La Esfera de Kandra

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CAPÍTULO DOS

Malcolm Malice apuntó con su ballesta. Se aseguró. Y a continuación la soltó.

Cortó el aire a la velocidad del rayo antes de dar de lleno en la diana. Un tiro perfecto. Malcolm sonrió de oreja a oreja.

—Excelente trabajo, Malcolm —dijo el entrenador Royce—. No esperaría menos de mi alumno estrella.

Lleno de orgullo, Malcolm le devolvió la ballesta y fue a colocarse al lado del resto de sus compañeros. Estos estrecharon los ojos y lo miraron con envidia.

—El alumno estrella —imitó alguien.

Hubo una tímida risa.

Malcolm ignoró sus burlas. Tenía cosas más importantes en las que pensar. Solo llevaba unos cuantos meses en los Obsidianos pero ya había dejado atrás a chicos que llevaban años aquí. Era un vidente poderoso. Atómico –el tipo más fuerte, con una mezcla rara de cobalto y bromo.

Así que, ¿qué más daba si ninguno de los otros chicos quería pasar el rato con él? Él ya no tenía amigos antes de venir a los Obsidianos. Si se quedaba así, no cambiarían mucho las cosas para Malcolm. De todos modos, no estaba aquí por la amistad. Estaba aquí para sobresalir, para convertirse en el mejor vidente posible, de modo que cuando llegara el momento, pudiera hacer polvo a esos fracasados de Amatista.

De repente, notó que algo chocaba contra la parte de atrás de la cabeza. le escocía y, por instinto, se llevó la mano hacia allí. Cuando la apartó, vio una abeja muerta en su mano.

Alguien había usado sus poderes sobre él. Se giró bruscamente, buscando con una mirada asesina al culpable. Candice apenas ocultaba su sonrisa de satisfacción.

Malcolm estrechó los ojos.

—Fuiste tú.

—Solo fue una picada de abeja —respondió ella con dulzura.

—Sé que fuiste tú. Tienes una especialidad biológica. Si alguien lo hizo, fuiste tú.

Candice encogió los hombros inocentemente.

El entrenador Royce tocó las palmas con fuerza.

—Malcolm Malice. La vista al frente. Que puedas hacer esto con facilidad no significa que puedas enredar mientras tus compañeros lo intentan. Un poco de respeto.

Malcolm metió las mejillas para dentro. La injusticia escocía tanto como lo había hecho la abeja.

Malcolm intentó concentrarse en sus compañeros mientras estos se iban turnando para practicar su puntería. Era un día encapotado habitual en los Obsidianos, con una ligera niebla colgando en el aire, que lo volvía todo neblinoso. El gran campo de juegos se extendía hasta la impresionante mansión que era la Escuela de Videntes de la Señorita Obsidiana.

Candice se preparó para disparar. La flecha pasó volando por encima del blanco y Malcolm no pudo evitar sonreír por su mala suerte.

—Esta es exactamente la habilidad que tienes que perfeccionar —gritó el Entrenador Royce—. Cuando se trata de luchar contra los videntes de Amatista, este es el tipo de maestría que los deja destrozados de verdad. Están tan centrados en sus especialidades de vidente, que lo han olvidado todo sobre las buenas armas anticuadas.

Las esquinas de la boca de Malcolm tiraron un poco más hacia arriba. Disfrutaba con tan solo pensar en dar una patada a los videntes ñoños de la escuela del Profesor Amatista. Estaba impaciente hasta el día en que, por fin, estuviera cara a cara con uno de esos fracasados. Entonces les demostraría quién manda de verdad. Les demostraría por qué la mejor escuela era la de los Obsidianos. Por qué merecía ser la única escuela para videntes.

Justo entonces, Malcolm vio que algunos de los chicos de segundo curso salían a los campos de juego, con palos de hockey en las manos. Entre ellos vio a Natasha Armstrong. Estaba en las clases privadas a las que él había asistido en la biblioteca, las que eran para alumnos dotados como él. A pesar de que con doce años era el más joven de allí, los demás eran amables con él. Especialmente Natasha. No se burlaban de él por ser inteligente. Y ella compartía con él el mismo odio hacia el Profesor Amatista.

