Libia y Túnez

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Este trabajo se basa en el análisis de información secundaria, recopilada de libros, artículos académicos, artículos periodísticos, resoluciones de organismos internacionales y fuentes oficiales de los países estudiados, cuya confiabilidad y validez fue revisada para el desarrollo del estudio propuesto. Del mismo modo, se usaron fuentes periodísticas para decantar la información más reciente y poder integrarla a un análisis actualizado de la situación en Túnez y Libia.

No obstante, se debe aclarar que se hallaron una serie de limitaciones. Una de estas es la falta de datos disponibles ante la coyuntura por la que atraviesan los países de estudio, especialmente Libia, pues varias de sus instituciones, como la encargada de generar estadísticas nacionales, no está operando con regularidad, y la presencia y control de porciones del territorio libio por parte de organizaciones terroristas como Estado Islámico y otras milicias dificultan la recolección de datos.

Del mismo modo, como se pretende un análisis que abarque la realidad de los países hasta el segundo semestre de 2020, no existe una gran cantidad de estudios de investigación consolidados previos; de hecho, este trabajo pretende ambiciosamente consolidarse como uno que sirva como precedente para el estudio de este tema en Latinoamérica.

Notas

1 Es la región ubicada en el norte del continente africano. Esta región tiene acceso al mar Mediterráneo, el océano Atlántico y el desierto del Sáhara.

2 Denominación relacionada con la flor nacional y la estación del año en medio de la cual se desarrollaron los hechos.

3 Hechos que existen, independientemente de que haya o no un observador para apreciarlos, interpretarlos o explicarlos.

Capítulo 1

El Estado como construcción de relaciones de poder

El estudio y la aprehensión de lo que sucede en el mundo ha sido una preocupación constante del ser humano y de aquellos que se dedican a generar razonamientos que acercan al espectador a una explicación de los fenómenos que observa o de los que hace parte. En esta medida, el constructivismo hace un estudio profundo desde su perspectiva reflexivista,1 para entender la política y las relaciones internacionales.

Como se proponía desde la introducción, se escogió esta teoría, entre un cúmulo de construcciones teóricas afables, porque permite estudiar las diversas variables que comprende y requiere este estudio. Desde la base, ya que el objeto de la teoría es hallar las causas de los fenómenos, relacionando los hechos sociales y materiales, sirve como una herramienta para establecer la relación de los actores y la estructura —en este caso el Estado de derecho— y la existencia o inexistencia de las bases de este, en la conducta de los actores que se involucran en un fenómeno.

Por ejemplo, en el caso de Libia, a falta de actores nacionales que se involucren en una construcción posrevolucionaria, se abren las puertas a la injerencia de actores internacionales como la Organización de las Naciones Unidas, Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia, Turquía, entre otros, que influencian lo que sucede en Libia en la consolidación de un solo gobierno y la reconstrucción del país. A su vez, el gobierno que finalmente logre consolidarse en todo el territorio, determinará la suerte de los intereses de los actores regionales y extrarregionales involucrados, y una vez más se observará críticamente el rol de la Organización de las Naciones Unidas como mediadora y “reguladora” del sistema internacional.

En Túnez, se observará la interacción de actores laicos y religiosos en la construcción de un Estado moderno. A su vez, se analizará cómo esa estructura determina lo que sucede en el país y cómo afronta las amenazas provenientes desde Libia y desde el contexto de una región afectada por el terrorismo islámico y el intervencionismo extranjero.

Precisamente, ese intervencionismo puede explicarse también desde el sentido que cobra la región para los actores nacionales e internacionales, pues aunque el constructivismo ve las relaciones sociales más cooperativas que otras teorías, dota de importancia la delimitación del sentido o el valor que se le da a los objetos o actores en medio del hecho social. Una frase de Alexander Wendt lo resume del siguiente modo: “Quinientas armas nucleares británicas son menos amenazantes para Estados Unidos que cinco armas nucleares norcoreanas” (citado en Frasson-Quenoz, 2014, p. 219).

A su vez, se entiende la construcción del Estado de derecho como resultado de una interacción social que, para el caso de los casos aquí estudiados, será la reconstrucción de un contrato o pacto social, en medio del cual cobra sentido una estructura que, a su vez, genera un impacto en los actores que participan en ese pacto. Es decir, no se puede pensar en la reconstrucción de un país como un hecho independiente a la interacción de los sujetos; más aún, como en los países estudiados, no se puede evadir el análisis sobre cómo la errónea interrelación de los intereses de los ciudadanos y sus líderes, más la intervención de agentes externos, ha resultado en una institucionalidad limitada en Túnez y una institucionalidad inexistente en Libia.

