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La gitanilla

Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo; y la gana del hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables que no se quitan sino con la muerte.

Una, pues, de esta nación, gitana vieja, que podía ser jubilada en la ciencia de Caco, crió una muchacha en nombre de nieta suya, a quien puso por nombre Preciosa, y a quien enseñó todas sus gitanerías, y modos de embelecos, y trazas de hurtar. Salió la tal Preciosa la más única bailadora que se hallaba en todo el gitanismo y la más hermosa y discreta que pudiera hallarse, no entre los gitanos, sino entre cuantas hermosas y discretas pudiera pregonar la fama. Ni los soles, ni los aires, ni todas las inclemencias del cielo, a quien más que otras gentes están sujetos los gitanos, pudieron deslustrar su rostro ni curtir sus manos; y lo que es más, que la crianza tosca en que se criaba no descubría en ella sino ser nacida de mayores prendas que de gitana, porque era en extremo cortés y bien razonada; y, con todo esto, era algo desenvuelta, pero no de modo que descubriese algún género de deshonestidad; antes, con ser aguda, era tan honesta, que en su presencia no osaba alguna gitana, vieja ni moza, cantar cantares lascivos ni decir palabras no buenas, y finalmente la abuela conoció el tesoro que en la nieta tenía, y así, determinó el águila vieja sacar a volar su aguilucho y enseñarle a vivir por sus uñas.

Salió Preciosa rica de villancicos, de coplas, seguidillas y zarabandas, y de otros versos, especialmente de romances, que los cantaba con especial donaire, porque su taimada abuela echó de ver que tales juguetes y gracias, en los pocos años y en la mucha hermosura de su nieta, habían de ser felicísimos atractivos e incentivos para acrecentar su caudal; y ansí, se los procuró y buscó por todas las vías que pudo, y no faltó poeta que los diese, que también hay poetas que se acomodan con gitanos, y les venden sus obras, como los hay para ciegos, que les fingen milagros y van a la parte de la ganancia: de todo hay en el mundo, y esto de la hambre tal vez hace arrojar los ingenios a cosas que no están en el mapa.

Criose Preciosa en diversas partes de Castilla, y a los quince años de su edad su abuela putativa la volvió a la Corte y a su antiguo rancho, que es donde ordinariamente le tienen los gitanos, en los campos de Santa Bárbara, pensando en la Corte vender su mercadería, donde todo se compra y todo se vende. Y la primera entrada que hizo Preciosa en Madrid fue un día de Santa Ana, patrona y abogada de la villa, con una danza en que iban ocho gitanas, cuatro ancianas y cuatro muchachas, y un gitano, gran bailarín, que las guiaba; y aunque todas iban limpias y bien aderezadas, el aseo de Preciosa era tal que poco a poco fue enamorando los ojos de cuantos la miraban. De entre el son del tamborín y castañetas y fuga del baile salió un rumor que encarecía la belleza y donaire de la gitanilla, y corrían los muchachos a verla, y los hombres a mirarla; pero cuando la oyeron cantar, por ser la danza cantada, allí fue ello, allí sí que cobró aliento la fama de la gitanilla, y de común consentimiento de los diputados de la fiesta, desde luego le señalaron el premio y joya de la mejor danza; y cuando llegaron a hacerla en la iglesia de Santa María, delante de la imagen de la gloriosa Santa Ana, después de haber bailado todas, tomó Preciosa unas sonajas, al son de las cuales, dando largas y ligerísimas vueltas, cantó el romance siguiente:

Árbol preciosísimo,

Que tardó en dar fruto

Años que pudieron

Cubrirle de luto,

Y hacer los deseos

Del consorte puros,

Contra su esperanza

No muy buen seguros:

De cuyo tardarse

Nació aquel disgusto

Que lanzó del templo

Al varón más justo:

Santa tierra estéril,

Que al cabo produjo

Toda la abundancia

Que sustenta el mundo:

Casa de moneda

Do se forjó el cuño

Que dio a Dios la forma

Que como hombre tuvo:

Madre de una hija

En quien quiso y pudo

Mostrar Dios grandezas

Sobre humano curso:

Por vos y por ella

Sois, Ana, el refugio

Do van por remedio

Nuestros infortunios.

