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El Reino de los Dragones

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CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

Lenore se encontró buscando a su hermano mientras su carruaje pasaba con dificultad por el cruce de caminos y seguía adelante. Los caminos aquí estaban llenos de barro, pavimentados en algunos lugares y con matas de vegetación a cada lado.

–Se supone que Vars se iba a encontrar con nosotros en algún punto de aquí, ¿no? —Le gritó a un guardia de la media docena que estaban con ella.

–Estoy seguro de que el príncipe nos encontrará a su debido tiempo —respondió el hombre, aunque parecía tan sorprendido como Lenore de que Vars ya no lo hubiese hecho.

–¿Deberíamos detenernos y esperar por él? —Preguntó Lenore.

Aunque probablemente ella, como princesa, tendría que estar dando las órdenes. El soldado parecía pensar lo mismo.

–Si eso le complace, su alteza —dijo él.

–Aún tenemos un largo camino para recorrer hoy —señaló una de sus criadas, que miraba por la ventana del carruaje con expresión de disgusto—. Y si esperamos aquí, lo haremos en el barro. Al menos, podríamos esperar al príncipe cómodamente en la próxima posada.

Lenore suspiró. Su criada tenía razón. Más aún, era probable que Vars ya estuviese allí. Probablemente había decidido que le interesaba tan poco como a la criada esperar afuera, en el barro, y la idea de cerveza o vino le había atraído.

También estaba el asunto de la carga que llevaban. Hasta ahora, solo tenían los obsequios de Royalsport y los pueblos más cercanos, pero aún así parecía demasiado para llevarlo al aire libre. Sería mejor continuar y esperar entre las paredes de una posada.

–Seguiremos andando —le gritó Lenore al conductor.

El carruaje continuó avanzando, dando saltos por el camino mientras Lenore miraba hacia afuera intentado encontrar algo distinto en el paisaje. Probablemente, Nerra podría haberle dicho los nombres de todos los árboles y señalar las diferencias de cada uno, pero ella no estaba aquí. Lenore esperaba que su hermana estuviera bien y que Rodry hubiera podido encontrarla.

Esperaba muchas cosas, porque si había algo para lo que había tiempo en un viaje largo en carruaje, era para los sueños y esperanzas. Lenore se encontró esperando que el resto del camino fuese más fácil, y que la gente durante el resto del viaje la adorara tanto como la anterior. Una de esas esperanzas parecía más alcanzable que la otra, por la forma en que el carruaje se estaba sacudiendo. Esperaba que encontraran a Nerra muy pronto, y también a Erin, y que su padre las perdonara a las dos. Esperaba que su matrimonio con Finnal fuera el sueño perfecto que había sido durante el banquete, aunque ¿por qué tendría que haber una esperanza, cuando no podía imaginárselo de otra forma?

–Casi llegamos a una posada, su alteza —gritó el conductor.

Lenore miró para afuera y vio un edificio más adelante. Era una estructura de madera y piedra pintadas, con el techo de paja y un cartel en el frente que no tenía palabras, solo la imagen de una flor de celidonia. Al lado del edificio principal había un pequeño establo obviamente para recibir a viajeros, aunque no había señal del grupo de hombres que su hermano tenía que traer.

–Nos detendremos aquí —decidió Lenore.

Vars la encontraría con más facilidad aquí que en el camino si había llegado tarde, y todos estarían más seguros entre cuatro paredes que en el exterior. Lenore vio que los guardias se relajaban un poco ante la noticia.

El conductor detuvo el carruaje enfrente de la posada para que Lenore descendiera con sus criadas, y le sorprendió lo tranquilo que era el lugar. ¿Las posadas no solían ser lugares animados, llenos de ruido de festejos? Quizás estaba equivocada; después de todo, Lenore pasaba poco tiempo en estos lugares, a diferencia de la gente como Vars o Rodry.

–Llevaré el carruaje al establo, su alteza —dijo el conductor, seguido por un par de guardias que lo acompañaban para proteger los obsequios que les habían entregado.

