Sello de Sangre

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Natle se había ido del hospital hacer ya mucho, podía sentir su distancia, y de la nada su presencia comenzó a desvanecerse con lentitud, ya no podía sentir sus emociones, sus alegrías, era solo yo y ese vacío me dolió más que las heridas que tenía, por un momento me sentí celoso de Joe, lo odié en su momento ya que yo ansiaba poder tener un pedazo de su corazón, pero luego me di cuenta que sí yo la amaba de verdad debía alegrarme de que ella fuese feliz.

El sonido del reloj podía sentirlo a la distancia, además de goteo del suero caer, los sonidos eran aún más fuertes de lo común, mis sentidos estaban demasiado alerta, demasiado sensibles, lo atribuí ante la ausencia de Natle en mí, fruncí el ceño ante la extraña sensación, pero aun así mis ojos no obedecían mis órdenes, quería despertar, pero no podía. El vacío que inundó mis sentidos, el hueco que sentía en mi cuerpo por su ausencia desapareció de un momento a otro, mientras que mi corazón se hinchó ante su presencia aún conmigo, me pareció raro, ya que sabía que Joe la sacaría de la ciudad para huir lejos, pero sentir su vibra en mi interior me dio la certeza de que Natle estaba aún conmigo.

Un calor inundó mi cuerpo, había quedado por un momento profundamente dormido con el sabor de su beso sobre mis labios, hasta que la incesante temperatura había inundado mi cuerpo, el sudor no era frío, cubría mi frente como perlas saladas, pero quemaba, quemaba por dentro, la sensación se expandía hasta quemar aún muy dentro de mí.

Al comienzo pensé gritar, pero la idea no era buena sabiendo que muchas cosas podrían pasar, y de golpe vi algo, era idéntico a los sueños que compartíamos.

Estaba frente a mí, sonriente mientras que la nieve caía sobre ella, tenía los brazos extendidos, dando vueltas y vueltas con los ojos cerrados, disfrutando del momento, de la sensación. Su risa, esa inconfundible risa, entonces sentí que mi piel quemaba, el dolor y el olor a carne sobre fuego, levanté mi brazo derecho y vi que a centímetros arriba de mi muñeca, una nueva marca que se grababa al rojo vivo sobre mi piel, un sol con rayos enredados, una media luna y sobre ella una estrella.

El ardor era insoportable, pero aun así aguante, al levantar la vista vi a Natle, pero ella tenía algo diferente, algo que me hizo sonreír, jamás soñé de esa manera, pero al verla en ese estado supe que era el nacimiento de una nueva era, una era en donde nosotros los ángeles seríamos reconocidos y vistos en la tierra, recordados y admirados, ya no ocultos, sino unidos, sobrevivientes y juntos para luchar por la libertad de no solo un pueblo y una raza, sino por nuestros mundos, incluyendo a todos, sin importar, raza, edad, sexo, condición, todos éramos una misma creación. Seriamos vistos y ya no señalados o perseguidos, y ella era la que iniciaría esa nueva etapa de nuestra vida, ella era el motivo más grande por el cual luchar, era ella parte de mi vida y de mi mundo, era la redención hecha carne.

El calor se hizo insoportable, y las máquinas que daban razón de mis latidos y pulsaciones comenzaron a sonar y pitar, estaba inquieto, pero aun así no deseé despertar, era un bello momento, pero la quemadura era lo que más molestaba, entonces abrí los ojos de golpe, solo para ver a la enfermera asustada de ver esa marca fresca y sangrante en mi muñeca.

Con la respiración entrecortada, supe que todo había llegado a su fin, llevé mi mano libre al pecho y sentí su presencia calándome hasta lo más hondo del corazón, Natle me necesitaba y me necesitaría aún más. Las luces del sol comenzaron a cubrirme, abrí los ojos y sentí un dolor en el pecho, supe entonces que ella me necesitaba, irguiéndome de la cama con cuidado, traté de levantarme, pero la aguja conectada a mi brazo me impidió hacer algún tipo de movimiento brusco, me quité el sensor de latidos, la aguja de mi brazo y vi mis pies, desnudos, moví los dedos y sonreí —Me dieron una nueva oportunidad —miré por la ventana y sentí los rayos en mi rostro, la persiana no lograba ocultarlo, pero mis ojos se notaron aún más, uno verde, otro azul, parte de un pecado y parte de la redención, parte de una condena y de un milagro, parte de un mundo y de otro, era alguien extraño, era Oriolp, era su protector, su guía, era mi vida y era la chica, sería siempre mi chica.