En cierta manera,

Tenéis, no lo dudo,

sobre el nieto imperio

Piadoso y justo.

Al ser comunera

del alcázar sumo,

Fueran mil parientes

Con vos de consuno.

¡Qué hija!, ¡qué nieto!

Y ¡qué yerno! Al punto,

A ser causa justa

Cantárades triunfos.

Pero vos, humilde,

Fuisteis el estudio

Donde vuestra hija

Hizo humildes cursos.

Y ahora a su lado,

A Dios el más junto,

Gozáis de la alteza

Que apenas barrunto.

El cantar de Preciosa fue para admirar a cuantos la escuchaban. Unos decían: «¡Dios te bendiga, la muchacha!». Otros: «¡Lástima es que esta mozuela sea gitana; en verdad en verdad que merecía ser hija de un gran señor!». Otros había más groseros, que decían: «¡Dejen crecer a la rapaza, que ella hará de las suyas; ¡a fe que se va añudando en ella gentil barredera para pescar corazones!». Otro más humano, más basto y más modorro, viéndola andar tan ligera en el baile, le dijo: «¡A ello, hija, a ello, ¡andad, amores, y pisad el polvito a tan menudito!».

Y ella respondió, sin dejar el baile:

—¡Y pisárelo yo a tan menudo!

Acabáronse las vísperas y la fiesta de Santa Ana, y quedó Preciosa algo cansada; pero tan celebrada de hermosa, de aguda y de discreta y bailadora, que a corrillos se hablaba de ella en toda la Corte. De allí a quince días volvió a Madrid, como tenía de costumbre, con otras tres muchachas, con sonajas y con un baile nuevo, todas apercibidas de romances y de cantarcillos alegres, pero todos honestos; que no consentía Preciosa que las que fuesen en su compañía cantasen cantares descompuestos, ni ella los cantó jamás, y muchos miraron en ello, y la tuvieron en mucho. Nunca se apartaba de ella la gitana vieja, hecha su Argos, temerosa no se la despabilasen y traspusiesen; llamábala nieta, y ella la tenía por abuela. Pusiéronse a bailar a la sombra en la calle de Toledo, por complacer a los que las miraban, y de los que las venían siguiendo se hizo luego un gran corro. Y en tanto que bailaban, la vieja pedía limosna a los circunstantes, y llovían en ella ochavos y cuartos como piedras a tablado; que también la hermosura tiene fuerza de despertar la caridad dormida. Acabado el baile, dijo Preciosa:

—Si me dan cuatro cuartos les cantaré un romance yo sola, lindísimo en extremo, que trata de cuando la reina nuestra señora doña Margarita salió a misa de parida en Valladolid y fue a San Llorente: dígoles que es famoso, y compuesto por un poeta de los del número, como capitán del batallón.

Apenas hubo dicho esto cuando casi todos los que en la rueda estaban dijeron a voces:

—Cántale, Preciosa, y ves aquí mis cuatro cuartos.

Y así granizaron sobre ella cuartos, que la vieja no se daba manos a cogerlos. Hecho, pues, su agosto y su vendimia, repicó Preciosa sus sonajas y al tono correntío y loquesco cantó el siguiente romance:

Salió a misa de parida

La mayor reina de Europa,

En el valor y en el nombre

Rica y admirable joya.

Como los ojos se lleva,

Se lleva las almas todas

De cuantos miran y admiran

Su devoción y su pompa.

Y para mostrar que es parte

Del cielo en la tierra toda,

A un lado lleva el sol de Austria,

Al otro, la tierna aurora.

A sus espaldas la sigue

Un lucero que a deshora

Salió, la noche del día

Que el cielo y la tierra lloran.

Y si en el cielo hay estrellas

Que lucientes carros forman,

En otros carros su cielo

Vivas estrellas adornan.

Aquí el anciano Saturno

La barba pule y remoza,

Y aunque tardo, va ligero;

Que el placer cura la gota.

