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La Senda De Los Héroes

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La Senda De Los Héroes
La Senda De Los Héroes
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Czyta Fabio Arciniegas
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CAPÍTULO DOCE

Gareth estaba en el mercado lleno de gente, usando una capa, a pesar del sol del mediodía, sudando debajo de ella y tratando de permanecer en el anonimato.  Él siempre trató de evitar esta parte de la Corte del Rey, esos callejones llenos de gente, que apestaban a humanidad y a hombre común.  Alrededor había gente regateando, comerciando, tratando de obtener uno del otro. Gareth se detuvo en el puesto de la esquina, fingiendo interés en la fruta de un vendedor, con la cabeza baja. A unos centímetros de distancia estaba Firth, al final del callejón oscuro, haciendo lo que habían venido a hacer aquí.

Gareth estaba escuchando la conversación, dando la espalda para no ser visto. Firth le había hablado de un hombre, un mercenario, que le vendería un frasco de veneno.  Gareth quería algo fuerte, algo que lograra su objetivo con seguridad. No podía arriesgarse. Después de todo, su propia vida estaba en peligro.

No era el tipo de cosa que podría pedir al boticario local.  Había asignado la tarea a Firth, quien se había reportado con él, después de haberlo intentado en el mercado negro. Después de tanto buscar la manera, Firth los había llevado con un personaje desaliñado, con quien ahora hablaba furtivamente al final del callejón. Gareth había insistido en acudir a la transacción final, para asegurarse de que todo saldría a la perfección, para ver que no fuera estafado con una falsa poción.  Además, todavía no estaba seguro de la capacidad de Firth. Algunos asuntos tenía que tratarlos personalmente.

Habían esperado a ese hombre durante media hora. A Gareth lo habían empujado en el concurrido mercado, rezando para no ser reconocido. Y aunque así fuera, pensaba que mientras se mantuviera de espaldas en el callejón, si alguien sabía quién era, simplemente se iría, y nadie lo relacionaría.

“¿Dónde está el frasco?”, preguntó Firth al cretino, a unos centímetros de distancia de él.

Gareth giró un poco, cuidándose de mantener la cara oculta, y se asomó por la esquina de su capa.  Del otro lado de Firth, estaba un hombre con un aspecto maligno, desaliñado, demasiado delgado, con las mejillas hundidas y enormes ojos negros.  Parecía algo así como una rata. Se quedó mirando a Firth, sin pestañear.

“¿Dónde está el dinero?”, respondió él.

Gareth esperaba que Firth manejara esto bien; generalmente se las arreglaba para enredar las cosas de alguna manera.

“Te daré el dinero cuando me des el frasco”. Firth se mantuvo firme.

Bien hecho, pensó Gareth, impresionado.

Entonces hubo un momento tenso de silencio:

“Dame la mitad del dinero ahora y te diré dónde está el frasco”.

“¿Dónde está?”, repitió Firth, alzando la voz, sorprendido. “Me dijiste que yo lo tendría”.

“Dije que lo tendrías, sí, No dije que lo traería. ¿Crees que soy tonto? Hay espías por todos lados. No sé qué intenciones tengas—pero supongo que no es algo trivial. Después de todo, ¿para qué habrías de comprar un frasco de veneno?”.

Firth hizo una pausa y Gareth sabía que lo habían atrapado con la guardia baja.

Finalmente, Gareth escuchó el ruido de monedas chasqueando y se asomó y vio el oro real que salía de la bolsa de Firth hacia la palma de la mano del hombre.

Gareth esperó, los segundos se hicieron eternos, y cada vez se preocupaba más de haber sido timados.

“Irás por el Blackwood”, finalmente respondió el hombre. “En el kilómetro 4.8 hay una desviación en el camino que lleva a la colina. En la cima, hay otra desviación, esta vez hacia la izquierda. Irás por el bosque más oscuro que hayas visto, y llegarás a un pequeño claro. Es la casa de la bruja.  Ella te estará esperando—con el frasco que quieres”.

Gareth se asomó por la capucha y vio que Firth se preparaba para irse. Al hacerlo, el hombre extendió la mano y lo agarró, repentinamente, con fuerza de la camisa.

