La venganza de un duque

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Finalmente, se atrevió a preguntar:

—¿A dónde me lleváis, excelencia?

Nolan permaneció largo rato en silencio, Gina casi temió que él no iba a responder, pero al final y mirándola a la cara, dijo:

—Regresamos a Londres, de donde nunca debiste huir. Y, por supuesto, te quedarás en mi mansión.

—¡No podéis hacerme esto! ¡Estáis cometiendo un delito al retenerme a la fuerza! —exclamó Gina, desesperada.

Nolan soltó una carcajada que hizo que Gina se estremeciera.

—Claro que puedo hacerlo. Y te aseguro que muy pronto sabrás por qué quiero verte destruida, y entonces, desearás estar muerta.

Ella ya no lo pudo soportar más, con una fiereza desconocida en ella hasta ahora, levantó el brazo para abofetear a ese hombre tan miserable, pero él fue más rápido y le sujetó con fuerza el brazo antes de que la mano de Gina impactara en su mejilla.

—¡Escúchame bien, nunca vuelvas a intentar nada parecido, ¿me oyes?, porque te aseguro que te va a ir muy mal! —exclamó Nolan, furioso. Porque ya se le empezaba a agotar la paciencia.

—Sois el peor hombre que existe sobre la faz de la Tierra, y tened por seguro que nunca me acostaré con vos, aunque fuerais el último hombre que poblara este planeta.

—Sí, sí que lo harás. Porque sé que tú me deseas tanto como yo a ti, el beso que nos hemos dado me le demostró.

—Eso es mentira, lo único que siento por vos es desprecio, y todavía más después de que me habéis separado de esta forma de mi tía.

—Tu tía es una mujer adulta y sabrá cuidarse sola perfectamente.

El silencio se hizo en el interior del carruaje, pues Gina no veía necesario volver a decirle a Graystone que su tía Holly se iba a llevar un susto de muerte, cuando se diera cuenta de que había desaparecido de la mansión de los condes, y se le encogía el corazón de tristeza al tener que causarle ese dolor a su tía. E imaginaba que después de lo sucedido y buscarla por todo Éxeter, no le quedaría más remedio que regresar a Londres, pues sin ella, su tía no vería la necesidad de quedarse en esa ciudad.

Después de mucho tiempo pensando, Gina se atrevió a decir:

—En cuanto lleguemos a Londres quiero ir a ver a mi padre y a mis primos para asegurarme de que se encuentran bien.

—Te doy mi palabra de honor de que se encuentran bien. Y todavía conservan St. James House.

Gina soltó una carcajada carente de humor, y luego respondió:

—Honor, no sabéis el significado de esa palabra. Un hombre de bien no va causando el daño que vos habéis hecho a mi familia.

—Mira, Gina. No quiero sonar repetitivo, pero ya te he dicho que muy pronto sabrás toda la verdad.

—Y ¿por qué no ahora? —siguió preguntando ella, desafiante.

—Porque no es lo que tengo en mente para ti. Ahora te recomiendo que intentes descansar porque nos queda por delante un largo viaje. Además, no quiero seguir con esta conversación que no nos lleva a ningún lado.

—¡No sabéis cuánto os odio! —exclamó Gina, entre dientes.

—Créeme, el sentimiento es mutuo. —Y por fin, se hizo el silencio en el interior del vehículo. Gina cogió la manta que había a su lado, se cubrió con ella, se recostó en el asiento, y cerró los ojos para intentar dormir.

Nolan, que estaba sentando frente a ella, se la quedó mirando fijamente. Con los ojos cerrados, Gina parecía un ángel caído del cielo, mientras recordaba lo mucho que la había amado en el pasado. Por unos instantes, se preguntó si la seguía amando, pero enseguida desechó esa idea de la mente, porque lo único que podía permitirse sentir por esa mujer, era odio. Gina había matado ese amor al romperle el corazón y todas las ilusiones que había albergado de joven.

