Yo, el pueblo

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La representación estratégica puede ser persuasiva y amplia, pero no relaciona el populismo directamente con una transformación de la propia democracia. Según el populismo, su peculiaridad para tener éxito es su capacidad de cumplir lo que propone, pero el argumento estratégico no revela mucho sobre cómo su posible éxito afectará las instituciones y los procedimientos democráticos.107 Más todavía, en vista de que el éxito electoral es un componente integral de la democracia, y en vista de que todos los partidos aspiran a una mayoría amplia y duradera, la interpretación estratégica no aclara por qué el populismo se aparta tanto de la democracia y es tan peligroso para ella, en un sentido más general. Como ya he sugerido y reiteraré a lo largo del libro, para entender el populismo, debemos reconocer que el procedimentalismo democrático no es tan sólo un conjunto de reglas que define los recursos y los canales para hacerse con cierta clase de poder. Tampoco se limita a ser una guía formalista para lograr la victoria (cualquier tipo de victoria). En cuanto reconocemos este hecho, somos capaces de identificar el enfoque posesivo con el que el populismo llega al poder y al Estado, y de evaluar si el populismo es compatible con los fundamentos normativos de los procedimientos y las instituciones democráticas: los fundamentos que hacen que estos procedimientos y estas instituciones funcionen con legitimidad en el transcurso del tiempo y con igualdad para todos los ciudadanos.

Volviendo a la teoría maximalista del populismo, vemos que está impulsada por la acción que vincula populismo y democracia. Como ya mencioné, la teoría maximalista ofrece un concepto teórico del populismo, así como un formato práctico para guiar a los movimientos y los gobiernos populistas. Propone un concepto discursivo y constructivista del pueblo. Esta teoría se superpone con el concepto ideológico en tanto que recalca el momento retórico, pero, a diferencia del concepto ideológico, no contempla que el populismo se base en el dualismo moral maniqueo entre pueblo y élites. Para Ernesto Laclau, fundador de la teoría maxima-lista, el populismo es nada menos que la política y la democracia. Desde su perspectiva, es un proceso mediante el cual una comunidad de ciudadanos se construye con libertad y en público como sujeto colectivo (“el pueblo”) que se resiste a otro colectivo (no popular) y se opone a una hegemonía existente para llegar al poder.108 Para Laclau, el populismo es la mejor versión de la democracia porque representa una situación en la que la gente constituye su voluntad mediante la movilización y el consentimiento directos.109 También es la mejor versión de la política porque —como demuestra a partir del voluntarismo de George Sorel— está basado en mitos que pueden cautivar al público y con ello unir a muchos ciudadanos y grupos (y sus exigencias) con tan sólo el arte de la persuasión. El voluntarismo es la audacia de la movilización y un factor recurrente en momentos de transformación política, y puede ser tanto anárquico como oposicionista y con ambición de poder.110 Influidos por Laclau, teóricos de la democracia radical fundamentan su aprecio por el populismo en la fuerza de la voluntad popular; para ellos, el populismo es una respuesta al concepto formal de la democracia, con su interpretación universalista de los derechos y la libertad, y como un rejuvenecedor de la democracia desde adentro, capaz de crear un nuevo bloque político y una nueva fuerza imperante de gobierno democrático.111 El objetivo del voluntarismo político (de un líder y su movimiento) es la victoria y el gobierno es la medida de su recompensa, una vez que la acción política no esté sujeta al concepto formal de la democracia. De cierta forma, el narodničestvo de Lenin es el modelo subyacente en la interpretación de Laclau del populismo moderno como voluntarismo político. Sirve como evidencia de que “el pueblo” es una entidad por completo artificial. (Lenin acuñó la primera definición de populismo, que se convertiría en paradigmática; por ejemplo, hay rastros de su interpretación ideológica en los estudios de Isaiah Berlin del romanticismo, el nacionalismo y el populismo.)112 “El pueblo”, escribe Laclau, es un “significante vacío”, sin fundamento en ninguna estructura social, y está basado exclusivamente en la capacidad del o la líder (y en la capacidad de sus intelectuales) de explotar la insatisfacción de muchos grupos diversos y movilizar la voluntad de las masas, la cuales creen que carecen de la representación adecuada porque los partidos políticos existentes ignoran sus reclamos. De modo que el populismo no se reduce al acto de oponerse a los métodos que la minoría emplea para gobernar en un momento particular; más bien, es la búsqueda voluntarista del poder soberano por parte de quienes las élites tratan como si fueran “desvalidos”, quienes quieren tomar decisiones por sí mismos que influyan en el orden social y político. Estos desvalidos quieren excluir a las élites y, en última instancia, quieren ganar la mayoría para usar el Estado para reprimir, explotar o contener a sus adversarios, y aprobar sus propios planes de redistribución. El populismo expresa dos cosas a la vez: por una parte, denuncia la exclusión y, por otra, construye una estrategia de inclusión por medio de la exclusión (del sistema). De este modo supone un desafío mayúsculo para la democracia constitucional, dadas las inevitables promesas de redistribución que ésta hace cuando se declara como un gobierno fundado en el poder igualitario de los ciudadanos.113 El dominio de generalidad como criterio de legitimidad desaparece en la lectura constructivista del pueblo. La política se reduce entonces a aspirar al poder para luego modificarlo: fenómeno para el que la legitimidad consiste únicamente en salir triunfante en la disputa política y disfrutar de la aprobación del público. Laclau afirma que el populismo demuestra el poder formativo de la ideología y la naturaleza contingente de la política.114 En su lectura, el populismo se vuelve el equivalente de una versión radical de la democracia: uno que obliga al modelo liberal-democrático a retroceder, pues considera que este último estimula a los partidos convencionales y debilita la participación electoral.115