“El dinero”, gruñó el hombre. “No es suficiente”.

Gareth podía ver el miedo en la cara de Firth, y lamentó haberlo enviado para esta tarea. Ese personaje desaliñado debe haber detectado su miedo—y ahora se estaba aprovechando. Firth no estaba hecho para esta clase de cosas.

“Pero yo te di exactamente lo que me pediste”, protestó Firth, alzando demasiado la voz.  Sonaba afeminado.  Esto parecía envalentonar al hombre.

El hombre sonrió, con maldad.

“Pero ahora quiero más”.

Firth abrió bien los ojos por el miedo y la incertidumbre. Entonces, de repente, Firth se volvió y lo miró directamente a los ojos.

Gareth se dio la vuelta, esperando que no fuera demasiado tarde, esperando no ser visto. ¿Cómo podría Firth ser tan estúpido? Rezó para que no lo hubiera delatado.

El corazón de Gareth se aceleró mientras esperaba. Ansiosamente tocó la fruta, fingiendo estar interesado. Hubo un silencio interminable detrás de él, mientras Gareth imaginaba todas las cosas que podrían salir mal.

Por favor, que no se acerque, rezó Gareth hacia sus adentros. Por favor. Haré lo que sea, Abandonaré el plan.

Sintió que alguien le daba una palmada en la espalda. Se dio la vuelta y miró.

Los ojos grandes, negros, despiadados del cretino se clavaron en los suyos.

“No me dijiste que tenías un socio”, gruñó el hombre. “¿O eres un espía?”.

El hombre estiró la mano antes de que Gareth pudiera reaccionar y tiró hacia abajo la capucha de Gareth. Miró bien la cara de Gareth, y sus ojos se abrieron de par en par, asombrados.

“El Príncipe Real”, dijo el hombre. “¿Qué está haciendo aquí?”.

Un segundo después, los ojos del hombre se estrecharon al identificarlo, y contestó él mismo, con una pequeña sonrisa de satisfacción, armando toda la trama al instante.  Él era mucho más inteligente de lo que Gareth había esperado.

“Ya entiendo”, dijo el hombre. “Este frasco—era para usted, ¿verdad? Quiere envenenar a alguien, ¿no? ¿Pero, a quién? Sí, ésa es la pregunta…”

La cara de Gareth enrojeció de ansiedad. Este hombre—era demasiado rápido. Ya era demasiado tarde. Todo su mundo se estaba desmoronando a su alrededor. Firth había estropeado todo.  Si este hombre delataba a Gareth, sería condenado a muerte.

“¿Su padre, tal vez?”, preguntó el hombre, sus ojos se iluminaron al comprender. “Sí, eso debe ser, ¿verdad? Lo saltó. Su padre. Usted quiere matar a su padre”.

Gareth ya había tenido suficiente. Sin dudarlo, dio un paso al frente, sacó una pequeña daga del interior de su manto y se lo clavó en el pecho al hombre.  Éste se quedó sin aliento.

Gareth no quería que ningún transeúnte presenciara eso, así que tomó al hombre de la túnica y lo atrajo hacia él, cada vez más cerca, hasta que sus caras casi se tocaban, hasta que pudo oler la fetidez de su aliento.  Con su mano libre, extendió la mano y apretó la boca cerrada del hombre, antes de que pudiera gritar.  Gareth sintió gotear la sangre caliente del hombre sobre la palma de su mano, corriendo a través de sus dedos.

Firth se acercó a él y dejó escapar un grito de horror.

Gareth sostuvo así al hombre durante sesenta segundos, hasta que finalmente sintió que caía en sus brazos. Lo dejó colapsarse, débil, cayendo redondo en el suelo.

Gareth volteó a todos lados, preguntándose si alguien lo había visto; por suerte, ninguna cabeza se volvió en ese concurrido mercado, en ese callejón oscuro.  Se quitó la capa y la arrojó sobre el cuerpo sin vida.

“Lo siento mucho, lo siento, lo siento”, no dejaba de decir Firth, como niñita, llorando histéricamente y temblando, mientras se acercaba a Gareth. “¿Estás bien? ¿Estás bien?”.