Pisé el suelo y traté de vestirme, pero el dolor de mis costillas y las heridas solo restringían mis movimientos, pero nada me impidió que siguiera excepto el doctor que entró a la habitación y trató de detenerme ante las advertencias de la enfermera —¡Max! Debes descansar, las heridas se abrirán.

—Necesito salir. Necesito estar con Natle —me urgía salir —Ella me necesita.

—¡Max! Por favor, solo lograrás dañarte más. La llamaremos para que venga, la llamaremos, pero recuéstate.

—No puedo esperar más, necesito verla —le exigí con el rostro compungido ante el dolor.

—Prometo que la traeremos aquí, pero tú debes descansar, descansa —me detuvo y forzó a recostarme nuevamente, conectaron las máquinas, y me obligaron a tranquilizarme con ayuda de un sedante que solo me arrancó de la realidad, empujándome hacia más sueños, sueños con ella y de ella.

Luego de charlas, de sentimientos olvidados, entre noches de pasión, caricias, discusiones, y despedidas, esa vida que Natle deseó, se había esfumado como vapor, sueños que se convirtieron en pesadillas, en dolor y sobre todo en desesperación, llevándola a un abismo al cual Piora la había sometido mes tras mes, logrando verla derrumbada y sin nadie, había cumplido su cometido, que Natle se quedara sola, tan sola que no tuviese a quien acudir.

Haciéndola vulnerable.

Ella aun yacía en su cama, con las sábanas enredadas a su cuerpo desnudo, con sus besos aún cálidos en su piel. Entre cortas imágenes, saltaba entre ellas, aparecían y desaparecían de inmediato sin darle oportunidad a grabar alguna. La vi entonces, estaba como siempre bella, con un vestido de seda blanco y largo, sus cabellos sueltos y ondulados, mientras que ese jardín estaba repleto de flores, las estatuas parecían tener movimiento propio, ese vestido lograba captar su inocencia, y yo reconocí ese lugar, pero no le di importancia, la llamé en la distancia —¡Natle!¡Natle!

Ella volvió el rostro y me sonrió, iba a acercarme a ella, pero un gran espejo se interpuso entre nosotros, el espejo de Tuyuned, su presencia manchó su esencia, cambiando su apariencia, traté de golpear el espejo, de sacarla, pero estaba atrapada dentro de él —Resiste... Resiste —grité.

—¡Max! ¡Ayúdame!

Su apariencia cambio a la más oscura, la más tétrica y opaca, un ser que consumía su interior, era aquella que soñé tantas veces, entonces giré y vi detrás de mí, todo en ruinas, destruido por el fuego, no estábamos solos, vi a demonios y ángeles luchando con todas sus fuerzas, pero de la nada, todos se detuvieron dejando caer sus armas al suelo al notar la presencia de Natle abrirse paso entre ellos.

Quedando inmóviles, logré ver como Piora no trató de conservar su lugar, acercándose a Natle con tanta furia y desesperación con las mismas intenciones de quitarla de su camino —¡Natle cuidado! —grité, pero ante de que pudiera dañarle, Joe se interpuso recibiendo la puñalada que Piora le tenía reservada, viéndole caer al suelo lentamente, Natle reaccionó sosteniendo su cabeza antes de que el frío suelo pueda dañarle aún más su frágil y herido cuerpo.

Él trató de hablarle, trató de decirle algo pero no podía, su voz y la sangre interferían, levanté la vista y logre ver a Piora, él estaba de pie ante ellos, no podía moverse, su rostro tenía tanta desesperación que optó por desaparecer de allí.

Yo estaba tan cerca, pero no podía interferir, era yo el que estaba atrapado en medio del espejo —¡NO!

