La venganza de un duque

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—No lo sé, Gina. Solamente me ha dicho que te viniera a avisar de que te espera en su saloncito privado.

—Por favor, Sandy, dile que enseguida voy.

—De acuerdo. —Y la doncella salió del dormitorio tras despedirse de Gina.

Con los nervios a flor de piel, Gina acabó de ponerse el uniforme y la cofia que usaban las doncellas de la casa. Tenía miedo de que por culpa del idiota de Jeremy su tía y ella se quedaran sin trabajo. Cada día que pasaba, odiaba más la miserable vida a la que la habían obligado a vivir, pero por mucho coraje que le causara esa sensación, no le quedaba más remedio que soportarla.

Minutos después, salió de sus aposentos y se dirigió al saloncito privado de Vera, que se encontraba en la planta de arriba de la casa. Mientras subía las escaleras, Gina notaba que el corazón se le iba a salir del pecho, por mucho que intentara tranquilizarse, no lo conseguía.

Para cuando llegó a las puertas dobles del saloncito, se paró para inspirar profundamente y desde el interior le llegó la voz de Vera diciéndole que pasara. Gina entró e hizo una reverencia.

Milady, ¿quería usted hablar conmigo?

—Sí, acércate, por favor. —Y Gina hizo lo que Vera le decía.

—¿He hecho algo malo, milady? —siguió preguntando.

—No, no, al contrario. Estoy encantada con el trabajo que desempeñáis tu tía y tú en esta casa. Nunca he visto tan contenta a mi suegra con su dama de compañía. Y tú eres responsable y haces bien tus labores.

Milady, me agrada poder escuchar eso.

—Le he dicho a Sandy que vinieras porque estoy organizando un baile de máscaras. Me he enterado de que el duque de Graystone se encuentra en la ciudad. Mis amistades me han comentado que se aloja en el hotel Resorte.

—¿Y qué tiene que ver eso conmigo?

—Quiero que tú dejes en la recepción del hotel la invitación para que se la entreguen.

Gina empezaba a notar que se le secaba la garganta, porque si iba a ese hotel, existía la posibilidad de que se encontrara con el duque, y él entonces sabría que estaba escondida en Éxeter.

—¿Y no es más conveniente que la entregue usted? Es la anfitriona.

—Ya lo había pensado, pero me es imposible. El baile se celebrará dentro de dos noches y todavía me queda mucho trabajo por hacer.

A Gina no le quedaba más remedio que cumplir con lo que su patrona le había pedido.

—Como usted ordene, milady.

—El cochero ya tiene el carruaje listo para llevarte al hotel.

Milady, ¿necesita algo más?

—No, eso es todo, puedes retirarte. —Gina hizo una reverencia y salió de la estancia.

Tan pronto bajó al piso inferior, Samuel, el cochero, ya la estaba esperando con el carruaje en la entrada de la casa. Gina subió al carruaje y el vehículo se puso en marcha, mientras el corazón le latía a galope dentro del pecho, solo esperaba no encontrarse con Graystone. Haría el recado que su patrona le había encomendado, dejaría la invitación en la recepción del hotel y regresaría a casa para continuar con sus quehaceres.

El carruaje se detuvo frente a la entrada del hotel. Gina bajó del vehículo y se puso a caminar hacia la entrada del edificio, con piernas temblorosas, temiendo encontrarse con el duque. Como llevaba el uniforme puesto, el portero no se molestó siquiera en abrirle la puerta. En el vestíbulo del hotel, tuvo que enfrentarse a las miradas de indignación de clientes y empleados, pero Gina irguió con orgullo la cabeza y se dirigió al mostrador de recepción.

—Buenos días, señorita.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó la guapa recepcionista, con aire despectivo.

—Soy empleada del conde Carling. Su esposa, la condesa, está organizando un baile y me pidió que dejara esta invitación para el duque de Graystone. —Y le mostró el sobre.