El dios parlero va en lenguas

Lisonjeras y amorosas,

Y Cupido en cifras varias,

Que rubíes y perlas bordan.

Allí va el furioso Marte

En la persona curiosa

De más de un gallardo joven

Que de su sombra se asombra.

Junto a la casa del sol

Va Júpiter; que no hay cosa

Difícil a la privanza

Fundada en prudentes obras.

Va la luna en las mejillas

De una y otra humana diosa,

Venus casta, en la belleza

De las que este cielo forman.

Pequeñuelos Ganimedes

Cruzan, van, vuelven y tornan

Por el cinto tachonado

Desta esfera milagrosa.

Y para que todo admire

Y todo asombre, no hay cosa

Que de liberal no pase

Hasta el extremo de pródiga.

Milán con sus ricas telas

Allí va en vista curiosa;

las Indias con sus diamantes,

Y Arabia con sus aromas.

Con los mal intencionados

Va la envidia mordedora,

Y la bondad en los pechos

De la lealtad española.

La alegría universal

Huyendo de la congoja,

Calles y plazas discurre,

 

Descompuesta y casi loca.

A mil mudas bendiciones

Abre el silencio la boca,

Y repiten los muchachos

Lo que los hombres entonan.

Cuál dice: «Fecunda vid,

Crece, sube, abraza y toca

El olmo felice tuyo,

Que mil siglos te haga sombra.

Para gloria de ti misma,

Para bien de España y honra,

Para arrimo de la Iglesia,

Para asombro de Mahoma».

Otra lengua clama y dice:

«Vivas, ¡oh blanca paloma!,

Que nos has dado por crías

Águilas de dos coronas.

Para ahuyentar de los aires

Las de rapiña furiosas,

Para cubrir con sus alas,

A las virtudes medrosas».

Otra más discreta y grave

Más aguda y más curiosa

Dice, vertiendo alegría

Por los ojos y la boca:

«Esta perla que nos diste,

Nácar de Austria, única y sola,

¡Qué de máquinas que rompe!

¡Qué de designios que corta!

¡Qué de esperanzas que infunde!

¡Qué de deseos malogra!

¡Qué de temores aumenta!

¡Qué de preñados aborta!».

En esto, se llegó al templo

Del Fénix santo que en Roma

Fue abrasado, y quedó vivo

En la fama y en la gloria.

A la imagen de la vida,

A la del cielo Señora,

A la que por ser humilde,

Las estrellas pisan ahora,

A la Madre y Virgen junto,

A la hija y a la esposa

De Dios, hincada de hinojos,

Margarita así razona:

«Lo que me has dado te doy,

Mano siempre dadivosa;

Que a do falta el favor tuyo,

Siempre la miseria sobra.

Las primicias de mis frutos

Te ofrezco, Virgen hermosa:

Tales cuales son las mira,

Recibe, ampara y mejora.

A su padre te encomiendo;

Que humano Atlante se encorva

Al peso de tantos reinos

Y de climas tan remotas.

Sé que el corazón del rey

En las manos de Dios mora,

Y sé que puede con Dios

Cuanto pidieres piadosa».

Acabada esta oración,

Otra semejante entonan

Himnos y voces que muestran

Que está en el suelo su gloria.

Acabados los oficios,

Con reales ceremonias,

Volvió a su punto este cielo

Y esfera maravillosa.

Apenas acabó Preciosa su romance, cuando del ilustre auditorio y grave senado que la oía, de muchas se formó una voz sola que dijo:

—Torna a cantar, Preciosa, que no faltarán cuartos como tierra.

Más de doscientas personas estaban mirando el baile y escuchando el canto de las gitanas, y en la mayor fuga dél acertó a pasar por allí uno de los tenientes de la villa; y viendo tanta gente junta, preguntó qué era: y fuele respondido que estaban escuchando a la gitanilla hermosa que cantaba.