Levanté la vista y vi una intensa luz bajar del cielo, acompañada de fuertes truenos, entonces lo vi, un ser extraño a nuestros ojos, su rostro no era definido, su mirada no se notaba más que un brillo dorado, su cuerpo vestido de blanco. Dando un paso hacia ellos, le mostró nuevamente con su mano que debía volver la vista a su adorado Joe, acatando sus señales, pudo verse ella misma entre sus brazos, era ella quien yacía herida y casi moribunda en el suelo.

Grité, sin saber que me erguí tan deprisa por la sensación de dolor que cubría mi cuerpo —¡NATLE! —la llamé solo para verme prisionero en una habitación de hospital, con la respiración entrecortada y las manos temblorosas, me recosté de nuevo, tenía que verla, necesitaba verla.

Natle se irguió enseguida, cubriendo su desnudes con las sábanas, mientras que un sudor fino cubrió su frente, ese nefasto sueño que había consumido su poca felicidad en esos instantes, sonrió ante el exquisito dolor de su cuerpo, había disfrutado de la noche, de su noche, observó por la ventana de su habitación, el sol radiante, el canto de las aves era el mismo, a diferencia que estaba sola en esa habitación.

En un impulso buscó a Joe con su mano libre, notando su ausencia, su lado frío y las sábanas revueltas, con un nudo en la garganta no pudo articular palabra, pero su nombre salió en un hilo de voz que se perdió con los sonidos de la mañana —¿Joe? —levantándose de inmediato, caminó hacia su baño encontrándolo vacío —¿Joe? —volvió a llamar, pero él no estaba, volviendo el rostro hacia la cama, notó algo en su almohada. Dio unos pasos lentos, solo para darse cuenta que era el medallón de Joe, lo tomó entre sus manos y se dio cuenta que la había dejado, se dio cuenta que él se había ido pero para no volver jamás, una pequeña risa histérica escapó de sus labios temblorosos, no podía moverse, era incapaz de mover tan solo un musculo.

 

Sus ojos se llenaron de ardientes lágrimas que amenazaron con rebosar, sintiéndose culpable, sintiéndose engañada —¡NO! ¡Joe, tú no! —sacudió la cabeza, negando con furia.

Las intensas preguntas sobre su estancia tan corta abrumaban con desatar una intensa cadena de lágrimas y berrinche sin control, sabía que ese medallón en su cama no era una buena noticia, no era una buena señal, no había nada de bueno en su ausencia después de aquella noche que pasaron juntos, aquella noche en la que le entregó su amor puro, su deseo de estar con él sin importar que el mundo se viviera de cabeza a causa de ese amor que estaba destrozándole en esos momentos. Después de quedar unos minutos en blanco, reaccionó —Debe estar en casa... eso es... Debe estar en su casa —vaciló por un momento pero opto por vestirse con unos pantalones y una camiseta, haciéndose una coleta alta, optando ir a casa de Joe y tener información o encontrarlo en casa.

Tele trasportándose a la habitación de su amado Joe, notó que sus cajones estaban abiertos y vacíos, la habitación estaba revuelta y esa era un clara señal que él se había ido de allí, dio un paso adelante pisando el cuadro enmarcado con su foto que ella le regalo, miró hacia el suelo tomando entre sus manos la foto rota —¿Acaso tan solo es un mal chiste? —llevándose una mano hacia la boca trató de no gritar, no tenía sentido calmar su agitado corazón.

Caminó hacia la puerta, la abrió con brusquedad, solo para salir del pasillo y buscar a los padres de Joe, al verlos sentados en la cocina, no saludo, ni pidió dirección, simplemente preguntó atropelladamente —¿Dónde está Joe? No… No sé dónde está ¿Dónde está? —tartamudeaba, mientras que un nudo en su garganta se formaba haciéndole tambalear entre sus propias palabras y llanto.

Tom cerró los ojos y negó con la cabeza, eso no era buena señal —Lo siento, Natle… En verdad lo siento —quiso acercarse pero Natle evadió sus brazos.

—¡NO! ¿Dónde está? —gritó desesperada.

—Lo lamentamos Natle —trató de clamarla, pero ella no deseaba compasión.

—¡No! ¡Dios no! —su pequeño rostro estaba rojo ante las lágrimas, mientras que intentaba no gritar y salir de control, miró al suelo con tensión.