—Muy bien —respondió la chica, al tiempo que le sacaba el sobre de la mano—. Le entregaremos la invitación cuando lo veamos, ahora ya puedes irte.

Gina salió del edificio, pues ya no soportaba que la gente la mirara como si fuera un insecto al que había que aplastar. Ya al lado del carruaje, subió y regresó a la casa. Y allí le informó a Vera que había cumplido su encargo. Luego, comenzó su jornada laboral, pues no tenía tiempo que perder, porque ya llevaba mucho retraso.

Mientras cambiaba las sábanas de las camas, y limpiaba el polvo, no podía dejar de pensar que en dos días iba a volver a ver a Graystone. Y se preguntó cómo iba a hacer para evitarlo, porque estaba segura de que en cuanto la viera, la iba a reconocer. Por mucho que intentara sacar esa preocupación de la mente, no era capaz. Porque por culpa de ese hombre tan déspota, estaba haciendo todo lo posible para ocultarse de él.

Sacudió suavemente la cabeza, y se puso a pensar en cosas más agradables, como, por ejemplo, en escribirles una carta a la familia para saber cómo se encontraban, y que ellos también supieran que su tía y ella se encontraban bien. Cada día que pasaba, a Gina le costaba cada vez más estar separada de su casa y de todos sus recuerdos. Tenía que mantenerse firme y pensar en cómo iba a hacer para que Graystone no la viera servir durante el baile.

Nolan todavía se encontraba en la cama. Era lo bueno de pertenecer a la nobleza, no se tenían preocupaciones y uno podía levantarse a la hora que fuera. Perezosamente, separó las mantas de la cama, se levantó, se acercó a las amplias ventanas y descorrió la cortina; al instante, la habitación quedó inundada por la luz del sol. Luego, se puso la bata y se disponía a desayunar cuando llamaron a la puerta de la habitación. Nolan hizo un gesto de contrariedad, ya que no soportaba las interrupciones, se anudó la bata y fue a abrir.

—Buenos días, excelencia, siento importunaros, pero han dejado este sobre para vos en recepción —dijo el botones.

—Gracias —respondió Nolan, al tiempo que cogía el sobre.

—¿Estáis cómodo, necesitáis algo? —Quiso saber el empleado.

—Todo está en orden —respondió Nolan.

—Me alegro, ya sabéis que solo tenéis que avisar cuando necesitéis algo. —El botones hizo una reverencia y desapareció por el pasillo para continuar con su trabajo.

Nolan cerró la puerta, vio que en el sobre estaba escrito el nombre del conde Carling, y sin pérdida de tiempo abrió el sobre. Estupendo, se dijo, lo estaban invitando a un baile de máscaras que se celebraría dentro de dos noches. Ya que no le vendría nada mal divertirse unas horas, y diciéndose que tenía que confirmar su asistencia lo antes posible. Se acercó a la mesa del desayuno, dejó el sobre, y se sentó a tomarse el desayuno. Y con el presentimiento de que le esperaban grandes sorpresas.

Después de desayunar, se dio un baño, se vistió con la elegancia de siempre, y tras consultar su aspecto en el espejo, salió de la habitación. Para ese día, el hotel había organizado varias actividades para entretener a los huéspedes. Para los caballeros, habían organizado un concurso de dardos, una partida de cartas, y las actuaciones de dos bellas cantantes. Las damas, se entretendrían bordando, tomando el té, y todo amenizado con la armoniosa música de un arpa.

A la hora de la cena, los huéspedes se reunieron en el comedor, y mientras se sentaban, comentaban lo bien que se lo habían pasado ese día, y los camareros comenzaban a servir la cena.

Nolan se sentó solo. El día le había resultado agradable, pero nada fuera de lo normal. Mientras cenaba, el baile de los condes ocupó de nuevo su mente, deseando que los dos próximos días pasaran pronto para poder asistir al baile. Porque su intuición le decía que en esa casa le aguardaba una gran sorpresa, y deseaba averiguar de qué se trataba.

