Za darmo

Arena Uno. Tratantes De Esclavos

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"Esa era mi otra sorpresa", le digo. "¡Vamos a cenar esta noche!"

Bree corre y me da un gran abrazo. Sasha ladra, como si comprendiera. La abrazo.

"Tengo dos sorpresas más para ti", anuncio con una sonrisa. "Son para el postre. ¿Quieres que espere hasta después de la cena? ¿O las quieres ahora?"

"¡Ahora!", grita emocionada.

Sonrío, emocionada también. Al menos eso la tendrá controlada durante la cena.

Meto la mano en mi bolsillo y extraigo el tarro de mermelada. Bree lo mira divertida, dudando notoriamente, y desenrosco la tapa y la coloco debajo de su nariz. "Cierra los ojos", le digo.

Ella lo hace. "Ahora, inhala".

Ella respira profundamente, y se asoma una sonrisa en su rostro. Abre sus ojos.

"¡Huele como a frambuesa!" exclama.

"Es mermelada. Adelante. Pruébala".

Bree mete dos dedos, saca una gran bola y se la come. Sus ojos se iluminan.

"Qué rico", dice ella, mientras vuelve a meter los dedos, toma otra bola y la acerca a Sasha, quien se acerca corriendo y sin dudarlo se lo traga. A Bree le da un ataque de risa y yo aprieto la tapa y pongo el tarro en la repisa, lejos de Sasha.

"¿Esto es también de nuestra nueva casa?" me pregunta.

Asiento con la cabeza, aliviada al oír que ella ya lo considera nuestro nuevo hogar.

"Y hay una última sorpresa", le digo. "Pero la voy a dejar para la cena".

Quito el termo de mi cinturón y lo pongo arriba en la repisa, fuera de su vista, para que no vea de qué se trata. Puedo verla estirando el cuello, pero lo oculto bien.

"Confía en mí", le digo. "Será algo bueno".

*

No quiero que la casa apeste a pescado, así que decido desafiar al frío y preparar el salmón afuera. Llevo mi cuchillo y me dispongo a prepararlo, apoyándolo en un tocón de árbol mientras me arrodillo junto a él en la nieve. Realmente no sé lo que estoy haciendo, pero sé lo suficiente para darme cuenta de que uno no se come ni la cabeza ni la cola. Así que empiezo por quitar esas partes.

También supongo que no vamos a comer las aletas, así que las corto; tampoco las escamas, así que se las quito lo mejor que puedo. Entonces me imagino que se tiene que abrir para comer, así que corto lo que queda de él por la mitad. Deja al descubierto las entrañas gruesas y rosadas y tiene un montón de espinas. No sé qué más hacer, así que me imagino que está listo para ser cocinado.

Antes de entrar, siento la necesidad de lavarme las manos. Me agacho, agarro un puñado de nieve, y me enjuago las manos con ella, agradecida por la nieve -- por lo general, tengo que caminar hasta el arroyo más cercano, ya que no tenemos agua corriente. Me levanto, y antes de entrar, me detengo un segundo y disfruto de mi entorno. Al principio, estoy escuchando, como siempre lo hago, para detectar cualquier signo de ruido, de peligro. Después de varios segundos, me doy cuenta de que el mundo está de lo más tranquilo posible. Finalmente, poco a poco, me relajo, respiro profundo, siento los copos de nieve sobre mis mejillas, disfruto de esta gran tranquilidad, y me doy cuenta de lo absolutamente hermoso que es mi entorno. Los altos pinos están cubiertos de blanco, la nieve cae sin cesar de un cielo púrpura, y el mundo parece perfecto, como un cuento de hadas. La chimenea resplandece a través de la ventana, y desde aquí, nuestra casa parece el lugar más acogedor del mundo.