Entró rodeada de sus criadas y el resto de los guardias que habían venido con ella, e inmediatamente supo que algo andaba mal. Había gente sentada allí, pero estaba demasiado inmóvil, mientras otras figuras se movían entre ellos, vestidas en acero y cuero. Lenore no conocía lo suficiente la inmovilidad de la muerte como para poder reconocerla, pero podía ver los cortes en la garganta de los hombres allí , las puñaladas y las marcas de estrangulación. Desafiando el silencio, podía escuchar los quejidos y gritos de una mujer en el piso de arriba, y entonces supo que lo que estaba ocurriendo allí no era nada bueno.

Las figuras vivas se volvieron hacia ella y Lenore vio que las marcas del ejército del rey Ravin engalanaban las armaduras de hombres y mujeres. Tenían una variedad de armas, desde espadas a extrañas dagas con muchas hojas, y se movían con una coordinación silenciosa que aterrorizaba a Lenore casi tanto como las espadas.

–Princesa —dijo uno de los hombres—, esperábamos que viniera con más hombres.

–Aún así, eso lo hace más fácil —dijo una de las mujeres—. Significa que no tendremos que envenenar a todo un regimiento.

–Es cierto —dijo el hombre.

–¿Quién es usted? —Exigió Lenore, intentando sonar más valiente de lo que se sentía, intentando ganar tiempo, convencerlos de que la liberaran o simplemente entender— ¿Por qué están aquí?

Los soldados del sur no deberían estar allí, no deberían haber podido cruzar los puentes.

–Ah, el rey Ravin nos ha estado enviando hace un tiempo —dijo el hombre—. Sus mejores soldados. Cruzamos los puentes de a uno, junto con los comerciantes. Hombres y mujeres, porque nadie piensa que en una pareja casada sean asesinos —le sonrió a una de las mujeres—. ¿No es cierto, cariño?

–Totalmente —dijo ella, y miró a Lenore de una forma que le prometía cosas horribles—. ¿Puedo cortarla?

–Conoces las órdenes del rey respecto a eso —dijo el hombre—. Apropiadamente quebrada y utilizada antes de llevarla ante él, pero intacta. No creo que eso incluya tus juegos, Syrelle. Puedes hacerlo con alguno de los otros.

–Supongo que sí, Eoris. Al final todos gritan bastante.

El hombre asintió y ese movimiento parecía ser una señal, porque los otros emergieron hacia adelante.

–¡Atrás, princesa! —Gritó uno de los guardias que estaba con ella, avanzando para intentar enlentecerlos y darle espacio a Lenore para huir.

Él murió.

Murió tan rápidamente que ni siquiera contaba como una pelea. Lenore había oído historias de combates heroicos y había visto a su hermano Rodry practicar con espadas. Esto no era nada parecido. No había idas y vueltas, destellos de espadas ni conversaciones ingeniosas, ni una oportunidad para el guardia. Simplemente lo habían derribado con un golpe de espada tan rápido que Lenore apenas lo vio, mientras que el resto de los sureños se abalanzaron hacia los otros guardias apuñalándolos en el pecho, arrastrando sus espaldas por sus gargantas.

Lenore sabía que su única esperanza era huir. Se dio vuelta y vio que un soldado arrastraba a una de sus criadas por el suelo, sujetándola allí mientras ella peleaba para soltarse. Vio a un guardia muerto, y en todo ese tiempo Lenore quería ayudar pero no podía; no podía convencer a su cuerpo de hacer otra cosa que no fuera correr.

Corrió, abriéndose camino a empujones de la posada, y salió al soleado exterior con un grito con el que esperaba atraer la atención de cualquier ayuda que hubiese cerca.

–¡Nos están atacando! —Gritó Lenore corriendo hacia el establo.