—Él solo se fue, tan solo se fue sin explicación alguna. Solo nos pidió que cuidáramos de ti, no sé qué ha pasado, pero sé que cuando se calme, volverá.

—¡No lo hará! Él no regresará —sacudió la cabeza negándolo, cerró los ojos, tratando de tomar más fuerza de la necesaria, estaba completamente sola, frustrada, con miedo, temía regresar a Ben Cork, tenía tanto miedo de vivir —Regresaré a casa —titubeó.

—Sabes que si necesitas algo, no dudes en llamarnos —exclamó Anna.

—Lo haré. Lo haré —respondió automáticamente, destrozada, giró sobre sus talones y desapareciendo de la casa que una vez fue de Joe.

CAPÍTULO 4

NADA MÁS QUE ESPERAR.

Una vez en su habitación del internado, tomó el medallón de Joe en sus manos apretándolo con fuerza sobre su pecho, mientras que sus lágrimas surcaban sus mejillas. La soledad de su habitación la oprimió de tal manera que cayó de rodillas en medio de ella, deshecha en lágrimas, con el corazón marchito, sus labios trataban de formar alguna palabra, pero lo único que salía era nada.

El dolor de su pecho era abrumador, que no le permitía respirar, quedando rendida, echa un ovillo sin ganas de seguir, sin motivo para caminar y ver más allá de lo que le esperaba, ante el dolor quedó profundamente dormida por el cansancio, por las lágrimas, por sentirse sola, engañada y sin nada por qué luchar. No tuvo tiempo, ni fuerzas para poder soñar, ya que de la nada la puerta se abrió de golpe, en un respingo, se sentó, restregándose los ojos ante las lágrimas con el corazón martillando sobre su garganta, dio un suspiro al ver a Gabrielle entrar —¡Oh Dios mío, apiádate! —rogó en voz baja, ya que nada bueno podía esperarse de las visitas de su hermana menor.

Y como era de esperarse, su hermana atravesó la habitación, su furia era palpable, una ira incontrolable que crecía dentro de ella, sin más alzó la mano y la dejó caer con fuerza sobre el rostro pálido de Natle, el duro sonido acentuado con el silencio de la habitación, proporcionándole una momentánea satisfacción.

Natle no sintió el golpe, pero si el ardor que se expandía sobre su mejilla y la evidencia de esta, dejando una marca rojiza que se distinguía sobre su palidez. El golpe fue tan fuerte que Natle no tuvo la fuerza para sostenerse, cayendo de lado sobre su muñeca, lastimándosela ante la caída inesperada.

—¿Qué rayos sucede contigo Gabrielle? —exclamó sentada en el suelo, tratando de encontrar una explicación a los debidos ataques, además de tratar de acomodarse la barbilla.

—¡¿Explicación?! ¡Una maldita explicación! —bramó su hermana.

—¡SÍ! —gritó Natle.

—¿Cómo pudiste? ¿Cómo pudiste hacerlo? —le reprochaba algo que ni ella misma sabía.

—Me parece que golpearme se ha hecho en un gran hábito para todos en este internado de mierda… y si supiera de qué diablos hablas trataría de explicártelo pero veo que interrumpir en medio de mi habitación y abofetearme como a un trapo es suficiente. Creo que ya deberías estar satisfecha.

—¿¡Explicarme!? ¿Explicarme? Siempre fuiste tan egoísta. Una maldita perra egoísta.

—¿Egoísta yo? No sé de qué me hablas —trataba de defenderse de los constantes ataque de su hermana.

—No te hagas la tonta, que ese papel no te queda ya. Mamá perdió a su bebé y tú tan feliz aquí, mientras que ella está sufriendo por la pérdida.

—Sacas conclusiones precipitadas. Como siempre —inquirió —Yo no tuve nada que ver —trató de hacerle entender y sacarla de su error —¡Lo juro!

—No es de genios saber que en cada desgracia esta tu nombre escrito en neón. Debes de estar contenta por la pérdida del bebé. Por qué crees que ni Joe te lo dijo, porque sabía que eres una egoísta, qué harías todo por ser siempre el centro de atención.

—¡Calla! ¡Calla! —Natle no lo soporto más derrumbándose en su propia miseria.