Natasha dio un vistazo y saludó con la mano. En sus mejillas aparecieron unos bonitos hoyuelos. Malcolm le devolvió el saludo con la mano y notó que tenía las mejillas más calientes.

Justo entonces, Malcolm oyó la voz aterciopelada de Candice susurrándole a la oreja—. Ay, mira. Malcolm está colado.

Malcolm mantuvo la mirada hacia delante e ignoró sus burlas. Candice estaba siendo cruel porque él había despreciado sus progresos. Su rencor nacía de los celos –de que una chica mayor, una tan hermosa y talentosa como Natasha Armstrong, pudiera interesarse por él.

Mientras la otra clase empezaba su partido de hockey, Malcolm alzó la vista hacia la impresionante mansión victoriana de la Escuela de los Obsidianos, hasta la torrecilla de arriba del todo. Solo podía distinguir la oscura silueta de la Señorita Obsidiana en la ventana. Estaba mirando a sus estudiantes. Entonces fijó su mirada en él.

Él sonrió para sí mismo. Sabía que lo estaba controlando. Era a él a quien había elegido personalmente para una misión especial. Mañana iba a tener una reunión con la misma Señorita Obsidiana. Mañana ella le contaría los detalles de su misión especial. Hasta entonces, podía aguantar a los abusones y las burlas. Pues pronto él sería su héroe. Pronto, el todos los videntes de todas las líneas de tiempo conocerían el nombre de Malcolm Malice. Él saldría en todos los libros de historia.

Pronto, sería conocido en todo el universo como el que destruyó la Escuela de Videntes de una vez por todas.

CAPÍTULO TRES

El alivio fluía por el cuerpo de Oliver. Después de todo, Armando se acordaba de él. A pesar de todas las acciones del pasado que cambiaron esta línea de tiempo, su héroe no había olvidado quién era él.

—¿Me… me recuerda? —tartamudeó Oliver.

Armando fue andando hacia él. Caminaba más erguido, con la barbilla más alta. Iba mejor vestido, con un pantalón de vestir oscuro y una camisa que transmitía confianza en sí mismo. Este no era el mismo Armando que había dado refugio a Oliver la noche de la tormenta; el hombre encorvado, dejado y callado que había pasado décadas viviendo bajo la etiqueta de “chiflado”. Este era un hombre que mantenía la cabeza alta con orgullo.

Le dio una palmadita en el hombro a Oliver.

—Recuerdo hace años, en 1944, que tú me dijiste que en setenta años todo tendría sentido. Y ahora todo lo tiene. Lucas ha ido tras mi espalda durante años —Apartó la mirada con una expresión afligida— Pensar que me quería muerto.

Oliver sintió un pinchazo de dolor. Armando había confiado en Lucas y Lucas le había traicionado de la peor manera que se pueda imaginar.

—Pero eso ahora está en el pasado —respondió Armando—. Gracias a ti.

Oliver notó una ola de orgullo. Entonces recordó su conversación con el Profesor Amatista. Todavía no había terminado. Había más trabajo por hacer. El trabajo de un vidente era una tarea sin fin. Y su destino se entrecruzaba con el de Armando. Pero no sabía de qué manera.

Pensar en el Profesor Amatista provocó una pizca de dolor en el corazón de Oliver. Tocó el amuleto con los dedos. Estaba frío como el hielo. Regresar a la Escuela de Videntes no era una opción. Probablemente no volvería nunca. Nunca volvería a ver a sus amigos: Walter, Simon, Hazel, Ralph y Ester. Nunca volvería a jugar al switchit o a andar por los pasillos que sujetaba el árbol del kapok.

Armando le dedicó una sonrisa amable.

—Ya que técnicamente nunca nos hemos conocido, quizá debería presentarme. Soy Armando Illstrom, de Illstrom’s Inventions.

Oliver se sacudió su triste ensimismamiento. Le dio la mano a Armando y notó cómo el calor se extendía por todo su cuerpo.

—Yo soy Oliver Blue. De…

Hizo una pausa. ¿De dónde era ahora? Ni de la Escuela de Videntes, ni de la fábrica en su nueva realidad donde Armando y él nunca se habían conocido. Y, mucho menos, ni de su casa en Nueva Jersey con los Blue, que ahora sabía que no eran sus verdaderos padres.