Sacudió suavemente la cabeza, para desterrar esos pensamientos de la mente, y se puso a observar el paisaje nocturno a través de la ventanilla, ya que no tenía sueño, pues debía permanecer alerta en todo momento, porque existía la posibilidad de que Gina huyera, y no podía darse el lujo de dejarla escapar una segunda vez.

Pasados unos minutos, volvió a mirarla, y se dio cuenta de que Gina dormía profundamente. Y entonces, se puso a imaginar la reacción que tendría ella cuando se enterara de que él era Nolan Wells, el chico que había despreciado por ser pobre, y ahora convertido en duque de Graystone.

Y sentía mucho haber fracasado a la hora de dejarla a ella y a su familia en la calle, pues habría sido el castigo perfecto para que Gina acudiera a él desesperada, y ni en un millón de años se habría imaginado que ella estaba planeando huir con su tía. Pero finalmente, la suerte y el destino lo habían llevado directamente a ella, y por fin iba a tenerla en su cama y haciéndole apasionadamente el amor cada noche hasta que se saciara de ella, entonces la echaría a la calle sin contemplaciones, y no iba a dudar a la hora de expulsarla de su vida para siempre.

Cerca de las tres y media de la madrugada, los condes despidieron a los invitados más rezagados, luego, subieron a sus aposentos a descansar. Jeremy no había estado presente en el evento, y Aníbal y Vera, estaban seguros de que su hijo estaba en algún salón de juego y que seguramente no llegaría antes del amanecer, por mucho que los condes habían intentado que Jeremy fuera un hombre responsable y decente, fracasaron en el intento.

Ya casi iban a ser las cuatro y cuarto de la madrugada, cuando Holly entró en el dormitorio de Gina, preocupada porque llevaba mucho tiempo sin verla, y no era normal que su sobrina desapareciera sin decir nada. Y se alarmó al ver que no se encontraba en la cama ni en el cuarto de baño.

—¡Gina, cariño, dónde estás! —exclamó Holly, angustiada.

Pero no obtuvo respuesta.

—Si se trata de una broma, te aseguro que no tiene ninguna gracia —siguió diciendo, mientras registraba de nuevo todos los rincones del dormitorio y del baño. Y empezaba a ponerse nerviosa porque no sabía qué le había podido suceder a su sobrina.

Como un cohete, salió de los aposentos que había ocupado Gina, y fue a preguntar al resto de la servidumbre si la habían visto, pero todos le dijeron que llevaban mucho tiempo sin verla, y Holly empezaba a asustarse temiendo que su sobrina estuviera en peligro. Luego, recorrió la mansión buscándola por todos lados, pero sin éxito. Después, fue a la habitación de Dolly, y allí cogió una capa, se la puso a los hombros y salió de la alcoba, se dirigió a la cocina y encendió un quinqué, luego salió al exterior para seguir buscando a Gina en los jardines y los alrededores, pero ni siquiera halló una miserable pista que le indicara qué había pasado con la joven. Cada vez más preocupada, regresó al interior de la mansión, ahora tenía más claro que nunca que algo le había sucedido a Gina, porque ella nunca habría desaparecido de esa forma y sin decir nada.

Y por descartado, no podía decir nada a los condes, porque sabía que a esa gente lo que le pasara a la servidumbre no les importaba nada, para la nobleza, los sirvientes no tenían derecho a sentir y a padecer como cualquier otro ser humano. Holly lo sabía perfectamente, pues ella había pertenecido parte de su vida a la alta sociedad, aunque ella nunca había tratado mal al servicio que trabajaba a su órdenes.

Regresó a los aposentos que compartía con Dolly, allí se puso a recoger sus pertenencias; cuando acabó, volvió a entrar en el de Gina e hizo lo mismo con los enseres de su sobrina. Porque lo único que podía hacer ahora era irse de esa casa y encontrar a Gina lo antes posible.