Regreso a la casa con el pescado, cerrando la puerta detrás de mí, y se siente bien entrar en un lugar mucho más cálido, con la suave luz del fuego reflejando todo. Bree se ha ocupado bien del fuego, como siempre lo hace, agregando leños de manera experta, y ahora llega a una altura mayor. Ella está poniendo los cubiertos en el suelo, junto a la chimenea, con cuchillos y tenedores de la cocina. Sasha se sienta a su lado con atención, observando cada movimiento.

Yo acerco el pescado al fuego. Realmente no sé cómo cocinarlo, así que me imagino que voy a ponerlo en el fuego durante un rato, dejarlo asar, darle la vuelta un par de veces, y espero que eso funcione. Bree lee mi mente: ella se dirige inmediatamente a la cocina y vuelve con un cuchillo afilado y dos pinchos largos. Ella ensarta cada trozo de pescado, luego toma su porción y la sostiene sobre la llama. Yo sigo su ejemplo. El instinto doméstico de Bree siempre ha sido superior al mío, y estoy agradecida por su ayuda. Siempre hemos sido un buen equipo.

Las dos nos quedamos ahí, mirando las llamas, paralizadas, sosteniendo nuestro pescado en el fuego hasta que nuestros brazos se tornan pesados. El olor a pescado llena la habitación, y después de unos diez minutos siento dolor en el estómago y me impaciento de hambre. Decido que mi pescado ya está cocido, después de todo, supongo que la gente come pescado crudo a veces, así que no podría ser tan malo. Bree parece estar de acuerdo, así que cada una puso su parte en el plato y nos sentamos en el suelo, una al lado de la otra, de espaldas al sofá y con los pies hacia la hoguera.

"Ten cuidado", le advierto. “Todavía hay un montón de espinas en su interior".

Saco las espinas, y Bree hace lo mismo. Una vez que se las quito, tomo un pequeño trozo de la carne de pescado de color rosa, que está caliente al tacto, y me alisto para comerlo.

En realidad, tiene buen sabor. No estaría mal ponerle un poco de sal o algún condimento, pero al menos su sabor es de algo frito y es de lo más fresco posible. Puedo sentir que la proteína que tanto necesito entra en mi cuerpo. Bree también devora el suyo, y noto el alivio en su rostro. Sasha se sienta a su lado, mirando fijamente, lamiéndose el hocico, y Bree elige un pedazo grande, cuidadosamente le quita las espinas y se lo da de comer a Sasha. Sasha lo mastica y se lo traga, entonces lame sus morros y vuelve a mirar, deseando comer más.

"Ven, Sasha", le digo.

Viene corriendo y tomo un pedazo de mi pescado, le quito las espinas, y se lo doy; ella lo traga en segundos. Sin darme cuenta, mi pescado se acabó – también el de Bree -- y me sorprende sentir que mi estómago gruñe de nuevo. Desearía haber atrapado otros más. Aun así, esta fue una cena con más comida de la que habíamos tenido en semanas, y trato de esforzarme para estar conforme con lo que tenemos.

Entonces recuerdo la savia. Me levanto de un salto, retiro el termo de su escondite y se lo doy a Bree.

"Anda", le sonrío, "dale el primer sorbo".

"¿Qué es?" pregunta, desenroscándolo y acercándolo a su nariz. "No huele a nada".

"Es la savia del arce", le digo. "Es como agua con azúcar. Pero mejor".

Ella sorbe vacilantemente, y luego me mira, con los ojos bien abiertos de alegría. "¡Es deliciosa!”, dice alborotada. Toma varios sorbos grandes, luego se detiene y me lo da. No me resisto a tomar varios sorbos grandes. Siento el subidón de azúcar. Me inclino y con cuidado, vierto un poco en el tazón de Sasha, ella lame todo y parece que también le gusta.

Pero todavía me estoy muriendo de hambre. En un raro momento de debilidad, pienso en el tarro de mermelada y digo: ¿por qué no? Después de todo, supongo que hay muchos más en esa cabaña en la cima de la montaña, y si esta noche no es motivo para celebrar, ¿entonces cuándo?

