el enemigo de siempre debe estar en máxima alerta y, con toda seguridad, va a diseñar una estrategia que le permita obtener el oxígeno que ansía la Revolución Cubana, que ya está próxima a extinguirse por asfixia. Venezuela —piensa— cada vez luce más necesaria y apetecible para esta cuerda de parásitos revolucionarios. Mucho más que en estado de alerta, la tensión debió significar la energía potencial que alumbró la mente de Fidel para convocarlos y reunirlos en el fulano Foro de Sao Paulo, menos de tres meses después de que Carlos Andrés Pérez viajara a Washington, el miércoles 25 de abril, en visita oficial, para rendirle cuentas al presidente George H. Bush28. Se comportan como ganadores sin haber triunfado del todo, las consecuencias no tardarán en aparecer. Las variables agudizan el olfato de Chinto quien comienza a percibir el hedor de la tragedia a largo plazo. Claro que informará a Koffler y no se dejará engatusar con el cuento de que el socialismo ha muerto. ¡No, señor!

 

Oye un ruido en la puerta. Son casi las dos de la madrugada. Luisa Elena entra en la casa. Nota que ella se sorprende cuando lo encuentra despierto. Lo saluda sin darle el beso de siempre. Ni siquiera pasa al estudio. Es evidente que la distancia que aplica en sus gestos es la barrera tras la cual se oculta. Fuera de su vista, sube los escalones con lentitud.

—Necesito hablar contigo mañana.

Ante la leve indiferencia, Chinto sale a toda prisa para que le quede claro la importancia del emplazamiento.

—Es algo serio, ¿sabes?

—Muy bien, papá, ya te oí. Mañana hablamos —y se mete en su habitación.

Su aliento impregna el aire espeso del hogar, un ligero tufo a alcohol vuela hasta que brinda en las narices de Chinto, quien descubre el motivo de la premura, la razón de ser de la distancia, el beso que no le dio y que echa en falta.

II

SÁBADO, 1 DE DICIEMBRE DE 1990

A seis días de la “visita relámpago” del presidente George H. W. Bush29

(1) Despertar.

Vuelve a soñar con Carlos García. En las imágenes confusas, el lugar parece desconocido. Una casa de campo rodeada por cañaverales. Chinto nunca ha estado en ese lugar. Tanto García como su mujer, Alba, comparten con entusiasmo en la celebración. Hay poca gente, no más de siete. Ríen y hablan con el típico acento cubano. No sabe de qué hablan, tampoco por qué ríen, igual que un invitado que se presenta tarde, cuando el ambiente ya entró en calor, pero él no llegó tarde, siempre estuvo ahí, en su sueño. Alguien grita ¡fuego! Se extingue el entusiasmo, se apaga la alegría. Las llamas devoran todo a su paso. Quiere hacer algo para evitarlo. No lo hace, nadie lo hace. Lloran contemplando la devastación de los cañaverales bajo las columnas de humo. Se presenta un tipo barbudo con el uniforme sucio de guerrillero. El odio destella en su mirada. Le pega un tiro a Alba y ella cae de espaldas. Todos observan, García también. Chinto intenta desafiarlo, pero el cuerpo no le obedece. El guerrillero se acerca y remata a la mujer. Después grita: «¡Viva Fidel!». Ahora aparece Carlos García amordazado y bajo un foco de luz amarillenta. Es el mismo cuarto en su sueño repetido. Esta vez mira que García tiene los pantalones mojados. Además, ruega balbuceando sin esperanzas para que dejen en paz a su familia. Se retuerce en la silla, se queja de dolor. Sangre, mocos y lágrimas le pintan el rostro, mientras resiste la tortura.

Despierta y está solo en la cama.