Llegose el teniente, que era curioso, y escuchó un rato, y por no ir contra su gravedad, no escuchó el romance hasta el fin; y habiéndole parecido por todo extremo bien la gitanilla, mandó a un paje suyo dijese a la gitana vieja que al anochecer fuese a su casa con las gitanillas, que quería que las oyese doña Clara su mujer.

Hízolo así el paje, y la vieja dijo que sí iría. Acabaron el baile y el canto, y mudaron lugar; y en esto llegó un paje muy bien aderezado a Preciosa, y dándole un papel doblado, le dijo:

—Preciosica, canta el romance que aquí va, porque es muy bueno, y yo te daré otros de cuando en cuando, con que cobres fama de la mejor romancera del mundo.

—Eso aprenderé yo de muy buena gana —respondió Preciosa—. Y mire, señor, que no me deje de dar los romances que dice, con tal condición que sean honestos; y si quiere que se los pague, concertémonos por docenas, y docena cantada docena pagada, porque pensar que le tengo de pagar adelantado, es pensar lo imposible.

—Para papel siquiera que me dé la señora Preciosica —dijo el paje—, estaré contento; y más, que el romance que no saliere bueno y honesto, no ha de entrar en cuenta.

—A la mía quede el escogerlos —respondió Preciosa.

Y con esto se fueron la calle adelante, y desde una reja llamaron unos caballeros a las gitanas. Asomó Preciosa a la reja, que era baja, y vio en una sala muy bien aderezada y muy fresca muchos caballeros que, unos paseándose y otros jugando a diversos juegos, se entretenían.

—¿Quiérenme dar barato, zeñores? —dijo Preciosa, que como gitana hablaba ceceoso, y esto es artificio en ellas, que no naturaleza.

A la voz de Preciosa, y a su rostro, dejaron los que jugaban el juego, y el paseo los paseantes, y los unos y los otros acudieron a la reja por verla, que ya tenían noticia della, y dijeron:

—Entren, entren las gitanillas, que aquí les daremos barato.

—Caro sería ello —respondió Preciosa— si nos pellizcasen.

—No, a fe de caballeros —respondió uno—: bien puedes entrar, niña, segura que nadie te tocará a la vira de tu zapato; no, por el hábito que traigo en el pecho.

Y púsose la mano sobre uno de Calatrava.

—Si tú quieres entrar, Preciosa —dijo una de las tres gitanillas que iban con ella—, entra enhorabuena; que yo no pienso entrar a donde hay tantos hombres.

—Mira, Cristina —respondió Preciosa—, de lo que te has de guardar es de un hombre solo y a solas, y no de tantos juntos; porque antes el ser muchos quita el miedo y recelo de ser ofendidas. Advierte, Cristinica, y está cierta de una cosa: que la mujer que se determina a ser honrada, entre un ejército de soldados lo puede ser. Verdad es que es bueno huir de las ocasiones; pero han de ser de las secretas y no de las públicas.

—Entremos, Preciosa —dijo Cristina—, que tú sabes más que un sabio.

Animolas la gitana vieja, y entraron. Y apenas hubo entrado Preciosa, cuando el caballero del hábito vio el papel que traía en el seno, y llegándose a ella, se lo tomó, y dijo Preciosa:

—Y no me lo tome, señor, que es un romance que me acaban de dar ahora, que aún no le he leído.

—¿Y sabes tú leer, hija? —dijo uno.

—Y escribir —respondió la vieja—, que a mi nieta la he criado yo como si fuera hija de un letrado.

Abrió el caballero el papel, y vio que venía dentro dél un escudo de oro, y dijo:

—En verdad, Preciosa, que trae esta carta el porte dentro. Toma este escudo que en el romance viene.

—Basta —dijo Preciosa—, que me ha tratado de pobre el poeta. Pues cierto que es más milagro darme a mí un poeta un escudo que yo recebirle. Si con esta añadidura han de venir sus romances, traslade todo el Romancero general, y envíemelos uno a uno, que yo les tentaré el pulso, y si vinieren duros, seré yo blanda en recibillos.

Admirados quedaron los que oían a la gitanica, así de su discreción como del donaire con que hablaba.