Bajo el frasco de conservas, lo desenrosco, meto mi dedo, y saco un gran montón. Lo pongo en mi lengua y lo dejo reposar en la boca todo el tiempo que puedo antes de tragarlo. Es celestial. Extiendo la mano con el resto del frasco, todavía medio lleno, y se lo doy a Bree. "Adelante", le digo, termínatelo. "Hay más en nuestra nueva casa".

Bree abre bien los ojos y extiende la mano. "¿Estás segura?" pregunta. "¿No deberíamos guardarlo?".

Niego con la cabeza. "Es hora de darnos un gusto".

Bree no necesita mucho convencimiento. En cuestión de minutos se lo come todo, dejando solo un poco más para Sasha.

Nos tumbamos allí, apoyadas en el sofá, con los pies en dirección al fuego, y finalmente, siento que mi cuerpo empieza a relajarse. Entre el pescado, la savia y la mermelada, por fin, poco a poco, siento que regresa mi fuerza. Miro a Bree, que está dormitando; la cabeza de Sasha está en su regazo, y aunque todavía se ve enferma, por primera vez en mucho tiempo, detecto esperanza en sus ojos.

"Te amo, Brooke", dice en voz baja.

"Yo también te amo", le respondo.

Pero cuando echo un vistazo me doy cuenta que ya está profundamente dormida.

Bree está acostada en el sofá, frente al fuego, mientras que yo me siento en la silla al lado de ella; es un hábito al que nos hemos acostumbrado a lo largo de los meses. Todas las noches antes de acostarnos, se acurruca en el sofá, pues le da mucho miedo dormir sola en su cuarto. Yo le hago compañía, a la espera de que se quede dormida, después de lo cual la llevo cargando a la cama. La mayoría de las noches no tenemos una hoguera, pero nos sentamos allí de todos modos.

Bree siempre tiene pesadillas. Antes no las tenía; recuerdo que, antes de la guerra, se quedaba dormida fácilmente. De hecho, incluso me burlaba de ella por eso, la llamaba Bree, "hora de dormir", ya que se quedaba dormida en el coche, en un sofá, leyendo un libro en una silla -- en cualquier lugar. Pero ya no, ahora se queda despierta durante horas, y cuando duerme, está intranquila. La mayoría de las noches oigo sus gemidos o gritos a través de las delgadas paredes. ¿Quién puede culparla? Con el horror que hemos visto, es increíble que no haya enloquecido por completo. Hay demasiadas noches en las que apenas puedo dormir.

Lo único que le ayuda es cuando le leo. Afortunadamente, cuando escapamos, Bree tuvo la entereza de tomar su libro favorito. The Giving Tree (El Árbol Generoso). Todas las noches se lo leo. Ya me lo sé de memoria, y cuando estoy cansada, a veces cierro los ojos y lo recito de memoria. Por suerte, es corto.

 

Me recuesto en la silla, sintiéndome también con sueño, volteo la cubierta gastada y empiezo a leer. Sasha está acostada en el sofá junto a Bree, con las orejas hacia arriba, y a veces me pregunto si también estará escuchando.

"Había una vez un árbol que amaba a un pequeño niño. Y todos los días el niño iba y recogía sus hojas y las convertía en coronas y jugaba al Rey de la Selva".

Echo un vistazo y Bree está en el sofá, profundamente dormida. Me siento aliviada. Quizá fue gracias al fuego, o tal vez por la comida. Dormir es lo que más necesita ahora para recuperarse. Me quito mi nueva bufanda, envuelta de manera ceñida alrededor de mi cuello, y suavemente la extiendo sobre su pecho. Finalmente, su pequeño cuerpo deja de temblar.

Pongo un último leño en el fuego, me siento en mi silla, y giro, mirando las llamas. Veo cómo se consume lentamente y desearía haber transportado más troncos. Es mejor así. Será más seguro de esta manera.