Esta visión radicalmente realista y oportunista de la política, combinada con la confianza en el poder de la movilización colectiva y el voluntarismo político, nos permite darnos cuenta de que el populismo es artificial y contingente por naturaleza. También nos permite observar cómo se construye el concepto difuso de “el pueblo”, lo mucho que depende del o la líder y de su conocimiento del contexto sociohistórico. No es posible ignorar este último factor: el conocimiento del líder (o la falta de ese conocimiento) y sus habilidades estratégicas (o su falta de ellas) son los únicos límites en su capacidad para “inventar” “el pueblo” representativo. El líder desempeña un papel demiúrgico. Al resaltar este potencial de apertura total del populismo, Laclau lo describe como el auténtico campo democrático, en el que el sujeto colectivo puede encontrar su unidad representativa mediante la interacción de cultura y mito, de análisis sociológico y retórica.

No obstante, el problema con el giro lingüístico (o narrativo) en la teoría de la hegemonía es que la estructura del populismo por sí misma no favorece la clase de políticas de emancipación que quisieran fomentar los pensadores de izquierda como Laclau. Como el populismo es tan maleable y carece de fundamento, es un vehículo igual de eficaz para partidos tanto de derecha como de izquierda. Como está desligado de referentes socioeconómicos, “en principio, cualquier agente con capacidad de acción se lo puede apropiar para cualquier constructo político”.116 Frente a la ausencia de premisas ideológicas específicas sobre las condiciones sociales, y frente a la ausencia de cualquier concepto normativo de democracia, el populismo se reduce a una táctica mediante la que cualquier líder puede aglutinar a diversos grupos para hacerse de una especie de poder cuyo valor es contingente y relativo. La victoria es la prueba de su veracidad. Si definimos la democracia como una estrategia que, en esencia, depende del consentimiento para alcanzar el poder, entonces la descripción de Laclau —disputa entre coaliciones unidas por un líder poderoso y que compiten por el control hegemónico— termina incluyendo la política democrática en general. Sin embargo, en el juego de suma cero de la hegemonía política todo puede pasar. Al asumir una estrategia sin límites sociales, procedimentales o institucionales —porque lo único que cuenta es la victoria—, terminamos en una situación en la que todos los resultados son igualmente posibles y por lo tanto igualmente aceptables. Si asumimos que la democracia y la política consisten, en esencia, en construir al pueblo mediante una narrativa y en ganar la mayoría de votos, desestimamos las herramientas críticas que nos permitirían juzgar mejor a un líder. En efecto, lo que hace un líder exitoso cuando llega al poder es correcto y legítimo en la medida en que el público esté de su lado.