Con tristeza, añadió:

—En realidad, no sé de dónde soy.

Alzó la mirada hacia Armando.

—¿Quizá sea esta tu verdadera misión, Oliver Blue? –dijo Armando con voz suave y firme—. ¿Encontrar tu lugar en el mundo?

Oliver dejó que las palabras de Armando calaran. Pensó en sus padres verdaderos, el hombre y la mujer que se le aparecían en sus visiones y sueños. Quería encontrarlos.

Pero estaba confundido.

—Pensaba que mi misión al volver era salvarle a usted —dijo.

Armando sonrió.

—Las misiones tienen múltiples capas —respondió él—. Salvarme y descubrir quién eres en realidad –no se excluyen la una a la otra. Al fin y al cabo, es tu identidad la que te llevó hasta mí para empezar.

Oliver reflexionó sobre ello. Quizá tenía razón. Quizá su regreso en el tiempo no era tan sencillo como una misión; quizá estaba destinado a una serie de misiones.

—Pero ni siquiera sé por dónde empezar —confesó Oliver.

Armando se dio golpecitos en la barbilla. De repente, se le iluminaron los ojos.

Fue a toda prisa hacia uno de sus muchos escritorios, chasqueando los dedos.

—Claro, claro, claro.

Oliver estaba perplejo. Observaba con curiosidad mientras Armando rebuscaba en un cajón. A continuación, se puso derecho y se dirigió a Oliver.

—Aquí.

Fue hacia allí y colocó un objeto circular de bronce en las manos de Oliver. Oliver lo examinó. Parecía antiguo.

—¿Una brújula? —preguntó, levantando una ceja.

Armando negó con la cabeza.

 

—En la superficie, sí. Pero es mucho más. Un invento que nunca he sido capaz de descifrar.

Oliver la miraba con asombro y a las miles de esferas y símbolos extraños de su superficie.

—Entonces ¿para qué la tiene?

—La dejaron en los escalones de mi fábrica —dijo Armando—. No había ninguna nota que explicara de dónde venía. En el paquete estaba mi nombre, pero ahora me doy cuenta de que no era a mí a quien iba dirigido. Mira en el otro lado.

Oliver giró la brújula. Allí, grabadas en el bronce, estaban las letras O.B.

Oliver se quedó sin aliento y casi se le cayó la brújula. Alzó rápidamente la mirada para encontrarse con la de Armando.

—¿Mis iniciales? —dijo—. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Por qué alguien le iba a enviar algo que iba dirigido a mí?

Armando respiró profundamente.

—Se suponía que yo era el guía de un vidente, Oliver. Tú. Al principio lo entendí mal y pensé que era Lucas. Pero cuando tú llegaste en 1944 y me mostraste tus poderes, me di cuenta de mi error. Después de eso fui prudente y esperé a que un vidente viniera a mí. Oliver, esta brújula la dejaron en el umbral de mi puerta hace once años. El dos de diciembre.

Oliver dijo con la voz entrecortada:

—Es mi cumpleaños.

Armando dio el golpe de gracia.

—Ahora creo que lo dejaron tus padres.

Oliver sintió como si le hubieran dado un puñetazo. No podía creerlo. ¿Realmente tenía un trocito de ellos en sus manos? ¿Algo que les había pertenecido y que habían mandado a Armando para que lo custodiara?

Susurró en voz baja:

—¿Mis padres?

Seguramente era una señal. Un regalo del mismo universo.

—¿Qué le hace estar tan seguro de que era de ellos? —preguntó Oliver.

—Mira las manecillas —dijo.

Oliver bajó la mirada. Vio que entre las más de doce manecillas, una señalaba directamente a un símbolo. A Oliver, el símbolo le recordaba a los jeroglíficos egipcios por su estilo, dibujos raspados en líneas negras. Pero lo que representaban estaba claro. Un hombre y una mujer.

Ahora Oliver no tenía ninguna duda. Decididamente era una señal.

—¿Qué más sabe? —le preguntó a Armando—. ¿Les vio dejar el paquete? ¿Dijeron algo? ¿Dijeron algo sobre mí?

Armando negó tristemente con la cabeza.

—Me temo que no sé nada más, Oliver. Pero tal vez esto te ayudará a guiarte en tu misión para descubrir de dónde vienes realmente.