Después de cenar, pidió un café acompañado de una copa de coñac. De pronto, la imagen de Gina St. James cobró vida en su mente, y se maldijo, porque desde que había llegado a Éxeter no había sido capaz de dar con su paradero, parecía como si Gina se hubiera esfumado del planeta. De nuevo, pensó en la posibilidad de que hubiera abandonado el país en barco, pero Danny le había asegurado que el nombre de esa mujer no se encontraba en las listas de pasajeros de ningún barco que hubiera zarpado de Londres, o fuera a zarpar en los próximos días. Y Nolan tenía el presentimiento de que estaba malgastando sus energías buscando en el lugar equivocado, y ya no sabía qué más podría hacer, quería creer en el detective al asegurarle que estaban tras la pista correcta. A Nolan no le gustaría malgastar su fortuna en algo que no estaba dando los frutos que esperaba.

Nolan sacó esos pensamientos de la mente, se levantó de la mesa, se acercó a la barra del restaurante y allí pidió otra copa de coñac. Todavía no tenía sueño, y estaba seguro de que, si subía a su habitación a acostarse, no iba a ser capaz de dormir. Minutos después, el barman le informó de que varios caballeros solicitaban su presencia para una partida de póquer, y Nolan se alegró por ello, porque así estaría distraído parte de la noche, ya que a todo buen caballero que se preciara, le gustaba disfrutar de una buena partida de cartas.

Y como siempre, Nolan volvió a llevarse las mejores manos y ganó todas las partidas de la velada, ya que tenía mucha suerte para el juego. No había nacido en cuna de oro, pero estaba demostrando mucha más inteligencia que los petimetres que se habían criado en Eton, y que se creían el ombligo del mundo por nacer entre la nobleza.

5

Los dos días siguientes pasaron como un torbellino, pues toda la servidumbre debía limpiar la casa a fondo, poniendo especial atención en el salón de baile, en el que había que abrillantar el suelo, asegurarse de que todas las velas de las magníficas lámparas alumbraran, colgar cintas decorativas, y un sinfín de tareas que parecían no tener final. Cuando Gina entraba en su dormitorio, se encontraba totalmente exhausta de tanto trabajo. Vera también había ordenado a Holly que ayudara a las doncellas, y su tía hacía que las largas jornadas fueran más amenas.

 

Ya era por la tarde, y Gina y Holly se encontraban en el salón de baile poniendo flores frescas, mientras las otras doncellas se ocupaban de preparar la mesa, y la orquesta que amenizaría la velada montaba el palco y afinaba los instrumentos.

Con el paso de las horas, Gina se veía cada vez más nerviosa, por mucho que había pensado en la forma de que Graystone no la viera, no se le había ocurrido nada. Y, por descartado, podría decirle a Vera que precisamente esa noche se encontraba mal. No le quedaba más remedio que mentalizarse de que estaba expuesta al peligro, porque con la gente disfrazada no podría reconocer al duque, y eso le daba mucho miedo, porque quedaba a merced de él.

Su tía Holly interrumpió sus pensamientos.

—Querida, ¿me estás escuchando?

Gina, sacudió suavemente la cabeza para volver a la realidad.

—Perdona, tía Holly, ¿qué me decías?

—Veo que estabas muy distraída.

—Sí, estaba pensando en que esta noche Graystone descubrirá mi paradero.

—Gina, no puedes pasarte la vida atemorizada por culpa de un hombre, eres una mujer hecha y derecha, ya se cansará cuando vea que de ti no va a conseguir lo que quiere.

—Tienes toda la razón, tía. Pero te olvidas de que existe la posibilidad de que haya echado a la familia de casa, y se haya apropiado de nuestras pertenencias.

—Eso solo es un vil chantaje para que tú te acuestes con él y convertirte en su amante. Te aseguro de que no nos puede quitar nuestro único hogar.