Como veremos en este libro, una visión agonística de la política —que asuma que ésta se reduce a una relación conflictiva entre adversarios— no revela mucho sobre el conflicto que causa ni de qué sucede cuando el conflicto se supera y una mayoría populista llega al poder. Laclau y Mouffe trazaron esta definición de antagonismo en uno de sus primeros estudios en torno a la hegemonía (que constituye el formato para su posterior teoría del populismo):

En todo caso, y sin importar la orientación política por medio de la cual el antagonismo se cristalice (dependerá de las cadenas de equivalencia que lo construyan), la forma del antagonismo como tal es idéntica en todos los casos. Esto es, siempre consiste en la construcción de una identidad social —de una posición sobredeterminada de sujeto—, de acuerdo con la equivalencia entre un conjunto de elementos o valores que expulsan o exteriorizan aquellos a los que se oponen. De nuevo, nos encontramos confrontando la división del espacio social.117

 

Esta postura equivale a un recuento realista no normativo de la política y la democracia. Sin embargo, no responde algunas preguntas intimidantes. ¿Exactamente qué significa “expulsar” y “exteriorizar” al adversario? La frase “hacerle frente a la división del espacio social” no revela qué pasará con quienes terminen fuera de la configuración política victoriosa. A partir de aquí surgen más preguntas. ¿Cómo vincula un régimen populista la condición legal con la condición social? ¿Acaso las Constituciones populistas de la democracia no cambian? Y más importante, ¿incluyen factores como los derechos civiles y la separación de poderes? ¿La victoria de la constelación populista diferirá de, digamos, una constelación centralista en lo que se refiere a garantías constitucionales? De ser así, cuando “expulsen” a las élites del sistema del colectivo que resulte hegemónico y vencedor, ¿a dónde irán? Si sencillamente “se van a la banca” pero conservan la libertad de reorganizarse y recuperan la mayoría, ¿entonces en qué se diferencia el populismo de una democracia schumpeteriana? Si en las democracias constitucionales veremos movimientos o partidos populistas conquistar la mayoría, ¿también veremos cambios en las reglas del juego, diseñadas para que la mayoría populista conserve el poder el máximo tiempo posible? Una teoría de la política y la democracia como la de Laclau y Mouffe deben responder estas preguntas relevantes si esperan que creamos y garanticemos que el populismo es la mejor versión de la política.

UN MAPA DE LOS CAPÍTULOS DE ESTE LIBRO

Como ya he mencionado, en este libro distingo entre el populismo como movimiento de opinión o protesta y el populismo como movimiento que aspira a hacerse del poder y lo consigue. Me interesa la última instancia, y la estudio comparándola directamente con la democracia representativa. Planteo que, una vez en el poder, el populismo es, de hecho, un nuevo modelo de gobierno mixto mediante el que una porción de la población adquiere poder preeminente sobre la(s) otra(s). En ese sentido, el populismo compite con (y, de ser posible, modifica) la democracia constitucional al proponer una representación específica y característica del pueblo y su soberanía. Lo hace mediante lo que denomino representación directa: la relación directa entre el líder y el pueblo.118 La presencia directa, aquí, no se refiere a que la gente se gobierne sola —pues el populismo sigue siendo un modelo de gobierno representativo—, sino a una relación sin mediación entre el pueblo y el líder representativo. La “mezcla” populista depende de dos condiciones: la identidad del sujeto colectivo y los rasgos específicos del líder que encarna dicho sujeto y lo visibiliza. Estas dos condiciones refutan el concepto electoral de la representación, entendida como una combinación dinámica y abierta de pluralismo y unificación. Resulta que esta mezcla populista es muy inestable porque debilita las funciones conjuntivas y reguladoras del poder de los actores intermediarios (como los partidos políticos y las instituciones) y los hace depender de la voluntad y la exigencia del líder.

