La Noche del Valiente

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Z serii: Reyes y Hechiceros #6
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CAPÍTULO DOS

Alec estaba en la boca del dragón, sosteniendo la Espada Incompleta con manos temblorosas, aturdido mientras la sangre del dragón caía sobre él como una cascada. Miró por entre las filas de dientes afilados, cada uno tan grande como él, y se preparó mientras el dragón se desplomaba directamente sobre el mar. Sintió que su estómago se le subía a la garganta mientras las aguas congeladas de la Bahía de la Muerte se acercaban cada vez más. Sabía que si el impacto no lo mataba, entonces sería aplastado por el peso del dragón muerto.

Alec, aún sorprendido por haber podido matar a esta gran bestia, sabía que el dragón, con todo su peso y velocidad, se hundiría hasta el fondo de la Bahía de la Muerte llevándoselo con él. La Espada Incompleta podía matar a un dragón; pero ninguna espada podría detener este descenso. Y lo que era peor, las fauces del dragón empezaban a cerrarse encima de él mientras los músculos de la mandíbula se relajaban, convirtiéndose en una jaula de la que Alec nunca podría escapar. Sabía que tenía que actuar pronto si quería tener una oportunidad de sobrevivir.

Mientras la sangre caía sobre su cabeza desde el paladar de la boca del dragón, Alec sacó la espada y, antes de que la boca se cerrara por completo, se preparó y saltó. Gritó mientras caía por el aire helado no sin que antes los dientes afilados le rasgaran la espalda cortando su piel, y por un momento su camisa se atoró en uno de los dientes y pensó que no lo lograría. Detrás de él escuchó que las grandes mandíbulas se cerraban y cortaban el pedazo de tela, y por fin cayó libremente.

Alec se agitaba al caer por el aire, ya listo para que lo recibieran las peligrosas y negras aguas debajo.

De repente sintió el impacto y se quedó congelado al sentir las frías aguas, de una temperatura tan baja que se quedó sin aliento. Lo último que vio al ver hacia arriba fue el cuerpo muerto del dragón cayendo cerca de él, a punto de chocar con la bahía.

El cuerpo del dragón golpeó la superficie con un tremendo impacto, enviando grandes olas de agua en todas direcciones. Afortunadamente no había caído sobre Alec, y la ola se elevó y lo alejó de su cuerpo. Elevó a Alec unos veinte pies de altura antes de detenerse y, para el horror de Alec, empezó a succionar todo a su alrededor en un remolino gigante.

Alec nadó con todas su fuerzas, pero no podía alejarse. A pesar de sus esfuerzos, lo siguiente que supo fue que era succionado por el vasto remolino hacia las profundidades.

Alec nadó lo mejor que pudo sin soltar la espada muy en lo profundo, pateando y hundiéndose en las aguas congeladas. Pateó con desesperación tratando de ir a la superficie siguiendo el resplandor del sol, y mientras lo hacía, vio que tiburones inmensos empezaban a nadar hacia él. Alcanzó a ver el casco del barco flotando en la superficie y supo que solo tenía poco tiempo para poder llegar si es que quería sobrevivir.

Alec finalmente salió a la superficie con un último esfuerzo, jadeando por aire; un momento después sintió manos fuertes que lo tomaban. Miró hacia arriba y vio que Sovos lo subía al barco, y un segundo después ya estaba en el aire aferrándose a la espada.

Pero sintió movimiento y, al voltear hacia un lado, vio a un inmenso tiburón rojo que se dirigía a su pierna. Ya no había tiempo.

Alec sintió la espada vibrando en su mano, diciéndole qué hacer. Era algo que nunca antes había sentido. Giró y gritó mientras la bajaba con todas sus fuerzas con ambas manos.

A esto le siguió el sonido del acero cortando la carne, y Alec vio con sorpresa cómo la Espada Incompleta cortaba al enorme tiburón en dos. Las aguas rojas rápidamente se llenaron de tiburones que se comían los pedazos.

Otro tiburón saltó hacia su pierna, pero esta vez Alec sintió que lo levantaban con fuerza y cayó fuertemente sobre la cubierta.

Se dio la vuelta y gimió cubierto de contusiones y golpes, y respiró agitadamente, aliviado y completamente empapado. Alguien de inmediato lo cubrió con una manta.

“Como si matar a un dragón no fuera suficiente,” dijo Sovos sonriendo de pie a su lado y pasándole una botella de vino. Alec tomó un gran trago y sintió el calor en su estómago.