—Por cierto, quiero contarte que anteayer les he escrito una carta para saber cómo sigue todo por Londres.

—Cariño, has hecho muy bien, yo misma lo habría hecho, pero no puedo separarme ni un instante de lady Dolly. Y estoy preocupada por mis hijos.

—Lo sé, y tenemos mucho que agradecerles a los condes que hayan permitido que nos quedáramos las dos en esta casa. Y me siento muy culpable porque una mujer como tú tenga que trabajar.

Holly se acercó a Gina, y la abrazó al tiempo que decía:

—Mientras las dos podamos estar juntas, lo demás no importa. —Se separó de su sobrina, y la miró a los ojos—. Ahora, ayúdame con este jarrón de flores.

Gina y Holly continuaron decorando el salón, mientras las otras doncellas se aseguraban de que el resto de la casa estuviera en perfecto orden. Luego, Holly abrió las ventanas de la estancia para airear, mientras Gina limpiaba de nuevo el suelo para que estuviera reluciente.

Horas más tarde, todas las doncellas se habían retirado a sus aposentos para cambiarse de ropa y ponerse el uniforme que debían usar cuando se celebraba algún evento importante. Gina, en su dormitorio, se miró en el espejo mientras se arreglaba y se aseguraba de tener el mejor aspecto posible.

De pronto, Gina notó un frío escalofrío por todo el cuerpo, y detrás de ella vio aparecer a Jeremy a través del espejo, ella intentó gritar, pero él fue más rápido y le tapó la boca con la mano, mientras la apretaba fuerte contra su cuerpo.

—Eres preciosa —empezó diciendo él, mientras acercaba sus labios al cuello de Gina—, y ya verás cómo al final voy a lograr que seas mía.

Gina forcejeó para intentar liberarse, pero fue un error, porque Jeremy la sujetó con más fuerza.

—¡Estate quieta, no empeores las cosas! —exclamó él, furioso.

Entonces, Jeremy puso una mano sobre la pierna de Gina, le subió la falda e iba acercando la mano a su entrepierna. Ella sollozó para que la dejara en paz y no le hiciera daño.

—Mmm, no sabes cuánto he soñado que llegara este momento. Me vuelve loco el aroma de tu piel tan suave y delicada.

Gina se encontraba totalmente perdida y no sabía qué hacer para librarse de ese canalla, pero si no hacía algo pronto, ese hombre iba a abusar de ella y no podía permitirlo. Jeremy se dejó llevar por el calor del momento, y sin darse cuenta, soltó la mano que le tapaba la boca a Gina, y se puso a acariciar unos de los pechos por encima de la ropa.

Por unos minutos, ella permaneció inmóvil mientras dejaba que Jeremy se distrajera, e intentaba pensar en algo para librarse de él. De pronto, supo cómo iba a deshacerse de Jeremy.

Él siguió explorando el cuerpo de Gina, cada vez más distraído y perdiendo la noción de lo que estaba haciendo. Jeremy la libró del agarre e hizo que Gina se girara para quedar cara a cara, y la besó. Fue un beso que a Gina le hizo sentir náuseas y gran repulsión, luego, lo empujó sobre la cómoda, cogió uno de los jarrones que adornaban el dormitorio y lo estrelló con todas sus fuerzas sobre la cabeza de Jeremy. Él cayó desplomado al suelo, sin saber qué era lo que estaba pasando.

Minutos más tarde, Gina sostenía un atizador en la mano, atenta por si ese desgraciado la volvía a atacar. Jeremy abrió los ojos, y la miró furibundo.

—¡Mira lo que has hecho, criada del demonio! —exclamó, con los dientes apretados por la rabia.

—Es lo menos que se merece por intentar abusar de mí.

—¡Solamente eres una fulana como todas las demás, y necesitas sentir algo duro entre las piernas para ser feliz!