En conjunto, los cuatro capítulos de este libro trazan cómo el populismo en el poder transforma y, en efecto, desfigura la democracia representativa. En el capítulo 1 analizo la categoría de “antisistema” como el “espíritu” de la retórica y el objetivo populistas. Planteo la transformación de una postura antisistema a una antipolítica. Expongo que éste sigue siendo el contenido central del populismo, sin importar si su orientación es de izquierda o de derecha. Recurro a la oportuna terminología de Pierre Rosanvallon para demostrar que el populismo aprovecha los mecanismos de “la política negativa” o “la contrademocracia” que están garantizados por la democracia constitucional.119 Propongo que la retórica y el movimiento populistas se desenvuelven ante todo en la vía negativa. Su contenido incluye diversos “antis”, integrados por la categoría de “anti-sistemismo”, que el populismo representa y emplea de forma distinto a la democracia (aunque la democracia también incluye un impulso antisistema). El populismo acumula estos rasgos negativos no sólo para cuestionar a un gobierno existente o a una élite corrupta y alcanzar una mayoría, sino para un fin más radical: expulsar a la parte “mala” por completo e instaurar a la parte “buena”. Desde esta perspectiva, el populismo en realidad es un capítulo en el problema más amplio de la formación y la sustitución de una élite política.

En el capítulo 2 analizo cómo el populismo en el poder está preparado para transformar los dos fundamentos de la democracia: el pueblo y la mayoría. Para el populismo, el significado del pueblo difiere del significado general, indeterminado, que tiene en la democracia constitucional. El significado democrático incluye a todos los ciudadanos; no se identifica con ningún sector de la sociedad en particular. El significado de mayoría en el populismo también difiere del significado democrático. Para el populismo, la mayoría no es un método para detectar al sector victorioso en una contienda para llegar al gobierno ni para medir a la oposición. En cambio, la usa como una fuerza que afirma ser la expresión del pueblo bueno, que tiene legitimidad para dominar y humillar a la oposición. Esto quiere decir que los cambios en el poder se dificultan, situación que es, de hecho, un objetivo central del populismo en el poder. Argumento que el populismo identifica al pueblo con “un sector” de la sociedad y que la mayoría es la fuerza gobernante de ese sector contra los otros sectores. Sin duda, se trata de una desfiguración radical de la democracia representativa, porque viola la sinécdoque de pars pro toto, enfrenta a una parte (que se asume como la mejor) con otra(s). De hecho, la lógica del populismo es la glorificación de una parte o merelatria (del griego méros, “parte”, y latreía, “culto”) y no aspira a ser universal ni general. Controla las instituciones para promover los intereses de una parte que no actúa “para” ni en nombre del todo, sino que borra el todo y practica una política parcial. En esencia, el populismo es un gobierno faccioso, un gobierno de un sector de la sociedad que sólo ve por su bien, sus necesidades y sus intereses. Por lo tanto, el populismo en el poder se opone por completo al gobierno partidista y al mandato de la representación: es decir, se opone a la democracia representativa en cuanto que democracia partidista. Le atribuye una postura por completo relativista a la política, la cual justifica (mediante el consentimiento de la mayoría) el reductio ad unum del populismo con la política y en última instancia, con la democracia en general. Esta identificación se materializa cuando se celebra el poder creativo total de la retórica (de los “buenos”), a quienes se considera el recurso esencial para construir un sujeto colectivo bajo la bandera de un líder representante que afirma ser el vocero de “la voluntad del pueblo”.

En el capítulo 3, examino cómo el populismo desfigura la concepción procedimental de “el pueblo” y la convierte en una concepción posesiva de dicho pueblo. Analizo cómo se constituye un sistema populista por medio del líder, las elecciones y el partido, categorías que transforma tanto que la “representación” desempeña un papel muy distinto en el populismo que el que tiene en la democracia. En el populismo, la representación une al colectivo bajo la figura del líder. A diferencia del mandato de la representación usual en la democracia electoral, no busca apoyo (de intereses, ideas o preferencias) y no le interesa la rendición de cuentas. Al representar al pueblo en el cuerpo del líder, el populismo busca unificar grupos y múltiples exigencias para llegar a un consenso numeroso, sólido, tanto en el Estado como en la sociedad. No quiere sólo darle voz a diversos grupos y a sus exigencias, sino que más bien quiere que sus problemas sean los que la voz del líder encarna. El populismo es una especie de antipartidismo. Transforma la representación en una estrategia para crear una autoridad centralizada que afirma hablar en nombre de un pueblo holístico, mientras es incluyente con algunos y excluyente (y en ocasiones represivo) con quienes están en los márgenes (ya sea porque no lo aceptan o porque pertenecen a una cultura, clase o grupo étnico que no es parte del que representan el gobierno populista y su mayoría).