El barco estaba lleno de soldados, todos emocionados y en estado caótico. Alec no se sorprendió; después de todo no era común que un dragón fuera derribado por una espada. Miró a su alrededor y vio entre la multitud a Merk y Lorna, claramente también rescatados de las aguas. Merk le dio la apariencia de ser un truhan, posiblemente un asesino, mientras que Lorna era hermosa, con una calidad etérea. Ambos estaban empapados y parecían confundidos y felices de seguir con vida.

Alec notó que todos los soldados lo miraban, pasmados, y lentamente se puso de pie, también perplejo, al darse cuenta de lo que acababa de hacer. Miraban hacia la espada que seguía goteando agua y después hacia él, como si fuera un dios. No pudo evitar voltear hacia la espada el mismo, sintiendo el peso de esta en su mano como si fuera una cosa viviente. Examinó el misterioso y brillante metal como si fuera un objeto extraño y vio en su mente el momento en el que había apuñalado al dragón, en su impresión al ver que atravesaba su piel. Se quedó maravillado con el poder de su arma

Pero tal vez más que eso, Alec no pudo evitar preguntarse quién era él. ¿Cómo era él, un simple muchacho de una simple aldea, capaz de matar a un dragón? ¿Qué era lo que le tenía preparado el destino? Empezaba a sentir que este no sería un destino ordinario.

Alec escuchó el sonido de mil mandíbulas y miró por la barandilla a un grupo de tiburones rojos que se comían el cuerpo del tiburón muerto flotando en la superficie. Las aguas negras de la Bahía de la Muerte eran ahora color rojo sangriento. Alec vio el cuerpo flotante y finalmente comprendió que en realidad había pasado. De alguna manera había matado a un dragón. El único en todo Escalon que lo había conseguido.

El cielo se llenó de chillidos y Alec vio a docenas de dragones más volando en la distancia, respirando grandes columnas de fuego y deseando venganza. Mientras lo veían, algunos parecían temerosos de acercarse. Algunos se separaron de la manada al ver a su compañero dragón muerto y flotando en el agua.

Pero otros chillaron con furia y bajaron directamente hacia él.

Al verlos descender, Alec no esperó. Corrió hacia la popa, se subió a la barandilla y los enfrentó. Sintió el poder de la espada pasando dentro de él, animándolo, y dándole una nueva determinación de acero. Sentía como si la espada lo estuviera impulsando. Él y la espada ahora eran uno.

El grupo de dragones descendió directamente hacia él. Los guiaba uno inmenso de brillantes ojos verdes que rugía mientras arrojaba fuego. Alec levantó la espada al sentir el valor que le daba la vibración en su mano. Sabía que el mismísimo destino de Escalon estaba en juego.

Alec sintió una oleada de valor que nunca antes había sentido mientras él mismo dejaba salir un grito de batalla; al hacerlo, la espada de iluminó. Un intenso estallido de luz salió disparado y se elevó, deteniendo el muro de fuego a mitad del cielo. Este continuó hasta que hizo que las flamas cambiaran de dirección, y mientras Alec empujaba con la espada de nuevo, el dragón chilló al ver que su propia columna de fuego lo envolvía. Convirtiéndose en una gran bola de fuego, el dragón chilló y se agitó mientras caía y se hundía en las aguas.

Otro dragón bajó volando, y de nuevo Alec levantó la espada para detener el muro de fuego y lo mató. Otro dragón vino por abajo y, al hacerlo, extendió sus garras tratando de levantar a Alec. Alec se dio la vuelta dando un golpe y se sorprendió al ver que la espada le cortaba las patas. El dragón chilló y Alec atacó de nuevo cortándole el costado y ocasionándole una gran herida. El dragón se desplomó sobre el océano y, al agitarse sin poder volar, fue atacado por un grupo de tiburones.

Otro dragón, uno rojo y pequeño, voló bajo por el otro lado abriendo sus mandíbulas. Mientras lo hacía, Alec dejó que sus instintos actuaran y dio un salto en el aire. La espada le dio poder y saltó más alto de lo que podía imaginar, pasando por encima de la cabeza del dragón y cayendo en su espalda.

El dragón chilló y se sacudió, pero Alec se sostuvo con fuerza. No pudo quitárselo de encima.

Alec se sintió más fuerte que el dragón, capaz de dominarlo.