—¡Cállese, o le juro que esta vez soy capaz de matarlo! —respondió Gina, levantando la mano con la que sujetaba el atizador.

Jeremy lanzó una risa espeluznante, y el vello del cuerpo de Gina se erizó por temor.

—No tienes el suficiente valor para hacerlo.

—¡No me ponga a prueba! ¡Ahora, levántese y salga de mi habitación!

Él se levantó tambaleándose, y con la mano en la cabeza se fue hacia la puerta, antes de abrirla miró a Gina y le dijo que eso no se iba a quedar así, después, abrió la puerta, y salió dando un sonoro portazo.

Gina permaneció largo tiempo donde estaba, mientras dejaba caer el atizador al suelo. Luego, se dejó caer en el suelo llorando y temblando como una hoja, porque estaba segura de que tarde o temprano, Jeremy iba a lograr su propósito. Por mucho que intentara mantenerse alejada de él, no lo conseguía, porque Jeremy no dejaba de perseguirla cada vez que tenía ocasión.

Pero se dijo que no tenía tiempo para lamentarse, esa iba a ser la noche en la cual los anfitriones habían organizado el baile, todavía había mucho trabajo que hacer, y no tenía tiempo para lamentaciones.

Se levantó del suelo, todavía con los nervios a flor de piel, se acercó a la cómoda, cogió un pañuelo y mirándose en el espejo se limpió la cara. Se recompuso el uniforme, al tiempo que suspiraba profundamente, porque no sabía hasta cuándo podría soportar esa situación. Quizás le hubiera ido mejor quedarse en Londres y acceder a la proposición de Graystone. Desde luego, prefería mil veces acostarse con él, que con el maldito Jeremy. Aunque era un hombre atractivo, Gina no soportaba que la tocara ni que la besara, pues sentía asco de solo recordar cómo la había manoseado, y su cuerpo se convulsionó de repugnancia.

Ya mucho más tranquila, salió del dormitorio para cumplir con sus responsabilidades. Gina se dirigió a la cocina y ayudó a Sandy y a Holly a llevar a la mesa los aperitivos y las bebidas que habían colocado en una de las esquinas.

Ahora, su mayor preocupación era Graystone, y cómo iba a hacer para poder evitarlo. Pero reconocía que iba a ser una ardua tarea, porque como era un baile de máscaras, no iba a poder localizarlo tan fácilmente y esquivarlo. Y ella tendría que atender a los invitados como otra doncella cualquiera.

Cuando ya estuvo todo listo, Vera reunió a toda la servidumbre en la cocina para darles las últimas instrucciones. Para esa noche, los condes habían contratado a varios lacayos de librea para ayudar a los invitados a bajar de los carruajes y llevarlos a saludar a los anfitriones.

Gina, Sandy y Holly, echaron un último vistazo a la decoración del salón, y ambas estaban de acuerdo en que era preciosa. Mientras, los músicos, en el escenario, empezaban a tocar una bella melodía, pues los invitados no tardarían en comenzar a llegar.

Gina reconocía que estaba nerviosa, no solo porque esa noche se iba a reencontrar con el duque, sino porque era la primera vez que ella servía en un acto público de tanta importancia, pues ella había pertenecido algún día a esa sociedad que tanto detestaba ahora, porque había vivido en un mundo falso en que lo único que importaba era despellejarse los unos a los otros. Y eso precisamente era lo que había sucedido con su familia y con ella, se habían cebado con ellos cuando cayeron en desgracia y quedaron completamente arruinados.

Sacó esos recuerdos de la mente, porque no la llevaban a ninguna parte, el pasado era pasado y no podía cambiarse lo ocurrido, ahora debía concentrarse en el presente y en el futuro, deseando de todo corazón que su suerte cambiara lo antes posible. Pero mientras eso sucedía, le esperaba una larga noche de trabajo, quería que todo saliera bien y que los invitados quedaran contentos de la velada y comentaran los buenos anfitriones que eran los condes.

