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El falo y la detumescencia

Hasta este seminario de La angustia, teníamos un Lacan hegeliano y la dialéctica de la relación entre los sexos estaba marcada por ser o tener el falo; o sea, la relación necesidad, demanda, deseo. Y estaba pensado en los términos de ser el falo para la mujer, tenerlo para el varón. Por eso la definición del amor, “amar es dar lo que no se tiene a alguien que no lo es”. (16) Es decir, “dar lo que no se tiene”, el falo, “a alguien que no lo es”, el falo. Todo esto en términos del falo simbólico. En el escrito “La significación del falo”, (17) por ejemplo, Lacan se ocupa de la homosexualidad femenina y la homosexualidad masculina: la homosexualidad femenina está más referida al amor porque se ama a alguien por lo que no tiene; mientras que la homosexualidad masculina está más referida al deseo porque se lo desea por lo que sí tiene.

Ahora, la falta aparece del lado del hombre y comienza un elogio a la feminidad que culminará en Aun. Ya no se va a tratar del deseo como un resto todavía posible de ser comprendido como dialéctico; es un resto de goce y el goce no responde a la dialéctica hegeliana, no se puede negativizar. La palabra “dialéctica” desaparece por completo de la enseñanza de Lacan, que deja de ser hegeliano. Y nos encontramos con un Lacan que está discutiendo con Kierkegaard, quien sostiene que la mujer está más sujeta a la angustia que el hombre. No se entiende muy bien porqué Kierkegaard dice esto, porque su famoso libro Temor y Temblor está referido a la angustia de él en relación al padre. No obstante, Kierkegaard sostiene esto respecto de la angustia en la mujer y Lacan lo refuta: es el hombre quien está más expuesto a la angustia, por la angustia frente a la detumescencia. Sin embargo, acuerda con Kierkegaard en que ella está más expuesta al deseo del Otro, porque el objeto no la estorba, no está pendiente del objeto sino del Otro, del deseo del Otro. Las mujeres no están tan interesadas en el objeto. El órgano como objeto es mediación entre el hombre y el deseo del Otro. El hombre está más interesado en saber qué va a pasar con su órgano. La mujer, en cambio, como no tiene, tampoco tiene de qué preocuparse. Aquí en vez de aparecer como una desventaja el no tener el órgano llamado fálico, aparece como una ventaja.

En ese seminario, Lacan da dos ejemplos. Por un lado, dice que el masoquismo femenino es un fantasma masculino, porque son los hombres los que se imaginan eso. Porque los hombres pueden imaginarse una mujer que aguantaría la erección del órgano hasta el final, hasta el límite, como en Sade, asegurando que no hubiera la detumescencia. Es decir que el cuerpo de una mujer pueda ser usado de manera tal que permitiera que nunca llegara la detumescencia, que la mujer sea puro objeto, lo cual le permitiría al hombre no pasar por la detumescencia. Por otro lado, el Don Juan, al revés, es un fantasma femenino: habría un hombre que puede con todas, todo el tiempo; es decir, un hombre que no estaría afectado por la angustia de la detumescencia. Al decir esto, Lacan expresa como también lo hace Fellini en su película Casanova, que el Don Juan es un impostor, es un falso hombre y por eso tiene éxito con las mujeres. Porque la presencia de un verdadero hombre angustia a la mujer puesto que es ella la que tiene que suplir la falta en él. Hay un artículo de Octave Mannoni (18) sobre este tema donde él ubica el momento que aparece en la película Casanova donde Don Juan no puede. Hay una sola escena, en toda la historia de Don Juan, en la que no puede y es el momento en que va a desflorar a una virgen y sentencia, jugando a ser mago, que se va a producir una tormenta y efectivamente se produce. Esto le produce un efecto de horror, de unheimlich, porque aquello que había sido dicho como ficción aparece en lo real y le produce la detumescencia. Así es que también en el Don Juan aparece la angustia de la detumescencia, por eso es que Lacan dice que el mito del Don Juan es un fantasma femenino.

