Principios de levitación

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No intentes explicar esto que sucede ahora,

solo déjate llevar por cada palpitar,

permite que la piel vibre como debe,

que el alma vuele, no pretendas controlar tu respirar,

deja que fluya y comienza a levitar.

Nadia Baños

PRINCIPIOS DE LEVITACIÓN

I

¡Te quiero! Y si eso te parece poco,

¡puedo decir que te amo!

Cierto, sí, ¡que es verdad!

y de una manera sorprendente.

Es magia y es error, que se multiplica,

y se divide,

porque no te conozco,

ni me conoces,

por eso hay rechazo

y hay deseo

que ilusiona una ficción tan real

que se hace burla;

una burla inverosímil, anárquica,

prototípica, de cuento de hadas.

Suspira,

y me atrae a su textura viscosa y aérea,

blanda

como el gusano de seda,

y puntiaguda como una espina de rosa,

¡tan bella!

Inútil, o imprescindible,

almáicamente sencilla, reconocible al olor,

mítica e insensata,

caprichosa.

A tientas se desparrama el perfume;

por las ruletas del tiempo suena el eco

y se expanden las ondas, como en el mar o en el lago,

o en el río, que tiene el color del cerezo,

azul de cielo y blanco de mar arduo

de entrañas y recuerdos.

Añil confuso y pasión fragante.

¡Qué hermosa divinidad anida tu alma!

II

Que me bese con los besos de su boca/ son como el vino tus amores/y es mejor el olor de tus perfumes/ tu nombre es como un bálsamo fragante/ con razón de ti se enamoran/ Llévame contigo, rey mío, a tu alcoba, corriendo, a celebrar contigo tus amores, que son mejores que el vino

Cantar de los Cantares, 1, 1-4

...y que tus labios besaran mis besos;

...y que el chocolate de la heladería fuera de oro puro;

...y que las lágrimas de tus ojos fueran de muchas alegrías;

...y que los pantalones que llevas entren a medida por

entre mis piernas;

...y que las notas de tu guitarra suenen a canciones;

...y que me llames siempre por mi nombre, y tus manos me toquen;

...que sienta encresparse mi cuerpo al visualizarte;

y me alimentes de presencia.

Lo deseo y lo porto en mi pecho,

como una estrella inmensa.

Llegó la abundancia,

y ahora anida en mí.

Destino, te quiero.

III

Tengo una grieta en el alma,

se desgarra fuerte.

Hoy ha empezado una locura

que durará el resto de mi vida...

por Puro Amor.

IV

¿Y qué sabrás tú, rey,

de lo que yo hago, de lo que yo soy?

No es más que la dificultad del lenguaje

lo que atormenta ociosamente a mi alma.

Hay mucho que desconoces,

y por eso vas a sorprenderte

de quién está bajo este pellejo,

de quién encarna este cuerpo y da vida a esta alma.

No te preocupes, no tengas miedo.

La alegría es fuerte y frágil,

pero los recuerdos de la victoria vienen

y se posan en las ramas de los árboles

que oxigenan mis entrañas.

No hay de qué pedir castigo,

ni perdones, ni súplicas.

Ya está marcado el destino

de lo que la providencia carga.

Ya está el deseo cumplido,

llueva, truene, o arena caiga.

En mis brazos están escritas

las señales de las eternas huellas.

La memoria está clara,

y la atención alerta.

Paisano rey, reza.

Solo te digo: reza.

V

Es una pena lo que siente aquí mi alma,

un lugar que no le yace

ni a mi piel, ni a mi garganta.

—¡Sal! ¡Sal de la tiniebla errante!

¡Vuelve a galopar como la yegua salvaje!

Que en el mundo abundan penas,

y no hay quien no las derrame.

¡Alégrate, date el gusto de nombrarme!

Incansable piedad,

hambrienta osadía,

desdicha inmunda: ¡acuéstate, y no te levantes!

Se llenan los campos en flor,

la primavera aparece con el solsticio,

en el corazón alumbran canciones.

VI

Una luz fría, sin temperatura,

Que no produce sombras...

Un día perpetuo.

VII

En silencio, el grillo inunda la oscuridad del nuboso poblado.

Fértil e incoloro llega el otoño,

cubriendo los parques de hojas rotas

y un olor aterciopelado que yace

como fragancia de paladares austeros,

frágiles,

como ropas de vagabundos descalzos

viajando por calles quebradas

destapadas de ilusiones ignorantes.

Pasajeros de la ruleta perdida

acomodan su piel desnuda en callejones sin salida.

Reciben poca comida

y muchas miradas desprovistas de cariño,

opacas, con desprestigio...

—Llueve en los corazones del mundo,

se forman lagos de avaricia,

desmesura y consumo.

Encharcados de pena,

caminan hacia el amanecer

de un tiempo mejor;

esperando que el sol arrastre

lo que ayer la noche pudrió.—

VIII

En mis pasos inocentes se dibuja la sombra de la

infancia, cuando se corre, se juega, se salta...

A mi vera una crianza que sueña a imitarme,

pero mis pasos diminutos son enormes para él,

como para una hormiga los bosques.

Ahora recuerdo esas tardes de café bajo la arboleda,

cuando aún era mi cuerpo diminuto

y el jugar era mi mundo.

Aquella ilusión de perseguir mariposas

bajo la luz escasa del atardecer.

Esperada e inesperada ilusión

donde todo, sin quererlo así tenía sentido,

y todo sin creerlo así, ya estaba escrito

en nuestros cuerpos, en nuestras manos,

en nuestras ropas, en el perfil de los labios

que esconden palabras, en los oídos

que pasan desapercibidos

entre las gentes que ladran...

Ahí, donde se halla la luz escasa del atardecer,

se halla el silencio,

se halla tu alma y también se halla mi alma.

Donde las personas no ladran

y los oídos no precisan del disimulo

—por ahí los oídos hablan con la boca—

y los cuerpos bailan en juegos invisibles.

Es ahí, en ese ocaso, donde la infancia se cría

y las mariposas vuelan tras un resplandor que las guía;

sutil, incorpóreo, casi intangible.

En ese espacio entre la luz y la nada

se puede hallar el silencio,

también se halla tu alma

y también mi alma.

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