Y tiempo más tarde, Gina ya no tuvo tiempo para pensar en nada más, pues se concentró en servir champán y canapés a los invitados que empezaban a llegar y que se veían muy elegantes con sus vestuarios. Y expectante para cuando se anunciara la llegada de Graystone, ya que los nervios le atenazaban la boca del estómago, porque no tenía ni idea de cómo iba a reaccionar cuando lo tuviera delante de ella.

Mentalmente, se dijo que tenía que tranquilizarse, porque debía desempeñar su trabajo con profesionalidad, y no tenía ganas de exponerse a que se burlaran públicamente de ella, y mucho menos, de los anfitriones. Gina tenía muy claro que Graystone no significaba nada para ella y que tampoco le debía nada a ese canalla, que solamente pretendía utilizarla y humillarla.

Sobre las once de la noche, Nolan aguardaba en el carruaje su turno para saludar a los anfitriones, que por supuesto no conocía de nada, pero estaba seguro de que lo habían invitado porque tener entre los invitados a Graystone era un lujo y que la gente que pertenecía a la más selecta clase, se peleaban por tener en sus eventos.

Esa noche, Nolan se había engalanado con un frac, camisa blanca y relucientes zapatos negros; para cubrirse la cara, había elegido una máscara que le cubría totalmente el rostro, eso le daría la suficiente privacidad para pasar desapercibido entre los invitados y así poder explorar el ambiente con más calma, pues él seguía con la sensación de que esa noche se iba a encontrar con una gran sorpresa.

Los carruajes fueron avanzando, y el suyo también avanzó unos pocos metros, deseando que le tocara su turno para saludar a los anfitriones y entrar en el interior de la mansión. Esa era una de las normas de etiqueta que Nolan detestaba, aunque intentaba mostrarse relajado, por dentro estaba hecho un manojo de nervios, aunque se le estaba agotando la paciencia, no le quedaba más remedio que mantenerse sereno.

Y por fin, llegó su turno. Un lacayo de librea le abrió la puerta del carruaje para que él bajara, y lo acompañó hasta la entrada de la casa, donde estaban esperando los condes para saludarlo. El lacayo lo anunció, y tras saludar cortésmente a los anfitriones, Nolan entró en el interior de la casa, y allí el ama de llaves lo acompañó hasta el salón de baile, donde ya había muchos invitados luciendo sus mejores atuendos, junto con antifaces y máscaras que les cubrían el rostro. Nolan se acercó a la mesa de las bebidas y se sirvió una copa de champán, mientras seguía recorriendo con la mirada la estancia.

Gina había estado un buen rato pendiente de la entrada de los invitados, a la espera de que anunciaran a Graystone y así saber cuál era el hombre del que debía ocultarse, pero Sandy la había llamado para que le ayudara a servir los aperitivos y los canapés, y reconocía que se encontraba atrapada y no tenía escapatoria, porque si se negaba a servir a los invitados, a su tía y a ella, las echarían a la calle sin contemplaciones, y no quería imaginarse a su tía en la calle en la oscuridad de la noche, ella era responsable de haberla puesto en esa situación, y no le quedaba otra solución que enfrentarse a lo que tuviera que pasar, mientras esperaba en la cocina con Sandy y con Holly hasta que Vera anunciara que ya habían llegado todos los invitados y podían comenzar a servir, e intentaba tranquilizarse, pero sin éxito.

 

Casi veinte minutos después, Vera entró en la cocina a anunciar que todos los invitados ya se encontraban en el salón de baile, y que podían comenzar a servir las bandejas de comida. Las tres se alisaron el uniforme y cada una cogió una bandeja y salieron de la estancia. Entraron en el salón de baile donde la orquesta había empezado a tocar otra pieza musical y varias parejas bailaban al son de la música, mientras ellas se dispersaban entre la multitud y ofrecían comida a los invitados, pero de pronto, los ojos de Gina se clavaron en una pareja que bailaba; sobre todo, no pudo dejar de fijarse en ese hombre tan alto, moreno, musculoso y que tenía el rostro totalmente cubierto por una máscara. Pero se obligó a recomponerse y a continuar con su labor, antes de que Vera se diera cuenta y le llamara la atención.

