La venganza de un duque

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Al lado de la puerta, Nolan pegó la oreja a la madera a ver si era capaz de escuchar algo, pero dentro parecía estar todo muy silencioso y tranquilo. Sigilosamente, abrió un poco la puerta para saber qué era lo que estaba haciendo Gina. Y la vio, por unos instantes, pensó que el corazón le iba a dejar de latir, ella estaba de pie en la bañera y de espaldas a él, mientras se secaba el pelo con una toalla, y a través del espejo, Nolan vio el reflejo de sus turgentes pechos, y la boca se le secó, y aunque tenía ganas de seguir descubriendo el cuerpo de Gina, se dijo que no podía arriesgarse porque ella lo podría descubrir, o la doncella que la atendía podía aparecer en cualquier momento, y entonces él quedaría como un pervertido por espiar a una mujer cuando se estaba bañando.

Muy despacio, cerró la puerta, se aseguró de que no había nadie en el pasillo, y se dirigió a su dormitorio para bañarse. Cuando entró en sus aposentos, vio que todavía Torrance estaba escogiendo ropa limpia en el armario, y dos lacayos llenaban la bañera con cubos de agua caliente. Minutos después, el ayuda de cámara le ayudaba a quitarse la ropa. Nolan se sumergió en la bañera de agua caliente, y dio orden al sirviente de que lo dejara a solas. Torrance asintió, hizo una reverencia y dejó a solas a su patrón.

Fue entonces cuando Nolan se dejó llevar por sus pensamientos, y se dio el lujo de volver a recrear en su mente el cuerpo desnudo de Gina, y tuvo que reconocer que esa mujer era perfecta. Y ahora que la había visto desnuda, todavía la deseaba más y soñaba con hacerle el amor lenta y apasionadamente. Porque por mucho que ella insistía en que nunca se iba a acostar con él, estaba seguro de que muy pronto Gina bajaría la guardia.

El agua de la bañera comenzó a enfriarse, y Nolan llamó a Torrance para que le pasara una toalla para secarse; luego, se visitó con ropa limpia. Poco después, entró Graves y le preguntó a Nolan si le servían algo de cena, él respondió que no tenía hambre, y le ordenó que fuera a los aposentos de Gina a preguntarle si quería tomar algo antes de acostarse.

Como estaba agotado, Nolan se acostó en la cama después de despedir a Torrance para que lo dejara a solas. Apagó la luz de la vela, y la estancia quedó en penumbra. Pero, durante largo rato, no fue capaz de cerrar los ojos, y diciéndose que debía haber obligado a Gina a compartir su cama desde ya. Pero Nolan había querido que ella se fuera adaptando al ambiente de la mansión, y comprobar con sus propios ojos los beneficios que obtendría al convertirse en su amante. Ella le había asegurado que no le importaban las cosas materiales, pero Nolan sabía perfectamente que mentía, porque en el pasado lo había despreciado por ser un simple secretario.

Dio varias vueltas en la cama, porque la imagen de Gina desnuda no dejaba de atormentarlo. Esa mujer se estaba convirtiendo en una obsesión para él, y eso podía hacerle perder la cabeza y flaquear en sus planes, y Nolan tenía muy claro que no podía desviarse de su cometido, porque si no, el lastimado sería él, y desde luego, no iba a permitir que una mujer que se había burlado de él en el pasado, saliera indemne.

Por fin, el cansancio lo fue venciendo. Nolan cerró los ojos y cayó en la oscuridad de un profundo sueño, mientras el cuerpo se le relajaba y disfrutaba de tan merecido descanso.

Gina se había bañado y cambiado de ropa, cuando llamaron a la puerta y una doncella entró en la habitación.

—Buenas noches, señorita. Soy Shelby y su excelencia me ha ordenado que la atienda en todo lo que usted necesite, y que se sienta lo más cómoda posible.