—Lea, señor —dijo ella—, y lea alto. Veremos si es tan discreto ese poeta, como es liberal.

Y el caballero leyó así:

Gitanica, que de hermosa

Te pueden dar parabienes:

Por lo que de piedra tienes

Te llama el mundo Preciosa.

Desta verdad me asegura

Esto, como en ti verás;

Que no se aparta jamás

La esquiveza y la hermosura.

Si como en valor subido

Vas creciendo en arrogancia,

No le arriendo la ganancia

A la edad en que has nacido;

Que un basilisco se cría,

en ti, que mata mirando,

Y un imperio, que, aunque blando,

Nos parezca tiranía.

Entre pobres y aduares,

¿Cómo nació tal belleza?

¿O cómo crio tal pieza

El humilde Manzanares?

Por esto será famoso

A par del Tajo dorado,

Y por Preciosa preciado

Más que en el Ganges caudaloso.

Dices la buenaventura

y dasla mala contino;

Que no van por un camino

Tu intención y tu hermosura.

Porque en el peligro fuerte

De mirarte o contemplarte,

Tu intención va a desculparte,

Y tu hermosura a dar muerte.

Dicen que son hechiceras

Todas las de tu nación;

Pero tus hechizos son

De más fuerzas y más veras;

Pues por llevar los despojos

De todos cuartos te ven,

Haces, ¡oh niña!, que estén

Los hechizos en tus ojos.

En sus fuerzas te adelantas,

Pues bailando nos admiras,

Y nos matas, si nos miras,

Y nos encantas, si cantas.

De cien mil modos hechizas,

Hables, calles, cantes, mires,

O te acerques, o retires,

El fuego de amor atizas.

Sobre el más exento pecho

Tienes mando y señorío

De lo que es testigo el mío,

De tu imperio satisfecho.

Preciosa joya de amor,

Esto humildemente escribe

El que por ti muere vive

Pobre, aunque humilde amador.

—En pobre acaba el último verso —dijo a esta sazón Preciosa—: ¡mala señal! Nunca los enamorados han de decir que son pobres, porque a los principios, a mi parecer, la pobreza es muy enemiga del amor.

—¿Quién te enseña eso, rapaza? —dijo uno.

—¿Quién me lo ha de enseñar? —respondió Preciosa—. ¿No tengo yo mi alma en mi cuerpo? ¿No tengo ya quince años? Y no soy manca, ni ronca, ni estropeada del entendimiento. Los ingenios de las gitanas van por otro norte que los de las demás gentes. Siempre se adelantan a sus años. No hay gitano necio, ni gitana lerda. Que como el sustentar su vida consiste en ser agudos, astutos y embusteros, despabilan el ingenio a cada paso, y no dejan que críe moho en ninguna manera. ¿Ven estas muchachas mis compañeras, que están callando y parecen bobas? Pues éntrenles el dedo en la boca y tiéntenlas las cordales, y verán lo que verán. No hay muchacha de doce que no sepa lo que de veinticinco, porque tienen por maestros y preceptores al diablo y al uso, que les enseña en una hora lo que habían de aprender en un año.

Con esto que la gitanilla decía, tenía suspensos a los oyentes, y los que jugaban le dieron barato, y aun los que no jugaban. Cogió la hucha de la vieja treinta reales, y más rica y más alegre que una Pascua de Flores, antecogió sus corderas y fuese en casa del señor teniente, quedando que otro día volvería con su manada a dar contento a aquellos tan liberales señores.

Ya tenía aviso la señora doña Clara, mujer del señor tiniente, como habían de ir a su casa las gitanillas, y estábalas esperando como agua de mayo ella y sus doncellas y dueñas, con las de otra señora vecina suya, que todas se juntaron para ver a Preciosa.

Y apenas hubieron entrado las gitanas, cuando entre las demás resplandeció Preciosa como la luz de una antorcha entre otras luces menores. Y así corrieron todas a ella: unas la abrazaban, otras la miraban, estas la bendecían, aquellas la alababan.