Gareth estiró la mano y le dio una bofetada.

“Cierra la boca y vete de aquí”, dijo entre dientes.

Firth dio la vuelta y salió corriendo.

Gareth se preparaba para salir, pero luego se detuvo y se volvió.  Tenía una cosa por hacer: se agachó, agarró su saco de monedas de la mano del hombre muerto y lo metió de nuevo en la cintura de su pantalón.

El hombre ya no iba a necesitarlas.

CAPÍTULO TRECE

Gareth se acercó rápidamente por la pista forestal.  Firth estaba junto a él, con la capucha sobre su cabeza, a pesar del calor.  No podía concebir que él ahora se encontrara exactamente en la posición que había querido evitar. Ahora había un cadáver, un rastro. ¿Quién sabe con quién pudo ese hombre haber hablado?  Firth debería haber sido más prudente en su trato con el hombre. Ahora, el camino podría terminar yendo de nuevo hacia Gareth.

“Lo siento", dijo Firth, apresurándose para ponerse al lado de él.

Gareth no le hizo caso, duplicando su ritmo, echando humo.

“Lo que hiciste fue una tontería, y fuiste débil", dijo Gareth. “Nunca deberías haberme mirado”.

“No fue mi intención. Yo no sabía qué hacer cuando me exigió más dinero”.

Firth estaba en lo cierto; era una situación difícil. El hombre era un cerdo egoísta, codicioso, que cambió las reglas del juego y merecía morir. Gareth no derramó ni una lágrima por él. Sólo rezaba para que nadie hubiera presenciado el asesinato. Lo último que necesitaba era dejar rastros. Habría un tremendo escrutinio a raíz del asesinato de su padre, y él no podía permitirse dejar ni el rastro más pequeño de pistas a seguir.

Al menos ya estaban ahora en Blackwood. A pesar del sol de verano, estaba casi oscuro aquí; los altísimos eucaliptos bloqueaban todo rayo de luz. Hacían juego con su estado de ánimo.  Gareth odiaba este lugar. Continuó caminando por el sendero serpenteante, siguiendo las instrucciones del muerto. Él esperaba que el hombre le hubiera dicho la verdad y que no lo estuviera llevando por mal camino.  Todo esto podría ser una mentira.  O podría ser el camino hacia una trampa, hacia algún amigo suyo para robarles más dinero.

Gareth se reprendió a sí mismo. Había depositado demasiada confianza en Firth. Él mismo debió haberse encargado de esto. Como siempre lo había hecho.

 

“Más te vale que este camino nos lleve a la bruja”, Gareth bromeó, “y que ella tenga el veneno”.

Ellos continuaron bajando, sendero tras sendero, hasta llegar a una desviación, justo como el hombre dijo que harían. Era un buen presagio y Gareth se sintió un poco aliviado. Lo siguieron a la derecha, subieron una colina, y pronto hubo otra desviación. Sus instrucciones eran ciertas, y ante ellos, sin duda, estaba el parche de bosque más oscuro que Gareth había visto en su vida. Los árboles eran tremendamente gruesos y deformes.

Gareth entró al bosque y sintió un escalofrío en su columna vertebral, podía sentir la maldad colgando en el aire. Apenas podía creer que todavía era de día.

Justo cuando se estaba asustando, pensando en regresar, ante él, el camino terminaba en un pequeño claro. Estaba iluminado por un solo rayo de sol a través de los árboles.  En su centro había una pequeña cabaña de piedra. La casa de la bruja.

El corazón de Gareth se aceleró. Él entró en el claro, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie lo estaba viendo, para asegurarse de que no era una trampa.

“¿Lo ves? Él estaba diciendo la verdad”, dijo Firth, con emoción en su voz.

“Eso no significa nada”, reprendió Garrett. “Permanece fuera y monta guardia. Toca, si alguien se acerca. Y mantén la boca cerrada”.

Gareth no se molestó en llamar a la pequeña puerta arqueada de madera, ante él. En cambio, agarró el mango de hierro, abrió la puerta de cinco centímetros de ancho, y agachó la cabeza cuando entró, cerrándola detrás de él.