—Hola, Shelby, yo soy Gina St. James. Te agradezco tus buenas intenciones, pero te aseguro que me las puedo arreglar perfectamente sola.

—Lo siento, pero son órdenes directas del duque, y no puedo desobedecer una orden directa de su excelencia.

La conversación quedó interrumpida porque llamaron a la puerta, la doncella abrió, y dos de los lacayos cargaban con un camastro. Shelby abrió del todo la puerta y se hizo a un lado para que los sirvientes entraran.

—¿Qué significa esto? —preguntó Gina.

La doncella les indicó a sus compañeros dónde podían dejar el camastro, y poco después, volvieron a quedar solas.

—Su excelencia me ha pedido que me quede con usted en este dormitorio.

—¿Por qué? —siguió preguntando Gina, pero tenía sus sospechas de por qué ese canalla había pedido a la sirvienta que se quedara con ella.

—Para que usted no se sienta tan sola en esta habitación tan grande. Y por si se le ofrece algo de noche, no conoce la mansión y se puede perder.

A Gina no le quedó más remedio que resignarse, porque su última oportunidad de escapar de Graystone se le había escapado de las manos. Con la doncella en los aposentos, le iba a ser imposible escapar en medio de la noche, y mentalmente maldijo a ese hombre, porque parecía tener un sexto sentido para saber lo que ella pretendía, y siempre iba un paso delante de ella, y lo estaba empezando a odiar con todas sus fuerzas. Porque un hombre que secuestraba a una mujer para obligarla a ser su amante, no era un hombre de verdad, era un demonio.

Pero se obligó a sacar esos pensamientos de la mente, porque no podía pagar su frustración con la pobre doncella, Shelby solo cumplía las órdenes de su patrón.

—Shelby, quisiera tomarme un té, ¿sería posible? —preguntó Gina, amablemente.

—Por supuesto, señorita. Avisaré a Graves para que se lo sirva. —La mujer se acercó al cordón para llamar al mayordomo. Poco después, el sirviente llamó suavemente a la puerta y entró en el dormitorio.

—¿Se le ofrece algo, señorita?

—Sí, ¿podrías subirme un té?

—Enseguida, señorita. Aunque su excelencia me ha pedido que le pregunte si desea cenar algo.

—No, gracias. con el té será suficiente.

El sirviente salió de la estancia, y bajó a la cocina a preparar el té que Gina había pedido. Mientras, Shelby hacía su cama. La doncella estaba colocando la colcha, cuando Graves entró en la estancia con una bandeja entre las manos, en la que había una humeante taza de té, y un plato con galletas.

El mayordomo se acercó a la mesilla de noche, y dejó la bandeja sobre el mueble, y salió del dormitorio dejándolas solas. Gina se acercó a la cama, se sentó en el borde, cogió la taza de té de la bandeja, se lo fue bebiendo en lentos sorbos y notando que el cuerpo se le relajaba.

Diez minutos después, y tras mucho insistir, la doncella ayudó a Gina a desvestirse y a ponerse el camisón, también le cepilló el pelo. Luego, ambas mujeres se acostaron en sus respectivas camas y Gina apagó la luz de la vela.

Intentó cerrar los ojos y dormir, habían sido muchas horas de viaje y se encontraba exhausta, pero no conseguía que el sueño la venciera. Gina reconocía que estaba asustada, aunque lo intentaba disimular y ser fuerte, era todo lo contrario. Y tenía que idear pronto un plan para poder deshacerse del duque antes de que arruinara su buena reputación.

Ella había esperado poder escapar esa noche en cuanto todo el mundo estuviera durmiendo, pero Graystone se le había adelantado a la jugada: le había puesto una doncella para que la vigilara, y su plan había fracasado estrepitosamente, antes de ponerlo en marcha.

Se dio la vuelta en la cama, y miró a Shelby, esta parecía dormir, pero Gina no podía fiarse, porque bien podría ser una artimaña para engañarla, y si intentaba algo, enseguida avisaría a su patrón de que ella había intentado huir, y entonces las cosas le iban a ir mucho peor.