Aún había dos guardias más en el establo, además del conductor. Solo tenía que rogar que aún no hubiera desenganchado los caballos del carruaje, porque ahora la única esperanza era huir. No había esperanza de luchar contra enemigos como estos. Corrió rápidamente hacia el establo, esperando llegar a tiempo, esperando adelantarse…

Lenore llegó al establo y vio a los cuerpos allí. Los dos guardias yacían en el suelo en donde habían sido derribados, claramente asesinados en segundos. El conductor oscilaba de una horca, con las piernas aún pateando mientras agonizaba. Mientras Lenore observaba con horror, un hombre salió de las sombras con otro trozo de cuerda.

–Mmm, Eoris me dijo que podías venir para este lado —dijo él—. Pero pensé que estaba equivocado. Dime, ¿te vas a resistir?

–Por favor —suplicó Lenore, pero mientras lo hacía su mano se deslizaba hacia su cuchillo de cocina—. Por favor, haré cualquier cosa que….

Se lanzó con el cuchillo, con la esperanza de que el elemento sorpresa compensara su falta de destreza y fuerza. En cambio, vio que su oponente se retorcía a un costado y le enredaba la mano con la cuerda, torciéndola con fuerza y arrancándole el cuchillo. En otro segundo le agarró la otra muñeca y ató las dos detrás de ella.

–Sí —dijo él— lo harás. Y también todo lo que los demás quieran. El rey Ravin fue muy claro.

–Por favor —suplico Lenore.

Mientras él la arrojaba en el suelo del establo, se encontró esperando, rezando que uno de sus hermanos llegara justo a tiempo para salvarla, como algo salido de una canción. Siempre ocurría esa manera, ¿no? Llegarían, y la salvarían, y….

De pronto una cuerda le envolvió el cuello, obligándola a levantar la vista hacia el hombre que la miraba con pura a versión.

–Bien —dijo el hombre—. Comencemos.

CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

Aurelle se tiró en la cama del príncipe, esperando a ver si él volvía a la cama con ella. Cuando fue claro que no lo haría, se levantó y se vistió antes de dirigirse sigilosamente por el castillo. Con el banquete finalizado, no había tanta gente que pudiera ver adónde iba, pero eso también significaba que no hubiera suficiente para esconder sus idas y venidas.

Al menos ahora, los guardias del castillo se habían acostumbrado a ella. La habían visto del brazo del príncipe Greave, y eso parecía ser suficiente para concederle el permiso de marcharse sin hacer preguntas. Ella supuso que también podría volver a entrar cuando lo necesitara.

 

–Todo está bien —se dijo ella, pero miró hacia atrás para asegurarse de que nadie la estuviera siguiendo.

Su primera parada era el callejón en donde había escondido un manto y una muda de ropa: un vestido más sencillo que no llamara la atención y zapatos que eran todo menos delicados. También había una daga, en caso de que la necesitara. Aurelle se vistió rápidamente, asegurándose de que nadie viniera, y luego volvió a salir, aún asegurándose de que nadie la siguiera. Luego de pasado cierto punto, la paranoia era simplemente una precaución sensata.

Atravesó la ciudad hacia el distrito de entretenimientos, en dirección a la Casa de los Suspiros que ya se asomaba. Era el tipo de lugar al cual uno podía ir y venir normalmente sin atraer preguntas no deseadas y sin los riesgos de las zonas llenas de rufianes y rateros. Aurelle odiaría tener que matar a alguien, atraería demasiada atención.

Siguió caminando, sintiendo el cambio en la forma de los adoquines de las calles mientras lo hacía, dirigiéndose a una puerta lateral de la Casa que estaba reservada para entradas y salidas sigilosas. La Casa de los Suspiros era un lugar discreto. Eso la hacía perfecta para reuniones. Ingresó y se dirigió a la habitación habitual, una que era increíblemente simple dada la riqueza de su… benefactor.

El arreglo de los lazos en la puerta podía parecer simple decoración para cualquier otra persona, pero para Aurelle era una señal que habían dejado cuidadosamente y que significaba que todo estaba en orden. La Casa de los Suspiros enseñaba más que simplemente cómo entregarse a aquellos que pagaban, después de todo, al menos a aquellos que tenían un talento para eso.