En términos generales, la teoría expone lineamientos amplios que pueden sustentar las relaciones entre las variables que se proponen aquí y, adicionalmente, aportes como los de Christian Reus-Smit, citado en Frasson-Quenoz (2014), permiten aplicar los principios constructivistas a nivel sistémico, a nivel de la unidad y a nivel holístico. Es decir, en conjunto identifican normas e identidades de actores que interactúan en el escenario internacional; analizan cuestiones nacionales y las interacciones entre estas.

Sin lugar a duda, otras teorías como el realismo o el neorrealismo pueden explicar parte de las dinámicas y los hechos que se han presentado en Túnez y Libia, en especial lo que concierne a la intervención extranjera y el análisis que de ello se desprende, sobre cómo interactúan intereses ajenos en aquellos escenarios. Sin embargo, las diversas maneras de intervención que se explicaran más adelante y la naturaleza multilateral de aquellas abren el espectro para poder incluir este tipo de enfoques teóricos que posan su atención en la relación de los actores con los hechos, los valores priorizados y las creencias que sustentan o dan vida a la idea de poder, que para los realistas es un hecho dado.

Esto último es esencial para el propósito de este trabajo, que gira en torno a la construcción —o reconstrucción—como tal del Estado, donde se ha fraccionado precisamente la idea del poder; por ejemplo, en Libia, el “poder” que le dan las armas y el apoyo de las milicias al general Haftar o a Farres el Serraj ha sido insuficiente para establecer un régimen legítimo y legal en todo el territorio. Entonces, hallar esa conformación de ideas e interacción entre hechos materiales y sociales que intervienen en la construcción de un pensamiento colectivo y, así, en sus métodos gubernamentales y en la retórica estatal, es esencial para poder entender las causalidades y respuestas que se han forjado a lo largo de un proceso que ya lleva nueve años.

Así, en países y regiones, como la del Magreb, que poseen una profunda división tribal y cuentan con una influencia explícita de las identidades religiosas y sociales que se han establecido y aún perviven allí, no se les puede tratar someramente desde estructuras preconcebidas. De este modo, la búsqueda de una referencia teórica se basó en observar qué tan amplio era el rango de análisis que permitía realizar esta y que pudiese ofrecer una plataforma más amplia que las teorías tradicionales, pues precisamente los constructivistas critican de aquellas que desde su rigurosidad no logran plantear la diferencia del impacto de amenazas, fenómenos y dinámicas en la conducta de los actores.

Desde esta perspectiva, y tal como se empieza a correlacionar enseguida, con el constructivismo se plantea la diferencia del impacto de las variables estudiadas en el comportamiento de los pueblos y los líderes tunecinos y libios en su proceso de construcción del Estado pues, como explica Frasson-Quenoz (2014, p. 223), un constructivista no se limita a estudiar la implementación de una institución —por ejemplo, una corte internacional o un Estado en este caso—, sino que va más allá para revisar los valores, las ideas y las normas que dieron lugar a la creación de dicha institución o a un fenómeno particular.

Así mismo, para tratar allanar los niveles requeridos para entender esta problemática, que no es solo interna, sino que tiene un fuerte componente internacional, se apoyarán estas precisiones constructivistas en la sociología del poder, un enfoque que se pregunta justamente cómo la construcción de las relaciones entre agrupaciones específicas de la sociedad —nacional e internacional— explica el proceso revolucionario, el caos posterior y la injerencia de una élite externa. Así, se tiene que, de acuerdo con la clasificación que hace Florent Frasson-Quenoz (2014, p. 217), existen tres postulados básicos que sustentan la tesis general del constructivismo:

1 Los hechos sociales y los hechos materiales2 ostentan la misma importancia.

2 El rol de la identidad es primordial para la construcción de los intereses y las actuaciones de los agentes.

3 El hecho social y la identidad del actor corresponden al resultado de una relación mutua.

Estos tres preceptos buscan generar una explicación de la interacción entre los hechos, las estructuras, los valores y las identidades. Si bien lo que pasa en el mundo puede moldear una estructura nacional, también estará determinada por el conjunto de intereses y valores de la sociedad que sujeta, y a la inversa funciona en la misma proporción. De esto se deduce que el proceso de interacción societal es capaz de determinar la manera en la que se forma la estructura de su contrato social, en el caso del Estado de derecho. Alexander Wendt es el exponente por excelencia de esta teoría, en la que trata de demostrar que:

 