10 DE ABRIL DE 2008

1- Miller, J.-A., La angustia lacaniana, Paidós, Bs. As., 2007, pp. 45-55.

2- Lacan, J., De los Nombres del Padre, Paidós, Bs. As., 2005.

3- Lacan, J., “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, Escritos 1, Siglo XXI, Bs. As., 1988, p. 310.

4- Lacan, J., El Seminario, Libro 10, La angustia, Paidós, Bs. As., 2006, pp. 200 y 286.

5- Sartre, J.-P., Los caminos de la libertad III: La muerte en el alma, Losada, Bs. As., 1984.

6- Laurent, E., “El camino del psicoanalista” en Miller, J.-A., La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica, cap. XI, Paidós, Bs. As., 1997, pp. 198-201.

7- Lacan, J., “El malentendido”, clase del 10 de junio de 1980, inédito.

8- Lacan, J., “El atolondrado o las vueltas dichas o L’Étourdit”,, Escansión, Nº 1, Paidós, Bs. As, 1984, p. 25.

9- Negri, M. I., “La verdad de Sade”, Revista Enlaces, N° 9, Publicación del Departamento de estudios psicoanalíticos sobre la Familia – Enlaces del Centro de Investigaciones del Instituto Clínico de Buenos Aires, 2004, pp. 41-48.

10- Miller, J.-A., La angustia lacaniana, op. cit., p. 42.

11- Lacan, J., El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Bs. As., 1987, p. 160.

12- Clase del 7 de abril del 2008 dictada junto a Pablo Russo y Blanca Sánchez, Seminario anual –asociado al Instituto Clínico de Buenos Aires– del Departamento de estudios psicoanalíticos sobre la Familia – Enlaces, “Escándalos y soledades de la época”.

13- Milner, J.-C., “Después de la masacre”, Élucidation, Atuel-Anáfora, Bs. As., 2003.

14- Pirandello, L., Seis personajes en busca de autor, Océano-Losada, México, 1998.

15- Mónica Torres se refiere al primer testimonio de Luis D. Salamone, presentado en la Escuela de la Orientación Lacaniana el 27 de marzo de 2008. Ver Salamone, L. D., “Más que un truco”, El Caldero de la Escuela Nueva Serie, N° 5, Publicación de la EOL, Bs. As., 2008, pp. 71-78.

16- Lacan, J., El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente, Paidós, Bs. As., 2000, p. 359.

17- Lacan, J., “La significación del falo”, Escritos 2, Siglo XXI, Bs. As., 1987, p. 675.

18- Mannoni, O., La otra escena. Claves de lo imaginario, Amorrortu, Bs. As., 1973, pp. 20-26.

3 La partición sexuada

Hoy voy a concluir con la última parte de lo que llamamos “primera intuición del goce como real”. Este tema se corresponde con el Seminario 10, La angustia, específicamente con el capítulo XII, “La angustia señal de lo real”. También vamos a retomar del libro de Jacques-Alain Miller, La angustia lacaniana, el capítulo “Reverso de la sexualidad femenina”. Voy a trabajar lo planteado en dos artículos de mi autoría: “Una reformulación del inconsciente” y “El puente de Londres se está cayendo, se está cayendo, se está cayendo...”, publicados ambos en la revista Enlaces 12, ya que en uno y en otro hago referencia a T. S. Eliot en relación al Seminario 10. Haré una reseña del artículo de Eric Laurent, “Presentación de Referencias en la Obra de Lacan, N° 34”, que les recomendé especialmente. Estos textos nos llevan directamente a nuestro próximo tema, “la partición sexuada”, para el cual abordaremos los artículos “Una repartición sexual” de J.-A. Miller, “La disparidad en el amor” y “Pasión y ética del psicoanálisis” de E. Laurent, publicados en un maravilloso libro llamado Los objetos de la pasión.

