La venganza del caído

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CAPÍTULO 4:

JUZGADOS

Ambos hermanos extendieron sus alas, el llamado de Dios era urgente y por el desastre que habían ocasionado su presencia era requerida de manera inmediata, extendieron sus alas y se elevaron por los cielos, aterrizando al mismo tiempo, extendieron sus alas y se vieron entre sí sin articular palabra, ambos ingresaron al templo de Dios, caminando por la misma ruta que su padre había hecho por años.

La puerta se abrió recibiéndoles, dando un paso adelante, vieron la habitación de tonos blancos y luces destellantes a su alrededor, una neblina espesa cubrió sus pies, mientras que la puerta detrás de ellos se cerró con fuerza dando inicio al juicio que determinaría sus vidas.

—Me he dado cuenta de sus peleas —exclamó Dios con fuerza —La destrucción que han ocasionado no tiene perdón, han roto sus propias reglas, han ido contra los mandatos de su padre y han roto la paz entre mis demás hijos.

—¡Padre! No somos dignos de entrar a su casa ni de escuchar tu voz —en ese instante Uran mostró su respeto, arrodillándose ante la presencia del Supremo, pero fue interrumpido por su hermano.

—Alardeas demasiado.

Dios al escuchar que Hadeo estaba lleno de rencor, un sentimiento que inicio en sus primeros hijos, decidió no ser blando con él, le había dado la oportunidad de seguir, pero simplemente se ensaño con el poder que su padre no le heredo —Tus palabras —hizo una pausa significativa —Tus palabras son idénticas a la de mis primeros hijos, te han marcado ¿Cuándo has pisado la tierra?

Al escuchar ello respondió con enojo —Te equivocas, yo no he pisado la tierra, pero veo que tienes preferencias, no eres neutral como dicen los demás.

—Te equivocas Hadeo, te equivocas, estas marcado por sus pecados, has absorbido sus malos sentimientos, has venido contaminado —espetó con fuerza, haciendo retumbar su voz por el templo, moviendo los cimientos —Has cometido un grave pecado, arrebataste la vida a un ser inocente y el asesinato no tiene perdón, sabes cuales son las consecuencias de tus actos Hadeo

—Matar por obtener lo que por derecho me corresponde no es ningún crimen, no cuando el que arrebata es tu propio hermano —le lanzó una mirada centellante en rabia y odio a su joven hermano —Yo debía ser el heredero al poder de Dios, yo debía ser quien resguardara la daga y el cofre sagrado, pero te tuvo que elegir a ti, al bastardo que destruyo la vida de mi madre.

—Mi madre no tenía culpa de nada, fue mandato de Dios que mi padre uniera también su vida con mi madre, ya que Deania no podía darle el hijo que anhelaba.

—¡Pero nací! —gritó —Nací y tú arruinaste todo, me arrebataste todo —rugió, con las venas de sus largos brazos hinchadas ante el enojo y la ira que se expandían por su sistema.

—¡Basta ya! —una ráfaga de viento envolvió a Hadeo —Sabes muy bien que cuando te crearon fue improvisto, tu madre era infértil. Deberías mostrar sensatez, pero todo lo contrario, has dividido a mis hijos, luchas contra tu hermano tratando de derrocar su buena fe, tratas de derrocarme.

—¿Buena fe? Tú destruiste todo, tienes tanto poder, pero ¿Por qué no lo tengo yo también?

Truenos sonaron con fuerza, Dios estaba enojado —Mi poder es único, como mi amor también, no tengo preferido, yo quiero a todos sin preferencia y sin excepción, has sido cegado por el poder, la avaricia ¡Estas tratando de ser más que todos!

—Nunca supiste como era, pero ahora ya me conoces. Tus tontos Inumine sufrirán, seré más poderoso y temido, lograré obtener el poder que tanto resguardas, obtendré la tierra y destruiré todo a mi paso —gritó desquiciándose —Y no podrás evitarlo. No serás más mi Dios. No te guardare respeto, te maldeciré cada día por la vida que me diste, y por la de mi hermanito. Nuestra guerra jamás tendrá fin.