El capítulo 4 conjunta los argumentos principales de este estudio para llegar a una conclusión. Define e ilustra la representación directa que el populismo fomenta en sus intentos por trascender las oposiciones partidistas y reafirmar una representación unitaria del pueblo. Este capítulo explora dos casos contemporáneos de movimientos populistas: ambos dicen ser movimientos antipartidistas —nacieron como tales— y ambos dicen existir fuera de la tradicional distinción entre izquierda y derecha: el Movimento 5 Stelle [Movimiento 5 Estrellas] (M5S), de Italia, y Podemos, de España. Se trata de grupos políticos muy distintos, con proyectos y narrativas casi opuestas, así como con trayectorias políticas divergentes. No obstante, me interesa examinar sus momentos fundacionales: cuando ambos se concibieron para existir más allá de la división izquierda-derecha y se imaginaron algo que consideraron democracia pospartidista. Estos casos sirven para demostrar la ambición populista de confirmar y resolver la desilusión de Michel con la democracia partidista. Los movimientos populistas practican una política antagonista para formar un gobierno que promete administrar los verdaderos intereses de la gente, más allá de las divisiones partidistas. El populismo en el poder parece un gobierno pospartidista, que afirma atender los intereses de una mayoría ordinaria y promete nunca producir un sistema de políticos profesionales. Su ambigüedad yace precisamente en esta ambición. Los movimientos populistas se manifiestan en un partidismo intenso durante la carrera electoral contra los partidos existentes, pero su ambición central es captar la mayor cantidad posible de individuos para convertirse en el único partido de la gente y así disminuir las afiliaciones y las oposiciones partidistas. El capítulo 4 explora el hecho de que, a pesar incluso de que debilitan la organización de este modo, la gente no tiene ninguna garantía de que podrá controlar a su líder.

Soy escéptica ante las promesas palingenésicas del populismo, así como lo soy ante las profecías apocalípticas sobre el destino de la democracia. En el epílogo aclaro los motivos políticos de mi investigación y mi escepticismo, los cuales se relacionan con una ola reciente de interés empático en el populismo, por la que el populismo es visto no sólo como una señal de los problemas que enfrentan las democracias, sino como una oportunidad de mejorar la democracia, de regenerarla. Lo analizo como una “trinchera de avanzada” en las batallas de los ciudadanos para reapropiarse de su poder, tener influencia sobre la distribución de la riqueza y corregir la desigualdad. En síntesis, lo estudio como un intento de rediseñar la democracia representativa para detener su caída, más o menos inexorable, hacia la oligarquía electa. Tomo con seriedad estas aspiraciones populistas y examino sus objetivos: priorizar a la mayoría para limitar el poder de los partidos y las minorías económicas. Sin embargo, concluyo que, si entendemos de esta forma la batalla entre los muchos y los pocos, corremos el riesgo de terminar en el punto que Aristóteles señaló a sus contemporáneos: con la creación de un gobierno de facciones que no es más que una expresión arbitraria de la voluntad de poder de la fuerza gobernante (sin importar si esa fuerza la controlan los muchos o los pocos). Resulta paradójico que la ambición populista de trascender la división entre izquierda y derecha es un indicador de este proceso de faccionalismo, no una corrección de éste. Tras analizar el populismo en el poder, concluyo que de ningún modo el populismo es una estrategia neutra. Como tal, no puede ser una herramienta cuyo uso pueda controlarse al antojo, hacia el reformismo o el conservadurismo, la izquierda o la derecha. Tampoco se trata de “un estilo de hacer política”, porque, para tener éxito, el populismo debe transmutar los principios y las reglas democráticas básicas. Al hacerlo, conduce la política y el Estado a resultados que los ciudadanos no pueden controlar. Es inevitable: el camino del populismo es un camino hacia la exaltación y el afianzamiento del líder y su mayoría, por la sencilla razón de que su éxito depende de la autoridad del líder sobre el pueblo y sus partes. Esto podría ocasionar un choque entre el populismo y la democracia constitucional, incluso si sus principios fundamentales permanecen integrados en el universo de significados y en el lenguaje de la democracia.