Las personas actúan hacia los objetos tanto como hacia las demás personas, dependiendo del valor y el sentido que este objeto o estas personas tienen para ellas. Lo que constituye/construye al mundo, a las personas y a los grupos de personas organizadas o no, son los patrones de causasefectos, las redes de sentidos y valores, y las prácticas que se pueden identificar en las interacciones. (Citado en Frasson-Quenoz, 2014, p. 97)

Por ejemplo, Wendt aplica estos preceptos al concepto soberanía, atendiendo al caso de las monarquías donde se les daba un reconocimiento divino a los reyes y, posteriormente, observa cómo a través de las circunstancias históricas el concepto fue transformándose y cambiando de sujeto; esto es, hacia los siglos XIX y XX se desplazó a la legitimidad del pueblo y, luego, a la del Estado como superestructura.

Como se verá en los capítulos subsiguientes, la historia de los países tratados no es ajena a una tradición en la que se entremezclaban razonamientos políticos, jurídicos y religiosos, ligada a los vestigios de los imperios que por centurias legitimaron la jerarquía social y política con fundamentos divinos, resultando ello sencillo y práctico a la hora de construir una identidad, a partir también de una retórica bien delimitada como lo apuntan los constructivistas críticos. De hecho, como se mencionaba, el África de hoy no puede estudiarse sin entender la manera en que la gente ha estado sometida a poderes absolutistas.

Sin ánimo de ser determinista, podría decirse que en un hilo histórico se encuentran formas que han explicado la manera en la que los africanos, incluidos tunecinos y libios, han dado valor y orden a sus estructuras políticas y sociales. En un inicio se tienen formaciones tribales independientes, luego se da el aglutinamiento de estas bajo imperios, posteriormente se llega a la época colonial3 en la que Túnez queda bajo control francés y Libia bajo control italiano y, después, a mediados del siglo XX, se dan procesos de descolonización que no significaron necesariamente la emancipación de los pueblos, sino la entrega de los cetros y las coronas a familias u oligarquías que podrían representar para los excolonizadores una manera de seguir ligados con sus antiguos territorios.

Por supuesto, en aquellas formaciones mencionadas no se vislumbra ni el más mínimo atisbo sobre la posibilidad de estructurar un Estado con las condiciones que determina el de derecho, pues la posibilidad de compartir el poder, legitimar derechos y tener un sistema de pesos y contrapesos no conviene a las cleptocracias que se han conformado en África y Medio Oriente, que en parte explica el hartazgo de la población y la explosión de las revoluciones (Anyang, 2009).

Por tanto, se vuelve a la pregunta sobre qué determina la realidad, sobre todo aquellas más conflictivas o violentas, si el hecho material o la construcción que realizan los seres humanos desde sus interacciones y la intersubjetividad que suponen, pues “el constructivismo es una metodología radicalmente democrática y, a la vez, la democracia, como sistema político —y más aún como forma de vida— exige unos métodos y hasta una epistemología constructivista” (Rubio Carracedo, 1991, p. 57), en la medida en la que todos de alguna forma u otra participan en la construcción de su entorno:

[Se presentará] una caracterización global de la metodología constructivista como aquel procedimiento que pretende la constitución de una objetividad normativa (esto es, constructa, no descriptiva) mediante la interacción lingüística y social de un grupo de discusión que delibera cooperativamente bajo condiciones selectas de competencia e imparcialidad en los interlocutores. (Rubio Carracedo, 1991, p. 65)

José Rubio Carracedo (1991) indica precisamente cómo se interconectan hechos materiales y sociales para la construcción de un cuerpo normativo, pero suponiendo que sucede en condiciones de imparcialidad y objetividad. Por tanto, interesa analizar qué ocurre en esa construcción a partir de la interacción lingüística y social, cuando el contexto está enmarcado en la conflictividad y la polarización que constriñe la interacción, como en el contexto que se estudia en este trabajo. Para Wendt, primaría la necesidad de supervivencia de todos, “si se consideran dos individuos que no han tenido contactos previos y que quieren asegurar su supervivencia, no es posible asumir que los dos van a tener un comportamiento agresivo” (citado en Frasson-Quenoz, 2014, p. 95).

En contraposición, Nicholas Onuf indica que es difícil saber exactamente qué busca cada actor en una interacción, pues si bien el discurso es la única herramienta de la que se vale el estudioso para calcular cuáles son los objetivos, de fondo no se sabrá la motivación real de una actuación, lo que podría añadir elementos válidos para entender el papel de los grupos terroristas, las colectividades políticas islámicas y seculares y las intervenciones extranjeras en Libia y Túnez: “Así, en la realidad social que la gente construye, lo que imagina posible y lo que la sociedad considera como permisible depende de la perspectiva ventajosa de cada uno, es decir, de la relación de cada uno con la práctica y no de la práctica en sí” (citado en Frasson-Quenoz, 2014, p. 97).