El mal descanso borra de su memoria, durante los primeros minutos, el asunto pendiente con Luisa Elena, el temido vicio de Isabel. Le da por recordar el día que conoció a Koffler, ya que García fue quien los presentó. Sucedió en Coral Gables, Florida, en la casa de su padre, Roberto Calderón. El viejo decidió irse con toda su familia hasta que en Venezuela —decía— se respiraran aires de verdadera libertad. Murió en Palm Air, Florida, en noviembre de 1986, a los ochenta y cinco años. Doña Isa no sobrevivió ni un año como viuda, falleció en septiembre de 1987. Ambos se fueron de este mundo sin ver el anhelado renacimiento venezolano. Una injusticia que Chinto resiente con ferocidad.

La resaca del mal sueño lo mantiene adormecido. Se cepilla los dientes sin hacerle caso a la imagen que le devuelve el espejo.

(-1) octubre de 1959 – diciembre de 1960 – enero de 1961.

En el mes de octubre de 1959, Roberto Calderón, a un año y ocho meses de la caída de Marcos Pérez Jiménez30, se mudó a Coral Gables, Florida, con su esposa Eloísa, a quien llamaba Isa, y sus tres hijos, Jacinto Roberto, Chinto, María Eloísa y Roberto Andrés. Dada la habilidad de comerciante que tenía el viejo, prosperó en el ramo de los electrodomésticos. Entabló excelentes relaciones con algunos cubanos. Se trataba de gente que salió de la isla porque no toleraba los desmanes de Fidel o eran víctimas de su injusticia. Para el mes de abril de 1959, la Comisión Depuradora, mediante los Juicios Revolucionarios, ya había denunciado y condenado, en procedimientos sumarísimos, a casi un millar de personas, fusilando a quinientos cincuenta31. Una verdadera masacre, cuyo ropaje de “legalidad”, para Carlos García, oriundo de Camagüey, era una burla que se cagaba en el alma del mundo libre.

La afinidad surgió de inmediato por el hecho de ser latinos en territorio estadounidense. Frente a ellos, Roberto Calderón era un hombre privilegiado. Sin ser millonario, contaba con el capital suficiente para invertir. En cambio, los cubanos se vieron obligados a dejar todos sus bienes en la isla. Las primeras ventas memorables las cerró gracias a Carlos García, bilingüe con verbo prodigioso y estupendo don de convencimiento. En la Sierra Maestra luchó en la columna número 9, bajo las órdenes del comandante Huber Matos, a quien admiraba. Nueve meses y dieciocho días después del triunfo de la Revolución Cubana, el 19 de octubre de 1959, Matos envía una segunda carta de renuncia como comandante del ejército en la provincia de Camagüey, ya que Fidel Castro pretendía hundir a Cuba en el fango comunista. Acusado de sedición, Camilo Cienfuegos, por orden de Fidel, lo arresta el 21 de octubre de 1959. En la Junta de Gobierno para resolver el destino de Huber Matos, Ernesto Che Guevara y Raúl Castro votaron a favor de la ejecución, querían asesinarlo, pero Fidel se opuso: «No deseo convertirlo en mártir». Cienfuegos regresaba de Camagüey a La Habana en un Cessna 310 y desapareció. Se tomó como fecha de su muerte el 28 de octubre de 1959, aunque nunca encontraron los restos de la aeronave, ni el cuerpo de Camilo32. Un misterio muy conveniente para Castro, quien —insistía García— necesitaba neutralizarlo.

Carlos llegó a Miami el 2 de diciembre de 1959, contactó a Pedro Luis Díaz, antiguo jefe de la Fuerza Aérea cubana, quien sobrevoló La Habana el mismo día que arrestaron a Matos y lanzó volantes exigiendo la destitución de todos los comunistas en el gobierno de Cuba33. A través de Díaz, García supo que el juicio en contra de Huber Matos se inició el 11 de diciembre de 1959, condenándolo a veinte años de prisión34. Roberto Calderón comprendía que su buen amigo cubano consagrara el resto de su vida a la libertad de Cuba.