Pero por mucho que intentaba tranquilizarse, no lo lograba, porque había algo en ese hombre que la perturbaba demasiado y no conseguía identificar por qué, y se preguntaba qué tenía ese hombre para que la afectara tanto, aunque no halló respuesta ninguna a sus preguntas.

El vals terminó de sonar y tras hacer una reverencia a la dama con la que había bailado, Nolan salió de la pista de baile y se dirigió a la mesa a por otra copa de champán. Ya al lado de la mesa, cogió la copa y fue entonces, cuando una de las doncellas llamó su atención, y aunque estuviera vestida con un horrible uniforme y tuviera el cabello recogido en un tirante moño, tenía la sensación de que la conocía, aunque en ese momento no fuera capaz de identificar de quién se trataba. Y desde ese momento, el ambiente del evento se le hizo mucho más interesante y divertido, porque no se iba a ir de esa mansión hasta que supiera todo de la bella mujer que había captado toda su atención.

Gina salió del salón de baile con la bandeja vacía y regresar a la cocina para dejar la bandeja, pues Vera acababa de dar la orden de que ya no se servirían más canapés y aperitivos esa noche, Holly y Sandy, ya hacía rato que se habían retirado a la cocina a cenar, pues todavía les quedaba mucho trabajo que hacer cuando los invitados se marcharan. Ya en la estancia, las tres cenaron y se tomaron una taza de café bien cargado para mantenerse despiertas.

Tiempo más tarde, Gina recorrió el pasillo hasta donde se encontraba la terraza, abrió las puertas y salió al fresco de la noche, y notó el sutil aroma que desprendían las flores que había en las macetas, mientras sus pulmones se llenaban de aire fresco.

Pero, de repente, empezó a notar que el vello del cuerpo se le erizaba, y no tenía nada que ver con el frío de la noche, y se decía que si seguía así se iba a volver completamente loca. Entonces, alguien habló desde las puertas, haciendo que Gina se girara rápidamente y estuvo a punto de desmayarse al encontrarse frente a frente con el hombre que había llamado su atención. Él estaba apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y mirándola fijamente.

—Perdona que te haya asustado, pero te he visto y he sentido la curiosidad de charlar contigo.

—Milord, usted no puede estar aquí, debe regresar al salón de baile con los invitados.

—Excelencia, es la forma correcta de dirigirte a mí.

—Perdón, pero no estoy entendiendo nada.

—Vamos, Gina, ¿es que ya te has olvidado tan pronto de las normas sociales de la nobleza inglesa?

Gina deseó que en ese momento se abriera la tierra a sus pies y se la tragara, con mucho esfuerzo, pudo decir:

—Lo siento mucho, milord. Pero me está confundiendo con otra persona.

—No, no lo estoy. Has sido muy astuta al intentar querer librarte de mí. Ha sido una gran suerte de que te hubiera encontrado esta noche aquí, y vestida de doncella.

—Por favor, váyase o gritaré para que alguien venga a ayudarme.

Nolan se separó de la puerta, y a paso lento se fue acercando a Gina.

—No, porque sé perfectamente que no lo harás.

—Quiero que se identifique ahora mismo.

—Tus deseos son órdenes para mí, soy Graystone. —Pero Nolan no descubrió su rostro.

Gina palideció al escuchar ese maldito nombre. Nolan torció la boca en un gesto de desdén.

—Por tu cara, veo que me recuerdas perfectamente, ¿verdad?

Con un hilo de voz, ella pudo decir:

—Excelencia, salid de aquí antes de que me busquéis un problema con los condes.