Pero Dios no podía dejar de lado aquel crimen, le perdonaría tantas cosas, menos matar, menos manchar sus tierras con sangre inocente —¡Hadeo! Por ese motivo, te condeno a vivir penando, pero no en estas tierras de paz, sino en los infiernos, donde perecerás toda la eternidad —un rayo cayó en medio de ambos hermanos abriendo la tierra y mostrando un mundo inferior, un mundo lleno de lamentos y sufrimiento. Sin importar quien siguió a Hadeo y dio cabida a sus ideas revolucionarias, cayeron al mundo creado para ellos, siendo arrastrados cruelmente, separando familias, llevándose consigo almas inocentes.

El Inumine marcado por la maldad, no cerró la boca, quería ser escuchado, debía ser escuchado —Yo gobernaré mi mundo, pero las tierras que les heredaste a los Inumine serán mías, la tierra también. Veras que tus queridos Inumines y mortales no vivirán para siempre. Te derrocaré de tu trono ¡Querido Padre! —hizo burla al referirse como padre.

El altísimo dando razón a las maldiciones de su hijo Hadeo —Tienes razón, tendrás poder, pero no más que yo, tendrás tierras, pero se te presentaran límites los cuales no podrás romper, tendrás pertenecías suficientes, pero no conseguirás más. Y así sucesivamente, todo lo tuyo tendrá límites. Tú no serás llamado Inumine, serás llamado Demonio, serás separado por especie, no serás el patriarca, te condeno a no ser el único, no tendrás alas, caminaras arrastrándote, no te elevaras, mientras los otros si podrán. El trono que tanto has ansiado, no será para ti, se presentaran dos más, dos más reclamaran su poder y derecho a él, tu maldad y avaricia seguirá intacta, tu veneno se esparcirá formando en la tierra, discusión y dolor —hizo una pausa tratando de calmar su enojo, otra vez más sus hijos lo habían defraudado —Uran, dejarás de ser un Inumine para ser conocido como un Ángel, lamentablemente correrán el mismo destino, tú y los tuyos, tendrán abundancia, sanaras el alma de los que tu hermano a lastimado, tu misión será reparar los daños que los demonios causarán, darán fe y esperanza de mi existencia, mostrarás a mis hijos humanos que los amo a pesar de todo.

Las tierras comenzaron a temblar, los que acompañaron a Hadeo cayeron a las profundidades de ese nuevo mundo creado, fueron despojados de sus alas blancas, para convertirlas en alas tan negras cómo sus almas condenadas, negro como el alma del ser que los obligó a perecer, sus gritos eran tan profundos, aturdidores, devastadores que fueron opacados por los truenos y rayos que cayeron esa temporada en la tierra.

—Y así se cumplirá, yo viviré en lo profundo de mi creación, observando, pero no intervendré en estos asuntos y el cielo será para los Ángeles, grandes extensiones, grandes campos. Y el hogar de los demonios será llamado infiernos, serán cavernas frías y tenebrosas, sin luz que iluminé sus caminos y sus almas. Mientras a ti Uran, este juicio te dará un obsequio, tendrás poder, pero no más que el mío. Mi último obsequio para ti será este medallón —de una mesa de piedra una cadena delgada de oro rodeó su cuello, el medallón tenía tallado un Lobo con alas envuelto en llamas, mientras que la misma forma se pintó en su muñeca derecha —Este medallón será tu legado, lo pasaras de generación en generación, en el guardaras tu poder a la hora de morir, dejando una defensa a tus seres queridos. Si se unen los medallones tendrán el poder de las tres fuentes. El medallón es poder, es la clave para dominar, para tener al mundo en sus manos, poder destruir o dar vida a este mundo que yo he creado. Que así sea y así sea escrito. Estos medallones serán su castigo, por ambición y rencor, morirán por ellos, mataran por ellos, pero jamás encontraran la clave de la vida, jamás verán cuál será su significado. Ustedes mismos traerán el fin al mundo, pero no por sus manos, sino de otros, los demonios serán lo opuesto a los ángeles, como los ángeles lo opuesto a los demonios. El mundo no sabrá esta historia, no conocerán la rivalidad de dos hermanos de sangre, enemigos de corazón. No sabrán del inicio de cómo mis hijos han traicionado mi confianza, de cómo rompieron mi corazón. Solo la última generación sabrá el porqué de lo que he hecho hoy, la última será testigo de un nuevo poder. Yo no seré culpable de esta destrucción, ya que el juicio está en sus propias manos.