Antes del 31 de diciembre de 1960, Carlos García, tan encantador como intenso, quería que Roberto conociera a Ian Koffler y no se dio por vencido hasta que los presentó. La idea era compartir la merienda, aunque se quedaron a cenar. Chinto tenía veintitrés años cuando lo vio por primera vez, sentado en la mesa, compartiendo en familia, dominando el español con tan rico vocabulario que solo el acento lo delataba. Doña Isa los atendió con prontitud, escondiendo el nerviosismo y afanándose en los detalles, improvisando hasta el postre, sin olvidar el cafecito de rigor, según las costumbres venezolanas. Ya sus hermanos se habían retirado a sus habitaciones cuando Ian Koffler le dirigió la palabra:

—Tu padre me dijo que eres economista.

—Así es.

—¿Y qué piensas hacer?

—Por ahora lo ayudo en su negocio. Estoy considerando varias opciones para realizar un postgrado, necesito una beca, tal vez un financiamiento.

—Magnífico. Siempre hace falta gente que entienda lo indispensable, ¿no es cierto? Dime, ¿crees que la forma como te enseñaron la economía está bien o cambiarías algo para explicarla mejor?

Chinto dudó y se aventuró a contestar:

—Ya que la economía es la ciencia que ayuda al hombre a utilizar los recursos escasos para producir bienes que satisfacen sus necesidades35, toda universidad debería, por motivos docentes, eliminar el cero en los cálculos económicos, dejándolo únicamente para las operaciones de pura contabilidad.

—¿Por qué?

—En economía nada es igual a cero, y eso es algo que no entienden los socialistas.

A Ian Koffler le gustó, quedó impactado con la respuesta, sin duda llamó su atención. Chinto se retiró un poco inseguro. Esa noche le costó conciliar el sueño. Por la mañana su padre y él desayunaron a solas y la severidad habitual se vio quebrantada. La voz de don Roberto expresaba el orgullo que sentía por su hijo, el primogénito:

—El señor Koffler me dijo que puede ayudar para que hagas el postgrado.

En la madrugada del 2 de enero de 1961, se marchó con Ian Koffler a bordo de un Porsche 356 descapotable azul, modelo 58. Aunque el cuartel general ubicado en Langley, Virginia, estuvo en construcción hasta el mes de marzo, la CIA ya los esperaba. Nunca más volvió a dormir bajo el mismo techo que sus padres.

(2) Desayuno.

Mientras se pone la bata beige se acuerda del asunto pendiente con Luisa Elena, el temido vicio de Isabel. Incómodo, reconoce que no sabe cómo abordar a la chiquita para que le explique lo que para él es inconcebible. La frontera entre la figura de autoridad y la calidez de la confianza es tan difusa en este caso que comienza a arrepentirse por haberla emplazado. En realidad, no desea saber, quiere sentir que no hay nada que temer, escuchar una frase mágica, daría lo que fuera por oírla decir que eso no está pasando.

Baja y encuentra a Carmen Elena en la cocina. Es muy raro que él no sea el primero en salir de la cama. Se saludan por mera cortesía. Ella le sirve un café.

—El periódico está en tu escritorio —le dice.

—Anoche te dije que hoy voy a hablar con Luisa Elena y mañana, cuando vuelva Isabel, hablaremos los dos con ella, pero ya te habías quedado dormida —así eleva una queja encubierta por su consumo de Ativan.

—Preferiría que hablaras tú solo con ella —se hace la tonta con respecto al Ativan.

—Está bien, como quieras —declina, retrocede ante una nueva discusión, por inútil.

—¿Quieres una arepa? —En la pregunta Chinto percibe el tono que ella emplea cuando se sabe ganadora.

(-2) marzo de 1960 – julio de 1960 – abril de 1961 – diciembre de 1962.