Volvió a dar varias vueltas más, pero no lograba conciliar el sueño. Fue bien entrada la madrugada cuando finalmente el cansancio la venció. Esa noche, Gina tuvo un perturbador sueño con Graystone. Soñó que él la volvía a besar, y ella no se resistió, al contrario, lo abrazó más fuerte para que no se separara de ella, mientras en el estómago sentía revolotear cientos de mariposas. El duque profundizó el beso, y con la punta de la lengua, incitó a Gina a que abriera la boca para poder explorarla, mientras sus lenguas se unían en una excitante danza y en la que las emociones de Gina la hacían sentirse viva, y a punto de perder la razón. Porque no entendía que un desconocido le hiciera sentir todo lo que estaba sintiendo solamente con un beso, pues nunca antes la habían besado de esa forma.

Gina se acurrucó en la cama, con una sonrisa en los labios, mientras seguía perdida en las profundidades de ese sueño tan delicioso y del que no querría despertarse jamás. Mientras, en el interior de la mansión y en la calle, reinaban la paz y la tranquilidad en el transcurso de la noche.

Mientras, Gina seguía con el sueño más dulce que había tenido en toda su vida, porque ahora se daba cuenta de lo mucho que se sentía atraída por Graystone, pero eso era lo que menos le importaba, lo único que quería era sentirse abrazada entre los fuertes brazos del duque, perdida en sus besos y en el sabor a miel de su boca, y besos a los que Gina se estaba haciendo adicta.

7

Casi una semana más tarde, en St. James House, Jerome estaba sentado a lomos de su caballo mirando distraído el horizonte, después de leer la carta que su madre le había enviado, todavía le costaba creer que su madre y su prima les hubieran mentido a todos, y que nunca había habido una tía anciana enferma, sino que se habían visto obligadas a huir por culpa de Graystone, y que además, existía la posibilidad que ese maldito la hubiera secuestrado.

Jerome estaba tan ensimismado en sus pensamientos, que no oyó que un jinete se acercaba a él, se trataba de Xavier, su hermano pequeño.

—Jerome, ¿te pasa algo? —Pero su hermano no le escuchaba—. Jerome, soy yo, Xavier.

 

Su hermano giró la cabeza y por fin lo miró, sorprendido de que no hubiera oído llegar a su hermano, mientras su mente seguía dando vueltas como un torbellino.

—Te veo muy preocupado, Jerome.

—Y lo estoy. Esta mañana he recibido una carta de mamá.

—¡Qué buena noticia! —exclamó su hermano, alegre.

—No, Xavier, no son buenas noticias.

—Me estás alarmando, ¿qué sucede?

—Mamá y Gina nos han mentido. No se fueron de Londres porque había una tía anciana a la que cuidar, se fueron huyendo de Graystone. Estaban escondidas en Éxeter...

—Sí, eso ya lo sabíamos, recuerda que ya hemos recibido una carta de Gina que nos decía dónde estaban —lo interrumpió Xavier.

—Estaban escondidas en casa de unos condes, donde consiguieron emplearse. Gina ha desaparecido y mamá tiene la seguridad de que Graystone la secuestró.

Xavier, que no daba crédito a las palabras de su hermano, notó cómo la rabia lo invadía por dentro.

—¡Ese desgraciado sigue haciendo de las suyas!

Jerome asintió, y continuó con el relato:

—Pero eso no es todo. Mamá ha intentado regresar a Londres, pero la condesa no se lo ha permitido.

—¡Maldita sea! ¡Debían haber confiado en nosotros para poder ayudarlas! —siguió diciendo Xavier.

—Llevas razón, pero ahora que ya sabemos la verdad, debemos actuar con premura, antes de que ese hombre le haga un daño irreparable a Gina.