Doña Clara decía:

—¡Este sí que se puede decir cabello de oro! ¡Estos sí que son ojos de esmeraldas!

La señora su vecina la desmenuzaba toda, y hacía pepitoria de todos sus miembros y coyunturas. Y llegando a alabar un pequeño hoyo que Preciosa tenía en la barba, dijo:

—¡Ay, qué hoyo! En este hoyo han de tropezar cuantos ojos le miraren.

Oyó esto un escudero de brazo de la señora doña Clara, que allí estaba, de luenga barba y largos años, y dijo:

—¿Ese llama vuesa merced hoyo, señora mía? ¡Pues yo sé poco de hoyos, o ese no es hoyo, sino sepultura de deseos vivos! ¡Por Dios! ¡Tan linda es la gitanilla que hecha de plata o de alcorza no podría ser mejor! ¿Sabes decir la buenaventura, niña?

—De tres o cuatro maneras —respondió Preciosa.

—¿Y eso más? —dijo doña Clara—. Por vida del teniente mi señor, que me la has de decir, niña de oro, y niña de plata, y niña de perlas, y niña de carbunclos, y niña del cielo, que es lo más que puedo decir.

—Denle, denle la palma de la mano a la niña, y con que haga la cruz —dijo la vieja—, y verán qué de cosas les dice; que sabe más que un dotor de melecina.

Echó mano a la faldriquera la señora tinienta, y halló que no tenía blanca. Pidió un cuarto a sus criadas, y ninguna le tuvo, ni la señora vecina tampoco.

Lo cual, visto por Preciosa, dijo:

—Todas las cruces en cuanto cruces son buenas; pero las de plata o de oro son mejores. Y el señalar la cruz en la palma de la mano con moneda de cobre, sepan vuesas mercedes que menoscaba la buenaventura, por lo menos la mía; y así, tengo afición a hacer la cruz primera con algún escudo de oro, o con algún real de a ocho, o a lo menos de a cuatro. Que soy como los sacristanes: que, cuando hay buena ofrenda, se regocijan.

 

—Donaire tienes, niña, por tu vida —dijo la señora vecina. Y volviéndose al escudero, le dijo:

—Vos, señor Contreras, ¿tendréis a mano algún real de a cuatro? Dádmele, que en viniendo el doctor mi marido os le volveré.

—Sí tengo —respondió Contreras—; pero téngole empeñado en veintidós maravedís que cené anoche. Dénmelos; que yo iré por él en volandas.

—No tenemos entre todas un cuarto —dijo doña Clara—, ¿y pedís veintidós maravedís? Andad, Contreras, que siempre fuistes impertinente.

Una doncella de las presentes, viendo la esterilidad de la casa, dijo a Preciosa:

—Niña, ¿hará algo al caso que se haga la cruz con un dedal de plata?

—Antes —respondió Preciosa— se hacen las cruces mejores del mundo con dedales de plata, como sean muchos.

—Uno tengo yo —replicó la doncella—; si este basta, hele aquí, con condición que también se me ha de decir a mí la buenaventura.

—¡Por un dedal tantas buenaventuras! —dijo la gitana vieja—. Nieta, acaba presto, que se hace noche.

Tomó Preciosa el dedal, y la mano de la señora tinienta, y dijo:

Hermosita, hermosita,

La de las manos de plata,

Más te quiere tu marido

Que al rey de las Alpujarras.

Eres paloma sin hiel;

Pero a veces eres brava

Como leona de Orán

O como tigre de Ocaña.

Pero en un tras, en un tris,

El enojo se te pasa,

Y quedas como alfeñique,

O como cordera mansa.

Riñes mucho, y comes poco:

Algo celosita andas;

Que es juguetón el tiniente,

Y quiere arrimar la vara.

Cuando doncella, te quiso

Uno de una buena cara:

Que mal hayan los terceros,

Que los gustos desbaratan.

Si a dicha tú fueras monja,

Hoy tu convento mandaras,

Porque tienes de abadesa

Más de cuatrocientas rayas.

No te lo quiero decir...;

Pero poco importa; vaya:

Enviudarás otra vez,

Y otras dos serás casada.