Un leño chisporrotea mientras me pongo cómoda, sintiéndome más relajada de lo que he estado en años. A veces, después de que Bree se queda dormida, traigo mi libro y lo leo. Lo veo ahí, en el suelo: El Señor de las Moscas. Es el único libro que me queda y está tan gastado por el uso, que parece que tuviera cien años de antigüedad. Es una experiencia extraña, que quede sólo un libro en el mundo. Hace que me dé cuenta de todo lo que subestimé, me hace extrañar la época en que había bibliotecas.

Esta noche me siento muy emocionada para leer. Mi mente vuela, está llena de pensamientos para un mañana, sobre nuestra nueva vida en lo alto de la montaña. Sigo pensando en todas las cosas que voy a necesitar para mudarnos allá, y cómo lo voy a hacer. Están nuestros utensilios básicos, los fósforos, lo que queda de nuestras velas, mantas y colchones. Fuera de eso, ninguna de nosotras tenemos mucha ropa, y aparte de nuestros libros, no tenemos posesiones. Esta casa era bastante austera cuando llegamos, así que no tenemos recuerdos. Me gustaría llevar este sofá y una silla, aunque voy a necesitar la ayuda de Bree para eso, y voy a tener que esperar hasta que ella se sienta lo suficientemente bien. Vamos a tener que hacerlo por etapas, llevando primero lo esencial, y dejando los muebles para el final. Eso está bien, siempre y cuando estemos allí arriba, seguras y protegidas. Eso es lo que más importa.

Me pongo a pensar en todas las maneras para hacer que esa pequeña cabaña sea aún más segura de lo que es. Definitivamente voy a tener que encontrar la manera de hacer unas persianas para las ventanas abiertas, para que pueda cerrarlas cuando lo necesite. Miro a mi alrededor, buscando en nuestra casa algo que pueda usar. Necesitaría bisagras para que las persianas funcionen, y veo las bisagras en la puerta de la sala de estar. Tal vez pueda quitarlas. Y ya que estoy en ello, tal vez pueda usar la puerta de madera también, y cortarla en pedazos.

Cuanto más miro a mi alrededor, más empiezo a darme cuenta de lo mucho que puedo rescatar. Recuerdo que mi padre dejó una caja de herramientas en el garaje, con una sierra, martillo, destornillador, incluso una caja de clavos. Es una de las cosas más valiosas que tenemos, y hago una nota mental para llevar eso en primer lugar.

Después por supuesto, la motocicleta. Eso es imperante en mi mente: cuándo transportarla, y de qué manera. No puedo soportar la idea de dejarla, ni siquiera por un minuto. Así que en nuestro primer viaje allá arriba, la llevaré. No puedo arriesgarme a ponerla en marcha y llamar la atención - y además, la cara de la montaña es demasiado empinada para conducir hacia arriba. Voy a tener que subirla caminando hasta la montaña. Presupongo lo agotador que será, sobre todo en la nieve. Pero no veo otra manera. Si Bree no estuviera enferma, ella podría ayudarme, pero en su estado actual, no llevará nada - sospecho que incluso tendré que cargarla. Me doy cuenta de que no tenemos más remedio que esperar hasta mañana por la noche, al amparo de la oscuridad, antes de que nos mudemos. Tal vez estoy siendo paranoica - las posibilidades de que alguien nos esté vigilando son remotas, pero aun así, es mejor ser cautelosas. Sobre todo porque sé que hay otros sobrevivientes aquí arriba. De eso estoy segura.

Recuerdo el primer día que llegamos. Las dos estábamos aterrorizadas, solas, y agotadas. Esa primera noche, ambas fuimos a la cama con hambre, y me preguntaba cómo íbamos a sobrevivir. ¿Había sido un error dejar Manhattan, abandonar a nuestra madre, dejar atrás todo lo que conocíamos?