Pero de pronto, recordó que Graystone había estado presente esa noche en el evento, y aunque estuvo atenta para poder identificarlo y advertir a Gina, le había resultado imposible. Pero ahora estaba completamente segura de que ese malnacido se la había llevado a la fuerza. Y se maldijo, porque no había sido capaz de ocultar a Gina para protegerla de ese condenado hombre.

Y ahora era demasiado tarde para lamentaciones, porque Graystone iba a lograr lo que siempre había pretendido de Gina, e iba a arruinar su reputación al convertirla en su amante. Y ella ya no podía hacer nada para ayudarla porque no tenía ni idea de dónde la podría tener oculta ese canalla.

Con la maleta de las pertenencias de Gina en la mano, regresó a su dormitorio y dejó la maleta de la joven al lado de la suya. Luego, se desvistió, se puso el camisón y se acostó en la cama, pero sabía que no iba a ser capaz de pegar ojo el resto de la noche, porque estaba muerta de preocupación.

Ahora, no le quedaba más remedio que regresar a Londres, y decirles a Willow, Jerome y Xavier que habían secuestrado a Gina, y que tenía la certeza de que Graystone era el responsable. Y no sabía cómo se lo iba a tomar Willow cuando se enterara, porque no le iba a quedar más remedio que confesar toda la verdad y que ellas se habían marchado de Londres huyendo del duque.

Intentó cerrar los ojos, y así poder dormir unas horas, pero no lo consiguió. Lo único que hizo fue dar vueltas y más vueltas sintiéndose responsable de lo sucedido. Porque si Gina y ella hubieran dicho la verdad desde un principio, nada de lo que estaba pasando, hubiera sucedido. Y la destrozaba por dentro, porque sabía que Willow era un hombre muy atormentando por todas las desgracias que lo habían sacudido en la vida, y saber que su única hija se encontraba desaparecida, sería como enterrarlo en vida, porque adoraba a su única hija y era el recuerdo que le quedaba de su difunta esposa.

6

El día comenzó a despuntar en el horizonte. Nolan no había podido dormir en toda la noche, mientras que Gina se había tumbado en el asiento dormida y todavía seguía durmiendo. No podía apartar la vista de ella, era como si Gina St. James ejerciera un embrujo sobre él y mucho más poderoso que sus fuerzas e intentaba luchar contra sus sentimientos. Con mucho esfuerzo, desterró esos pensamientos de la mente, porque no quería profundizar en lo que sentía por Gina, pero de lo que sí estaba seguro es que el amor que un día había sentido por ella, ahora se había transformado en un profundo odio, y que muy pronto ella misma iba a ser testigo de ello.

 

A lo largo de la noche, habían tenido que hacer varias paradas para dejar descansar a los caballos y darles agua, porque los hermosos ejemplares les pertenecía y Nolan no quería dejarlos en una cuadra cualquiera porque no tenía la seguridad de que recibieran los cuidados a los que estaban acostumbrados, o que alguien decidiera adueñarse de ellos.

Todavía les quedaba un largo camino que recorrer, y Nolan calculaba que esa misma noche llegarían a la mansión Graystone. Deseando poder estar de nuevo en su hogar, donde le esperaba su cómoda cama. En la mansión, podría recuperar las horas de sueño, mientras daba orden a una de las doncellas que no perdiera de vista a Gina. Sabía que era una chica muy inteligente, y tenía muy claro que no podía quitarle la vista de encima ni un solo segundo.

Un ligero movimiento en el asiento de enfrente, hizo que Nolan volviera a la realidad. Gina separó la manta con la que se había cubierto por la noche y la hizo a un lado, después se incorporó en el asiento, confusa por todas las horas que había dormido.