Adentro estaba oscuro, iluminado sólo por velas esparcidas en la habitación. Era una casa de un solo cuarto, sin ventanas, envuelto por una energía pesada. Se quedó ahí parado, en el sofocante silencio, preparándose para cualquier cosa.  Podía sentir el mal.  Estaba que reventaba.

Desde las sombras detectó movimiento, luego un ruido.

Cojeando hacia él apareció una anciana, encorvada, con una joroba. Ella levantó una vela, que iluminó un rostro cubierto de verrugas y arrugas.  Se veía muy vieja, más que los árboles retorcidos que cubrían su cabaña.

“Usas una capucha, incluso en la oscuridad”, dijo ella, con una sonrisa siniestra, su voz parecía como el crepitar de la madera. “Tu misión no es inocente”.

“He venido por un frasco”, dijo Gareth con rapidez, tratando de parecer valiente y confiado, pero se escuchaba un temblor en su voz. “La planta Tadorna. Me dijeron que usted la tiene”.

Hubo un largo silencio, seguido de una carcajada espeluznante. Hizo eco en la pequeña habitación.

“Si la tengo o no, no es la cuestión. La pregunta es: ¿para qué la quieres?”.

El corazón de Gareth se aceleró mientras trataba de formular una respuesta.

“Eso no le importa”, contestó finalmente.

“Me divierte saber a quién vas a matar”, dijo ella.

“Eso no le incumbe. Le he traído dinero”.

Gareth metió la mano a la cintura, sacó una bolsa de oro, además de la bolsa de oro que le había dado al hombre que murió, y las azotó en su pequeña mesa de madera. El sonido de las monedas metálicas sonó en la habitación.

Rezó para que eso la apaciguara, y le diera lo que él quería, para poder salir de ese lugar.

La bruja acercó un solo dedo con una larga uña encorvada, recogiendo una de las bolsas e inspeccionándola.  Gareth contuvo su aliento, esperando que no pidiera nada más.

“Esto podría ser suficiente para comprar mi silencio”, dijo ella.

Se dio la vuelta y se fue cojeando en la oscuridad. Hubo un chillido, y junto a una vela, Gareth podía verla mezclando un líquido en el pequeño frasco de vidrio. Burbujeó y le puso un corcho encima. El tiempo parecía detenerse mientras Gareth esperaba, cada vez más impaciente. Un millón de preocupaciones se agolpaban en su mente: ¿qué pasaría si lo descubrieran? Justo aquí, justo ahora. ¿Y si ella le diera el frasco equivocado? ¿Qué pasaría si ella le contara a alguien acerca de él? ¿Lo había reconocido? Él no podía saberlo.

Gareth tenía cada vez más reservas acerca de todo esto.  Nunca supo lo difícil que podía ser matar a alguien.

Después de lo que parecía un interminable silencio, la bruja volvió. Ella le entregó el frasco, tan pequeño que casi desapareció en su palma, y se alejó de él.

"¿Un frasco tan pequeño?", preguntó. “¿Esto va a servir?"

Ella sonrió.

"Te sorprenderá lo poco que se necesita para matar a un hombre".

Gareth se volvió y se dirigió hacia la puerta, cuando de repente sintió un frío dedo en el hombro. No tenía la menor idea de cómo se las había arreglado para cruzar la habitación tan rápidamente, y eso lo aterraba. Se quedó ahí, congelado, con miedo de volverse y mirarla.

Ella le dio la vuelta, se acercó más—un terrible olor emanaba de ella—y de repente subió las dos manos, agarró sus mejillas y le dio un beso, apretando fuerte sus labios arrugados contra los de él.

Gareth sintió asco. Era la cosa más repugnante que le había ocurrido.  Sus labios eran como los de un lagarto; su lengua, que ella presionó contra la suya, era como la de un reptil. Él trató de alejarse, pero ella sujetó fuerte su cara, tirando de él con más fuerza.

Finalmente, logró alejarse de un tirón. Se limpió la boca con el dorso de su mano, mientras ella se inclinaba hacia atrás y reía entre dientes.

“La primera vez que matas a un hombre es la más difícil”, dijo ella. “Se te hará mucho más fácil la siguiente vez”.