Y entonces en nuestra primera mañana, desperté, abrí la puerta y me sorprendió descubrirlo ahí sentado: el cadáver de un ciervo muerto. Al principio, yo estaba aterrorizada. Lo tomé como una amenaza, una advertencia, suponiendo que alguien nos estaba diciendo que nos fuéramos, que no éramos bienvenidas ahí. Pero después de que superé mi sorpresa inicial, me di cuenta de que ése no era el caso: en realidad era un regalo. Alguien, otro sobreviviente, debe habernos estado observando... Debe haber visto lo desesperadas que estábamos, y en un acto de generosidad suprema, decidió darnos su presa, nuestra primera comida, carne suficiente para que durara varias semanas. No puedo imaginar lo valiosa que debe haber sido para él.

Recuerdo haber caminado afuera, mirando a todas partes, arriba y abajo de la montaña, mirando en todos los árboles, esperando que alguna persona apareciera y me saludara. Pero nadie lo hizo. Todo lo que vi fueron árboles, y a pesar de que esperé varios minutos, todo lo que escuché fue el silencio. Pero sabía, yo sabía que estaba siendo vigilada. Supe entonces que había otras personas que estaban aquí, sobreviviendo como nosotras.

Desde entonces, he sentido una especie de orgullo, sentí que éramos parte de una comunidad silenciosa de supervivientes aislados que viven en estas montañas, prefiriendo estar solos, que nunca se comunican entre sí por temor a ser vistos, por temor a ser visibles para un tratante de esclavos. Supongo que así es como los otros han sobrevivido tanto tiempo: no dejando nada al azar. Al principio, yo no lo entendía. Pero ahora lo agradezco. Y desde entonces, aunque nunca veo a nadie, nunca me he sentido sola.

Pero también me hizo más justiciera; estos otros sobrevivientes, si todavía están vivos, sin duda alguna, a estas alturas deben estar tan hambrientos y desesperados como nosotras. Especialmente en los meses de invierno. Quién sabe si el hambre, si la necesidad de defender a sus familias, los ha llevado al extremo de la desesperación, si su carácter caritativo ha sido reemplazado por un puro instinto de conservación. Sé que el pensar en Bree, Sasha, y yo muertas de hambre, a veces me ha llevado a tener algunos pensamientos bastante desesperados. Así que no voy a dejar nada al azar. Nos mudaremos por la noche.

De todos modos, funciona a la perfección. Tengo que aprovechar la mañana para volver a subir hasta allá, sola, para explorar primero, para asegurarme una vez más que nadie ha entrado o salido. También tengo que volver a ese lugar donde encontré el ciervo y esperarlo. Sé que es una posibilidad remota, pero si me lo encuentro de nuevo, y acabo con él, nos puede alimentar durante varias semanas. Perdí a ese primer ciervo que nos fue dado, hace años, porque yo no sabía cómo despellejarlo ni cómo cortarlo en pedazos ni cómo conservarlo. Lo arruiné y sólo logré hacer una comida con él antes de que el cadáver se descompusiera. Fue un terrible desperdicio de comida, y estoy decidida a no hacerlo de nuevo. Esta vez, sobre todo con la nieve, voy a encontrar una manera de preservarlo.

Meto la mano en mi bolsillo y saco la navaja de bolsillo que papá me dio antes de irse, froto la empuñadura gastada, con sus iniciales grabadas y el logotipo de la Infantería de Marina estampada en ella, como lo he hecho todas las noches desde que llegamos aquí. Me digo a mí misma que él todavía está vivo. Incluso después de todos estos años, a pesar de que sé que las posibilidades de verlo de nuevo son casi nulas, no puedo evitar pensarlo.

Todas las noches deseo que mi papá nunca se hubiera ido, que nunca se hubiera ofrecido como voluntario para la guerra. Fue una guerra estúpida, para empezar. Nunca he entendido realmente cómo comenzó, y a la fecha no lo sé. Papá me lo explicó varias veces, y todavía no lo entiendo. Tal vez fue sólo a causa de mi edad. Tal vez yo no tenía edad suficiente para darme cuenta de lo absurdo que son las cosas que los adultos pueden hacerse unos a otros.