No llores, señora mía;

Que no siempre las gitanas

Decimos el Evangelio;

No llores, señora; acaba.

Como te mueras primero

Que el señor tiniente, basta

Para remediar el daño

De la viudez que amenaza.

Has de heredar, y muy presto,

Hacienda en mucha abundancia;

Tendrás un hijo canónigo;

La iglesia no se señala.

De Toledo no es posible.

Una hija rubia y blanca

Tendrás, que si es religiosa,

También vendrá a ser prelada.

Si tu esposo no se muere

Dentro de cuatro semanas,

Verasle corregidor

De Burgos o Salamanca.

Un lunar tienes, ¡qué lindo!

¡Ay, Jesús, qué luna clara!

¡Qué sol, que allá en los antípodas

Escuras valles aclara!

Más de dos ciegos por verle

Dieran más de cuatro blancas.

¡Agora sí es la risica!

¡Ay, que bien haya esa gracia!

Guárdate de las caídas,

Principalmente de espaldas;

Que suelen ser peligrosas

En las principales damas.

Cosas hay más que decirte;

Si para el viernes me aguardas,

Las oirás; que son de gusto

Y algunas hay de desgracias.

Acabó su buenaventura Preciosa, y con ella encendió el deseo de todas las circunstantes en querer saber la suya, y así se lo rogaron todas; pero ella les remitió para el viernes venidero, prometiéndoles que tendrían reales de plata para hacer las cruces.

En esto vino el señor tiniente, a quien contaron maravillas de la gitanilla. Él las hizo bailar un poco, y confirmó por verdaderas y bien dadas las alabanzas que a Preciosa habían dado; y poniendo la mano en la faldriquera, hizo señal de querer darle algo; y habiéndola espulgado y sacudido, y rascado muchas veces, al cabo sacó la mano vacía y dijo:

—¡Por Dios que no tengo blanca! Dadle vos, doña Clara, un real a Preciosica, que os le daré después.

—¡Bueno es eso, señor, por cierto! ¡Sí, ahí está el real de manifiesto! No hemos tenido entre todas nosotras un cuarto para hacer la señal de la cruz, ¿y quiere que tengamos un real?

—¡Pues dadle alguna valoncica vuestra, o alguna cosa; que otro día nos volverá a ver Preciosa, y la regalaremos mejor!

A lo cual dijo doña Clara:

—Pues porque otra vez venga, no quiero dar nada ahora a Preciosa.

—Antes si no me dan nada —dijo Preciosa—, nunca más volveré acá. Mas sí volveré, a servir a tan principales señores; pero traeré tragado que no me han de dar nada, y ahorrareme la fatiga del esperarlo. Coheche vuesa merced, señor tiniente, coheche y tendrá dineros, y no haga usos nuevos, que morirá de hambre. Mire, señor: por ahí he oído decir..., y aunque moza, entiendo que no son buenos dichos..., que de los oficios se ha de sacar dineros para pagar las condenaciones de las residencias y para pretender otros cargos.

—Así lo dicen y lo hacen los desalmados —replicó el tiniente—; pero el juez que da buena residencia, no tendrá que pagar condenación alguna, y el haber usado bien su oficio, será el valedor para que le den otro.

—Habla vuesa merced muy a lo santo, señor tiniente —respondió Preciosa—; ándese a eso y cortarémosle de los harapos para reliquias.

—Mucho sabes, Preciosa —dijo el tiniente—. Calla, que yo daré traza que sus majestades te vean, porque eres pieza de reyes.

—Querranme para truhana —respondió Preciosa—, y yo no lo sabré ser, y todo irá perdido. Si me quisiesen para discreta, aún llevarme hían, pero en algunos palacios más medran los truhanes que los discretos. Yo me hallo bien con ser gitana y pobre, y corra la suerte por donde el cielo quisiere.

—Ea, niña —dijo la gitana vieja—, no hables más; que has hablado mucho, y sabes más de lo que yo te he enseñado. No te asotiles tanto, que te despuntarás. Habla de aquello que tus años permiten y no te metas en altanerías; que no hay ninguna que no amenace caída.