*

Gareth salió de la cabaña, de vuelta al claro, para encontrar a Firth, ahí de pie, esperándolo.

“¿Qué ocurre? ¿Qué pasó?”, preguntó Firth preocupado. “Te ves como si te hubieran apuñalado. ¿Ella te hizo daño?”.

Gareth hizo una pausa, respirando con dificultad, limpiándose la boca una y otra vez. No sabía cómo responder.

“Vámonos de aquí”, dijo él. “¡Ahora mismo!”.

Cuando empezaron a salir del claro en el bosque negro, el sol repentinamente se oscureció, debido a las nubes que corrían por el cielo, haciendo que el bello día se pusiera frío y oscuro.  Gareth nunca había visto esas gruesas nubes negras que aparecieron rápidamente.  Sabía que lo que estaba sucediendo no era normal. Le preocupaba qué tan profundos eran los poderes de esa bruja, mientras había un viento frío en ese día de verano y penetró por la parte posterior de su cuello. No podía dejar de pensar que, de alguna manera, había sido poseído por ese beso, emitiendo algún tipo de maldición sobre él.

"¿Qué pasó ahí?", presionó Firth.

"No quiero hablar de eso", dijo Gareth. “No quiero pensar en el día de hoy—nunca más”.

Los dos se apresuraron a volver por el camino, bajando la colina, y pronto entraron en el bosque principal para regresar a la Corte del Rey. Cuando Gareth estaba empezando a sentirse más aliviado, preparándose a olvidar todo, de repente, oyó las pisadas de otras botas. Se volvió y vio a un grupo de hombres caminando hacia ellos. No podía creerlo.

Era su hermano. Godfrey. El borracho. Iba caminando hacia ellos, riéndose, rodeado por el malvado Harry y otros dos de sus amigos alborotadores. De todos los tiempos y lugares posibles, aquí tenía que encontrarse con su hermano. En el bosque, en medio de la nada. Gareth sentía como si todo su complot tuviera una maldición.

Gareth se volvió, se puso la capucha sobre su rostro, y subió dos veces más rápido, orando para no haber sido descubierto.

"¿Gareth?", gritó la voz.

Gareth no tuvo opción. Se quedó paralizado en seco, se quitó la capucha y se volvió y miró a su hermano, quien venía bailando alegremente hacia él.

“¿Qué haces aquí?”, preguntó Godfrey.

Gareth abrió la boca, pero volvió a cerrarla, tropezando, al no saber qué decir.

“Vinimos a caminar”, dijo Firth, rescatándolo.

“¿A caminar?”, dijo uno de los amigos de Godfrey a Firth, de manera burlona, en voz alta, como de mujer. Sus amigos también se rieron. Gareth sabía que su hermano y sus amigos lo juzgaban por su inclinación—pero apenas se preocupaba por eso ahora. Sólo necesitaba cambiar de tema.  No quería que le preguntaran qué estaba haciendo ahí.

“¿Qué estás haciendo aquí?”, preguntó Gareth, volteando los papeles.

“Abrieron una nueva taberna en Southwood”, contestó Godfrey. “Acabamos de ir a visitarla.  Tienen la mejor cerveza de todo el reino. ¿Quieres un poco?”, preguntó él, ofreciéndole un tonel.

Gareth negó con la cabeza rápidamente. Él sabía que tenía que distraerlo y pensó que lo mejor era cambiar de tema, reprenderlo.

“Papá estaría furioso si te atrapa bebiendo durante el día”, dijo Gareth. “Sugiero que dejes eso y regreses a la Corte”.

Funcionó. Godfrey lo miró con ojos de pistola y claramente ya no estaba pensando en Gareth, sino en su padre y en él mismo.

“¿Y desde cuándo te preocupan las necesidades de papá?”, replicó.

Gareth ya había tenido suficiente. No tenía tiempo que perder con un borracho.  Logró lo que quería, distraerlo, y ahora, con suerte, ya no pensaría en el motivo por el que lo había encontrado aquí.

Gareth se dio media vuelta y se apresuró por el sendero, escuchando sus risas burlonas detrás de él, mientras se iba.  Ya no le importaba.  Pronto, sería él quien reiría al último.