Pero, de pronto, lo recordó todo, cómo Graystone se había acercado a ella en la mansión de los condes, que la había sacado a la fuerza por un oscuro pasadizo, y la había obligado a subir a su carruaje para llevarla de vuelta a Londres. Y en silencio, se maldijo por haber sido tan idiota de exponerse al peligro. Su tía y ella debieron renunciar a sus empleos en cuanto se había enterado de que el duque iba a asistir al baile, y ahora, ella estaba pagando muy caro las consecuencias de ese gran error. Pero lo que sí tenía claro, era que no iba a dejarse aplastar por ese hombre, y si quería guerra, ella se la iba a dar, porque lucharía con todas sus fuerzas para que él no lograra lo que pretendía de ella, y si creía que la iba a hacer suya sin su consentimiento, se iba a llevar el chasco de su vida, porque lucharía con uñas y dientes para defenderse de él, y debía seguir viéndolo como lo que era, el enemigo.

Tras pensárselo varios minutos, preguntó:

—¿Qué hora es?

Nolan se desabotonó la chaqueta del frac y del bolsillo interior sacó la leontina de oro del reloj, y tras consultar la hora, la miró fijamente. Por unos instantes, Gina se quedó perdida en las profundidades de esos ojos, que estaba segura que había visto antes, pero no conseguía recordar de dónde, y eso la perturbaba demasiado, porque el hombre que tenía sentado frente a ella, sabía todo sobre su vida, sin embargo, ella no sabía absolutamente nada sobre él, y eso la inquietaba demasiado.

—Son las ocho y veinte de la mañana —respondió él, y Gina perdió el hilo de sus pensamientos.

—¿No vamos a parar a desayunar?

—El cochero detendrá el carruaje cuando vea alguna tienda de comestibles, y se apeará a comprar algo para que desayunemos mientras proseguimos el camino.

—Lo siento, excelencia, pero yo necesito... ya sabéis... ejem, creo que no hace falta que os diga nada más, y también necesito estirar las piernas entumecidas.

Nolan sonrió al ver el rubor que había aparecido en las mejillas de Gina al decirle que necesitaba bajar del carruaje porque sentía la llamada de la naturaleza. Y cómo le gustaría creer que Gina era la mujer inocente y cándida que aparentaba ser en esos momentos. No, no, se dijo para sí mismo, no podía dejarse llevar por esos derroteros o estaría completamente perdido, y todo lo que había hecho los últimos siete años se iría al garete en un solo instante, debía ceñirse a su plan original y no dejarse llevar por sus sentimientos.

—Entonces, nos detendremos en la primera pensión o posada para que puedas ir al excusado, pero desde ahora, te advierto que no intentes escapar o te juro que no respondo de mí, ¿te ha quedado claro?

—Me queda muy claro, excelencia —respondió ella, desafiante. Pero, por dentro, sintió un frío helador que hizo que se estremeciera, porque ese hombre representaba un peligro real para ella.

Gina giró la cabeza hacia la ventanilla, y descorrió la cortinilla para observar el paisaje, dando gracias por tener algo en lo que distraerse y no pensar en el hombre que estaba sentado frente a ella, y que la turbaba demasiado.

Casi veinte minutos más tarde, el carruaje entró en un pequeño poblado y el cochero detuvo el carruaje en una pensión que se veía muy deteriorada. El cochero bajó del pescante para abrir la portezuela, y primero ayudó a salir a Gina, luego a Nolan. Ella se puso a caminar hacia el interior del establecimiento, mientras Nolan daba orden al sirviente de que estuviera atento por si la joven intentaba escapar. Luego, siguió a Gina y entró en la pensión. Pudieron comprobar que el interior era decente y bastante ordenado.

Gina se acercó al mostrador y preguntó a la mujer dónde estaba el cuarto de baño, y resultó que estaba afuera; llamó a una de las mozas para que la acompañara. Antes de que saliera, Nolan la sujetó por el brazo y le recordó que no intentara nada, porque si lo hacía e intentaba escapar, el sirviente tenía instrucciones de disparar a matar. Gina palideció al escuchar la amenaza, sabía que estaba atada de pies y manos y ni siquiera podía pedir ayuda.