“¡Dragón!” le gritó. “¡Te ordeno! ¡Ataca!”

El dragón no tuvo opción más que darse la vuelta y volar hacia arriba, directo hacia la manada de dragones que todavía venían hacia él. Alec los encaró sin miedo, volando para enfrentarlos y extendiendo la espada frente a él. Cuando se encontraron en el cielo, Alec atacó con la espada una y otra vez, con un poder y velocidad que no sabía que poseía. Cortó el ala de uno de los dragones; después le cortó la garganta a otro; después apuñaló a otro en un costado del cuello; después dio vuelta y cortó la cola de otro. Uno a uno los dragones se desplomaron del cielo, cayendo en las aguas y creando un remolino en la bahía debajo.

Alec no se detuvo. Atacó a la manada una y otra vez, volando en el cielo sin retroceder. Atrapado en el torbellino, apenas se dio cuenta de que los pocos dragones que quedaban se dieron la vuelta chillando y se alejaban temerosos.

Alec apenas podía creerlo. Dragones. Temerosos.

Alec miró hacia abajo. Vio lo alto que volaba sobre la Bahía de la Muerte, vio cientos de barcos, la mayoría en llamas, y vio a miles de troles que flotaban muertos. También la isla de Knossos estaba en llamas, y su gran fortaleza en ruinas. Era una impresionante escena de caos y destrucción.

Alec detectó a su flota y le ordenó al dragón que bajara. Cuando se acercaron, Alec levantó su espada y la introdujo en la espalda del dragón. Este chilló y empezó a caer, y cuando se acercaron al agua, Alec saltó y cayó en las aguas junto al barco.

 

Inmediatamente lanzaron cuerdas y ayudaron a Alec a subir de nuevo.

Al llegar de nuevo a la cubierta, esta vez no temblaba. Ya no sentía ni el frío ni el cansancio ni la debilidad ni el miedo. En vez de eso, sentía un poder que desconocía. Se sintió lleno de valor, de fuerza. Se sintió renacer.

Había matado una manada de dragones.

Nada en Escalon podría detenerlo ahora.

CAPÍTULO TRES

Vesuvius, despertando al sentir las afiladas garras lastimándole el revés de su mano, abrió uno de sus ojos para ver qué era lo que pasaba. Miró hacia arriba desorientado y vio que estaba boca abajo sobre la arena, con las olas del mar rompiendo detrás de él y sintiendo el agua helada en sus piernas. Entonces recordó. Después de la batalla épica había terminado en la costa de la Bahía de la Muerte; ahora se preguntaba cuánto tiempo había estado ahí inconsciente. La marea ahora lo estaba alcanzando, y lo hubiera arrastrado hacia adentro si no hubiera despertado. Pero no había sido el frío de las aguas lo que lo había despertado; había sido la criatura en su mano.

Vesuvius miró hacia su mano que reposaba en la arena y vio a un gran cangrejo púrpura que le encajaba una garra en la mano, arrancándole un pequeño pedazo de piel. Se tomaba su tiempo, como creyendo que Vesuvius era un cadáver. Con cada corte, Vesuvius sentía una oleada de dolor.

Vesuvius no podía culpar a la criatura. Miró a su alrededor y vio miles de cadáveres dispersados por toda la playa; los restos de su ejército de troles. Todos estaban tirados y cubiertos de cangrejos púrpuras, y el sonido de sus garras llenaba el aire. El olor de los troles muertos era tan desagradable que casi lo hizo vomitar. Este cangrejo en su mano era claramente el primero que había llegado hasta Vesuvius. Los otros probablemente sintieron que aún estaba vivo y esperaron su momento. Pero este valiente cangrejo se había arriesgado. Docenas más ya empezaban a acercarse, tentativamente siguiendo su ejemplo. Vesuvius supo que en unos momentos estaría cubierto y sería comido vivo por este pequeño ejército; eso si no era primero succionado por la marea congelada de la Bahía de la Muerte.

Sintiéndose hervir por la furia, Vesuvius extendió su otra mano, tomó al cangrejo púrpura y lo apretó lentamente. El cangrejo trataba de escapar, pero Vesuvius no se lo permitiría. Se agitaba salvajemente tratando de alcanzar a Vesuvius con sus pinzas, pero él lo apretaba con fuerza evitando que se diera la vuelta. Apretó más y más fuerte, lentamente, tomándose su tiempo, sintiendo gran placer al provocarle dolor. La criatura chilló con un terrible sonido agudo mientras Vesuvius lentamente cerraba por completo su puño.