Oliver volvió a posar la mirada sobre la brújula. Era muy extraña, cubierta de símbolos y manecillas. Puede que no tuviera ni idea de cómo descifrarla, pero sabía que era importante. Que, de algún modo, sería parte de la misión para encontrar a sus padres. Para descubrir quién era y de dónde venía. Solo tener una parte de ellos en sus manos le daba fuerza para buscar.

Justo entonces, vio que una de las manecillas se estaba moviendo. Merodeaba alrededor de unas líneas onduladas que a Oliver le hicieron pensar en agua. Alargó la mano y frotó el símbolo con el dedo pulgar. Ante su sorpresa, cuando salió la suciedad, vio que el símbolo de debajo era de colores. Las líneas de agua estaban hechas del azul más vivo y brillante.

—Y sé por dónde empezar —dijo Oliver decididamente.

Azul. Los Blue. Sus supuestos padres. El hombre y la mujer que lo habían criado como si fuera suyo. Si alguien tenía respuestas sobre de dónde venía, serían ellos.

Y, además, tenía un asunto pendiente.

Ya era hora de poner por fin a Chris en su sitio.

CAPÍTULO CUATRO

En el oscuro y tormentoso atardecer, Oliver salió de la fábrica hacia las calles de Nueva Jersey. Los restos de la tormenta estaban desparramados por las aceras, moviéndose con el viento que todavía soplaba con fuerza.

Mientras caminaba, Oliver se quedó atónito al ver que aunque todo estaba igual desde el punto de vista de edificios, calles y aceras, nada tenía el mismo aspecto que antes. Habían transformado toda la zona. Parecía más nueva, más limpia, más próspera. En los jardines delanteros había arbustos y parterres, en lugar de lavadoras rotas y coches destartalados. No había baches en el asfalto, ni bicicletas oxidadas y abandonadas atadas a las farolas.

Oliver se dio cuenta de que el hecho de que Illstrom’s Inventions no hubiera cerrado significaba que mucha gente de la ciudad había conservado su trabajo. Las repercusiones de sus acciones en el pasado parecían muy trascendentales. Oliver parecía algo abrumado por las enormes responsabilidades que implicaba ser vidente. Un solo cambio en el pasado parecía afectar a todo en el futuro. Pero también sentía orgullo porque las cosas habían cambiado para mejor.

Oliver esperó en la parada del autobús, ahora su señal era brillante en lugar de oxidada. El autobús llegó y él subió. Este no olía a cebollas y patatas fritas grasientas como el de su antigua línea de tiempo, sino a loción de afeitar persistente y a abrillantador.

—¿No eres un poco joven para estar fuera tan tarde? —preguntó el conductor.

Oliver le dio dinero para el billete.

—Ahora me voy a casa.

«¡Incluso los conductores son más simpáticos que en mi antigua línea de tiempo!» —pensó Oliver.

Mientras el autobús se iba, Oliver intentaba recordar en qué momento del tiempo regresaría. En referencia al Sr. y la Sra. Blue, Oliver no había conseguido volver en autobús de la escuela durante la tormenta. Era una cosa muy extraña de entender. Para Oliver, él había vivido toda una aventura. Había viajado atrás en el tiempo y se había encontrado cara a cara con Hitler, había jugado a un juego de locos a lomos de una criatura modificada genéticamente del año 3000 y se había hecho amigo de chicos de todas las épocas diferentes. Y lo más importante de todo, había descubierto que tenía un papá y una mamá, de verdad, no los odiosos Blue. Por lo que a ellos respectaba, Oliver no había logrado regresar a casa de la escuela durante la tormenta y dudaba que ni siquiera les aliviara verlo regresar sano y salvo. Probablemente solo se quejarían de la preocupación que les había causado.

Mientras el autobús se movía ajetreadamente, se sacó el regalo de Armando del bolsillo. Mirarlo le llenaba de asombro. El latón estaba pulido y le hacía falta un buen abrillantado. Pero aparte de eso, era un instrumento extraordinario. Había muchas flechas y manecillas y, por lo menos, cien símbolos diferentes. Con curiosidad, Oliver intentaba imaginar a sus padres con la brújula. ¿Para qué la habían usado? ¿Y por qué se la habían mandado a Armando?