La chica le dijo que la siguiera, salieron al exterior, y le mostró a Gina un pequeño cuarto de baño en el que había un retrete, un espejo, y un aguamanil con agua para lavarse las manos, pero que estaba limpio. Gina dio las gracias y entró en el minúsculo cubículo. Atendió a la llamada de la naturaleza, después se lavó las manos, y se peinó el pelo como pudo para no tener un aspecto tan desaliñado. Cuando salió, vio que el cochero no la había perdido ni un segundo de vista, y por descontado, no podía pensar en cometer una locura.

Entró de nuevo en la pensión, tras buscar a Graystone con la mirada, lo encontró sentado en una mesa tomando una taza de café. Él también la vio, y le hizo una señal para que se acercara. Y al lado de la mesa, le hizo otra señal para que se sentara.

—Al menos, podríais tener la decencia de poneros en pie, ante una dama —dijo Gina, entre dientes.

—Sí, sí que la tengo, pero a ti no debo mostrarte ningún respeto, porque no eres una dama. Ahora siéntate, y pide algo de desayunar antes de que me arrepienta y te deje con el estómago vacío.

Ella se sentó, murmurando algo entre dientes.

—Perdón, ¿decías algo? —preguntó Nolan, lisonjero.

—Nada que os incumba, excelencia.

Una de las mozas se acercó a ella y le preguntó qué iba a tomar. Gina pidió un té con una rebanada de pan y mermelada. Mientras, Nolan la observaba en silencio, porque sabía que ella estaba perdiendo los estribos y solamente se contenía por su amenaza.

Media hora después, subieron al carruaje y emprendieron de nuevo el camino a Londres, y por momentos, el ambiente se volvía más tenso entre los dos.

—¿Por qué siempre lleváis el rosto cubierto? —Quiso saber Gina—. ¿Acaso tenéis alguna cicatriz que ocultar?

—Eso es algo que no te incumbe, Gina.

—Solo siento curiosidad, porque sois un hombre muy atractivo, y no es justo que os ocultéis bajo esa horrenda máscara.

Nolan lanzó una carcajada carente de humor.

—Así que piensas que soy atractivo.

—No, no lo pienso, lo afirmo.

—Y entonces, ¿por qué te niegas a acostarte conmigo?

—Eso es algo muy personal y que no os concierne, excelencia.

—Te aseguro que mientras seas mi amante, no te faltará nada, tendrás los vestidos más glamurosos que cualquier mujer puede desear, joyas exquisitas, y largos viajes, si así lo deseas.

—Estáis muy equivocado conmigo, excelencia. A mí no me importan las cosas materiales que me estáis ofreciendo, porque ante todo tengo dignidad.

—Estás mintiendo, porque te conozco demasiado bien y sé lo materialista que eres.

—¡Vos no me conocéis! ¡Y no os permito que habléis de esa forma de mí! —exclamó, dolida.

—Al contrario, querida. Te conozco mejor de lo que tú crees. Recuerda que llevo siete largos años vigilando cada uno de tus movimientos.

—¡Podéis amenazarme todo lo que queráis, pero nunca me acostaré con vos!

—Eso ya lo veremos.

Poco después, se hizo el silencio en el interior del carruaje, y la tensión entre los dos creció. Mientras, Nolan se decía que Gina iba a caer en sus brazos mucho más pronto de lo que ella creía. Ella misma le acababa de confesar que lo encontraba atractivo, y seducirla no le iba a costar ningún esfuerzo. La mantendría como su amante mientras la deseara, y dejaba que Gina se fuera enamorando poco a poco de él, entonces, cuando eso sucediera, se desharía de ella como si fuera un trapo viejo del que había que desprenderse. Pero, sobre todo, debía tener mucha precaución para no dejarla embarazada, porque existía la posibilidad de que Gina le exigiera casarse con él. Aunque Nolan creía que en cuanto él le desvelara su verdadera identidad lo odiaría con todas sus fuerzas, y sería feliz al haber arruinado por completo la vida de Gina y su reputación, porque en cuanto se diera a conocer que ella había sido su amante, ningún caballero decente querría casarse con una mujerzuela que se vendía al mejor postor, y por descontado, Nolan no iba ni a cargar ni a responder por esa mujer el resto de sus días, porque la odiaba y la aborrecía con todas sus fuerzas, y eso era algo que siempre debía tener presente y no olvidar nunca, porque si lo hacía, estaría completamente perdido, y sería él el que estuviera a merced de Gina St. James, y no podía permitir que una mujer dominara sus sentimientos y sus emociones.