El masoquismo femenino y el Don Juan

En la clase pasada abordé el masoquismo femenino como un fantasma masculino y el Don Juan como un fantasma típico femenino. En este punto Lacan se distingue de Freud; en este último el masoquismo femenino es un concepto que queda poco esclarecido. El masoquismo femenino como fantasma masculino implica que un hombre pueda hacer gozar a una mujer hasta el final sin el límite del órgano. Y esto es vivido, por el fantasma de los hombres, como lo que sería el masoquismo femenino. Por supuesto que la mayoría de los hombres más bien se asustan al pensar en llegar hasta el límite del goce femenino, pero hay hombres en los que este fantasma sí se despliega y desean llegar a ese más allá.

Esto está muy claro en la película El imperio de los sentidos, (1) que es una de las pocas películas que menciona Lacan en su seminario. Allí encontramos el límite del goce femenino y a un hombre que quiere llegar hasta ese límite con ella, y las consecuencias que esto trae aparejado. Por otra parte, que un hombre quiera conocer el goce femenino no responde siempre al fantasma del masoquismo femenino, por supuesto.

También decíamos que el mito del Don Juan es un mito femenino, porque son las mujeres las que pueden llegar a creer que es posible que haya un hombre al que nunca le falte nada, nunca afectado por la detumescencia, que puede todo el tiempo y con todas. A las mujeres, en general, les resulta bastante atractivo eso aunque después sea algo que les moleste mucho. Lacan y la película de Fellini, Casanova, expresan que el Don Juan en realidad es un impostor, es un falso hombre. Porque no existe un hombre que pueda con todas todo el tiempo. En realidad, si el Don Juan como fantasía tiene éxito con las mujeres es porque es un falso hombre. Les atrae en tanto es falso, lo que es muy interesante. Esto ya se vio en Dora, cuando se encuentra con el Señor K. Un verdadero hombre angustia a las mujeres, como también una verdadera mujer angustia a los hombres. Prefieren el Don Juan a un verdadero hombre. La angustia en la mujer surge porque cuando se tiene que enfrentar al hombre del goce –como ya lo he mostrado con Dora y la Bella Carnicera– se angustia. Ya que es llamada finalmente a ser el síntoma de él, o sea que tiene que aceptar suplir la falta en él. No le es fácil prestarse a eso. Esto contradice todo lo que Lacan había dicho hasta este momento. La falta está en él, porque está afectado por la detumescencia y ella tiene que convertirse en su síntoma para cubrir esa falta. A veces hace falta todo un análisis para poder hacerlo. Cada una podrá encontrar su solución, no hay una solución general.

 

Respuestas al malestar

E. Laurent, en su apasionada presentación de la Revista Referencias, trabaja las citas de los fragmentos del poema La tierra baldía (The waste land) de T. S. Eliot que toma Lacan. Es muy difícil traducir waste; es a la vez baldía, vacía, desierto, desolado, yerma, baldío, rechazado, sobrante, residual. El castellano es un idioma mucho más rico que el inglés, tiene más vocabulario mientras que el inglés tiene una palabra para varias significaciones.

La primera referencia que Lacan hace a Eliot está en “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”. (2) Al final de su artículo, Lacan cita las últimas líneas del poema de Eliot, en las que habla del dios del trueno. Lo que Laurent ubica muy bien es por qué Lacan va a hablar de Eliot en este momento. El poema de Eliot está situado entre dos guerras y el artículo de Lacan está escrito después de las guerras. Lacan prefería a Eliot por sobre Sartre como pastor de las almas desoladas de la post-guerra, porque Eliot, aunque promovía la religión de las letras, no dejaba sumida a su parroquia en la angustia como sí lo hace Sartre. T. S. Eliot era americano pero fue acogido en el ambiente intelectual de Cambridge y tuvo un efecto en la poesía equivalente al que tuvo Joyce en la literatura.