Carlos García tuvo esperanzas. Sus compatriotas en Florida también. El 17 de marzo de 1960 el presidente Eisenhower giró instrucciones a la CIA para que organizara un grupo de guerrilleros compuesto por exiliados cubanos. El objetivo era derrocar a Fidel Castro36. La coordinación de las acciones, mediante una labor de inteligencia para identificar a los anticastristas fiables, se llevó a cabo siguiendo un procedimiento de la Agencia que implicaba tres niveles jerárquicos. En el segundo estaba Ian Koffler y por eso solía ir a Coral Gables en aquella época. Como Richard Bissell37, tras estudiar historia en la Universidad de Yale, hizo un postgrado en la London School of Economics y regresó a Yale para obtener un Ph.D. en economía, el hecho de que Chinto fuera economista representaba un elemento muy favorable, dado el ambiente que se respiraba en aquel momento entre los oficiales de la CIA directamente implicados en la operación Bay of Pigs (Bahía de Cochinos). La urgencia en los reclutamientos era distinta por la premura de los lapsos. Su inclusión en el grupo SUPRPRESS, External Unit: Secret Support and Research Specialized (Unidad Externa: Grupo Secreto de Apoyo e Investigación Especializada) sin quebrantar los mínimos procedimientos requeridos, demostró que la velocidad de los trámites evaluativos y los resultados destacables se debieron, en gran medida, a los talentos de Chinto. Siguiendo el plan de Richard Bissell, era imperioso entrenar a los combatientes para que realizaran ataques rápidos y por sorpresa. Tomado el control de una ciudad distante de La Habana, tras la invasión de la isla, debían avanzar con la táctica conocida como guerra de guerrillas. En julio de 1960, Roberto Calderón colaboró financiando a dos exiliados cubanos, amigos de Carlos García y a los que nunca conoció en persona. Koffler y García le informaron que, gracias a su ayuda, los dos cubanos lograron participar en el traslado de un grupo de radio operadores al aeropuerto de Opa-locka y de ahí a la finca Helvetia en Guatemala38. Roberto se mostraba generoso ante cualquier solicitud y para mantenerlo interesado, Ian le ordenó a Carlos que lo mantuviera al tanto de la evolución estratégica. Le comunicaron que al finalizar la construcción de la base TRAX39, en las inmediaciones montañosas de la finca Helvetia, llegó el coronel Napoleón Valeriano, experto en lucha guerrillera y comandante del escuadrón Nenita, fuerza élite que derrotó al Hukbalahap, mejor conocido como “Huks”, el brazo armado del Partido Comunista de Filipinas40. Previa autorización de Ian Koffler, Carlos García le pidió a Roberto Calderón que le pagara el viaje hasta Guatemala. Quería unirse a la Brigada 250641. Por decisión del presidente John Fitzgerald Kennedy, compartida por su Secretario de Estado Dean Rusk, dada la inquietud que les producía no poder ocultar la colaboración y el liderazgo en las acciones por parte de los Estados Unidos, el plan originario de Richard Bissell se modificó en el último momento42. Además de regalarle una victoria inmerecida a Fidel Castro, la invasión arrojó más de un centenar de muertos, mil ciento ochenta y nueve capturados, juzgados y condenados a prisión.

 

La fecha del primer ataque fue el 15 de abril de 1961 y nada pudo evitar que, antes del mediodía, el embajador cubano Raúl Roa acusara en la ONU la participación de Estados Unidos. Lo que tanto temía Kennedy salió a la luz pública sin demoras. Los cambios sugeridos en el plan anterior transformaron la invasión en una chapuza mortal. El 18 de abril de 1961, Richard Bissell y el Almirante Arleigh Burke, responsable de las maniobras navales, reunidos con el presidente Kennedy, dijeron «nosotros llevamos a esos cubanos y nosotros tenemos que sacarlos de allí»43. Intermediarios diplomáticos consiguieron liberarlos a cambio de tractores, medicinas y alimentos por la suma total de cincuenta y tres millones de dólares. Un año y ocho meses después, el 29 de diciembre de 1962, llegaron a Miami los sobrevivientes de la Brigada 250644. Esfuerzos inútiles para Carlos García. Ian Koffler le dijo a Roberto Calderón que su amigo no soportó las torturas en las mazmorras cubanas. Nunca más se supo de él. Su esposa Alba, a quien solo vieron en una foto que García llevaba en su billetera, no pudo salir de la isla. Se convirtió en un fantasma activo, un espectro desconocido que visita a Chinto de manera recurrente, durante noches agitadas, en el horror de una pesadilla sin fin.