Justo entonces, Oliver se dio cuenta de que había llegado a su parada. Se levantó de un salto y tocó el timbre y fue corriendo hasta la parte de delante del autobús. El conductor aparcó y le dejó salir.

—Cuidado, chico —dijo—. Los vientos podrían empezar de nuevo en cualquier momento.

—Estaré bien, gracias —le contestó Oliver—. Mi casa está allí mismo.

Bajó del autobús. Pero la escena que tenía delante de sus ojos le quitó la respiración. No era para nada lo que esperaba. El que había sido un barrio en decadencia tenía un aspecto mucho mejor que cuando él se fue. No parecía el tipo de lugar que sus padres podían permitirse. De repente, le atacó el miedo de que quizás esta ya no era su casa.

Rápidamente, consultó la brújula. Las manecillas todavía señalaban a la imagen incompleta de un hombre y una mujer, igual que a las líneas azules onduladas. Si lo estaba interpretando correctamente, este era el lugar correcto. Esta todavía era su casa.

Con el corazón acelerado por el miedo, Oliver abrió la verja del jardín y fue hasta la puerta delantera. Probó su llave y se sintió aliviado al ver que entraba en el cerrojo. La giró y entró.

La casa estaba muy oscura y muy silenciosa. Lo único que oía Oliver era el tictac de un reloj a lo lejos y un ligero ronquido. Cayó en que era de noche y todos estarían durmiendo.

Pero al entrar en la sala de estar, se sobresaltó al ver que sus padres estaban dentro. Estaban sentados en el sofá, ambos con la cara pálida. Parecían desaliñados, como si ninguno de ellos hubiera ni siquiera hecho la intención de ir a dormir.

Su madre se puso de pie de un salto.

—¡Oliver! —gritó.

A su padre se le cayó el teléfono que tenía cogido con fuerza en las manos. Miró a Oliver como si estuviera viendo a un fantasma.

—¿Dónde estabas? —preguntó su madre—. ¿Y qué llevas puesto?

Oliver no tenía una explicación para el mono de trabajar azul. Pero no importó porque no tuvo ocasión de hablar. Su padre se lanzó a dar un discurso.

—¡Estábamos muy preocupados! ¡Llamamos a todos los hospitales! ¡Llamamos al director del Campbell Junior High para echarle la bronca! ¡Incluso llamamos a la prensa!

Oliver cruzó los brazos al recordad el artículo del periódico en el que pedían ayuda económica. Esto había sucedido en otra línea de tiempo, pero eso no significa que si Oliver no hubiera regresado a casa esa noche, no hubiera pasado en esta también.

—Pues claro que lo hicisteis —dijo irónicamente.

—¿Por qué no estabas en el autobús escolar? —preguntó su madre—. Chris pudo cogerlo. ¿Por qué tú no?

—Creo que ya lo sé —interrumpió su padre—. Oliver tiene la cabeza tan en las nubes que ni siquiera lo pensó. Ya sabes cómo es, siempre perdido en su imaginación —Suspiró profundamente—. Por la mañana tendré que llamar a la escuela para disculparme. ¿Sabes lo incómodo que es eso para mí?

Su madre chasqueó la lengua y negó con la cabeza.

—¿Dónde estabas? ¿Vagabundeando por las calles? ¿No te has resfriado? —A continuación, cruzó los brazos y resopló—. En realidad, espero que estés resfriado. Por lo menos, de ese modo aprenderías la lección.

Oliver escuchaba los discursos de sus padres en silencio. Por primera vez, sus palabras le rebotaban. Sus caras de enfado ya no le hacían temblar. Sus duras palabras no le escocían.

Oliver se dio cuenta de lo mucho que había cambiado. Lo mucho que la Escuela de Videntes le había cambiado, por no hablar de descubrir que los Blue no eran realmente su familia. Era como si convertirse en vidente le hubiera cubierto la espalda con un abrigo invisible a prueba de balas y nada pudiera hacerle daño.

Estaba delante de ellos con seguridad, esperando pacientemente una pausa en su furia dispersa.

Pero antes de que tuviera ocasión de dar su opinión, se oyeron unos pasos estruendosos en la escalera de detrás suyo. Y allí estaba Chris.