En ese momento, el segundo medallón rodeó el cuello de Hadeo con fuerza, asfixiándole, obligándole a retroceder y caer al abismo que él mismo había creado, el chacal con alas era el símbolo de su traición, marcando su alma así como su piel mientras que sus gritos ante el dolor de sentir como arrancaban sus alas se expandió por el mundo.

Uran sabes cuál es tu misión. Los nuevos patriarcas serán elegidos por el medallón, su marca será idéntica para sus dueños, excepto para sus demás hermanos, ellos solo serán marcados con el animal de poder.

Dividiéndose nuevamente, Uran llevó consigo la marca del lobo envuelto en llamas en su muleca derecha, Hadeo llevó consigo al chacal en su muñeca izquierda, dejando cuatro medallones al cuidado de sus guardianes más fieles, los Crock Novo en espera de la llegada de los tres al trono que dividirían el poder que tanto habían ansiado ese par de hermanos.

Fue entonces cuando el mundo de los cielos se separó, siendo el lobo, el delfín y el halcón, los tres animales que cuidarían de los cielos, mientras que en el inframundo, el chacal, el murciélago y el tiburón. En ese instante, todos comenzaron a ser marcados con el animal de su clan, separando a los aldeanos de los patriarcas. El dolor marcó a todos y sin excepción.

CAPÍTULO 5:

SEPARACIÓN

Marcados, separados por fuentes de poder, un distinto significado, distinta especie, Dios simplemente decidió no volver a intervenir, su corazón ya no resistió un duro golpe como ese, todo lo que amo estaba destruyéndose poco a poco por la ambición de muchos.

 

Uran cayó de rodillas, debilitado, mientras que el remolino del templo desapareció, sintiendo una sensación de vacío en el corazón —¡Padre! ¡Padre! —quiso escuchar su voz, pero todo fue en vano, habían dejado de escucharlo y con ello se dio cuenta que caminarían ciegamente por el mundo.

Cuando logró lentamente recomponerse y salió del templo, admiró la destrucción y el caos que habían ocasionado, su pueblo estaba destruido, las casas estaban hechas pedazos y la tierra comenzó a cerrarse lentamente.

Las mujeres llorando de rodillas, hombres tratando de sacar a algunos atrapados, los animales estaban descontrolados, el caos era parte de su reino y todo por culpa de su hermano, aquel hermano que siempre lo odio, aquel hermano que había dado muerte a su madre.

Caminó entre la multitud viendo los daños, viendo a mujeres que habían perdido a sus hijos, hijos que perdieron a sus padres y hermanos, tendría que volver a comenzar, comenzar un reino nuevo, pero esta vez con mano dura, no dejaría que su pueblo sufra las consecuencias de sus actos, no otra vez.

Con la idea de reconstruir un reino más seguro, Uran tomó el control absoluto de su reino siendo déspota y autoritario, cumpliendo la promesa que una vez se hizo, no volvería a ver a su gente destruida. El templo quedo intacto, pero construyó un reino a base de su propio sudor, sus lágrimas y su soledad, un reino donde las reglas se acatarían y que la traición solo se pagaría con la muerte.

Odotnet, su fiel guardián le acompañó todos los días, velando sus noches, velando por sus sueños, protegiendo su vida, tratando de mitigar la venganza del corazón de su protegido ya hecho hombre, apaciguando sus intentos de matanza, sabía que en un futuro Uran se enfrentaría a nuevas batallas y guerras, pero no podría saber a ciencia cierta si su protegido regresaría triunfante o derrotado, vivo o muerto o simplemente se mantendría alejado de las guerras.