La forma en que papá me lo explicó, fue que se trató de una segunda guerra civil estadounidense, esta vez, no fue entre el Norte y el Sur, sino entre partidos políticos. Entre los demócratas y los republicanos. Dijo que era una guerra que hacía tiempo que se veía venir. Durante los últimos cien años, dijo, Estados Unidos había estado a la deriva en una tierra de dos naciones: los de la extrema derecha y los de la extrema izquierda. Con el tiempo, las posiciones se endurecieron tan profundamente, que se convirtió en una nación de ideologías opuestas.

Papá dijo que las personas de la izquierda, los demócratas, querían una nación dirigida por un gobierno más y más grande, que aumentara los impuestos al 70%, y que pudiera estar involucrado en todos los aspectos de la vida de las personas. Dijo que la gente de la derecha, los republicanos, querían seguir teniendo un gobierno más y más pequeño, uno que eliminara los impuestos por completo, no molestar a la gente, y que les permitiera valerse por sí mismos. Dijo que con el tiempo, estas dos ideologías diferentes, en lugar de comprometerse, sólo seguían distanciándose, llevando las cosas al extremo -- hasta que llegaron a un punto en el que ya no estaban de acuerdo en nada.

Para empeorar las cosas, dijo, Estados Unidos había llegado a estar tan poblado, que era más difícil para cualquier político conseguir la atención de la gente a nivel nacional, y los políticos de ambos partidos comenzaron a darse cuenta de que la toma de posiciones extremas era la única forma de obtener tiempo de emisión nacional, que era lo que necesitaban para su ambición personal.

Como resultado de esto, las personas más prominentes de ambos partidos eran los que estaban en la posición extrema, cada uno tratando de superar al otro, tomando posiciones en las que ni siquiera creían realmente, pero que se veían forzados a tomar. Naturalmente, cuando las dos partes debatían, sólo podían chocar entre ellos --- y lo hacían con palabras cada vez más duras. Al principio eran sólo insultos y ataques personales. Pero con el tiempo, la guerra verbal se intensificó. Y un día, llegaron a un punto sin retorno.

Un día, hace unos diez años, un momento crítico llegó cuando un líder político amenazó al otro con una palabra profética: "Secesión". Si los demócratas trataban de aumentar los impuestos aunque fuese un centavo más, su partido se separaría del sindicato y cada pueblo, cada ciudad, cada estado, se dividiría en dos. No por la tierra, sino por la ideología.

No pudo haber sido un peor momento, en ese entonces, la nación estaba en una depresión económica, y había suficiente descontento, hartos con la pérdida de puestos de trabajo, para que él ganara popularidad. A los medios de comunicación les encantaron los niveles de audiencia que obtuvo, y le dieron más y más tiempo en el aire. Pronto, su popularidad creció. Con el tiempo, sin nadie para detenerlo, con los demócratas no dispuestos a transigir, y aprovechando el impulso que llevaba, su idea se fortaleció. Su partido propuso su propia bandera de la nación e incluso su propia moneda.

Ese fue el primer momento crítico. Si alguien se hubiera levantado y lo hubiera evitado, todo se pudo haber detenido. Pero nadie lo hizo. Entonces fue más lejos.

Envalentonado, este político propuso que el nuevo sindicato tuviera su propia policía, sus tribunales, sus propios soldados y su propio estado de guerra. Ese fue el segundo momento crítico.

Si el presidente demócrata que estaba en ese momento hubiera sido un buen líder, podría haber detenido las cosas. Pero él agravó la situación al hacer una mala decisión tras otra. En lugar de tratar de calmar las cosas, de atender las necesidades básicas que condujeron a tal descontento, en lugar de eso decidió que la única forma de anular lo que él llamó "la rebelión" era tomar una actitud dura: acusó a todo el mando republicano de sedición. Declaró la ley marcial, y durante la mitad de la noche, los arrestó a todos.

Eso empeoró las cosas, y congregó a todo su partido. También reunió a la mitad de los militares. Las personas se dividieron, en cada casa, cada pueblo, cada cuartel militar; lentamente, la tensión se acumuló en las calles, y unos a otros se odiaban. Incluso se dividieron las familias.