Él fue acercándose cada vez más a Gina.

—Me importa un bledo lo que pase contigo. Ahora que te he encontrado no voy a dejarte escapar de nuevo.

Cuando ya estuvo al lado de ella, Nolan la envolvió en un abrazo, la atrajo hacia él y la besó. Con ese beso, Gina tuvo la sensación de que de un momento a otro iba a desmayarse, gracias a los fuertes brazos de él que la sujetaban con firmeza, pero sin hacerle daño.

—No sabes cuánto tiempo he esperado para hacer esto, y tengo que reconocer que la espera ha valido la pena.

—Yo… yo no he hecho nada para que me tratéis de esta forma, por favor, marchaos y dejadme tranquila.

Nolan la miró fijamente a los ojos a través de la máscara, y Gina se estremeció al ver el brillo perverso de sus ojos, y que hicieron que todas las alarmas saltaran dentro de su cabeza.

—Gina, estás loca si piensas que ahora que te he encontrado, te voy a dejar que huyas de nuevo de mí, tendría que ser muy tonto para permitirlo. —Luego, alzó a Gina en brazos, al tiempo que con una mano le tapaba la boca para que no pudiera gritar pidiendo ayuda, y mientras se adentraba en el pasillo, se aseguraba de que tenía el camino despejado para sacarla de la mansión.

Nolan localizó una puerta que resultó ser un angosto pasadizo oscuro, solamente iluminado por la luz de la luna, pero que a él le sirvió para orientarse y avanzar buscando la salida, mientras Gina forcejeaba entre sus brazos para soltarse, pero sin éxito, porque él era mucho más fuerte y poderoso de lo que ella había esperado.

El pasadizo era muy largo y Nolan tardó mucho tiempo en localizar la salida. Ya en la calle, dejó a Gina en el suelo, pero sin soltarla, la sujetó firmemente a su cuerpo, al tiempo que le decía al oído que no cometiera una locura, y a ella no le quedó más remedio que obedecer a ese malvado hombre. Caminaron hacia donde se encontraban los carruajes aparcados, y en cuanto Nolan localizó el suyo avanzó con ella, el lacayo que acompañaba al cochero los vio, bajó del pescante y abrió la portezuela para que entraran en el interior del vehículo, y sin hacer pregunta alguna. Minutos después, Nolan dio un suave golpe en el techo para indicar que ya estaban listos para partir, y el vehículo se puso en marcha.

En el interior del carruaje, Gina por fin se pudo librar del abrazo de Nolan, mientras la sangre le hervía de rabia por dentro.

—¡Esto es un secuestro! ¡Lo colgarán por lo que me está haciendo!

—Gina, ¿tanto me odias para desear mi muerte? —preguntó Nolan, con curiosidad. Pero Gina no respondió, cruzó los brazos y giró la cabeza hacia la ventanilla porque no soportaba las burlas de Greystone. Nolan se acurrucó en su sitio. apoyó la cabeza en el respaldo del asiento y en el interior del carruaje se hizo un tenso silencio, mientras el carruaje avanzaba a gran velocidad por las solitarias calles, y Nolan tomó la decisión de que era hora de regresar a Londres, mandaría aviso al hotel donde se había alojado que enviara sus pertenencias a la mansión, y pensando que la noche había resultado mucho mejor de lo que esperaba en un principio.

El carruaje seguía avanzando a gran velocidad, y Gina empezó a preocuparse porque no sabía a dónde tenía planeado llevarla Graystone, pero su integridad era lo que menos le importaba en esos momentos, la que de verdad le preocupaba era su tía Holly, pues no sabía cómo reaccionaría cuando se diera cuenta de que ella había desaparecido, pero se obligó a sí misma a serenarse, ya que sabía perfectamente que no iba a conseguir nada, y mucho menos la compasión de Graystone, un hombre que había demostrado que tenía el alma negra como el mismísimo diablo.