Aurelle extendió la mano y abrió la puerta, entrando con elegancia. Su jefe estaba sentado en la cama, esperándola, los ojos agudos la examinaban y merodeaban como siempre lo hacían. Sus facciones aguileñas le daban una ventaja predatoria al movimiento.

El duque Viris se levantó y Aurelle hizo una elegante reverencia. Sabía que a él le gustaba.

–Hay vino, si lo deseas —dijo el duque Viris, gesticulando hacia la botella y dos copas

Él tomó una, moviéndola entre los dedos. Aurelle tomó la otra, oliéndola cuidadosamente. Hasta lo que ella sabía, el duque no tenía razones para envenenarla, pero ese era el problema: solo lo sabría después

–Entonces —dijo el duque—. ¿Todo está saliendo como lo solicité?

Aurelle asintió.

–El príncipe está suficientemente distraído para pensar en una cura. Sus hombres fueron capaces de examinar la biblioteca mientras yo lo mantuve… ocupado, aunque hicieron un torpe trabajo.

–Estoy seguro de que tus esfuerzos no fueron para nada torpes —dijo él—. ¿Tuviste algún problema con Greave?

Aurelle se rió de la idea.

–Difícilmente. El pobre príncipe Greave ha estado tan hambriento de afecto que prácticamente se me arrojó encima, aún si no sabía que lo estaba haciendo.

–Bien —dijo el duque Viris—. ¿El príncipe está enamorado de ti lo suficiente?

–Todo eso y aún más —dijo Aurelle con una leve sonrisa—. Debería verlo, pobre y triste príncipe Greave, corriendo detrás de mí como un cachorro entusiasmado.

–Solo recuerda quién da las órdenes —dijo el duque Viris.

Aurelle asintió con precaución.

–Sí, milord. Usted es mi jefe.

–Lo soy —dijo el duque—. Recuerda, el hijo menor no puede encontrar una cura. La enfermedad de la princesa y todo lo que ha hecho el rey Godwin por amor a ella continuará abriendo una brecha entre él y los nobles. Con mi hijo casado con su hija, cuando las cosas lleguen al punto de que se empiece a buscar un nuevo rey, mi familia estará en posición de tomar ese lugar.

–Como usted diga, milord —dijo Aurelle.

Archivó ese razonamiento, porque era un conocimiento que valía la pena guardar.

–¿No crees que funcione? —dijo el duque Viris.

Aurelle extendió las manos.

–Estoy segura de que ha considerado todas las posibilidades.

–Lo hice. El rey estará demasiado corrompido por haber escondido la enfermedad de su hija. Sin dudas, el príncipe Rodry hará algo impulsivo. Al príncipe Vars lo odian lo suficiente como para que nadie esté de su lado. Actuarás como yo te indique contra el príncipe Greave. Finnal controlará a la princesa Lenore. La princesa Nerra ha sido expulsada. La princesa Erin se ha marchado para hacer cosas peligrosas y podría tener un accidente fácilmente…

–Sin dudas uno preparado —dijo Aurelle.

El duque le lanzó una mirada severa e inmediatamente Aurelle hizo una expresión de remordimiento.

–Haz bien tu papel —dijo el duque.

Su papel: Aurelle Hardacre, flor dulce e inocente de una familia noble, que se enamoró instantáneamente de su apuesto príncipe y apenas podría soportar que la separaran de él. Esa Aurelle era el tipo de persona por la que la verdadera Aurelle no tendría nada más que menosprecio: tímida, protegida y que no comprendía las realidades del mundo.

–La Casa de los Suspiros hizo bien en enviarte —dijo el duque.

Vio que su mirada se dirigía a la cama en la esquina de la habitación. La mayoría de las habitaciones en la Casa de los Suspiros tenían una cama.

–Gracias, milord. Vivo para servir.

–Y ya que te he pagado…

La acercó hacia él y la besó; luego la empujó hacia atrás en dirección en la cama. Eso no ponía nerviosa a Aurelle. Podía hacer ese papel tan bien como cualquier otro.