Finalmente explotó. Borbotones de sangre púrpura salieron por su mano mientras Vesuvius escuchaba con satisfacción el crujir del caparazón. Lo tiró, completamente aplastado.

Vesuvius logró levantarse en una rodilla, aún tambaleante y, al hacerlo, docenas de cangrejos corrieron claramente asustados al ver a un muerto levantarse. Esto creo una reacción en cadena, y al levantarse, miles de cangrejos huyeron dejando la playa vacía mientras Vesuvius daba su primer paso en la playa. Caminó por el cementerio y lentamente empezó a recordarlo todo.

La batalla de Knossos. Estaba ganando y estaba a punto de destruir a Lorna y Merk cuando llegaron los dragones. Recordó caer de la isla; perdió su ejército; recordó su flota en llamas; y finalmente, que casi se ahogaba. Había tenido una derrota y el solo pensarlo lo hacía arder con vergüenza. Se dio la vuelta y vio hacia la bahía, hacia el lugar de su derrota, y vio en la distancia que la isla de Knossos seguía en llamas. Vio lo que quedaba de su flota flotando ahora en pedazos, con algunos barcos aún encendidos. Entonces escuchó un chillido en las alturas. Volteó hacia arriba inmediatamente.

Vesuvius no podía creer lo que estaba viendo. No era posible. Los dragones estaban cayendo del cielo hacia la bahía y dejaban de moverse.

Muertos.

En las alturas vio a un hombre que montaba a uno de ellos, peleando contra ellos mientras se sostenía de la espalda del dragón y con una espada. Finalmente el resto de la manada se fue huyendo.

Volteó de nuevo hacia las aguas y vio, en el horizonte, docenas de barcos con banderas de las Islas Perdidas, y vio cómo el hombre bajaba del último dragón y subía a su barco. Vio a la mujer, Lorna, y al asesino, Merk, y se llenó de furia al ver que habían sobrevivido.

Vesuvius miró de nuevo hacia la costa y vio a su nación de troles muertos, que eran comidos por los cangrejos o por los tiburones al ser llevados por la corriente; nunca se había sentido tan solo. Se dio cuenta con gran sorpresa que él era el único sobreviviente de su ejército.

Vesuvius giró y miró hacia el norte, hacia el continente de Escalon, y sabía que en algún lugar en el norte lejano Las Flamas ya habían sido bajadas. Justo ahora su gente debería estar saliendo de Marda, invadiendo Escalon, con millones de troles migrando hacia el sur. Después de todo, Vesuvius había conseguido llegar a la Torre de Kos y destruir la Espada de Fuego, y seguramente ahora su nación ya había cruzado y estaban desgarrando Escalon. Necesitaban un líder; lo necesitaban a él.

Vesuvius había perdido esta batalla; pero tenía que recordar que ya había ganado la guerra. Su momento más glorioso, el momento que había esperado toda su vida, lo estaba esperando. Había llegado el momento de recuperar el poder y de guiar a su pueblo a una completa y total victoria.

, pensó mientras se erguía, olvidándose del dolor, de las heridas y del frío extremo. Había conseguido lo que había venido a obtener. Dejaría a la chica y a su gente flotar en el océano. Después de todo, le esperaba la destrucción de Escalon. Ya habría tiempo de regresar y matarla después. Sonrió al pensarlo. En realidad la mataría; le arrancaría todas las extremidades.

Vesuvius entonces empezó a trotar y pronto ya estaba corriendo. Se dirigía al norte. Encontraría a su nación y los guiaría en la batalla más grande de todos los tiempos.

Había llegado el momento de destruir a Escalon ahora y para siempre.

Pronto, Escalon y Marda serían uno.

CAPÍTULO CUATRO

Kyle miraba con asombro mientras la grieta en la tierra crecía y miles de troles caían hacia sus muertes, agitándose hacia el vientre de la tierra. Alva estaba cerca con su bastón levantado e intensos rayos de luz caían de este, tan brillantes que Kyle tenía que cubrirse los ojos. Estaba eliminando al ejército de troles, protegiendo al norte él solo. Kyle había peleado con todo lo que tenía al igual que Kolva a su lado, y aunque habían logrado derribar a docenas de troles en un fiero combate mano a mano antes de resultar heridos, sus recursos eran limitados. Alva era lo único que ahora evitaba que los troles invadieran Escalon.