Como dice Laurent, cada vez más los historiadores leen las dos guerras como si fuese una sola. Y fue en la guerra cuando Europa se destruyó a sí misma de manera más radical, una manifestación de la pulsión de muerte a todo nivel. Eliot escribe estos poemas al final de la Primera Guerra Mundial, cuando todo parecía vano, perdido y muerto. Había que salvar al mundo del nihilismo y su tentación por la nada, lo que también está presente en la obra de Sartre. Eliot ofrece una solución moral, la solución por la vía de la poesía que, como ustedes sabrán, siempre fascinó a Lacan. El último Lacan encuentra la solución también por la vía de la poesía, pero sin dejar afuera el goce sexual. Eliot, salvo justamente en el verso al que Lacan hace referencia, pareciera que no solo dedicó su obra sino también su vida a la religión de las letras, dejando de lado su goce sexual, o sea dedicándose a la sublimación.

Es en “Función y campo…” donde Lacan dice su famosa frase: “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época” (3) –frase que hace alusión a Heidegger especialmente, aunque también a Hegel–. Lacan se dirige a los psicoanalistas y es muy contundente en esto: aquel que no pueda ubicarse en la subjetividad de su época, que renuncie a ser analista. Nuestra época es distinta a la de Freud, pero también es distinta a la de Lacan, y esto es lo que Miller intenta trabajar en sus últimos seminarios. El psicoanálisis se propone no solo como una cura del uno por uno sino como una cura del malestar en la cultura de su tiempo.

En su época, Lacan pensaba al psicoanálisis como una contra-sociedad y, por lo tanto, había que refugiarse en él. Fueron sus discípulos quienes primero habían sido pacientes suyos y luego estudiaban con él en su casa, los que le ofrecieron dictar un seminario. Lacan no tenía mucho impulso de ir por el mundo. Es lo que discute con los estudiantes en el 68 cuando dicta el Seminario 17, El reverso del psicoanálisis: para él protestar era hacerle el juego al amo. Entonces ni siquiera había que protestar sino que había que refugiarse en la contra-sociedad que el psicoanálisis mismo era, el psicoanálisis mismo iba a ser subversivo como contra-sociedad pero no como protesta. Creo que hay que entender por qué les dice esto a los estudiantes. Hay que tener muy en claro qué protesta es la que no le hace el juego al amo. En nuestra época no podemos refugiarnos en la contra-sociedad del psicoanálisis, porque el psicoanálisis mismo está en peligro. Tenemos que salir a dar batalla en la calle y hay que pensar de qué modo hacerlo para no hacerle el juego al amo. Además tenemos otro amo que en los tiempos de Lacan porque es un tiempo en el que vivimos sin Otro, un tiempo del Otro que no existe.

Un momento de insensatez

Hay dos párrafos que voy a tomar de Eliot. Uno que está en el Seminario 10, La angustia, en la sección titulada “Las cinco formas de objeto a”, una de ellas es la del falo evanescente. Lacan lo cita primero en inglés:

“When lovely woman stoops to folly and paces about her room again alone

She smoothes her hair with automatic hand and puts the record on the gramophone”.

Y lo trabaja de este modo:

“Cuando una bella mujer se abandona a la locura –stoops no es tampoco se abandona, es se rebaja– para acabar encontrándose sola, surca la habitación alisándose los cabellos con una mano automática, y cambia el disco”. (4)

El párrafo de Eliot que pertenece a La tierra baldía y se encuentra en la parte III del poema que se llama “El sermón del fuego”, dice:

“Ella se vuelve y se mira un instante en el espejo, sin apenas advertir que su amante se ha marchado; a su mente acude incompleto un pensamiento:

‘Bien, asunto concluido: menos mal que ya ha pasado’.