(3) Mediodía.

Está en su estudio ojeando el periódico cuando oye que Luisa Elena baja las escaleras. Despertó casi al mediodía. El cielo comienza a perder el azul imperante hasta el momento. Las nubes ganan espacio. Primero están las blancas y espesas, detrás, en el horizonte, todo es gris oscuro. La humedad aumenta y recarga el ambiente. Debido al valle caraqueño, el calor se instala, apretado, creando una especie de burbuja. Escucha que ella está en la cocina y decide ir a su encuentro.

—Hola, papá —lo saluda apenas lo ve y se acerca para darle el beso de siempre.

—¿Vas a desayunar? —es su manera de reclamar, tanto la hora, como el estado en el que llegó anoche.

—No, solo un cafecito —intenta evadir, pero sin otra opción, prefiere ir al grano—¿Hablamos de Isabel y salimos de eso de una vez?

—Está bien —a Chinto le sienta mal su tono despreocupado. Para él es un tema delicado y de mucha gravedad.

—Bueno, imagino que se trata del chicharrón que mamá encontró en la cartera de Isabel, ¿no es así? —busca un paquetico de galletas María para acompañar el café.

—Exactamente.

—Papá, si te sirve, aunque creo que no, eso no es para morirse. Todos lo hacen.

—¿Cómo que todos lo hacen?, ¿tú también?

—Cálmate, así no vamos a poder hablar —regresa el tono dulce y cariñoso que la caracteriza.

—Pero ¿cómo quieres que me ponga? Ahora resulta que mis hijas son un par de drogadictas.

—Un momento, cuida tus palabras, por favor. Drogadictas nada, estamos hablando de un simple chicharrón.

—¿Y acaso la marihuana no es una droga?

—Sí, pero el alcohol también.

—Ya entiendo —con ironía—, como todos beben y fuman, entonces mis hijas también y como todos lo hacen, nadie es borracho ni drogadicto. Ahora comprendo —prolongando la ironía—, tu lógica me encanta.

—Papá, en serio, tienes que relajarte, así no vamos a llegar a nada, de hecho, creo que si lo que quieres es descargar tu rabia mejor esperas a que Isabel regrese, total, el chicharrón era de ella, no mío.

Aparece Carmen Elena quien, atenta a lo lejos, escuchaba la conversación fuera de la cocina.

—Amor, tranquilízate, ¿quieres?

—No quiero, no tengo por qué estar tranquilo. Lo que acabo de oír no es nada tranquilizador, ¿me explico?

—Bueno, ¿y entonces qué vas a hacer?, ¿no querías hablar con Luisa Elena?, al menos deja que ella te diga lo que tenga que decirte, ¿no te parece?

—Lo que no me cabe en la cabeza es esa actitud, es decir, mis dos hijas están fumando droga y ahora resulta que yo me lo tengo que tomar con calma, relajado.

—Papá, estás exagerando.

—¿Exagerando dices?

—Sí, claro que sí. Las cosas no son como las pintas. No hay ninguna desgracia, nadie se está muriendo por eso. Además, yo no estoy fumando droga.

—¿Y eso no es lo que acabas de decirme?

—No, para nada. Yo solamente la probé y no me gustó.

Chinto clava la vista en Carmen Elena, le dice con los ojos que no piensa soportar que sus hijas lo vean como un bobalicón. Ella tuerce la mirada y suspira.

—¡Qué difícil eres! —con esta expresión su esposa lo desautoriza.

—Vamos a ver —Chinto respira profundo—, Luisa Elena, ¿podrías decirme cómo fue que la probaste y por qué no te gustó?

—Un día, al salir de la universidad, me fui con un grupo a tomarnos unas birras.

—Unas cervezas, ¿no?

—Sí, unas cervezas.

La interrumpe de nuevo:

—¿Un día de semana, antes del almuerzo?

—No recuerdo bien, quizás era un viernes.

—¿Antes del almuerzo? —insiste.

Carmen Elena desea que no siga con el interrogatorio.