Al menos hasta que fuese más ventajoso hacer un papel mejor

CAPÍTULO CUARENTA

Devin escuchó el rugido de un dragón, el sonido inundaba el mundo a su alrededor. Estaba parado en un lugar en donde los volcanes llenaban el horizonte, y siluetas aladas volaban a su alrededor. Podía ver otras cosas allí, cosas que no eran humanas, cosas extrañas que se retorcían hasta perder la forma y cosas que solo podían existir en un lugar….

Sarras.

Como si lo hubiese convocado con el pensamiento, su imaginación conjuró un mapa del lugar que se movía hacia dentro y hacia afuera, por lo que podía ver las junglas y los páramos, los espacios cristalinos quemados por fuego de dragón y la ceniza. Luego, el mapa se convirtió en líneas en un brazo, un tatuaje….

Ahora, Devin veía una versión más joven de su padre, y había otro hombre con él, envuelto en un manto. Los veía por encima de él, como si fuese muy pequeño, y Devin tuvo la sensación de que esto era más que su imaginación, era un recuerdo.

–Llévatelo, críalo. Si descubro que le ha sobrevenido algún daño…

–No ocurrirá, milord.

–El niño es especial, nació en la luna de dragón, en ese lugar. Nadie puede saberlo…

Devin se despertó.

Le dolía la cabeza y sentía todo el interior de la boca como si estuviera cubierta de pelos. Miró alrededor en busca del dragón, del bosque, por el joven que había hablado, porque había parecido tan real que por un momento había esperado que aún estuviesen allí. En cambio, vio el interior de la habitación de sir Halfin, en donde parecía estar envuelto en pieles enfrente al fuego.

Allí había una nota que había dejado el caballero. Salí cazar con el príncipe. Quédate el tiempo que desees. Quizás aprende a tolerar mejor la bebida.

Devin sonrío ante el sentido del humor del caballero, e incluso eso hacía que le doliera la cabeza. Se levantó, sabiendo que no podía quedarse allí esperando a que regresaran los caballeros y el príncipe. En primer lugar, había demasiadas cosas que necesitaba hacer.

Aún no había podido hablar con Maese Gris, y sospechaba que no lo haría hasta que el hechicero estuviese listo. Luego, estaba el sueño. Lo agobiaba, y Devin sabía que no era solo un sueño. Había estado recordando, recordando cosas que realmente le habían ocurrido. Sin embargo, si eso era cierto… quería decir que él no era quien creía que era. Era alguien totalmente distinto.

Necesitaba hablar con sus padres.

Devin salió por el castillo, y vio que mientras los criados estaban levantados, muchos de los nobles y plebeyos aún se estaban despertando tras el final prematuro de las festividades. Los criados estaban arreglando todo el desorden que había generado el banquete, lo que quería decir que Devin podía escurrirse sin ser advertido. Echó un vistazo a la torre de Maese Gris, consciente de que tendría que volver pronto. Aunque por ahora, las únicas respuestas que quería estaban en su casa.

Royalsport empezaba a despertarse a su alrededor, por lo que se apresuró para llegar a casa antes de que su padre se marchara a trabajar. Pasó por una carreta con manzanas y rozó una por accidente, tirando una de las manzanas al suelo.

–Lo siento —gritó Devin, y le arrojó una de las pocas monedas que tenía al hombre.

–Está bien, milord —dijo el hombre, y fue solo entonces que Devin se dio cuenta de lo que debía parecer, aún vestido con la ropa prestada de Halfin.

Siguió rápidamente. Se estaba acercando a casa, cruzando los puentes de un distrito a otro, yendo de calles adoquinadas a piedras y tierra, teniendo que mirar alrededor con más cuidado para asegurarse de que en los espacios entre las casas de zarzo y barro no hubiera rateros.

Había señales de actividad cuando llegó a la pequeña casa que su familia llamaba hogar: salía humo de la chimenea y había ruido de gente moviéndose adentro. Devin abrió la puerta y entró para encontrar a sus padres en la mesa del comedor, tal como los había dejado. Le parecía extraño que fuera una mañana normal, especialmente cuando no había estado en casa hacía… bueno, días.