Cuando una mujer hermosa cae en la insensatez y otra vez, a solas se pasea por el cuarto,

alisa su peinado con mano automática, y pone un disco en el gramófono”. (5)

¡Es precioso! Pero ¿qué palabra tenemos que recortar? Tenemos que recortar la palabra “insensatez”. Ha habido un momento insensato, un momento de locura pasional, del cual ella después se acomoda mirándose al espejo, peinándose y poniendo un disco en el gramófono; es decir que de alguna manera puede continuar con la vida, acomodarse de nuevo a ella, sin estar perdida. Esto va a estar en consonancia con el otro fragmento de La tierra baldía, “Lo que dijo el trueno”. (6)

En el seminario de La angustia, (7) Lacan habla del mito de Tiresias para concluir que la mujer no tiene pene y por eso goza más. Con lo cual Lacan aclara, y esto me parece importante subrayarlo bien: no tiene “el órgano adecuado para el goce”. Es lo que trabaja Laurent en su texto “De la disparidad en el amor”. A diferencia de Freud que pensaba que sí hay un órgano adecuado para el goce, la novedad que trae Lacan es que si bien está el goce fálico, éste tampoco es verdaderamente adecuado. Esto está demostrado en el seminario de La angustia cuando habla de la detumescencia, porque el pene tampoco es suficiente para soportar el goce fálico. Laurent en “Pasión y ética del psicoanálisis” va a asegurar que no hay un órgano adecuado para el goce, sobre todo en el varón. Esto es lo que un analista debe sostener en un análisis, porque el neurótico quiere tener un órgano adecuado para el goce así como también quiere hacer coincidir el amor, el deseo y el goce.

Las mujeres quieren, sobre todo, que haya algo adecuado para el amor, que se adecúe el amor al goce. Por supuesto, siempre hablo en términos generales, después está el uno por uno y una por una.

Es en esta insensatez en la que se basa Lacan para empezar a hablar de que las mujeres evidentemente no tienen el órgano adecuado para el goce, pero los hombres tampoco. El poema muestra el momento del perderse en el goce y luego el recuperarse, como el volver a las letras que es lo que hizo Eliot con su propia vida.

En “Función y campo…”, Lacan toma “Lo que dijo el trueno” de La tierra baldía y de alguna manera lo retoma en el Seminario 10, La angustia, (8) cuando hace referencia a que Jahvé habló en medio del trueno y el shofar imita esa voz, y dará testimonio del recuerdo que para subir al Sinaí hay que pasar por el temor del trueno. Aparecen nuevamente el temor y el temblor de Kierkegaard. Así como hay un Lacan con Hegel hay un Lacan con Heidegger, en este seminario se trata de Lacan con Kierkegaard, a la manera que decimos “Kant con Sade”. Hay que pasar por el temor y el temblor para alcanzar algo que sea del orden de la Ley. Cuando Eliot habla de lo que dijo Buda en La tierra baldía, (9) lo dice en la perspectiva de esta nueva religión que él quiere inventar, la religión de las letras, de la cual –como dice Laurent– él es el rabino.

Voy a tomar el verso que Laurent tomó en la presentación de la revista Referencias:

“¿Qué hemos dado?

Amigo mío, sangre que turba mi corazón

la terrible osadía de un momento de renuncia que un siglo de cordura nunca podría redimir por esto, y solo esto, hemos existido

que no ha de hallarse en nuestras necrologías o en lápidas revestidas por la benéfica araña

o bajo sellos rotos por el seco notario en nuestros cuartos vacíos”. (10)