—Ya debes estar contenta, siempre deseaste que pasara eso. Pues al fin lo lograste maldita perra —con un intento más a golpearle, elevó la mano lista para dejarla caer sobre el rostro de su hermana, cuando una mano fuerte y dura le asió la muñeca sin miedo a lastimarla.

De la nada, Ray apareció detrás de Gabrielle evitando que esa bofetada encuentre lugar, Philip corrió a lado de Natle tratando de ayudarle, pudiendo observar que el golpe había lastimado la comisura de sus labios, brotando hilos de sangre de sus delicados labios, limpió la sangre con sus dedos, preocupado por el rostro pálido y enfermizo de Natle —¡Natle! ¿Te encuentras bien? —susurró, a lo que ella tan solo respondió con un asentimiento de cabeza.

—¡Tranquilízate Gabrielle! Creo que es suficiente, creo que estas castigándole demasiado. Que seas su hermana no te da el derecho de golpearle a tu antojo, pero si hablamos de eso. Creo que tu línea de sangre no te permite golpearle y sabes bien a lo que me refiero.

—¡SUÉLTAME! —ordenó Gabrielle, pero Ray solo logró clavarle los dedos.

—Y yo diría que bajes esa mano. No vez que no tiene la mínima idea de lo que pasó, tan solo fue un accidente, deberías controlarte y detenerte de una jodida buena vez.

—Contigo —la señaló con el dedo de manera despectiva —La vida es un riesgo. Contigo todo puede pasar y los accidentes no son opción a tu lado. Además Joe esta tan ciego que socaparía todas tus ridiculeces. Ambos son tal para cual, ambos son idénticos, no me extraña que sean el uno para el otro en todos los sentidos posibles. Quizás por eso se tuvo que ir de Ben Cork, lo estabas asfixiando tanto con tu maldito papel de víctima e inocente paloma.

—No te metas con Joe. Ni conmigo nunca más, trata de golpearme nuevamente y veras que una mano se te caerá un día de estos. Por favor no trates de competir conmigo, no trates de ganar algo que jamás podrás. No querrás jugar conmigo, Gabrielle —logró ponerse de pie con ayuda de Philip enfrentando a su hermana, ya estaba cansada de ser un títere más, una excusa de accidentes.

—Gabrielle solo vete de aquí. No tiene ningún sentido encontrar culpables, tan solo fue un accidente lo de tu madre, Ray tiene toda la razón —Philip trataba de proteger y ver el lado bueno de la situación.

—Apóyame en esto Philip, no me des la espalda ahora —aseguró Gabrielle —Tú no.

—No Gabrielle, tú no me pongas en contra de mis amigos. Las cosas deben ser claras, Natle no podría haber causado ese daño, solo relájate y no busques culpables, que para ello lo seriamos todos y la gran mayoría aquí por todo lo que pasa incluyéndote, Gabrielle. Acaso olvidaste la última vez, sé que no es apropiado hablar de ello, pero es necesario hacerte recordar que tú fuiste la causante del incidente del semestre pasado —Philip trató de sostener a Gabrielle, pero ella tan solo se soltó bruscamente.

—Por qué no admites que le amas —indagó Gabrielle desdeñosa —Eres tan cobarde que no puedes ni decírselo a la cara.

Philip volvió el rostro hacia Natle, un poco apenado, pero sin sentir vergüenza de esos sentimientos, elevó la barbilla y lo admitió —Ella ya sabe lo que siento. Es algo que jamás podría sentir por ti Gabrielle —dio una risa sin humor, negando con la cabeza solo para verla a la cara —Fuiste creada de piedra, no te importa nada, solo más que tu propio beneficio y bienestar, solo eres la sombra de lo que es mi hermana, y aun así tratas de ocupar su lugar. No eres nada, sé que puedo ser duro en este momento, pero no trates de ser la víctima cuando tú misma has ocasionado tantos problemas en este internado, has hecho la vida de tu propia hermana un infierno ¿Y todo por qué?

Ella solo parpadeó resuelta a no llorar delante de ellos —Eres un bastardo —le dirigió una mirada centellante ignorando las miradas de reproche que todos le daban.