CAPÍTULO CATORCE

Thor se sentó en la mesa de madera, trabajando en el arco y la flecha que estaban puestos en pedazos. A su lado estaba sentado Reece, junto con otros miembros de la Legión. Todos estaban inclinados sobre sus armas, trabajando duro en la talla de los arcos y tensando las cuerdas.

"Un guerrero sabe cómo encordar su propio arco", gritó Kolk, mientras caminaba arriba y abajo por las filas de muchachos, inclinado, examinando el trabajo de cada uno”. La tensión debe ser adecuada. Si es muy poca, su flecha no llegará a su objetivo. Si es demasiada, su puntería no estará centrada. Las armas se rompen en la batalla. Las armas se rompen en los viajes. Ustedes deben saber repararlas sobre la marcha. El mejor guerrero es también un herrero, un carpintero, un zapatero, un reparador de todas las cosas rotas. Y no conocen a su propia arma hasta que la han reparado ustedes mismos”.

Kolk se detuvo detrás de Thor y se inclinó sobre su hombro. Tiró el arco de madera de las manos de Thor, y la cuerda lastimó la palma de su mano.

"La cuerda no está lo suficientemente tensa", le reprendió. “Está torcida. Si utilizas un arma de este tipo en una batalla, ciertamente morirás. Y tu compañero morirá a tu lado”.

Kolk golpeó el arco sobre la mesa y siguió adelante; varios muchachos se rieron. Thor enrojeció mientras agarraba la cuerda de nuevo, la tensó lo más que pudo, y la envolvió alrededor de la muesca del arco. Había estado trabajando en esto durante horas, era el colmo de un agotador día de trabajo y de tareas insignificantes.

La mayoría de los demás estaban entrenando, haciendo sparring, luchando con espadas. Miró alrededor y a lo lejos vio a sus hermanos, a tres de ellos, riendo mientras resonaban las espadas de madera; como de costumbre, Thor sentía que estaban ganando la delantera mientras a él lo dejaban atrás, a la sombra. No era justo. Se sentía cada vez menos deseado aquí, como si no                fuera un verdadero miembro de la Legión.

"No te preocupes, conseguirás dominarlo", dijo O'Connor, quien estaba a su lado.

Las palmas de las manos de Thor se irritaron por estar intentándolo; él jaló la cuerda una vez más, esta vez con todas sus fuerzas, y finalmente, para su sorpresa, logró hacer clic. La cuerda encajaba perfectamente en la muesca, Thor tiraba con todas sus fuerzas, sudaba. Sintió una gran satisfacción al tener ahora su arco tan fuerte como debía estar.

Las sombras crecían mientras Thor se secaba la frente con el dorso de la mano y se preguntaba cuánto tiempo más seguiría con esto. Se dio cuenta de lo que significaba ser un guerrero. En su mente, lo había imaginado de manera diferente. Sólo había imaginado entrenar, todo el tiempo. Pero se suponía que esto era también una forma de entrenamiento.

"Yo tampoco vine para esto", dijo O'Connor, como si le leyera el pensamiento.

Thor se volvió, y se tranquilizó al ver la sonrisa constante de su amigo.

"Vengo de la provincia del norte", continuó". Yo también soñé con unirme a la Legión toda mi vida. Supongo que imaginé que estaría en un combate y batalla constantes. No todas estas tareas serviles. Pero mejorará. Es sólo porque somos nuevos. Es una forma de iniciación. Parece que hay una jerarquía aquí. También somos los más jóvenes. No veo los de diecinueve años de edad haciendo esto. Esto no puede durar para siempre. Además, es una habilidad útil que aprender".

 

Un cuerno sonó. Thor miró y vio al resto de la Legión reuniéndose al lado de un enorme muro de piedra en el centro del campo. Había cuerdas a través de él, espaciados cada tres metros. La pared debe haber medido unos diez metros de altura, y apilados en su base había montones de heno.

"¿Qué están esperando?", gritó Kolk. "¡MUÉVANSE!"

Los Plateados aparecieron alrededor de ellos, gritando, y antes de que Thor se diera cuenta, él y los demás saltaron de sus bancos y corrieron a través del campo hacia la pared.