¡Precioso! Pero también hay que traducirlo: “¿Qué hemos dado? Amigo mío, sangre que turba mi corazón”, hay algo que turba el corazón: la sangre. “La terrible osadía de un momento de renuncia”, el momento de renuncia es el acto sexual, la insensatez del otro poema. “Que un siglo de cordura nunca podría redimir”, aquí se ve como es Eliot contra sí mismo, toda la cordura de las letras no lo podría redimir de la renuncia en ese momento de goce. “Por esto, y solo por esto, hemos existido que no ha de hallarse en nuestras necrologías” porque, en efecto, no hay inscripción de esto, no se puede escribir la proporción sexual. “O en lápidas revestidas por la benéfica araña o bajo sellos rotos por el seco notario en nuestros cuartos vacíos”. Este goce que ocurrió en ese cuarto no encontrará notario, no va a estar en el testamento, no va a estar en la lápida, no va a estar en las palabras vacías que se puedan hallar en las necrológicas, porque no puede ser escrito.

Lacan toma de este poema el “solo por esto”, por el goce del cual no queda testimonio una vez que el cuarto se vacía. Se trata de la misma escena del fragmento que vimos recién, en el que la mujer se acomoda después de haber caído en la insensatez. Van al mismo punto del acto sexual. Y esta representación del acto sexual es una distancia que toma Eliot de todo existencialismo posible, porque ahí no hay nihilismo sino vida. ¿Qué es lo que nos dio a luz sino esto, una relación sexual que no tiene el menor sentido? Como no tiene sentido, no puede ser escrita, por muchos poemas que existan al respecto. Además hace falta todo un trabajo de traducción para entender que “la terrible osadía de un momento de renuncia” del que no quedará huella en el cuarto vacío se trata del acto sexual. En la insensatez de la mujer hermosa está un poco más claro, porque lo dice una vez que su amante se ha marchado. Pero también se trata del momento posterior, cuando se ha perdido eso, que es efímero e imposible de inscribir.

Es solamente con la poesía, para Eliot, y el psicoanálisis, para nosotros, un psicoanálisis que incluye la poesía, lo único que puede dar una idea de lo que implica este goce en la experiencia de cada uno. Ese es el testimonio que tenemos y lo que podemos escuchar en los testimonios del pase. Es también lo que tenemos que escuchar en el moderno Heptamerón que es nuestra clínica: los significantes que fueron para cada uno sus encuentros con el goce. La transmisión paterna y materna es lo que podría escribir un notario, está más del lado del destino y, por lo tanto, se revela al final del análisis como sinsentido. Por eso, como analistas, nos interesa más el goce del analizante que es de lo que siempre cuesta más hablar; cuesta más que hablar de la novela familiar, aunque tengamos también que pasar por allí.

Thomas y Vivian

 

Cuando Laurent comentó esta estrofa del poema hubo algo que él no dijo y que voy a agregar. Ya les recomendé la clase pasada la película Tom & Viv, de Brian Gilbert. Es la historia de Eliot y su mujer, protagonizada por Willem Dafoe y Miranda Richardson, ambos actores son maravillosos. Uno podría preguntarse por qué indagar en la vida de un autor, para qué, sin embargo Lacan indaga en la vida de Joyce. Eliot era un estudioso, un hombre de letras, y conoció a una mujer un poco loca. Es difícil saber bien si era o no una de las famosas psicosis histéricas que nunca vemos y ahora la llamamos “inclasificable”. Si se trataba de una histeria, hay que ubicarnos también en la época, estamos en 1922 más o menos. Eliot estaba en Inglaterra, enamorado de esta mujer que se la pasaba haciendo escándalos espantosos, pero por la cual él sentía una gran atracción, se trataba del goce de los cuartos que sin él están vacíos. Él pertenecía al grupo de Bloomsbury: un grupo intelectual famoso en la historia de las letras inglesas, que integraba también Virginia Woolf. Cuando Eliot la llevaba a Vivian a las reuniones de este grupo, ella armaba unos escándalos terribles, con lo cual él pasaba una cierta vergüenza ante sus amigos intelectuales, como siempre le pasa a los hombres cuando las mujeres se enloquecen. La película está basada en un libro del hermano de Vivian, con lo cual es posible que esté más del lado de Vivian que de Eliot. Estamos situados en la época victoriana, y es una histeria correspondiente a la época, pero extrema. Él conoce a esta mujer, se produce un flechazo, se enamora, y se casa. Sucumbe a la locura. Al final, cuando quiere seguir escribiendo, ella está ahí con lo vivo de su locura interrumpiéndolo. Hasta que finalmente tanto el hermano de Vivian como el propio Eliot firman para que sea encerrada en un manicomio, y para que sea declarada insana por la fuerza de la Ley, e interviene un notario. Por eso me parece que está relacionado con el poema. Una vez encerrada en el manicomio, Eliot nunca más la va a ver, se pone sus anteojitos y se dedica a las letras hasta el final de su vida.