—¿Qué haces aquí? —vociferó—. Pensaba que habías muerto en la tormenta.

—¡Chris! —le regañó su padre.

Durante un breve segundo, Oliver pensó que tal vez sus padres iban a defenderlo. Iban a enfrentarse al abusón de su hijo. Pero, evidentemente, no lo hicieron.

Oliver cruzó los brazos. Chris ya no le daba miedo. Ni siquiera el ritmo de su corazón se había acelerado.

—Me escondí. De ti. ¿Te acuerdas de que me perseguías con tus amigos? ¿De que me amenazaste con darme una paliza?

Chris puso un gesto incrédulo.

—¡Yo no hice eso! ¡Eres un mentiroso!

Su madre hundió la cara con las manos. Odiaba las discusiones pero nunca hacía nada por pararlas.

Oliver solo dijo que no con la cabeza.

—Me da igual que me llames mentiroso. Yo sé la verdad y tú también —Cruzó los brazos—. Y, de todos modos, nada de eso importa. Vine aquí para deciros que me voy.

Su madre levantó de repente la cabeza de las manos.

—¿Qué?

Su padre lanzó una mirada asesina a Oliver horrorizado.

—¿Te vas? ¡Tienes once años! ¿A dónde vas a ir?

Oliver encogió los hombros.

—Todavía no lo sé. Pero el caso es que sé que no sois mis verdaderos padres.

Todos se quedaron sin aliento. Chris se quedó con la boca abierta. Toda la sala se quedó en silencio.

—¿De qué hablas? —gritó su madre—. Por supuesto que lo somos.

Oliver estrechó los ojos.

—No. No lo sois. Mentís. ¿Quiénes son? Mi padre y mi madre de verdad. ¿Qué les pasó?

Su madre tenía el aspecto de que la hubieran pillado. Movía los ojos rápidamente por toda la habitación, como si buscara una salida.

—Vale —soltó de repente—. Te adoptamos.

Oliver asintió lentamente. Pensaba que sería duro oír sus palabras, pero en realidad fue un alivio tener aún más confirmación de que las dos personas de su visión eran sus padres, no estas personas horribles. De que Chris tampoco era su hermano de verdad. Parecía que el gran abusón estaba a punto de desmayarse por el susto de la revelación.

 

Su madre continuó:

—No sabemos nada de tus verdaderos padres, ¿vale? No nos dieron ninguna información.

Oliver sintió que se le encogía el corazón. Tenía la esperanza de que le darían una pieza en el rompecabezas de su identidad. Pero no sabían nada.

—¿Nada? —preguntó con tristeza—. ¿Ni siquiera sus nombres?

Su padre dio un paso al frente.

—Ni sus nombres, ni su edad, ni sus trabajos. Los padres adoptivos no sabemos esas cosas. Es una lotería, ¿sabes? Por lo que sabemos nosotros, podrías ser hijo de un criminal. De un lunático.

Oliver le lanzó una mirada asesina. Estaba seguro de que sus padres no eran ninguna de esas cosas, pero la actitud del Sr. Blue aun así era horrible.

—Para empezar, ¿por qué me adoptasteis?

—Fue tu madre —se burló su padre—. Quería un segundo. No tengo ni idea de por qué.

Se acomodó en el sofá al lado de su madre. Oliver los miró fijamente, sintiendo como si le hubieran dado un puñetazo en la barriga.

—En realidad nunca me quisisteis, ¿verdad? Por eso me tratasteis tan mal.

—Deberías estar agradecido —murmuró su padre sin mirarle a los ojos—. La mayoría de niños se pierden en el sistema.

—¿Agradecido? —dijo Oliver—. ¿Agradecido de que apenas me dabais de comer? ¿De que nunca me comprasteis ropa o juguetes nuevos? ¿Agradecido por un colchón en un rincón?

—Nosotros no somos los malos aquí —argumentó su madre—. ¡Tus padres de verdad te abandonaron! Deberías hacerles pagar los platos rotos a ellos, no a nosotros.

Oliver escuchaba sin reaccionar. De todos modos, no tenía ninguna prueba de si sus padres de verdad lo habían abandonado o no. Ese era un misterio para otro día. Por ahora, iba a coger las palabras de su madre con pinzas.