Xavier se quedó unos minutos pensativo, y luego preguntó:

—Jerome, ¿y cómo se lo vamos a decir a Willow? Al pobre hombre no le podemos decir nada de lo que está pasando, sería un disgusto muy grande para él si se llega a enterar de todo.

—Es cierto. Y no le vamos a contar nada, nosotros dos nos valemos para dar caza a Graystone y rescatar a Gina de sus garras. Y no tenemos tiempo que perder. —Azuzó al caballo y lo puso a galope, y Xavier hizo lo mismo con su montura y siguió a su hermano.

Ya de vuelta en la casa, Vernon les comunicó que Willow había salido a jugar una partida de cartas. Los dos asintieron, dieron la orden al sirviente de que les sirviera una taza de café bien cargado en la biblioteca. Así podrían hablar con total libertad sin miedo a que el padre de Gina averiguara lo que estaba pasando con su hija. Y, por supuesto, tendrían que hallar la forma para que su madre regresara a casa, de ninguna manera podían permitir que siguiera siendo una sirvienta.

Minutos después, Vernon entró en la estancia portando una bandeja entre las manos con las dos tazas de café. Tanto Xavier como Jerome permanecieron en silencio, mientras el sirviente dejaba la bandeja sobre el escritorio. Ambos hermanos confiaban plenamente en el mayordomo y sabían que era una persona de fiar, pero si hablaban de lo sucedido delante de él, temían que al hombre se le fuera a escapar algo delante de Willow.

Sabían que les iba a resultar muy complicado, porque no tenían pista alguna que seguir. La información que daba su madre en la misiva no arrojaba luz sobre el paradero de su prima. Pero estaban decididos a todo, y ardían en deseos por darle un escarmiento al duque de tener la osadía de llevarse a Gina, porque sabían perfectamente cuáles eran las pretensiones con respecto a su prima, y tenían que actuar deprisa y antes de que fuera demasiado tarde.

Mientras, en la mansión Graystone, Gina ya llevaba casi una semana en la casa del duque, y ya empezaba a estar harta de estar vigilada las veinticuatro horas del día por Shelby, y tampoco se le permitía deambular por la casa, ni por los jardines, estaba recluida en esa habitación y empezaba a sentirse muy agobiada. Aunque la doncella abría las ventanas de par en par para que el aire entrara en la estancia, a Gina no le servía de nada, porque ella necesitaba salir a la calle a tomar el aire y pasear para estirar las piernas.

Shelby le había subido más de una docena de novelas de la biblioteca para que estuviera distraída, pero ninguno de los libros captaba su atención. Su mente no dejaba de pensar en Graystone, y que en cualquier momento él entraría en sus aposentos para exigirle que compartiera su cama, y ella estaba asustada, porque nunca antes había llegado tan lejos con un hombre; algunos la besaron en el pasado, pero Gina seguía siendo virgen por convicción, pues ella quería compartir esa intimidad con el hombre del que se enamorara y fuera su esposo, ella no valía para ser la amante de ningún hombre. Por unos instantes, pensó en la posibilidad de aceptar acostarse con Graystone, de esa forma, él se daría cuenta de su inexperiencia y la echaría de su lado porque ella no era una buena amante.

Pero se dijo que no podía hacerlo, porque ella iba a ser la más perjudicada en todo ese asunto. En cuanto se empezara a rumorear que Gina St. James vivía con el duque, su reputación quedaría por los suelos, aunque no hubiera pasado nada reprochable entre ellos.

También seguía preocupada por su tía Holly, porque no sabía si ella estaría de regreso en St. James House. Lo que más mortificaba a Gina, era cómo se iba a tomar su padre la noticia de que ella estaba en la mansión Graystone, porque no quería añadir un disgusto más a su padre. Pero, de momento, no le quedaba más remedio que permanecer en esa casa, hasta que se le ocurriera un plan para poder huir y regresar a su casa. Y decidió que no tenía otra opción que engañar a Graystone y hacerle creer que con el paso de los días se había convertido en una mujer sumisa y apocada, y entonces, cuando él menos se lo esperara, le demostraría quién era de verdad y que con ella no se jugaba. Pero hasta entonces, no le quedaba más remedio que guardar las apariencias.