Mientras, en Éxeter, Holly había esperado poder marcharse a Londres esa misma mañana, pero cuando comunicó a Vera sus intenciones de marcharse, no se lo había permitido, porque insistía en que su suegra la necesitaba. Por mucho que intentó explicarle que su sobrina estaba en peligro, Vera no quería escuchar nada del asunto, luego, la obligó a deshacer el equipaje y regresar al lado de Dolly. Diciéndose que tenía que escribir cuanto antes una carta a sus hijos para ponerlos al tanto de lo que estaba sucediendo.

Ya al lado de Dolly, intentó distraer la mente charlando con la anciana, pero seguía muerta de la preocupación por lo que le pudiera pasar a Gina, y creyéndose la responsable por dejar que su sobrina se exhibiera ante Graystone. Pero ahora, era demasiado tarde para lamentaciones, y no le quedaba otra solución que pedir ayuda a la familia para que rescatara a Gina de las garras del duque.

Jeremy regresaba del club, cuando escuchó voces que provenían de la biblioteca, se acercó a la puerta y espió lo que su madre y la criada decían. Y no le gustó para nada enterarse de que Gina se había ido de la mansión.

Sigilosamente, recorrió el pasillo hasta las escaleras para subir a sus aposentos y acostarse, porque estaba muerto de cansancio. Y mentalmente, soltaba una ristra de obscenidades porque no había logrado hacerla suya, y tenía la seguridad de que a esa zorra se le había presentado la oportunidad de largarse con otro hombre, y supo aprovecharla.

En el pasillo, se encontró con Patricia y le dio orden de que subieran la bañera a su dormitorio, que quería darse un baño antes de acostarse. Ya en la estancia, le pidió a su ayuda de cámara que le preparara ropa interior limpia y un pantalón de pijama. El sirviente asintió e hizo lo que su patrón le ordenaba.

Diez minutos después, Jeremy se sumergió en la bañera de agua caliente y se relajaba. Diciéndose que tenía que averiguar el paradero de Gina e ir a buscarla, porque no iba a dejar que escapara de él tan fácilmente. Y desde luego, no iba a permitir que ningún otro hombre se la arrebatara, prefería verla muerta antes que al lado de otro hombre.

Jeremy no sabía por qué una simple doncella lo obsesionaba tanto, pero algo muy dentro de él le decía que esa mujer no siempre había sido una sirvienta, pues en ella se veía un porte regio, elegancia y buenos modales. Y por eso tenía que hacerla suya al precio que fuese.

Cuando el agua de la bañera comenzó a enfriarse, llamó a Travis, el ayuda de cámara, para que le pasara una toalla para secarse. Después de secarse, se vistió con ropa limpia, mientras dos lacayos vaciaban la bañera y la sacaban del dormitorio. Cuando todo estuvo recogido, dio orden de que nadie lo molestara hasta la hora de la comida, y se acostó en la cama, pensando cómo iba a lograr que Gina volviera a su lado. Y la única solución que veía, era que él contratara a un detective que lo ayudara a dar con el paradero de Gina, con esa idea en mente, se quedó profundamente dormido.

 

Para Holly, el día fue pasando lentamente, porque con el paso de las horas, su angustia por la ausencia de Gina iba en aumento. Porque sabía qué intenciones tenía Graystone con la joven, y tenía el presentimiento de que ese hombre le iba a hacer mucho daño; se lamentaba porque ella no podía hacer nada para ayudarla, aunque quisiera, no tenía ni idea de a dónde se la podría haber llevado.