Ella dijo que había participado de la escritura de La tierra baldía, y la verdad es que de algún modo u otro participó. A partir allí, en efecto, en la vida de Eliot solo quedan puertas, cuartos vacíos de la presencia de esta loca que irrumpía con el goce sexual, al que él luego renuncia. Siguiendo el desarrollo de la historia, uno se pregunta qué desenlace hubiera tenido si la hubieran llevado a consultar con Freud.

Hijos de la lengua

Volviendo al poema de Eliot tomaré otro verso con el que termina “Lo que dijo el trueno”, y que hace referencia a un recuerdo infantil mío. Yo empecé a estudiar inglés con la canción infantil a la que Eliot hace referencia:

“A la orilla me senté

a pescar de espaldas a la árida llanura

¿pondré al menos mis tierras en orden?

El Puente de Londres se cae, se cae, se cae”. (11)

Eric Laurent se enojó –con mucha ternura– con la traducción de “el puente de Londres se está cayendo, cayendo, cayendo”. Dijo que tendría que estar en inglés porque es una canción infantil con la que los chicos cantaban y con la que yo aprendí inglés sin saber en lo más mínimo de lo que estaba hablando. Y la canción continúa:

“Build it up with gold and silver,

My fair lady!”.

Cuya traducción sería: “Constrúyelo con oro y plata, mi hermosa dama”.

Cuando escuché esto esa mañana y me acordé que yo había aprendido el inglés con esa canción, me di cuenta que en realidad la canción infantil inglesa estaba referida a que en efecto el Puente de Londres se podía caer bajo una bomba. Y después me enteré, hablando con ingleses, que hubo otro puente de Londres que se cayó, producto de la guerra. Y entonces me di cuenta, en esa atmósfera mística que había esa mañana, que en el aprendizaje de la lengua inglesa lo que yo no sabía era el goce contenido en ese “el Puente de Londres se está cayendo” y, a pesar de ello, “mi hermosa dama”. Otra vez sexualidad y muerte, para decirlo freudianamente. A la vez, el sinsentido de las palabras en otra lengua se mantiene. La mitología del neurótico puede querer darle un sentido a eso pero no tiene ninguno. Porque fuera del mito individual, como dice Laurent, de toda institución a la que nos aferremos, al final del análisis tenemos que sostenernos más allá del mito. Y lo único que tendremos en común, como Eliot lo remarca muy bien, es que todos somos hijos de lalengua.

El problema de los cuadros

Después de este momento de angustia, que se produce siempre cuando uno habla de ciertos poemas, vamos a ir a la partición sexual, y lo vamos a tomar más en tono de comedia, como lo hace Miller.

Vamos a trabajar, en primer lugar, el artículo “Una repartición sexual”. Es magnífico, como siempre que Miller hace los juegos “hombre-mujer”. Lo hizo también en Lógicas de la vida amorosa, en El hueso de un análisis y también en La erótica del tiempo. En mi libro Clínica de las neurosis (12) retomo lo que es el tiempo para un hombre y lo que es el tiempo para una mujer, cuando paso de la histeria a la obsesión.