Shelby interrumpió sus pensamientos, al entrar en la estancia con una taza de té para Gina. La doncella se acercó a la butaca que había al lado de la ventana, donde Gina permanecía sentada observando el paisaje por la ventana. Shelby le pasó la taza con la infusión, y la joven le dio las gracias, dio un lento sorbo a la bebida, mientras la sirvienta se sentaba a su lado en otra de las butacas. Y la joven reconoció que la doncella no era mala persona, y que siempre la trataba con mucho respeto, pero cumplía las órdenes de su patrón.

Pero lo que seguía turbando a Gina era que el duque invadía cada noche sus sueños, y ella se despertaba en mitad de la noche respirando entrecortadamente y envuelta en sudor. Y no dejaba de decirse qué era lo que estaba haciendo ese hombre para tenerla embrujada de esa forma, y que no podía sentirse atraída por él.

Ese día, Nolan había decidido ir a comer al White`s para distraerse y dejar de pensar en Gina. Porque en su mente seguía viendo las imágenes de Gina en la bañera desnuda. Y si no dejaba de pensar en ella acabaría volviéndose loco, porque nunca antes había deseado a una mujer como deseaba a Gina. Y aunque ella permaneciera enclaustrada en el ala de huéspedes, cuando él estaba en casa, notaba el perfume de Gina en cada estancia, y por eso permanecía fuera de la mansión todo el tiempo que le era posible. Y seguro de que esa obsesión se acabaría en cuanto la tuviera en su cama e hicieran el amor, solo así podría apagar el deseo que día a día crecía dentro de él quemándole las entrañas.

Después de comer, se unió a una partida de póquer que habían organizado varios de los caballeros que se encontraban en el afamado club. Pero esa vez, Nolan no tuvo suerte, y perdió una buena cantidad de dinero apostando, porque era incapaz de concentrarse en el juego. Y empezaba a estar harto de que Gina estuviera metida a todas horas dentro de su cabeza.

Tras disculparse con los otros hombres, se levantó de la mesa y salió del club. En la calle, sacó del bolsillo la leontina de oro del reloj para mirar qué hora era, vio que iban a dar las cuatro de la tarde, y se dijo que era muy temprano para regresar a casa; después, guardó el reloj y se puso a caminar hacia donde se encontraba aparcado su carruaje. Mientras avanzaba, una idea cruzó su mente, todavía era muy temprano, pero el recorrido era largo y llegaría justo a tiempo para la hora de apertura.

El lacayo que los había acompañado, bajó del pescante para abrirle la puerta a Nolan. Antes de subir, dio la orden al cochero para que lo llevara al Divine`s, un club masculino que había a las afueras de la ciudad en el cual las mujeres bailaban para entretener a los clientes, e incluso tenía varias habitaciones en la planta superior donde las chicas ofrecían sus servicios a los hombre que quisieran tener sexo.

Esa noche, entraría en el club a tomarse una copa, solicitaría los servicios de la mujer más hermosa del club, y disfrutaría de una ardiente noche de buen sexo. Aunque Nolan nunca había acudido a ese sitio, de oídas sabía que las mujeres que trabajaban en ese local eran ardientes y muy fogosas, justo lo que él necesitaba para olvidarse de Gina.

El carruaje avanzaba lo más rápido que podía por la ciudad, mientras el sol ya comenzaba a ocultarse en el horizonte, y la luz del día se iba apagando para dar paso a la oscuridad de la noche. Nolan observaba el paisaje por la ventanilla, pero sin ver nada, solo pensaba que lo que planeaba hacer esa noche le sirviera de verdad para algo, y que su estrategia saliera como él esperaba.