Ni siquiera tenía ánimos para comer, porque los nervios la devoraban por dentro, y debían haber confiado en la familia para resolver el problema, ya que ellas habían fracasado a la hora de intentar solucionarlo a su manera, y además, conscientes de que el duque se encontraba entre los invitados de los condes.

Por lo menos, mientras atendía a Dolly estaba distraída, y eso evitaría que se volviera loca de la angustia. Esa misma noche, cuando la anciana se quedara dormida, escribiría la carta a sus hijos y al día siguiente haría que uno de los sirvientes la pusiera en el correo, y esperaba que no fuera demasiado tarde para cuando la recibieran.

El carruaje donde viajaban Nolan y Gina de regreso a Londres había hecho cuatro paradas a lo largo del trayecto para que los caballos descansaran, repusieran fuerzas y bebieran agua. Mientras, en el interior del carruaje, seguía reinando el silencio y no se había vuelto a decir ni una sola palabra desde que dejaron la pensión en la que se habían apeado a desayunar.

Ya era noche cerrada, cuando el carruaje entró en Londres. Nolan estaba deseando llegar a la mansión, darse un buen baño para quitarse el polvo del camino, y acostarse a dormir varias horas, porque se encontraba tan cansado que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para mantenerse despierto, pues temía que Gina aprovechara cualquier despiste para huir de él, aunque sabía que la amenaza de esa mañana había surtido efecto en ella.

Gina, cortó el hilo de los pensamientos de Nolan, al decir:

—Excelencia, quiero que me llevéis a St. James House para ver a mi padre y a mis primos, necesito ver con mis propios ojos que están bien.

—Ya te he dicho que no, vas a tener que confiar en mi palabra.

—Y yo no confío en vos, después de la forma en que me habéis secuestrado de Éxeter.

El rostro de Nolan se contrajo en una mueca de contrariedad, mientras levantaba una mano para hacer callar a Gina.

—Mira, Gina. Estoy demasiado agotado para discutir contigo. Ya te he dicho que no vas a ver a tu familia y es mi última palabra.

—¡No sois nadie para decirme lo que puedo o no puedo hacer! —exclamó ella, indignada.

—Gina, estoy empezando a hartarme de tus exigencias.

—Estupendo, así podréis ordenar que detengan el carruaje y regresaré a mi casa.

Nolan torció la boca en un gesto de desdén.

—¿Piensas que soy tan idiota para dejar que te vayas?

—Sí, lo haréis. Antes de que os acusen por secuestro y os condenen a la horca por ello.

—No seas ingenua, Gina. No cuelgan a ningún hombre por tener una amante.

—Sí, si está obligada a serlo a la fuerza.

—No irás a ver a tu familia, y es mi última palabra. Por tu bien, es mejor que tengamos la fiesta en paz.

—¡Os juro que algún día pagaréis muy caro por todo esto! —exclamó ella, furiosa entre dientes. Mientras, por dentro hervía de la rabia, porque había perdido la última esperanza de pedir ayuda a su familia.

Casi cuarenta y cinco minutos más tarde, el carruaje atravesó el portón de la entrada de la mansión, y minutos después, se detuvo al lado de la entrada donde un lacayo los esperaba para abrirles la puerta y ayudarlos a apearse. Mientras Gina y Nolan bajaban, del interior de la casa salió el mayordomo con otro de los lacayos y le daba instrucciones para que bajara el equipaje y lo dejara en el vestíbulo, a la espera de saber cuál era el dormitorio que Nolan iba a asignar a la mujer que lo acompañaba.

Ya dentro, Nolan presentó a Graves a Gina, y le dijo que cualquier cosa que necesitara se la pidiera al mayordomo.

Gina se lo quedó mirando fijamente mientras pensaba, y luego dijo:

—Excelencia, en realidad, hay algo que os quiero pedir a vos, y que a mí me haría muy feliz.

—Por favor, Graves, que suban mi equipaje a mis aposentos, y el de la dama a uno de los dormitorios de invitados. —E hizo un gesto para que los dejaran a solas.