Su madre se volteó y, en ese momento, Devin no veía una preocupación real, solo molestia.

–¿En dónde has estado? ¿Por qué estás vestido como un rico?

Su padre se levantó.

–¿Y? ¿En dónde estabas?

–Estaba en el castillo —dijo Devin—. Querían que trabajara un metal especial para ellos – podría haberlo dejado ahí, pero el sueño le exigía más—. Estuve viajando con Rodry y los caballeros.

–¿Que estuviste qué? —Dijo su padre— ¿Quién eres tú para hablar de tus superiores así?

–No lo sé —dijo Devin, las palabras parecían habérseles escapado—. ¿Quién soy yo?

Las palabras detuvieron a sus padres en seco. Al menos las personas que siempre había creído que eran sus padres. Aunque en ese momento podía ver lo que era obvio: no había ningún parecido. Ciertamente nunca había habido nada de amor.

–¿Qué quieres decir con quién eres tú? —Exigió su madre—. Eres nuestro hijo.

–¿Entonces por qué puedo hacer magia? —Preguntó Devin— ¿Por qué tengo sueños en los que les soy entregado? ¿Qué ocurrió en Sarras?

Su padre lo observaba, su expresión se ensombrecía.

–Yo les dije. Les dije cuando te trajeron que era demasiado peligroso, que lo ibas a descubrir…

Dio un paso adelante, e instintivamente Devin se encogió. ¿Cuántas veces su padre lo había atacado cuando estaba borracho? ¿Cuántos moretones había recibido?

–Bueno, ahora que sabemos que eres algo perverso —dijo su supuesto padre—, al menos no tengo que contenerme más.

Levantó una mano rolliza con el puño cerrado y Devin reaccionó por instinto. Ahora conocía la sensación de poder que crecía en su interior, y una vez más, el mundo a su alrededor parecía enlentecerse cuando lo miraba, lo entendía, y veía todas las cosas que podía hacer en él. Levantó una mano, sintiendo el pulso creciente del poder en su interior, y juntó todo su control para no lanzarle todo en la forma que había hecho con los lobos. Aún así, fue suficiente para lanzar a su padre volando hacia atrás, que entonces se tropezó con su silla y luego cayó al suelo mirando hacia arriba, a donde estaba Devin.

–¡Sal de aquí! —Gritó él—. ¡Sal de aquí, monstruo!

***

Devin se marchó con la mente aún dándole vueltas por lo que había ocurrido, apenas capaz de comprender lo rápido que había pasado de hacer preguntas a no tener un hogar. Aunque en otro sentido no había sido rápido, porque sentía como si esto siempre hubiese estado por suceder,  como si durante toda su vida, todo lo hubiese conducido en esta dirección.

Eso no hizo que se sintiera mejor, y se apresuró por la calle sin saber a dónde iba o lo que estaba haciendo. Y sin embargo, se sintió conducido por algo que lo llevaba por ese camino. Qué era, no estaba seguro.

Estaba tan absorto por la conmoción de los últimos segundos, que al principio apenas notó la niebla que se había extendido, rodeándolo hasta que no pudo ver los edificios del otro lado, y el mundo se volvió algo lleno de sombras y ecos.

 

La ciudad alrededor parecía desvanecerse, por lo que Devin apenas sabía qué camino estaba tomando. Al principio, podía escuchar sus sonidos, pero ahora hasta estos habían sido tragados por la niebla. Era bastante común en una ciudad interceptada por tantos afluentes, pero esto… esto parecía algo diferente.

Por cuánto tiempo había caminado, Devin no lo sabía. En un lugar como este, parecía que hasta el tiempo se había detenido, por lo que caminaba eternamente entre un latido y el otro. Volvió a pensar en su sueño. Y sintió que esa fuerza tiraba de él.

Luego vio algo más adelante, en donde la niebla era menos espesa. Parecía llamarlo.