En este sentido, cabe incluir perspectivas de la sociología del poder y la adaptación que hace Ferrán Izquierdo (2013) para interpretar las revueltas árabes y el escenario posrevolucionario. Así, en términos generales, lo que plantea Izquierdo es que existen naturalmente sociedades jerarquizadas en las que hay un gobierno y unos gobernados o, como lo menciona él: una élite y la población, y dentro de ellos y entre ellos hay dos tipos de relaciones.

Por una parte, plantea que existen las relaciones circulares (infinitas) en las que los actores buscan acumular recursos de poder (económicos, políticos, ideológicos, coactivos, etc.) y mantienen a las élites en una posición privilegiada. Por otra, se dan las relaciones lineales, como aquellas que se estructuran cuando la población finalmente hace un proceso de concienciación sobre sus necesidades y se moviliza por ellas, y se da un reacomodamiento o una reestructuración de las élites tradicionales (Izquierdo, 2013).

Tratando de conjugar los elementos constructivistas y de la sociología del poder, se indica que en el establecimiento de relaciones entre la élite y los gobernados, y dentro de cada subgrupo, se asignan valores, ideas y normatividades que dan forma a la manera en la que establece una línea conductual. En ese sentido, en el ámbito nacional, dentro de Túnez y Libia, como se verá en el repaso histórico, las relaciones circulares que mantienen en el poder a la élite responden precisamente al valor que le dan los actores a ese poder, por el que incluso están dispuestos a luchar una guerra civil, como en el caso de Gadafi, para mantenerse como el regente.

Por su parte, las poblaciones hastiadas de esas administraciones ineficientes y cleptócratas les dan valor a sus necesidades insatisfechas, impulsando una conducta que los conduce a la movilización y la imposición de un nuevo orden o, al menos, un reacomodamiento de las élites. Sin embargo, como se dio en Túnez y Libia, al final no se dio un remplazo, sino un reacomodamiento, que no corresponde necesariamente con la satisfacción de los valores exaltados por la comunidad manifestante.

Precisamente, Izquierdo (2013) indica que en las relaciones circulares se manifiesta de manera constante la competencia entre los actores para acumular recursos de poder y diferenciarse de sus pares. En ese sentido, lo que sucede en Libia, por ejemplo, es una competencia entre dos gobiernos cuyos miembros no son una nueva generación política, sino que son resultado de un reacomodamiento de fichas, que ha optado por una competencia sangrienta para posicionarse el uno sobre el otro.

Ahora, en cuanto a las intervenciones internacionales, las de antaño para Túnez y las más recientes para Libia, ha habido una participación por parte de actores que en los ámbitos regional o internacional han rivalizado para acumular poder diferencial, aun cuando es diametralmente significativo para poder defenderse en un sistema anárquico4 e intentar marcar un orden que represente de forma taxativa la culminación de esos propósitos a los que estos actores les han asignado una carga de valor especial, como lo dirían los constructivistas.

De hecho, Nicholas Onuf (citado en Frasson-Quenoz, 2014), un constructivista más radical, hace sus observaciones sobre el sistema internacional (que según él son adaptables al nivel de unidad y de individuo) e indica que el orden establecido en las esferas nacional e internacional es resultado de las interacciones sociales. Entonces, a nivel sistémico, como se venía hablando, las interacciones entre los gobiernos que han intervenido en Túnez y Libia buscan demarcar el futuro de estos países, pero algunos lo hacen desde el valor que les dan al orden interno de cada país y al régimen internacional, entendido como el conjunto de valores, principios y procedimientos. Así, otros lo hacen desde la perspectiva de sacar una ventaja en la competencia interna, para diferenciarse en la competencia externa, marcando áreas de influencia en detrimento de los objetivos del otro. No obstante, esto se examinará con detenimiento en los capítulos siguientes. Entonces, en términos generales se puede decir que la premisa básica del constructivismo es:

Los seres humanos viven en un mundo que construyen, en el cual son protagonistas principales, que es producto de sus propias decisiones. Este mundo, en construcción permanente, es constituido por lo que los constructivistas llaman “agentes”. El mundo, para esta perspectiva, es socialmente construido; esto es, todo aquello que es inherente al mundo social de los individuos es elaborado por ellos mismos. El hecho de que son los hombres quienes construyen este mundo, torna a éste comprensible. (Sánchez, 2012, p. 118)

A ello, la sociología del poder le sumaría que esas decisiones que dan forma a su mundo son resultado de los dos tipos de relaciones que se mencionaron y que permiten entender cómo los países, e incluso el sistema internacional, están conformados por dos “agentes”: élites y población, y lo que eventualmente puede suceder cuando se da una relación lineal y cómo interfiere en ello las relaciones circulares de los actores externos.