—¿De qué se trata?

—Excelencia, me haría muy feliz que permitáis que Cassy, mi doncella, venga a atenderme.

—Tendré qué pensármelo. Porque quiero estar seguro de que no tienes intenciones ocultas al querer que esa mujer venga a mi casa. Es una de tus sirvientas y no dudo de que esté dispuesta a hacer lo que sea para ayudarte a escapar.

—Os juro que no tengo nada que ocultar, excelencia. Os lo pido porque ella me conoce desde hace años, y solamente me encuentro a gusto con ella.

Nolan se quedó largo rato en silencio, luego dijo:

—Te prometo que lo pensaré. Ahora, sube a tu habitación a bañarte y a descansar. Graves te acompañará a tu dormitorio para que te instales.

Gina asintió, y poco después, seguía al mayordomo escaleras arriba, mientras observaba la lujosa decoración de la mansión, y tuvo que reconocer que estaba decorada con muy buen gusto y preciosa.

Cuando llegaron a la puerta de la habitación que le habían asignado, Graves la abrió y le hizo un gesto para que entrara. Gina entró, y se quedó asombrada, al ver la bonita decoración. Por unos minutos, se quedó plantada en el sitio mientras recorría la estancia con la mirada. El dormitorio era muy amplio, presidido por una gran cama de dosel de madera blanca, y cortinas de seda de color lila claro. Al lado, había dos mesillas de noche también blancas, a la derecha había una cómoda con espejo, y un gran armario. También tenía amplios ventanales con cortinas de un color lila más oscuro. Y diciéndose que a partir de ahora ese iba a ser su refugio, porque Graystone estaba loco si pensaba que ella iba a compartir su cama con él.

El mayordomo la dejó a solas. Y Gina fue a sentarse a la cama, deseando que el duque accediera a que Cassy se pudiera quedar con ella. Con su doncella en la mansión, Gina sería capaz de soportar mucho mejor la situación en la que se encontraba, pues su doncella la ayudaría a no volverse loca, ya que en esa casa no podría contar con ningún aliado.

En cuanto Gina subió las escaleras, Nolan llamó a Shelby, una de las doncellas, y le dio órdenes precisas para que no perdiera de vista a Gina en ningún momento. Incluso mandó poner un camastro para que la doncella durmiera en los mismos aposentos que Gina. La sirvienta asintió, y cumplió con lo que su patrón le ordenaba. Sabía que a Gina no le iba a agradar la idea, y de ninguna manera le iba a dar la oportunidad de que saliera de la mansión. Y todavía tenía qué pensar si permitía que su doncella se quedara con ella, porque antes tenía que averiguar qué estaba tramando Gina.

Deseaba darse un baño, pero antes necesitaba una copa para relajarse. Tenía muchas cosas que planear, pero en esos momentos solo quería relajarse y no pensar en nada. Ya en la estancia, se acercó a la mesa de las bebidas, se sirvió una copa de coñac, luego fue a sentarse al sofá, dio un largo sorbo a la bebida, y cerró los ojos, al tiempo que se masajeaba una de las sienes.

Al cabo de un rato, Nolan volvió a abrir los ojos, se bebió de golpe el contenido de la copa, se levantó del sofá, se acercó a la mesa de las bebidas y dejó sobre ella la copa vacía. Luego, salió de la biblioteca para subir a sus aposentos, esperando que a los sirvientes les hubiera dado el tiempo suficiente para que hubieran preparado su baño. Recorrió el pasillo y subió las escaleras a paso ligero; ya en el pasillo, se dirigió a su dormitorio cuando sintió curiosidad por lo que estaba haciendo Gina, porque le había dicho a Shelby que la dejara bañarse sola, ya que Gina no se encontraría nada cómoda desnudándose ante una desconocida. Y en vez de ir al ala donde se encontraban sus aposentos, dio la vuelta y se dirigió al ala donde solían hospedar a los huéspedes.