—Al menos, por fin ha salido la verdad —dijo Oliver.

Finalmente, Chris cerró la boca.

—¿Queréis decir que este mocoso no es mi hermano después de todo?

—¡Chris! —le regañó su madre.

—No hables así —añadió su padre.

Oliver sencillamente sonrió con satisfacción.

—Oh, sí, Christopher John Blue. Ya que estamos en una misión por la verdad. Vuestro querido hijo –el de verdad, el biológico- es un abusón. Me ha atemorizado toda la vida, por no hablar de los otros chicos de la escuela.

—¡Eso no es verdad! —vociferó Chris—. ¡No le creáis! Ni siquiera es vuestro hijo. ¡No es… no es nada! ¡Nadie! ¡un don nadie!

Su madre y su padre miraron a Chris consternados.

Oliver simplemente hizo una sonrisa de satisfacción.

—Creo que has revelado la verdad tú solito.

Todos se quedaron en silencio, desanimados por las revelaciones. Pero Oliver no había terminado. Todavía no. Caminaba de un lado a otro, atrayendo la atención de todos los que estaban en la sala.

—Esto es lo que va a pasar a partir de ahora —dijo mientras andaba—. Vosotros no me queréis. Y yo tampoco os quiero a vosotros. Yo nunca tendría que haber estado aquí. Así que me voy. Vosotros no me buscaréis. Vosotros no hablaréis de mí. Desde este día en adelante, será como si yo nunca hubiera existido. Y para cerrar el acuerdo, yo no iré a la policía a hablarles de los años de tormento, de dormir en un hueco y de que me racionarais la comida. ¿Hacemos un trato?

Miró de unos ojos azules a los otros. Ahora pensaba que era de tontos no haberse dado cuenta antes, al tenerlos él marrones.

—¿Hacemos un trato? —dijo otra vez, con más firmeza.

Con gran satisfacción, vio que todos estaban temblando. Su madre asintió. Chris también.

—Trato hecho —tartamudeó su padre.

—Bien. Ahora dejad que recoja mis cosas y no os molestaré nunca más.

Notaba que todas las miradas estaban sobre él mientras se dirigía al hueco. Agarró su maleta, todavía llena de trozos de sus inventos y puso el libro de inventores dentro.

Después se sacó la brújula del bolsillo y la colocó encima.

Justo cuando estaba a punto de cerrar la maleta, se dio cuenta de que las manecillas de la brújula se habían movido. Ahora estaba señalando a un símbolo que parecía un quemador Bunsen. Una segunda se detuvo en el símbolo de una única silueta femenina. Una tercera señalaba un birrete.

Oliver juntó todas las piezas en su mente. ¿Podría ser que la brújula lo estuviera guiando hacia la Sra. Belfry. El quemador Bunsen podía representar la ciencia, que es lo que ella enseñaba. La única silueta femenina era evidente. Y el birrete podía representar a un profesor.

Oliver pensó emocionado que debía ser una señal. El universo lo estaba guiando.

Cerró la maleta y se dio la vuelta para mirar a los Blue. Todos le estaban contemplando completamente atónitos y en silencio. Era muy satisfactorio ver la mirada en sus rostros.

Pero entonces Oliver vio que Chris estaba apretando las manos en puños. Sabía de sobra lo que eso significaba –Chris estaba a punto de atacar.

Oliver solo tuvo una fracción de segundo para reaccionar. Usó sus poderes rápidamente para atar los cordones de los zapatos de Chris.

Chris se lanzó hacia delante. Tropezó de inmediato con sus cordones atados y se desplomó sobre el suelo. Gimió.

Su madre soltó un chillido.

—¡Sus cordones! ¿Has visto sus cordones?

Su padre se puso pálido.

—Se… se han atado solos.

Desde donde estaba tirado en el suelo, Chris lanzó una mirada asesina a Oliver.

—Lo hiciste tú, ¿verdad? Eres un bicho raro.

Oliver encogió los hombros inocentemente.

—No tengo ni idea de lo que estás hablando.

Se dio la vuelta, maleta en mano, y salió de la casa hecho una furia. Cerró la puerta de golpe tras él.

Mientras andaba por el camino, se le dibujó una sonrisa en los labios.

No tendría que volver a ver a los Blue.