Para cuando llegaron al Divine`s, ya iban a ser las nueve de la noche. Se habían retrasado bastante porque él insistió en parar en una tienda de caballeros para comprarse un atuendo adecuado para la noche, ya que todavía llevaba puesta la ropa de día. Después de cambiarse en uno de los probadores que tenía el establecimiento, y tras comprobar en el espejo que le mostraba el sastre que estaba impecable, salió de la tienda y emprendieron la marcha hacia las afueras de la ciudad.

Nolan bajó del carruaje y caminó hasta la entrada del club, donde un portero lo saludó para que entrara en el interior. Lo primero que le llamó la atención a Nolan fue que el local estaba decorado en color rosa y violeta muy llamativo. Una chica vestida con un minúsculo vestido que enseñaba parte de sus generosos pechos y sus largas piernas, se acercó a él para acompañarlo a una de las mesas, donde había cómodos asientos para que los clientes estuvieran a gusto y no tuvieran prisa en marcharse.

Él tomó asiento donde la camarera le indicó, y pidió un whisky doble. Mientras la chica iba a por la bebida, Nolan aprovechó para observar el ambiente, todavía era temprano, pero ya empezaba a congregarse una gran cantidad de caballeros.

Cuando la camarera regresó, Nolan preguntó directamente por la madame, porque sabía que esos lugares eran regentados por mujeres. Ella le respondió que esperara; al cabo de unos minutos, regresó acompañada por una rubia atractiva de unos cincuenta años.

—Buenas noches, caballero. Tina ha dicho que desea hablar conmigo. —Al mismo tiempo, hizo una señal a la empleada para que los dejara a solas.

—Así es, madame. Quiero solicitar los servicios de la mujer más hermosa que tenga en el local, le aseguro que por el dinero no tendrá problemas, pagaré muy bien por sus servicios.

—Estupendo, enseguida le mandaré a Connie para que lo entretenga, y cuando guste podrán pasar al piso de arriba.

Nolan asintió, y la dueña lo dejó a solas unos minutos; poco después, se sentaba a su lado una hermosa joven, morena de pelo largo, piel cetrina y unos enormes ojos de color marrón, luciendo un vestido tan provocativo como el de su compañera.

—Buenas noches, guapo, me han dicho que esta noche tienes ganas de compañía. —Luego, cogió el vaso de whisky de Nolan y dio un trago, y con la otra mano le acariciaba la pierna.

—Así es, preciosa. Y será todo un placer compartir esta noche contigo. —Ella soltó una suave risilla, que a Nolan le sonó a música celestial.

—Ya verás qué bien nos lo vamos a pasar.

—Eso es precisamente lo que quiero hacer.

—Entonces, subamos ya, no hay necesidad de esperar. —Cogió con suavidad la mano de Nolan, se levantó, y lo instó a que hiciera lo mismo. Ella se abrazó a él y juntos subieron a la planta superior del establecimiento.

Cuando llegaron al pasillo, Nolan vio que la decoración era muy diferente, de un color rojo muy llamativo. Recorrieron el pasillo hasta llegar a la habitación que iban a ocupar esa noche. Entraron en la habitación, donde había una cama enorme cubierta por una colcha roja, dos alfombras del mismo color, cortinas también rojas y en la pared había colgados varios cuadros eróticos.

Connie no perdió el tiempo, en cuanto cerraron la puerta, besó a Nolan y después lo empujó hacia la cama: él cayó en el colchón de espaldas y la chica se sentó a horcajadas sobre él. Comenzó por sacarle la chaqueta del traje, siguió con la camisa, y al final, con el pantalón.

 

Después, empezó a desnudarse ella, luego, se tumbó al lado de Nolan, al tiempo que llevaba una de las manos al miembro viril para excitarlo. Connie se disponía a dejarlo completamente desnudo, y fue en ese momento, cuando Nolan se dio cuenta de que no podía continuar con lo que estaba haciendo, ya que él no era de ese tipo de hombres, y sujetó la mano de ella para que no continuara.