—Puede que lo sea. Pero no traté de matar a mi propia hermana por tener al chico popular colgado de mi mano. O simplemente por no poder ser mejor que los demás.

—¡Philip! Basta por favor —Natle tocó su brazo, pidiéndole que parara con aquella discusión que no le hacía bien a nadie, además de sentirse ya fatal por todo lo que pasaba.

—¡Natle! ¡No! —negó con la cabeza —Tiene que saber que ella solo causa estragos en tu vida, solo causa problemas.

—Más los causará ella —bramó con odio —Ella destruirá todo lo que toque.

—¡Gabrielle! ¡CÁLLATE! —ordenó Ray con las venas de su cuello y frente infladas ante la ira —Cállate por que juro por Dios que...

—¿Qué harás? —apretó los dientes, sin amilanarse a ese tono —¿Golpearme?

—Créeme que lo haré si no te callas de una jodida vez ¡Lárgate de aquí!

—Todos son unos estúpidos por proteger a un monstruo como ella —obedeciendo, giró sobre sus talones, se acercó nuevamente a la puerta, pero se detuvo en el umbral dándole un ultimátum a su hermana —Joe no está contigo. No dudaría ni un segundo que se cansó de ti. Quizás eres demasiado estúpida y frígida para creer ciegamente en él y en sus promesas ridículas de amor.

—Gabrielle, no sabes de que hablas —Natle trató de responderle, pero su voz se fue, escuchándose solo un susurro ausente.

—Él está en la universidad y no tardará de encontrar un remplazo. Solo eres una chiquilla sin expectativas y experiencia que se cree la reina del mundo, pero en la universidad será distinto. Qué no te quepa duda que encontrara a una mujer de verdad, que logre satisfacerlo como lo que es, un hombre y no un niño —camino a la salida pero Natle no sé quedó callada ante su ataque.

—Mientras no te escoja a ti creo que podré sobrevivir a ello —se alejó de sus miradas, mientras que Philip pudo respirar tranquilo ante la tensión que había en la habitación esa mañana, se alejó de Natle para querer ir tras Gabrielle y poder arrancarle la lengua, había momentos en los que la menor de los Sullivan llegaba a ser desesperante y el homicidio era una opción válida.

Natle secó sus lágrimas con el dorso de sus mangas, mientras que su muñeca adolorida solo hacia mella ante el dolor que sentía verdaderamente en el corazón, se llevó las manos temblorosas hacia la cabeza, además de las múltiples punzadas que se acumularon en su corazón, la presión, un escalofrío cubrió su espalda, haciéndole perder las pocas fuerzas que conservaba, solo para cerrar los ojos y dejarse caer en las profundidades de la oscuridad.

Ray al verla caer, se apresuró para sostenerla entre sus brazos, Philip tan solo gritó su nombre a la distancia quedando perplejo ante su desvanecimiento. Ray se preocupó, sostuvo su cabeza, temía moverla, ya que podía ser una de las secuelas de la batalla de la noche anterior —¡Natle! ¡Natle! —trataba de hacerla despertar —Trae a Jesse, ella sabrá que hacer —le pidió a Philip quien salió de la habitación en busca de la nueva estudiante.

 

Cuando la encontró en el pasillo, el rubio la tomó del brazo y con el rostro pálido y los ojos tan grandes solo le pidió su ayuda —Tienes que ayudarnos —la tomó del brazo y la arrastró por el pasillo llevándola a la habitación, Jesse al verla en el suelo corrió hacia el baño, tomó una toalla humedeciéndola y regresando junto a ella.

—¿Qué le sucedió? —preguntó ella, arrodillándose y dando leves toques con la toalla húmeda a la frente ardiente de Natle.

—No lo sé —respondió Ray.

En su delirio, abrió los ojos lentamente, solo para preguntar por la única persona que necesitaba en esos momentos —¿Dónde está Joe? Solo dilo, solo quiero saber dónde está él… estos dos últimos días sé que fue una locura, sé que cometo errores y errores, sé que debo ser fuerte pero sin Joe a mi lado mi mundo está roto, no tengo con que sostenerme, soy un maldito desorden, dime dónde está.