 

Una noche, los de la cúpula militar leal a los republicanos siguieron órdenes secretas y organizaron un golpe, sacándolos de la cárcel. Hubo un enfrentamiento. Y en la escalinata del Capitolio, el primer tiro fatídico fue disparado. Un joven soldado creyó ver a un oficial tomar un arma y disparar primero. Una vez que el primer soldado cayó, no había vuelta atrás. Se había cruzado la última línea. Un estadounidense había matado a otro estadounidense. Se produjo un tiroteo, resultando en docenas de oficiales muertos. El mando republicano fue llevado a un lugar secreto. Y a partir de ese momento, el ejército se dividió en dos. El gobierno se dividió en dos. Las ciudades, los pueblos, los condados y estados, todos se dividieron en dos. Esto se conoció como la Primera Ola.

Durante los primeros días, los asesores de crisis y las facciones gubernamentales trataron desesperadamente de que hubiera paz. Pero fue demasiado poco y demasiado tarde. Nada pudo detener la tormenta que se avecinaba. Una facción de militaristas de línea dura tomó el asunto en sus manos, deseando la gloria, deseando ser los primeros en la guerra, queriendo tener la ventaja de la velocidad y la sorpresa. Pensaron que el aplastamiento inmediato de la oposición era la mejor manera de poner fin a todo esto.

La guerra comenzó. Sobrevinieron las batallas en suelo americano. Pittsburgh se convirtió en el nuevo Gettysburg, teniendo doscientos mil muertos en una semana. Los tanques iban contra los tanques. Los aviones contra los aviones. Cada día, cada semana, había una escalada de violencia. Se marcaron límites en la arena, se dividieron los recursos militares y de la policía, y las batallas se extendieron a todos los estados de la nación. En todas partes, todos peleaban contra todos, amigos contra amigos, hermano contra hermano. Llegó a un punto en que ya nadie sabía por qué estaban peleando. En el país entero hubo derramamiento de sangre, y parecía que nadie era capaz de detenerlo. Esto se conoce como la Segunda Ola.

Hasta ese momento, tan sangrienta como era, seguía siendo una guerra convencional. Pero luego vino la Tercera Ola, la peor de todas. El Presidente, en su desesperación, que operaba desde un refugio subterráneo secreto, decidió que sólo había una manera de acabar con lo que él todavía insistía en llamar” la Rebelión". Reunió a sus mejores oficiales militares, quienes le aconsejaron utilizar los recursos más fuertes que él tenía para sofocar la rebelión de una vez por todas: los misiles nucleares locales dirigidos. Él estuvo de acuerdo.

Al día siguiente, las cargas nucleares fueron lanzadas en fortificaciones estratégicas republicanas en todo Estados Unidos. Cientos de miles de personas murieron ese día, en lugares como Nevada, Texas, Misisipi. Millones murieron en un segundo.

Los republicanos respondieron. Consiguieron sus propios recursos, emboscaron a NORAD (Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial), y lanzaron sus propias cargas nucleares contra las fortalezas demócratas. Estados como Maine y Nuevo Hampshire fueron aniquilados en su mayoría. Dentro de los siguientes diez días, casi todo Estados Unidos fue destruido, una ciudad tras otra. Fue una oleada tras otra de pura devastación, y los que no fueron muertos por ataque directo, fallecieron poco después a causa del aire tóxico y el agua. En cuestión de un mes, ya no quedaba nadie para pelear. Las calles y edificios se vaciaron de uno en uno, ya que la gente se marchó a luchar contra sus ex vecinos.

Pero papá ni siquiera esperó a ser reclutado -- y por eso lo odio. Se fue mucho antes. Él había sido oficial de la Infantería de Marina veinte años antes de que esto se desatara, y lo había visto venir antes que la mayoría. Cada vez que miraba las noticias, cada vez que veía a dos políticos gritándose uno al otro de la manera más irrespetuosa, siempre subiendo la apuesta, papá sacudía la cabeza y decía: "Esto va a llevar a la guerra. Créanme".