Miller se encuentra con el gran problema de que es muy difícil pensar la relación entre los sexos. Escribe el cuadro que expondré a continuación que está basado en las fórmulas de la sexuación, siendo este cuadro un acercamiento más fácil al problema de la repartición entre los sexos. Lacan, cuando termina de escribir las fórmulas de la sexuación, advierte: “No crean que con esto les dije todo”, con lo que quiso decir que escribió las fórmulas, pero no escribió la proporción sexual. En las fórmulas no está la solución al problema sino, por el contrario, el planteo del problema.


HombreMujer
PrudenciaIntrepidez
Timidez (?)Insolencia
Agresividad ImaginariaMística
Actitud protectoraRiesgo

Cuando uno mira este cuadro se pregunta cómo es que se encuentran los hombres con las mujeres. En realidad, es lo que una se pregunta siempre. La pregunta por el sexo es más bien femenina y la pregunta masculina es por la existencia. Éste es uno de los primeros problemas que aparece.

Miller ubica del lado del hombre la prudencia, refiriéndose a la prudencia aristotélica. Vuelvo a decir: no todos los hombres son prudentes pero, en general, son más prudentes que las mujeres. Como contrario a la prudencia masculina, del lado de la mujer tenemos la intrepidez femenina: los hombres son prudentes y las mujeres, intrépidas. Ya tenemos un primer problema: al hombre, que es más bien prudente, le asusta muchísimo la mujer muy intrépida. Pone timidez del lado masculino, a lo cual yo le voy a agregar un signo de interrogación, porque aún no sé bien qué quiere decir. Se referirá a que no son tan arrojados como algunas mujeres. Por el contrario, la mujer es insolente. Como podrán ver, se trata de un tipo de mujer, no podemos decir que todas las mujeres son así. Pone también del lado del hombre la agresividad imaginaria, muy clara en la neurosis obsesiva. Aunque la agresividad no puede ser otra cosa más que imaginaria. Del lado de la mujer Miller ubica la mística femenina. Subrayo la palabra “mística” porque después E. Laurent la va a trabajar en “La disparidad en el amor”. La actitud protectora la ubica del lado del hombre, lo cual se debería investigar si continúa vigente en la actualidad. Las mujeres en este sentido asumen el riesgo. En el capítulo “De mujeres y semblantes” del libro La naturaleza de los semblantes, (13) Miller nos habla de un tipo de mujer, que no es la burguesa, la señora, el ama de casa, la que administra los bienes, esa que los hombres presentan como “mi señora”, la que es prudente, nunca insolente, ni mística, ni asume riesgos, ni intrépida. Con lo cual estamos diciendo que esto no vale para todas las mujeres. También hay hombres muy prudentes porque su idealismo los lleva a ser heroicos. Y es en el amor especialmente en donde suelen ser bastante prudentes. El obsesivo quiere controlar con su prudencia el amor.

E. Laurent nos lo dice maravillosamente en “De la disparidad en el amor”. Y también podemos verlo en la película Una relación particular. Esta película es la historia de una mujer que pone un aviso en el diario para tener encuentros sexuales con un hombre. Toda la película transcurre en la habitación de un hotel donde se supone que lo que ellos quieren es tener encuentros sexuales y nada más. Lo que ellos quieren es que todo esté controlado. Pero resulta que se enamoran. Y eso no siempre se puede controlar. Es imposible imaginar que una relación pueda ser solamente sexual. Uno puede hablar del goce, en todo caso, pero el goce se mezcla con el amor. Y es curioso porque le pasa no solo a ella sino también a él. Él que podía mantener todo bajo control, finalmente se enamora. Pero no se produce el encuentro porque ninguno de los dos está a la altura de poder reconocer que eso ocurrió. Ninguno de los dos sabía dónde vivía el otro, cuál era su número de teléfono, ni nada; entonces cuando quieren encontrarse, no pueden. No pueden estar a la altura de lo que les pasa.

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