Ray elevó la mirada, solo para ver a los ojos a Jesse, tratando de descifrar algo, mientras que la joven mortal limpiaba el rostro de Natle con el mayor de los cuidados —No. No sabemos de qué hablas. Vi a Joe anoche. Después del incidente con Max, eso fue todo, apenas y he mantenido contacto hoy con él.

—¡No! ¡No! Sus padres me dijeron que se había ido, había dejado la casa, eso es una gran mentira, él jamás me dejaría, él no puede dejarme ahora que —y volvió a romper en llanto en los brazos de aquel nuevo amigo.

Ray extrañado de su frase incompleta, la tomó de ambos brazos, separándola y pidiéndole una explicación —De qué estás hablando Natle ¿Él no puede dejarte ahora por qué?

—¡No! Es solo qué —tragó saliva tratando de no decir más.

—Natle ¿Qué rayos pasó? —la observó extrañado.

—¡Ray! Por favor, creo que estas lastimándola —Jesse tocó el hombro del castaño al ver como asió con fuerza los brazos de Natle, lastimándola.

—¡Nada! ¡No pasó nada! —cerró los ojos evitando el duro escrutinio al que su amigo la sometía.

—¿Por qué no le llamas a su celular? Ray llámale, tú tienes el celular siempre a la mano —exclamó Jesse.

—¡Natle! —Philip se arrodilló ante ella, tomando su rostro entre sus manos —¿Qué es lo que pasa? ¿Qué pasó con Joe?

Como se lo pidió, sacó el móvil de su pantalón marcando el número de Joe, pero fue mandado directamente a casilla de voz —No contesta.

—Vuelve a intentarlo —exigió Jesse.

Obedeciendo la orden, volvió a marcar por una tercera vez, pero esta vez Natle se lo arrebato de las manos, corriendo y encerrándose en el baño —¡Joe! ¡Joe! ¡Soy Natle! ¿Dónde estás? —formó una media sonrisa paranoica, sin darse cuenta que estaba hablando con una contestadora —Por favor llámame o ven a buscarme, ya tendré todo el equipaje para irnos, por favor dime ¿Acaso hice algo malo anoche? O ¿dije algo malo? Por favor no me dejes así, llámame. Fue maravilloso lo de ayer… mi… mi teléfono esta sin batería, pero cuando esté listo te llamaré o quizás puedas venir —colgó, sin antes caer detrás de la puerta.

Ray llamó a la puerta con sus nudillos, mientras que su sollozo inundaba el baño, estaba tan temerosa, confundida y sobre todo herida —¡Natle! Toma tus cosas y alístate para clases, haz tu rutina normal, eso es lo mejor que puedes hacer ahora, no puedes encerrarte en el baño para siempre, te necesitamos atenta —hizo una pausa significativa, pegando su frente en la puerta —Por favor, cualquier problema que hayas tenido con Joe, sé que lo arreglaran siempre sus discusiones son temporales, ambos son temperamentales. Un amor como el suyo no puede acabar así por así ¿Me escuchas?

—¡Natle! Ray tiene razón. Qué te parece si te acompaño a ver a Max después, sé que él estará contento de verte, y podemos ver cuando le darán de alta —mencionó Philip desde atrás de su amigo.

—¿Ahora? —no sabía que más decir —Pero... —trataba de no llorar.

—Nada de peros. Ve y alístate, cámbiate —esos dos amigos tercos, se giraron sobre sus talones y salieron de la habitación, dándole su espacio, ya que Natle no deseaba miradas iracundas, tensas y de compasión por un estado emocional tan frágil.

De la nada sintió la voz de Ray nuevamente —Y… puedes devolverme mi celular. Tengo llamadas pendientes.

A la distancia una furiosa Jesse logró gritarle —¡Raymond! —chillo ante el insensible comentario, tomó su camiseta en un puño y lo obligó a salir de la habitación.

—¿Qué? Necesito el móvil, sabes muy bien eso.

—El celular me importa un rábano ¡Acaso no ves a Natle! ¡Cielos! Eres o te haces el idiota.

—Seré lo que tú digas, nena —Ray sonrió con picardía a una sonrojada Jesse que fue invitada a participar en un nuevo problema. El trio salió de la habitación y la dejó sola.