Los troles pronto se dieron cuenta de que la grieta los estaba matando, y se detuvieron del otro lado, a cincuenta yardas de distancia, al darse cuenta de que no podían avanzar. Miraban a Alva y Kolva y Kyle y Dierdre y Marco con ojos llenos de frustración. Mientras la grieta seguía extendiéndose hacia ellos, los troles se dieron la vuelta y huyeron con pánico en sus rostros.

El ajetreo pronto se detuvo y cayó el silencio. La marea de troles se había detenido. ¿Estaban huyendo de regreso a Marda? ¿Se reagrupaban para invadir en otra parte? Kyle no estaba seguro.

En medio del silencio, Kyle se quedó en el suelo en agonía por sus heridas. Miró cómo Alva bajaba lentamente su bastón y cómo la luz se atenuaba a su alrededor. Alva entonces se volteó hacia él, extendió su mano y la puso en la frente de Kyle. Kyle sintió una oleada de luz entrando en su cuerpo, sintió el calor y la luz y, en solo unos momentos, sintió que estaba completamente curado. Se sentó y sintió que volvía a la vida; inundado de gratitud.

Alva se arrodilló al lado de Kolva, puso su mano en su estómago y lo curó también. En solo unos momentos Kolva pudo levantarse, claramente sorprendido de poder estar de pie y con brillo de luz en sus ojos. Dierdre y Marco eran los siguientes, y mientras Alva ponía sus palmas sobre ellos, ellos también fueron curados. Extendió su bastón y también toco a Leo y Andor, y ambos se levantaron al ser curados por los poderes mágicos de Alva antes de que sus heridas los acabaran.

Kyle se quedó impactado al presenciar con sus propios ojos el poder de este ser mágico del que solo había escuchado rumores toda su vida. Sabía que estaba en presencia de un verdadero maestro. También sintió que era una presencia que sería fugaz; el maestro no se quedaría.

“Lo has logrado,” dijo Kyle lleno de admiración y gratitud. “Has detenido a la entera nación de troles.”

Alva negó con la cabeza.

“No lo he hecho,” respondió él deliberadamente, con voz tranquila y ancestral. “Simplemente los he retrasado. Se acerca una destrucción grande y terrible.”

“¿Pero cómo?” presionó Kyle. “La grieta; ellos nunca podrán cruzarla. Has matado a miles de ellos. ¿No estamos seguros ahora?”

Alva negó con la cabeza con tristeza.

“Esto ni siquiera fue la punta del iceberg de esta nación. Millones más están por avanzar. La gran batalla ha comenzado; la batalla que decidirá el destino de Escalon.”

Alva caminó por entre los escombros de la Torre de Ur, abriéndose camino con su bastón mientras Kyle lo miraba, confundido por este enigma. Finalmente se volteó hacia Dierdre y Marco.

“Desean regresar a Ur, ¿no es así?” les preguntó.

Dierdre y Marco asintieron, con esperanza en sus rostros.

“Vayan,” les ordenó.

Ellos lo miraron, claramente estupefactos.

“Pero ahí ya no queda nada,” dijo ella. “La ciudad fue destruida, inundada. Ahora los Pandesianos gobiernan.”

“Regresar ahí sería regresar a nuestras muertes,” añadió Marco.

“Por ahora,” respondió Alva. “Pero pronto se les necesitará en ese lugar, cuando llegue la gran batalla.”

Dierdre y Marco, sin necesitar que se les insistiera, se subieron juntos a Andor y cabalgaron hacia el sur por entre el bosque, de regreso hacia la ciudad de Ur.

Leo se quedó atrás al lado de Kyle, y Kyle le acarició la cabeza.

“¿Te preocupas por mí y por Kyra, ¿no es así, muchacho?” le preguntó Kyle a Leo.

Leo gimió con afecto, y entonces Kyle supo que se quedaría a su lado y lo protegería como si se tratara de Kyra. Sintió que sería un gran compañero de pelea.

Kyle se dio la vuelta y miró a Alva, que ahora observaba los bosques del norte.

“¿Y nosotros, mi maestro?” preguntó Kyle. “¿En dónde se nos necesita?”

“Justo aquí,” dijo Alva.

Kyle miró hacia el horizonte, siguiendo su mirada al norte hacia Marda.

“Ya vienen,” añadió Alva. “Y nosotros tres somos la última esperanza.”