—¡El diablo tienen estas gitanas en el cuerpo! —dijo a esta sazón el tiniente.

Despidiéronse las gitanas, y al irse, dijo la doncella del dedal:

—Preciosa, dime la buenaventura, o vuélveme mi dedal; que no me queda con qué hacer labor.

—Señora doncella —respondió Preciosa—, haga cuenta que se la he dicho, y provéase de otro dedal, o no haga vainillas hasta el viernes, que yo volveré y le diré más venturas y aventuras que las que tiene un libro de caballerías.

Fuéronse, y juntáronse con las muchas labradoras que a la hora de las avemarías suelen salir de Madrid para volverse a sus aldeas, y entre otras vuelven muchas, con quien siempre se acompañaban las gitanas, y volvían seguras. Porque la gitana vieja vivía en continuo temor no le salteasen a su Preciosa.

Sucedió, pues, que la mañana de un día que volvían a Madrid a coger la garrama con las demás gitanillas, en un valle pequeño que está obra de quinientos pasos antes que se llegue a la villa, vieron un mancebo gallardo y ricamente aderezado de camino. La espada y daga que traía eran, como decir se suele, un ascua de oro; sombrero con rico cintillo y con plumas de diversos colores adornado. Repararon las gitanas en viéndole, y pusiéronsele a mirar muy despacio, admiradas de que a tales horas un tan hermoso mancebo estuviese en tal lugar, a pie y solo.

Él se llegó a ellas, y hablando con la gitana mayor, le dijo:

—Por vida vuestra, amiga, que me hagáis placer que vos y Preciosa me oyáis aquí aparte dos palabras, que serán de vuestro provecho.

—Como no nos desviemos mucho, ni nos tardemos mucho, sea en buen hora —respondió la vieja.

Y llamando a Preciosa, se desviaron de las otras obra de veinte pasos, y así, en pie como estaban, el mancebo les dijo:

—Yo vengo de manera rendido a la discreción y belleza de Preciosa, que después de haberme hecho mucha fuerza para excusar llegar a este punto, al cabo he quedado más rendido y más imposibilitado de excusallo. Yo, señoras mías..., (que siempre os he de dar este nombre, si el cielo mi pretensión favorece), soy caballero, como lo puede mostrar el hábito —y apartando el herreruelo, descubrió en el pecho uno de los más calificados que hay en España—; soy hijo de Fulano (que por buenos respetos aquí no se declara su nombre); estoy debajo de su tutela y amparo. Soy hijo único, y el que espera un razonable mayorazgo. Mi padre está aquí, en la Corte, pretendiendo un cargo, y ya está consultado, y tiene casi ciertas esperanzas de salir con él. Y con ser de la calidad y nobleza que os he referido, y de la que casi se os debe ya de ir trasluciendo, con todo eso quisiera ser un gran señor para levantar a mi grandeza la humildad de Preciosa, haciéndola mi igual y mi señora. Yo no la pretendo para burlalla, ni en las veras del amor que la tengo puede caber género de burla alguna. Solo quiero servirla del modo que ella más gustare: su voluntad es la mía. Pero con ella es de cera mi alma, donde podrá imprimir lo que quisiere, y para conservarlo y guardarlo no será como impreso en cera, sino como esculpido en mármoles, cuya dureza se opone a la duración de los tiempos. Si creéis esta verdad, no admitirá ningún desmayo mi esperanza; pero, si no me creéis, siempre me tendrá temeroso vuestra duda. Mi nombre es este (y díjoselo). El de mi padre ya os le he dicho. La casa donde vive es en tal calle, y tiene tales y tales señas; vecinos tiene de quien podréis informaros, y aun de los que no son vecinos, también; que no es tan oscura la calidad y el nombre de mi padre y el mío, que no le sepan en los patios de palacio, y aun en toda la Corte. Cien escudos traigo aquí en oro para daros en arra y señal de lo que pienso daros; porque no ha de negar la hacienda el que da el alma.