—¿Qué te pasa? —preguntó ella, desconcertada.

—Lo siento mucho, pero he cambiado de opinión, no quiero continuar con esto.

—¡Estás loco o qué te pasa! Los hombres que vienen al local saben perfectamente a lo que vienen. Le has prometido una buena suma de dinero a la madame por mis servicios.

—Y te prometo que pagaré lo prometido y como si hubiera disfrutado de tus servicios. Ahora quiero estar solo.

—Como quieras —respondió Connie con desdén, recogió su ropa y salió de la habitación dando un portazo.

Ya a solas, Nolan se sentó de nuevo en la cama y suspiró profundamente, debía estar completamente loco cuando había tomado la decisión de ir a ese local. Pero, afortunadamente, había recobrado la sensatez justo a tiempo, porque si se hubiera acostado con esa fulana, no tendría cara para mirar de nuevo a Gina. Y entonces, se dio cuenta de que todavía amaba a Gina y que muy en el fondo de su corazón nunca lo había olvidado. Y se dijo que se estaba adentrando en terreno peligroso, porque si se dejaba llevar por el corazón, no lograría la tan ansiada venganza que tanto había planeado.

Después de vestirse, salió de la habitación y bajó a la planta inferior, llamó a un apartado privado a la madame y pagó la cantidad acordada junto con la consumición. Y después salió lo más rápido posible de ese establecimiento, quería olvidar cuanto antes esa estúpida noche. Pocos minutos más tarde, entraba en el interior del carruaje, este se puso en marcha de regreso a Londres.

Pero en el interior del local, alguien que se encontraba dentro, lo había reconocido, y no era otro que Jeremy. Una pérfida sonrisa apareció en su rostro al ver bajar de las habitaciones, nada más y nada menos, que a Graystone. Y se dijo que era el momento oportuno para seguirlo y averiguar dónde vivía el duque y así poder encontrar de una vez a Gina.

Como estaba acompañado por una de las chicas, dejó un buen fajo de billetes sobre la mesa y salió corriendo para no perder la pista a Graystone. Y estuvo de suerte, porque cuando salió a la calle vio que él todavía estaba subiendo al carruaje. Jeremy se dirigió al suyo, y antes de subir le pidió al cochero que siguiera al carruaje que tenía delante. Entonces, el carruaje de Nolan se puso en marcha, y el de Jeremy hizo lo mismo.

Por fin iba a descubrir el paradero de Gina y podría arrebatársela al duque para que pudiera ser suya. Porque cada día que pasaba, el deseo que sentía por esa mujer crecía y ya no lo podía controlar, y si hacía falta que se casara con ella para tenerla, lo haría, ya que para él no supondría un sacrificio, al contrario, cuando fuera su esposa, ella debía cumplir con sus obligaciones maritales para darle un heredero. Jeremy curvó los labios en una sonrisa, imaginando a Gina en su cama, y sabiendo que muy pronto sus sueños se harían realidad.

Y desde luego, Graystone se llevaría su merecido por haber puesto los ojos en la misma mujer que él, y se lamentó por no haber logrado nada con ella mientras estuvo trabajando en la mansión, y se dijo que ahora las cosas iban a ser diferentes y no iba a permitir que se le escapara una segunda vez, eso lo tenía más claro que el agua.

Gina se encontraba en sus aposentos, muy intranquila, y no tenía ni idea de por qué se sentía tan mal. A cada segundo que pasaba, no dejaba de mirar el reloj que había sobre la repisa de la chimenea, y su angustia iba a más. Ya pasaban de las dos y media de la madrugada, y en todo el día no se había sabido nada de Graystone, y ella empezaba a sospechar que algo malo le hubiera pasado, y el corazón se le encogía de miedo dentro del pecho, y diciéndose que no podía estar preocupada por un canalla como él, pero no le quedó más remedio que reconocer que lo estaba, y mucho.