Pronto estuvieron todos reunidos ahí, de pie frente a las cuerdas. Hubo un murmullo de emoción en el aire, mientras todos los miembros de la Legión estaban juntos. Thor estaba muy emocionado de ser incluido, finalmente, con los otros, y se encontró gravitando hacia Reece, que se encontraba con otro amigo suyo. O'Connor se unió a ellos.

"Van a encontrar durante la batalla, que la mayoría de los pueblos están fortificados", dijo Kolk, mirando a las caras de los chicos. "Traspasar fortificaciones es el trabajo de un soldado. En un cerco típico, se utilizan cuerdas y garfios, muy parecidos a los que hemos lanzado sobre este muro, y escalar una pared es una de las cosas más peligrosas con las que se encontrarán en la batalla. En algunos casos se verán expuestos, más vulnerables. El enemigo les va a verter plomo derretido encima. Ellos van a disparar flechas. Les tirarán piedras. No subirán por una pared hasta que el momento sea perfecto. Y cuando lo hagan, tienen que subir por su vida—o arriesgarse a morir".

Kolk respiró hondo, entonces gritó: "¡EMPIECEN!".

A su alrededor los chicos entraron en acción, cada uno dirigiéndose a una cuerda. Thor corrió hacia una que estaba desocupada y estaba a punto de tomarla cuando un muchacho mayor la alcanzó primero, quitándolo del camino. Thor corrió y agarró la más cercana que pudo encontrar, una cuerda gruesa, anudada. El corazón de Thor se aceleró cuando comenzó a subir la pared.

El día se había vuelto brumoso, y los pies de Thor resbalaron en la piedra. Sin embargo, él hizo buen tiempo y no podía dejar de notar que era más rápido que muchos de los otros, casi iba a la cabeza mientras subía a toda velocidad. Él estaba, por primera vez en el día, empezando a sentirse bien, empezando a sentirse orgulloso.

De repente, algo duro se estrelló contra su hombro. Miró hacia arriba y vio a miembros de los Plateados en la parte superior de la pared, tirando pequeñas piedras, palos, todo tipo de residuos. El muchacho en la cuerda junto a Thor subió una mano para cubrirse la cara y perdió el equilibrio y cayó hacia atrás, hacia el suelo. Cayó unos seis metros, en la pila de heno que estaba abajo.

Thor también estaba perdiendo su agarre, pero de alguna manera se las arregló para salir adelante. Un garrote golpeó a Thor con fuerza, en la espalda, pero él siguió subiendo. Él estaba haciendo un buen tiempo y estaba comenzando a pensar que incluso podría ser el primero en llegar a la cima, cuando de pronto, sintió una fuerte patada en las costillas. No podía entender de dónde venía, hasta que vio a uno de los muchachos a su lado, balanceándose de lado a lado. Antes que Thor pudiera reaccionar, el muchacho le dio otra patada.

Thor perdió su agarre esta vez y se encontró tirándose hacia atrás con fuerza, en el aire, agitándose. Aterrizó de espaldas en el heno, conmocionado, pero ileso.

Thor se puso de manos y rodillas, recuperando el aliento, y miró a su alrededor. Los muchachos estaban cayendo como moscas de las cuerdas, aterrizando en el heno, pateados o empujados entre ellos—o si no, pateados por los miembros de los Plateados que estaban arriba.  A los que no, les cortaban las cuerdas, para que también cayeran. Ni un solo miembro llegó a la cima.

"¡De pie!", gritó Kolk. Thor se levantó de un salto, igual que los demás.

"¡ESPADAS!"

Los chicos corrieron al unísono hacia un enorme estante de espadas de madera. Thor se unió a ellos y agarró una, sorprendido por lo pesada que era. Pesaba dos veces más que cualquier arma que había levantado. Apenas podía sostenerla.

"Espadas pesadas, ¡Comiencen!", se oyó un grito.

Thor levantó la vista y vio al gran patán, Elden, el que lo había atacado primero cuando conoció la Legión. Thor le recordaba demasiado bien, ya que su cara aún le dolía de las contusiones que Elden le había propinado. Él se dirigía hacia Thor, con la espada en alto, con una expresión de furia en su rostro.