Se dirigió en esa dirección y finalmente llegó a un claro. Estaba en el medio de gruesas secciones que parecían ser un bosque, lejos de los lugares a donde llegaba la gente, y allí parecía haber una entrada a una cueva. Alguien había empujado rocas hacia la entrada, una piedra tras otra hasta que estuvo bien sellada.

Devin podía escuchar los sonidos que venían de su interior, y supuso que debían ser de un animal, excepto que no era un animal que hubiese escuchado antes. Había resoplos, rugidos y rasguños, como si algo intentara salir.

Excepto que… él había escuchado esos ruidos antes. Los había escuchado en sus sueños. Eran primitivos.

Peligrosos.

Supo con total certeza que tenía que ayudar a la criatura que estaba adentro.

Devin comenzó a quitar todo lo que cubría a la cueva y no era fácil. Estaba cubierta de frondas de plantas, y esas eran bastante fáciles de quitar, pero las rocas eran más grandes y difíciles de desplazar. Devin tuvo que acuclillarse para rodearlas con los brazos y luego empujarlas a un lado, una por una. Pudo apartar varias de ellas, y luego algo salió para quitar más del camino: una garra.

Devin saltó hacia atrás y el dragón salió por la entrada de la cueva. Tenía casi exactamente la misma apariencia que en sus sueños. Era enorme, pero de alguna manera Devin sabía que aún no había terminado de crecer. Superaba su altura con las alas dobladas en la espalda y escamas azules que titilaban con los iridiscentes colores del arco iris. El dragón era tan grande que Devin sospechaba que no podría liberarse de la cueva, pero su cuerpo rozó el costado de la cueva y logró salir. Devin escuchó el ruido de las rocas moviéndose y varias se desmoronaron alrededor del dragón cuando salía de la cueva.

Más que eso, estaba creciendo. Por cada segundo que Devin lo observaba parecía crecer, y los ojos de Devin se movieron permitiéndole ver las nubes de luz y poder que fluían hacia su interior. Aún no sabía mucho de magia, pero sabía que era lo que alimentaba el crecimiento del dragón, haciéndolo más grande y convirtiéndolo en algo increíblemente enorme.

Solo podía observarlo mientras se paraba por encima de él sobre su patas traseras y extendía las alas, parecidas a las de un murciélago, al sol. Estiró el cuello hacia el cielo sinuosamente, y luego bajó con la cabeza zigzagueando frente a Devin como la de una serpiente frente a su presa. Abrió la boca ampliamente, revelando dientes que podrían masticarlo sin ningún esfuerzo, mientras su garras traseras dejaban surcos en la tierra al moverse. Entonces, rugió con un sonido que prácticamente ensordeció a Devin, mientras él permanecía allí.

El dragón miró hacia abajo a donde estaba Devin, como si intentara descifrar exactamente qué era él. Sus ojos enormes y reptilianos lo observaron, moviéndose rápidamente de un lado a otro. Sacó su lengua, parecida a la de una serpiente, como si estuviera probando el aire alrededor de Devin, y luego la arrastró sobre su piel . El dragón pestañeó como si no entendiera y luego hizo una pausa, como si escuchara algo que solo él pudiera oír.

Volvió a rugir y sus imponentes alas batieron el aire, produciendo una ráfaga de viento que casi derribó a Devin. Tenía que asegurarse de mantenerse parado, mientras el dragón volvía a batir las alas con grandes movimientos de su carne curtida. En los primeros aleteos parecía que la criatura estaba probando lo que podía hacer, pero los siguientes aleteos fueron más importantes.

Devin vio cómo sobresalían los músculos del dragón, que luego saltó en el aire, despegando y elevándose por encima de los árboles.

Devin lo observó fijamente,  intentando encontrarle un sentido. No sabía de dónde había venido el dragón o qué significaba, pero en ese lugar y en ese momento, no era lo que importaba.

Lo que importaba era hacia dónde iba.

Que él, Devin, tendría un rol en lo que ocurriría después.

Que, de alguna forma, él lo había desatado.