Natle reaccionó abriendo la puerta y sacando la cabeza para ver si aún había alguien, pero estaba sola. Ella no tenía idea de cómo sobrevivir después de eso sin Joe, dándose cuenta que debió haberse alejado de él lo más posible, debió alejarse de todos, abrió mucho los ojos ya que las lágrimas amenazaban con rebozar, eran lágrimas de ira, decepción y sobre todo de odio.

—¿Por qué Joe? ¿Por qué lo hiciste? —se cuestionó ella misma, entre el llanto y el celular en mano, se sintió invadida por una temeridad que desconocía en esos momentos, sabía muy bien que era el miedo, pero esa sensación era una más fuerte, más que miedo, supuso que lo que sentía era solo por estar entre la confusión y el no saber nada de Joe.

Miró a su alrededor, sin saber cómo romper esa insoportable e inquietante calma, con un nudo en la garganta, pensó en tantas cosas, supuso muchas, pensó en cada palabra de Gabrielle, dándole una veracidad inquietante, una sin fundamentos.

Instintivamente deslizó su mano en su bolsillo, sacando el medallón de Joe, aquel objeto, el único que le había dejado antes de su partida, antes de alejarse de su vida sin una nota, una despedida, un abrazo o tan solo una última caricia.

En ese instante recordó el celular de Ray, aún estaba en su mano así que volvió a marcar el número, pero como siempre, mandaba la llamada directo a casilla de voz, dejándole uno de tantos mensajes —¡Joe! Sé que quizás esto es un error, quizás estas ocupado y tratas de desviar nuestras pistas —sus labios se curvaron en una sonrisa, una leve sonrisa que no llegó a brillar en sus ojos —Por favor, llámame y dime cuando podremos vernos —colgó, volviendo la mirada hacia el medallón y con ello el día se fue apagando, además de los múltiples mensajes que le dejaba por ambos celulares sin recibir respuesta alguna.

 Joe, por favor regresa ¿No sé qué hice mal? ¿Acaso estuvo mal lo que paso anoche? Regresa estoy esperándote para irnos.

 Joe es casi mediodía y aun espero por ti, nadie sabe que debemos irnos.

 Joe es casi la una de la tarde, te espero para comer.

 Joe son las dos de la tarde, espero que leas estos mensajes.

 ¿Estás allí?

 ¿Estás enojado conmigo?

 Perdóname si hice algo indebido.

 Joe… regresa.

 Joe por favor

 Son casi las ocho de la noche… no he asistido a clases y te sigo esperando.

 Joe siempre nos iremos a una isla.

 Espero que sea una casa pequeña.

 ¿regresarás?

 Joe es medianoche y aun espero tus llamadas.

 Es la una de la mañana, fui a tu casa y tus padres no saben nada de ti.

 Joe hoy Gabrielle me dio una bofetada.

 Joe son las tres de la mañana y aún sigo esperando.

 Joe con las cuatro… duermo solo instantes pero despierto para enviarte un mensaje… responde.

 Joe son las cinco… ¿Dónde diablos estas?

 Joe Cooper contesta el maldito teléfono.

 Lo lamento… por favor perdóname, sé que estoy enojada y no debí mandarte ese mensaje…

La enfermera había venido a revisar el suero y darme más medicación para el dolor, cuando vio que todo era correcto, giró sobre sus talones dejándome solo y cerrando la puerta detrás de sí, en ese momento vi la figura de Ray entre la sombras de la puerta, me hizo una visita fugaz, yo estaba descansando, adolorido e incómodo así que mi humor no era de los buenos, era un muy mal enfermo, cuando lo vi supe que no era una visita de cortesía, era una buena señal, una de las mejores noticias, quizás venía solo a decirme si sabía dónde Natle y Joe se habían ido, si sabía de algún paradero o lugar donde ellos pudiesen estar, quizás el verle de pie frente a mi cama solo hizo mella a mi ego magullado y mi corazón que comenzaba a sentirse marchito, ellos dos se habían ido, vacilé un momento, pero entonces me fije en el rostro de Ray, se paró en seco en la puerta al mismo tiempo que sus labios pronunciaban miles de maldiciones y eso no estaba para nada bien.