Thor levantó su espada en el último momento y logró bloquear el golpe de Elden, pero la espada era tan pesada, que apenas era capaz de sostenerla. Elden, más grande y más fuerte, se dio vuelta y pateó a Thor en las costillas.

Thor cayó de rodillas, adolorido. Elden se dio la vuelta de nuevo y le pegó en la cara, pero Thor logró bloquear el golpe en un momento. Pero Elden era demasiado rápido y fuerte; él se dio la vuelta y cortó a Thor en la pierna, derribándolo hacia un costado.

Un pequeño grupo de muchachos se reunió a su alrededor, animando y gritando, ya que su pelea se convirtió en el centro de atención. Parecía que todos estaban alentando a Elden.

Elden bajó su espada nuevamente, blandiendo con fuerza y Thor rodó quitándose del camino; el golpe estuvo a punto de darle en su espalda. Thor tenía un momento de ventaja y lo aprovechó—se dio la vuelta y golpeó con fuerza al zoquete, detrás de la rodilla. Era un punto débil, suficiente para derribarlo, y luego hacia abajo, tropezando en su parte trasera.

Thor aprovechó la oportunidad para ponerse de pie de un salto. Elden se levantó, con la cara roja, más furioso que nunca, y ahora los dos se enfrentaron.

Thor sabía que no podía quedarse ahí parado; fue al ataque y se balanceó. Pero esa espada de práctica estaba hecha de una madera extraña y era demasiado pesada; su movimiento fue telegrafiado. Elden lo bloqueó fácilmente, después pinchó a Thor en las costillas.

Golpeó su punto débil y Thor se desplomó y tiró su espada, dejándolo sin respiración.

Los otros muchachos gritaron de alegría. Thor se arrodilló ahí, desarmado, y sintió la punta de la espada de Elden, atascado en la base de su garganta.

“¡Ríndete!”, exigió Elden.

Thor lo fulminó con la mirada, con el sabor salado de la sangre en su labio.

“Nunca”, dijo él, desafiante.

Elden hizo una mueca, levantó su espada y se preparó a bajarla. No había nada que Thor pudiera hacer.  Iba a recibir un poderoso golpe.

Cuando bajó la espada, Thor cerró los ojos y se concentró.  Sintió que el mundo se desaceleraba, se sintió transportado a otro reino.  De pronto, fue capaz de sentir el ritmo de la espada en el aire, su movimiento, y pidió al universo detenerla.

Sintió un calor corporal, un hormigueo, y mientras se concentraba, sintió que algo ocurría.  Se sentía capaz de controlarla.

De pronto, la espada se detuvo en el aire. Thor había logrado detenerla utilizando su poder.

Mientras Elden sostenía la espada, confundido, Thor utilizó el poder de su mente para sujetar y apretar la muñeca de Elden. Apretó con más y más fuerza en su mente y en unos segundos, Elden gritó y dejó caer la espada.

Todos los muchachos guardaron silencio, tal como estaban, paralizados, mirando a Thor, con los ojos muy abiertos por la sorpresa y el miedo.

“¡Es un demonio!”, gritó uno.

“¡Un hechicero!”, gritó otro.

Thor se sintió abrumado.  No tenía idea de lo que acababa de hacer.  Pero sabía que no era normal.  Se sentía orgulloso y avergonzado, envalentonado y con miedo.

Kolk dio un paso al frente, hacia el círculo, parándose entre Thor y Elden.

“Este no es lugar para hechizos, muchacho, quienquiera que seas”, fustigó a Thor. “Es un lugar para el combate. Desafiaste nuestras reglas para pelear. Pensarás en lo que has hecho. Te enviaré a un lugar de verdadero peligro y vamos a ver qué tan bien te defienden tus hechizos ahí.  Ve a reportarte con el guardia de patrulla del Barranco”.

Hubo un grito de asombro entre la Legión, y todos guardaron silencio. Thor no entendía exactamente lo que eso significaba, pero sabía que fuera lo que fuera, no podría ser bueno.

“¡No puede enviarlo a el Barranco!”, protestó Reece. “Él es demasiado nuevo. Podría resultar herido”.