Formando una guardia que proteja su reino, formando una escolta que resguarde su trono y sobre todo tratando de asegurar su corazón en altas murallas que nadie pueda tocar. Mudándose al que en un inicio fue el templo de Dios, convirtiéndole en un palacio de almas murallas, columnas anchas, habitaciones amplias, ventanales inmensos, mientras que en centro del jardín que su madre amo una vez, resguardaría la daga y el cofre con su vida, mientras que el poder de Dios corriera por su sangre, él llevaría a su pueblo a la victoria ante la guerra sin fin con el mundo del que fue una vez su hermano.

Su reino quedo en la parte más alta de la montaña, contrayendo murallas a su alrededor, para que ningún hermano pueda cruzar el umbral entre la vida y la muerte, entre la sanación y enfermedad, entre el recuerdo y el olvido y sobre todo entre la fe y la duda en sí mismos, aislándolos del mal de sus otros hermanos, escribiendo las reglas de su reino. Como consecuencia de su paranoia, escribió las reglas en la puerta del palacio, siete reglas, en total.

I. Cada domingo visitarás el templo

II. No pisarás fuera de los límites de tu reino

III. No tratarás de bajar a los mundos inferiores al tuyo

IV. Cada niño se enlistará en el entrenamiento militar

V. No desobedecerás las órdenes del patriarca.

VI. La traición y el asesinato serán condenados a muerte.

VII. Respetarás a tu madre y a tu padre.

Pasaron diez años, años en los que Uran había quedado atrapado entre su pasado y su venganza, siempre al atardecer observaba por la ventana de su palacio, como su gente comenzaba a iniciar nuevamente, pero las ansias de encontrar una puerta directa al infierno para obtener la vida de su hermano lo carcomía día a día.

—Creo que estas yendo demasiado lejos con todo este control Uran —expresó Odotnet, observándolo desde el quicio de la puerta, pero la respuesta de Uran fue solo un bufido.

—Y yo creo que los años están ablandándote —no dejó de ver por la ventana, apoyado en el umbral, con las manos detrás de su espalda.

—¡Uran! —quiso continuar pero su protegido no se lo permitió.

—Creo que la conversación no nos llevara a nada positivo —Uran había creado un ejército para que resguardara su mundo del caos que podía llegar, estaba seguro que Hadeo no se rendiría como él tampoco, tomaría venganza como también le arrancaría el corazón.

Sin embargo, Hadeo había oprimido su resentimiento, pero no dejaba de pensar en una salida de ese mundo al que estaba condenado, pero en el transcurso de diez años su corazón encontró un breve momento de paz cuando una hermosa joven de cabellos lacios y rubios, mirada azul como el cielo obtuvo su amor, su corazón y apaciguo ese fuego de venganza. Su nombre era Pasifae, la bella y tierna Pasifae.

Al paso de unos años más, Uran se tranquilizó, Odotnet le ayudó a olvidar, pero los recuerdo siempre lo invadían de noche, dándole las peores pesadillas, para ello, su guardián lo acompañaba cada noche a caminar por el campo de su palacio, Odotnet no lo llevaba a las partes bajas del reino, solo lo llevaba a lugares que le ayudasen a olvidar, a vivir y sobre todo a seguir, pero el testarudo Rey maquinaba como un reloj a cada instante, no hallaba la manera, la forma de poder entrar al mundo de su hermano y destruirlo, sabía perfectamente que Hadeo no descansaría hasta obtener el poder que Dios le dio, fue su promesa y siempre cumplía sus promesas y no permitiría que su pueblo sufra las consecuencias, debía dejar el poder de su padre y de Dios en un lugar seguro dónde su hermano no podría alcanzarlo, un lugar donde solo sus generaciones pudieran encontrar.

Mientras él pensaba en como destruir a su enemigo, Hadeo había dejado de lado las peleas y sus promesas, casándose con Pasifae y trayendo un heredero al trono infernal, pero no le dio el lugar que correspondía en su corazón, solo buscaba la forma de salir, pero sin éxito, la locura se apropió de él, como resultado un diario donde el frenesí y la demencia se hicieron presentes. Pasifae no le perdonó que dejara a su hijo Sagia de lado por una absurda venganza que consumió su alma como también su vida.