Así, los tunecinos y los libios han construido su organización social de acuerdo con los límites que las condiciones amenazantes han puesto a su interacción lingüística, religiosa, política y social, y a los agentes que han sido admitidos en esta discusión de construcción de un nuevo Estado, después de una irrupción que cambió el modelo tradicional de organización de estos países, es decir, después de un establecimiento de una relación lineal.

Empero, aunque todo ello ha resultado ser más ventajoso para Túnez que para Libia, ello no significa que todavía no existan retos y fricciones para su consolidación democrática, pues las fuerzas identitarias desempeñan un papel fundamental entre las corrientes democráticas laicas y las islámicas en el establecimiento de un nuevo orden. Estas élites, en medio de su competencia, polarizan como resultado de un discurso que enlaza valores e identidades, como suministro del hecho político y como suministro de las relaciones circulares de su propio endogrupo que, tanto en Túnez como en Libia, siguen siendo agentes protagónicos.

En este sentido, desde cada élite de cada país en estudio se busca establecer una hegemonía que contempla Onuf y cuya definición da Antonio Gramsci, citado en Frasson-Quenoz (2014), y se vincula o se manifiesta en las relaciones circulares planteadas por Izquierdo (2013):

En función de relaciones de producción prevalentes, la clase superordinada alcanza y asegura su posición gracias al hecho de presentar con éxito los intereses de su clase como los intereses generales de la sociedad en su conjunto. Las condiciones del gobierno (rule) son estables porque la clase gobernante, de hecho, elabora la realidad social a través de su ideología, y así limita la capacidad de la clase subordinada de imaginar alternativas que podrían amenazar la posición […] de la clase superordinada. Por lo contrario, los dominados (ruled) aceptan su posición subordinada como natural e inevitable. (Frasson-Quenoz, 2014, p. 241)

 

Por el contrario, desde la base, se busca restablecer esas élites, pues ha fracasado aquella estrategia de presentar los intereses particulares como comunes o, al menos, eso parece haberse dado ante el estallido de las revoluciones en los dos países. Ahora, es esencial para las masas que sus valores, su religión o su laicismo se vea representado en ese nuevo orden. No obstante, como se tratará a lo largo de los siguientes capítulos, puede que, en medio de la búsqueda frenética de un nuevo orden, la población caiga de nuevo en una retórica que ensalce sus valores sin que en realidad se plantee como tal un cambio de la élite, sino del discurso y la cara que representa a esta.

Notas

1 Para esta corriente el objeto de estudio no existe independientemente del observador, “el reflexivismo debe permitir, para quienes lo proponen, la producción de un conocimiento más ligado a la praxis. El reflexivismo permite tomar en cuenta la relación co-constitutiva entre el conocimiento y la realidad, entre el sujeto y el objeto, entre los hechos y los valores” (Frasson-Quenoz, 2014, p. 34).

2 Frasson-Quenoz (2014) reflexiona sobre la existencia del mundo material independientemente de la existencia del hombre; empero, no ocurre lo mismo con el mundo social que depende de las maneras de actuar, de pensar o de sentir que le dan un significado a lo que ocurre exteriormente.

3 Se aclara que se dieron dos olas de colonización. La primera en el siglo XV, liderada en un inicio por los portugueses que llegaron a las costas africanas para iniciar lo que serían casi cinco siglos de comercio de esclavos. La segunda, a mediados del siglo XIX, época en la que países europeos comenzaron a conquistar territorios y terminaron por dividirlo de acuerdo con lo convenido en la Conferencia de Berlín, celebrada entre 1884 y 1885.

4 Para las teorías clásicas de las relaciones internacionales y para autores representativos del constructivismo como Wendt, el sistema internacional es anárquico, por cuanto no hay un gobierno supranacional que ordene e imponga normas y valores en el sistema. En ese sentido, las relaciones de competencia o cooperación —así como el fortalecimiento de las capacidades de cada actor desde sus propios medios— serán trascendentales para entender cómo se configura el sistema internacional.

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