Shelby ya estaba acostada en su camastro, mientras ella no dejaba de dar vueltas de un lado a otro de la estancia, y pensando que, si no tenía noticias pronto del duque, acabaría volviéndose loca. Sacudió suavemente la cabeza para sacar esos pensamientos de la mente, pero fue inútil.

Luego, se acercó a la cama donde dormía la sirvienta y la meció suavemente para despertarla.

—¿Todavía está despierta, señorita? —preguntó Shelby, somnolienta.

—Perdona que te despierte a estas horas de la noche, pero me encuentro muy nerviosa y necesito que bajes a la cocina a prepararme un té.

La criada se incorporó en el camastro, al tiempo que preguntaba:

—Señorita, ¿se encuentra usted mal? ¿Está enferma? ¿Le duele algo?

—No, no, tranquila, solamente estoy nerviosa, eso es todo.

—No se preocupe, enseguida le subo una taza de té para que la ayude a tranquilizarse y a dormir —respondió, mientras se levantaba de la cama y se ponía la bata.

—Gracias, Shelby. No era mi intención interrumpir tu descanso.

—No se preocupe, señorita. —Y salió de la alcoba.

Gina empezó a dar vueltas de nuevo por la estancia, cada vez más angustiada, porque el tiempo pasaba y el duque seguía sin aparecer y tampoco había avisado de que iba a llegar tarde, y Gina comenzaba a creer que algo malo le había ocurrido. Desde que estaba en la mansión, sabía que Graystone era un hombre honrado y que tenía instaurada su rutina diaria, pues siempre llegaba a casa temprano, y no dejaba de decirse que algo malo le había sucedido.

De repente, se quedó parada en el sitio, y un pensamiento cruzó por su mente, sacudió la cabeza para desterrarlo de la mente, ella no podía estar enamorada de un hombre tan cruel como Graystone, que le había hecho tanto daño a su familia y a ella. La había secuestrado de Éxeter y recluido en su mansión como si fuera una prisionera para convertirla en su amante, y no encontraba otra explicación posible de que se estaba enamorando del duque. Y debía tener mucho cuidado porque Graystone podría hacerle mucho daño, no podía darse el lujo de entregarle su corazón a un hombre que acabaría rompiéndoselo, y estaba segura de que no sería capaz de recoger los trozos de un corazón roto y herido.

Por fin, Shelby regresó con la taza de té que Gina le había pedido a la doncella. Ella se sentó en el borde de la cama, mientras Shelby se sentaba a su lado y le pasaba la taza con la infusión.

Y no podía dejar de pensar en lo que había descubierto, y eso la dejaba completamente helada, porque sabía que, quisiera o no, estaba a merced de Graystone. Y era cuestión de tiempo que ella cayera entre sus brazos.

Estaba dando un sorbo al té, cuando a las dos les llamó la atención un ruido que provenía del exterior. Fue Shelby la que se levantó y se acercó a la ventana, a ver qué pasaba, pero desde donde se encontraba y desde ese dormitorio no se podía ver nada.

Entonces, la doncella se quedó unos minutos en silencio, y después preguntó:

—¿Será que le ha pasado algo a su excelencia y vienen a darnos malas noticias?

—No digas eso, Shelby, si a su excelencia le hubiera pasado algo, hace horas que nos hubieran avisado.

—No estoy segura, señorita. Pero de todas formas voy a ver qué está pasando.

—Sí, por favor, ve y regresa cuanto antes para informarme.

La doncella asintió, se anudó bien la bata, y luego salió de la alcoba. Mientras Gina dejaba la taza de infusión sobre la mesilla de noche, se puso de pie y continuó dando vueltas por el dormitorio, esperando que a Graystone no le hubiera pasado nada malo. Ahora que acababa de descubrir sus sentimientos por él, se dio cuenta de que no quería perderle.

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