Uran no se quedaba atrás, buscaba la manera de romper sus propias reglas, aunque Dios se encargó que ninguno cruzara los mundos a su antojo, aunque las búsquedas frenéticas de ambos hermanos para hallar una salida y seguir con sus planes iniciales, no descansaron hasta encontrar la puerta que les abriría el camino a varios mundos, incluyendo el de los humanos.

En uno de sus tantos paseos, Uran se encontraba caminando por los pequeños bosques al norte de su palacio, cuándo encontró lo que buscó por años, caminó con descuido resbalando por una senda de arbustos, chocándose con una tapa de concreto que estaba oculta entre las ramas.

¡Uran! ¿Uran? —gritó desesperado Odotnet al verle caer y rodar por los arbustos.

Su mirada se posó en el sello labrado en la tapa, era la misma forma labrada del cofre que le fue encomendado, pero estaba en desorden, las piezas no concordaban con la del cofre. No recordaba que esa imagen la tenía en su propia casa, solo recordaba que la había visto en algún lugar, dándose cuenta que debajo de ese sello una puerta se escondía.

—Estoy... Estoy bien —respondió acariciando el sello, sintiendo el calor y la fuerza que desprendía con un solo toque.

Simultáneamente, Hadeo cabalgaba por sus bosques, su caballo se detuvo de repente, negándose a continuar —¡Harre! Vamos…Anda —pero se negó a cooperar, bajándose de su caballo vio las ramas secas y hojas marchitas ocultar algo de concreto, era extraño, era un bosque con ramas y hojas secas, oscuridad y piedras, pero concreto no era parte de las tierras que él poseía.

Quitando las ramas y las hojas, encontró el sello, el mismo sello. Su mano acarició los bordes, sintiendo que una fuerza extrema estaba en medio de la piedra y el sello, ya nada podría detenerlos, ya nada se interpuso en el camino de ambos hermanos.

El poder los oprimió de tal manera que ambos no pudieron encontrar la paz que necesitaban, no pudieron encontrar paz en sus familias, en su hogar, en su mundo. Pasaron tres años en una larga búsqueda de una llave que pudiera abrir la puerta, la solución perfecta para poder armar el rompecabezas, pero nada, no había nada que les pudiera ayudar a abrir esa puerta, pasaba horas de horas en las noches tratando de descifrarlo, hasta que una de esas tantas, Uran recordó el cofre que sus guardianes resguardan en el interior del palacio —¡Señor mío! —subiendo de nuevo a su caballo, galopo de regreso, cruzando los pasillos de su hogar, abrió las inmensas puertas que resguardaban los tesoros que había heredado, se acercó a la gran mesa de concreto y logró ver el sello del cofre, era el mismo, solo que el orden estaba alterado, mientras él estaba demasiado ocupado con la puerta y la manera de abrirla. Regresando en su caballo, logró mover piedra por piedra, hasta que el sello estuvo completo, pero nada paso, estuvo a punto de regresar a casa, pero de pronto el sello dio un brillo deslumbrante, el ruido fue como cristal romperse, la tapa de concreto quedo destrozada dando paso a un camino lleno de árboles gigantes, tétricos y sombríos.

Sin miedo, apretó las riendas de su caballo y le obligó a seguir por ese camino que él no conocía y que podría correr peligro, adentrándose a las profundidades de ese bosque mesófilo, lleno de niebla, las ramas caían y los árboles morían al paso de la niebla, los ruidos eran estremecedores, ya que al pasar los crujidos de los árboles daban la sensación de que estos cobraban vida mientras se seguía el camino, ese era el mundo de los demonios, aquel mundo condenado, aquel mundo donde vivía su hermano, donde todo a su paso llegaba a morir, sin embargo logró ver un segundo camino que daba a una pradera de altas montañas, un camino exhaustivo y largo que lo llevaba al mundo de sus hermanos humanos, aquellos que decepcionaron al Padre como ellos también lo llegaron a decepcionar.

CAPÍTULO 6:

EL PODER DE MATAR

Uran siguió observando con detenimiento, su caballo desacelero el ritmo, caminando con cuidado por las anchas ramas y raíces de los árboles, tomando uno de los caminos más tétricos, siguió galopando con cuidado, hasta que la presencia de alguien siguiendo sus pasos lo hizo desenvainar su espada, bajar del caballo y esperar a la presencia que sigilosamente lo espiaba —¡Uran! ¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó su guardián y amigo Odotnet.