Y tenía razón. Irónicamente, papá ya había cumplido su tiempo y se había retirado de la Infantería años antes de que esto sucediera, pero cuando llegó ese primer disparo, ese día, él volvió a enlistarse. Incluso antes de que se hubiera hablado de una guerra completa. Fue probablemente la primera persona que se ofreció como voluntario, para una guerra que no había comenzado aún.

Y es por eso que todavía estoy enojada con él. ¿Por qué tuvo que hacer esto? ¿Por qué no podía simplemente haber dejado que los demás se mataran unos a otros? ¿Por qué no podía haberse quedado en casa a protegernos? ¿Por qué se preocupó más por su país que por su familia?

Todavía recuerdo vívidamente el día que nos dejó. Llegué a casa de la escuela ese día, y antes de que yo abriera la puerta, escuché gritos procedentes del interior. Me preparé. Odiaba cuando mamá y papá peleaban, que parecía ser todo el tiempo, y pensé que sólo era otra de sus discusiones.

Abrí la puerta y supe de inmediato que esto era diferente. Ese algo era muy, muy malo. Papá estaba ahí parado utilizando el uniforme. No tenía ningún sentido. Él no se había puesto su uniforme en años. ¿Por qué lo llevaba puesto ahora?

"¡Tú no eres un hombre!", mamá le gritó "¡Eres un cobarde! Dejando a su familia. ¿Para qué? ¿Para ir a matar a gente inocente?".

El rostro de papá se sonrojó, como siempre lo hacía cuando se enfadaba.

"¡No sabes de lo que estás hablando!", contestó gritando.” Estoy cumpliendo con mi deber para mi país. Es lo correcto".

"¿Lo correcto para quién?" argumentó ella.” Ni siquiera sabes por lo que estás luchando. ¿Por un puñado de políticos estúpidos?"

"Sé exactamente por lo que estoy luchando: para unir a nuestra nación".

"¡Ay, bueno, perdón, Míster Estados Unidos!", le gritó. "Puedes justificarlo en tu mente tantas veces como quieras, pero la verdad es que te vas porque no puedes soportarme. Debido a que nunca sabes cómo manejar la vida doméstica. Porque eres demasiado tonto para hacer algo con tu vida que no sea la Infantería. Así que te levantas y sales corriendo a la primera oportunidad".

Papá la calló con una bofetada en la cara. Todavía puedo oír el ruido en mi cabeza.

Me quedé muy sorprendida, nunca lo había visto levantarle la mano antes. Sentí que me quedé sin aire, como si me hubieran dado una bofetada a mí también. Lo miré, y casi no lo reconocí. ¿Era realmente mi padre? Estaba tan aturdida que se me cayó el libro y aterrizó con un golpe seco.

Los dos se volvieron y me miraron. Avergonzada, me di la vuelta y corrí por el pasillo a mi habitación y cerré la puerta detrás de mí. No sabía cómo reaccionar ante todo eso y simplemente tenía que alejarme de ellos.

Momentos más tarde, tocaron suavemente en mi puerta.

"Brooke, soy yo", dijo papá con una voz suave, lleno de remordimientos. "Siento que hayas tenido que ver eso. Por favor, déjame entrar".

"¡Vete!", le grité.

Siguió un largo silencio. Pero no se fue.

"Brooke, ya tengo que irme. Me gustaría verte una última vez antes de irme. Por favor. Sal a decirme adiós".

Me puse a llorar.

"¡Vete!", dije nuevamente. Estaba tan abrumada, tan enojada con él por golpear a mamá, y aún más enfadada con él por habernos dejado. Y en el fondo, me daba miedo que nunca regresara.

"Ya me voy, Brooke", dijo. "No tienes que abrir la puerta. Pero quiero que sepas lo mucho que te amo. Y que siempre estaré contigo. Recuerda, Brooke, tú eres la fuerte. Cuida a esta familia. Cuento contigo. Cuídalas".