—¡Cielos! —cerró los ojos y guardó su espada al ver al tigre caminando hacia él mientras que un grupo de soldados escoltaba al tigre —¿Qué rayos haces aquí? —le preguntó hosco —No era necesario traer una escolta.

—Creo que esa pregunta debería hacerla yo, has roto la puerta que impedía el paso de nuestros enemigos a nuestro reino, sabes que eso no se puede deshacer, estaremos vulnerables a ataque y todo por tu necedad.

—Sabes a la perfección que es algo que debí haber hecho hace ya mucho tiempo —guardó su espada y volvió a montar su caballo, apretó las riendas y continuo con su camino.

—Eres vulnerable Uran, si llegas a morir todo estará perdido, no has dejado un heredero que siga con la tradición que tu padre encomendó, cómo dejarás que el poder de Dios caiga en manos enemigas —le reprendió.

—No hay enemigo que pueda conmigo, si acabo con Hadeo todo acabará, tendremos paz.

—¡Te equivocas! Tú obtendrás paz, nosotros la guerra.

—Si has venido solo a molestar, regresa por dónde has venido, no te necesito —siguió su camino por el largo camino de la oscuridad.

—Siquiera sabes que tus poderes son obsoletos aquí, es un lugar neutro, por lo visto este camino impide que canalicemos nuestros poderes —le explicó Odotnet a lo que Uran solo respondió con un simple ¡Uhm!

Claro que lo sabía, ya que deseó utilizar su poder para iluminar más su camino pero se dio con la sorpresa que era mortal, además de que su nariz extrañamente sangrara —Sabes que he esperado muchos años, demasiado años para poder encontrar este camino.

—Peor te arriesgas a adentrarte a las profundidades de un mundo que no es conocido por nosotros.

—Vale la pena.

—¡Vale la pena morir por nada!

—No moriría por nada, moriría vengando a mi madre, destruyendo al enemigo y obteniendo de una vez por todas, la paz que todos necesitamos.

 

—Tenemos paz, solo que tú te empeñas a desatar una guerra.

—No interesa ya —respondió Uran sin mirar a su guardián y siguiendo su camino.

—Si no valoras tu vida valora la vida de tus soldados, velos —gritó, haciendo que Uran volviese el rostro mirando a sus soldados que cabalgaban detrás de ellos los habían seguido —¡Míralos!, valora por piedad sus vidas, son jóvenes al igual que tú, pero si no aprecias vivir, ellos sí, regresa y cuando estés preparado busca tu absurda venganza, pero ahora solo regresa.

—¿Absurda? —sé detuvo para enfrentar a su guardián —¿Absurda has dicho? —sus ojos se llenaron de un destello de ira, un tono desdeñoso y la boca en un gesto hosco —Mató a mi madre y aun así llamas absurda al querer obtener justicia —trató de explicar sus motivos.

Odotnet sabía bien la respuesta —¡Justicia! Llamas a esto justicia, no lo es ¡Te equivocas! Es venganza lo que deseas —miró a los soldados —Regresaremos ahora —rugió.

Volviéndose para mirar a sus soldados, supo que no estaban preparados para una batalla como esa, así que dio vuelta a su caballo y regresó a paso lento —Lo hago solo por ello.

—Si respetas a tu pueblo, olvida esa venganza.

—Yo respeto a mi pueblo, pero también amé a mi madre ¿Acaso eso no me da motivo para obtener justicia?

—Sí, pero no por tu propia mano —le miró de reojo con una expresión dura y eso era un mal presagio, tendría problemas.

—Recuérdame no traerte a la próxima.

—Recuérdame tú a mí donde dejaste tu poco juicio.

Regresaron al palacio tras largas horas a caballo, Uran había seguido sin darse cuenta que su viaje había sido más largo de lo que incluso él esperaba. Cuando llegó al palacio se deshizo de su armadura, dejó su espada y se encerró en sus aposentos, necesitaba saber que era lo que escondía el final de ese camino, ya que todo era incierto, podía ser el infierno, podía ser otro mundo aparte de los conocidos, o simplemente un callejón sin salida, sentado al pie de su cama, se restregó el rostro con ambas manos debido a su frustración, entonces sintió la presencia de aquella doncella que cuidaba de él, estaba observándolo desde el umbral de la puerta con una bandeja en mano —Mi señor —dijo la joven castaña de ojos pardos.

Uran levantó el rostro y se fijó en ella, la había visto incontables veces en el palacio, pero jamás le prestó la debida atención —¿Qué quieres? —preguntó con brusquedad, pero de pronto se arrepintió de ser hostil con la joven, mascullando una maldición se disculpó —Lo siento, qué deseas.

—Vine a asearle, mi señor, sé que su paseo fue largo y debe estar cansado.

Uran cayó rendido al pie de su cama y se empujó a sí mismo sobre sus codos —No creo que sea lo mejor en estos momentos —Ladeó la cabeza observando a la jovencilla —¿Cuál es tu nombre niña?

Ruborizándose, mordió su labio inferior y sonrió —Tirsa, mi señor.

Levantándose de la cama de un salto, se acercó a la joven y admiró lo bella que era —¿Hace cuánto que estas al servicio de la casa?

—Tan solo cinco años, mi señor —la joven amedrentada bajó la cabeza y evitó verle a los ojos, ya que temía que Uran viera los sentimientos que guardaba su corazón.

—No me digas señor, solo Uran. Dime Uran —llevó un dedo a la barbilla de la joven levantando su rostro, notando que era incluso más bella de lo que pensó —¿Eres casada?

—¡No!

—¿Deseas unir tu vida a alguien en especial? —volvió a preguntar, incomodando a la joven Tirsa.

—Sí, pero él no me quiere ni me mira —admiró las facciones de aquel rey resentido, pero sabía que en el fondo tenía un gran corazón.

—Qué clase de ciego no aprecia tu belleza —exclamó acercándose tanto a Tirsa que acercó sus labios a los de la joven nerviosa.

—Tú —pensó ella, pero tan solo calló y sintió el aliento de Uran sobre sus labios, pero de la nada, Uran se irguió y se alejó de ella, volviendo a sentarse al pie de su cama —Ve a casa Tirsa, esta noche ha sido demasiado larga.

Hadeo, por otro lado, no tuvo suerte en poder descifrar el sello y pasó sus días escribiendo un diario de trece capítulos en los cuales relató cómo fue condenado y despojado de sus tierras, cómo fue que Dios lo lanzó sin compasión a un mundo oscuro y de cavernas, describiendo el poder de cada ser que él conoció y como los despojados y arrojados al infierno conservaron parte de su esencia pero condenados a subsistir en un mundo de oscuridad y penuria.

Describió a los ángeles y como llegaron a controla el fuego, movimiento de objetos con la mente, campos de fuerza, tele trasportación, precognición.

Para aquellos que controlaban el agua, absorbían poderes, telepatía, agilidad y reconocimiento de poderes, podían ver dentro de los demás, saber sus sentimientos y pensamientos, Tele trasportación.

Para los del clan viento, sus poderes eran la manipulación de objetos, poder reconstruirlos, manipulación del sueño, tele trasportación. No decía como destruirlos, pero si descubrió que sus poderes se anulaban con el titanio.

Los poderes de su clan, no eran tan diferentes como los de sus enemigos los ángeles, los poderes de Hadeo eran control del fuego, telequinesis, telepatía, paralizar a sus enemigos, agilidad y tele trasportación, pero lamentablemente fue el único de su especie que no logró conservar sus alas como recordatorio a su traición,

Para el control de agua, absorción de poderes y energía, tele trasportación, campos de fuerza.

Control de viento, esos demonios eran considerados los más fuertes, telequinesis, telepatía, infligir dolor físico, invisibilidad, manipulación de recuerdos, posesión.

No podían trasportarse de un mundo a otro ante los sellos que resguardaban cada entrada, sus alas podían salir sin dolor y por lo poco que sabía en infierno solo era el comienzo a la eterna agonía que le esperaba por ir contra los mandamientos de su padre.